Gabriel estaciona el coche frente a la inmensa casa de Gina.
Observo la construcción y luego suelto un suspiro. Estoy aquí, el pastel se ve perfecto, todo está en donde debe de estar, menos mis pensamientos. Ale me devuelve mi teléfono y al fin ese apabullante sonidito de pájaros lanzándose por el aire desaparece.
—¿Qué hacemos aquí, mamá Paula? —pregunta mi pequeño observándome con esos impresionantes ojos color miel. Le sonrío y luego beso su frente.
—Vinimos a traer el pastel que hice hace unas horas —le digo.
Gabriel abre la puerta de mi lado y me ayuda a bajar del coche. Se lo agradezco y luego veo como rodea el vehículo y quita a Ale de su silla.
—¿El pastel está bien? —preguntó cuándo abre la puerta trasera de la camioneta. Me acerco y con sumo cuidado quito la tapa blanca de la caja y sonrío el ver que todo está en su lugar—. Oh, Gabriel… —digo soltando un suspiro—. Te mereces el día libre por esto. —El pobre ha tenido que soportar todas mis quejas durante casi una hora desde Londres hasta Oxford.
—No fue nada, señora.
—Cárgalo con cuidado —vuelvo a decir.
Veo como pone los ojos en blanco y toma la caja entre sus manos. No digo nada, porque sé que soy fastidiosa, pero quiero que se vea perfecto. Es algo que por primera vez he hecho para alguien más y me desespera una aprobación de todos los que estarán en esa fiesta.
Gina sale de su casa en el momento perfecto y pongo los ojos en blanco por su exagerado recibimiento.
—¡Al fin llegan! —grita abriendo sus brazos de par en par—. ¡Justo a tiempo! ¡Paula, querida!
—Hola, Gina… —digo correspondiendo a su abrazo, sin soltar mi mano de la de Ale.
—¡Qué bueno que ya estés aquí! —grita sobre mi oído y tengo que fingir que eso no me molesta—. ¡Hola, Ale! Cosita bonita, que lindo te ves —dice acariciando su mejilla. Ale se esconde detrás de mí y le sonríe tan falsamente como yo. Tengo que contenerme para no estallar en risas—. ¿Y el pastel? ¿Cómo ha quedado? ¿Se ve bien?
—Sí, Gina —respondo sonriéndole—. El pastel esta excelente. Justo como querías.
—¡Qué bien! Entremos, he dejado a mi pequeño Samy jugando en su corral, démonos prisa.
La sigo sin decir más.
Sé que estar aquí al menos por un rato me ayudará a distraerme. No me sentiré tan miserable, pero si sentiré envidia de que Gina tendrá a su esposo en San Valentín y yo probablemente no.
****
Son las once de la noche. Ale está dormido a mi lado y sé que llevo más de dos horas viéndolo, mientras que acaricio su cabello. He intentado no pensar en todo lo que sucedió en el día de hoy, pero no pude hacerlo.
Todos adoraron mi pastel y era obvio que eso sucedería, porque todo lo hago bien y ese pastel casi arruinado por Lucas Milán no era la acepción. El día fue un completo desastre y parece que las horas se hacen más largas sin Pedro a mi lado. Solo quiero que regrese y que estemos juntos como antes.
Es estúpido, pero ahora comprendo a la perfección esa maldita frase que dice que valorarás lo que tenías cuando lo hayas perdido y, en cierta forma, lo he perdido por unos días, unos pocos días, porque volverá y estará conmigo y con sus hijos y tendremos nuestra perfecta vida sin más viajes de negocios.
Me muero por llamarlo, me muero por hablar con él, por decirle todo lo que me ha sucedido, no quiero ocultarle cosas, pero no sé cómo podrá reaccionar. Es una completa locura decírselo por teléfono, debo esperar a que esté aquí, pero estoy completamente segura de que no podrá venir para san Valentín. Solo falta una hora para que esas veinticuatro horas comiencen y él no estará conmigo.
No sé qué hacer, estoy confundida y aún tengo las miles de palabras de Lucas rondando mi cabeza. ¿Hermano? ¿De verdad tengo un hermano? Ni siquiera sé cómo me siento con respecto a eso.
Tomo mi teléfono celular de encima de la mesita de noche y marco el número de Pedro. Suelto un suspiro y espero a que conteste aunque sé que en el fondo no lo hará. Es de madrugada en Japón. Tal vez esté durmiendo…
—Preciosa… —dice al otro lado y siento que mis ojos se llenan de lágrimas al oír su voz.
—Al fin contestas —respondo con la voz entrecortada. Es en vano evitarlo porque ya estoy llorando y varias lágrimas salen de mis ojos—. Te extraño demasiado, Pedro —le digo sorbiéndome la nariz.
—No llores, por favor, no llores —me suplica—. Lo haces todo más difícil.
—Pero es que esto es tan injusto… Tu y yo deberíamos de estar juntos, con nuestros hijos y no así…
—Paula, por favor —me pide. Puedo imaginármelo. Sé que está cerrando sus ojos para contenerse—. Trata de entenderme. Quiero estar ahí, pero no puedo. Se me rompe el corazón al saber que estás llorando y que estoy lejos, te amo, cariño… —dice con la voz quebrada—. No tienes idea de todo lo que te amo…
—Y yo te amo a ti… —respondo. Siento un inmenso dolor en el pecho que no desaparece. Solo quiero estar entre sus brazos, verlo de lejos, no importa, solo quiero saber que está cerca.
—Feliz San Valentín, mi preciosa Paula —me dice en un susurro.
Aprieto el celular contra mi oreja y comienzo a llorar.
Él no vendrá. Si al menos pensara en hacerlo estaría en un avión para llegar a tiempo. No vendrá, no pasaré San Valentín con él. Nuestro segundo San Valentín, pero el primero que pensé que sería perfecto también está arruinado.
—No vendrás… —afirmo sintiendo como mi corazón se rompe—. No vendrás…
—Te amo… —dice y antes de que decida terminar su frase, cuelgo el teléfono.
No quiero oír más. Me ha dejado anonadada, enojada, molesta, dolida, triste… Tenía una mínima esperanza de que me sorprenda y me diga que si vendrá, pero no lo hará.
Suelto mi teléfono con brusquedad sobre la mesita de noche, me acomodo y luego abrazo a Ale. Trato de dormirme rápidamente pero no lo logro. Solo quiero olvidarme de todo esto.
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