lunes, 28 de agosto de 2017
CAPITULO 12 (PRIMERA PARTE)
Abro los ojos y lo primero que observo es a mi esposo saliendo del baño. Se dio una ducha y luce completamente feliz y radiante. Su cabello aun está húmedo y solo lleva una minúscula toalla en su cintura. Mmm… comienzo a excitarme de nuevo.
–Hola. –Me dice cuando ve que lo observo. Sigo tirada en la cama enredada ente las sabanas.
–Hola. –Respondo con timidez fingida.
No sé porque, pero luego de lo que ocurrió –Y que fue magnífico– me siento rara. No sé qué decirle y tampoco sé cómo actuar exactamente.
– ¿Descansaste un poco? –Pregunta mientras que con la toalla pequeña que tiene entre sus manos seca su cabello.
Le sonrío con sinceridad.
–Sí, fue una linda siesta. –Afirmo estirando mis brazos hacia arriba. Amo mi cama, no hay nada mejor en la casa. Sonríe y luego se dirige al armario por algo de ropa.
–Será mejor que te des otra ducha. Ordené que nos trajeran el desayuno a la cama. –Me dice con la mirada cargada de dulzura.
– ¿Enserio? –Pregunto con sorpresa. Jamás pude darme el gusto de desayunar en la cama. Así, esto sí que es rarísimo.
–Sí. –Me responde a lo lejos. Está dentro de nuestra pequeña tienda así que no puedo verlo, pero lo oigo con claridad.
Salto de la cama con una actitud completamente renovada.
Me cubro con las sabanas blancas y corro al baño. Cierro la puerta y luego abro la ducha rápidamente. Me meto debajo y me doy un baño completo. Enjabono todo mi cuerpo otra vez y comienzo a recordar lo que sucedió horas atrás. Parece increíble, es otro Pedro, es otro esposo. No coincide con lo que yo asumía. Se convirtió en un hombre apasionado, excitante, dulce y al mismo tiempo dominante de un día para el otro ¿siempre fue así y no lo note? ¿Pude ser tan idiota? ¿Qué es diferente a lo de antes? ¿Por qué jamás sucedió esto?
Algo cambió, lo sé. Miro mis pechos, inconscientemente me los sigo enjabonando y recuerdo como la boca de Pedro chupaba cada uno de mis pezones. Siento una punzada familiar en mi sexo y sé que si continúo con mis pensamientos… mejor me detengo.
Cierro la ducha y luego me seco el cuerpo, enciendo el secador de pelo y luego de varios minutos salgo a la habitación con el pelo seco y la toalla envuelta alrededor de mi cuerpo. Pedro está sentado y mantiene su espalda sobre el respaldo de la cama, luce unos pantalones vaqueros azules y un suéter de punto color crema mientras que mira la televisión. El canal de noticias hace que me informe sobre un robo a una joyería… ¡Mis pendientes!
– ¡Mis diamantes!–Exclamo horrorizada. Los deje en el baño ayer por la noche. Oh, mi dios. No, no, no.
Corro al baño de nuevo y no los veo por ningún lado.
Comienzo a desesperarme. Pedro aparece en la puerta del baño y cuando intento correr hacia la caja fuerte para supervisar que están ahí me detiene con ambos brazos.
–Relájate. –Me dice mirándome fijamente a los ojos. –Respira. Paula, respira por favor.
–Pedro, los pendientes. –Digo con la voz entrecortada.
–Tranquila. –Me dice con toda la tranquilidad del mundo. Su expresión me desespera. –Guarde los pendientes en la caja fuerte ayer en la noche. –Me informa. Suspiro, pero aun así me falta el aire. –Todo está bien, están a salvo.
Suelto todo el aire acumulado en mis pulmones y Pedro me abraza con dulzura. Apoyo mi cabeza en su pecho y respiro, respiro, respiro una y otra vez. Me dio un susto de muerte.
– ¡No vuelvas a hacerme eso! –Exclamo golpeando su pecho con fuerza. Al principio no le gusta lo que hago, pero luego nuestras miradas se cruzan y una sonrisa escapa de su boca. Me relajo.
–Vístete. –Me ordena mostrándome una sonrisa torcida.
Acaricia el dorso de mi brazo y luego lo veo regresar a la cama.
Hago lo que me dice y corro hacia mi armario y tomo el primer conjunto de ropa interior que veo. Me lo coloco rápidamente y luego coloco sobre mi cabeza una musculosa de tirantes rosa pálido y unos jeans ajustados. Hoy no quiero vestirme como toda una dama londinense.
Reaparezco en la habitación de nuevo ya vestida y maquillada al estilo natural. Huelo a perfume francés de los más caros y mi cabello está suave y brillante. Me siento en la cama y veo un poco de televisión con él en silencio. Golpean la puerta y la empleada entra a mi cuarto con la bandeja del desayuno. Pedro la toma entre sus manos y luego de despedirse de la tal Andy esa, la coloca sobre su regazo.
Hay de todo: zumo de naranja, galletas con chispas de chocolate, ensalada de frutas, café caliente, una tetera para el té y diversos pedazos de tartas de diferentes sabores.
Toma el periódico y lo observa rápidamente. Pasa las paginas con desesperación y cuando encuentra la sección de negocios, mi rostro hermoso y perfecto aparece en la página del periódico. La foto se ve en grande y Pedro toma mi cintura mientras que ambos sonreímos hacia la cámara.
La fotografía se ve tan real…
–Salimos en el periódico. –Dice con una amplia sonrisa.
–Siempre salimos en el periódico.
–Sí, pero esta vez salimos en la sección ‘Sociales’ y no en la sección ‘Empresarial’ –me responde sonriente.
–Era de esperarse. Mi rostro vende más. Es obvio. –Murmuro con vanidad.
Él sonríe y lo deja a un lado sin tomarle mucha importancia.
Muchas veces hemos salidos en el periódico. Para mi es algo normal.
– ¿Qué quieres primero? –Pregunta observando la bandeja con suma concentración. Balbuceo antes de escoger lo que quiero. La verdad no estoy segura y sé que si como eso engordare y me veré terrible.
–La ensalada de frutas. –Digo sin dudarlo más. Me pasa el potecito de porcelana y luego me ofrece una cuchara. Se lo agradezco y comienzo a comer muy despacio los pedazos de frutas. Coge el pastel de chocolate y se lleva un pedazo a la boca. No puedo evitar mirarlo. Su boca en movimiento me recuerda todo lo que hicimos y lo bien que lo hicimos. Me gusta su boca…
– ¿Quieres? –Me pregunta señalándome el pastel. Notó que lo estaba observando y por un maldito momento me ruborizo como una tonta adolescente. Le digo que no con la cabeza y el acerca la cuchara a mi boca.
–Pruébalo. –Me dice en un susurro. Me niego, no subiré de peso, olvídalo, querido.
–Es casi tan delicioso como tú. –mueve la cuchara delante de mí y mi boca permanece cerrada. Sonríe y luego hace que me ensucie los labios con crema de chocolate. Quiero protestar pero con la mirada veo que me advierte que no me mueva. Acerca sus labios a los míos y con su lengua quita el chocolate de ahí. Esa sensación me encanta. Quiero que lo haga de nuevo.
– ¿Te gustó?
–Sí. –Respondo complacida. –Hazlo de nuevo.
El toma más crema del pedazo de tarta y con delicadeza lo coloca otra vez sobre mi labio inferior y la comisura de mi boca. Aparta la cuchara y luego deja la bandeja a los pies de la cama. Cierro los ojos cuando siento que se acerca, su respiración choca con la mía y sus dedos acarician mi cara paulatinamente, está observándome.
–Eres hermosa. –Susurra acercando su boca a mi oreja. Oír eso me genera placer. Me gusta que me diga ese tipo de cosas. –La más hermosa. –Sé que lo dice con sinceridad, no finge como las demás veces, porque es obvio, si soy hermosa y eso todos lo saben.
Acerco mis labios a los suyos y él me besa. La crema de chocolate se introduce dentro de su boca y luego en la mía.
Siento su lengua con sabor a cacao recorrer mi cavidad y me encanta. Nos acariciamos con los labios desesperadamente.
Ya estoy excitada, eso no tengo que decirlo porque es obvio.
Ya lo dije antes, me gusta su boca. Algo cambió entre nosotros, todo es diferente.
Su torso cae sobre el mío y ambos estamos derribados sobre el colchón. Se mueve y se posiciona sobre mis caderas y flexiona las rodillas para no aplastarme. Tomo su cuello entre mis manos y muevo su cabeza a mi antojo y profundizo el beso. Siento que me falta el aire, pero no quiero detenerme
– ¿Pedro? –Oímos a Barent al otro lado de la puerta.
¡Mierda! ¿Por qué justo ahora? ¿Por qué a mí? ¡Maldito viejo!
Nos separamos con la respiración acelerada. Nos interrumpió de nuevo. Ya me moleste. Mi esposo me mira como disculpándose y luego aleja sus manos de mi.
–Sé que no te lo dije antes, pero tu tío es un grano en el trasero. –Le susurro cruzándome de brazos enfadada. Oh, sí. Me encanta hacer rabietas por todo. Soy una niñita.
–También lo creo. –Me responde con una sonrisa traviesa en el rostro. Se acerca a mí y me roba un beso. Yo ni me muevo. Sigo enfadada. Él hace que su tío entre a la habitación y al verlo inmediatamente le hago saber que estoy molesta.
–Buenos, días querida. –Me dice amable. Su curiosidad es notable porque observa cada rincón de la habitación y me ruborizo cuando noto que está observando mi conjunto de ropa interior que no utilice antes tirado en el suelo, me sonrojo, por dios que vergüenza, el viejo está viendo mi ropa interior sexy y seguramente está relacionando eso con mis gritos de horas atrás.
–Buenos días, Barent. –Respondo sin despegar la mirada de la televisión en modo mute.
Tengo que ser amable, tengo que ser amable, no debo quejarme, no ahora. Me regaló diamantes, debo ser gentil al menos por unos minutos.
– ¿No interrumpo, verdad? –Pregunta fingiendo inocencia en dirección a Pedro. Me contengo para no abrir mi boca y mandarlo al demonio.
–Claro que s… –digo.
–No, tío. No interrumpes. –Dice mi esposo interrumpiéndome, con una sonrisa fingida.
¡Claro que si interrumpe!
–Que bien. –Expresa despreocupado. –Pedro, acabo de hablar por teléfono con tu madre y me invito a almorzar dentro de un par de horas, me preguntaba si quieres acompañarme.
Oh, no. Almuerzo en casa de la arpía de mi suegra. La vieja me odia y es una… ¡bruja!
–Claro que iremos, tio. –Responde mi esposo con suma seguridad. Eso me enfada más. Ni siquiera le importó preguntarme si yo tenía deseos de ir. Eso me molesta. Este es el momento en el que debo recordar que todo esto en un maldito acuerdo y que nada de lo que sucede entre nosotros es verdad. Me siento como una gran imbécil.
A él no le importa mi opinión, no le interesa lo que me sucede, solo me utiliza como objeto sexual cuando se le canta la maldita gana y yo caigo como estúpida. Ahora sí, quiero gritar. No digo nada, me muerdo la lengua para no insultarlo delante de su tio. Pienso en mis millones, en mis diamantes y en todo lo que tengo… sí, eso funciona, no lo quiero a él eso es obvio, quiero su dinero. Al demonio todo.
Puedo buscar sexo en otra parte.
El viejo se marcha de nuestra habitación y yo sigo cruzada de brazos observando la televisión. Pedro se acerca y parece querer besarme pero lo alejo rápidamente.
–No me toques. –Digo colocándome de pie rápidamente. Él frunce el ceño y suspira.
– ¿Qué sucede ahora? –Pregunta hacia mi dirección.
– ¡Vete al demonio, Alfonso! –Exclamo tomando mi celular de la mesita. Luego cruzo el umbral de la puerta y camino rápidamente hacia el pasillo.
– ¡Paula! –Lo oigo gritar a mis espaldas. – ¡Regresa aquí!
Luego a la biblioteca y cierro la puerta con llave. Ese es mi lugar, ahí me siento segura y sé que puedo encerrarme en mi burbuja y pensar en cosas sin importancia. Ahora más que nunca quiero estar sola. Me siento confundida, muy confundida.
Suelto mi teléfono sobre el escritorio y recojo el primer libro que encuentro. No me interesa leer nada en específico, pero lo haré para despejar mi mente. Basta de pensar en él. Estoy cansada.
Mi teléfono suena y lo miro desde lo lejos. Sé que es él. No pienso contestar. Me sorprende que aún no haya tirado la puerta abajo. La llamada se corta y luego suena de nuevo.
Me pongo de pie frustrada y oprimo la tecla roja de la pantalla táctil. Vuelve a sonar de nuevo y decido responder solo para ver qué quiere decirme.
– ¿Qué demonios quieres? –Grito hacia el otro lado de la línea. Oigo su respiración agitada por la molestia y el enfado.
¡Me vale! ¡Que se joda!
–Sal de esa maldita biblioteca. –Me dice muy firme. –Ahora.
–No lo haré. No me das órdenes. –Replico a la defensiva.
– ¿Por qué haces esto? –Me cuestiona.
–Porque quiero. –Respondo fríamente y luego cuelgo la llamada. No me importa lo que me dice, al demonio con Pedro y su maldita familia.
CAPITULO 11 (PRIMERA PARTE)
Abro los ojos y lo primero que noto es que no estoy en la habitación de huéspedes, sino que me encuentro en mi cama. Miro a mi alrededor desconcertada y no veo a Pedro.
–Me trajo hasta aquí –Es lo primero que se me viene a la mente. Generalmente mi sueño suele ser muy profundo.
Me siento en la cama y observo por la ventana. Es un día nublado, como casi todos los días en Londres y lo peor de todo es que es sábado por la mañana. Distingo el reloj de mi celular que descansa sobre la mesita de noche. Son las siete treinta de la mañana. Quiero seguir durmiendo, pero no puedo hacerlo. Me fastidia tener que pensar que mi ‘querido’ esposo estará todo el día en la casa y eso solo me forja a sentirme incomoda y molesta. No quiero verlo.
Me pongo de pie y me dirijo al baño. Estoy desnuda así que no me preocupo por quitarme nada. Desenredo mi cabello y luego abro la ducha. Hoy será un día muy largo y fastidioso por dos. No puedo creer que esto me está sucediendo, ¿Por qué no podemos despertar y tener sexo mañanero de sábado como todas las parejas normales?
<<No somos una pareja normal>> –me dice mi mente que al parecer tiene deseos de amargar mi mañana. Solo somos dos personas que se casaron por dinero y fingen ser algo que jamás serán.
Me coloco bajo el agua artificial y me relajo rápidamente.
Necesito un baño. Hago todas mis rutinas de lavar mi cabello, mi cuerpo y lo demás. No es necesario explicar el proceso. Salgo de la ducha y luego de secarme tomo mi bata y regreso a la habitación.
Genial, mi día comienza a mejorar.
Pedro está recostado sobre la pared con los brazos cruzados a la altura de su pecho y me observa detenidamente. No sé que planea, pero no le dirijo la mirada.
– ¿Quieres dejar de mirarme? –pregunto dándole la espalda.
–Eres mi esposa, puedo verte todo el tiempo que quiera. –me responde.
–Vete. Quiero vestirme en paz.
–Quiero ver cómo te vistes.
– ¡Eres imposible!–chillo y lo oigo reír levemente.
Ingreso a mi tienda individual y se me cruza un gran plan por la cabeza. Haré que pague por todo lo que está haciendo.
Puedo ser mucho peor cuando me fastidian.
Tomo un conjunto nuevo de ropa interior que todavía no estrené y luego de un par de pasos alcanzo mi crema corporal. Regreso a donde Pedro se encuentra y me quito la bata, suelto mi cabello y a través del espejo veo que me observa detenidamente.
Estoy molesta con ese hombre y quiero que sienta lo mismo que sentí anoche, cuando me dejó tirada en la cama a mitad de un orgasmo.
–Paula… –Dice con la voz entrecortada. No respondo. No quiero hacerlo. Subo una de mis piernas a la cama y coloco crema en ella, luego con mis manos comienzo a esparcirla por toda mi piel. Lo hago apropósito, quiero ver qué pasa.
Jamás se me había ocurrido en todo el año que llevamos de casados, porque antes ni siquiera me importaba tenerlo cerca, pero luego de lo de anoche tengo que intentarlo.
–Paula, necesito decirte algo importante.
–Dímelo. –Respondo sin dirigirle la mirada.
Cambio de pierna y sigo esparciendo crema por ella. Lo hago lentamente, sé que está mirando, cada vez voy subiendo más y más hasta que froto el líquido con olor a flores sobre la parte interior de mis muslos. Apropósito lo hago a tal manera que él pueda a verme por completo. Sé que la vio. Cierro las piernas y luego comienzo a pasarla por mis brazos y mis hombros, él me observa, veo que está excitado. Sé que funcionará. Froto mis senos y los muevo lentamente, él sigue cada uno de mis movimientos con los ojos, me come con la mirada. Así, así lo quiero, justo así.
–Paula, deja de hacer eso. –Pronuncia con la voz ronca.
Paula, Paula, Paula… todo lo que sabe decir es Paula.
Le lanzo una de mis miradas más seductoras y luego camino así desnuda como estoy hacia su dirección.
– ¿Me ayudas? –Le digo dándole el envase de crema y volteándome de espaldas. Quiero que me toque al menos un poquito.
Escucho como abre el recipiente y siento la crema fría sobre mi piel. Sus manos se deslizan en círculos lentamente por mis costillas y luego asciende hacia arriba. Frota tiernamente mi hombro derecho y el izquierdo. Cierro los ojos, me gusta lo que está haciendo. Ambas palmas de sus manos bajan paulatinamente y marcan el contorno de mi cintura.
Comienzo a sentir calor. Las mueve muy despacio y cuando alcanza a mis caderas me atrae hacia él y mi trasero choca con su erección.
Oh, mi dios.
Quería que eso sucediera y sucedió. Ahora debo enfrentarme a lo que sigue. Resistir y hacerlo pagar o entregarme y vengarme en otra oportunidad.
–Lo haces apropósito. –Susurra sensualmente sobre mi oído derecho. Siento su aliento chocar contra mi cuello. Lo escucho sonreí detrás de mí y por alguna razón suelto una carcajada.
–No lo hago apropósito. –Digo entre risas. Él me voltea y ahora estamos frente a frente. Se ve que la situación le causa gracias. Todo pasa a ser divertido, estamos jugando un juego y eso me gusta. –No lo hago apropósito. –Repito cambiando mi sonrisa por una fina línea en mis labios. Veo que enmarca las cejas y luego se me escapa otra risa, me suelta y corro hacia el otro lado de la habitación, pero él viene detrás de mí, sus manos alcanzan mis caderas y grito cuando siento que caemos hacia el colchón de la cama.
– ¡Pedro! –Exclamo a modo de regaño. Él se ríe a carcajadas que se oyen por toda la casa, jamás lo oí reí así, en realidad jamás lo oí reír. Lo cual me resulta extraño y lindo al mismo tiempo. Me toma de la cintura y hace que me coloque encima de él, no me niego y dejo que mi peso haga presión sobre su cuerpo.
–Paula, Mírame. –Ordena con dulzura, lo hago y me arrepiento. Me siento idiotizada, no sé cómo reaccionar. Su voz es suave y sensual al mismo tiempo me seduce y hace que pierda la razón. Sus ojos son tiernos y tienen un brillo especial.
Muevo lentamente mis manos hacia su pecho y coloco una pierna a cada lado de sus caderas.
–Esto empieza a funcionar. –Susurra, mientras que desliza sus manos hacia mi trasero. – ¿No crees?
–Claro que lo creo. –Respondo rápidamente y luego acerco mis labios a los suyos. Quiero besarlo, quiero tocarlo, quiero que tengamos sexo como ayer en la noche por que esta vez sea mucho mejor. Lo quiero dispuesto a todo.
Muevo la boca y siento como me abraza con sus fuertes brazos por la cintura. Él comienza a besarme y cuando nuestras lenguas se encuentran me vuelvo loca de felicidad.
Me muevo solo un poquito para excitarlo. Siento su miembro justo debajo de mí y pide a gritos ser liberado. En un seco movimiento ambos nos volteamos y ahora el está encima de mí. Comienza a besar mi cuello muy lentamente y hace que la temperatura de mi cuerpo vaya aumentando, luego siento como su lengua caliente busca el lóbulo de mi oreja y lo chupa con goce. Cierro los ojos y disfruto de esa hermosa sensación.
–Paula... –Dice entre susurros.
–Bésame. –Le suplico con un hilo de voz. Él me hace caso y posa su magnífica boca sobre la mía. Nos besamos frenéticamente, percibo como nuestros labios se mueve al compás y como miles de sensaciones aparecen en mi estomago. –Bésame como solo tú sabes hacerlo.
Sus manos comienzan a acariciar mis senos y luego los aprieta con un poco más de fuerza, gimo cuando siento que sus dedos tocan mis pezones duros y su lengua deja mi boca y comienza a descender hasta saborear la piel de mis senos. Determino que quiero gritar. Me gusta, me encanta lo que está haciendo. Abro los ojos y con desesperación poso mis manos sobre la parte trasera de su cabeza y las entierro en su cabello. Se siente delicioso, mis pezones están entre sus labios y su lengua los estimula vivazmente.
Palmeo su torso, quiero quitarle la ropa ahora mismo. No me importa nada y de un tirón arranco todos los botones de la prenda y los hago volar por todos lados. Ya lo hice una vez, no tiene nada de malo que lo haga de nuevo.
–Esa camisa era nueva. –Dice Pedro elevando su cabeza con una sonrisa traviesa en su rostro. Eso para mí es luz verde.
–Somos ricos, puedes comprar otra. –Digo mordiéndome mi dedo índice como si fuese una niña pequeña. Me devora rápidamente y me dejo, sus labios vuelven a besarme. Mis manos apartan la molesta prenda del lugar y luego palmean su espalda, sus bíceps y sus hombros. Estoy muy excitada, ya me canse de juego previos. Busco el cinturón de su pantalón y lo desabrocho con desesperación luego desprendo el botón y bajo el cierre. Ahí está, esperándome.
Meto mi mano dentro de su ropa interior y tomo su virilidad entre mis manos. Caliente y duro, ¿Cómo no había hecho esto antes? Lo oigo jadear y veo como cierra los ojos. ¿Lo hago o no lo hago? Claro que si lo haré.
–Desnúdate. –Murmuro rápidamente. Él me deja sobre la cama y se quita los pantalones y los calzoncillos. Me siento en la cama y cuando voy a acercarme para saborearlo su mano me detiene en seco.
–No es necesarios que lo hagas. –Dice observándome desde arriba. Frunzo el ceño, no entiendo qué demonios está diciendo. Me relamo los labios del gusto. Quiero hacerlo, ahora si tengo deseos de probar que se siente. Intento acercarme pero me toma por las caderas y me arrastra hacia la parte superior de la cama. Mi cabeza siente las almohadas de plumas y luego el cuerpo desnudo de Pedro encima del mío.
– ¿Por qué? –Pregunto con la respiración acelerada.
–No es necesario. –Murmura y luego abre mis piernas. No me quejo, dejo que juegue con mi feminidad y que explore.
Su dedo índice entra y sale rápidamente. Gimo, jadeo y de vez en cuando gimoteo. Me encanta lo que hace. Cierro los ojos y siento dos de sus dedos dentro de mí, mi sexo se expande, arqueo la espalda y me agarro de sus hombros cuando acelera el ritmo, los araño con mis uñas y jadeo otra vez. Es embriagador.
–Tócame. –Le pido cuando sus manos se alejan de mí. Las siento de regreso sobre mi cuerpo, él me toma con delicadeza por la cintura y comienzo a sentir como se introduce en mí, muy lentamente. Veo estrellas, de verdad, veo estrellas. Lo saca muy despacio hasta la mitad y luego lo introduce con brusquedad. Grito. No me esperaba eso.
Repite la acción y vuelve a hacerlo, pero más fuerte que antes, ¡Mierda!
¡Si resulto!
–Ah, muévete. –Le imploro.
Comienza a moverse una y otra vez dentro y fuera muy rápido. Ambos nos meneamos juntos y oigo algún que otro gruñido de su parte. Enredo mis piernas sobre su trasero y alzo más la pelvis, así lo siento más adentro. Oh, sí. Él acelera el ritmo cuando creo que eso ya no es posible, siento cosquillas en el vientre y algo extraño en mi interior. ¿Será un orgasmo? ¡Espero que sí! ¡Ya los extrañaba!
Abro los ojos y lo veo. Su cabello está alborotado y todo su cuerpo tenso. Hay algunas arruguitas visibles en su frente y la expresión de placer y satisfacción es su rostro es indescriptible. Me hace feliz saber que soy yo quien lo produce. Me siento en la gloria.
– ¿Así lo quieres, Paula? –Pregunta para provocarme más. Asiento con la cabeza rápidamente. – ¿así?
– Sí… Sí, así lo quiero. –Murmuro con voz rasposa. Está haciendo un excelente trabajo. Su miembro entra y sale de mí avivadamente y me hace vibrar. Se detiene y luego me voltea de costado. No digo nada, dejo que me controle, soy su marioneta, su juguete y me encanta. Eleva mi pierna derecha hacia arriba y la sostiene con un brazo. Mis extremidades forman un ángulo de noventa grados a la perfección. Oh si, sé lo que hará y me encanta esa idea.
–Dime, cariño, ¿Qué quieres?
– Follame… ¡Follame, Pedro! –Exclamo con desesperación.
Siento como su miembro se aproxima a mí y luego lo siento adentro de manera inesperada.
– ¡Ahh! –Dejo escapar un grito.
Disfruto de cómo me penetra una otra vez muy duro, como me gusta. El aire se acaba rápidamente y las maldiciones que quiero decir no salen de mi boca, tengo calor, mucho calor y cada vez que acelera el ritmo dejo que gemidos escapen. Me oirán, lo sé, por eso me muerdo el labio inferior para callarlos, pero no lo logro. Mis tetas golpean unas con otras y producen un sonidito que me resulta agradable, aprieto la espalda de Pedro y le clavo las uñas, el gruñe y abre un poco los ojos para regañarme, no me importa.
Acelera el ritmo para darme mi merecido y me hace gritar aun más. Estoy impresionada. Mi cabello rebota por todas partes y con la mano que tiene libre se encarga de quitármelo de la cara. Acerca su boca y me besa, ahogo mis clamados jadeos en sus labios. Siento como me desea y me devora. Comienza a moverse un poco más lento y registro que mis piernas se debilitan, mi estomago se retuerce y mis ojos se cierran, estoy muy cerca, pero necesito mas.
–Más, quiero más. –Susurro y luego me coloco a horcajadas sobre él. Tomo su pene entre mis manos y lo introduzco en mi feminidad. Lo hago lento y pausado. De arriba hacia abajo muy acompasado. Eso le encanta. Veo como cierra los ojos y siento la fuerza con la que me toma de la cintura.
–Muévete, cielo. –Lo oigo decir. Se me activan todos los sentidos cuando oigo que dice la palabra ‘cielo’ y comienzo a cabalgar sobre sus caderas. Ambos gemimos, lo hago rápido como jamás creí que soportaría hacerlo. Hecho mi cabeza hacia atrás. Siento y disfruto de una de sus manos mientras que aprieta mi seno derecho.
– ¡Pedro! –Grito cuando sé que está cerca. Siento que me toma con más fuerza y hace que sus penetraciones sean mucho más profundas y duras dentro de mí. Las piernas me tiemblan, se acerca, ya casi está listo.
– ¡Espérame!–Escucho que exclama. Intento respirar, sigo moviéndome y él también lo hace, pero con mas desesperación y más rapidez que yo.
– ¡Ah! Sí…–Grito cuando por fin acabo. Mis piernas flaquean y mi fuerza de voluntad por seguir encima de Pedro se acaba. Me derrumbo sobre su pecho y escucho como gruñe y suelta un grito. Luego todo su líquido se derrama en mi interior. Respiro dificultosamente. Contemplo como su pecho se eleva hacia arriba en busca de aire. Acerco mi cabeza a la suya y veo una fina capa de sudor en su frente.
–Funcionó. –Le digo con una sonrisa de satisfacción en el rostro. Él me toma entre sus brazos y acaricia mi cabello.
–Funcionó. –Me responde con el mismo tipo de expresión que tengo yo en el rostro. Le sonrió y luego acepto su beso de feliz sexo mañanero.
CAPITULO 10 (PRIMERA PARTE)
Entre llanto y angustia, por primera vez decido hacer lo que realmente siento.
Me pongo de pie y luego de tomar mi bata salgo de la habitación y recorro el pasillo hasta llegar al cuarto de visitas más alejado del que se encuentra Pedro. Cuando estoy por incorporarme al interior de la alcoba, el tio de mi esposo aparece para terminar de arruinar mi patética noche.
–Paula, querida ¿Qué haces aquí?–Pregunta sorprendido.
No quiero verlo a los ojos, se dará cuenta de lo que sucede y eso solo hará que arriesgue todo lo que tengo.
–Barent, ¿Qué haces tú aquí? –Pregunto sin voltearme a verlo.
Noto que es una pregunta estúpida, es obvio que su habitación está al lado de la que quiero escoger.
– ¿Estás llorando? –Cuestiona posicionándose delante de mí. – ¿Qué ocurrió?
Veo preocupación en sus ojos y comienzo a desesperarme, no pensé que esto podría sucederme.
–No ocurre nada, ve a descansar, estaré bien. –Respondo limpiado mis mejillas que están empapadas en lágrimas.
Aunque no pueda creerlo, las palabras de Pedro me dolieron, me hicieron sentir como lo que realmente soy.
–Dime cual es el problema. –Exige. Abre sus brazos para darme consuelo y lo acepto por unos segundos.
–Yo soy el problema, Barent. Siempre soy el problema. –Respondo y luego me introduzco a la habitación sin decir más.
Me acuesto en la cama doble y observo las sombras que producen los arboles de afuera sobre el piso y las paredes.
Me noto rara, quiero estar en mi habitación y por extraño que parezca, me siento incomoda al no tener la espalda de Pedro pegada a la mía. Supongo que luego de todo un año de dormir así, uno se acostumbra.
Eres una maldita zorra ambiciosa.
Abrazo la mullida almohada que se encuentra a mi lado e intento reprimir los deseos de llanto que invaden cada centímetro de mi cuerpo.
No lo lograré. Soy una estúpida, siempre lo fui.
No lloro por lo de ‘maldita ambiciosa’, porque al fin de cuentas lo soy, pero lloro porque me dijo ‘zorra’. No sabe lo que significa esa palabra y cuando lo descuba se arrepentirá de habérmela dicho. Lo odio, en este preciso momento lo odio.
Me pongo de pie luego de rendirme, no logro conciliar el sueño. Ya son las dos de la mañana, aun tengo los ojos hinchados y la rabia en la boca del estomago. Me dirijo hacia la ventana y observo el jardín de la casa. Todo se ve tenuemente iluminado por los faroles blancos ubicados en algunos puntos específicos. Adoro ese jardín y nunca puedo disfrutar de él como realmente es debido.
Oigo pasos que resuenan sobre el piso y sé que es Pedro.
Tal vez viene a hacerse el esposo arrepentido, pero no pienso ceder. Lo odio.
Corro hacia la cama y me cubro con las sabanas, no quiero hablar, no quiero discutir, no quiero verlo porque sé que si lo hago diré y haré cosas de las cuales voy a arrepentirme luego.
Cierro los ojos y finjo estar dormida. Escucho que se detiene al otro lado de la puerta y la golpea levemente un par de veces.
– ¿Paula?–Lo oigo decir. No pienso responder. –Tenemos que hablar.
Hay silencio, él no dice nada, oigo sus pasos de un lado al otro en el pasillo. La puerta se abre muy despacio y la habitación recibe un poco mas de luz artificial proveniente del corredor excesivamente iluminado.
Él se acerca con cautela, como si supiera que voy a morderlo en cualquier segundo. Me relajo, respiro, pienso cosas bonitas y no abro los ojos para nada. Tiene que funcionar. Me percato de que está parado delante de mí a solo unos centímetros, está observándome, registro su mirada clavada en mi cara. Eso me molesta, me hace sentir más incómoda aun.
Se pone de cuclillas muy lentamente, ahora su rostro está frente al mío. Su respiración roza mi cara y su mano palmea mi brazo dos veces.
–Paula. –Dice en un susurro. Me hago la dormida y me volteo hacia el otro lado. Ya lo he dicho, no quiero hablar con él, si lo veo y recuerdo lo que dijo me pondré a llorar como estúpida otra vez y no quiero eso.
Él suspira y luego se sienta en la cama, el colchón se hunde un poco y siento como su mano acaricia mi espalda lentamente, luego coloca su dedo índice sobre mi columna vertebral y lo desliza hacia arriba con delicadeza. Abro los ojos perpleja. Eso me excita, ¿Qué está haciendo? ¿Pero qué…?
–Sé que no estás dormida. –Murmura apartando algunos mechones de cabello de mi cara. Es extraño lo que sucede, pero noto en su voz un tono dulce y arrepentido. Sí, eso es, arrepentimiento por la idiotez que me dijo, está arrepentido porque sabe que yo tengo la razón, siempre la tengo. Quiere solucionarlo todo para seguir aparentando ser la pareja perfecta que todos adoran.
Me muevo un poco y aparto su mano de mi espalda, quiero que comprenda que no tengo deseos de soportarlo, pero insiste. Ahora acaricia mi cabello y debo admitir que la sensación me gusta. La culpa lo consume y sus caricias me provocan algo extraño.
–Te oí hablar con mi tío. –dice en un susurro. Su voz no suena como siempre, parece distinta. –Tú no eres el problema, Paula. A veces creo que nosotros mismos lo somos. Si pudieras abrir un poco los ojos te darías cuenta de muchas cosas.
–No me vengas con excusas tontas y lárgate de aquí, no quiero verte. –Digo fríamente. Él aparta su mano de mí y se pone de pie.
–No debí decir lo que dije y lo lamento. –Se disculpa. Al principio me parece que habla con sinceridad, pero luego recuerdo que soy una maldita bruja y no le creo. No caeré jamás ante su manera de resolver las cosas.
–Me llamaste zorra, Pedro. –Murmuro sentándome en la cama. Clavo mi mirada en la suya, hay algo extraño en el ambiente y no sé que es. Lo observo por unos segundos. Se dio un maldito baño y solo lleva el pantalón de piyama que utiliza de vez en cuando para dormir. Veo su torso y me maldigo a mi misma ¡me gusta su piel, me gusta su cuerpo!
Recuerdo lo que sucedió en nuestra habitación y siento una punzada familiar en mi feminidad. No, ahora no.
–No sabes lo que significa ser una zorra, yo no me acuesto con todos los hombres que veo. En el último año tuve que conformarme contigo y contuve mis deseos de no hacerlo con otro. –Musito cruzándome de brazos. Él me observa y piensa lo que me responderá, pero sé que no sabe que decirme.
– ¡No me digas eso, Paula! –Agrega saliéndose de control, me toma del brazo y me jala hacia su dirección. Debo ponerme de pie o me caigo, choco con su torso y luego pongo mis manos sobre su pecho para apartarlo, pero no lo logro. – ¡Eres mi esposa! ¡Solo conmigo! ¿Entiendes eso? –Pregunta acercándome a su rostro.
–Suéltame.
Lo aparto de mi y doy un paso hacia tras.
–Solo conmigo. –Susurra otra vez como si quisiese dejarlo muy en claro, pero no se lo creo.
–No me vengas con el cuentito, porque sé que tú te revuelcas con las que se te antojen y te ríes en mi maldita cara.
– ¿Qué estás diciendo? –Pregunta sorprendido. Además de eso parece ofendido. No puedo creerlo.
–Sabes de lo que hablo.
–Paula, por favor, no hagas esto. –me pide dándose por vencido.
–Tus viajes de negocios no son solo viajes de negocios, ¿verdad? –Cuestiono a mi defensa. Hablar sobre esto me enfurece.
–Jamás te he sido infiel, nunca. –Asegura ofendido.
Me rio en su cara. No le creo.
– ¡Mientes! –Afirmo acercándome a su rostro. Claro que miente, todos los hombres mienten.
Él me intercepta de la cintura y me aferra a su cuerpo, me toma del mentón con una mano y hace que lo mire a los ojos. Es dominante, rudo y sexy. Me sorprende, ¿Qué sucedió con el Pedro de tres semanas atrás? ¿Qué sucedió conmigo? ¿Por qué me excita tanto? ¿Por qué me siento extraña?
Comienzo a sentir que la temperatura asciende y eso no es bueno. No ahora.
–Jamás te he sido infiel, Paula. Los viajes de negocios, son viajes de negocios, maldición. ¿Porque buscar a otra cuando te tengo a ti? Mi esposa. El día que nos casamos ya sea por dinero o lo que tú quieras, le juré a Dios y a todos los presentes que te respetaría en todas las formas posibles y que te sería fiel, ¿ves esto? –pregunta enseñándome el dedo anular de su izquierda, ahí está ese anillo plateado. –Yo cumplo mis promesas.
Carajo, me dejó con la boca abierta.
Trago en seco. Su respuesta me sorprende y tenerlo tan cerca de mí me hace querer golpearlo. De verdad que esto es extraño. Nos peleamos por algo que ni siquiera me importa.
– ¿Y tú? –Me pregunta. Frunzo el ceño sin comprender a que se refiere. – ¿Tú has cumplido tu promesa? –Cuestiona mirándome directo a los ojos. Ahora me doy cuenta que me gustan sus ojos. –Tienes la oportunidad de ser sincera y de decirme la verdad. –Balbuceo antes de decir lo que quiero decir, pero me muerdo la lengua y respondo como es debido.
–Claro que cumplo con mi promesa. Prefiero soportare toda mi vida antes que perder mi dinero. –Musito cruelmente.
Él aparta la mirada y luego me suelta. Lo oigo suspirar y rápidamente veo como pasa sus manos por su cara.
–Regresa a nuestra cama, te lo suplico. –Brama con desespero. – Mi tio está muy preocupado y no sé qué excusa inventarle.
Claro que no lo sabe. No tiene nada que decir porque si intenta explicar la mentira será cada vez más grande, como una inmensa bola de nieve que no para de crecer. En eso se basa nuestro ‘perfecto’ matrimonio. Las mentiras, las excusas, las falsas sonrisas, todo eso sirve para describir lo que realmente somos.
–Dile que eres un maldito imbécil que me utilizas como objeto sexual para luego insultarme y, ya que estás en ello, dile también que lo nuestro es toda una mentira para que pudieras heredar la maldita fortuna Alfonso de una vez. ¡Hazlo!
Veo su mirada gélida intentando asesinarme en su subconsciente.
– ¡No exageres! –Exclama elevando el tono de voz.
–Dormiré aquí hoy ¡vete! –Grito señalando la puerta de salida. Él permanece de pie y yo cruzo la habitación y me acuesto en la cama. Que haga y que diga lo que se le dé la maldita gana, no me importa. Apago la luz y luego intento cerrar los ojos, pero no lo logro. Su presencia me molesta.
Sé que está viéndome.
Lo veo acercarse al otro lado de la cama. Lo miro dubitativa y noto como se quita los pantalones y queda solo en ropa interior negra.
– ¿Qué haces? –Pregunto rápidamente.
–Mi lugar, está donde mi querida esposa esté. –Responde encogiéndose de hombros.
–No quiero dormir contigo. –Espeto para fastidiarlo. Quiero que se aleje. Sigo muy molesta, tal vez me muera molesta con él por las estupideces que me dijo.
–Yo si quiero dormir contigo y lo haré. –Asegura. Luego se acuesta a mi lado y me da la espalda. Cierro los ojos y respiro, respiro, respiro… pero el enojo no se va. Cuento hasta diez… hasta veinte y sigo hasta que me calmo un poco. Quiero asesinarlo ahora mismo.
–Vete, Pedro.
–Duérmete, Paula. –Me dice con cinismo. Maldigo en mi mente y luego me volteo hacia el otro lado. Estamos espalda con espalda, como todas las malditas noches del último maldito año. Me muevo un poco para estar más cómoda, recuerdo que tengo aun la bata de seda encima y me la quito. La arrojo a algún lado y quedo completamente desnuda bajo las sabanas. Pedro se voltea e inclinando su peso en un brazo acerca sus labios a los mío. Me besa castamente y luego de recibir esa sorpresa, nuestras miradas se encuentran en la oscuridad.
–Descansa, preciosa Paula. –Me dice con voz de terciopelo, luego me mira, me mira y su pulgar acaricia mi mejilla. No sé qué hacer. No puedo moverme, no puedo respirar. Estoy acorralada. –Me encantan tus ojos, Paula. Deberías abrirlos de vez en cuando y ver lo que sucede entre nosotros, lo que sucede conmigo…
Dicho esto me sonríe cortamente y luego me da la espalda de nuevo. Me quedo perpleja. ¿Qué me quiso decir?
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