La noche cae rápidamente. Cenamos a la luz de la velas y cada quien se marcha a hacer sus cosas. El viejo molesto decidió salir a visitar algunos conocidos y se lo agradecí en mis pensamientos una y otra vez. Durante toda la tarde me volvió loca.
Ya escogí el nuevo vestido que utilizaré en la fiesta de la empresa y también guardé en la caja fuerte de mi habitación los diamantes. Quiero que el tiempo vuele, deseo ser la envidia de todas las viejas insípidas y aburridas que asistirán mañana.
Llego a mi habitación luego de leer un libro en la biblioteca.
Pedro está en su despacho, seguramente bebiendo whisky importado y pensando en su patética vida. No lo niego, a veces yo también lo hago.
Me siento vacía, sé que tengo todo lo que quiero, pero me siento vacía.
Me quito el vestido y lo arrojo a un lado, luego me paseo por la habitación en ropa interior y decido darme una ducha rápida antes de poner en marcha mi plan. Con el cabello recogido me doy un baño con agua caliente. Me seco rápidamente y luego corro hacia el armario. Tengo que sorprenderlo, pero no debe pensar que me interesa más allá del sexo. Aún no tengo en mente que ponerme.
Me dirijo a la sección de lencería dentro de mi pequeña tienda individual. No veo nada que me llame la atención.
Puedo escoger entre pasión y romance o solo sexo. No estoy segura.
Cierro los ojos y paso mi dedo índice sobre todas las prendas. Me detengo en una sin saber cual es y cuando abro los ojos sonrío. Es perfecto, sencillo y aceptable.
Me coloco el camisón de satén blanco que cubre muy poco de mis piernas. Tomo mi bata a conjunto y me coloco unos tacones. Acomodo mi cabello y lo dejo caer sobre mis hombros. Mi rostro se ve bien y mi piel está humectada y con olor a rosas debido a mi crema corporal.
Bajo las escaleras sin hacer mucho ruido. Me dirijo a la cocina rápidamente. Por la luz proveniente de la otra habitación, sé que mi esposo aún sigue en su despacho.
Entro al cuarto y mis dos mucamas están sentadas sobre la mesada cenando. Al verme se ponen de pie velozmente y cierran sus bocas.
–Señora. –Dicen al mismo tiempo a modo de saludo. Las ignoro.
–Tú. –Digo señalando a la chica cuyo nombre no conozco y no me interesa. –Sirve dos copas del mejor vino de la casa. Ahora. –Le digo. Ella se mueve y comienza a acatar mi orden. Le dirijo mi peor mirada a la tal Andy y estoy segura de lo que diré. Quiero que le quede muy en claro quién manda.
–Cada vez que el señor Alfonso y yo estemos a solas, les prohíbo interrumpir. No me interesa si se aproxima un tsunami o la tercera guerra mundial. No quiero oírlas a ninguna de ustedes golpeando puertas y llamando a quien sea, ¿Comprenden? –Pregunto con la voz cargada de enojo.
La tonta chica asiente con miedo y se disculpa una y otra vez.
La empleada número dos aparece delante de mí con las dos copas de vino en sus manos. Las tomo y luego aniquilo a las dos inservibles con la mirada.
–No perdonaré otro error. La próxima las despido, ¿Entendido?
–Sí, señora Alfonso. –Responden al unísono y me marcho del lugar. Tanta incompetencia junta me hace olvidar por un momento, cual es el objetivo de esta noche.
Entro a su despacho sin tocar y él no percibe mi presencia.
Se ve muy concentrado en la pantalla de su portátil. Lo observo durante unos segundos. Me gusta lo que veo. Los dos primeros botones de su camisa están desabrochados, contemplo parte de su pecho y siento calor. Las mangas se encuentran enrolladas a la altura de sus codos y su cabello se ve rebelde y sexy. La temperatura de mi cuerpo asciende.
– ¿Qué sucede? –Pregunta desconcertado clavando su mirada en mí. Sonrío con malicia y me acerco lentamente hacia la parte delantera de su escritorio. Veo como mira mis piernas y mi escote, mi plan comienza a funcionar.
–Pensé que podríamos hacer algo juntos. –Susurro, mientras que le entrego una copa de vino. Me mira y no dice nada. Sé que funcionará.
–Paula… –Intenta protestar, pero le indico con el dedo que se calle. Bebo un sorbo del contenido de mi vaso y luego me siento en la mullida silla justo delante de él. Cruzo mis piernas de manera provocadora, veo como sus ojos se cristalizan y me deleito cuando su lengua moja su labio inferior. Me desea.
Él se pone de pie y se acerca a mí. Sonrío al verlo venir. Mi plan funciona.
– ¿Qué quieres exactamente? –Pregunta a solo unos centímetros de mí.
–Mírame.
Me pongo de pie y dejo la copa a un lado. Es más alto que yo, pero con los tacones que llevo mis labios llegan a su mentón y aprovecho para besarlo ligeramente.
Muevo mi cabeza y posiciono mi boca sobre su oreja.
–Tócame. –Le digo con la voz cargada de excitación. Tomo una de sus manos y la llevo hasta mi seno derecho. Él lo aprieta suavemente y cierro los ojos. Estoy excitada, más de lo que creí que podría estarlo alguna vez.
Aparto mis labios de su oreja y por un instante huelo su colonia. Es masculina y hace que lo desee más que antes.
–Bésame. –Murmuro, mientras que disfruto de tocar su torso y sus brazos con las palmas de mis manos. Él permanece quieto, pero veo que me desea. Mueve su cabeza y hace caso a mi pedido anterior. Deposita un leve beso en mi cuello, me muevo para darle más acceso. Abre la boca, siento como sus labios y su lengua succiona y miman mi delicada piel.
Con sutileza comienza a besar mi clavícula y desciende en un ligero reguero de besos hasta que se topa con la tela de mi bata. La aparta a un lado dejándome el hombro izquierdo al descubierto, su beso toma intensidad y mis leves jadeo ahora son más sonoros y exactos.
–Fóllame. –Digo finalmente. Su boca encuentra la mía y cuando siento su lengua dentro de mi cavidad, muevo los labios, la puerta del despacho se abre y oigo la voz del mendigo viejo que acaba de llegar a arruinar mi noche de sexo.
– ¡Cuanto lo siento! –Exclama parado frente a nosotros a pocos metros de distancia.
Mi esposo deja de besarme y luego levanta mi camisón, cubre mi hombro al desnudo y se coloca delante de mí a modo de protección.
–Tío. –Dice Pedro en evidente tono de incomodidad. Me volteo hacia el tipo y veo que está rojo de la vergüenza. Sabe lo que estábamos haciendo o lo que íbamos a hacer y lo arruinó.
–Cuanto lo siento, acabo de llegar y creí que estabas solo. –Dice en dirección al alemán ahora malhumorado.
–Descuida, tío. No te preocupes. Paula y yo ya nos retirábamos. –Le informa y luego se acerca un poco más a mí. Fulmino al vejestorio con la mirada. Quiero que sepa que estoy muy molesta, él lo nota y observo complacida como sus nervios afloran enseguida.
–Paula. Mil disculpas. –Murmura incomodo y luego cierra la puerta del despacho.
No puedo creer lo que sucede. Mi plan estaba funcionando, me sentía con deseos de hacerlo una y otra vez, él también quería que tengamos sexo y luego todo se esfuma en menos de tres segundos. No sé qué decir, siento deseos de matar a alguien, tal vez lo haga. Arruinaron mi momento y lo peor de todo es que estoy segura que no podremos intentarlo de nuevo.
Observo a mi esposo por un segundo. Está inmóvil a mi lado y no hace nada por evitar que la noche se arruine. Suspiro y luego doy un paso hacia adelante para marcharme, pero él me detiene.
–Lamento lo que sucedió. –Me dice con sinceridad. Pero no es eso lo que quiero oír.
–Ese es el problema entre nosotros, Pedro. Siempre lamentas los errores, pero jamás haces nada para remediarlos. –Digo cruelmente y él aparta su mano de mí.
Sabe que con eso le dije todo lo que siento en este momento y no tiene nada que aclarar en su defensa.
Salgo del despacho y subo las escaleras. Llego a mi habitación y rápidamente me quito mis zapatos y los arrojo a un lado con furia. Entro a mi tienda individual y me desnudo.
Ya no necesito nada de esto. Tomo mi pijama de algodón que consiste en una musculosa y unos shorts cómodos y luego me quito el maquillaje. Pienso en lo que sucedió, reproduzco en mi mente los besos que me dio antes de que nos interrumpieran y asumo que es la primera vez que siento algo así.
Me acuesto en mi lado de la inmensa cama centrada en medio de la habitación y me cubro hasta la cintura con las sabanas. Solo pienso en lo ocurrido y me cuestiono a mí misma. Sigo sintiéndome vacía, no obtuve lo que quería y eso me decepciona. No nos queremos, ni siquiera nos conocemos y eso hace que me sienta miserable. Llevo casada un año entero con ese hombre, ambos fingimos muy bien y sé que no somos iguales, pero no funciona, simplemente no funciona.
Pedro entra a nuestra habitación varios minutos después.
Aprovecho la oscuridad del cuarto y cierro los ojos para fingir estar dormida. Lo oigo moverse de un lado al otro. Luego escucho el agua caer y más tarde, percibo que se acuesta a mi lado en la cama. No me muevo, apenas respiro, estoy molesta y no encuentro otra forma de canalizar mi enojo.
– ¿Paula?–Murmura, mientras que palmea mi brazo un poquito. No digo nada. Quiero que piense que estoy dormida. – ¿Cariño?
La palma de su mano acaricia con dulzura mis hombros y mi brazo izquierdo. Eso me desconcierta, pero no me muevo.
Espero a que deje de tocarme como rara vez lo ha hecho y cuando siento que se voltea hacia el otro lado y suspira, por fin me tranquilizo y me duermo de verdad.
Salgo del centro comercial con ocho bolsas en mis manos.
Mi celular suena y sé que es él. Lo tomo como puedo y leo el corto, frío e inexpresivo mensaje.
*¿Dónde estás?*
Tecleo rápidamente la respuesta con desinterés.
*Centro comercial*
Oprimo la tecla de enviar y así sin más sigo caminando hasta el estacionamiento. Visualizo mi coche a lo lejos y mi celular suena de nuevo.
*Almuerzo en media hora.*
Pongo los ojos en blanco. Es tan demandante, amargado y serio. Es aburrido.
Sé que si mi plan funciona, puedo hacer que muchas cosas cambien.
*Ok*
Respondo vagamente.
*SE PUNTUAL*
Suelto las bolsas con enfado al hacia el asiento trasero de mi coche. Siempre encuentra la manera de arruinar mi mañana, mi tarde o mi noche. Siempre hay algo… no logro tolerarlo por mucho tiempo. Quiero que tenga un maldito viaje de negocios y que me deje sola por toda una semana. Merezco vacaciones.
****
Doce y unos minutos.
Me bajo de mi coche. Acabo de regresar de unas horas de salón de belleza, sesiones de masajes y compras. Me siento renovada, pero aún así sigo sintiéndome vacía, como casi todos los días del último maldito año.
Un año… llevo un año casada con ese hombre y ni siquiera lo conozco. Jamás pretendí hacerlo, pero esto no era lo que siempre quise para mí.
Solo sé que adora comer pastel de chocolate como un niño de cinco años, puede estar todo el día viendo el canal de noticias y… ¿Qué más? Ah, sí. Le encanta regalarme flores.
Lo hace todo el tiempo, pero jamás hay un motivo, ni una tarjeta, son solo flores para adornar la casa.
Entro a la mansión y rápidamente busco a mis empeladas en la cocina. Ambas preparan el almuerzo y hablan distraídamente entre sí. Me hago presente debido al ruido de mis tacones en el suelo y ellas se callan de inmediato.
Examino su menú del día y luego de asegurarme que todo está en su debido lugar, corro a mi habitación a cambiarme. Mi esposo llegará en minutos y seguramente que con él, la visita.
No conozco a ese tipo, no estuvo presente en nuestra boda que fue muy inmensa y para nada intima, por cierto, pero a mi marido le entusiasma la idea de acumular mas millones en el banco, así que debo prepararme y fingir que soy la esposa perfecta. Soy perfecta, pero no la esposa perfecta, ambas son diferentes.
Llego a mi habitación y me desvisto rápidamente quedando solo en ropa interior negra de encaje. Elevo mi mirada hacia la mesita de madera del un rincón y veo un nuevo ramo de flores rojas. Ignoro el aburrido detalle y enciendo la televisión para que haga algo de ruido, pero el canal de noticias remplaza a mi canal favorito de música. Rebusco el control y cuando lo encuentro comienzo a pasar los canales.
Mi dedo se detiene cuando veo el canal para adultos. Oh, esto es interesante. No puedo evitar cambiarlo. Una película llama mi atención por completo. Me excito rápidamente, mi temperatura corporal comienza ascender. No puedo evitarlo.
Calor, comienzo a sentir mucho calor. Calor, calor, calor…
La escena se encuentra en el punto máximo de fogosidad.
Dos mujeres y un hombre. Oh, mierda. Las chicas juguetean entre ellas con sus senos mientras que el hombre viril y musculoso besa el clítoris de la rubia, con goce, deseo y desesperación.
Comienzo a excitarme, siento una pequeña punzada en mi sexo. Estoy caliente, quiero tener sexo en este mismo momento, con quien sea, pero ya.
Los gemidos ahogan mi habitación y bajo el volumen a la pantalla de plasma. Mis pezones se endurecen al ver como el tipo…
Oh, mi dios.
Si yo tuviera toda esa atención y ese placer… Estoy caliente, muy caliente. Me acaricio uno de mis senos inconscientemente. Es mi parte preferida de jugar sola. Mis tetas me encantan y aunque Pedro nunca me lo ha dicho, sé que también le gustan. Debo admitir que no son del todo mías, pero aún así, no son de tamaño exagerado y tampoco pequeñas. Siempre lo digo, son más que perfectas. Prefiero solucionar mis problemas con un doctor cuando lo necesito y no verme atractiva. Ser delgada a veces trae sus consecuencias.
Hace tres semanas que nada de nada, estoy desesperada.
Quiero que Pedro ingrese a la maldita habitación y me folle como vengo anhelándolo desde hace un maldito año.
Sigo acariciando mis pechos y de vez en cuando estrujo mis pezones para que se pongan más duros. Mi otra mano se desliza dentro de mi ropa interior, siento mi monte de Venus depilado y suave. Deseo, eso es lo que siento, tengo deseos de follar a lo bestia, tengo deseos de tener un orgasmo detrás de otro y quiero algo grande dentro de mí.
– ¿Paula? –Pregunta mi esposo al otro lado de la puerta.
¡Mierda!
Quito mi mano de mi zona íntima y cambio el canal rápidamente. Agradezco su educación al golpear antes.
Sería vergonzoso que me viera así, aunque todo esto es su culpa.
Corro hacia la puerta y la abro. Él entra a la habitación y me observa por unos segundos.
–Hola. –Digo besándolo secamente. –Estaba a punto de vestirme, ¿Ya llegaron tus invitados? –Pregunto moviéndome de manera sexy hacia el armario. Quiero provocar algo en él, al menos algo rápido antes del almuerzo, ya no puedo contenerme más.
–Sí, ya llegaron. Vístete rápido, por favor. –Expresa y luego se quita la corbata. No dejo de verlo de manera depredadora, Pedro tiene lo suyo, me gusta su cuerpo, con eso basta, al menos por ahora.
Él está parado en medio de la habitación sin saber qué hacer. Me observa detenidamente. Camino dos pasos y quedo a solo unos centímetros de su cuerpo. Coloco mis manos en mi espalda y desengancho mi sostén, me lo quito y les enseño mis perfectos senos.
Acaricio su pecho. Me observa dudoso y desconcertado. No me importa. Quiero follar.
Desprendo los botones de su camisa y me acerco a besarlo.
Él me acepta rápidamente, pero su beso no me produce nada. Muevo los labios y él intenta seguirme aunque fracasa.
No lleva mi ritmo desesperado e impaciente. Quiere algo más.
Miro la cama King en el centro de nuestra habitación, esa cama que fue testigo de las noches más decepcionantes de mi vida en el último año, solo arriba y abajo con frialdad por parte de ambos, sé que es el momento de cambiar eso.
Lo empujo hacia ella y cae sobre el colchón, me subo a horcajadas sobre él y termino por abrir su camisa de par en par. Toco su pecho. Está caliente y firme, luego sonrío con malicia y paso mis manos por encima de su pantalón. Su erección me dice que me apresure.
–Fóllame. –Digo con la voz ronca. –Quiero que me folles, Pedro.
Me muevo sobre su erección y veo una luz verde en sus ojos. Lo quiere tanto como yo, más que yo inclusive. Me toma los glúteos con ambas manos, los aprieta y luego me baja las bragas. Rápidamente y muy excitada le bajo los pantalones y los calzoncillos. Él libera su miembro y lo acaricio con los dedos, lentamente, lo oigo jadear y maldecir, al fin tengo el efecto que deseo en él.
–Paula… –Murmura. – ¿Qué te sucede? –Pregunta debido a mi extraño e irracional comportamiento. Nunca creí que imploraría por sexo, pero sinceramente estoy desesperada.
Necesito atención, necesito que me toque, que me bese, necesito calmar el fuego que me consume lentamente.
Sonrío cínicamente. Él sabe que sucede.
–Quiero que me folles duro, muy duro, rápido... –Repito desesperada. Quiero que lo haga.
Tocan a la puerta y él se aparta rápidamente. Maldigo a medio mundo en mis pensamientos. Pedro se pone de pie y acomoda su miembro dentro de sus pantalones, se coloca la camisa apresuradamente y luego camina hacia la salida de nuestra amplia habitación.
– ¿Señor Alfonso? –Pregunta una de mis estúpidas mucamas. La odio.
– ¿Qué ocurre, Andy? –Pregunta abrochándose los botones.
–El almuerzo está listo y su invitado lo espera. –Grita al otro lado de la dura madera blanca. La detesto. ¡Estúpida!
–Gracias, Andy. Bajaremos enseguida. –Responde a la mendiga mucama como si tuviera que darle explicaciones.
Eso me molesta.
–Terminemos lo que empezamos. –Digo parada frente a él con la respiración agitada. Él parece pensarlo, pero su respuesta es rápida.
–Nunca empezamos nada, Paula. –Murmura secamente.
–No puedes hacerme algo así.
–Esto es solo un acuerdo. No lo olvides. –Me dice con dureza. –Vístete acorde a la ocasión.
Me lanza una mirada extraña y luego sale de la habitación como si nada hubiese sucedido.
– ¡Imbécil!–Grito golpeando una almohada.
Lo odio, es un maldito idiota.
No me preocupo en escoger un vestido. Simplemente tomo el primero a mi alcance. Me miro y sonrió por el resultado.
Frustrada, excitada y sobre todo muy, pero muy molesta, bajo las escaleras de mármol.
Mi vestido completamente nuevo y costoso hará que Pedro se moleste y se excite al mismo tempo. Tengo la espalda al descubierto y todo mi cuerpo se ve perfectamente marcado por el vestido negro con apliques de encaje. Alcé mi cabello en un moño y me puse los tacones más altos y caros de mi armario.
No estoy segura del porque, pero quiero impresionar. Su tío me importa un comino, pero quiero que al menos mi esposo me vea, se moleste y me folle como tengo deseos de que lo haga. Sé que es pedir demasiado. Inconscientemente sé que no será del todo como lo deseo, pero al menos podré sentir algo dentro de mí luego de tres semanas.
Oigo voces a lo lejos, en la sala de estar. Cruzo todo el amplio salón recibidor y cuando abro las puertas un hombre extraño y mi marido se voltean a verme.
–Al fin llegas, mi cielo. –Musita mi esposo, tomándome de la mano. Veo como observa mi vestido y frunce el ceño sin que su tío lo note. Me toma de la mano y me acerca a él. Beso sus labios, como todas las típicas veces en las que debemos actuar y luego sonrío.
–Lamento la demora. –Me disculpo intentando parecer amable. –No sabía que vestido debía elegir.
– ¡La espera ha valido la pena! –Exclama una voz que desconozco. Elevo la mirada y veo al tio de Pedro. Tal y como lo dije. Viejo, gordo y su rostro un poco inexpresivo.
Sonrío y me acerco más al hombre sentado en mi precioso sillón de valor incalculable.
–Cielo, él es mi tío Barent, tío ella es mi preciosa y amada esposa, Paula. –Dice intentando sonar orgullo. Le tiendo la mano al tipo y se la estrecho con firmeza. No es un placer, pero soy muy buena mentirosa.
–Soy Paula. –Musito con un delicado hilo de voz. –Es todo un placer.
–El placer es mío, querida. –Me sonríe y luego se sienta una vez más en el sillón. –Al fin tengo el gusto de conocerte, todos me han hablado mucho de ti.
–Espero que sean buenos comentarios. –Espeto con una falsa sonrisa. Me siento yo también y a mi lado Pedro sostiene mi mano con firmeza sobre su muslo derecho.
–Claro que sí, todos hablan maravillas de ti, estimada Paula.
–Me alegro. –Respondo rápidamente.
Es un alivio oír eso. Quiere decir que mi plan funciona a la perfección, significa que todo este acuerdo marcha bien.
Todo indica que tendré más dinero si sigo siendo la esposa perfecta. Cuando olvido el porqué de todo esto, recuerdo que hay millones esperando por mí y eso me relaja.
–Me llena de ilusión saber que haces feliz a mi querido sobrino.
Miro a Pedro de reojo y luego dirijo mi mirada a su tío. Mi esposo está molesto y eso lo hace todo más divertido.
–Y su sobrino me hace muy feliz a mí. –Expreso acariciando levemente la mano de mi esposo – ¿verdad, cariño?
Él se acerca a mi rostro y falsamente sonríe mientras que me besa con ‘dulzura’.
–Lo haré siempre, cariño. –Concluye finalmente. Veo a su tío que derrama miel por los ojos ante el estupendo teatrito y me decido por cambiar el tema de conversación. Prefiero hablar
sobre negocios, empresas y lo que me importa; dinero. En mi interior siento rabia. Quiero acabar con todo esto de una buena vez por todas.
Las mucamas ingresan a la habitación e interrumpen la conversación sobre los últimos ingresos de la empresa.
Fulmino a la tal Andy con la mirada y lo hago durante varios segundos para que ella lo note. Yo no le caigo bien y ella a mi tampoco. Juro que en la próxima la despido por incompetente.
–El almuerzo ya se encuentra en el salón comedor. –Comenta la otra chica, cuyo nombre aún desconozco por completo...
Me pongo de pie y como toda buena anfitriona hago que el tío de mi ‘querido’ esposo pase hacia la otra habitación primero. Intento avanzar, pero Pedro me detiene.
– ¿No tenías un vestido algo más apropiado para esta ocasión? –Me cuestiona observando con desprecio mi hermoso y caro vestido.
–Jamás te importó como me visto, ¿Por qué lo haces ahora? –Pregunto para callar sus estúpidos cuestionamientos sin sentido.
–Has excedido el límite, Paula. Sabes que hay mucho en juego.
–En la habitación también había mucho en juego y te acobardaste. –Respondo y luego sigo mi camino dejándolo sorprendido y con la palabra en la boca.
Sé que el almuerzo no será la gran cosa, pero quiero que todo salga perfecto. Los millones en la cuenta bancaria de Pedro, dependen de estos días en los que este viejo esté en mi casa.
Nos sentamos a la mesa y degustamos de la entrada. No estoy muy segura que es, pero el chef de la casa lo ha preparado especialmente para el invitado. Seguramente es alemana, algo que no me agrada del todo, pero aun así la como. No sabe tan mal como se ve. Agradezco que las porciones sean pequeñas. Acompaño todo con una copa de vino blanco al igual que los dos hombres en la mesa.
– ¡Paula, he olvidado algo importantísimo!–Espeta el viejo interrumpiendo el silencio en la habitación. Me pongo nerviosa y me relajo. No tiene cara de enfadado, más bien parece contento.
– ¿Qué sucede? –Cuestiono en dirección al anciano. Él me sonríe y luego rebusca en los bolsillos interiores de su traje color ceniza que es muy similar a los que utiliza Pedro la mayoría del tiempo.
–Sé que no he podido asistir a vuestra boda y lo lamento mucho…–Murmura a modo de disculpas. Pedro y yo sonreímos y asentimos con la cabeza con comprensión.
–Descuida, tío. Estabas trabajando. –Añade mi esposo. –Paula y yo lo comprendemos muy bien. –Ambos volvemos a sonreír y pocos segundos después, el viejo saca una caja cuadrada de terciopelo del interior del traje.
–…Así que te traigo tu obsequio de bodas. –Me dice y me entrega la cajita color azul obscuro.
–Oh, pero no es necesario. –Inquiero fugazmente. Dubitativa miro a Pedro que sonríe con parsimonia y luego miro al viejo delante de mí. No sé qué hacer. En realidad si sé que hacer, pero debo parecer la esposa feliz y humilde que no necesita de joyas para estar completa, aunque sea una gran mentira.
–Ábrelo. –Me indica.
Tomo la tapa y la elevo hacia arriba. Son dos pendientes de diamantes, ¡si, diamantes! ¡Esmeraldas, en realidad! Valen una fortuna, sé cuál es su precio en libras. Recuerdo que estoy actuando y hago cara de sorpresa y agradecimiento. Intento hacer que mis ojos brillen de emoción y lo logro.
– ¡Oh, dios mío! –Exclamo. –Son hermosos, Barent. Gracias.
Me pongo de pie como toda buena actriz que soy y me acerco al viejo y le doy un abrazo. Cuando lo hago intento inclinarme lo más que puedo. Sé que Pedro está viendo mi trasero en ese momento. El viejo me rodea con sus brazos y de agradecerle una y otra vez por el presente, regreso a mi lugar, pero antes de sentarme, acaricio con evidente excitación el hombro de mi esposo. No es que él me caliente del todo, pero… es el único con el que puedo tener sexo sin tener que cruzar toda la ciudad.
–Espero que los uses en la fiesta de la empresa, mañana por la noche.
Sonrío, sonrío y sonrío. Si, tendré que usarlos. Podré presumirlos y lo mejor de todo, obtendré otra excusa para salir de la casa e ir de compras.
–Será todo un placer. –Respondo. –Tendré que conseguir zapatos que combinen, pero los usaré encantada. –Murmuro con gracia. Ambos sonríen y luego el viejo abre la boca de nuevo.
¿Nunca se calla? ¡Es irritante!
–Supe que Pedro te obsequió el collar de esmeraldas para tu cumpleaños y quise hacerte un presente que combinara. –Me dice.
Miro a mi esposo con sorpresa. Jamás creí que el estuviese tan al pendiente de contarle a todo el mundo lo que hacemos o incluso lo que jamás hacemos.
–Es un regalo hermoso, gracias. –Digo finalmente para que ya no moleste. Luego de eso aparto mis valiosos diamantes a un lado para parecer desinteresada, continuamos con el aburrido almuerzo, mientras que mis pensamientos flotan y rebotan una y otra vez dentro de mi cabeza. Esta noche Pedro debe tocarme o enloqueceré.