Cuando Pedro termina de vestirse son casi las cuatro de la mañana. Regresamos a la habitación tomados de la mano y sonreímos al ver a Ale en la misma posición en la que estaba antes. Corro el edredón a un lado y me acuesto a su lado sin tratar de hacer demasiados movimientos bruscos.
Pedro hace lo mismo que yo, pero mueve a nuestro pequeño un poco para que haya más espacio en la cama. Él se mueve y balbucea alguna cosa, pero sin despegar sus manos de su león de felpa. Acaricio su cabello, para que siga con su sueño, pero lentamente veo como abre los ojos y trata de adaptarse a la luz de la mesita de noche.
—Mamá Paula… —balbucea estirando su manito, buscándome. Se la entrego y el la acaricia entre sueños.
Sonrío porque es la cosa más hermosa que ha hecho hasta el momento, luego beso su frente levemente y me acomodo con la pequeña almohada para que Kya no esté incomoda.
Pedro se acuesta al lado de Ale y estira sus brazos para acariciarme. Lo miro y pienso una y otra vez que esto no es verdad. Está aquí, conmigo y con sus hijos. Fueron los peores seis días de mi vida sin él a mi lado, pero ahora todo lo malo parece esfumarse y lo bueno se queda, aunque sé que debo de decirle la verdad, y temo que todo lo bueno dure poco tiempo.
—Te amo… —susurra con una media sonrisa. Siento sus delicadas caricias en mi rostro y observo los dos pequeños ángeles que nos separan. Nuestros hijos están en medio de ambos y es hermoso, los cuatro estamos juntos—. ¿Crees que esto siempre será así? —pregunta señalando con su cabeza a mi vientre y luego a Ale.
—Espero que no… —digo entre risas que trato de contener para no despertarlo.
Siento un movimiento de Kya y cierro los ojos porque cuando hace eso sigue tomándome por sorpresa. Sus piernitas son fuertes y cuando patea me hace daño. Pedro lo nota de inmediato y posa su mano sobre su hija para tratar de calmar su ansiedad. Kya se mueve un poco y luego de un par de caricias de su padre creo que encuentra una pose en la cual se siente cómoda. No quiero pensar demasiado porque sé que lloraré si lo hago, pero ser madre es la cosa más hermosa que puede sucederle a una mujer. Mi pequeña aún no ha nacido, pero todo ese amor que siento por ella es indescriptible, es más fuerte que cualquier cosa. Ser madre de corazón es algo que jamás pensé que me sucedería y amo a Ale con la misma intensidad con la que amo a mi pequeña. Él tuvo una madre, otra familia, yo no sentí sus movimientos en mi vientre como lo hago con Kya, pero sé que si ese niño no está conmigo voy a sentirme incompleta.
Él es parte de mí.
—¿En qué piensas? —murmura por lo bajo.
—En lo hermoso que es todo esto. —le digo tratando de o llorar.
—Y será mucho más hermoso —asegura sin dejar de acariciar a Kya con una mano y con la otra a Ale. No sé cómo logra hacerlo sin sentir algún tipo de dolor en la espalda. Esa posición se ve horriblemente incomoda y trato de no reír—. Solo unos pocos meses y estaremos juntos de verdad. Mi Paula y mis angelitos…
—Tu Paula —afirmo dejando la manito de Ale. Estiro el brazo y descanso mi mano en su mejilla, sintiendo su barba de varios días que provocan ese agradable cosquilleo en mi piel—. Siempre seré tu Paula.
—Dime que eres mía, entonces —me pide. Le sonrío y luego paso mi mano por su cabello.
—Soy tuya. Toda tuya —aseguro una y otra vez, sintiéndome completamente orgullosa de decirlo.
Soy suya y él es mío.
Nos pertenecemos el uno al otro y eso nadie podrá cambiarlo.
****
Abro los ojos lentamente y como siempre muevo mis piernas debajo de las sábanas para sentir esa hermosa suavidad que tanto me encanta. Me acomodo un poco y siento algunos leves movimientos de Kya en mi interior.
—Buenos días, pequeña —le digo, acariciando mi vientre una y otra vez, con los ojos aun cerrados.
Muevo mis manos hacia los lados de la cama, pero está vacía. Ni Ale ni Pedro están aquí y eso me hace despertar por completo. Me siento con sumo cuidado y paso mis manos por mi rostro para borrar todo tipo de rastro de sueño.
Miro el reloj digital de la pantalla de mi celular. Son las diez de la mañana. Diez de la mañana y Pedro está aquí… No fue un sueño, de verdad dormimos los cuatro juntos anoche.
Es imposible no poder sonreír. Estamos todos juntos en San Valentín. La puerta de la habitación se abre y veo a Pedro asomar la cabeza.
—Ven, mamá está despierta —le dice a Ale que hace lo mismo que él.
Frunzo el ceño y luego la puerta de la habitación se abre de par en par. Pedro trae un desayuno impresionante entre sus manos, mientras que Ale corre a mi dirección con globos de helio en forma de corazón y un ramo de rosas que apenas puede cargar. Abro mi boca en gesto de sorpresa y luego me la cubro con la mano, sintiendo como todas mis emociones reaparecen de un segundo al otro.
—Oh, por Dios —balbuceo. Ale deja el ramo de rosas encima de la cama y se lanza a mis brazos haciendo que los globos de helio se muevan de un lado al otro.
—¡Feliz San Vantin, mamá Paula! —grita con una enorme sonrisa mientras que me abraza muy fuerte. Miro a Pedro de reojo que se sienta a mi lado en la cama y deja la bandeja de desayuno repleta de delicias. Acaricio a mi pequeño y cubro su carita de besos y mimos mientras que él ríe.
—Gracias, hijo —logro decir con lágrimas de felicidad en los ojos. Él toma los tres globos y los amarra al pie del velador en la mesita de noche, luego se sienta a mi lado y acaricia a su hermana—. Qué bonita sorpresa —digo observándolo todo.
Pedro me rodea con sus brazos y besa mis labios castamente. Solo una pequeña muestra de afecto, no necesito más. Esto es perfecto.
—Feliz San Valentín, cariño —me dice dulcemente. Lo abrazo por un par de segundos cerrando mis ojos con fuerza, para absorber todo lo más que pueda de esas sensaciones de felicidad completa que me invaden.
— ¿Te gustó la sorpresa, mamá Paula? ¿Te gustó? —pregunta mi niño, ansioso.
—Claro que me gustó. ¡Es hermoso! —aseguro besándolo de nuevo.
—¡Papá Pero hizo la sorpresa y mira, él está en casa! —grita como si recién recordara ese detalle—. ¡Desperté y papá Pero estaba aquí! —exclama señalando la cama—. ¡Regresó! ¡Te dije que volvería, mamá Paula!
—Así es, si volvió —murmuro entre risas. Pedro amplía su sonrisa y luego me rodea a mí y a mis hijos en sus brazos.
Nos besa a cada uno y luego los tres empezamos a revolotear en la cama, jugamos con cosquillas y demás hasta que por fin siento mucha hambre y ataco la bandeja que descansa a un lado. Lo primero que tomo son los chocolates con forma de corazón. ¡Chocolates! Todo es simplemente perfecto.
—Y creí que sería una buena idea si vamos a… —dice Pedro mientras que los cuatro desayunamos juntos en la cama, mientras que la televisión hace ruido y Pedro habla sin parar sobre cosas de dibujos animados con Ale.
—¿A dónde iremos? —pregunto desconcertada.
—¿Qué dicen si vamos al zoológico? —pregunta Pedro observando la reacción de Ale. Lo miro con el ceño aún más fruncido y él se acerca a mi oído.
—Sé que no es la mejor idea para San Valentín, pero tu padre y Agatha por fin tendrán una cita y no es justo que ella cancele sus planes para cuidar a Ale, mientras que nosotros nos vamos por ahí —me explica. Me siento, extraña pero ciertamente tiene toda la razón—. ¿Qué dices? —Puedo ver en su mirada que está suplicándome que lo comprenda y no debo de ser egoísta con papá, él se merece a una mejor mujer, a alguien que lo quiera y sé que Agatha es esa persona.
—Está bien, cariño —Acaricio su barba mientras que digo eso y luego sonrío. Es verdad, no me hubiese imaginado esto para San Valentín, pero es comprensible. Además soy madre ahora y supongo que debo de acostumbrarme a la idea de que mis hijos siempre estarán con nosotros en todo momento, incluso en fechas como estas—. ¿Tú qué dices, Ale? —pregunto, volteándome a verlo, pero su expresión no refleja lo que yo esperaba. No se ve muy feliz.
—¿En el zoológico hay perros como el de Laura? —pregunta con inocencia, y Pedro y yo reímos al mismo tiempo.
—No, hijo. En el zoológico no hay perros, pero hay leones de África —le dice el entusiasmado, pero Ale no cambia su expresión ni un poco.
—¿No hay un lugar en donde vea a los perritos y juegue con ellos como con Charlie? ¿Lo recuerdas, mamá Paula? Fui muy bueno con él y él era mi amigo…
Mi corazón se rompe en pedacitos al verlo y luego miro a Pedro de reojo para preguntarle mentalmente si el entendió las indirectas de Ale. Es complicado, quiero darle todo lo que desee, pero una mascota…
—Ale, hijo, escúchame —dice Pedro tomándolo en sus brazos y sentándolo en su regazo —. Laura tiene una mascota porque ella tiene un gran jardín para que Charlie corra y juegue todo lo que él quiera, y nosotros…
—Está bien, papá Pero —dice rápidamente.
Trata de sonreír, pero sé que no está bien. No puede engañarme, sé que quiere parecer un niño maduro y comprensivo, pero ver esa expresión en su rostro me destroza. Ale se suelta de los brazos de su padre. Toma a su león de felpa de encima del colchón y luego nos da una última mirada hasta dirigirse a la puerta de salida de la habitación. Quiero decir algo, pero no lo logro y no sé cómo Pedro aún sigue callado. Yo no me hubiese resistido a esos ojitos.
—Está bien, hijo —murmura él, cerrando sus ojos antes de que Ale llegue al pasillo—. Tendremos uno... —murmura.
Ale se mueve velozmente y una amplia sonrisa parece en sus labios.
—¡Te quiero, papá Pero! —Se abalanza sobre su padre y le da un gran abrazo.
Yo me rio y cubro mi boca sin poder creerlo. ¿Un perro, de verdad estamos hablando de tener un perro?
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