Nuestro primer destino es Francia. De hecho, estoy en un avión camino a París, la ciudad del amor, de las grandes calles repletas de tiendas, los perfumes más caros del mundo, la comida más exquisita... La ciudad perfecta para el comienzo de toda esta aventura que durará treinta días. Es nuestra luna de miel. La que no tuvimos un año atrás, la que jamás estuvo en nuestros planes porque éramos completamente lejanos, porque no podíamos estar en una misma habitación sin que haya una discusión o algo peor.
Luego de todo lo que pasamos, por fin estamos haciéndolo y aún me cuesta creerlo.
Miro hacia mi lado izquierdo y observo el paisaje algo distante, bloqueado por nubes. No logro ver mucho, pero sé que estamos cerca.
A mi lado, Pedro duerme plácidamente, mientras que toma mi mano con fuerza, yo sonrío y me inclino en el asiento para acariciar su mejilla. Solo han pasado diez días desde ese primer “Te amo” y parece que fueron mil años. Todo ha sido más que maravilloso. Él es el esposo perfecto, el que jamás he deseado, pero el único que quiero.
—Te amo —murmura con los ojos cerrados y una hermosa sonrisa.
—No quería despertarte —digo en un susurro para no molestar a los demás pasajeros de primera clase. —…, pero también te amo.
Nos besamos castamente y luego cierro mis ojos cuando él acaricia mi mejilla con la puntita de su nariz, no puedo dejar sonreír ante ese leve cosquilleo. Lo ha hecho miles de veces en los últimos días y me encanta.
—Llegaremos en pocos minutos —me advierte.
—Lo sé.
Sí, estoy ansiosa por llegar.
París es mi segunda ciudad favorita en el mundo, y vivir esta experiencia con mi esposo será completamente diferente a todas las veces en las que he venido por mera diversión.
Tengo expectativas muy altas para este viaje y sé que Pedro estará a la altura de ellas. Al fin y al cabo, todo nos sale perfectamente bien.
Aterrizamos, tomamos nuestras maletas y recorremos las calles de París desde el aeropuerto hasta el Four Seasons Hotel George V Paris, ubicado en la zona céntrica y más costosa de toda la ciudad. El hotel perfecto para mí.
Estoy muy emocionada, ¡Quiero gritar! Me siento renovada y feliz, completamente feliz. Sé que la ciudad del amor me propondrá miles de cosas por hacer con mi esposo, pero no puedo esperar hasta la hora de mi sorpresa. Solo estaremos tres días aquí y espero aprovecharlos al máximo.
—¿Por qué tantas maletas, cariño? —pregunta, frunciendo el ceño al ver las tres inmensas maletas que apenas caben en la cajuela del taxi—. Sabes que compraremos lo que tú quieras aquí —agrega. Me rio levemente y subo los primeros escalones para entrar al recibidor.
—Tengo una sorpresa en la maleta grande —le advierto, quitándome los lentes de sol de manera presuntuosa—. Bájalas con mucho cuidado.
Me siento la reina del lugar. Soy una reina.
Oh, París. La ciudad perfecta. Gente por todas partes, música, paisajes, tiendas, ropa, restaurantes… Todo va a volverme completamente loca, lo sé.
Pedro deja las maletas en el suelo y luego sube las escaleras para alcanzarme. Ya traerán el equipaje para nosotros, por eso no me preocupo y él tampoco. Besa mis labios y después entramos en el inmenso y sumamente lujoso recibidor. Hay mucho movimiento y debemos de esperar algunos cuantos minutos hasta ser atendidos. No tengo problemas por esperar por primera vez, estoy con Pedro y nos besamos a cada rato, de hecho, no me molesta hacer la fila. Si, lo sé. Esta es una nueva faceta de una nueva Paula Alfonso. Diferente, pero razonable.
—¿Qué es lo primero que quieres hacer cuando lleguemos a la habitación? —pregunto en un susurro.
He estado demasiado cariñosa estos últimos días, pero él no ha dado queja alguna. Me encanta provocarlo, me encanta seducirlo, me fascina ver el efecto que produzco en él, amo la forma en la que se descontrola, cuando ya no puede mantener sus impulsos. Me gusta cuando juega con rudeza, todo en él me encanta…
—No lo sé —me responde pensativo—, ¿qué quieres hacer tu, preciosa?
“Oh, Pedro, no tienes ni idea de lo que tengo deseos de hacer cuando te tenga solo para mí en esa habitación.” —dice esa vocecita malvada.
Debo contenerme, de repente comienza a hacer calor y el sobretodo que llevo hace que sude mi frente levemente.
Debo redimir ese tipo de pensamientos al menos hasta que lleguemos al ascensor. Tal vez, la Paula malvada tome las riendas de lo que pueda suceder. Las cámaras de seguridad no van a impedirla y mi Paula buena ya se cansó de lidiar con ella.
—Te ves muy sexy cuando finges que no sabes lo que quiero —siseo, colocando la palma de mi mano sobre su muslo derecho. Quiero divertirme.
—Paula…
Muerdo el lóbulo de su oreja y beso la comisura de sus labios. Algunos nos observan y sonríen, pero sinceramente me importa muy poco. Es mi luna de miel, yo tengo el control, soy la reina aquí.
—Quiero llegar a nuestra habitación y desnudarme, desnudarte… los dos completamente desesperados por sexo… —susurro sensualmente—. Mucho sexo… —Veo como sus ojos se avivan de inmediato, hay una chispa cargada de excitación y promesas en esa mirada. He esperado mucho por esto y al fin llegó el momento.
—Espero llegar rápido a nuestra habitación, entonces —arrulla capturando mi labio inferior entre los suyos. Nos besamos de nuevo y después acaricio su mejilla. Solo unos minutos y será todo mío.
Avanzamos lentamente y por fin llegamos al mostrador. Dos mujeres perfectamente uniformadas con la ropa del hotel nos sonríen a ambos. Una de ellas babea por mi esposo, pero le dejo muy en claro que es MÍO cuando beso sus labios y acaricio su pecho una y otra vez para molestarla, mientras que esperamos la comprobación de la reserva en la computadora. Sí, soy mala, pero lo que es mío no es de nadie más.
—Habitación setecientos doce. Suite Deluxe —indica entregándole la tarjeta magnética a mi esposo. Sonreímos falsamente y luego nos dirigimos a los ascensores.
Suite Deluxe suena a poder, control, autoridad…
El elevador se mueve hasta el piso doce del edificio y aunque hay algunas personas con nosotros, no me importa, Pedro y yo estamos en nuestra burbuja en donde lo abrazo y lo beso una y otra vez. ¡Me vuelvo loca!
—Me haces muy feliz.
Mis palabras parecen sorprenderlo, pero veo una sonrisa y siento sus labios sobre los míos. Así han sido los últimos días. Solo besos, abrazos y alguna que otra pelea en la que yo siempre salgo ganando, pero así soy feliz y sé que lo seré.
—Tú me haces más feliz, Paula —me responde segundos después.
Acaricia mi mejilla y el sonido de elevador nos indica que ya hemos llegado a nuestro piso. Mi esposo toma mi mano y juntos caminamos por el amplio y extenso pasillo repleto de obras de arte y esculturas.
—Aquí, cariño —me indica, señalándome la puerta de madera blanca amplia frente a un inmenso ventanal.
Coloca la tarjeta magnética sobre la moderna cerradura, la puerta se abre y cuando cruzamos el umbral me quedo completamente idiotizada al ver la enorme suite que Pedro escogió para ambos. Sé cuánto cuesta uno de estos cuartos, amo que haya gastado todo lo que gastó solo en este lugar y me sorprende cada uno de los detalles que veo.
Es inmenso. Lo primero es la sala de estar con mueles del siglo veinte, una enorme ventana con vista a la torre Eiffel, cuadros y espejos que adornan cada una de las paredes y combinan con los colores dorados y marrones del dormitorio.
Es como una habitación real, pero mucho más hermosa. Me encanta. Me siento como Ann Hataway en la película “El diario de la princesa 2”.
—Noventa y ocho metros cuadrados solo para nosotros, señora Alfonso.
Lo miro rápidamente y sonrío.
—Te gusta presumir —aseguro. Él da un par de pasos y me toma de la cintura.
—Me gusta sorprenderte. Mira hacia allá.
En el centro de la habitación hay una mesa de vidrio con un enorme ramo de rosas rojas que reposan en un jarrón de porcelana.
—Son para ti —murmura sobre mi oído.
Me rio y lo beso de nuevo. Camino un par de pasos y tomo el sobre blanco ubicado entre algunas hojas del arreglo floral.
—¿Cómo hiciste esto?
—Solo lee la tarjeta, cariño. Pienso sorprenderte todo el tiempo —me responde apoyado sobre el marco de la puerta con los brazos cruzados a la altura de su pecho y una divertida expresión en el rostro.
Finalmente estamos aquí, cumpliendo tu sueño, que, sin darme cuenta, también era el mío.
Te amo, mi preciosa Paula.
—Pedro.
No puedo contener la sonrisa. Me volteo en su dirección y corro para abrazarlo. Coloco mi cara en su pecho, huelo su colonia, él me rodea con sus fuertes brazos y acaricia mi espalda con la palma de sus manos. Me siento como si estuviésemos en un video musical en donde una romántica melodía suena mientras que él acerca su boca para besarme en cámara lenta. Cierro los ojos y me pongo de puntitas de pie para estar a su altura. Se inclina hacia mí y me besa con fuerza y desesperación, yo hundo mis manos en su pelo y rodeo su cintura con mis piernas. Oh, sí. Es hermoso empezar la luna de miel de esta manera.
Ambos nos movemos, pero como tengo los ojos cerrados y los labios demasiado ocupados, no se hacia dónde nos dirigimos. Siento el sillón sobre mi espalda y el peso de Pedro sobre mi cuerpo. Sus manos viajan hasta los botones de mi sobretodo, me lo quita rápidamente, lo arroja a un lado. Respiro agitadamente mientras que lo observo con detenimiento.
Lo necesito, lo anhelo, ahora. No hay otro momento, no puedo esperar. Mi esposo coloca su mano en mi nuca y conduce nuestro beso hacia direcciones desesperadas y desconocidas que me encantan. Sus labios recorren mi clavícula y su lengua hace un excelente trabajo en mi piel, provocando que todo mi cuerpo entre en calor rápidamente.
—Eres mía, Paula —murmura, tocándome diferentes partes del cuerpo. Si soy real, estoy aquí, ambos estamos juntos.
—Soy tuya —respondo perdida en besos y caricias que arrasan con mis sentidos.
Muevo mis manos hasta los botones de su camisa blanca.
Comienzo a quitarlos uno a uno, pero pierdo el control y dejo que mi Paula malvada salga hacia la luz. Hago fuerza y los demás botones salen disparados hacia todas las direcciones provocando un ruidito gracioso sobre el suelo. Ya lo hice otras veces y lo seguiré haciendo todas las que quiera.
Tengo el control. Él se ríe levemente y se apresura para quitarme la blusa de seda color negro que llevo puesta.
Aparto su camisa a un lado y siento cada milímetro de su espalda con las yemas de mis dedos, él coloca sus mágicos labios sobre mi cuello y comienza a descender hacia mis senos. El sostén aún sigue ahí, pero no será por mucho tiempo.
Golpean levemente la puerta de la habitación y Pedro suelta un suspiro cargado de fastidio. Me rio al ver su actitud y dejo que salga de encima de mí.
—Me quejaré en recepción —musita de camino hacia la puerta. Me rio nuevamente, tomo mi blusa y me cubro lo más rápido que puedo—. Quiero sexo con mi esposa y nos interrumpen. Es ridículo.
Abre la puerta y a lo lejos veo al chico que trae nuestras maletas en un carro dorado que ocupa la mitad del pasillo. Pedro le enseña al asustado chico que ingresa al cuarto su torso desnudo y al verme él sonríe.
—Señora —dice en francés con un asentamiento de cabeza.
Pedro se acerca a mí y observa cada uno de los movimientos del muchacho, que deja las maletas en un rincón, le damos una generosa propina, se larga y al fin estamos solos de nuevo.
—¿Lista, señora Alfonso? —pregunta tomándome de la cintura.
Me quito la blusa rápidamente y luego desabrocho mi corpiño negro de encaje. Le lanzo una de mis miradas más malvadas y arrojo la pieza de ropa interior hacia el sillón. Sus ojos se posan sobre mis senos, su lengua moja sus labios lentamente, y eso para mí es luz verde. Está deseándome como yo a él.
—Estoy lista, señor Alfonso —respondo, y mi esposo vuelve a cargarme a horcajadas. Atravesamos toda la suite y abrimos torpemente la puerta de nuestra habitación. Miro el cuarto, pero me pierdo rápidamente cuando sus labios atrapan mi boca y todo su cuerpo se coloca encima del mío al caer sobre la inmensa cama con dosel…