jueves, 12 de octubre de 2017

CAPITULO 46 (TERCERA PARTE)




Son las tres de la mañana y, por alguna razón, no puedo dormirme. Estoy agotada, pero no logro cerrar los ojos. 


Pedro acaricia mi espalda levemente mientras que observa un lugar cualquiera en la habitación. Aún no ha dicho nada y estoy esperando a que lo haga. 


Tengo miles de cosas que explicarle, sé que oyó mi notas de voz, sabe toda la historia, pero su silencio me incomoda. 


Pedro… —digo en un leve murmuro. 


Él voltea su cabeza hacia mi dirección y me sonríe a medias, pero no es esa sonrisa que tanto me encanta, no es auténtica. 


—¿Te hice daño? —pregunta, volteándose de costado para estar frente a mí. Solo hay unos cuantos centímetros que se interponen entre ambos, pero sentir a nuestro pequeño angelito entre los dos es hermoso. 


—No —digo, negando con la cabeza. Bajo la mirada hacia las sábanas de la cama y suelto un suspiro. Será difícil hablar sobre esto—. ¿Qué sucederá ahora? ¿Qué le hiciste a Damian? ¿Qué sucederá con tu madre y tu hermana? 
Estoy confundida y tengo miles de dudas revoloteando en mi cabeza. Cuéntame… —le pido, acariciando su brazo con una de mis manos. 


—Mi madre y mi hermana cometieron un error y no se los perdonaré —murmura secamente—. Es una decisión tomada, Paula. No quiero volver a hablar sobre esto. 


—Me escogiste a mí —le digo, sintiendo como mis ojos se ponen llorosos de inmediato. Esta sensibilidad no tiene sentido alguno. 


—A ti y a nuestros hijos —aclara con otra sonrisa a medias. 


—¿Y qué sucedió con…? 


—Sabes lo que sucedió. No volverá a acercarse a ti. Todo tipo de relación con ese sujeto se acabó. ¿Comprendes? —me pregunta tomando mi mentón, haciendo que lo mire directo a los ojos —. Te enviará por correo el álbum de tu fiesta y tendremos otro fotógrafo para terminar el álbum de tu embarazo —asiento levemente con la cabeza, pero aún sigo viendo inquietud en su mirada. Es ridículo que él tenga inquietud cuando yo ni siquiera logré aclarar todas las dudas que surcan por mi cabeza—. Tú eres mía… —murmura con ese tono de voz posesivo que comienza a gustarme. Es diferente, es especial. Es un Pedro completamente sorpresivo y sexy. Cada vez que dice esa frase algo en mi interior se enciende—. Solo mía, Paula Alfonso. Y todo el mundo debe saber eso. No me cansaré de decírtelo. 


No puedo evitar sonreír. 


—Me gusta cuando te pones así —confieso, acercando más mi rostro al suyo. Acaricio su mejilla, mientras que dejo que mis ojos y los suyos se encuentren—. Me gusta que digas que soy tuya. 


—Eres mía —vuelve a decir. 


Apoya su cabeza en la palma de su mano y me mira por unos cuantos segundos, contemplando cada detalle de mi cuerpo. Su otra mano se mueve hacia mis pechos que están cubiertos por las sábanas. Veo otro tipo de brillo en sus ojos y me niego a creer que quiere hacerlo de nuevo. Dijimos que ya no lo haríamos y ninguno ha podido resistirse, ninguno mantuvo esa promesa. 


—Lo hicimos de nuevo —murmuro mordiéndome la uña del dedo índice inconscientemente—. No debimos. 


—Lo sé —responde perdiendo se mirada en otro lugar—. Fue un error. 


—¿Oíste mis notas de voz? —se me ocurre preguntar cuando sus dedos rozan mi piel. Lo hace para provocarme, sé que no quiere habar de ellos, pero necesito hacerlo. Si no puedo contar con él, entonces, ¿con quién más? 


—Todas ellas —dice rápidamente. 


—¿Y entonces…? 


— No volveré a pelear contigo por todo lo que sucedió. Sabes que debiste decírmelo, sabes que si me hubieses llamado por esa recaída, hubiese regresado para quedarme contigo. Paula, yo… Estoy tratado de procesarlo, ¿de acuerdo? Quiero que hablemos sobre eso, pero no ahora.



—¿Entonces cuándo? —estallo, y me siento en la cama cruzada de brazos—. Estás evitado ese maldito problema. Deberías de ayudarme a aclarar la situación —espeto, sintiendo como todo el momento comienza a arruinarse de nuevo—. Pedro, ese sujeto aparece de un día para el otro y dice ser mi hermano biológico… —consigo decir, sintiendo como mi voz se apaga. No lo había pensado de esta manera, creo que recién ahora comienzo a creer lo que sucede realmente—. Lo menos que espero es que tú me entiendas… 


Pedro suelta un suspiro, coloca ambas manos en su cara y se sienta también. Me cubro más con las sábanas y luego seco mi mejilla. Me niego a llorar por toda esta estupidez, me niego a hacerlo delante de él. Si no quiere apoyarme, entonces buscaré a otra persona que lo haga. 


Lo dije. 


—Lo siento, cariño… yo… —balbucea y trata de llevarme de regreso a sus brazos, pero quiero hacerme rogar un poquito—. Prometo apoyarte en esto, cielo. Es solo que estoy confundido. Dijiste que no querías saber nada sobre tu pasado y sobre Ana… Cuando sea el momento lo hablaremos, ¿de acuerdo? 


Decido darme por vencida. Sé que para él también es complicado. Tiene miedo de perderme de nuevo y puedo verlo en cada una de sus miradas, lo siento en cada una de sus palabras. 


Se siente amenazado y no quiero seguir dando vueltas sobre el mismo circulo. Dejaré este tema a un lado y cuando ese sujeto decida buscarme de nuevo enfrentaré lo que tenga que enfrentar y sé que Pedro estará ahí para mí. 


—Está bien, Pedro


Él sonríe y luego me abraza. Descanso mi cabeza en su pecho mientras que ambos acariciamos a nuestra pequeña. 


No tenemos que pelear por imbéciles que se interponen entre ambos. Dejaré el tema del hermanito perdido a un lado. Mi familia es importante ahora. Los cuatro estamos juntos y no debo de agregar a nadie más a la lista. Los problemas pueden esperar. 


—Ven, vamos a descansar —me dice. 


Se acuesta y luego hace que deposite mi cabeza en su pecho, mientras que merodea con sus cálidos brazos. Estira el edredón para cubrirnos y luego apaga la luz de la mesita de noche. Oigo su respiración mientras que acaricio su pecho. Beso uno de sus bíceps y luego trato de dormirme. 


—Te amo —susurro y me acurruco más contra su cuerpo. Lo oigo sonreír y luego besar mi cabeza.



—Y yo te amo a ti —dice con la voz cargada de dulzura. Ha vuelto a ser mi Pedro de siempre. Puedo saberlo por el tono de su voz—. Descansa, preciosa Paula…




CAPITULO 45 (TERCERA PARTE)





Son las once de la noche. Pedro lleva más de cinco horas fuera de casa y no sé nada de él. 


Le he dejado miles de mensajes de voz en su celular, lo he llamado, enviado mensajes de texto, pero nada. No puedo localizarlo y comienzo a sentir miedo. No sé a dónde está, lo que está haciendo, no sé si Damian sigue vivo… 


—¿Papá Pero se fue de viaje? —pregunta Ale, mientras que se acurruca a mi lado y acaricia a su pequeño perrito. 


Estamos en su habitación y estoy esperando a que se quede dormido. No podré con todo esto. 


—Él vendrá pronto. Fue a resolver un problema —le explico, pero sé que eso no es suficiente.



—¿Qué problema? —pregunta, elevado su cabeza hacia mi dirección. Sonrío y acaricio su mejilla en un vago intento por cambiar de tema, pero no funciona. 


—Es un problema de gente grande, Ale. 


—¿Y papá se molestó? 


Su pregunta me sorprende, pero no tanto. Está claro que despertó por los gritos en la sala de estar. 


—No… —miento—. Papá se enfadó por otra cosa, pero volverá pronto —aseguro una vez más—. Ahora tienes que dormir porque para cuando despiertes, papá estará aquí y jugaremos mucho con Dog, lo llevaremos al parque. 


—Está bien —murmura con una sonrisa. 


Beso su frente, acaricio a su perrito y me quedo ahí por unos cuantos minutos hasta estar completamente convencida de que se ha dormido. Lo observo una última vez, me seguro de que está bien cubierto con el edredón y dejo la luz encendida, luego salgo de la habitación sin hacer ruido y camino hacia mi cuarto. Falta poco para que se acabe San Valentín y comienzo a pensar que es mucho peor que el del año pasado. 


No estamos juntos, estamos peleados y no dormiré entre sus brazos porque sé que está molesto conmigo. Me siento en la cama con el teléfono entre las manos y veo pasar lo minutos. 


Decido llamar una última vez, pero no me contesta. 


—Sé que estás molesto, sé que probablemente me odies después de esto pero… —suelto un suspiro y otro sollozo—. No creí que este San Valentín sería como el primero, Pedro. Hace un año no dormí entre tus brazos porque fingía que te odiaba y ahora tú me pagas con la misma moneda… Sé que no es justo que te pida nada, pero si oyes esta nota de voz entonces presta mucha atención. Te diré todo lo que sucedió en todos estos días en los que no has estado, te lo contaré todo con lujo de detalle… 


Comienzo a narrar cada cosa que ha sucedido desde que se marchó. Trato de no omitir ni un detalle, pero cuando lo noto, llevo más de veinte minutos hablado y ya le envié como siete notas de voz que probablemente no solucionarán nada.



—Sabes… lo lamento. No fue mi culpa, pero lo lamento de todos modos. Sabes que te amo… 


Suelto el micrófono de la pantalla y luego trato de tranquilizarme. Estoy molesta conmigo y molesta con él, pero también estoy decepcionada de mi misma. 


Es una mezcla absurda de sentimientos y hormonas. 


Acaricio a Kya e intento que mi vientre vuelva a relajarse. 


Corro a la ducha y me doy un baño que dura menos de diez minutos. Seco mi cabello y trato de no pensar en todo lo que ocurrió. 


Él ha arruinado nuestro San Valentín. 


Yo quería decírselo todo, pero buscaba el momento correcto y eso él no lo supo comprender. Es ridículo. Yo tengo la razón. 


—Eres una completa estúpida, Paula —me digo a mi misma cuando estoy peinando mi cabello. 


Aseguro el nudo de la toalla blanca que cubre mi cuerpo, camino hacia mi tienda individual y tengo otro enfrentamiento conmigo misma al ver mi teléfono. Esto es ridículo. No me merece. 


Debería estar aquí tratando de solucionarlo y no en no sé dónde. 


*Vete a la puta mierda Alfonso!* 


Escribo y luego se lo envío. Oigo un extraño sonido al otro lado de la habitación. Me volteo lentamente y cierro los ojos porque sé que cuando los abra lo veré parado a metros de mí, y lo hago… Ahí está él, leyendo el mensaje que acabo de enviarle. 


—¿“Vete a la puta mierda”? —pregunta, mirándome fijamente. 


No puedo descifrar lo que hay en su rostro. No sé si sigue enfadado o qué. Estoy completamente confundida y sentirme así me hace tener deseos de llorar. Me siento como una estúpida. 


Pedro… 


Él deja su teléfono celular a un lado, da un par de pasos y, en menos de dos segundos, está delante de mí. 


Sus ojos me escanean por completo, una de sus manos toma la toalla que me cubre y en un parpadear estoy completamente desnuda. Sus manos rodean mi cintura mientras que sus labios aprisionan los míos por completo. Es un beso cargado de desesperación. No sé qué hacer o que decir, solo lo sigo, quiero seguirlo para saber en dónde terminará todo esto. 


Es una completa locura, pero no puedo pensar en nada y al mismo tiempo todo se me viene a la cabeza. 


Pedro... —digo apartándome cuando necesito respirar—. Pedro… —pero su agarre se torna más fuerte. 


Toma mi pierna derecha y hace que rodee su cintura con ella. Me pierdo en otro beso y gimo cuando sus labios acarician mi cuello. La piel de todo mi cuerpo se calienta, siento calor, voy a perder los estribos. ¿Qué está sucediendo? 


—Tú eres mía… —susurra sobre mi oído, mientras que con una de sus manos atrapa uno de mis senos—. Tú eres solo mía —vuelve a decir como si estuviese tratando de convencerse a sí mismo de que lo que dice es verdad, y claro que lo es—. Ese beso no significó nada para ti —asegura. 


—No, claro que no —siseo de inmediato. 


Gimo de nuevo y chillo cuando me toma con fuerza y me carga a horcajadas. 


Comienza a caminar hasta la cama y me deja sobre ella con sumo cuidado. Me observa desde donde está y luego se quita su camisa con prisa. No puedo creer que esto esté sucediendo. 


Observo su torso y mis ojos se posan rápidamente hacia su pantalón. Se lo está quitando a toda prisa y no demoro en verlo completamente desnudo. 


Su erección está ahí, llamándome. Es toda para mí. Suelto un suspiro y luego me acomodo para que Kya no comience a quejarse con sus pataditas. Pedro sigue sin ninguna expresión clara en su rostro. 


Aún no he visto una sonrisa y no sé qué pensar realmente. 


Se acerca a mí y hace fuerza con ambos brazos para no aplastarme, luego se inclina y muerde mi labio inferior. No puedo moverme, estoy completamente hechizada. 


Me pierdo en su mirada, en sus caricias, en todo él. Esto me ha tomado por sorpresa y estoy desconcertada. Su boca comienza a depositar leves besitos sobre su hija, sus manos descansan a ambos lados de mi cintura, mientras que sus labios… 


Oh, Dios. Sus labios siguen bajando hasta posarse sobre mi feminidad. Enloqueceré por completo. Descanso mi mano sobre la parte trasera de su cabeza para guiar sus movimientos y cierro los ojos. Él deja de besarme de inmediato y mueve su rostro junto al mío, separa mis piernas y, cuando me mira fijamente, sonríe y me penetra de tal manera que logra arrebatarme un gemido.



—Tú eres mía, solo mía… 


Pedro



CAPITULO 44 (TERCERA PARTE)




Entramos al apartamento y con cuidado guio a Pedro por las escaleras al bajar. Ale se ha dormido y trae entre brazos a su pequeño perrito que lo acompaña en el sueño. Es una escena adorable y no dejé de tomar fotografías de camino a casa con mi celular. Un perro, tenemos un perro. No lo puedo creer. Jamás imaginé que todo esto sucedería. Estoy nerviosa porque sé que habrá más sorpresas como estas, pero no puedo imaginar cuales. 


—Déjalo en su cama —susurro. 


Entro a la habitación antes que él, enciendo la luz, corro el edredón a un lado y luego Pedro deja a nuestro pequeño y a su perro en la cama. Los cubro a ambos y beso la cabeza de mi pequeño. Pedro sonríe como todo un padre orgulloso y luego estira su brazo y me acaricia a mí. 


—Es nuestro momento a solas —susurro ladeando la cabeza para sentir la palma de su mano en mi mejilla. 


Una gran sonrisa se forma en sus labios y veo en su mirada que está pensando lo mismo que yo. Es nuestro momento, para que estemos juntos, tal vez no sea bueno, pero puedo hablar con él y decirle todo lo que sucedió. 


Salimos de la habitación de Ale y bajamos las escaleras hasta la sala de estar. Me quito el abrigo y lo dejo sobre el sillón, luego los zapatos, y suspiro aliviada cuando mis pies ya no se quejan por causa del dolor. Pedro se quita su suéter también y se lanza con pereza. 


Me rio y veo como enciende la televisión. Me siento con cuidado a su lado y él me toma entre sus brazos, me deposita en su regazo y comienza a hacerme leves caricias en el vientre con su mano, y en mi mejilla con su nariz.



Cierro los ojos, disfrutando de cada una de esas magnificas sensaciones. Ha estado seis días lejos de mí y lo único que quería era estar así con él a cada segundo. 


—Al fin estas en mis brazos —dice soltado un suspiro—. Te extrañé demasiado. 


—Y yo a ti —respondo rápidamente. 


Acomodo mi cabeza en su pecho y luego hago círculos con las yemas de mis dedos sobre su torso. Ver los primeros botones de su camisa blanca abiertos es muy tentador y sé que debo contenerme. 


—Te tengo una sorpresa —dice con una media sonrisa. 


Elevo mi cabeza de inmediato presa por la curiosidad. 


Siempre me sorprende de la manera más inesperada. 


—¿Qué cosa? 


—Espera aquí un momento —me dice. 


Se pone de pie y lo veo caminar con prisa hacia el pasillo. 


Se pierde en su despacho y segundos más tarde regresa con un sobre entre sus manos. Aplaudo de la emoción y me revuelvo en el sillón. 


—¿Qué es? ¿Qué es? 


Él se ríe y me entrega el sobre color rosa. Lo abro a toda prisa sin preocuparme por no destrozar el papel por todas partes. Son papeles, muchos papeles y no comprendo lo que sucede. Comienzo a leer lo que dice y con solo ver el logo en la parte superior mi corazón se acelera. Oh, por Dios. No puede ser. 


—¿Estás hablando en serio? —lo miro y su sonrisa se hace más grande cuando asiente con su cabeza—. No puedo creerlo… ¡Son clases de cocina! ¡El curso completo! —grito emocionada. 


Pedro se ha gastado miles de libras en clases de cocina tradicional, pastelería y gestión hotelera. Se ha preocupado por cada detalle y cada vez que leo más y más los informes, me emociono. Serán clases en casa, vendrán hasta aquí a enseñarme a preparar todo tipo de platillos, técnicas, y podré graduarme dentro de seis meses… No lo puedo creer. 


—¿Te gusta? 


—¡Me encanta, Pedro, por Dios! ¡Me encanta! —grito y me lanzo a sus brazos—. ¡Gracias, cariño, gracias!



Los dos reímos y nos besamos tiernamente durante varios segundos, pero luego me siento aún más culpable, ¿Cómo se supone que deba de arruinar este momento perfecto con toda la verdad? No es justo para ambos, pero tampoco es justo que se lo oculte. 


—Tengo muchas cosas que contarte —murmuro, apoyando mi cabeza en su hombro de nuevo. El timbre suena una y otra vez de manera incesante. Pedro frunce el ceño y yo maldigo a quien sea por tocar de esa manera. 


—Esto debe de ser una broma —siseo molesta cuando Pedro se pone de pie y sube las escaleras hacia la entrada. 


Cierro los ojos y trato de relajarme. No sé quién sea, pero no oigo ni una sola voz. Oigo tacones bajar los peldaños y a Pedro gritar a lo lejos. Me pongo de pie y veo a Daphne y a Tania bajar las escaleras a toda prisa. 


No sé qué sucede realmente, trato de sonreír para darles la bienvenida, aunque no me agrade que estén aquí, pero antes de que pueda siquiera parpadear, Daphne se acerca a mí y me da una cachetada con la palma completa de su mano que hace que voltee mi rostro al otro lado por causa de la fuerza y la furia. 


—¡Daphne! —grita Pedro alcanzándola. 


No logro verlo, solo cierro mis ojos y trato de pensar que esto es una pesadilla, que no está sucediendo.


 —¡Eres una maldita puta caza fortunas! —grita en mi dirección mientras que yo intento asimilar todo lo que sucede. 


Elevo la mirada sin apartar mi mano de mi mejilla que está ardiendo y la observo. Esto no puede estar pasándome.


Pedro se mueve con velocidad y toma a su madre por ambos lados de sus brazos, la zarandea un par de veces y comienzo a sentir miedo porque no sé qué sucederá. Mis ojos se posan en Tania que llora desconsoladamente y… Damian… No, Damian… 


—¿Qué mierda te crees que haces? —grita él, sacudiendo a su madre—. ¿Cómo mierda te atreves a golpearla, Daphne? —brama aún más molesto que antes. Ella se suelta de su agarre e intenta recobrar la compostura. Estoy paralizada, sé que esto será un enorme problema, no tendré San Valentín, definitivamente sé a dónde acabará todo esto. 


—¡Esa de ahí! —grita señalándome con su dedo índice—. ¡Esa estúpida a la que tomas por esposa es una maldita mujerzuela!


—¡Cierra tu maldita boca! —ordena Pedro. Todo esto es un desastre y no soy capaz de defenderme. 


—¡Estás ciego! ¡Es una maldita que te cegó, Pedro


—¿Qué mierda es lo que sucede, aquí? —indaga elevado su tono de voz mucho más fuerte de lo que creí posible. Está furioso y temo por todos nosotros. 


Quiero calmarlo, pero me siento tan paralizada que no puedo moverme. Es como si Carla estuviese humillándome justo en este momento. Soy frágil otra vez. Eres frágil Ana… 


—¿Por qué no se lo preguntas a tu querida esposa? —interfiere Tania, limpiando sus lágrimas con desprecio. 


Puedo ver el odio en su mirada y ya sé lo que sucede.


Pedro se voltea en mi dirección en busca de una explicación, pero solo puedo negar con la cabeza. Mi lengua no se mueve. En estos momentos no soy la reina del lugar, no soy nada. Me estoy dejando pisotear. 


—¡Ella y el fotógrafo te han estado engañando todo este tiempo, Pedro! —grita Daphne desesperada—. ¡Han engañado a tu hermana, también! —Niego con la cabeza y trato de defenderme, pero al ver la mirada que Pedro me lanza, sé que no tengo oportunidad alguna—. ¡Ese tipo y tu esposa se han estado besuqueando por ahí! ¡Eran amantes, Pedro


—¡No! —logro decir, rompiendo en llanto—. ¡Eso no es verdad! 


—¡Mira a tu hermana! —exclama la maldita arpía, señalando a Tania—. Ese tipo siempre fue un miserable, pero le di una oportunidad. Engañó a tu hermana, siempre estuvo enamorado de esa mujerzuela, Pedro! ¡Entiéndelo! ¡Es San Valentín y tú lo estás pasando fantástico, mientras que tu hermana llora porque ese estúpido le confesó que siempre estuvo enamorado de tu esposa y que solo salía con Tania para olvidarla a ella, a esa basura! —exclama señalándome de nuevo. 


—¡Basta! —grito, sintiendo como el pánico me invade. Yo no soy la culpable de todo esto. No puede estar sucediéndome algo así. No quiero creerlo. Está destruyendo mi matrimonio de un segundo al otro por cosas que no son ciertas.



—¡Desde el día que te conocí supe que traerías problemas! —grita en mi dirección—. ¡Parecías una chica de buena familia y aunque eras una maldita desagradable, creí que eras la correcta, pero luego descubrí que no era así! ¡No amas a Pedro


—¡Claro que sí! 


—¡Solo te casaste con él por su fortuna! ¡Lo has estado engañando, deshonraste su apellido, le fuiste infiel! ¡Quién sabe, tal vez esa niña de ahí ni siquiera sea tuya, Pedro! —grita furiosa, pero logro enfrentarme a ella. No dejaré que me humille aún más. 


Está faltándome el respeto a mí, a Pedro, a mis hijos, y no puedo permitirlo. Me abalanzo sobre ella y le devuelvo el golpe anterior. Uso todas mis fuerzas. No me importa que sea la madre de Pedro, no me importa una mierda. Su mejilla se voltea hacia el otro lado con un gran sonido, mi mano arde y se pone roja al instante, pero no me importa. 


— ¡Nunca en tu puta vida vuelvas a faltarme el respeto de esa manera, Daphne! ¡Nunca! ¡He pasado muchas humillaciones por parte de mi madre, pero no permitiré esto, y menos de ti! ¡Juro que vas a arrepentirte por todo lo que has dicho!


La habitación se queda en completo silencio. Lo único que se oyen son las respiraciones agitadas de todos. Tania abre sus ojos de par en par sin poder creerlo, Pedro mira hacia ambos lados preguntándose qué hacer, mientras que Daphne toma su mejilla con su mano de manera dramática y observa a su hijo esperando a que él la defienda. 


—¿Estás amenazándome? —pregunta mientras que veo como sus manos tiembla por causa de la situación. 


—Tómalo como quieras, pero vendrás a pedirme perdón de rodillas cuando te des cuenta de todo lo que ya has perdido por causa de tu error. 


—Largo —dice Pedro, tomando a su madre del brazo—. Largo, las dos. Lárguense de mi casa —espeta, empujándolas a ambas hacia el lado de las escaleras. Tania detiene a Pedro y se voltea para enfrentarlo. 


—Tú no eras así, Pedro —le dice con los ojos cagados de lágrimas—. Tu jamás hubieses escogido a alguien más sobre tu familia —susurra, tratando de hacerlo todo más dramático. Estoy parada en medio de la sala de estar con la respiración agitada y una punzada en el vientre—. Nosotros somos tu familia y no ella. Ahora todo tiene sentido, solo quiere tu dinero, quiere lo que es nuestro. Tienes que abrir tus ojos, por favor, escúchame… 


—Vete, Tania —espeta él, tomándola del brazo. 


—Ella te ha cegado —interviene Daphne—. Siempre fuimos los más importante para ti, siempre… Antes estabas al pendiente, todo el tiempo, y ahora ni siquiera llamas para saber si todo está bien. Ella te apartó de nosotras, Pedro


—Largo de aquí. 


—¡Nosotras somos tu familia! —grita Tania, y Pedro estalla. 


—¡Ustedes ya no son mi familia, mierda! —grita, señalando a ambas—. ¡Amo a esa mujer, es la madre de mis hijos y nada de lo que digas hará que me separe de ella! ¡Lárguense ahora! 


—¡Eres un imbécil, Pedro! —responde Tania—. ¡Te fue infiel, no te ama, solo quiere tu dinero! 


—A partir de este momento las dos están muertas para mí —dice con el tono de voz cargado de seguridad. Debo confesar que eso me toma por sorpresa, pero no puedo hacer nada. Sé que ha escogido a su familia, pero también sé que una gran pelea se avecina entre ambos. No todo será perfecto—. Largo. 


Las dos se marchan escaleras arriba y luego oigo como la puerta principal se cierra con un estruendo. Pedro sigue de pie, espaldas a mí, en el mismo lugar en el que estaba antes de que ellas se marcharan. Doy un paso hacia su dirección con temor. No sé cómo reaccionara, en realidad sí sé y creo que a eso es a lo que más le temo. 


Pedro… —digo a escasos metros de distancia—, por favor… —imploro antes de saber siquiera por qué estoy implorándole. No tengo que pedirle perdón porque no fue mi culpa. 


—¿Cuándo pensabas decírmelo? —pregunta con el tono de voz frío y distante. Oírlo hablar así, sin siquiera mirarme, hace que mis ojos se llenen de lágrimas. No quiero distancia entre ambos, no quiero arruinarlo.


—Yo… —balbuceo sin saber que decir—. Yo traté de decírtelo, quería hacerlo, pero… es que sucedieron… Pedro, jamás lo besé —murmuro rápidamente. 


Estoy desesperada, siento que voy a perderlo y sé que si lo pierdo no habrá marcha atrás. 


—¡Él te besó a ti! —grita, volteándose—. ¡Dejaste que te besara, dejaste que tocara tu boca, Paula! ¡Y no te atreviste a decírmelo! ¡Tuve que enterarme por mi madre de lo que sucedió! 


—No fue como crees… —me excuso. 


No sé qué decir, pero diga lo que diga, nada funcionará. Él me toma rápidamente de la cintura y atrae mi cuerpo al suyo. 


Puedo ver toda la furia emanado de su mirada y de cada poro de su cuerpo. Está hecho un salvaje y sé que esto será un desastre. 


Pedro, estás haciéndome daño —me quejo cuando la presión entre nosotros comienza a molestar a Kya. Me suelta un poco y luego hace contacto visual conmigo. 


—Tú eres mía —dice en un susurro. Parece molesto, demasiado diría yo, pero hay algo dulce en la forma en la que lo dice—. Tú eres mi mujer, eres mi esposa, eres la madre de mis hijos, Paula Alfonso —murmura, cerrando sus ojos y apegando nuestras frentes. Suelto un sollozo y luego coloco ambas manos en sus mejillas—. Solo mía… 


—Sí, soy tuya —aseguro—. Siempre, Pedro… Por favor, necesito que me creas. Yo jamás te sería infiel, jamás. No escuches a tu madre, yo… 


—Ese hijo de puta te tocó —murmura. Vuelvo a observar como sus ojos se llenan de odio —. Ese maldito de tocó, se atrevió a tocarte… 


Me suelta y luego veo como sube las escaleras a toda prisa. 


Me alarmo porque sé lo que hará. Trato de seguirlo y hacer algo, pero no puedo. No hay nadie en la casa y no puedo dejar a Ale solo. 


—¡Pedro, no! —grito antes de que termine de subir—. ¡No cometas una locura! —logro gritar con la poca voz que siento que me queda, pero lo único que escucho es la puerta de entrada cerrarse con otro estruendo.


Corro rápidamente al otro lado de la habitación presa por la furia, tomo mi teléfono celular y marco el número del imbécil de Damian. 


Al tercer tono contesta, pero no dice nada. 


—¡Eres un maldito hijo de puta! —grito, sintiendo como comienzo a llorar de nuevo—. ¡Eres una mierda! 


—Lo sé… —murmura muy por lo bajo. No dice nada más, pero puedo oír su respiración. 


—¡Pedro te encontrará y te romperá la cara por toda tu estupidez! —grito aún más furiosa —. ¡Si creías que por contarle a Tania lo que sucedió arruinarías mi matrimonio, pues, te equivocas! 


—Paula… 


—¡Te odio, odio haberte conocido, te desprecio y espero que tengas una vida miserable! ¡Tania te odia y yo también! ¡Eres un estúpido que no se merece nada! ¿Cómo pudiste hacerlo? ¡Eras mi mejor amigo, Damian! 


—¡Nunca quise ser tu amigo! 


—¡Te odio! ¡Pedro te hará trizas! 


Cuelgo la llamada y lanzo mi teléfono al sillón. Contengo mis sollozos por unos pocos segundos, pero luego rompo a llorar. Todo parece desmoronarse de un segundo al otro. 


Siento que voy a perderlo todo por el error que alguien más cometió. Siempre supe que Damian sentía algo, pero creí que eso se iba apagando de a poco y creí que de verdad éramos los mejores amigos, pero él en realidad siempre fue así conmigo porque quería algo más. Todos quieren algo más… 


Y sé que esto recién es el comienzo porque cuando le diga sobre Lucas todo será peor. Se sentirá ofendido, o lo que sea, y no volverá a dirigirme la palabra. Marco su número de teléfono y limpio mis mejillas. Él no me contesta, pero cuando salta su buzón de voz, no dudo ni un segundo en dejarle un mensaje. 


Pedro… sé que ha sido un error y sé que te sientes traicionado, pero también sé que sabes que te amo. Tú y nuestros hijos son todo lo que tengo y jamás haría nada para arruinarlo. Por favor, no cometas una locura… Tenemos que hablar… —le suplico. Sollozo y luego cuelgo. Solo espero que entre en razón. 


—Mamá Paula… —murmura mi pequeño desde las escaleras. Me muevo rápidamente y seco mi cara. Subo las escaleras y me arrodillo para estar a su altura. Ale tiene a su oso de felpa entre brazos y coloca una de sus manitos en su ojo derecho para apartar todo rastro de sueño—. ¿Y papá Pero? —pregunta buscando a su alrededor. 


—Papá Pedro… él regresará enseguida —aseguro. Acaricio su cabello y luego veo a mi alrededor buscando algo que haga cambiar de tema a todo este asunto—. ¿Y Dog? —pregunto—. ¿Dónde está? 


Ale hace gesto de sorpresa y luego corre hacia su habitación. 


—¡Olvidé a Dog en la habitación! —exclama mientras que corre—. ¡Dog, ven aquí! 


Me rio porque es lo único que puedo hacer y luego veo como el can y mi pequeño vienen hacia mí. Tengo que fingir que todo está bien. Tengo que pasar este tiempo con Ale y distraerlo, es demasiado listo y no podré ocultarle esto por mucho tiempo. Sé que lo notará. 


—¿Qué te parece si hacemos galletas? —le pregunto, tomando de su manito para bajar las escaleras. Él carga a su perrito en unos de sus brazos y luego me acompaña hacia la cocina.