Ale corre por la oficina y cuando ve las inmensas puertas del despacho de Pedro las abre de par en par y entra corriendo sin dudarlo.
—¡Papá, Pero! —grita extendiendo sus bracitos hacia su padre, que deja la computadora a un lado y refleja más que sorpresa y alegría en su rostro al vernos a ambos. Mi pequeño abraza a mi esposo fuerte y acaricia la mejilla de su padre.
—Ale quería sorprenderte —le digo a Pedro cruzando su oficia sin prisa mientras que observo la escena de ese perfecto abrazo.
—No puedo creerlo. Me sorprendiste mucho, hijo —le di acariciado su espalda.
—¡Mamá Paula y yo queremos comer contigo! —dice elevando sus bracito al cielo—. ¿Podemos, podemos, podemos?
Pedro eleva su mirada en mi dirección y me sonríe. Toma a Ale en brazos, cierra su laptop y luego camina hacia mí sin apartar su mirada. Cuando se acerca, me rodea la poca e inexistente cintura que ya no me queda y me atrae hacia su dirección. Besa mis labios apasionadamente y acaricia a nuestra pequeña. Luego nos separamos y vuelvo a encontrarme con esos ojos. Aún me siento perturbada por el tipo del estacionamiento y quiero contárselo, pero sé qué si lo hago ahora arruinaré el momento porque se preocupara demasiado y todo se saldrá de control.
—Pensé que sería bueno que almorzáramos juntos —le digo acariciando su barba de unos cuantos días—, pero si estás ocupado, entonces regresaré a casa con Ale.
Pedro besa mis labios de nuevo, me indica que espere un minuto y veo como camina en dirección a la salida de su oficina con Ale en brazos.
—Charlotte, por favor, cancela todas mis citas hasta las dos de la tarde. Saldré a almorzar con mi esposa y mis hijos —murmura con una arrasadora sonrisa. Estallo de felicidad y siento como todo mi ego se eleva de nuevo. Me prefiere a mí, escoge a su familia y no a su trabajo. Sigo siendo el centro de su universo y ahora los niños también están incluidos. Somos lo más importante y ninguna junta podrá arrebatármelo al menos a la hora de almorzar—. ¿Lista, preciosa? ¿Listo, Ale?
—Sí — respondemos al mismo tiempo.
Pedro toma su saco, luego su billetera y las llaves de su coche de encima de su escritorio. Me besa de nuevo y ambos tomamos de la mano de Ale y atravesamos la oficia hasta la salida…
****
Me acuesto en la cama y me cubro con el edredón hasta la cintura. Ale acaba de dormirse y por fin logramos que lo hiciera en su habitación. No fue necesario el mal ingenio de Pedro para contar terribles cuentos, sólo bastaron un par de caricias en su pelo y un dulce beso en su frente para que se quedara profundamente dormido. Tomo la pequeña almohada que me ha acompañado durante las últimas semanas y la deposito al lado izquierdo de mi vientre mientras que me volteo de costado para que Kya no me haga sentir esa extraña sensación de que mi vientre se cae a un lado.
Pedro se quita la camiseta gris que utiliza de vez en cuando a conjunto con el pijama y deja que contemple su torso por unos pocos segundos. Sé qué me desea, también lo deseo, hace más de tres días que no puedo dormir apegada por completo a su cuerpo debido a Ale.
Esta es nuestra noche y me siento malditamente preocupada y abatida como para poder aprovechar a mi esposo al máximo. Pedro corre el edredón a un lado. Se acuesta y luego acerca su mano en dirección a mi rostro. Sabe que algo anda mal y sé qué debo decirle sobre ese sujeto que no ha dejado de causarme escalofríos cada vez que recordaba ese momento en el que me miraba de pies a cabeza.
—Estuviste muy distante durante el almuerzo, hoy. Y también te noté algo distraída mientras que mirábamos la película animada —murmura tomando mi cuerpo con delicadeza, acercándolo al suyo. Ahora sus brazos me rodean y mi cabeza descansa sobre su pecho—. ¿Qué sucede, preciosa Paula?
Suelto un suspiro y cierro los ojos por un momento.
—Hoy… —siseo con la mirada perdida en cualquier parte de la habitación—, estaba con Ale de camino al coche para verte y había un hombre ahí… Viendo mi auto…
—Ale me lo ha dicho —confiesa acercando sus labios, besa mi pelo y acaricia mi mejilla. No sé qué decir exactamente.
—Supe que no iba a hacerme daño, pero… Había algo extraño en él, algo oscuro y la manera en la que me miraba…
—¿Cómo te miraba? —interfiere Pedro rápidamente oyéndose más que molesto. — ¿ese infeliz te faltó el respeto delante de los niños?
— ¿Qué? ¡Claro que no, Pedro! —exclamo rápidamente. Los celos no son buenos ahora.
—intentó ser amable, no me faltó el respeto, pero... yo sólo quería alejarme de él —aseguro elevando mi mirada hacia la suya que se ve furiosa y desaforada—. Por favor, no peleemos por esto. Estoy muy cansada, me duele la cabeza y sólo quiero que me abraces —le imploro moviendo mi mano hacia esa ligera mata de bello que me encanta y me vuelve loca.
Siento su ligera sonrisa, luego sus manos acariciado mi pelo y por ultimo sus labios sobre los míos.
—Mi deber es cuidar de ti y de nuestros hijos, Paula —musita de manera sugerente.
—Lo sé —balbuceo con voz adormilada.
Se me escapa un bostezo y el sueño comienza a vencerme y lo único que deseo es sentirme segura entre los brazos de mi esposo.
—No podré estar tranquilo sabiendo que tú estás por ahí sola con los niños, Paula. Si algo te ocurre yo me muero. ¿Entiendes eso? No podría vivir sin ti, sin los niños. Tengo que cuidarte.
—Solucionalo entonces, Pedro —digo rápidamente—. Ahora sólo abrázame, quiero dormir y sentirte a mi lado.
Siento su beso en mis labios y cierro los ojos, mientras que sus caricias comienzan a hacer que me duerma lentamente.
—Descansa, mi preciosa Paula.
En la mañana bajo las escaleras en pijamas porque me siento lo suficientemente perezosa como para vestirme.
Quiero quedarme todo el día en la casa y dormir y dormir y… dormir. Me siento más que agotada. Me acerco a la cocina y oigo las risas de Ale y de Pedro. Sonrío y entro a la habitación.
Mis dos hombres están sentados alrededor de la barra de desayuno y hablan animadamente. Agatha me da la espalda porque está preparando algo y la televisión está encendida en el canal de noticias, como siempre.
—Buenos días —digo colocando mi despeinado cabello a un lado—. ¿Por qué no me has despertado? —le pregunto a Pedro mientras que beso su mejilla. Luego me acerco a mi pequeño, acaricio su pelo y deposito un beso en su frente—. ¿Cómo estás, hijo?
—Bien, mamá Paula —responde tomando leche con chocolate de una taza repleta de dibujos.
—Lo lamento, cariño, pero te veías realmente adorable mientras que dormías y no quise despertarte.
—Buenos días, tesoro —murmura Agatha con una impresionante sonrisa.
Se acerca a mí y deja un tazón repleto de fruta de diferentes tipos delante de mí. Tomo la cuchara y comienzo a comerlo todo mientras que oigo como mi niño precioso habla con su padre.
—Tengo algo que enseñarte cuando acabes, preciosa —me dice limpiado su boca con una servilleta de papel. Se pone de pie y me da un beso en la frente—. Aún no tengo que irme, estaré en mi despacho haciendo unas llamadas, pero cuando acabes deja a Ale con Agatha y ve a buscarme, ¿de acuerdo?
—Está bien.
Pedro besa a su hijo en la frente y luego camina de manera malditamente sexy en dirección al pasillo. Verlo así me enciende de inmediato. ¿Cómo puedo ver a ese hombre y no hacer nada para desnudarlo? Soy su esposa y él y yo tendríamos que estar en la habitación haciéndolo una y otra vez… No tiene sentido. Las hormonas del embarazo no lo tienen.
—Agatha, quédate con Ale, por favor —le pido mientras que dejo mi tazón vacío sobre la otra mesada de mármol al lado del fregadero de metal—. Regresaré enseguida, cielo.
Le doy otro beso a mi niño, pero no lo nota porque se ve realmente entretenido cambiando los canales de la televisión y desconfigurando toda la pantalla.
Camino por el pasillo hasta el despacho de Pedro, acomodo mi cabello en un vago intento por sentirme mejor, enderezo mi espalda y abro un poco la bata de seda color cielo para que pueda verme sexy, pero es en vano, con semejante barriga no lograré lo que quiero, así que vuelvo a cerrarla de nuevo y me doy por vencida. Suelto un suspiro frustrado, entro al despacho y me quedo inmóvil al ver a tres personas paradas delante del escritorio de Pedro recibiendo indicaciones. Son dos mujeres y un hombre.
—Cariño, aquí estás —dice mi esposo esbozando una sonrisa.
—¿Qué sucede? —pregunto acercándome con el ceño fruncido.
Sé lo que me dirá y no me gusta la idea, no me gusta para nada. Las tres personas se voltean en mi dirección y hay una sola cara que reconozco.
—Cielo, ya conoces a Maya. Ella será asistente de Agatha el tiempo que sea necesario. Nos ayudará con los niños y el orden de la casa.
—Buenos días, señora Alfonso—me dice con una sonrisa—. Es un placer verla.
Le sonrío falsamente y luego miro a Pedro de manera amenazante.
—Ella es la agente Ingrid Hans —dice señalándome a la mujer de unos cuarenta y tantos años de cabello canoso y flequillo que luce un traje negro para nada femenino—, y él es Gabriel Hans nuestro nuevo chófer y seguridad. Ambos cuidarán de ti y de los niños cuando no estés en la casa, sin excepción.
—Es un placer conocerla, señora Alfonso —murmura el hombre alto y robusto que también luce un traje negro y una mirada fría y distante. Se ve serio y simplemente aterrador.
—Hola —balbuceo si saber que decir exactamente. Sé qué dije que quería que Pedro lo resolviera pero no creí que lo haría de esta manera. ¡Ni siquiera me lo ha preguntado!—. Eh… ¿Pedro, podemos hablar? —pregunto creando un clima de tensión inmediato en el ambiente. Los tres se mueven sin decir nada y salen del despacho de Pedro—. ¿Por qué no me lo advertiste? —pregunto más que molesta. Sé exactamente cómo terminará esta discusión y él también lo sabe.
—Sólo quiero protegerte —murmura en medio de un suspiro—. Quiero poder estar lejos de casa y saber que tú y los niños están bien.
—¿Pero… por qué no me lo consultaste primero? ¿Cómo lograste contratar a más personal de la noche a la mañana? ¡No soy una niña! ¡Puedo cuidar de mí y de mis hijos, Pedro!
—No empieces con tus escenas ahora, Paula —me pide, masajeando su sien como si yo lo perturbara.
—¡No son escenas, maldita sea! —grito alborotada—. ¡Deja de decir siempre lo mismo! —chillo acercándome a su escritorio. Él se acerca a mí y veo como intenta poder salvar la situación, pero ahora estoy muy molesta y no estoy dispuesta a negociar esto—. ¡Crees que no puedo cuidar de mí y de mis hijos! ¡Haces que me sienta como una inútil!
—¡Mierda, Paula! ¡Sólo quiero proteger a mi familia!
—¡Eres… eres tan… ah! ¡Acabé mi desayuno rápido porque creí que querías que viniera a verte porque me deseabas, y cuando entro me encuentro con extraños que me hacen sentir inservible! —grito elevando los brazos al aire para intentar sentirme mejor conmigo misma.
—Paula, por favor…
—¡Pensé que querías sexo! ¡Sabes que quiero sexo y ahora estoy enojada contigo! ¡Vete a la mierda Alfonso! —exclamo en su dirección.
Me doy la vuelta y camino con furia en dirección a la salida, Pedro se mueve rápidamente y me acorrala ente la puerta del despacho y su cuerpo. Coloca ambos brazos a cada lado de mí y no me deja salida alguna. Su mirada se ve… Es tan jodidamente caliente.
No me deja pensar.
—Repite lo que has dicho —me pide, oliendo el perfume en mi cuello—. Repítelo.
—Vete a la mierda, Alfonso —le digo secamente y provoco una risita en su boca.
—Lo otro, cariño. Quiero oír la otra cosa que has dicho —murmura sensualmente de esa manera tan especial, de esa forma que logra encenderme de inmediato y que provoca que un gran nudo se forme en mi garganta. Veo como mueve sus manos en dirección a los botones de su camisa blanca y comienza a desabotonársela lentamente, dejando ver su piel, su pecho y ese bello que es… Oh, mierda.
—Estoy molesta contigo —le digo cruzándome de brazos. Él sólo sonríe, sabe que lo ha logrado, sabe a dónde acabará esto.
—¿De verdad estás molesta? ¿Muy molesta? ¿Cuán molesta estás, cariño? —pregunta con esa mirada depredadora mientras que se quita su camisa por completo y la arroja a un lado.
Luego toma ambas puntas del cinturón de seda de mi bata y desata el moño. Abre la prenda de par en par y observa fijamente el escote en V con apliques de encaje de mi camisón color cielo. Pedro mueve su mano en dirección al cerrojo de la puerta y oigo como coloca el seguro. Ahora si seremos sólo los dos. Pero antes de que pueda evitarlo siento como toda la preocupación y agonía me invaden y quiero llorar.
—Tu madre me llamo el otro día y me dijo que cuando esperas a una niña, ella te quita toda tu belleza y engordas y te ves fea… —balbuceo al borde del llanto. Pedro abre los ojos de par en par y parece sorprendido—. Ya no te parezco bonita, ¿verdad? —pregunto sorbiendo mi nariz. Los cambios de humor me toman por sorpresa, pero no puedo evitarlo—. Me veo gorda, fea, tengo ojeras y…
—…Y eres preciosa —asegura con voz glacial, tomando ambos lados de mi cara—. Eres perfecta, eres toda mía —asegura mirándome con esos ojitos que hacen que mi humor cambie de nuevo—. Dime que eres mía, Paula Alfonso.
—Pero tu madre dijo…
—Al diablo con mi madre y con lo que te diga. Tú eres mía, eres perfecta y hermosa y te amo a ti, sólo a ti. Me encanta despertar contigo cada mañana y sentir esta cosita hermosa entre ambos —murmura colocando una de sus manos sobre Pequeño Ángel—, me encanta verte vestida en las mañanas y me siento orgulloso de saber que eres mi esposa, que eres la mejor madre del mundo y que me amas —sisea uniendo nuestras frentes. Cierro los ojos y dejo que su aliento tibio invada mi rostro haciéndome sentir mejor—. mierda, Paula. Toda tu me encantas, toda tu me enamoras y aunque tus cambios de humor me enloquezcan te quiero así y de todas las formas que tú quieras.
—Oh, Pedro… —digo al borde del llanto de nuevo. Beso sus labios y luego lo miro fijamente—. ¡Eres un tonto! —grito golpeando su hombro—. ¡Me haces enojar! ¡Eres… eres… ah!
Pedro ríe, toma mis muñecas y las coloca a ambos lados de mi cuerpo, luego sus labios comienzan a acariciar mis hombros y retomamos la situación en donde la habíamos dejado.
—¿Qué tengo que hacer para que no estés molesta? —pregunta con una sonrisa.
—Tendrás que hacerlo muy bien si quieres que no esté molesta —aseguro.
Pedro desliza sus manos hasta la parte posterior de mis muslos, comienza a elevarlas en dirección a mi trasero, alzando también mi camisón de seda.
—Haré lo mejor que pueda para que ya no estés molesta, cariño…
Es casi medio día y Ale y yo por fin nos despedimos de Damian y ahora estamos en el estacionamiento a unos pocos metros de mi coche.
—¿Podemos visitar a papá Pedro en el trabajo? —pregunta mi pequeño, mientras que se termina un helado de chocolate. Me da una brillante idea, tomo mi celular del interior de mi bolso y compruebo la hora. Estamos justo a tiempo para invitar a Pedro a almorzar con nosotros fuera de la empresa.
—Es una brillante idea, cariño.
—¿Iremos entonces, mamá Paula? ¿Iremos?
—Claro que s… —balbuceo mientras que levanto la vista a mi coche estacionado en la sección de embarazadas.
Aprieto con fuerza la mano de Ale como si se pudiese escapar en cualquier momento y doy un paso hacia atrás por causa de ese extraño hombre de espaldas a mí que mira mi coche una y otra vez. Es un extraño, no tengo maldita idea de quién es, pero hay un escalofrío que me recorre la espina una y otra vez. Es instinto.
—¿Que sucede, mamá Paula? —pregunta Ale viéndome a mí y luego al tipo alto de traje y cabello oscuro que se voltea en mi dirección y provoca que mi pecho se inunde miedo y pánico. No parece alguien que pueda asaltarme o secuestrarme, pero no me gusta lo que siento. No es alguien bueno, puedo sentirlo.
—¿Quién es usted? ¿Y por qué está viendo mi coche? —pregunto rápidamente intentando sonar confiada y segura de mi misma. Mis manos se mueven por reflejo. Una toma a Ale con firmeza y la otra se posa sobre Kya intentando proteger a mis hijos de lo que sea.
—Oye… tía, no te molestes. Estaba viendo ese estupendo carro —murmura el tipo con una gélida sonrisa y un acento extremadamente español—. ¿Es tuyo?
Mis manos empiezan a temblar y cada centímetro de mi cuerpo se ve repleto de nervios. Miro hacia los alrededores y sólo veo autos. No hay nadie más merodeando por el estacionamiento, ni siquiera un guardia de seguridad o alguien en la cabina de pago de tickets. Me siento más sola que nunca.
—Aléjense de mi coche, por favor —le pido sonando amenazante. Veo una gran sonrisa de diversión en sus labios y lentamente observo cómo me escanea de pies a cabeza.
—Joder tía ¿No estáis creyendo que quiero asaltarte o algo así, verdad? Sólo estaba viendo este maravilloso carro, joder. —dice entre risas.
Coloca ambas manos en sus caderas y su saco se abre sólo un poco revelado una perfecta y pulcra camisa blanca que combina con esa corbata negra con rayas grises. Se ve intimidante y misterioso y creo que eso es lo que me pone los nervios de punta.
—Aléjese del coche, por favor—le suplico, desviando mi mirada hacia otra parte—. Mi hijo y yo tenemos prisa.
El sujeto mira a Ale y luego a mí.
—Es un niño precioso. No sabía que tenías hijos —dice despreocupado, pero al mismo tiempo confuso.
—¿Qué? —pregunto alarmada y dando dos pasos hacia atrás. El sujeto ríe de nuevo y acomoda su corbata.
—Vamos, no voy a comerte, guapa.
—No me llames guapa.
—Eres Paula Chaves, tu esposo es inversionista y tiene acciones en Madrid y Barcelona. Estamos en el mismo rubro. Te vi en el periódico de Madrid en la sección empresarial un par de veces. Tu esposo siempre te nombra en las entrevistas. No te pongas como una chiflada a gritar por ahí —me pide con un tono de diversión que logra molestarme más de la cuenta. Bueno…
Ahora estoy desconcertada porque conoce a Pedro y me conoce a mí, es obvio que es un tipo con dinero, pero lo que me genera no me gusta. Sé qué no va a robarme, pero es solo por precaución. El tipo da un paso hacia adelante e instintivamente yo doy otro hacia atrás.
—Soy Lucas Milan —dice extendiendo su mano hacia mi dirección—. Es un placer, señora Alfonso.
—Tengo que irme.
Me muevo rápidamente hacia mi coche, me coloco en la puerta del conductor y tomo mis llaves. Lo abro y luego acomodo a Ale en la parte trasera. Le coloco el cinturón de seguridad, sintiendo como mis piernas y mis manos tiemblan.
Ese sujeto sigue ahí y estoy haciendo algo loco, pero sólo quiero marcharme de aquí.
—¿Veremos a papá Pero, mamá? —pregunta mi dulce niño acariciando mi cabello.
—Sí, cariño. Iremos enseguida —le doy un beso en la frente y luego cierro la puerta.
Entro en el coche sin antes volver a ver a ese sujeto que está a solo unos pocos metros con ambas manos en los bolsillos de sus pantalones.
—Lindo carro. Fue un placer conocerte, guapa —dice sonriéndome.
—No puedo decir lo mismo.
—Volveremos a vernos de todos modos…
Entro al coche, me coloco el cinturón y luego enciendo el motor. Acelero por el amplio espacio hasta alejarme lo suficiente. Lo veo por última vez a través del retrovisor y cuando sé qué mis hijos y yo estamos seguros, suelto un suspiro.
Llegamos al centro comercial y Ale se ve completamente maravillado con todo lo que tiene alrededor.
Me siento como toda una madre orgullosa tomando de la mano de mi hijo mientras que recorremos el lugar en busca de todo lo que necesitamos y lo que no necesitamos, pero que queremos comprar de todas formas.
La gente me observa al pasar y sé que soy hermosa, sigo acostumbrada a que todos me vean, soy perfecta, sigo viéndome sexy y además de eso soy dulce. Soy madre, tengo un precioso niño a mi lado y un perfecto vientre redondo con otro angelito igual de hermoso en mi interior.
Todos babean de ternura. Soy hermosa, lo sé.
—Ale… —digo para llamar su atención, mientras que sonrío a varios hombres que pasan y se quedan viendo. Él voltea su cabecita en mi dirección y me ilumina con esos impresionantes ojitos—. ¿Crees que mamá es hermosa? —pregunto con una sonrisa.
—Sí, ¡Muy hermosa! —responde alegremente. Sonrío de nuevo y coloco un mechón de cabello detrás de mi hombro.
Eso ya lo sabía, pero es hermoso cuando Ale lo dice.
****
Entramos a una tienda de ropa para niños y Ale y yo comenzamos es coger todo tipo de prendas de invierno.
Creo que le encanta el color rojo porque la mayoría de las camisetas de algodón son de ese color con muchos dibujos y estampas coloridas. Hago que se pruebe casi todo y me encanta verlo protestar una y otra vez. Jamás creí que me vería tan emocionada por estar en una tienda para niños.
Recuerdo que para el cumpleaños de Laura, Pedro y yo, entramos a esta tienda para escoger un vestido y eso me resulto tedioso, pero supongo que es algo completamente diferente cuando lo haces para tu hijo.
—¿Quieres que llevemos todo esto, cariño? —pregunto mientras que dos muchachas colocan todo dentro de las bolsas con rayas de todos colores.
—Sí, pero… —agacha su cabeza hacia abajo y luego suelta un suspiro—, ¿podemos descansar, mamá Paula? Estoy cansado —asegura poniéndome cara de cachorrito—. ¿Podemos comer algo delicioso? ¿Podemos? ¿Podemos? —pregunta en tomo bajo mientras que toma el borde de mi vestido y lo mueve de un lado al otro.
—Claro que sí, cariño —Me rio levemente, asiento con la cabeza y veo esa hermosa sonrisa.
—El total es de tres mil doscientas libras, señora Alfonso —murmura la chica asiática con una sonrisa fingida a espera de mi tarjeta de crédito.
Tomo mi bolso, busco el plástico dentro de mi cartera y se la entrego.
—No voy a llevarme las bolsas. Asegúrate de que alguien las envié a mi casa.
Ella asiente y teclea unas cuantas veces en su computadora, me devuelve mi preciosa tarjeta de crédito y luego Ale y yo salimos del lugar.
—¿Quieres desayunar, cariño?
—Sí quiero.
—Bien —digo moviéndome en dirección al ascensor que desciende hacia el inmenso patio de comidas.
Hay más de cuatro cafeterías sin contar los locales de comida rápida y estoy segura que a mi pequeño le encantará algo de esto. Además de mi sorpresa que también sé qué le fascinará. Nos sentamos en una importante cafetería. Un chico nos acerca el menú y Ale de inmediato sabe que escoger porque ve las fotografías de los diferentes tipos de desayunos.
—Este, este de aquí —me dice señalándome la fotografía de un desayuno compuesto por chocolate y más chocolate con más galletas de chocolate.
—De acuerdo. Yo creo que desayunaré algo de fruta.
El mesero toma nuestra orden y se marcha son decir más.
Ale toma mi teléfono celular y oigo el ruidito de un juego que me resulta un poco irritante, dejo que se entretenga a su manera, mientras que observo a los alrededores. Me muero de deseos de verlo, hace más de dos semanas que no sé nada de él y creo que es el momento perfecto para que retomemos nuestras salidas de antes. Me pongo de pie de inmediato cuando lo veo merodeando por el lugar, buscándome entre la gente. Elevo mi brazo y muevo mi mano para que me note.
Al ver la sonrisa que se forma en su rostro, sé qué ya me vio.
Damian comienza a caminar en mi dirección luciendo tan Damian y tan desaliñado como siempre. Su cabello está un poco más largo de lo que recordaba y al parecer tiene una cámara nueva colgando de su cuello.
—No puedo creerlo… —murmura a unos metros de distancia. Sonrío y me acerco a abrazarlo. Lo extrañé, hace mucho que no hablo con él y tengo miles de cosas que contarle—. Paula Alfonso… —murmura rodeándome con sus brazos—. Mira como ha crecido ese bebé… —dice colocando su mano sobre Kya. Nos separamos, sonreímos y vuelvo a abrazarlo otra vez por un mero impulso—. Te ves increíblemente hermosa, nena.
—¡No tienes idea de lo que te extrañé! —aseguro apretándolo más fuerte contra mí—. Primero que nada, hay algo importante que debes saber…
—Mamá Paula, ¿quién es él? —interfiere Ale con dulzura e inocencia arruinando mi manera más original de hacer que Damian se caiga desmayado en medio de la cafetería del centro comercial.
Damian voltea su cabeza lentamente hacia mi pequeño y abre los ojos de par en par. Su boca se abre lentamente.
Verlo me da risa. Voltea su mirada en mi dirección y con asombro traga un nudo en su garganta.
—¿Qué ha dicho ese niño? No estás halando en serio.
—Es mi hijo… —murmuro con un hilo de voz y una sonrisa—. Pedro y yo lo adoptamos hace un par de días. Soy su mamá. Sorpresa…
Su rostro no expresa nada más que asombro y desconcierto.
Mira a Ale, luego a mí, luego a Ale y a mí de nuevo. ¿Por qué no me dice nada? Es una noticia hermosa.
—¿Te refieres a que él…? ¿Ósea que…?
—Damian, te presento a Pedro, mi hijo —digo señalando a mi pequeño.
Él se pone de pie, deja mi celular sobre la mesa y luego eleva su cabecita para poder ver a Damian a la cara.
—Hola —dice con esa sonrisita tierna y dulce—. Soy Ale, ¿quién eres tú?
Damian sigue con la boca abierta sin saber que decir. Me rio levemente y luego estiro mi brazo para acariciar la cabecita de mi pequeño.
—¿Por qué no habla, mamá Paula? ¿No le agrado a él?
—Claro que le agradas, cariño. Es sólo qué creo que aún está algo sorprendido.
—No puedo creerlo… —murmura nuevamente—. ¡Oh, por Dios, nena! —exclama con una gran sonrisita—. ¡Tienes un hijo, Paula! ¡Es tu hijo! —exclama muerto de la felicidad, mientras que me abraza de nuevo fuertemente y besa mi frente—. ¡Oh, por Dios, tienes un hijo y es hermoso!
—¡Sí, así es! —respondo igual de emocionada que él.
Me gusta que reaccione así, sé qué Damian amará tanto a Ale como todos los demás. Es mi niño especial y es mi hijo.
Damian se mueve en dirección a Ale y se pone de cuclillas para estar a su altura. Lo mira fijamente por unos segundos y logro ver como inmensas sonrisas se desprenden de los labios de ambos. Como si se conocieran de toda la vida.
—Hey, hola, amigo. Soy tu tío Damian.
Ale frunce el ceño levemente de esa manera tan particular y luego me mira como si estuviese preguntándome que es lo que Damian dice realmente.
—¿Mamá Paula, es tu hermanito?
Damian y yo reímos.
—No, cariño. Tío Damian es amigo de mamá, pero nos queremos mucho como si fuésemos hermanos y por eso decimos que es tu tío.
El camarero llega con nuestros desayunos y Ale se emociona muchísimo.
—¡Mira, tío Damian! ¡Este es mío, es mío! ¿Quieres comer?
Ale parece comprender mi explicación y en menos de unos pocos segundos comienza a hablar con Damian y a hacerle esas preguntas tan dulces e inesperadas que me hacen reír.
Verlo así de contento es algo que no tiene descripción. Tomo mi celular de encima de la mesa y contesto a la llamada de Pedro.
—¿Cariño?
—¿Todo en orden, preciosa? —pregunta Pedro al otro lado mientas que observo como Damian toma su cámara y hace una secuencia de fotos de Ale comiendo su desayuno infestado de chocolate.
—Todo está bien. Ale y yo estamos desayunando con Damian en una cafetería en el centro comercial —digo rápidamente con una sonrisa.
Sé qué eso lo molestará, pero si me nota emocionada y feliz dejará sus estúpidos celos a un lado y entonces no pelearemos.
—¿Con Damian? —pregunta de mala manera. Puedo sentir el enfado en su tono de voz. Sé qué no lo superará jamás.
—¿Prefieres que te mienta y te diga que estoy sola o prefieres que te sea sincera? —indago perdiendo esa sonrisa que tenía en el rostro.
Oigo un largo suspiro al otro lado y puedo imaginármelo colocando una de sus manos sobre su rostro. O incluso pasando la palma de su mano sobre su pelo para intentar solucionar este inicio de discusión.
—De acuerdo, cariño —me dice en medio de otro suspiro—. Lo lamento. Lamento ser así es sólo qué… ¿Cómo está mi hijo? ¿Qué hace? —pregunta, pero esta vez sonríe.
—Está muy bien. Se está terminando un desayuno inmenso y le hace esas preguntas raras y dulces a Damian. Estamos bien, cielo. No te preocupes.
—¿Y mi pequeña?
Me rio y luego coloco mi mano izquierda sobre Pequeño Ángel .
—Kya está bien, creo que aún sigue dormida porque no está moviéndose como antes.
“Señor Alfonso, su reunión comienza en dos minutos.”
Esa es la voz de su secretaria a través del intercomunicador de llamadas. Detesto tener que pensar que MI esposo, que es completa y absolutamente mío, esté rodeado de secretarias en minifaldas que se ven bon…
No, no. Ellas no son bonitas, solo yo lo soy, pero si son delgadas y yo no, así que me temo que tengo una pequeña desventaja y…
—Lo siento, cariño. Debo irme —me dice dulcemente.
—Está bien.
—No me siento tranquilo sabiendo que estas por ahí con los niños y sola, Paula…
—Pedro, ya hablamos de eso —le digo por enésima vez mientras que pongo los ojos en blanco. No quiero que siga insistiendo.
—Bien, cariño. Tengo colgar. Cuídate y cuida a mis hijos.
—Claro que lo haré —respondo sonriente.
—Te amo.
—Y yo a ti.
Oigo como cuelga y me quedo por unos segundos viendo el teléfono. Mierda. Lo extraño, lo vi en la mañana y ya lo extraño. Quisiera que él estuviese aquí, viviendo esto conmigo y nadie más.
—¿Todo en orden, nena?
—Todo está bien —le digo con una sonrisa—. ¿Qué les parece si terminamos de desayunar y luego vamos a hacer algunas compras? —cuestiono colocando una de mis perfectas sonrisas convincentes.
Ambos sueltan un quejido y empiezan a protestar como todo hombre normal lo haría.
—Mamá Paula, demoras mucho haciendo compras… ¿Podemos hacer otra cosa?
—Es un niño inteligente —murmura Damian con una pícara sonrisa.
—De acuerdo… —digo a modo de alardeo mientras que tomo un rizo de mi pelo y lo envuelvo alrededor de mi dedo—.Quería ir a la tienda electrónica y comprar nuevos videojuegos para que Ale y yo hagamos competencias, pero como no quieren acompañarme, entonces creo que…
—¡No! ¡No, mamá Paula! ¡Sí quiero! ¡Sí quiero! —grita desesperado—. ¿Verdad que si quiero, tío Damian? ¿Cierto? ¿Cierto?
Me rio a carcajadas y luego acomodo un mechón de pelo detrás de mi oreja.
—Quiero autos de carreras para jugar con papá Pero, ¿puedes comprarme uno, mamá Paula?
—Claro que sí, cariño. Todos los que tú quieras.
—¿Vamos, entonces? —pregunta Damian poniéndose de pie—. Te acompañaré hasta las once. Luego debo regresar al trabajo.
—De acuerdo.
Me pongo de pie, dejo dos billetes encima de la mesa y le hago señas al camarero para indicarle que ahí está mi pago por el desayuno. Él asiente a modo de comprensión, tomo otro billete y lo dejo junto a los demás como propina. Tomo todas mis pertenencias y luego aferro la mano de mi pequeño a la mía, mientras que cruzamos el patio de comidas en dirección a los ascensores…