miércoles, 11 de octubre de 2017
CAPITULO 43 (TERCERA PARTE)
Es casi medio día y al fin llegamos al centro comercial. Será un día de paseo, compras, por supuesto, y un momento en familia, para compensar toda la ausencia de Pedro en los últimos días. Y me ha prometido tres pares de zapatos nuevos, así que me he asegurado de que cumpla con lo que ha dicho.
—¡Primero vamos por mis zapatos!—exclamo, señalando la exclusiva tienda en donde suelo comprarlos. Pedro y Ale ponen los ojos en blanco al mismo tiempo y se cruzan de brazos mientras que me miran de mala manera.
—¡Primero vayamos a comer! —exclama Pedro, señalando el piso inferior en donde se encuentra el patio de comidas.
—¡Primero busquemos al perrito! —se queja Ale. Hago pucheros para ambos y le señalo la tienda.
Luego consigo que mis ojos se agüen y los dos sueltan un suspiro.
—Está bien, cariño. Primero los zapatos —brama Pedro tratando de contenerse.
Ale hace más pucheros que yo, pero entramos a mi tienda favorita de todos modos. Observo una y otra vez todos los zapatos en exhibición y me paseo de un lado al otro por tienda. Al voltearme veo que Pedro y Ale están sentados en un asiento de terciopelo color rojo y parecen realmente aburridos mientras que me observan.
Me rio de ambos y decido probarme un par de botas para el invierno, me gustan y las compro. Luego escojo más zapatos y Pedro se pone de pie de inmediato al ver que estoy escogiendo un cuarto par.
—Cariño… —murmura tocándome el brazo con delicadeza—, dijiste tres pares.
—Lo sé —digo con cara de angelito—. Es que estos son tan bonitos…, y creí que te gustarían —siseo, enseñándole el par de zapatos de tacón de quince centímetros, color negro—. Pensaba estrenarlos en algún momento contigo… ya sabes, cuando Kya ya no esté entre ambos.
Pedro me observa de arriba hacia abajo y luego sonríe a medias. Sé que eso es un sí.
—Está bien, cariño —murmura vencido—. Escoge los que tú quieras —Lo rodeo con mis brazos y luego doy saltitos y aplaudo de la felicidad. Me siento como una niñita, pero es un momento perfecto.
—Te amo, cariño, te amo —le digo abrazándolo de nuevo.
Él me besa en la frente y luego vuelve a sentarse junto a Ale que ahora está usando el teléfono celular. Más tarde, los cuatro estamos en el patio de comidas del gran centro comercial. Ale escogió una hamburguesa simple con queso, Pedro una que tiene dos niveles de carne y yo una completa, extremadamente completa. Todos estamos disfrutando de este momento. Ale se ve ansioso y sé que estamos retrasando la compra de su nuevo perrito, pero es que hay muchas cosas por hacer y no podemos pasearos con un can por todo el centro comercial.
Mi hijo y mi esposo hablan sobre algo que no presto atención, mi mente me ha traicionado y comienzo a pensar en todo. Pedro regresó ayer, pero sucedieron tantas cosas en pocas horas que ni siquiera fui capaz de preguntarle cómo le fue en sus negocios, tampoco le dije lo de Lucas Milan y mucho menos lo de Damian. El día se me hace eterno y no quiero posponerlo más, pero tampoco quiero arruinar este perfecto día. No es un San Valentín como me lo esperaba, es mucho mejor porque los cuatro estamos juntos.
—¿Qué sucede? —pregunta él, viendo que mi mente se ha ido hacia otra parte. Muevo mi cabeza y luego hago contacto con sus ojos.
—Me siento la persona más egoísta del mundo —confieso—. Hace unas cuantas horas que estás aquí y ni siquiera te he preguntado por el trabajo.
Me toma del rostro con ambas manos y luego besa levemente mi mejilla.
—Todo está bien. Ya no hay problemas, preciosa —me dice en un susurro—. Lo hablaremos luego, ahora solo quiero disfrutar de este momento. Es nuestro día, ¿de acuerdo?
Beso sus sabios en respuesta y luego seguimos almorzado.
Ale no deja de hablarnos de lo mucho que querrá a su perro, que lo cuidará y ese tipo de cosas. Pedro y yo solo sonreímos y dejamos que disfrute de su día. Salimos del patio de comidas y nos dirigimos finalmente a la tienda de mascotas. Pedro intenta convencer a Ale de que veamos una película o que juguemos en el parque de atracciones dentro del establecimiento, pero él se niega a ello y camina en dirección a su futura mascota.
Entramos a la tienda, Ale se suelta de la mano de ambos y comienza a mirar cientos de peces de diferentes tipos y tamaños. Tiene su carita pegada al cristal y puedo ver lo emocionado que está.
—No puedo creer que estemos a punto de comprar un perro, Pedro —le digo tomando su brazo mientras que caminamos juntos.
—Tampoco yo —me responde, y los dos reímos. Ale se mueve por todas partes, mientras que ve a los diversos animales en sus jaulas. Le da su manito y los acaricia mientras que una hermosa sonrisa invade todo su rostro.
—Ve a buscar a Ale —le digo, señalado al otro lado de la tienda en donde está entretenido acariciando un gatito color blanco. Pedro se mueve rápidamente y va en busca de su hijo.
—¿Buscaba algo en especial? —pregunta uno de los chicos de la tienda con una gran sonrisa en el rostro. Observo cómo me mira de pies a cabeza y vuelve a sonreír. Le gusta lo que ve y es obvio que me siento alagada. ¿Por qué no le gustaría? Sigo siendo hermosa. Le devuelvo la sonrisa y trato de responder.
—Bueno… —Estamos buscando un perro —responde Pedro apareciendo de la nada. Me rodea la cintura con su brazo y se pone en pose de esposo celoso y sobre protector. Pongo los ojos en blanco mentalmente y observo como toda la confianza del chico de la tienda se desvanece y se convierte en nerviosismo. Es obvio que se siente intimidado.
—¿Qué clase de perro? —pregunta él, dejando su sonrisa a un lado. Mira a Ale y espera una respuesta.
—¡Uno como Charlie! —grita mi pequeño elevando los brazos. El chico frunce el ceño y busca una respuesta más clara en mi dirección, pero antes de que pueda responder Pedro lo hace.
—Queremos un Golden —dice él sin apartar su mirada del pobre chico que balbucea de nuevo y nos pide que lo sigamos hasta otra parte de la tienda. El chico toma a Ale en brazos y lo eleva hacia una gran jaula en donde hay seis o siete cachorritos Golden que se ven realmente adorables.
Ale señala con su dedito a uno de ellos, el chico lo baja y luego toma al perrito que mi pequeño escogió y se lo entrega.
—Tiene todas su vacunas al día —dice el chico.
Me suelto del agarre exagerado de Pedro y camino en dirección a Ale que acaricia la cabeza del perrito. Me pongo a su altura y veo lágrimas en sus ojos. Eso me alarma de inmediato. ¿Por qué está llorando? Estoy completamente desconcertada.
—¿Qué sucede, cariño? —pregunto acariciando su cara, mientras que el cachorrito se mueve entre sus brazos—. ¿No te gusta el perrito?
Ale solo mueve su cabecita en afirmación y luego sonrío porque sé que está llorando de felicidad. Mis ojos se empañan y lo abrazo con todas mis fuerzas. El cachorro se mueve entre los dos y me hace cosquillas con su nariz. Ale se ríe y luego deja que limpie sus lágrimas de felicidad con las yemas de mis dedos.
—Te quiero, mamá Paula —me dice, y vuelve a abrazarme. Pedro se acerca a ambos y ahora estamos los cuatro juntos de nuevo—. Y te quiero papá Pero, y a Kya también…
—Lo sé, hijo —responde él, besando su cabeza—. Nosotros también te queremos mucho.
—¿Cómo lo llamarás? —pregunto acariciado la cabeza del pequeño. Ale frunce el ceño con los ojos aún húmedos y luego me mira a mí.
—¿Cómo se dice perro en inglés? —pregunta con inocencia, Pedro ríe y yo enarco las cejas. Jamás se me habría ocurrido algo así.
—Dog —respondo, y él sonríe—. Como la película de Up, ¿lo recuerdas?
—¡Sí! ¡Me gusta Dog! —exclama—. ¿A ti te gusta, mamá Paula? ¡Dog, mi perrito se llamará Dog!
Pedro y yo reímos. Besamos la frente de nuestro pequeño angelito y luego compramos todo lo necesario para el nuevo integrante de la familia, hasta que por fin regresamos a casa.
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