domingo, 8 de octubre de 2017

CAPITULO 32 (TERCERA PARTE)




Día dos sin Pedro: No hay mucho que hacer. Es horrible despertar y no tenerlo cerca. Oigo pisaditas que se dirigen hacia mi cuarto y sé que es mi pequeño Ale. Apenas son las ocho de la mañana, es decir que en Japón son las cuatro de la tarde. La puerta se abre y veo esos ojitos brillantes y dulces mirándome fijamente, preguntándose si debe entrar o no. 


—Ven, hijo —le digo estirando mis brazos. 


Él corre hacia mí y se lanza al otro lado de la cama y se cubre la cara con el edredón. Ambos jugamos un rato, reímos y nos hacemos cosquillas hasta que Kya comienza a moverse de un lado a otro provocándome leves dolores en el abdomen. 


—Buenos días, pequeña —le digo acariciándola. Mi vientre se tensa un poco y luego se relaja a medida que lo acaricio—. ¿Serás igual de celosa que tu padre?



Ale observa mi vientre y luego eleva mi camiseta de algodón. 


Comienza a pasar sus pequeñas manitos sobre su hermana y eso es mucho más relájate y dulce. Cierro los ojos y disfruto de esa agradable sensación. 


—¿Qué quieres hacer hoy, Ale? —cuestiono, acariciando su pelo. 


—¿Podemos hacer galletas? —pregunta emocionado. 


Me rio y luego oímos un golpe en la puerta. 


—¿Puedo pasar? —pregunta Agatha. 


Le ordeno que entre, la puerta se abre y lo primero que veo es una caja color celeste con un lazo negro y cientos de calcomanías de autitos en ella. 


—¡Mira eso, Ale! —exclamo. 


Mi dulce niño se pone de pie sin saber que hacer exactamente. Sé lo qué es, puedo imaginármelo y también sé quien lo ha enviado. Agatha deja la caja a los pies de la cama, Ale toma el listón, lo quita rápidamente al igual que la tapa, y al ver el interior contemplo como sus ojos expresan sorpresa y emoción. 


—¡Es un león de África! —grita tomando al muñeco de felpa que tiene su tamaño. 



****

Día tres sin Pedro


Estoy sentada frente al espejo de nuestra habitación, mientras que observo como mamá me peina el cabello. Hay una sonrisa en su rostro y sus ojos observan cada uno de sus movimientos. Sentir esas caricias en mi pelo me reconforta. No llevo el cabello rizado, sino como es en realidad. Lacio, completamente lacio. 


—¿Por qué tienes que atarme el cabello? —pregunto haciendo mala cara. Ella sonríe y hace una coleta en mi pelo. 


Luego coloca un moño color azul a conjunto con el uniforme para que me vea más bonita. 


—Todas las niñas van con el cabello recogido, Ana —me explica dulcemente. Cuando por fin parece verse perfecto, me pongo de pie y ella alisa mi falda a cuadros. Agarro mi mochila y juntas caminamos tomadas de la mano por el pasillo. Llegamos a la cocina y oigo sus gritos y risas acercándose. 


—¡Ana! ¡Ana, ven! —exclama entrando a la cocina. Luce igual que yo con la diferencia que tiene un elegante peinado en su pelo castaño—. ¡Ven!



Toma mi mano y me arrastra hacia el salón comedor. El señor Marcos está sentado leyendo su periódico mientras que bebe té. 


—¡Papi!— grita ella llamando su atención. 


—¡Mi niña preciosa! —exclama dejándolo todo a un lado. Abre sus brazos de par en par y la abraza. Observo la situación desde el otro lado del salón y muevo mis manos nerviosamente. 


—¿Puede Ana desayunar aquí?—pregunta ella moviéndose de un lado al otro a modo de súplica. El señor Chaves me mira y luego sonríe. 


—¡Claro que puede!—exclama con una sonrisa. Se pone de pie con Mariana en brazos y camina en mi dirección. —¿Cómo estás, Ana? Me gusta ese listón en tu cabello. 


Le sonrío y las dos comenzamos a gritar cuando él nos toma a ambas y nos hace girar por todas partes. Estallamos en risas y luego todo se acaba cuando la señora Chaves entra al salón. 


—¡Mamá, Ana tiene un listón muy bonito, quiero uno! 


Ella me mira de reojo y me encojo en mi asiento al saber que no me quiere aquí. 


—Tú no eres como ella, Mariana. 


De pronto, todo se vuelve confuso. Ahora estoy viendo la situación desde un rincón de la habitación y soy yo, Paula, la Paula de ahora, con el cabello rizado y suelto, todo lo opuesto a esa niñita que está ahí sentada, mirando su desayuno sin deseos de comerlo. 


—Me gusta tu cabello rizado, hija, pero no funcionará —me dice mi madre parándose a mi lado y observando lo que sucede—. No ocultes quien eras, Ana...



—¡No! Pedro… —murmuro abriendo los ojos. Demoro unos segundos en entender lo que me sucede. 


Palmeo mi lado izquierdo de la cama y solo siento las frías sábanas revueltas. Cierro los ojos y comprimo el llanto. “No ocultes quien eras, Ana...” 


Cubro mi rostro con mis manos e intento procesar todo lo que sucedió. No quiero pesadillas de nuevo, no quiero esto. 


Pedro, regresa... —imploro en un sollozo, acaricio mi vientre por unos cuantos minutos. Intento seguir durmiendo, pero mi habitación a oscuras me resulta escalofriante. Me pongo de pie y camino por el pasillo hasta la habitación de Ale. Me siento como una tonta. Él debería dormir conmigo y no al revés. Entro a su habitación y me acuesto a su lado. 


Beso su mejilla e intento dormir. 



******


Día cuatro sin Pedro


Es jueves y francamente ya no sé qué más hacer para entretener a Ale en el apartamento. Hemos salido un par de veces, pero sigo sin imaginación ni creatividad. Apenas son las nueve de la mañana, Ale aún sigue dormido a mi lado, abrazando a su león de África que Pedro envió el día de ayer, mientras que yo miro la televisión basura sin nada interesante. 


Tengo puesta la camiseta de Pedro, esa clásica camiseta gris que utiliza para dormir de vez en cuando y que la mayoría del tiempo termina tirada en el suelo porque se la quito. Siento qué conforme avanzan los días lo extraño aún más. 


No importa cuántas veces hable con él o le envíe mensajes, ese sentimiento sigue ahí. Sé que no se irán a menos que él regrese. Oigo como golpean la puerta levemente, acomodo mi cabello y doy la orden para que entre a la habitación. Mi padre asoma su cabeza y logra sacarme una sonrisa. Lo veo acercarse y, al notar que mi pequeño duerme, intenta no hacer ni un solo ruido. 


—¿Cómo estás princesa? —pregunta sentándose a mi lado en la cama. Observa la prenda de Pedro y suelta una risita. Hacía lo mismo con sus camisetas cuando era adolescente. 


—Supongo que ya no necesitarás más mis camisetas —murmura con un dejo juguetón. No puedo evitar sonreír. Acaricio a Kya mientras que mi padre hace lo mismo con mi pelo. No sé qué decir, papá sabe que lo necesito—. Es normal que te sientas así, princesa. Cuando amas a alguien y no está cerca de ti sientes que tu vida no tiene sentido, pero… él regresará —murmura. 


Demoro un segundo en comprender que está hablando de Mariana entre líneas. Mis ojos se empañan y lo único que puedo hacer es abrazarlo. 


—Lo siento —le digo ocultando mi cara en su pecho, sintiendo la tela áspera de su traje gris ceniza—. Te quiero mucho, papá… —aseguro. 


Él acaricia mi espalda para consolarme y luego permanecemos así por varios minutos, hasta que me separo y beso la frente de mi hijo. 


—Está cada día más hermoso —dice, viéndolo con ternura—. Nunca creí que todo esto pudiera sucederme, princesa. Me has dado a este ángel y estás por darme otro angelito más —sisea posando su mano sobre Kya—. ¿Por qué mejor no te pones guapa, como siempre, sonríes y me acompañas a hacer algunas compras? 


—¿Tú, haciendo compras? —pregunto frunciendo el ceño. 


—Ahora soy un hombre soltero, independiente, guapo… —alardea y me rio fuerte provocando que Ale se mueva un poco. 


—¿Qué me estás ocultando? 


—¿Qué me dirías si te digo que invité a la nana de mis nietos a cenar esta noche? 


—¿Qué? —exclamo sorprendida y me cubro la boca de inmediato. Una vez salieron a cenar, pero nunca supe nada de esa cena y ahora… ¡Es otra oportunidad!—. ¡No puedo creerlo! 


—Vamos, levántate de esa cama —ordena—. Ponte preciosa para que puedas acompañarme al centro comercial. No tenemos toda la mañana.





CAPITULO 31 (TERCERA PARTE)




Extrañarlo es poco. No sé cómo describir lo que siento exactamente. Por un lado sé qué todo está bien, que tiene que hacerlo, pero por el otro no dejo de maldecir a todos porque él no está aquí conmigo, con sus hijos, porque no está en casa. Llevo más de treinta y siete horas contadas sin hablar con él, sin poder oír su voz, sin saber qué hace o que no. 


Sé que tengo que guardar la calma y no romper en llanto delante de Ale. Eso lo haría todo mucho más difícil. Pedro me llamará en cualquier momento y hablaremos, Ale también hablará con su padre y juntos contaremos los días que faltan para verlo entrar por esa puerta. 


—¿Qué dice ahí, mamá Paula? —pregunta Ale cuando el nombre de la película aparece en la pantalla. 


—“Madagascar” —le digo sonriente—. Y debajo dice “Escape África” —Solo Ale logra hacer que sonría, pero no lo hago como quisiera. Es nuestra primera noche en la casa sin que Pedro esté en el sillón para ver una película con ambos. 


Es este el momento en el que empiezo a pensar en cómo sería mi vida si él no estuviera aquí, y siento algo helado en el pecho. 


—¿Qué es África? —pregunta frunciendo el ceño. 


Me rio levemente y busco la manera de explicárselo, mientras que él come esa cosa apestosa para microondas que me da nauseas. 


—Bueno… África es un lugar —le digo—. Un continente lejos de aquí. 


—¿Papá Pero está en África? —pregunta con el ceño mucho más fruncido que antes. 


—¿Por qué preguntas eso? —cuestiono mordiéndome el labio para no reír y llorar al mismo tiempo.



—Porque dijiste que papá Pero estaba lejos y dijiste que África es lejos, ¿él está en África? 


Suelto un suspiro, pongo pausa a la película y luego me acerco para poder mirarlo a los ojos y acariciar su sedoso cabello. No sé cómo decirlo y no sé si podré hacerlo sin llorar. ¿Quién diría que ser madre sería así de duro cuando Pedro no está cerca? 


—¿Crees que papá Pero vea a Alex el león y Marti en África? —cuestiona con emoción, nombrando a algunos de los personajes de la película animada. Eso me hace sonreír. Jamás vi tanta ternura en un solo niño, y es mi niño—. ¿Puedo pedirle algo, mamá Paula? ¿Puedo? ¿Podemos visitar a papá en África? 


—Escucha, Ale —le pido, buscando el tono de voz adecuado para decirlo—. No importa a donde papá Pedro esté, ¿de acuerdo? —Él asiente—. No importa si está muy lejos o muy cerca. Tienes que saber que papá regresará y estará con nosotros. Solo tenemos que contar los días como te enseñé, ¿recuerdas? 


—¡Sí! —exclama abrazándome con una enorme sonrisa—. ¡Hasta diez! ¡Uno, dos, tres! 


Me rio levemente y lo abrazo aún más fuerte. 


—Exacto, hijo. Hasta diez —murmuro con la voz entrecortada. Mi pequeño nota que mis ojos se empañan y mueve sus manitos hasta mi cara. 


Primero acaricia mis cejas, luego mi frente y por ultimo mis mejillas con delicadeza. Su pequeña manito y sus grandes caricias se complementan para llenar todo ese hueco negro en mi pecho. 


—Te quiero, mamá Paula —dice sonriéndome. 


—Y yo te quiero a ti, Ale —chillo abrazándolo. 


Me he roto en pedacitos, pero Ale con su abrazo provoca que no me desmorone por todas partes.



****

Más tarde, observo a mi pequeño que está dormido con palomitas de maíz entre sus manos, justo como la última vez. Me pongo de pie y lo descubro con la manta. Aparto toda la comida a un lado y me dirijo rápidamente a la cocina en donde Agatha está tejiendo algo mientras que mira un programa de bricolaje. 


—¿Podrías llevar a Ale a su cuarto, por favor? —le pido asomando mi cabeza. 


Ella se pone de pie con una de sus sonrisas y camina detrás de mí sin decir nada. Toma a mi pequeño en brazos y ambas subimos las escaleras hasta dejar a Ale en su cama. Lo cubro con su edredón rojo con dibujos de autitos negros, a combinación con todo su cuarto, beso su frente, presionando mis labios más de lo debido y luego me aseguro de que tenga la luz de colores encendida y que su baño este seco y listo por si se despierta en la noche. Jamás creí que esto me sucedería a mí. 


Hace poco más de un año habría estallado en risas si alguien me dijera que estaría velando el sueño de uno de mis hijos desde la puerta de su habitación, pero ahora lo estoy haciendo y todo esto me hace pensar en lo mucho que han cambiado las cosas, como he cambiado yo… Antes no era nadie, luego fui solo Paula y ahora siento que esa Anabela perdida en alguna parte comienza a regresar… 


—Tienes que descansar —me dice Agatha, colocado una mano en mi hombro. Me volteo en su dirección y procuro sonreírle débilmente. 


—Intentaré hacerlo —susurro. 


Ella pone cara de pena. Besa mi frente y se despide de mí como siempre suele hacerlo. La oigo bajar las escaleras, chequeo a Ale una vez más y luego camino lentamente hacia mi habitación. Apenas son las diez y muero por llamar a Pedro, pero en Japón deben de ser las cinco de la mañana y no es justo que lo despierte por uno de mis dramas. Sé que está bien y sé que si no ha llamado en la tarde es porque ha tenido cosas que hacer. A veces desearía que todo tuviese una explicación, así podría saber el porqué de todo esto, pero sé que es en vano. Solo tengo que esperar. 


Me siento en la cama, me cubro con el edredón y enciendo la televisión. No podré dormir hoy tampoco, como no lo he hecho ayer. No es lo mismo y solo es la segunda noche sin él. Tomo mi teléfono celular de encima de la mesita de noche y no contengo mis ganas, le envío un mensaje.



*Alex cree que estás en África (larga historia) Te extraño, los tres te extrañamos en realidad.* 


Espero unos cuantos minutos para ver si responde, pero nada. Ni siquiera está en línea. Suelto un suspiro claramente decepcionada, dejo mi teléfono bruscamente hacia un lado, me acomodo y veo televisión hasta sentir que mis ojos se vuelven pesados. 


Oigo un zumbido a lo lejos y estiro mi mano para detenerlo. 


Me muevo de mala manera y suelto un chillido al voltearme. 


Abro los ojos y lo primero que hago es acariciar mi vientre. 


Si Pedro estuviese aquí ni siquiera me hubiese movido de mi lugar que es entre sus brazos. Tomo mi celular, pero no logro ver del todo el mensaje. 


*Enciende la computadora, te llamaré* 


Suelto un bostezo y busco la computadora a toda prisa. No sé qué hora es y estoy muerta de sueño, pero no importa, lo único que quiero es oír su voz y verlo. Sé que será aún peor, pero lo necesito. Oigo el ruidito particular de la llamada de Skype y contesto de inmediato. La habitación está un poco oscura, así que estiro mi brazo y enciendo la luz de la mesita de noche. Al verlo al otro lado de la pantalla, mi sueño se esfuma de inmediato. Se ve tan bello, tan dulce y radiante. 


—Hola… —balbuceo sintiendo como mi vista se torna borrosa. No quiero llorar, pero sé que lo haré de todas formas. No puedo evitar acariciar a Kya, mientras que ambos nos observamos en silencio. 


—Hola… —responde. 


Apenas puedo oírlo. Sé que se siente igual que yo y quiero gritar por estar tan lejos de él. 


—Te extraño —le digo dejando que el llanto me venza. Esto será difícil. No podré y él tampoco. Lo amo con locura y eso él lo sabe, él es mi razón de ser, él es… él es mi todo y no está aquí.



—También te extraño —responde dándome una dulce, y al mismo tiempo, triste sonrisa—. No tienes idea de todo lo que te extraño Paula. Extraño a Ale… Extraño…


—No sigas —le suplico secando mi mejilla derecha—. No me digas cosas así porque voy a llorar… —le advierto. Veo esa hermosa sonrisa en sus labios y eso me reconforta. 


Decido dejar de lado el estúpido llanto y concentrarme en disfrutar de nuestra conversación. En Londres son las once de la noche y unos cuantos minutos y en Japón más de las siete de la mañana. Por eso ha llamado, porque de seguro acaba de despertar. Hablamos durante veinte minutos y he reído en varias ocasiones. Le cuento todo lo que hacemos con Ale y él me cuenta todas las reuniones y citas en las que ha estado desde que se bajó del avión. 


—Te amo —me dice lanzándome un beso. 


—Te amo mucho más, Pedro Alfonso —respondo sonriendo de verdad en casi dos días desde su ausencia. Nos despedimos y cierro la computadora con una sonrisa en el rostro. 


Tengo que admitir que me siento mejor. Lo extraño, pero regresará.




CAPITULO 30 (TERCERA PARTE)




Me bajo del coche y corro por los pasillos presa de la desesperación. Nunca he sentido tanto pánico en toda mi vida, es miedo, miedo que no me deja ni siquiera respirar, es la presión en el pecho más severa que he sentido hasta el momento y sé que sucede porque si no comienzo a pensar con claridad voy a perderlo de verdad. 


“¿Quieres ayudarme a preparar un pastel, Ana?” 


Siento los latidos de mi corazón hacerse más intensos. Es como si estuviese a punto de salir de mi pecho. Miles de recuerdos me invaden y me siento mucho, pero mucho, más culpable que antes. Oigo los gritos de mis guardaespaldas detrás de mí, pero no me importa. Sigo corriendo en dirección a Pedro


Quiero verlo, quiero abrazarlo y decirle todo lo que tengo que decir. Abro la puerta del departamento y bajo corriendo la escaleras. Antes de que pueda regañarme a mí misma por la estupidez que estoy haciendo es demasiado tarde porque estoy en la sala de estar. Me detengo con la mirada borrosa por las lágrimas, parpadeo y luego lo busco, pero no está ahí.



—¡Pedro! —grito—. ¡Pedro! —vuelvo a decir y luego subo las otras escaleras y cruzo todo el largo pasillo hasta que lo veo salir de la habitación de Ale. 


Me detengo en seco y él también. Hay unos tres metros que nos separan, pero puedo asegurar que él parece mucho más lejos. 


Pedro… —sollozo y luego corro en su dirección. Él hace lo mismo y cuando al fin nos encontramos, nos fundimos en un abrazo intenso e interminable—. Lo siento… —sollozo ocultando mi cara en su pecho—. Lo siento… yo… —balbuceo e intento buscar las palabras para disculparme—, jamás te haría escoger porque sé que eso no está bien… 


—Shh… —me dice acariciando mi cabello—. También lo siento, mi cielo. 


Me niego a abrir los ojos. Cuando los cierro su abrazo se vuelve más intenso, mucho más duradero, puedo concentrarme en mis demás sentidos para disfrutarlo a él por completo antes de que se vaya. 


—Lo lamento… —vuelvo a decir. La idea de que se vaya me aterra, eso él lo sabe, pero la idea de que pierda la empresa por la que tanto se ha esforzado me molesta—. Tienes que hacerlo, Pedro. Tienes que ir y solucionarlo porque es tu empresa, es tu esfuerzo, es un regalo de tu padre y tienes que permitir que siga siendo tuyo —le digo acariciando su mejilla. Ahora si me atrevo a verlo a los ojos y es lo más hermoso que puedo ver en todo el mundo—. Puedes hacerlo… Tardé en comprenderlo, pero… 


—Te amo —me dice así si más, dejando de lado todo lo que le dije—. Te amo, eso es todo… —asegura. 


Me abraza a aún más fuerte, como si eso fuese posible, y besa mis labios. Quiero llorar de felicidad y al mismo tiempo de dolor porque sé que él se irá. Estoy tan confundida. 


—¡Odio que me hagas sentir así! —chillo golpeando su hombro y detectando al instante un cambio de humor por causa de las hormonas—. ¡Te amo, mierda! ¿Por qué me haces enojar? 


Como es de esperase, él se ríe levemente y besa mi frente. 


Sé que esos cambios de humor repentinos le resultan graciosos. 


—Tenías que habérmelo dicho, Paula —sisea con voz glacial—. Si sabía que tú querías ir a ese lugar, yo…



—Era algo que tenía que hacer sola, Pedro —aseguro recordando todas esas imágenes horrendas y esas voces de los recuerdos que parecen burlarse de mí—. Quiero sacarla de ese lugar, quiero que esté bien y no lo estará en ese basurero. 


Él no dice nada, solo vuelve a rodear mis hombros con sus brazos y besa mi frente una y otra vez. Comienzo a relajarme. Quiero que esto funcione. Serán los diez días más horrendos de mi vida, pero sé que el volverá… 


—Te voy a extrañar demasiado… —murmuro apoyado mi cabeza en su hombro. 


—Aún tenemos unas veinte horas hasta que me vaya —dice mirándome con una pícara sonrisa en los labios. Me toma de la cintura y me carga en sus brazos. 


Me rio cuando veo que cierra con la llave la puerta de nuestra habitación y me deja en la cama. 


—¿Y Ale? —pregunto elevando una ceja. Es obvio que no pensó en todos los detalles. 


—Ale está con Agatha. Tú estás conmigo… —sisea viendo a su alrededor, como si inspeccionara la habitación—. Y al parecer no tienes escapatoria. —alardea, me mira fijamente y se quita su camiseta. Recuerdo que tengo las manos sucias por ese lugar, me miro a mi misma y sé que no quiero hacerlo así. 


Quiero darme un baño, primero —le pido sintiéndome como una niña que recibirá un regaño en cualquier momento—. Es que… 


—Ven —dice extendiendo su mano—. Vamos a darnos un baño, entonces, cariño…



*****


La habitación de hotel en la que se encuentra le resulta fría y vacía. Se mueve de un lado al otro sin saber que hacer exactamente. Ha pasado una semana y aún no ha dejado de pensar en ese encuentro. Sabe que quiere gritar y decirle todo la verdad, pero al mismo tiempo sabe que no puede hacerlo. La camarera termina de hacer la limpieza general de la habitación mientras que él mira la pantalla de su computadora una y otra vez. Ha pasado esas miles de imágenes una y otra vez, y por alguna razón no puede dejar de hacerlo.



—Cada vez falta menos, joder —se dice a si mismo pasando su mano por su incipiente barba. Oye el ruido de la puerta y se pone de pie al ver a su padre entrar a la habitación con el rostro pálido y el sobretodo cubierto de nieve. Son las seis de la tarde y lo último que se le ocurrió fue pensar en que su padre tenía cosas que hacer en una cuidad casi desconocida—. ¿Dónde carajo estabais? —pregunta él con mal humor. 
Se acerca hacia su padre y lo ayuda a sentarse en el sillón blanco de un rincón—. ¿Por qué coño no me has avisado que salíais? —indaga preso por la desesperación. 


Todo lo que ha hecho en los últimos meses comienza a dar sus frutos y no quiere que su padre se emocione y arruine el plan de encuentro. 


—Basta, Lucas… —le dice el cerrando sus ojos. Está cansado de la actitud grosera de su hijo, pero supone que no tiene otra opción. Sabe que está invadido por la furia y el dolor—. Déjame descansar un momento —le pide intentado recuperarse de lo que ha vivido. 


Verla fue como si estuviese presenciado a Christina. Tan dulce, tan vulnerable, tan fuerte y débil al mismo tiempo. Era su viva imagen con el único inconveniente del que él no sabía. Fue una sorpresa verla por primera vez así, en esas condiciones y sobre todo embarazada. 


Él no lo sabía y estuvo a punto de desmayarse entre cientos de lapidas y muertos por solo verla. Su pequeña Anabela… Esa niña de solo dos días de vida, esa imagen que él jamás ha podido borrar de su mente. 


—¿A dónde cojones habéis ido? —vuelve a preguntar. Él se pregunta si enfrentar a su hijo, asumir sus consecuencias y decirle que al fin pudo ver delante de sus ojos a su pequeña bebita convertida en toda una mujer, pero sabe que no debe hacerlo. Lucas está fuera de control. 


—¿Por qué no me habéis dicho que está en cinta? —pregunta poniéndose de pie. A pesar de su mala salud tiene los deseos de armar una pelea con su hijo. 


—¿De qué mierda habláis, viejo? —pregunta él, medio en riendo, medio enfadado. 


—¿Por qué no me dijiste que estaba esperando una criatura? —pregunta él sintiéndose molesto también. 


Confía en su hijo y cofia en que todo saldrá bien, pero no puede permitir que él lo engañe. Lo que más anhela es recuperar lo que perdió.



—Joder… —responde el colocando una mano en su frente—. ¿La fuiste a buscar? —pregunta incrédulo—. ¿Fuiste a buscarla? ¿Husmeaste mis cosas de nuevo y encontraste su dirección? 


—No, que va. 


—¿Qué has hecho? —exclama perdiendo el control. —Solo la he visto, deja de gritar —ordena él inmutable, pero sabe que con el carácter de su hijo, no funcionará—. Solo la he visto por accidente. Fui al jodido cementerio y ella estaba ahí —explica mirando un punto fijo en el piso como si reviviera el momento—. Ella estaba ahí… —murmura con el tono de voz más bajo que antes—. Ella es realmente… 


—Es realmente hermosa —agrega él apretando sus puños, como si no quisiese admitirlo. Sabe que lo es, lo ha comprobado y se siente molesto por saber que intentar coquetear con ella es una locura—. No solo es hermosa, viejo. Está embarazada, tiene un niño de cuatro años, por lo que sé lo han adoptado y tiene una vida perfecta con un jodido alemán. No sé para qué mierda queréis insistir. 


—No es insistencia —asegura y eso lo molesta. 


—¡No, claro que no es insistencia, padre! —grita él perdiendo el control—. ¡Es culpa! ¡Te sientes jodidamente miserable por haber hecho lo que hicisteis y por eso queréis remediarlo, pero ella no es quién crees! —grita intentando deshacer su furia. 


—¡Quiero darle lo que le pertenece, Lucas! quería… 


—¿Queríais encontrar a tu jodida heredera? —grita terminando la frase de su padre—. ¡Pues ahí tienes a tu heredera!