lunes, 11 de septiembre de 2017

CAPITULO 3 (SEGUNDA PARTE)



—¿Cuál es el siguiente lugar? —pregunto, subiéndome al coche. Estoy cansada, sudada y me duelen los pies, pero no me quejo. Estoy disfrutando de todo esto a pesar de los pequeños inconvenientes. 


—Te daré una pista —dice encendiendo el motor—: Es un palacio. Frunzo el ceño y luego hago memoria. 


—¿Puedes comprarlo para que nos mudemos en él? —pregunto rápidamente a modo de broma. Él se ríe y luego niega con la cabeza. 


—No, cariño. No puedo comprarlo. 


—Entonces ya sé cuál palacio es —afirmo—. ¿Cuándo visitaremos la torre Eiffel? —pregunto con desesperación. Es lo que más me interesa visitar de nuevo. Me encanta y Pedro parece aplazar la visita cada vez más. 


—Luego, cuando llegue el momento.



****


—El Palacio de Versalles, cariño —musita, enseñándome con sus brazos algo más que evidente a muchos kilómetros, mientras que caminamos, tomados de la mano, el largo trayecto que nos queda hasta llegar a la inmensa y antigua construcción.



—Es bonito —digo, mirando alguno de los detalles en las grandes ventanas que se divisan a lo lejos. —Fue Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO hace más de treinta años, Paula —me dice emocionado, y yo pongo los ojos en blanco. 


Pedro Alfonso y su pasión por la historia. No quiero aburrirme, pero él me dice cosas que jamás aprendí en la escuela porque no me interesaban y que aún no me interesan. 


—El Palacio de Versalles es uno de los palacios más conocidos a nivel mundial. Aquí se firmó el final de la Primera Guerra Mundial. 


—Que interesante —murmuro distraída y con evidente sorna en mi tono de voz. Pedro se coloca delante de mí y se cruza de brazos con el ceño fruncido


—¿Qué? —pregunto fingiendo confusión. 


—Eres muy malvada —dice, fingiendo estar ofendido—. Te enseño historia mundial y simulas prestarme atención. Estoy muy decepcionado, señora Alfonso. 


Me rio y lo abrazo para calmar la situación. 


—Lo siento, pero siempre odié historia universal. Reprobaba esa materia todo el tiempo —confieso ocultando mi cara en su pecho. Él me rodea con los brazos y se ríe—. ¡No te rías! —me quejo. Besa mi frente y se aparta un poco para mirarme a la cara. 


—¿En que eras buena, entonces? 


—Anatomía —respondo moviendo las cejas de manera sugerente. Suelta una carcajada y niega con la cabeza un par de veces. 


—Apuesto que sigues siendo buena en eso, cariño. —Murmura. 


—Solo bromeo. Nunca fui buena en nada. No lo suficiente… 


Me toma entre sus brazos y me besa sin que pueda predecirlo. Cierro los ojos y coloco ambas manos en su nuca. Es uno de esos besos mágicos que me dejan sin palabras. Lo necesito, lo quiero, él es lo único que me hace ser quien quiero ser realmente. En momentos como estos, no necesito fingir ser alguien que no soy. Soy solo yo, solo Paula. Y soy suya, solo suya. 


—Te amo, mi preciosa Paula. 


—Y yo te amo a ti, Pedro


Luego de visitar el palacio, damos unas cuantas vueltas en los alrededores. Veo varias tiendas de ropa y no puedo resistirme, tengo el impulso de comprar y comprar. La ropa es realmente hermosa y a mi esposo no le importa el precio. 


Todo lo que me pruebo le gusta. 


—¿Por qué no nos vamos?  —pregunto luego de salir de la última tienda con muchas bolsas en las manos. 


—Porque caerá la noche y quiero enseñarte algo —me dice por enésima vez. Ya se lo he preguntado muchas veces, pero estoy realmente ansiosa. No suelo ser así y sé que este viaje está dejando a la Paula de Londres atrás y está convirtiendo a esta Paula actual en otra persona diferente—. Dejaremos esto en el coche y luego iremos a ver algo que sé que te gustará —asegura, tomando mi mano para cruzar la calle. 


—De acuerdo.



****


Pedro cubre mis ojos todo el tiempo. Camino sin saber por dónde vamos exactamente, pero dejo que él sea mi guía. La situación me causa risa y, al mismo tiempo, me resulta de lo más romántica. Ya ha caído la noche como me dijo y es el momento de ver algo que, según él, me gustará. 


—Tengo miedo de caer —digo, caminando lentamente. 


—Nunca dejaría que te caigas, Paula —murmura dulcemente—. Jamás permitiré que nada ni nadie te haga daño, eso lo sabes —Siento que nos detenemos y mi cuerpo se voltea hacia la derecha. 


—¿Lo prometes? 


—Lo prometo. 


Doy un paso al frente y luego vuelvo a sentir todo el cuerpo de Pedro detrás de mí. Una de sus manos baja hacia mi cintura y la otra permanece en mis ojos. 


—Abre los ojos, cariño —ordena, retirando la otra mano. 


Hago lo que me dice y me quedo con la boca abierta el ver lo que tengo delante de mí. Todo es perfecto, romántico, hermoso e inesperado. Si, sé que son. He oído hablar de ellas una vez y no puedo creer que Pedro me haya traído a este hermoso lugar. Ya estuvimos aquí hoy en la tarde, hace unas pocas horas, pero ahora el palacio de Versalles se ve muy diferente. Ya no me resulta para nada aburrido.



—Hasta finales de octubre “Aguas Musicales” es un espectáculo... —informa señalándome las miles de formas que toma el agua danzante—,…que mezcla luz, agua y música clásica en los jardines del castillo más famoso del mundo. ¿Qué dices? 


—Me encanta —murmuro sin lograr salir de mi asombro. 


—Es perfecto para dar un romántico paseo —sugiere, colocando su brazo en jarra para que lo tome. 


—Me encantaría dar ese romántico paseo contigo, solo contigo, Pedro...





CAPITULO 2 (SEGUNDA PARTE)





Estamos listos para comenzar a recorrer la ciudad. Ya llamaron de recepción para informarnos que le coche espera por nosotros, solo debo de aguardar unos segundos hasta que mi guapo esposo termine de arreglarse. Fue un excelente comienzo de mañana. Primero sexo y luego más sexo y un merecido baño que ayudó a relajarme más de lo que debía. Ahora me encuentro bien. Tomo mi bolso y me acerco al espejo para ver mi aspecto. Todo está perfecto como debería de estarlo. Yo soy perfecta.


Pedro aparece detrás de mí y besa mi mejilla. Ambos elevamos la mirada y nos vemos en el espejo.


—Nos vemos muy bien juntos —murmura acariciando mi hombro con sus dedos.


—Lo sé —respondo castamente. Espero que no haga más nada, porque si sigue así, no podremos salir de esta habitación jamás y hay demasiado por recorrer—. ¿Podemos irnos ya? —cuestiono antes de que la Paula malvada logre liberarse.


—Vamos —me dice, tomando su billetera.


Salimos hacia la calle y el ballet parking del hotel le entrega a Pedro la llave del hermoso coche de los años ochenta, color negro, que capta mi atención de inmediato. Ambos hablan en francés durante varios segundos y luego de la propina, sé que todo está listo. Doy brincos como una niñita y dejo que mi esposo me abra la puerta del vehículo.


—¿A dónde vamos? —pregunto con suma curiosidad.


—Aún no lo sé, pero… ¿qué te parece si dejamos que París sea nuestra guía? —pregunta, encendiendo el motor.


—Que París sea nuestra guía, entonces.


La música en el coche comienza a sonar y todo se vuelve una completa locura. Recorreré París con mi perfecto y amado esposo. No sé lo qué sucederá y eso lo hace más emocionante todavía. Improvisaremos todo y los días volarán hasta que llegue la noche de mi sorpresa. Sé que le gustará, sé que seremos completamente felices, sé que en estos tres días en la ciudad del amor cambiaré de parecer con respecto a ese tema que me tenía preocupada y le diré que sí sin problema alguno. De hecho, ya empecé a pensar en eso y me asustan las ansias que tengo de qué un impulso se apodere de mis sentidos y me haga cometer la mejor de las locuras.


Comenzamos nuestro paseo y recorremos múltiples avenidas. Tomo mi celular y le saco fotografías a todo lo que me gusta. Pedro se ve completamente relajado y deja que el ritmo de la pegadiza música nos lleve hacia no sé dónde. 


Todo es hermoso. El cielo está algo nublado debido a que estamos a principios de septiembre, pero eso no arruinará nuestro día.


El Arco del Triunfo es, junto a la Torre Eiffel, el monumento más representativo de París y es el primer atractivo turístico que visitamos. Nos bajamos del coche rápidamente, él me toma de la mano y observamos con detenimiento la imponente construcción de cincuenta metros de altura.


—Fue construido entre mil ochocientos seis y mil ochocientos treinta y seis, por orden de Napoleón para conmemorar la victoria en la batalla de Austerlitz, cariño.


—Genial —respondo rápidamente y tomo mi teléfono para recordar este momento y para que él ya no me hable sobre esto.


Nos tomamos muchas fotografías con todo tipo de poses y caras posibles hasta que casi sobrecargamos la memoria del celular, luego compramos algo de beber en un pequeño puesto de un vendedor ambulante y seguimos el recorrido.


—Haremos esto a pie, cielo —me dice, estirando de mi brazo para seguir recorriendo un par de calles.


Son todas elegantes, limpias y perfectamente estables. Hay un poco de viento, pero eso no me molesta. Mis tacones resuenan de un lado al otro y Pedro no se detiene ni un solo segundo. Pasamos por varias tiendas de ropa cuando nos dirigimos hacia uno de los restaurantes más costosos y elegantes de Francia. Hago que se detenga, y, sin mirar vidrieras ni nada de eso, nos introducimos en algunas de ellas. Todo pasa de manera muy rápida y los momentos de diversión son constantes. Me pruebo todo tipo de atuendos y Pedro los aprueba sin chistar. Me compro varios vestidos, zapatos y, sobre todo, tres o cuatro bolsos Loboutin. Son mis favoritos, no podría venir a París y regresar a casa sin ellos.


—¿Listo? —cuestiona cuando deslizan su tarjeta de crédito por tercera vez. Me rio levemente y le entrego la Black Card para que la guarde.


—¿Sabes cuánto te costará todo este viaje, verdad?


Tomo mis bolsas y él me rodea la cintura dulcemente.


—Lo sabré cuando lea los recibos, cariño —murmura, y hace que se me escape una risita. Morirá si lee recibo a recibo detalladamente. No llevamos ni tres horas de recorrido y ya gasté mucho en ropa y zapatos. Y sé que esto recién comienza.



—No deberías de complacerme tanto, Pedro —sugiero para no sentirme culpable luego. Si lo hago, podré decirle “Te lo advertí” y no protestará.


—Quiero complacer cada uno de tus caprichos, preciosa —murmura de manera dulce y al mismo tiempo sensual sobre mi oído.


Ya en la acera, dejo mis cuatro bolsas en el suelo y luego lo rodeo con los brazos. Unas cuantas personas nos esquivan y nos miran con dulzura. Beso sus labios y no puedo evitar levantar una de mis piernas cuando lo hago, como si fuese una antigua película de amor. Siempre quise hacer eso. Y lo hice. Ya no necesito nada más. Bueno, en realidad sí, hay mucho por comprar aún.


—Ven, dejemos esto en el coche —le digo con una sonrisa. 


Él no protesta y me ayuda con las bolsas. Lo bueno de todo esto es que enviarán las cuatro cajas de zapatos y bolsos al hotel.


Nuestro siguiente lugar por visitar es, finalmente, “Epicure”, uno de los restaurantes más conocidos, caros y elegantes de la ciudad. Sí, tengo hambre, debo admitirlo. No sé cómo Pedro consiguió una reserva en un lugar como este en tan poco tiempo, pero lo único que sí sé es que él lo tiene todo absolutamente planeado. Son las tres de la tarde en la ciudad y necesito comer algo.


Pedro toma mi mano por encima de la mesa, luego de pedir la cuenta de todo lo que consumimos.


—Esto parece un sueño —dice. Frunzo el ceño y me acerco lo más que puedo a él, hasta que la mesa me impide seguir haciéndolo.


—¿Por qué parece un sueño?


—Porque estás aquí, porque seguimos juntos, porque sientes lo mismo que yo… —musita con la voz apagada—, porque todo está sucediendo como alguna vez lo soñé —susurra, ahora sonriente—. Cuando nos casamos pensé que no lograrías soportarme por más de un mes, pero lo hiciste, y descubrí que a pesar de tu indiferencia y tu actitud de control absoluto, solo intentabas defenderte de lo que te rodeaba.


—Oh, Pedro


—Supe que eras la mujer de mis sueños en cuanto te vi, Paula Alfonso.



—Si sigues hablando así, vas a hacerme llorar y el maquillaje se correrá —indico rozando mi ojo con mi dedo índice. No puedo llorar, no puedo ser tan inmune a sus palabras—. Me veré fea.


—No quiero que llores, cariño. Jamás te verías fea, eres hermosa —asegura—. Solo estaba recordando cosas lindas y dije eso.


Me rio ante los pequeños recuerdos que invaden mi mente. 


Fueron tantos en tan poco tiempo…


—Yo tampoco creí que nuestro matrimonio duraría. Recuerdo que el primer día en la mansión me sentía aterrada, pero descubrí que era divertido hacerte enfadar y el miedo se esfumó —confieso en un susurro. 


Pedro me lanza su mirada más dulce y luego extiende su otra mano hacia mi mejilla y la caricia levemente.


—Eres perfecta —dice, rozando sus dedos sobre mi piel—. Eres mi preciosa Paula.


—Mi preciosa Paula —repito—. Me encanta cuando me llamas así. Aunque, eres algo cursi.


—¿Yo soy cursi? —pregunta, asombrado.


Asiento levemente con la cabeza y me rio. No puedo evitarlo.


—Yo diría que soy romántico.


—Y cursi —agrego rápidamente.


Somos solo nosotros dos, encerrados en nuestra burbuja en donde todo es perfecto. Todo es color de rosa, todo es amor y romance. Me siento completamente seducida por este hombre. Mi esposo, mi perfecto y al mismo tiempo imperfecto esposo. Solo mío.


Salimos del restaurante y cruzamos varias calles hasta llegar al coche. Ahora sí es momento de empezar el verdadero recorrido. Sé que con Pedro al volante iremos de punta a punta en la ciudad en solo unas horas. Son apenas las cinco de la tarde, podemos ver muchas cosas interesantes y regresar al hotel a las ocho o nueve. Ya estoy comenzando a sentirme exhausta y sé que hoy en la noche dormiremos sin siquiera pensar en sexo.


El coche se detiene y, por fin, sé a dónde estamos. Siempre que vine a París pasé por aquí, pero jamás entré.


“El Panteón de París fue el primer gran monumento de la ciudad. Su construcción fue anterior a la del Arco del Triunfo y la Torre Eiffel, siendo el primer lugar desde donde se podía divisar París.” —Recuerdo lo poco que sé de este lugar.


Estamos aquí ahora y recorremos el inmenso sitio sin detenernos por nada. Hay mucha gente y entre los dos hacemos lo posible por avanzar. Nos tomamos alguna que otra fotografía en los lugares más importantes y luego seguimos recorriendo. La arquitectura es imponente y es lo que más logra robar mi atención. —El Palacio Nacional de los Inválidos fue construido en el siglo XVII como residencia para los soldados retirados del servicio. Actualmente alberga la tumba de Napoleón. —Simplemente, aterrador. —Creo que es muy interesante, cielo —agrega él, rápidamente. No me agrada le idea de pensar en cadáveres de un conquistador, pero a Pedro le fascina la historia de este lugar y aunque no tenga muchos deseos de seguir caminando, lo hago porque veo lo emocionado que está mientras que me habla sobre toda la historia que conoce de este sitio. Es aburrido oírlo y al mismo tiempo gracioso. No sé cómo terminó en una empresa de inversiones, yo me lo imagino dando clases de historia en algún colegio.







CAPITULO 1 (SEGUNDA PARTE)








Nuestro primer destino es Francia. De hecho, estoy en un avión camino a París, la ciudad del amor, de las grandes calles repletas de tiendas, los perfumes más caros del mundo, la comida más exquisita... La ciudad perfecta para el comienzo de toda esta aventura que durará treinta días. Es nuestra luna de miel. La que no tuvimos un año atrás, la que jamás estuvo en nuestros planes porque éramos completamente lejanos, porque no podíamos estar en una misma habitación sin que haya una discusión o algo peor. 


Luego de todo lo que pasamos, por fin estamos haciéndolo y aún me cuesta creerlo.


Miro hacia mi lado izquierdo y observo el paisaje algo distante, bloqueado por nubes. No logro ver mucho, pero sé que estamos cerca.


A mi lado, Pedro duerme plácidamente, mientras que toma mi mano con fuerza, yo sonrío y me inclino en el asiento para acariciar su mejilla. Solo han pasado diez días desde ese primer “Te amo” y parece que fueron mil años. Todo ha sido más que maravilloso. Él es el esposo perfecto, el que jamás he deseado, pero el único que quiero.


—Te amo —murmura con los ojos cerrados y una hermosa sonrisa.


—No quería despertarte —digo en un susurro para no molestar a los demás pasajeros de primera clase. —…, pero también te amo.


Nos besamos castamente y luego cierro mis ojos cuando él acaricia mi mejilla con la puntita de su nariz, no puedo dejar sonreír ante ese leve cosquilleo. Lo ha hecho miles de veces en los últimos días y me encanta.


—Llegaremos en pocos minutos —me advierte.


—Lo sé.


Sí, estoy ansiosa por llegar.



París es mi segunda ciudad favorita en el mundo, y vivir esta experiencia con mi esposo será completamente diferente a todas las veces en las que he venido por mera diversión. 


Tengo expectativas muy altas para este viaje y sé que Pedro estará a la altura de ellas. Al fin y al cabo, todo nos sale perfectamente bien.


Aterrizamos, tomamos nuestras maletas y recorremos las calles de París desde el aeropuerto hasta el Four Seasons Hotel George V Paris, ubicado en la zona céntrica y más costosa de toda la ciudad. El hotel perfecto para mí.


Estoy muy emocionada, ¡Quiero gritar! Me siento renovada y feliz, completamente feliz. Sé que la ciudad del amor me propondrá miles de cosas por hacer con mi esposo, pero no puedo esperar hasta la hora de mi sorpresa. Solo estaremos tres días aquí y espero aprovecharlos al máximo.


—¿Por qué tantas maletas, cariño? —pregunta, frunciendo el ceño al ver las tres inmensas maletas que apenas caben en la cajuela del taxi—. Sabes que compraremos lo que tú quieras aquí —agrega. Me rio levemente y subo los primeros escalones para entrar al recibidor.


—Tengo una sorpresa en la maleta grande —le advierto, quitándome los lentes de sol de manera presuntuosa—. Bájalas con mucho cuidado.


Me siento la reina del lugar. Soy una reina.


Oh, París. La ciudad perfecta. Gente por todas partes, música, paisajes, tiendas, ropa, restaurantes… Todo va a volverme completamente loca, lo sé.


Pedro deja las maletas en el suelo y luego sube las escaleras para alcanzarme. Ya traerán el equipaje para nosotros, por eso no me preocupo y él tampoco. Besa mis labios y después entramos en el inmenso y sumamente lujoso recibidor. Hay mucho movimiento y debemos de esperar algunos cuantos minutos hasta ser atendidos. No tengo problemas por esperar por primera vez, estoy con Pedro y nos besamos a cada rato, de hecho, no me molesta hacer la fila. Si, lo sé. Esta es una nueva faceta de una nueva Paula Alfonso. Diferente, pero razonable.


—¿Qué es lo primero que quieres hacer cuando lleguemos a la habitación? —pregunto en un susurro.


He estado demasiado cariñosa estos últimos días, pero él no ha dado queja alguna. Me encanta provocarlo, me encanta seducirlo, me fascina ver el efecto que produzco en él, amo la forma en la que se descontrola, cuando ya no puede mantener sus impulsos. Me gusta cuando juega con rudeza, todo en él me encanta…


—No lo sé —me responde pensativo—, ¿qué quieres hacer tu, preciosa?


“Oh, Pedro, no tienes ni idea de lo que tengo deseos de hacer cuando te tenga solo para mí en esa habitación.” —dice esa vocecita malvada.


Debo contenerme, de repente comienza a hacer calor y el sobretodo que llevo hace que sude mi frente levemente. 


Debo redimir ese tipo de pensamientos al menos hasta que lleguemos al ascensor. Tal vez, la Paula malvada tome las riendas de lo que pueda suceder. Las cámaras de seguridad no van a impedirla y mi Paula buena ya se cansó de lidiar con ella.


—Te ves muy sexy cuando finges que no sabes lo que quiero —siseo, colocando la palma de mi mano sobre su muslo derecho. Quiero divertirme.


—Paula…


Muerdo el lóbulo de su oreja y beso la comisura de sus labios. Algunos nos observan y sonríen, pero sinceramente me importa muy poco. Es mi luna de miel, yo tengo el control, soy la reina aquí.


—Quiero llegar a nuestra habitación y desnudarme, desnudarte… los dos completamente desesperados por sexo… —susurro sensualmente—. Mucho sexo… —Veo como sus ojos se avivan de inmediato, hay una chispa cargada de excitación y promesas en esa mirada. He esperado mucho por esto y al fin llegó el momento.


—Espero llegar rápido a nuestra habitación, entonces —arrulla capturando mi labio inferior entre los suyos. Nos besamos de nuevo y después acaricio su mejilla. Solo unos minutos y será todo mío.


Avanzamos lentamente y por fin llegamos al mostrador. Dos mujeres perfectamente uniformadas con la ropa del hotel nos sonríen a ambos. Una de ellas babea por mi esposo, pero le dejo muy en claro que es MÍO cuando beso sus labios y acaricio su pecho una y otra vez para molestarla, mientras que esperamos la comprobación de la reserva en la computadora. Sí, soy mala, pero lo que es mío no es de nadie más.


—Habitación setecientos doce. Suite Deluxe —indica entregándole la tarjeta magnética a mi esposo. Sonreímos falsamente y luego nos dirigimos a los ascensores.


Suite Deluxe suena a poder, control, autoridad…


El elevador se mueve hasta el piso doce del edificio y aunque hay algunas personas con nosotros, no me importa, Pedro y yo estamos en nuestra burbuja en donde lo abrazo y lo beso una y otra vez. ¡Me vuelvo loca!


—Me haces muy feliz.


Mis palabras parecen sorprenderlo, pero veo una sonrisa y siento sus labios sobre los míos. Así han sido los últimos días. Solo besos, abrazos y alguna que otra pelea en la que yo siempre salgo ganando, pero así soy feliz y sé que lo seré.


—Tú me haces más feliz, Paula —me responde segundos después.


Acaricia mi mejilla y el sonido de elevador nos indica que ya hemos llegado a nuestro piso. Mi esposo toma mi mano y juntos caminamos por el amplio y extenso pasillo repleto de obras de arte y esculturas.


—Aquí, cariño —me indica, señalándome la puerta de madera blanca amplia frente a un inmenso ventanal.


Coloca la tarjeta magnética sobre la moderna cerradura, la puerta se abre y cuando cruzamos el umbral me quedo completamente idiotizada al ver la enorme suite que Pedro escogió para ambos. Sé cuánto cuesta uno de estos cuartos, amo que haya gastado todo lo que gastó solo en este lugar y me sorprende cada uno de los detalles que veo.


Es inmenso. Lo primero es la sala de estar con mueles del siglo veinte, una enorme ventana con vista a la torre Eiffel, cuadros y espejos que adornan cada una de las paredes y combinan con los colores dorados y marrones del dormitorio. 


Es como una habitación real, pero mucho más hermosa. Me encanta. Me siento como Ann Hataway en la película “El diario de la princesa 2”.


—Noventa y ocho metros cuadrados solo para nosotros, señora Alfonso.


Lo miro rápidamente y sonrío.


—Te gusta presumir —aseguro. Él da un par de pasos y me toma de la cintura.


—Me gusta sorprenderte. Mira hacia allá.


En el centro de la habitación hay una mesa de vidrio con un enorme ramo de rosas rojas que reposan en un jarrón de porcelana.


—Son para ti —murmura sobre mi oído. 


Me rio y lo beso de nuevo. Camino un par de pasos y tomo el sobre blanco ubicado entre algunas hojas del arreglo floral.


—¿Cómo hiciste esto?



—Solo lee la tarjeta, cariño. Pienso sorprenderte todo el tiempo —me responde apoyado sobre el marco de la puerta con los brazos cruzados a la altura de su pecho y una divertida expresión en el rostro.



Finalmente estamos aquí, cumpliendo tu sueño, que, sin darme cuenta, también era el mío.
Te amo, mi preciosa Paula.

Pedro.


No puedo contener la sonrisa. Me volteo en su dirección y corro para abrazarlo. Coloco mi cara en su pecho, huelo su colonia, él me rodea con sus fuertes brazos y acaricia mi espalda con la palma de sus manos. Me siento como si estuviésemos en un video musical en donde una romántica melodía suena mientras que él acerca su boca para besarme en cámara lenta. Cierro los ojos y me pongo de puntitas de pie para estar a su altura. Se inclina hacia mí y me besa con fuerza y desesperación, yo hundo mis manos en su pelo y rodeo su cintura con mis piernas. Oh, sí. Es hermoso empezar la luna de miel de esta manera.


Ambos nos movemos, pero como tengo los ojos cerrados y los labios demasiado ocupados, no se hacia dónde nos dirigimos. Siento el sillón sobre mi espalda y el peso de Pedro sobre mi cuerpo. Sus manos viajan hasta los botones de mi sobretodo, me lo quita rápidamente, lo arroja a un lado. Respiro agitadamente mientras que lo observo con detenimiento.


Lo necesito, lo anhelo, ahora. No hay otro momento, no puedo esperar. Mi esposo coloca su mano en mi nuca y conduce nuestro beso hacia direcciones desesperadas y desconocidas que me encantan. Sus labios recorren mi clavícula y su lengua hace un excelente trabajo en mi piel, provocando que todo mi cuerpo entre en calor rápidamente.


—Eres mía, Paula —murmura, tocándome diferentes partes del cuerpo. Si soy real, estoy aquí, ambos estamos juntos.


—Soy tuya —respondo perdida en besos y caricias que arrasan con mis sentidos.


Muevo mis manos hasta los botones de su camisa blanca. 


Comienzo a quitarlos uno a uno, pero pierdo el control y dejo que mi Paula malvada salga hacia la luz. Hago fuerza y los demás botones salen disparados hacia todas las direcciones provocando un ruidito gracioso sobre el suelo. Ya lo hice otras veces y lo seguiré haciendo todas las que quiera. 


Tengo el control. Él se ríe levemente y se apresura para quitarme la blusa de seda color negro que llevo puesta. 


Aparto su camisa a un lado y siento cada milímetro de su espalda con las yemas de mis dedos, él coloca sus mágicos labios sobre mi cuello y comienza a descender hacia mis senos. El sostén aún sigue ahí, pero no será por mucho tiempo.


Golpean levemente la puerta de la habitación y Pedro suelta un suspiro cargado de fastidio. Me rio al ver su actitud y dejo que salga de encima de mí.


—Me quejaré en recepción —musita de camino hacia la puerta. Me rio nuevamente, tomo mi blusa y me cubro lo más rápido que puedo—. Quiero sexo con mi esposa y nos interrumpen. Es ridículo.


Abre la puerta y a lo lejos veo al chico que trae nuestras maletas en un carro dorado que ocupa la mitad del pasillo. Pedro le enseña al asustado chico que ingresa al cuarto su torso desnudo y al verme él sonríe.


—Señora —dice en francés con un asentamiento de cabeza.


Pedro se acerca a mí y observa cada uno de los movimientos del muchacho, que deja las maletas en un rincón, le damos una generosa propina, se larga y al fin estamos solos de nuevo.


—¿Lista, señora Alfonso? —pregunta tomándome de la cintura.


Me quito la blusa rápidamente y luego desabrocho mi corpiño negro de encaje. Le lanzo una de mis miradas más malvadas y arrojo la pieza de ropa interior hacia el sillón. Sus ojos se posan sobre mis senos, su lengua moja sus labios lentamente, y eso para mí es luz verde. Está deseándome como yo a él.


—Estoy lista, señor Alfonso —respondo, y mi esposo vuelve a cargarme a horcajadas. Atravesamos toda la suite y abrimos torpemente la puerta de nuestra habitación. Miro el cuarto, pero me pierdo rápidamente cuando sus labios atrapan mi boca y todo su cuerpo se coloca encima del mío al caer sobre la inmensa cama con dosel…