viernes, 22 de septiembre de 2017

CAPITULO 40 (SEGUNDA PARTE)






Me siento en la cama de mi vieja habitación y suelto un leve suspiro. Por suerte había ropa mía en casa de papá y encontré una cómoda camiseta que ponerme para dormir. Él baño me relajó un poco, pero los deseos de llorar aún no se han esfumado del todo. Me siento miserable. Necesito a Pedro aquí, pero a mí Pedro. No a ese Pedro de hace unos pocos minutos atrás. No era el mismo. Quiero a mi lado a ese perfecto esposo que me dice cosas lindas, que me besa dulcemente y que me ama a cada instante.


¿Qué demonios sucedió con nosotros? ¿Cómo puede un matrimonio perfecto convertirse en una completa mierda de un segundo al otro? Confío en él, confío en su palabra, pero si no me dice lo que sucede, no podré seguir haciéndolo…


Suelto un sollozo y miro al pantalla de mi celular. La fotografía de ambos hace que me sienta mucho peor. Tengo que contenerme, esto no le hace bien a Pequeño Ángel, ni a mí, y Pedro es el culpable de todo esto. ¿Por qué no pudo simplemente decirme que sucedía?


En ese momento mi celular comienza asonar y veo el nombre de Pedro en la pantalla. No quiero hablar con él, no quiero hablar con nadie. Oprimo el botón y cuelgo la llamada. No quiero ni siquiera saber que existe, por el momento. Pasaré toda la noche sola, pero haré que se sienta miserable. No puedo perder ante él y menos si soy yo la que tiene razón.


Mi celular suena de nuevo, cuelgo la llamada y lo dejo descansar en la cama, pero, al parecer, Pedro tiene deseos de seguir insistiendo. Me llama unas siete u ocho veces sin detenerse. Incluso el ruido del celular me desespera. No quiero hablar con él, no quiero ver a nadie. ¿No puede entenderlo?



—¡Paula! —lo oigo gritar desde el pasillo. Me pongo de pie, corro hacia la puerta y coloco el seguro velozmente—. ¡Paula, abre la puerta! —grita fuera de control.


Puedo imaginármelo, debe de estar furioso, pero no me importa.


—¡Vete, Pedro! —digo con el tono de voz apenas audible—. ¡No quiero verte!


—¿Podemos hablar sobre esto como dos personas adultas? —pregunta, bajando el tono de su voz.


Siento su peso en la puerta, sé que está con la frente pegada a la madera blanca y suspira agitado. Muero por salir y besarlo, pero no puedo rendirme tan fácilmente.


—Ya es tarde, Pedro. Vete a casa —le pido con un hilo de voz.


Hay un largo silencio entre ambos, pero puedo sentir su presencia, aún está ahí. No se ira, no se rendirá tan fácilmente y sé que si no logro alejarlo, terminaré volviéndome débil y perderé el control.


Tengo que tomarme un tiempo. Aún sigo molesta, pero, sobre todas las cosas, confundida, y hay ciertas cosas que necesito esclarecer antes de que él y yo tengamos una seria conversación. Esta es otra de esas peleas sin sentido que se solucionan con besos y sexo, pero, por primera vez, tengo que pensarlo realmente. No me gustó esa mujer, no me gustó la manera en la que me trató y, sobre todas las cosas, no me gustó que Pedro callara en el momento en el que más necesitaba de sus respuestas.


—Paula… —lo oigo decir al otro lado con la voz quebrada.


—¿Qué? —pregunto en un susurro.


Sé que puede oírme, sé que será capaz de quedarse ahí afuera esperando a que salga, pero no debo permitirlo.


—¿Dormirás sin mi esta noche?


—Sí —respondo brevemente—. Estoy molesta.


Hay otro largo silencio entre ambos. Puedo imaginar su rostro, puedo incluso verlo a través de la puerta, pero la Paula malvada, insiste en que lo haga sufrir un poco más y estoy de acuerdo con ella. Tengo que superar esto, tengo que poder vivir sin él al menos por una noche. No lo necesito al cien por ciento, ¿o sí?


Pedro, estás alterando la paz y la tranquilidad que necesito, vete por favor —le suplico, intentando sonar dulce.


—¿Dejarás que me despida de Pequeño Ángel, por lo menos?



Soy una tonta y sonrío levemente al oírlo decir eso. Lo oigo realmente arrepentido, pero aún no es suficiente para que pueda perdonar su gran estupidez.


—Pequeño Ángel no quiere verte —aseguro, acariciando mi vientre, mientras que apoyo todo el peso de mi cuerpo sobre la puerta.


—¿Cómo lo sabes?


—Yo no tengo antojos de verte y Pequeño Ángel tampoco —respondo rápidamente y, otra vez, logro que haya un gran silencio incomodo entre ambos.


Oigo un suspiro cargado de frustración al otro lado. Sonrío nuevamente, tengo que soportarlo, tengo que soportar unos minutos más y soportar al menos esta noche sin él.


—¿Podremos hablar mañana?


—Mañana hablaremos —aseguro.


Espero un par de minutos. No oigo su respuesta, no siento su presencia, ahora, realmente estoy completamente sola.


Suelto un suspiro y reprimo la angustia. Quito el seguro de la puerta y miro con cautela por el pasillo. Él ya no está por ninguna parte, se ha ido sin insistir. Por primera vez, me siento como una tonta. ¡Quería que me rogara! ¡Pero no! ¡Se marchó!


¿Cómo pude ser tan tonta?


Intento calmarme. Ha sido demasiado. Estoy completamente molesta y ni siquiera puedo tolerarme a mí misma.


Cierro la puerta con un estruendo y camino en dirección a la cama. Quito el edredón a un lado y me siento sobre el mullido colchón. Enciendo la televisión y busco algo que ver. 


Paso un par de canales una y otra vez y lo detengo en el canal de espectáculos. No me interesa nada en particular, pero necesito distraer mi mente.


—Estaremos bien por hoy, cariño —le digo a mi hijo mientras que lo acaricio una y otra vez—. Prometo que el tonto de tu padre solucionará esto.


—¿Paula, princesa? —pregunta papá al otro lado de la puerta.


Le ordeno que entre y lo veo venir hacia mí con una bandeja repleta de comida entre sus manos. Sonrío y lo ayudo a acomodar todo encima del colchón.


—Pensé que podrías tener algún antojo —me dice, posando su mano en mi vientre, provocando que sonría ampliamente.



—Aún no he tenido ningún antojo, papá —le digo con una media sonrisa—. Pero esa ensalada frutal llama mi atención por completo.


Papa sonríe, acaricia mi cabello y me entrega el tazón con frutas de todo tipo, acompañado por una cuchara.


—No quiero que estés abatida —me pide con voz glacial y ojos cargados de preocupación.


—No lo estoy —respondo velozmente—. Estoy molesta con él, eso es muy diferente.


—Te ama —asegura.


—Lo sé.


—¿Y, entonces, por qué todo el escándalo? —pregunta, haciendo una mueca graciosa que provoca que me ría sonoramente.


No sé qué responder. En momentos como estos ni siquiera yo logro entendernos a ambos.


—Aún tenemos cosas que superar —le digo, tomando un poco de fruta en la cuchara. No tengo hambre, pero mientras menos piense en Pedro, mucho mejor será. Tengo un vacío en el pecho y pienso llenarlo con ensalada de frutas si es posible.


—Aún son jóvenes, tú eres muy testaruda y él es un completo tonto, siempre tendrán problemas.


Me rio de nuevo y niego levemente con la cabeza. Poso mi mirada sobre un punto cualquiera de la habitación y permanezco en silencio durante varios minutos. No quiero ver a mi padre a los ojos, no quiero decir nada. Solo quiero pensar con claridad y estar sola.


Papá acaricia mi cabello y luego deposita un beso en mi coronilla.


—¿Quieres estar sola? —pregunta, poniéndose de pie. Eso es lo bueno que tiene papá, me conoce a la perfección y no necesito decir mucho para que me entienda.


—Eso creo.


—Descansa, princesa.


Minutos más tarde, estoy completamente sola en la habitación. El único ruido que oigo es el de la televisión. Es más de media noche y no estoy en mi casa, tampoco estoy en mi cama y, mucho menos, en brazos de Pedro. Me siento extraña. ¿Así sería vivir sin él?



¿Qué hubiese sido de mí si él no se hubiese atravesado en mi camino? ¿A dónde estaría ahora?


Me siento en la cama de nuevo y aparto el edredón a un lado. No podré dormir así, no podré estar tranquila. Esta noche será una completa tortura.


Me pongo de pie, tomo la bandeja que descansa sobre la mesita de noche y camino por el amplio pasillo en dirección a las escaleras. Necesito distraerme, necesito pensar en alguna otra cosa, tal vez, lavaré todo lo que ensucié si es necesario. No quiero pensar en él, no ahora. Lo extraño demasiado y aún sigo molesta, es una estúpida mezcla de sentimientos que no me dejan estar en paz.


Llego a la cocina, dejo la bandeja sobre la mesada y luego ubico todo lo que no he comido dentro del refrigerador. Hay apenas una tenue luz que ilumina la habitación y no puedo ver demasiado. Coloco los cubiertos y platos sucios en el lavavajillas, seco mis manos y regreso al pasillo. Fue demasiado rápido, no había nada por hacer y todavía sigo pensando en él. En momentos como estos es donde me siento realmente estúpida. ¿Él estará pensando en mí?


“Te dije que vendría a desearte feliz cumpleaños.”


“Te advertí lo que sucedería si te interponías entre mi esposa y yo.”


Esas palabras regresan a mi mente. No puedo olvidarlas de un segundo para el otro. Esa escena se reproduce una y otra vez en mi mente sin que pueda evitarlo. Aunque intente fingir que nada sucede, sé que hay algo aquí. Sé que saberlo me dolerá, pero es una necesidad que se apodera de mí.


Tengo miles de dudas, de preguntas, y si Pedro no está dispuesto a responderme como deseo, entonces tendré que tomar una decisión. No puedo soportar que me mienta, se supone que hay confianza entre ambos y, si mañana, cuando aparezca en su oficina, él no me dice lo que sucede, entonces sí, seré capaz de cometer una locura, tal vez me arrepentiré toda la vida, pero no soy una tonta y no merezco esto.


Otra vez un sollozo. Tengo deseos de llorar, pero no lo vale. 


No tengo que hacerlo. Necesito contenerme. Me siento como toda una reina del drama y esto es una completa idiotez, pero aun así no puedo evitarlo…



Cruzo lentamente la puerta de la habitación de papá y, me detengo frente a la puerta color rosa. Tal vez, los recuerdos sean mejores que pensar en la realidad de la situación. Tal vez, ella me diga que tengo que hacer.


Coloco mi mano sobre la perilla y abro la puerta lenta y cuidadosamente. El cuarto de Mariana se ve tenuemente iluminado por las luces de la noche. Todo huele a lavanda, ese aroma que tanto nos encantaba a ambas. Sonrío y doy varios pasos hacia el interior del cuarto. Enciendo la luz a mi izquierda y contengo el aliento. Nunca me había atrevido a entrar aquí. Mi habitación está frente a esta, pero cada vez que veía esa puerta, fingía que nada había sucedido, que no sabía lo que significaba… Siempre fingiendo… Toda una vida fingiendo.


Los recuerdos me invaden, pero es mucho mejor que la tristeza. Comienzo a moverme por el cuarto y acaricio los muebles de color rosa que están por todo el lugar. Observo la casita de muñecas, esa casita en la que tuvimos miles de historias, miles de horas de risas y de peleas, la mesita de té en donde reuníamos a todos los muñecos para una divertida tarde y, a veces, papá nos acompañaba y accedía a probar las “delicias” que preparábamos en la cocina a escondidas. 


Eran momentos hermosos, aún no era Paula, aún no era una Chaves, pero los disfruté al máximo. Era feliz…


Siento la textura de madera, de la cama color rosa con dosel, en mis dedos, como si fuera la cama de una princesa. 


Éramos como hermanas y compartíamos esta habitación, aunque mi madre me decía que no debía hacerlo. Varias veces dormí aquí con ella y Marcos se quedaba varias horas leyéndonos una historia de princesa tras otra, mientras que interpretaba de un segundo al otro las voces de todos los personajes.


—¿Qué mierda haces aquí? —chilla la voz de Carla a mis espadas, mientras que me toma del brazo con brusquedad y me hace voltear en su dirección. Mi corazón late fuerte debido al susto y doy un brinco por causa de su voz. Lo primero que hago es proteger a Pequeño Ángel, fue un susto terrible, de esos que hacen que tu corazón se acelere, que tus labios se pongan blancos y que tus piernas tiemblen sin control, ¿Cómo puede hacer eso?


—Carla… —musito con un hilo de voz—. Es decir… Madre, me has asustado.


Puedo ver en su mirada el enojo y la furia. No le agrada que esté de nuevo en su casa y mucho menos le agrada que esté en el cuarto de Mariana.



—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunta nuevamente fulminándome con la mirada, como si intentara hacerme desaparecer de la faz de la tierra.


—Yo… —balbuceo.


No sé qué responder, no sé qué explicaciones darle y tampoco comprendo por qué tengo que hacerlo. No vivo aquí, pero sigue siendo mi hogar.


Ella suelta mi brazo bruscamente y desciende su mirada hacia mi vientre, en donde mis dos manos siguen protegiendo a Pequeño Ángel.


—¿Qué sucede?


Balbuceo de nuevo. Ahora estoy reamente nerviosa. Pensé que mi padre ya se lo había dicho o algo así, pero no lo sabe y tendré que decírselo aquí y ahora, esperando la más desastrosa de sus reacciones.


—Pensé que papá te lo dijo —musito, clavando mi mirada en el suelo. No puedo verla, sé lo que hay en esos ojos y no estoy lista para otro de sus rechazos.


—¿Decirme qué?


Me muevo nerviosa y elevo mi mirada. Tengo que ser fuerte, tengo que afrontar esta situación. Puedo hacerlo, todo lo hago bien, aunque con Carla esa es mi única acepción, pero… Tengo que decírselo.


—Estoy embarazada —suelto lentamente para ver cómo reacciona.


Mi voz es apenas audible y mi cuerpo toma una postura protectora, como si supiera que ella va a atacarme con algo en cualquier segundo, pero no es así. En cambio, veo como su guardia se desvanece, ya no tiene esa expresión amenazante y lo único que puede reflejar su rostro es sorpresa. Sus ojos se amplían notablemente y el brillo en ellos es único, es extraño y hace que el desconcierto me invada.


—¿Embarazada? —pregunta con la voz entrecortada.


—Seis semanas —respondo dando un paso hacia atrás—. Pedro y yo estamos muy felices —agrego en un murmuro. Intento sonar amable y lo logro, como muy pocas veces lo he hecho con mi madre.


Carla se acerca a mí y me mira fijamente, me incomoda la manera en la que lo hace. Me siento extraña y claramente decepcionada. No es esta la reacción que esperaba de una madre. Se suponía que todos deberían estar felices por una noticia así. En cierta forma, será abuela de mi hijo y no veo ni una expresión de felicidad en su rostro.



—Tú lo amas —asegura con asco. Frunzo el ceño y doy otro paso hacia atrás, claramente desconcertada—. Te enamoraste de él y él se enamoró de ti —afirma.


—Madre… —digo en un vago intento por cambiar el rumbo de la conversación, pero no lo logro.


Ella se acerca y mira mi vientre por unos pocos segundos. 


Luego, clava su mirada en la mía, haciéndome sentir vulnerable. Me sonríe y, como jamás lo ha hecho, me estrecha entre sus brazos. Frunzo el ceño y tenso mi cuerpo. 


Esto no puede estar sucediendo de verdad. ¿Acaso está abrazándome?


—Lo lamento mucho, Paula —dice entre sollozos. Puedo notar como llora y se oye realmente sincera al decirlo— .Tú no eres la culpable de lo que sucedió —Me abraza con más fuerza, ya no puedo resistirme y dejo que mi cuerpo se relaje—. Nunca pude aceptarlo, querida. Lo lamento, fui la peor madre de todas y no te merecías eso. Lo lamento mucho, cariño…


Sus palabras se ven interrumpidas por su llanto desesperado y abatido. Me dejo vencer. Mi madre, la persona que siempre quise que me quisiera, ahora está demostrándome algo de afecto. Por primera vez en todos estos años, siento que su abrazo es real, que de verdad siente algo bueno, que no está juzgándome por lo que sea que haga o diga. Ninguna de nosotras dos está fingiendo.


¡Mi madre está abrazándome!


—Lo lamento —dice de nuevo y hunde su cara entre mi hombro y mi cuello. La situación es extraña, pero hace que me sienta bien por dentro—. Tú eres mi hija, lo has sido siempre y no supe tratarte como te merecías. Lo lamento, cariño.


Mis hormonas se alborotan y mis ojos se inundan de lágrimas. Me siento realmente conmovida por sus palabras. 


Este es el abrazo real que he deseado durante toda mi vida.


—Intentaré ser la madre que necesitas, Paula. Lo juro —me dice, limpiando sus lágrimas. Luego, coloca sus manos en mi vientre y lo acaricia levemente —. Intentaré ser la mejor abuela de todas.


No sé qué decir, no sé cómo reaccionar. Estoy anonadada.


—Lo lamento —vuelve a decir, y me abraza con todas sus fuerzas de nuevo…



**** 


Abro los ojos y frunzo el ceño levemente. Primero; me siento confusa, no reconozco el lugar, pero luego sonrío y muevo mis pies debajo de las sábanas para sentir esa hermosa suavidad que tanto me encanta. Estoy en casa de mis padres y ahora me siento mejor. No fue fácil conciliar el sueño, pero una vez que lo logré, descansé como un bebé.


¡Bebé!


Sonrío y muevo mis manos en dirección a mi vientre. 


Masajeo mi abdomen durante varios minutos y hablo con mi pequeño. No importa lo que tenga que decirle, sé que puede oírme de todas formas. Ahora debe estar sintiéndose mejor. 


Ya no estamos enojados con Pedro.


—Intentaremos arreglar las cosas con tu padre, pequeño —le digo, acariciándolo una y otra vez. Aún no hay señal visible de que esté ahí, pero, por más que parezca una locura, puedo sentirlo —. ¿Lo extrañas, verdad? Yo también lo extraño. Él debería de estar dándote los buenos días en este instante…


Me distraigo por unos golpeteos en la puerta y le doy la orden a quien sea que entre. Flora, el ama de llaves de mis padres, aparece en la habitación con un impecable uniforme gris y una radiante sonrisa.


—Niña, Paula —dice a modo de saludo.


—Buenos días —le digo estirando mis brazos hacia arriba—. Hacía mucho tiempo que nadie me llamaba así.


—Lo lamento —se disculpa—. Es la costumbre.


—Descuida.


—Sus padres quieren saber si desayunará con ellos en el salón comedor, o si prefiere que le traiga el desayuno a la habitación.


Me pongo de pie sin problema alguno. Me siento diferente, me siento como la Paula de antes, pero en una versión mucho mejor. Cuando vivía con mis padres, los desayunos eran algo incómodos, pero sé que estamos a tiempo de cambiar eso. Ahora mi madre parece querer remediar su comportamiento y pienso ayudarla en todo lo que sea posible.


—Diles que bajaré enseguida.



Busco en el armario completamente vacío, pero nada. Sé que dejé algunas de mis prendas por algún lado. No tengo que ponerme, no pienso volver a usar ese vestido y tampoco tengo antojos de andar en tacones.


Abro los cajones individuales y encuentro algunas prendas. 


Deben de ser de antes de que fuera a vivir sola, pero no se ven nada mal. Es un pantalón de jean claro y hay varias camisetas de viejas bandas de música. No es para nada similar al estilo que suelo usar ahora, pero no tengo otra opción.


Me coloco los pantalones y me desespero al ver que ya no me caben como antes. No sé si soy yo o el bebé, pero no puedo cerrar del todo el botón y eso hace que me irrite por unos segundos.


—¿Qué crees que estás haciendo? —pregunta mi madre a mis espaldas, provocando que dé un brinco por causa del susto. Me volteo en su dirección y la veo apoyada contra el marco de la puerta.


—Intento hacer que me entre —le digo, dando saltitos hacia arriba para que se ajuste a mis curvas.


—No puedes usar eso, Paula, por Dios —me regaña. Entra a la habitación y comienza a supervisar la ropa que pensaba ponerme. No parece enfadada ni nada similar, sino más bien, preocupada—. Olvídate de los pantalones ajustados durante el embarazo —me dice, señalando la prenda—. Quítatelos, ahora.


—¡Pero no tengo que ponerme! —chillo.


—Quítatelos, regresaré enseguida —asegura con una sonrisa a medias.


Sale de la habitación, oigo como sus tacones resuenan por el pasillo hasta su habitación, me miro al espejo y observo mi vientre. Pronto crecerá y tendré que aceptar esos cambios. 


No me veré como me veo ahora. Decido hacerle caso a mi madre y me quito los pantalones. Ella regresa a la habitación con varias prendas de ropa entre sus manos.


—No somos la misma talla, pero creo que alguna de estas blusas te quedará como vestido. No son muy juveniles, pero, al menos, estarás más cómoda.


Sonrío a media, aún extrañada por su cambio. Tomo las blusas y comienzo a verlas una por una. Son todas bonitas y delicadas.


—Tal vez, si colocas un cinturón en alguna de ellas, logres un efecto similar a un vestido.



Me pruebo todas las blusas de diferentes colores y materiales, pero mi favorita es de un color morado con detalles en rosa vintage. Llega a la mitad de mi muslo y se ve como un vestido. No me queda nada mal, el color favorece mi piel y resalta mis ojos.


—Creo que usaré este —le digo, mirando mi apariencia en el espejo.


Ella sonríe y se coloca detrás de mí.


—Te ves bien. Iremos de compras si quieres, podemos hacer alguna salida para empezar a conocernos del todo. No quiero que haya más discusiones entre nosotras —asegura, acariciando mis antebrazos.


—Está bien —le digo con la mirada perdida en algún lado. No lograré acostumbrarme tan fácilmente—. ¿Tienes algún cinturón para esto? —pregunto para cambiar de tema.


Ella me sonríe, asiente con la cabeza, sale de la habitación y a los pocos minutos regresa con varios modelos de cinturones en las manos. No son de mi estilo, pero cualquier cosa se me ve bien, así que no tengo que pensarlo demasiado. Soy hermosa, tengo que aprovéchalo ahora, antes que Pequeño Ángel se apodere de mi cuerpo.


Luego de vestirme, maquillarme y acomodar mi pelo, que es un completo desastre, bajo al salón comedor y desayuno con mis padres. Es tan extraño, es tan diferente, no recordaba que fuera a sentirme de esta manera. Todo es amor, paz, risas y platicas sin sentido. Ninguno de ellos quiere tocar el tema de Pedro y se los agradezco. Solo hablamos de cosas sin mucha importancia y, sobre todo, lo que haremos en el día. No sé cuándo regresaré a casa, no quiero regresar, no aún, no hasta que Pedro me dé una explicación a todo lo que está sucediendo.


—Niña, Paula —me llama Flora desde el umbral que conecta la cocina con el comedor.


—¿Qué sucede? —pregunto volteando mi cuerpo en su dirección.


—Hay una entrega para ti. Están esperándote en el recibidor.


Pongo los ojos en blanco y dejo la taza de té encima del plato de porcelana. Sé que es, sé quién me lo ha enviado y no tengo deseos de recibir nada.


—Esto debe de ser una broma —murmuro para mí misma.


Sigo a Flora al recibidor y veo al chico de la florería de siempre con un enorme ramo de rosas blancas adornadas por papel de color rosa.



Flora le indica que deje el ramo sobre la mesita de la entrada. El chico lo hace con sumo cuidado y luego me entrega una planilla para que la firme.


—¿Cómo está hoy, señora Alfonso? —pregunta el simpático chico con gorra azul y playera color mostaza.


—Como lo he estado siempre, Greg.


Lo hago lo más rápido que puedo, le dedico una sonrisa y cierro la puerta en su cara. No tengo deseos de ser gentil, no ahora. Se pondrá a hablar y no quiero eso.


—¡Son hermosas! —exclama Flora, acercándose para sentir su aroma.


Sí, tengo que admitir que son realmente hermosas y en gran cantidad. Deben de ser dos docenas de rosas, pero con eso no logrará mi perdón.


Me acerco lentamente al ramo y tomo la tarjeta. La abro y veo lo que tiene escrito. No es la letra de Pedro, así que supongo que alguien más lo escribió por él. No tuvo ni siquiera la decencia de tomarse tres segundos para escribir algo con sus propias manos, ¿Cómo se atreve?



Mi preciosa Paula:
Lo lamento. No quiero hacerte daño,
pero me temo que si te digo lo que sucede,
te perderé para siempre y no correré ese riesgo.
Te amo.
Pedro.
Pd: saluda a nuestro Pequeño Ángel por mí.


Termino de leer la nota por segunda vez y dejo el papel sobre la mesa. Estoy completamente furiosa. No puedo creer las idioteces que acaba de decirme, solo sirvieron para desconcertarme mucho más antes. ¿Quién se cree que soy? 


¡No tengo cinco años! ¿De qué maldita verdad está hablándome?


Corro a la habitación y tomo mi teléfono celular. Marco su número y al segundo tono, él contesta.


—Paula… —murmura sonando aliviado.


—¿Qué mierda te sucede?



—Buenos días, mi cielo —me dice con voz glacial—. Me gusta oírte tan animada.


—¡No juegues conmigo, Alfonso! ¿Qué demonios te sucede? ¿Cómo puedes enviarme un ramo de rosas tan hermoso y una tarjeta tan estúpida? ¿Qué está sucediendo?


—Te extrañé —me dice con un hilo de voz—. Dormir sin ti es uno de los peores castigos, por favor, vuelve a la casa.


—¡Estás loco! ¡No haré lo que me pides, haré lo que se me da la gana!


—Tenemos que hablar.


—¡No quiero hablar contigo a menos que me asegures que me dirás todo! ¿Qué significa esa tarjeta? ¿Vas a perderme? ¿A qué demonios te refieres?


—No quiero que peleemos —me dice muy calmado, como si esto no fuera una discusión.


—¡Estás volviéndome loca, Pedro! ¡Deja de hablarme así! —chillo desesperada—. ¡Di algo!


—Solo puedo decirte que ella no significa nada, no es lo que tú crees, te amo a ti —asegura.


No puedo, simplemente, no puedo creer nada de lo que me dice. La intriga y la curiosidad invadieron todos mis pensamientos. Quiero que él se esfume de la tierra.


Corto la llamada y lanzo mi celular hacia el colchón. Necesito calmarme, necesito pensar y relajarme. No puedo con todo esto. Estoy saliéndome de control. ¡Yo nunca pierdo el control!


De pronto, siento como un sollozo se escapa de mi interior. 


No quiero llorar por esto, no quiero llorar por él. No lo merezco, él no merece mi llanto. Lo único que quiero es una explicación, una respuesta… quiero despertar a su lado mañana sabiendo que todo está esclarecido entre ambos.
Bajo las escaleras a toda prisa, busco a mi padre y lo veo a punto de marcharse.


—¡Papá! —grito desde mi ubicación para llamar su atención. 


Él se voltea y me mira algo confuso. Me acerco velozmente e intento recuperar el aire perdido por la caminata a velocidad apresurada.


—¿Qué sucede?


—¿Puedes llevarme a AIC? —pregunto calmándome lentamente—. Es muy necesario.



Él sonríe, toma las llaves de su coche y rápidamente nos dirigimos hasta allí. Si Pedro no se atreve a hablar, entonces tendré que obligarlo a que lo haga.