viernes, 25 de agosto de 2017
CAPITULO 3 (PRIMERA PARTE)
Pedro toma mi mano rápidamente y ambos sonreímos a su dirección. Debemos parecer emocionados y sorprendidos.
Coloco mi máscara invisible y mi Paula interior sale al escenario. Marchamos hacia ella y las puertas se abren. Pedro cubre mis ojos y luego acerca a su boca a mi oreja por segunda o tercera vez.
–Quiero que te sorprendas. –Dice con el tono de voz amable. No protesto. Cierro los ojos y siento su mano sobre mi rostro. Nos movemos hacia delante y escucho el leve clac de las puertas abriéndose.
Caminamos unos pasos más, mis tacones resuenan sobre el suelo y oigo una agradable música de fondo. Pedro quita sus manos de mis ojos y al abrirlos me quedo pasmada. No tengo palabras suficientes para describir lo que veo. Todo esto es… no sé qué decir.
El salón es amplio y excesivamente blanco. El techo es colmado por cuatro candelabros dorados que iluminan a la perfección el lugar y caen de manera descendiente hacia abajo. Hay más de treinta mesas con ubicación para diez personas en cada una, los manteles son blancos bordados con encajes y pedrerías brillantes, hay diamantes de fantasía esparcidos por diversas partes de las mesas, velas de tamaño medio ubicadas en los alrededores, los platos son de porcelana blanca y las servilletas tiene bordadas en una leve letra color lavanda las iníciales: P & P
Lo que más llama mi atención son los centros de mesa con una base de jarrón de vidrio semitransparente muy alto, que se eleva por encima de la cabeza de los invitados y se ve repleto de flores que son idénticas y en conjunto al de mi ramo de novia. Sonrío ampliamente, estoy muy impresionada, es magnífico, como siempre me lo imaginé. El color lavanda invade el lugar a cada centímetro, la iluminación se contrasta con la decoración y provoca un ambiente romántico y dulce.
La pista de baile está en el centro del salón y sobre ella se proyecta nuestros nombres, mientras que algunas luces de color rosa parpadean alrededor del amplio lugar.
– ¿Te gusta? –Pregunta con una sonrisa. Me volteo en su dirección con mi cara de asombro. Veo que Samantha sonríe y espera ansiosa para oír mis palabras. La verdad, no sé qué decir, es impresionante. El vestido, el lugar, el anillo de bodas, todo es excesivamente hermosos, como me gusta a mí.
Meneo la cabeza una y otra vez intentando buscar las palabras correctas, pero ninguna es la adecuada para expresar lo que siento. A pesar de que jamás creí que esto sucedería por un acuerdo, es perfecto y bello.
–Estoy impactada. –Logro decir perdiendo el aliento. Pedro sonríe ampliamente y la coordinadora del evento, también.
– ¡Oh, Paula, me alegra tanto que te guste! El señor Alfonso y yo hicimos lo imposible por sorprenderte. No sabíamos mucho tus preferencias, pero creo que funcionó. –Me dice con una sonrisa. Asiento con la cabeza y luego miro a Pedro. ¿Debería a agradecerle? ¿Ahora? ¿En público?
Me muevo nerviosa, pero no intimidada.
– ¡Oh, no sean modestos! ¡Están casados! ¡Me gustaría que se besaran! –Exclama con la voz un poco más aguda que antes. Lo observo por unos segundos y luego envío todo al maldito demonio. Es mi esposo ahora, puedo besarlo si quiero. Y si quiero hacerlo.
Me lanzo a sus brazos de manera desprevenida y él me toma gracias a un buen reflejo. Paso mis manos por detrás de su nuca y acaricio sus labios con los míos de modo desaforado por unos minutos. Me pongo de puntitas para poder sentirlo mejor y él me abraza por la cintura. El beso no va nada mal…
Nos separamos cuando el aire es escaso y hacemos contacto visual. Siento como mis mejillas arden y aparto a la mirada hacia otro lado. No puedo creer que acabé de besarlo de esa manera. Qué vergüenza.
– ¡Justo a tiempo!–Exclama en un agudo gritito la rubia de las tetas. Volteo mi mirada hacia el fotógrafo que se encontraba en la iglesia. Pedro toma mi mano de manera posesiva y permanece en silencio.
– ¡Deben tomarse las fotografías! Solo tenemos una hora hasta que la recepción comience. –Dice mirando el reloj de su muñeca. –Podemos comenzar ahora, así tendrás diez minutos para cambiarte de vestido, Paula.
Asiento levemente con la cabeza y sonrío fingidamente. El fotógrafo comienza a acomodar su cámara para las fotos de ambos y la organizadora del evento sale del salón y va a chequear que todo en el piso de recepción marche bien. Es una boda inmensa.
– ¿Cuántos cambios de vestido tienes? –Pregunta Pedro acercándose más a mí.
Elevo la barbilla y pienso mentalmente en todos los vestidos que escogieron por mí.
–El vestido de iglesia, luego el de recepción, luego el de la entrada al salón, el del primer vals y por último el de final de fiesta. –Le digo rápidamente mientras que cuento con mis dedos.
–Son muchos vestidos. –Me dice vagamente.
–Lo sé, tu madre y la mía no podían decidirse por dos vestidos y escogieron cinco.
–Eso significa que podré verte desnuda, cuatro veces. –Murmura por lo bajo. Le lanzo una de mis peores miradas y en mi mente pongo los ojos en blanco. Hombres… sé que soy hermosa, pero no es necesaria tanta obviedad.
–No veras nada si no quiero. –Aseguro.
Sonríe y posa su mano en la curva de mi cintura.
–Claro que lo haré. –Afirma. –Soy tu esposo.
Frunzo el ceño e intento contenerme. Si sigue hablando le partiré este estúpido ramo en la cara.
–No me importa. –Manifiesto.
–Bien. –Me dice.
–Bien. –Le digo.
–Bien, entonces. –Repite.
–Bien. –Le digo nuevamente y damos por finalizada la discusión.
El fotógrafo comienza a dar órdenes y Pedro y yo obedecemos como los excelentes novios que somos. La rubia aparece para ver la mini sesión de fotos y se ve que está emocionada. Claro, tener en su portfolio una boda con el apellido Alfonso debe ser lo mejor de su carrera.
Nos toman fotografías de diferentes posturas y ángulos, primero a ambos y hacemos de todo en ellas, incluso besarnos. Luego me toman fotografías a mi sola. De perfil, de frente, de costado, con el ramo, sin el ramo, sentada en la mesa principal, con el anillo de bodas, con el pastel, de espaldas, sentada de nuevo, recostada contra el enorme sillón blanco ubicado a un rincón, en la pista de baile, en el jardín… en fin, fueron los cuarenta minutos más desgastantes de toda mi vida. Los pies aun me duelen a causa de los zapatos y cargar este enorme vestido, cada vez se me hace más fastidioso.
– ¡Ya terminamos con las fotografías! –Grita el chico con la cámara en dirección a la rubia que supervisa que todo esté bajo control. Ella corre hacia nuestra dirección y le echa un leve vistazo a su carpeta.
–Paula, tenemos veinte minutos para el cambio de vestido y retoque de maquillaje. –Musita rápidamente.
Pedro toma mi mano y como si supiese lo que debemos hacer me dirige hacia las escaleras blancas de mármol en forma de caracol que se encuentran en la parte trasera del impresionante lugar. Sube rápidamente, pero no logro hacerlo del mismo modo que el.
– ¡Espera! –Grito desesperada. Piso mi vestido con mis zapatos y siento que voy a caer en cualquier momento.
Él se detiene y me observa mientras que subo los cinco escalones restantes que me quedan para alcanzarlo. Sonríe y luego los baja rápidamente. Me toma en brazos y me carga como si fuese una pluma. Sube las escaleras y yo chillo por el vértigo que me produce, él sonríe y suelta una risita.
–No te preocupes, no voy a dejar que te caigas. – pronuncia en un murmuro. Permanezco en silencio y trago el nudo que tengo en la garganta. Acaba de cargarme y debo admitir que eso fue algo muy dulce.
Llegamos a la suite para los novios y toma una llave de su bolsillo sin soltarme. Abre la puerta y camina hacia la inmensa cama que se encuentra en medio de la habitación.
Me deja sobre el colchón con delicadeza y sonríe.
Se aparta hacia un lado, es obvio que la situación se ha vuelto algo incomoda. No quiero ni pensar cuando llegue el momento de dormir juntos o de compartir la misma casa. Sé que todo será raro.
Me pongo de pie, aliso mi amplia falda y luego me quito los zapatos. Los arrojo a un lado y me acerco al espejo. Aun sigo viéndome muy bien. Tal vez solo deba retocar un poco el rubor de mis mejillas y el brillo labial, pero eso puedo hacerlo yo sola. Él me observa desde el otro lado de la habitación con detenimiento, de una manera que logra desconcertarme solo un poco.
–De verdad, eres hermosa. – emite con los brazos cruzado a la altura del pecho. No debe intimidarme, pero lo hace. No me imaginaba este tipo de comentarios por mas verdaderos que sean. No creí que me lo diría tan… frecuentemente.
No respondo a su halago. No tengo nada que decir. Camino un par de pasos y observo el perchero con los restantes cuatro vestidos blancos que debo estrenar. Tomo el de la recepción y lo observo. Es tan hermoso como el primero. Corte sirena con tul en la parte baja, escote corazón y pedrería en los bordes de él. Es elegante y perfecto.
Coloco mi brazo sobre la parte trasera del vestido que llevo puesto e intento quitármelo, pero sé que no lo lograré. Volteo mi cabeza en dirección a Pedro y veo como sonríe.
Comprendió mi mensaje sin ninguna palabra. Eso es bueno, no tendré que gastar saliva en vano. Se acerca rápidamente y corre mi cabello a un lado. Dejo que mi mirada recorra el suelo y muevo mis manos nerviosamente a la altura de mi abdomen.
Él comienza a desabotonar los delicados botones y cuando percibo que el vestido comienza a aflojarse suelto un leve suspiro. Sus dedos se mueven sobre mi espalda y permanezco quieta en todo momento. El cierre comienza a bajar lentamente. Tomo la parte posterior del corsé para que no se vean mis pechos y luego me volteo hacia la dirección contraria.
–Gracias. –Digo en un susurro.
–Fue un placer. –Responde con la mirada cargada de felicidad.
Pierdo todo tipo de vergüenza y me desvisto delante de él.
Es mi esposo, sé que me verá así en cualquier momento, no estoy segura si sucederá esta noche, pero ahora somos un matrimonio y por más que no haya amor podemos tener sexo. Aún no me atrevo a hablar de ello, apenas lo conozco, pero sé que sucederá cuando llegue el momento.
Él me observa de pies a cabeza. Solo llevo la bombacha blanca de encaje y las medias blancas hasta la mitad del muslo del mismo material. Su mirada se detiene en mis pechos y luego de unos segundos asciende hacia mi rostro.
No dice nada, parece perplejo. Intento reprimir todo tipo de deseos extraños y me volteo hacia el perchero. Tomo el vestido de recepción y luego él se acerca para ayudarme en completo silencio. Ya estoy lista. La celebración de la boda está a punto de comenzar.
CAPITULO 2 (PRIMERA PARTE)
Salimos de la iglesia y mi escote corazón se ve repleto de granos de arroz blanco. Ignoro todo tipo de sentimientos que me dicen que estoy molesta y tomo a Pedro de la mano.
Observo el cielo, no tengo mejor cosa que hacer. El día es gris, pero aun así no llueve. La celebración de la boda se realizará en un hermoso palacio ubicado en la zona céntrica de Londres. Sonrío y poso para las fotografías, escucho gritos de felicitaciones y alegría a mis espaldas. Hay demasiada gente. No los conozco, pero me conformo con saber que ellos si saben quién soy ahora. Avanzamos entre la multitud y voy recibiendo besos y abrazos de desconocidos que creen que soy la mujer más hermosa que han visto antes. Pedro parece demasiado feliz. ¿Cómo lo hace? Yo también intento fingir de esa manera, pero no lo logro del todo.
Señora Eggers. Ese es el título que me corresponde a partir de ahora. Bajo mí mirada mientras que caminamos hacia el coche lujoso que nos espera. Miro mi anillo de bodas. Es impresionante. Debe de valer más de medio millón de libras, es algo pesado, pero desde que nos comprometimos, luego de dos semanas de conocernos, me he acostumbrado a él. Jamás creí que él sería capaz de escoger algo de tan buen gusto.
– ¿Algún problema? –Cuestiona mirándome de reojo. Clavo mi mirada en la suya y sonrío con falsedad. Debo actuar de manera indiferente. Debe creer que todo está bajo control.
–No. –Respondo de manera tajante. – ¿tú tienes algún problema, cariño? –Pregunto acomodando el elegante moño de seda de su cuello. Mi acción le parece extraña, pero veo una media sonrisa en su rostro.
¿Siempre sonríe a medias?
–Solo sonríe y diviértete. –Espeta posando nuevamente para la cámara. –No será tan malo, como tú crees.
Paz, necesito paz, necesito que los gritos cesen y que todas las voces y risas de felicidad desaparezcan. Sé que no será tan sencillo. Aun me queda una larga y extensa noche por delante. Más de trescientas personas, mucho que tolerar y quiero sentirme preparada pero… no, un momento; Soy Paula Chaves, claro que estoy preparada para todo esto y mucho más. Estas personas jamás deberán intimidarme, por lo contrario, yo debo intimidarlos a ellos. Ahora soy mucho más y todos deben tener en cuenta eso.
–Sube. –Dice abriéndome la puerta. Tomo su mano y luego con cuidado de no pisar la cola de mi vestido me introduzco en el coche. Él me sigue y cuando las puertas se cierran los murmullos cesan. Al fin un poco de paz. Demasiadas personas, demasiados gritos de alegría. No me importa que estén felices por la boda, yo también estoy feliz, pero por mí, egoístamente por mi y nadie más. Arrojo mi ramo de flores color lavanda a un lado con desprecio y luego observo el paisaje gris al otro lado de la ventanilla.
Permanecemos en silencio por unos minutos. De repente el ambiente se vuelve tenso. Caigo en la realidad de la situación. Así será cuando lleguemos a nuestra casa.
Silencios incómodos, nada por decir y ningún tipo de participación por parte de ambos para acabar con el tenso clima.
Suelto un suspiro y acaricio la falda de mi vestido corte princesa con apliques de encaje blanco y pequeños diamantes, diamantes de verdad, por todos lados. Podría decir que es el vestido de mis sueños, pero mi nuevo esposo jamás lo sabrá. No soy de admitir lo bueno que tengo y jamás reconozco mis defectos, supongo que ese es un defecto, pero no está admitido por mí, así que no tiene sentido alguno que lo diga.
La noche comienza a caer lentamente. Con el correr de los minutos la ciudad se ve inundada por luces de colores y personas que caminan de un lugar al otro evitando que las pocas gotas de lluvia los mojen.
– ¿Te gusta el vestido? –Pregunta distrayéndome de mis propios pensamientos. Muevo mi cabeza hacia su dirección y por una enésima de segundo pienso admitir que si me gusta el vestido, pero luego decido no hacerlo.
–No es la gran cosa. –Mascullo con desinterés, mientras que me encojo de hombros. Oigo una risita escapar de su boca y le lanzo una de mis peores miradas. No me agrada su actitud. Él escogió él vestido, él escogió el lugar y todo lo que implica una boda. No tomé ninguna decisión al respecto y eso hace que me sienta deplorable. No porque me interese esta estúpida boda, sino porque mis afanes de mujer demandante y autoritaria, desaparecieron en solo un mes de conocerlo.
–Sé que te gusta. –Me expresa algo divertido. Esconde su sonrisa debajo de su dedo índice y eso me molesta. –Es imposible que no te guste. –Resopla. No me agrada divertirlo, se supone que este no era el trato.
Regreso mi atención a la ventanilla y suspiro frustrada por enésima vez en el maldito día. Las cosas no van como me lo espero.
–Te ves muy bonita con el. –Musita como si estuviese incomodo al decirlo.
Mi Paula interior, sonríe.
Me sorprende que él lo admita, pero aun así sé que me veo hermosa, como siempre.
–Eso ya lo sé. –Susurro sin interés por lo que me dice.
–Estoy siendo sincero, te ves muy bella, Paula.
Al oírlo llamarme por mi nombre, fácil, sencillo, diferente y muy pocas veces visto, siento algo en mi interior. Me gusta como suena. Aunque su manera de pronunciarlo tintinea de modo impenetrable. Como si me regañara cada vez que lo dice.
–Gracias. Tú también te ves bien. –Agrego lentamente en un vago intento por parecer amable.
Él sonríe, pero no lo hace de buena manera. Sé que no se convence a sí mismo, pero estoy segura de que su autoestima es algo elevada, como la mía y pienso que sabe que se ve bien. No sé porque lo dije, no debí hacerlo, pero es demasiado tarde para arrepentirme.
– ¿Estabas nerviosa? –Cuestiona mientras que observa por la ventana. No sé que responder. La realidad de la situación me superó, pero no debo admitirlo.
–No. –Respondo cortante.
–Claro que lo estabas. –Afirma. – tus manos temblaban y titubeaste un par de veces antes de decir tus votos.
Lo miro de lado. No me agradan ese tipo de comentarios.
Son molestos y para nada agradables. Estoy disgustada. Me cruzo de brazos e intento ignorarlo, pero es difícil.
–No estaba nerviosa. –Aseguro con el tono de voz cargado de enfado. No quiero que me hable, no quiero hablarle.
¿Porque tiene que hacerlo tan difícil?
–Claro que sí. –Asevera con esa estúpida sonrisita en el rostro.
–No. Y fin de la conversación.
–No, aún no terminamos de hablar.
–Claro que sí. –Afirmo.
–Claro que no. –Me reta.
–Bien. –Respondo.
–Bien.
–Bien. –Musito como última palabra.
Por fin se queda callado.
Sonrío en mi interior. Con esas palabras le doy fin a la absurda conversación. Paula, uno, Pedro, cero.
El coche avanza por las calles de Londres. Aún no hemos llegado y sí, estoy nerviosa. Es difícil fingir algo que no sientes, pero en mi funciona lo suficientemente bien. No quiero que nadie note que aquí hay algo más.
–Creí que usarías velo.
Pongo los ojos en blanco porque sé que no me ve. ¿No se calla nunca? Me molesta que esté hablándome. Sé que intenta que funcione, pero estoy perturbada y no quiero escucharlo
–Te dije que no sería una boda tradicional. –Espeto rápidamente. Mi mal humor es palpable incluso a miles de kilómetros. Él lo sabe, pero yo también sé que debo soportarlo todo hoy. Ya mañana podré arrojarle algo a la cabeza.
–Sí, y yo te dije que deberíamos hacer lo posible por hacer que esto se vea real. Pero no creo que haya funcionado.
– ¡Claro que funcionó! –Espeto más que molesta. Al demonio lo que diga, por mi que se vaya al maldito demonio.
Estoy más que alterada.
–Paula, no grites. –Me ordena elevando el tono de voz.
¿Quién demonios se cree que es? Ah, claro, es mi esposo y cree que ahora puede gritarme, pues yo también grito.
– ¡Claro que grito! ¡Gritaré todo lo que quiera!
–No tuviste damas de honor, no quisiste tiara, no leíste tus votos de manera convincente, no tienes velo, no quieres arrojar el ramo y tampoco vas a cortar el maldito pastel en la maldita boda. ¡Eres impertinente!
Hago una mueca completamente ofendida. No puedo creer que haya dicho eso.
– ¿Yo, impertinente? –Mi voz se vuelve aguda y me siento insultada. Esto no comienza de buena manera.
–Sí. Eres impertinente y exasperante. Solo complicas más las cosas. –Dice duramente.
Golpeo la falda de mi vestido en un brusco intento por desechar todo mí mal humor y mi enfado. Él no hace nada al respecto y se comporta como un maldito idiota. Quiero estallar en mil pedazos, desaparecer de la tierra, pero no puedo. Sé que obtendré el lado bueno de toda esta mierda.
El, amor, el cariño, los buenos momentos… no me interesan.
Solo lo hice por dinero, dinero que será mío en unos meses y nada más me importa. Debo ser fuerte y soportarlo. Sé que no es una mala persona, pero yo si lo soy y eso podrá arruinarlo todo.
El coche se detiene frente al gran palacio en el centro de Londres. Pedro se baja sin decir nada, luego toma mi mano y me ayuda con el vestido. Recojo mi estúpido ramo al salir y cuando sé que debo decir gracias, no lo hago. Es mi esposo, tiene que hacerlo, debe ser amable. Además, aun sigo enojada. Sé que siempre será así, este hombre logra sacarme de quicio, ¿Qué paso con el guapo y sonriente empresarios que se encontraba en la oficina de mi padre, un mes atrás?
Samantha, nuestra organizadora de eventos, sale corriendo desde el interior del lujoso hotel con una carpeta entre sus manos. La veo cansada, pero aun así sonriente. Me desagrada su actitud de superioridad, pero hace bien su trabajo. La iglesia estuvo hermosamente decorada para la ocasión.
– ¡Al fin llegan! –Exclama abrazándome a mí con dulzura.
Finjo la mejor sonrisa en mi rostro y acepto su cordial y muy desagradable saludo. No me gusta el contacto con gente así.
Luego repite la misma acción con Pedro y este sonríe complacido. Frunzo el ceño ante la inquietante idea de pensar que ella se ve bonita.
La observo con desaprobación de arriba hacia abajo.
Luce un vestido negro ajustado con escote en v que deja ver la línea de sus senos. Tiene tacones altos y el pelo lacio que le cae alrededor de los hombros. No, ella no es competencia
soy hermosa, tal vez sea la más bella de la fiesta y lo seré todo el tiempo que quiera. Ella no me intimida.
– ¡Vamos a ver el salón! –Exclama tomándonos a ambos, mientras que nos arrastra escaleras arriba. –Todo ha quedado hermoso, es muy elegante y además tiene el toque femenino que querías, Paula. Las mesas, las sillas, todo se ve estupendo y el pastel tiene diez pisos como deseabas, Pedro. –Murmura alegremente.
Frunzo el ceño. Miro a Pedro con incredulidad. ¿Diez pisos?
¿Para qué tantos?
Él me observa y se encoje de hombros. –Me gustan los pasteles.
–Sí y también te gustan las tetas de esa. –Digo en un susurro señalando con la cabeza a la rubia que va delante de nosotros con prisa. Él sonríe y me mira de reojo.
– ¿Celosa, señora Alfonso? –Pregunta con descaro. Me rio incrédula. Nunca en mi vida, jamás.
–En absoluto. –Respondo con desprecio y acelero el paso.
La rubia camina demasiado rápido en ese vestido negro y no parece recordar que llevo un vestido de casi siete kilos encima.
Mientras que nos movemos el acorta la distancia entre ambos y posa sus labios sobre mi oreja. Me paralizo por dentro, pero sigo concentrada en el ruido de mis tacones sobre el piso.
–Tus tetas deben ser mucho más lindas, mi cielo. –Susurra con una sonrisa traviesa.
Oh, no. No funcionará conmigo.
–No es necesario que lo digas, eso ya lo sé. –Espeto rápidamente. Lo dejo con la boca abierta, no se esperaba esa respuesta, pero solo soy sincera conmigo misma, soy más bonita que ella, tengo el cuerpo más hermoso y definido que el de ella y mí cabello no es teñido. Llevo mucha ventaja. Soy perfecta, ella no.
Seguimos caminando por el interior del hotel. Está completamente vacío, reservado únicamente para nosotros y los familiares alemanes de Pedro que pasaran la noche en el lugar
– ¡Ya llegamos! –Exclama delante de las puertas blancas de madera tallada a mano.
CAPITULO 1 (PRIMERA PARTE)
Señora Alfonso
Salgo de la habitación. Me tiemblan las piernas, mis manos sudan y seguramente mi cara está roja. No sé qué hacer.
Siento pánico. Quiero correr, gritar, llorar…
¿De verdad voy a hacerlo?
No estoy lista para esto, no creí que sucedería de esta manera, pero es la única solución. Puedo verme segura, caminar derecha y con elegancia, pero por dentro sigo siendo la misma niñita asustada de antes. Voy a casarme con un desconocido en la maldita intimidad, con alguien que no conoce mis gustos, mis disgustos o mis innumerables caprichos. ¿Cómo debo reaccionar ante esto?
–Camina derecha, maldita sea. –Me ordena mi madre que viene detrás de mí con mala cara, mientras que me ayuda con el inmenso vestido. Enderezo mi espalda, elevo la barbilla y sostengo la mirada hacia un punto fijo. Llegamos al gran pasillo y las puertas aun están cerradas. Se oye un leve murmullo al otro lado. Laura, la sobrina de mi futuro esposo, ya se encuentra ahí, de la mano de su madre. Luce un vestidito blanco hermoso con una canasta de mimbre entre sus manos, cargada por pétalos de rosas blancas. Le sonrío y ella a mí. La niñita no me agrada, pero debo fingir que soy amable.
– ¿Estás nerviosa, Paula? –Pregunta la hermana de mi futuro esposo, mientras que acomoda el cabello de su pequeña hija. Intento sonreír, pero fracaso rápidamente.
–Sí, estoy algo nerviosa. –Le digo en un susurro. La sonrisa de mi rostro se desvanece, ella se acerca y me da un abrazo innecesario. No me agrada que lo haga, pero tengo que fingir que soy una buena persona.
–Se acabó el momento emotivo, se nos hace tarde. –Espeta mi madre cortando todo tipo de situación afectiva.
Mi madre desaparece junto con mi futura cuñada. Ahora estoy sola con la niñita. Solo faltan unos segundos. Estoy nerviosa.
Mi padre aparece de la nada y toma mi brazo. Continúo en silencio. Debo hacerlo, no hay otra opción. Prefiero vivir al lado de un extraño que asumir mi situación actual.
Las puertas se abren cuando la canción melódica de bodas comienza a sonar. Laura camina lentamente y yo también. En realidad creo que ni siquiera me muevo.
Los invitados se ponen de pie y voltean sus cabezas hacia mi dirección. Tengo que sonreír, se supone que soy feliz, que lo amo y que él me ama a mí. Aunque es una mentira, lo será siempre, pero prefiero vivir engañando a los demás, es mucho mejor que enfrentarme a mí misma, a mis miedos, a mis miles de temores…
Solo de pensarlo me estreso. El camino hacia el altar es extenso. Apenas diviso al alto y atlético tipo que me espera el otro lado de la iglesia. Mi padre me acompaña y parece emanar felicidad por donde lo mire. Soy buena actriz, puedo demostrar seguridad y alegría al mismo tiempo, tengo miles de máscaras y en el día de hoy tengo que utilizar la de novia feliz.
–Todo saldrá bien. –Me dice mi padre en un leve susurro sin desarmar la sonrisa de su cara. –Él es un buen hombre, tal vez sea perfecto para ti.
Eso espero, solo deseo que todo salga bien o las cosas serán aún más difíciles.
-Ya no digas nada, papá. –le pido con voz cortante. –te dije que quería hacer esto y lo haré. No hay nada más que decir.
Lo miro de reojo y diviso como un nudo se forma en su garganta. No me siento mal por hacerlo sentir miserable. Soy así.
–Princesa…
–Solo sonríe. –Le ordeno cuando percibo que están tomándome fotografías.
Él se tensa y yo sonrío ampliamente aunque no me gusta haberlo perturbado. Se molestará y no me hablará durante todo el día, pero eso será mejor así, no sufriré tanto con todo este asunto. Estoy a solo unos metros, sigo moviendo mis pies, mis tacones me molestan y la cola de metro y medio del vestido me pesa. Todo se dificulta, pero no debo quejarme. Es un acuerdo, solo eso.
Nos detenemos. Sigo con la mirada clavada en un punto fijo.
La sonrisa se me borra de la cara y los pensamientos erráticos y sin sentidos se apoderan de mi mente por completo. Ya nadie me ve el rostro, pero sigo siendo el centro de atención.
Alfonso baja los tres escalones de mármol y luego toma mi mano. Su mirada es fría y calculadora, como la mía, él también sabe fingir muy bien la felicidad. Nos amamos, eso es lo que debe creer todo el mundo. Hay más de trescientas personas en la gran iglesia, todos lucen trajes finísimos y derrochan soberbia y dinero a cada respirar. Quiero ser igual que ellos. El sujeto con el que me casaré también lo quiere y es por eso que estamos aquí de pie, tomados de la mano, frente al padre que hará la ceremonia. No me va la religión, pero es una de las cláusulas y no debo quejarme, al menos no por ahora.
– ¿Lista? –Susurra levemente para que lo oiga.
Sonrío ampliamente. Es obvio que no me conoce. Muevo mi cabeza hacia un lado y cuando sé que el padre no me observa respondo:
–Siempre estoy lista.
Con el rabillo del ojo veo una media sonrisa en su rostro aunque no estoy cien por ciento segura. Me tenso por un momento y luego intento relajarme. Mierda, voy a casarme, voy a tener un esposo y todos me llamaran ‘Señora’. Aún me cuesta creerlo.
Oigo atentamente todo lo que el sacerdote dice, pienso en todo lo que implica un matrimonio real y siento miedo.
Sinceridad, compromiso, amistad, compasión, comprensión, atención, preocupación, amor, felicidad, fidelidad, respeto… son muchas palabras y mi cerebro no logra procesar todos los significados de cada una de ellas. Lo bueno de todo esto es que sé que lo nuestro no se basa en amor, cariño y todo lo que se está diciendo. Aquí no hay salud, ni enfermedad.
Nuestro matrimonio se fundamenta en obtener riquezas y evitar pobrezas. Para eso nos casamos. Para eso me caso. Aún no comprendo porque él lo hace. No necesita dinero más del que ya tiene.
Es el momento de leer los votos. Tiemblo por dentro. Su mano toma con firmeza la mía. Parece relajado y sereno.
¿Por qué no estoy relajada? ¿Qué me ocurre? Esta no es la Paula Chaves que todos conocen.
–<<Tal vez porque no eres la Paula Chaves, que todos creen que conocen>> –Me dice la voz de mi conciencia.
Miro de reojo hacia el público. Veo a mi madre que me hace señas con sus dedos en su boca para que sonría. Lo hago y suspiro. Necesito calmarme. Soy perfecta, hermosa y no debo sentirme intimidada por todas estas personas. Cuando acabe con los votos seré superior a ellos.
Ambos nos volteamos de frente y choco con su mirada.
Tiene los ojos castaños muy claros, los rasgos de su rostro son duros y afilados, pero hacen que se destaque la leve barba también castaña de varios días. Debo admitir que se ve bien. Justo como la primera vez que lo vi.
Suspiro nuevamente, luego tomo sus manos y comienzo a recitar los malditos votos que están grabados en mi mente. Cada palabra debe ser dicha a la perfección, no puede haber errores, no en un momento como este.
Minutos después acabamos con todo este teatro de palabras sin sentido. La madre de mi futuro esposo llora y busca consuelo en los hombros de su esposo. Mi madre sonríe como la arpía que es, sabe que lo consiguió, sabe que lo logramos y los demás invitados esperan con ansias el gran momento.
–Paula Chaves: ¿aceptas a Pedro Alejandro Alfonso como tú legitimo esposo para amarlo y respetarlo hasta el último día de tu vida?
Lo miro a los ojos. No puedo mover mi boca. Me siento paralizada
Él aprieta mi mano con fuerza y parpadeo un par de veces, estoy volviendo a la realidad. Es el fin…
–Acepto.
Terminamos con todas las cursilerías de los anillos, el discurso, y nos besamos. No quiero hacer la escena frívola, así que lo tomo del cuello y le planto un beso a sus labios con toda pasión y alegría. Muchas veces me sorprendo de lo buena que soy mintiendo y sintiendo cosas que en realidad nunca sentí. Pedro se nota algo sorprendido, pero intenta seguirme. Mejor no describo como besa, tengo solo pensamientos egoístas en mi cabeza. Cuando oigo los aplausos y el estallido de felicidad de los demás, me separo de él. Nos miramos a los ojos por unos segundos y luego nos volteamos con sincronía en dirección a todos los presentes y sonreímos ampliamente.
–Esa fue una grata sorpresa, mi cielo. –Murmura con una cínica sonrisa.
–Acostúmbrate. Suelo sorprender, siempre. –Le espeto de manera desafiante.
–Es solo un acuerdo, que no se te olvide, cariño. –Me dice al oído con disimulo, mientras que posamos para una foto. –Si te enamoras de mi, estaremos en problemas.
Me toma de la cintura con delicadeza y me acerca a su cuerpo. Ambos sonreímos y el flash de la cámara se dispara rápidamente cegando mis ojos.
–No se me olvida, cariño. –Respondo en el mismo tono sarcástico y egocéntrico que él utilizó anteriormente. –Eso no sucederá. Quiero tu dinero, no a ti.
Aprieta mi mano fuertemente como un regaño, pero lo ignoro. Me molesta que haga eso, aunque sé que será la primera y última vez. Lo hace para molestarme y no le conviene verme molesta. Aún no me conoce y cuando lo haga será demasiado tarde. Ambos sabemos que es la verdad. Ahora sí, soy rica, vuelvo a ser rica y eso es lo único que me hace feliz.
Paula Alfonso, ahora soy Paula Alfonso.
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