domingo, 24 de septiembre de 2017

CAPITULO 46 (SEGUNDA PARTE)




Son las seis de la tarde. Solo me quedan dos horas para que Santiago pase por mí. Me siento realmente estúpida. No puedo creer que esté a punto de hacer esto. ¿Cómo pude hacer algo así? Sé que es solo una cena, pero… ¿Qué sucede si no lo es? Estoy confundida y nadie puede entenderme. 


Nadie sabe lo que sucedió en la habitación el día de ayer, nadie sabe nada de mi maldita vida.



Suelto un largo suspiro y tomo mi teléfono celular. La aplicación de embarazo que descargué hace un día en mi teléfono me dice que debo de comenzar a tomarle fotos a mi vientre para poder fotografiar toda la etapa del embarazo. 


Son siete semanas y se supone que debía de haber empezado en la cuarta semana.


Acomodo mi cabello, luego dejo mi estúpido teléfono sobre el mismo lugar en el que estaba y vuelvo a observarme. Solo tengo un conjunto de ropa interior de algodón color negro y sí, tengo que hacerlo. Tengo que romper todas estas barreras para asegurarme a mí misma que no siento nada por Damian.


—¿Estas lista? —pregunta desde el otro lado de la puerta.


Miro mi vientre, acaricio a Pequeño Ángel y luego me digo a misma que soy perfecta, que todo lo hago bien y que puedo tener el control de esta situación. Mi Paula interior se lo cree y velozmente se ve invadida por una elevada autoestima. 


Sonrío y camino en dirección a la puerta. La abro y me encuentro con Damian. Sus ojos se posan en mi cara y lentamente comienzan a descender por todo mi cuerpo.


Estoy así, casi desnuda delante de él y me siento realmente bien. ¿Enloquecí acaso?


—Te… te ves muy bien. —balbucea.


—Tómame las fotografías rápido, por favor —le pido con un hilo de voz.


Que me guste como me mira, no significa que me sienta del todo bien. Se supone que esto es profesional. Es mi fotógrafo y seguirá todo mi embarazo. Nada más.


Él acomoda un rincón de mi habitación para la sesión de fotos. Luego, me dice como posicionarme y apunta la Nikon en mi dirección.



****


A las ocho de la noche estoy perfecta con un elegante vestido negro que me llega a la altura de las rodillas. Recogí mi cabello en un moño y pinté mis labios de rojo. Me veo bien, siempre logro verme perfecta, pero no me convenzo a mí misma de que esto sea lo correcto. Tomo mi bolso, guardo mi celular y bajo las escaleras con sumo cuidado. 


Tendré que decirle a mi padre lo que haré y espero que me apoye en todo esto, si no lo hace, renunciaré a mi plan de venganza de inmediato.


—¿Princesa? —pregunta desde la sala de estar, me volteo rápidamente y me acerco con cautela. Está leyendo algo mientras que sostiene una taza de té en una de sus manos.


—Papá —digo a modo de saludo.



Él besa mi frente y luego me indica que me siente a su lado.


—Te ves realmente hermosa. ¿A dónde te diriges?


Balbuceo antes de hablar. No es fácil decirle a tu padre que tendrás una cita con tu ex novio luego de cinco días de separarte de tu esposo. Jamás pensé que estaría en una situación como esta. ¿Cómo se supone de debo actuar?


—Saldré —respondo con una de mis sonrisitas conquista corazones.


Él frunce el ceño y dobla el periódico por la mitad.


—¿Saldrás? —cuestiona completamente desconcertado—. Creí que tenías un resfriado. Tu madre me lo dijo, ¿Qué sucede?


—¿Recuerdas que dijiste que tenía que usar todos mis encantos?


Mi padre me mira por unos instantes, se acomoda sobre el sillón y comienza a reír a carcajadas, provocando que todo el silencio de la casa se vea interrumpido por sus risas descontroladas. No entiendo que es tan gracioso, él solo comprende el chiste, pero me gusta verlo tan animado.


—Eres adorable, princesa —dice, acariciando mi antebrazo—. Dime quién es el afortunado.


Muevo mis manos, nerviosa y luego aliso mi vestido.


—Es Santiago —confieso completamente avergonzada. Es decir, acabo de declararle a mi padre que saldré con mi ex novio, el tipo que pasó de ser mi mejor amigo, al hombre que se apoderó de todos mis sentidos y mis pensamientos, por un tiempo…


—¡Santiago! —exclama feliz—. ¡Me gusta Santiago! Es un buen candidato. Pueden intentarlo, diviértete, eres joven. Tienes que distraerte un poco.


Abrazo a mi padre, me pongo de pie y dejo que se despida de mí y de Pequeño Ángel cuando oigo el coche de Santiago en la entrada.


—Cuida a mi nieto, princesa —dice en un leve murmuro—. Y has que tu cita te cuide a ti, porque juro que soy capaz de matarlo si algo te sucede.


Me rio levemente y le aseguro a mi padre que todo estará bien.


—Ya no eres una niña, pero... —dice tomándome por los hombros, mientras que me mira con ternura—, ahora vives aquí y las reglas siguen siendo las mismas de antes, ¿Las recuerdas?


Asiento a modo de comprensión y le recuerdo las reglas.



—No invitar a las citas a mi cuarto y regresar antes de medianoche —le digo, recordando viejos tiempos. Él me sonríe completamente orgulloso, luego oímos el timbre de la entrada y, por fin, me deja tranquila.


Camino en dirección a la puerta. Suelto otro de mis suspiros y la abro lentamente. Elevo la mirada y me encuentro con Santiago. Luce un traje negro, con una camisa blanca y zapatos de charol que combinan a la perfección con el color de su Mercedes negro. Él no llevar corbata lo hace lucir elegante, pero no demasiado formal, debo admitir que se ve realmente bien. Es un alivio saber que estoy vestida acorde a él. Todo saldrá bien, lo sé.


—Hola —susurro.


Es como la primera vez.


—Hola.


—Hola —digo nuevamente, sintiéndome como una tonta por no poder actuar normal.


Parezco una adolescente.


Sus ojos dejan de ver mi rostro y descienden por mi cuerpo, observando cada detalle. Su mirada se pierde más del tiempo necesario en mis piernas y tengo que moverme incomoda, para que regrese su atención a mi cara.


—Te ves realmente hermosa —dice, acercándose.


Solo estamos a unos pocos centímetros y no puedo evitar sentir ese extraño cosquilleo en el vientre. ¿Será alguna advertencia de Pequeño Ángel para que me detenga o, realmente, quiere que lo haga?


—Gracias —respondo, colocando un mechón de pelo detrás de mi oreja. Me siento tan nerviosa que no sé qué más hacer.


—¿Estás lista?


Le digo que sí con la cabeza, él tiende su mano en mi dirección para que lo acompañe, y la acepto inmediatamente para bajar las escaleras de la entrada. Me dirige hacia su coche y abre la puerta como todo un caballero. Después, rodea el lujoso vehículo y se sienta a mi lado. Es un momento tenso e incómodo cuando ninguno de los dos dice nada. No nos movemos, solo estamos ahí.


—Es como la primera vez —admito en un murmuro. Lo único que oímos es el agua de la fuente de la entrada de casa—. Te sientes incómodo y yo también. ¿Lo recuerdas?



Santiago se mueve dentro del coche y en menos de tres segundos, tengo su cara a solo dos centímetros de la mía, mientras que sus manos toman mi cintura con firmeza. 


Parece realmente decidido y tenerlo así de cerca provoca que trague el nudo de sorpresa que se formó en mi garganta.


—No será como la primera cita —afirma con una sonrisa—. En nuestra primera cita, tu padre estuvo interrogándome durante treinta minutos y no dejó que te besara cuando te regresé a casa.


Me rio levemente al recordarlo. Papá y sus maneras de protegerme.


—Tienes toda la razón.


—Esta noche no terminará así —asegura nuevamente con completa seguridad—. En esta cita voy a besarte cuando menos te lo esperes, Paula… —murmura, tomándome por sorpresa.


No tengo tiempo de responder, de moverme, o de pensar que es lo que está sucediendo. Él acerca su cara a mí y hace que nuestras bocas entren en contacto. Cierro los ojos de inmediato y me dejo invadir por todas esas sensaciones extrañas. Como sucedió ayer. Pierdo el control, pierdo toda noción del tiempo, del lugar, de lo que hay a mí alrededor. 


Solo puedo concentrarme en los labios de Santiago que acarician los míos con pasión y algo de desesperación.


“¡Hice el amor con él mil veces en la misma cama dónde tu duermes…!”


Recuerdo esas palabras por un solo segundo. No me importa Pedro, no me importa ella, no me importa mi matrimonio. Ahora soy libre para hacer lo que se me dé la maldita gana y Pedro no puede interferir. Él es un capítulo de mi vida que ya finalizó.


Tomo a Santiago con fuerza, debido a la furia de ese estúpido recuerdo. Atrapo sus labios con los míos de nuevo y dejo que me bese a su manera, mientras que sus manos acarician la parte baja de mi espalda.


Haré lo que tenga que hacer esta noche, disfrutaré al máximo y me olvidaré de Pedro para siempre. No me merece, no merece a su hijo, no merece mi perdón…



Santiago se aparta de mi boca lentamente. No quiero hacerlo tan pronto y sé que él tampoco. Suspira con una sonrisa y me mira fijamente. Esos ojos azules logran sacudir todos mis pensamientos y mis hormonas.


—No soy del tipo de chica que besa en la primera cita —le digo a modo de broma.


La sonrisa de su rostro se vuelve más amplia y una de sus manos se posa sobre mi mejilla.


—No soy un hombre que pierde el control fácilmente —asegura—, pero contigo, Paula… —acorta más la distancia entre ambos—, contigo no puedo controlarme…


Y me besa de nuevo…





CAPITULO 45 (SEGUNDA PARTE)







Oigo el timbre y corro rápidamente en dirección a la entrada. 


Es el cuarto día sin Pedro. Las cosas siguen igual que siempre. He ignorado sus llamadas, sus mensajes y, también, los tres ramos de flores que ha enviado en las ultimas cuarenta y ocho horas, al igual que he ignorado a Daphne, Tania, Stefan y Emma.


No quiero hablar con ellos y tampoco lo haré. No estoy lista para intentar dar explicaciones, no me siento fuerte para poder decirle el motivo de nuestra separación. Apenas puedo soportar esos recuerdos y esas palabras. He llorado demasiado, pero mis padres no lo saben. Creo que ellos piensan que estoy superándolo bien, pero no es así. Lo extraño, lo amo… Mierda. ¿Cómo puedo amarlo así? 


Necesito verlo, necesito besarlo, pero cada vez que imagino esos momentos, recuerdo todo lo que sucedió y mis ganas de tenerlo conmigo se esfuman.


—¡Ya voy! —grito, desesperadamente.


Abro la puerta y veo a Damian. Al fin, al fin está aquí. Lo necesito más que nunca.


Me lanzo a sus brazos y siento como me abraza de manera dulce y protectora. No le he dicho todo lo que sucedió con detalle, pero contestar a su llamada esta mañana, fue más que un alivio.


—Lo siento, nena —me dice, besando mi pelo.


Cierro los ojos con fuerza y hundo mi cara en su pecho. 


Sigue vistiéndose tan desalineado y adolescente como siempre, pero me hace bien tenerlo aquí. No me siento tan sola. Sé que él me comprenderá, él me ayudará y me dará su opinión sobre todo esto.


—Damian… —musito con la voz entrecortada.



En menos de dos segundos, recordé todo lo que sucedió días atrás. Mis ojos se llenan de lágrimas y comienzo a llorar como una completa estúpida. ¿A quién quiero engañar? No soy fuerte, no superaré esto de un día para el otro, no podré… Pedro es mi debilidad y debo admitirlo aunque me cueste. Mi peor debilidad me volvió aún más débil, ¿Cómo puedo explicar eso?


—Tranquila —Me dice, acariciando mi cabello—. Te prometo que todo se solucionará. Tu eres fuerte, eres muy fuerte, nena.


Minutos más tarde, dejo de llorar. No sé cuánto tiempo llevamos aquí en mi habitación, pero le conté todo lo que sucedió con Pedro y no obvié ni un solo detalle. Fue más difícil tener que admitir que me casé con él por su dinero y, lo peor de todo, fue confesarle que me enamoré de él como una completa estúpida.


Él no me dijo nada, sé que tiene deseos de hacerlo, pero no se atreve por miedo a decirme algo que me duela y, sinceramente, en estos momentos no quiero oirlo, solo deseo que me escuche a mí. Necesito liberar todo este enojo, todo este dolor, para poder sentirme mejor conmigo misma. Sé que me entiende…


—Todo se solucionará, nena —asegura, acariciando mi cabello de nuevo. Me aparto de él y dejo que limpie mis lágrimas con su pulgar—. Él no se merece tus lágrimas, Paula. Tienes que hacerlo sufrir un poco.


—Lo sé —Respondo entre lloriqueos—, pero lo necesito tanto, Damian —chillo como toda una niñita y vuelvo a lanzarme a sus brazos.


Me hace sentir bien, me siento segura y protegida. No son los de Pedro, quiero que sean los de Pedro, pero al mismo tiempo sé que no debo de permitirlo. Merece sufrir un poco.


—Deja de llorar —me pide dulcemente—. Podemos hacer un montón de cosas para que te olvides de él por un momento. No tolero verte así. Te acompañaré a ver algún vestido para esa cita que tienes con ese tipo, si tú quieres.


Sonrío levemente y acaricio su mano que descansa encima de la mía.


—¿Harías eso por mí?


—Haría cualquier cosa por ti, Paula…


Un golpe en la puerta interrumpe nuestro abrazo. Flora entra a mi habitación y me da una de sus mejores sonrisas a modo de disculpas. Le devuelvo el gesto y rápidamente seco las lágrimas de mis mejillas. Sé que sabe que estoy llorando, pero intentaré no verme tan patética.


—Niña Paula —dice sin moverse de la puerta—, me preguntaba si tu amigo quiere algo de comer o de beber.


Damian y yo estamos sentados frente a frente en la cama y demasiado cerca. Cualquiera puede mal pensar esta situación.


—Eh… —balbuceo mirando a Damian interrogativamente. Él tiene la decisión.


—Sí —responde con una de sus sonrisas—. En realidad, me preguntaba si no ha quedado alguna sobra del almuerzo —dice avergonzado, mientras que rasca la parte de atrás de su cabeza—. Sé que son las tres de la tarde, pero acabo de salir del trabajo y no tuve tiempo de almorzar.


Lo miro por unos segundos y luego estallo en risas. Es una risa real, de esas que me toman por sorpresa, que sacuden todo mi interior y hacen que me duela el estómago. Damian es simplemente increíble.


Me pongo de pie y tomo su mano.


—Ven. Prepararemos algo de comer…


Llegamos a la cocina y corremos al refrigerador. No soy experta en esto, pero estoy segura que algo podremos hacer. Pienso en algunos de los platillos que aprendí en las clases de cocina y se me vienen unas cuantas ideas a la mente.


—¿Qué quieres comer? —pregunto volteándome hacia su dirección.


Él observa el interior del refrigerador al igual que yo, y frunce el ceño.


—No tengo idea —responde, encogiéndose de hombros—. ¿Qué tal una hamburguesa? —pregunta con una de esas sonrisas a las cuales no puedes decirle que no. Sonrío y asiento con la cabeza. No será demasiado complicado.


Puedo hacerlo, claro que puedo hacerlo.


—Me parece bien —respondo tomando un par de cosas.


Él me ayuda a cargar algunos vegetales y luego nos ponemos manos a la obra. Primero preparamos la carne de hamburguesa. Él lo hace porque según él hay un punto específico y qué sé yo. Le doy la razón, aunque no la tenga, y me pongo a cortar los vegetales. Primero un tomate, en rodajas perfectamente iguales y luego la cebolla. Será esa clásica hamburguesa de tres pisos con ingredientes excesivos.


—¿Cómo vas con eso, nena? —pregunta desde el otro extremo de la habitación.


—Bien —respondo completamente concentrada en lo que hago.


—¿Qué te parece si le ponemos un poco de música a esto? —pregunta, limpiando sus manos, mientras que la carne se cocina.


Asiento con la cabeza y sonrío en su dirección. La música hará de esta experiencia algo realmente interesante. Solo Damian puede ser capaz de hacerme sentir tan bien luego de todo lo que sucedió.


Lo veo con el rabillo del ojo mientras que corre hacia la barra de la cocina. Toma su teléfono celular y luego comienza a tocar algunos botones.


—¿Tienes un sistema de sonido con bluetooth, verdad? —pregunta, observando los parlantes del techo.


—Así es.


La música comienza a sonar y, rápidamente, me veo invadida por un poco de agonía. Es una hermosa canción de Hinder “Labios de ángel”. Lo miro con una sonrisa triste y, con la mirada, le imploro que cambie de canción.


—Es una canción hermosa —dice acercándose—. Te la dedico a ti, nena. —murmura señalándome.


—No quiero deprimirme en un momento como este —le digo negando con la cabeza una y otra vez.


Él acorta la distancia entre ambos y extiende su mano invitándome a bailar. Miro el cuchillo que tengo en mi mano y rápidamente lo dejo sobre la mesada junto con los vegetales cortados. Él sonríe y me atrae hacia su cuerpo. Coloca sus manos en mi cintura y yo detrás de su cuello. Cierro los ojos y apoyo mi cabeza en su hombro dejando que esas hermosas palabras me hagan perder la razón.


—Mi chica está en el cuarto de al lado —susurra sobre mi ido en inglés, al ritmo de la canción—. A veces desearía que fueras tú. Creo que nunca olvidamos nuestra historia en realidad…



La letra es completamente maravillosa, pero simplemente me siento identificada con este momento y estas palabras.



No quiero elevar la mirada porque sé que voy a encontrarme con esos ojos que me piden más de lo que puedo dar.


—Damian… —digo a modo de protesta, pero él hace que me calle y sigue moviéndome por la cocina.


Lo hacemos lentamente, con cada paso siento como mi corazón acelera el ritmo. Estoy empezando a sentir nervios.


No puedo reaccionar. Él mueve una de sus manos hacia mi cabeza y acaricia mi cabello desde la raíz hasta las puntas, mientras que me susurra dulcemente la canción al oído.


—No quiero decir adiós nunca, pero, nena, tu vuelves muy difícil la fidelidad con esos labios de ángel…


Eso es lo que dice la canción, pero es también lo que él está diciéndome en este preciso momento, acariciando mi labio inferior con su pulgar. Me aparto de él y lo miro fijamente. Ha logrado lo que se propuso, ahora estoy viendo esa mirada que tanto quería evitar. Consiguió hacer que mi corazón estallara en mi interior. Esas mariposas que estaban atrapadas en una red consiguieron escapar y ahora solo puedo verlo a él y pensar en cómo se sentiría besar esos labios.


Cierro los ojos sin pensar en las miles de consecuencias que esto podría provocar. Siento su aliento sobre mi cara y cada vez son más conscientes de que la distancia entre ambos es escaza. Él toma mi rostro con ambas manos y me acaricia con sus dedos.


—Labios de ángel —murmura, apegando su frente a la mía.


Cierro mis ojos mucho más fuerte y contengo el aliento. 


Estoy a punto de perder todo tipo de control. Voy a morir por este beso, pero no me importa, simplemente necesito que lo haga.


—¡Niña Paula! —chilla Flora, entrando a la cocina.


Damian voltea su rostro hacia otra parte y luego cierra los ojos como si estuviese intentando contenerse. Lo miro durante unos segundos y me volteo en dirección a Flora. 


Sabe lo que estaba sucediendo y se ve tan apenada y avergonzada que sus mejillas están tan rojas como el tomate que estaba cortando.


—¿Qué sucede, Flora? —pregunto con la voz entrecortada.


Ella me sonríe y observa a Damian.



—Comencé a sentir un aroma extraño y bueno… lo siento —Se disculpa con un leve murmuro.


Sonrío y solo le digo que sí con la cabeza. No tengo palabras, la garganta se me seca y no puedo terminar de comprender lo que acaba de suceder o lo que no sucedió, en realidad. Damian quita la carne del fuego y luego apaga la siguiente canción de su celular provocando que el silencio nos invada.


Flora se marcha porque sabe que está molestando. Ahora los dos estamos solos. Él sigue en su lugar y parece no querer verme a la cara. Es el momento más incómodo de toda mi vida. Jamás creí que sería capaz de perder el juicio en una situación como esta.


—Paula… —dice, pronunciando mi nombre con un leve temblor en su voz.


—Damian… —respondo de la misma manera. Eleva la mirada y me sonríe con nerviosismo y algo de timidez.


—Lo lamento.


Sonrío algo desconcertada y doy un paso al frente.


—También yo.


Camina hacia su teléfono celular, lo toma y mira la pantalla.


—Debo llamar a Tania —me dice, queriendo parecer seguro de sí mismo.


Intento no sentirme insultada cuando oigo ese nombre. 


Asiento levemente con la cabeza y regreso mi atención a las verduras cortadas encima de la mesada. Me siento patética. 


¿Cómo pude ser capaz de pensar por solo un segundo en cometer esa locura? Santiago es solo Santiago, pero Damian… Damian es mi mejor amigo ¿Por qué me siento tan culpable por no haberlo hecho? Confusión, lo único que tengo en mi cabeza es confusión. De pronto, estoy completamente sola y a los pocos segundos puedo escoger entre tres hombres diferentes.


Nada de todo esto tiene sentido.





CAPITULO 44 (SEGUNDA PARTE)







Han pasado tres días desde que lo vi por última vez.


Debo confesar que me siento como una completa estúpida. 


Lo extraño, extraño verlo, extraño despertar a su lado, extraño que no esté aquí, pero no puedo fingir que nada sucedió. Me duele lo que ha hecho y sé que dolerá por muchísimo tiempo. No estoy lista para perdonarlo. Solo he llorado y lamentado en silencio mientras que nadie me veía. 


Saben que no me encuentro bien, pero tampoco se atreven a hacer algo por hacerme sentir mejor. Ninguno de ellos tiene la cura para esta enfermedad llamada Pedro.


—¿Paula? —llama mi madre al otro lado de la puerta de mi habitación.


Pongo los ojos en blanco y me cubro la cabeza con las sábanas color rosa. No quiero ver a nadie en un momento como este. Quiero estar completamente sola, sin tener que fingir que me siento bien.


Mi madre entra, sin mi permiso, con una bandeja entre sus manos. Me siento en la cama y suelto un suspiro. Sabe que no quiero que me moleste.


—No tengo hambre, madre —le digo rápidamente al ver todo lo que hay en la bandeja.


—Tienes un niño ahí dentro —dice, señalando mi vientre—, y no dejaré que cometas la estupidez de no alimentarlo por culpa de ese imbécil —me regaña. Los típicos regaños de mi madre, que muy en el fondo están cargados de razón—. Así que, come —asevera, tendiéndome un tazón lleno de frutas cortadas en cubitos.


Pongo los ojos en blanco y comienzo a comer lentamente. 


Mierda. No tengo hambre, ¿No puede entenderlo? Pequeño Ángel y yo estamos bien, no necesitamos de todo esto. Ya hemos almorzado. No necesitamos comer a media tarde.



Frunzo el ceño y dejo escapar un gran estornudo que resuena como un gran y completo estruendo dentro de la habitación. Me recompongo de nuevo y vuelvo a estornudar. 


Esa picazón en mi nariz comienza a hacerse cada vez más fastidiosa y provoca que lo haga de nuevo. Mi madre me mira de mala manera y se acerca para verme. Frunce el ceño y coloca su mano en mi frente.


—¡Santo cielo! —exclama, moviéndose rápidamente—. ¡Tienes fiebre, Paula! —me grita como si yo tuviera la culpa de ello.


Me toco la frente y noto que está algo caliente. Carla se desespera por completo y toma el teléfono de mi mesita de noche.


—Flora, comunícate con el doctor Ludwig, ahora mismo —le dice, claramente, nerviosa.


Sale de mi habitación y lo único que escucho son sus pasos de un lado al otro por todo el corredor. Necesito dormir, necesito descansar, no me interesa, tengo sueño, me duele la cabeza y, sinceramente, no tolero mi propio cuerpo. Solo quiero descansar.


Comienzo a tener frío y me cubro con el edredón. Me hago una bolita, mientras que coloco mi mano sobre Pequeño Ángel, muevo mis piernas debajo de las sábanas y comienzo a quedarme completamente dormida. Me olvido de Pedro, de todo lo que siento, dejo atrás la agonía, solo quiero dormir…



****


Lentamente, comienzo a despertar por causa de las protestas de mi madre que se escuchan por el pasillo. Sus tacones resuenan estruendosamente y hacen que comience a dolerme la cabeza. Me tiro hacia atrás y me cubro con las sábanas de nuevo, como si fuese un día de escuela o un lunes. Me siento patética y realmente mal.


La puerta de mi habitación se abre lentamente. Primero veo a mi madre acercarse y a alguien detrás de ella. Al ver de quien se trata, abro los ojos, invadida por la sorpresa, y acomodo mi cabello despeinado. No puedo creer que se atreviera a hacerlo, no puedo creer que no me haya advertido. ¿Cómo se atreve? ¡Está loca!


—Paula —dice mi madre con una amplia sonrisa—. El doctor está aquí.


—Santiago… —murmuro, soltando el poco aire que me queda en los pulmones al verlo al lado de mi madre. Estoy a punto de morir. Me dará un ataque al corazón .No puedo creerlo.



—Paula —responde con una amplia sonrisa.


Está ahí, parado, en mi habitación, luciendo increíblemente bien, sexi, atractivo, seductor y dulce, con su bata de doctor y su maleta. Me ve como si fuéramos lo que solíamos ser antes de que me casara. Tengo un nudo en el estómago. 


Esto debe de ser una alucinación, algo producto de la fiebre alta, no puede estar aquí, no puede ser el supuesto doctor.


—Santiago, te dejaré hacer tu trabajo —Mi madre acaricia su hombro con una sonrisa llena de felicidad—. Y tú —me señala—. Colabora con el doctor, no seas testaruda.


Luego, la veo desaparecer por la puerta.


Ahora el ambiente se vuelve incomodo, es decir… ¿Por qué él?


—¿Por qué estás aquí? —pregunto cruzándome de brazos mientras que lo miro fijamente.


No estoy molesta, pero si desconcertada y sorprendida. 


Tenerlo en frente, luego de tanto tiempo, me pone realmente nerviosa.


—Me da gusto verte —responde sentándose en la cama, muy cerca de mí.


Toma alguna de sus cosas y se prepara mientras que observo cada uno de sus movimientos.


—No has respondido a mi pregunta —espeto de manera algo agresiva, pero yo no tengo la culpa que esto suceda. Él no debería estar aquí.


—Como sabes, mi padre es el doctor de la familia —dice, sin mirarme siquiera—, pero no ha podido venir y me ofrecí a ayudar —expresa, posando esos increíbles ojos azules en mi dirección—. ¿Tienes alguna objeción, Paula Chaves?


—¡Tengo todas las objeciones que se te ocurran, Santiago! —chillo.


Esto no puede ser posible.


Él me mira durante unos pocos segundos y luego una amplia sonrisa se forma en su rostro. Veo esos dientes blancos, esos labios rosados, esa leve sombra de vello que indica que se rasuró hace uno o dos días, que hacen verlo realmente bien. Ha cambiado un poco desde la última vez que lo vi.


—Eres realmente adorable.



Coloca su mano encima de la mía, que descansa sobre el colchón. Sentir su piel hace que me sienta realmente extraña. Noto esa corriente eléctrica, pero no es tan intensa como cuando Pedro me toca.


Muevo mi mano a otra parte y volteo mi cabeza hacia otra dirección. No puedo creer que esto esté sucediéndome.


—Creo que debes comenzar con la revisión —le digo en un murmuro apenas audible. Intento alejar de mi mente todos estos pensamientos extraños y procuro concentrarme en la música de la televisión.


—Sí, eso debo hacer.


Estoy realmente incomoda. La manera en la que me mira, la manera en la que respira e, incluso, como está sentado me pone nerviosa.


—¿Qué es lo que sientes, exactamente? —pregunta, tomándome por sorpresa, primero pienso que me pregunta que siento con respecto a él, pero luego recuerdo que es una revisión médica y evito el papelón.


—Me duele la cabeza y he tenido algo de fiebre hace un par de horas —respondo.


Él pone su mano en mi frente para medir mi temperatura y luego la aparta.


—Ya no tienes mucha fiebre, pero debo hacer algo con respecto a eso…


—Santiago, estoy embarazada —le suelto así, sin más, sin siquiera pensarlo, sin poder controlarme.


No estoy segura si mi madre se lo ha dicho y tampoco quiero que se lleve la sorpresa de su vida si sigue con su revisión. 


Es preferible que el balde de agua helada se lo arroje yo, ahora, en este preciso momento.


Él se detiene en seco y eleva su mirada hacia mí. Parece sorprendido, pero intenta ocultarlo. Me sonríe y luego mira hacia otro lado, como si se sintiera realmente incómodo.


—Estoy muy feliz por ti —asegura en un murmuro—. Felicidades.


Sonrío y luego coloco mis manos sobre Pequeño Ángel.


—Gracias.


—¿De cuántas semanas estás? —pregunta, mirando mi vientre con una sonrisa a medias y una mirada triste—. ¿Ya has hecho algún chequeo médico con respecto a tu embarazo?



—Tengo casi siete semanas. He ido una sola vez para comprobar que lo estaba y tengo una cita dentro de cuatro días —le informo, intentando que no se me olvide nada.


Santiago toma algunas cosas de su maleta y pone el edredón a un lado. Todos mis sentidos se ponen en alerta durante segundos, luego, cierro los ojos cuando sube mi camisón de seda excesivamente corto y sexy.


Esto debe ser una broma. No puedo evitar sentir vergüenza. 


Es doctor y lo que sea, pero nunca creí que esto sucedería.



Abro los ojos lentamente y lo veo ahí, observando mi ropa interior con un leve rubor en sus mejillas. ¿Por qué tenía que tener esas bragas precisamente en un momento como este?


—¿Pasa algo? —pregunto rompiendo el silencio.


Él mueve su cabeza de un lado al otro e intenta recobrar la compostura. Sé que debe estar recordando todas las veces en las que estuvo entre mis piernas, todas las veces que lo hicimos, en todas las veces que gemí su nombre y arañé su espalda, y sé que piensa eso porque yo también lo hago.


—No. Lo lamento.


Continua con su revisión intentando fingir que nada sucedió. 


El ambiente se vuelve cada vez más intenso y solo deseo que acabe de una buena vez. Primero, posa el estetoscopio sobre mi vientre y sonríe cuando oye a Pequeño Ángel, supongo. Luego, escucha mi corazón y para hacerlo me ordena que me quite el camisón. Sé que no es necesario que lo haga, en realidad no debo hacerlo, pero ver esa expresión en su rostro me genera placer y me hace sentir mejor. Sé que sigo siendo hermosa, mucho más que cuando éramos novios y eso él lo sabe.


Me quito el camisón, lentamente y Santiago mueve sus ojos en dirección a mis senos, acerca su mano y escucha mi corazón. Debo admitir que es divertido, incómodo y al mismo tiempo excitante. Me hace sentir como una niña.


—¿Todo en orden?


—Todo está bien —dice con la voz entrecortada—. Tienes un leve resfriado. Eso explica la fiebre. Te daré ibuprofeno. Tienes que tomarlo cada vez que tengas fiebre. Es muy importante que te controles la temperatura a cada rato. Si la fiebre es muy alta podría hacerle daño a tu hijo…



—¿Qué?—pregunto rápidamente.


Oírlo decir eso mata todo rastro de maldad y diversión que sentía.


—La fiebre alta, por causa de un resfriado o una gripe, puede producirte un aborto espontaneo, Paula. Tienes que estar al pendiente de tu temperatura. Si consumes lo que te di y la fiebre no baja, debes llamarme inmediatamente.


Busca su billetera y me entrega su tarjeta.


—Ahí tienes todas las formas en las que puedes contactarte conmigo, no importa lo que sea. Si tienes alguna duda, llámame.


Tomo la tarjeta y leo lo que dice. Su nombre destaca en hermosas y elegantes letras cursivas y más abajo veo su dirección, el número de su casa y el de su móvil.


—Gracias —siseo con el tono de voz apenas audible.


—De nada —responde con una sonrisa—. Tienes que hacer reposo, comer cosas saludables y evitar dormir con el cabello mojado o andar descalza por ahí.


Otra vez estamos cerca, otra vez estoy sintiendo esa cosa que cosquillea en mi estómago y, otra vez, el ambiente se vuelve algo extraño.


—Debes ser un excelente doctor.


—Amo lo que hago, Paula.


—También me amabas a mí, pero no lo suficiente para arriesgarte por ambos —le reprocho.


—Me alegra verte bien —dice a modo de respuesta.


—No creí que volveríamos a vernos —confieso, mirando el azul de sus ojos—. Ha pasado mucho tiempo.


—Más de un año.


—Sí.


—Supe que te casaste —me dice, borrando la sonrisa de mi rostro. Provoca que todos esos recuerdos que eran hermosos en algún momento, vuelvan a atormentarme y a hacerme sentir completamente miserable.


—Así es.


—Con un millonario exitoso —agrega como si esas palabras lo molestaran.


—Sí —respondo brevemente.



No sé qué decir. Me siento incomoda. No puede culparme por mi reacción. Esto es demasiado.


—Felicidades.


—Estoy divorciándome.


Las palabras se escapan de mi boca.


Su mirada toma un brillo visible a cientos de kilómetros, como si acabara de decirle algo que realmente deseaba.


—Es una lástima que lo nuestro no haya funcionado en su momento —brama con una sonrisa triste.


Hacemos contacto visual y cientos de imágenes de cuando éramos novios invaden mi cabeza. Todas esas veces, esas salidas, esos besos… Era una adolecente, pero fue el primero de varios en muchas cosas. Santiago tiene mucha ventaja.


—Solo éramos adolescentes —le digo a modo de excusa.


—Te vi en los periódicos. Fiestas elegantes, eventos importantes… te veías bien. Tu esposo se veía muy orgulloso.


—No quiero hablar de él —digo rápidamente, poniendo mi mirada sobre el colchón.


—Lo entiendo —Coloca su mano en mi mejilla—. Solo deseo que la Paula que conocí no haya cambiado su forma de ser por todos esos lujos y excentricidades.


No… no puedo creer que esté permitiendo que me diga eso.


—Cierra la boca si no sabes lo que sucede —espeto secamente y de manera agresiva, mientras que aparto su mano de mi rostro—. No tienes por qué decirme esas cosas. Antes éramos algo, pero ahora solo eres mi doctor, ni siquiera eso, solo estás aquí porque… ¿Por qué tienes que hacer que me enfade? —pregunto bajo un brusco cambio de humor, mientras que golpeo su hombro.


—Porque sabes que digo la verdad, Paula —murmura, acercando mucho más su cara a la mía.


Ahora siento miedo, no puedo creerlo, pero acabo de perder el control.


—No tienes idea de lo que estás diciendo —aseguro en pose amenazante mientras que acorto mucho más la distancia entre ambos.


—Claro que sí —me dice completamente convencido.


Esto es como una guerra por ver quién tiene la razón, como en los viejos tiempo.



—Claro que no —aseguro de nuevo.


—Demuéstralo.


Frunzo el ceño, preguntándome a que se refiere. Ahora estamos cara a cara, nuestras narices pueden rozarse, siento su respiración sobre mi piel y lo peor de todo es que me gusta, me gusta como antes lo hacía también.


—¿A qué te refieres? —indago con un hilo de voz.


—Acepta cenar conmigo mañana —suelta así, como si nada, dejándome completamente anonadada.


No puedo evitarlo, y sonrío levemente agachando la mirada. 


Ahora me siento tímida. Sabía que estaba en busca de algo como esto y, francamente, lo hizo de la mejor manera.


—Creí que debía hacer reposo —le digo con una sonrisa.


—Soy doctor. Me aseguraré de que estés estupenda para mañana en la noche —alardea, colocando su mano en mi cintura.


Me dejo vencer, me siento completamente idiota. No puedo reaccionar. Pierdo el control una y otra vez. No me importa absolutamente nada. Mi ego se eleva hasta los cielos y me siento yo de nuevo.


—No perderé una oportunidad como esta, Paula, no si se trata de ti…


Sus labios encuentran los míos. Solo cierro los ojos y dejo que suceda. Mi reacción lo toma por sorpresa a él y también a mí. Se supone que no sé lo que estoy haciendo. Solo dejo que me bese. Abro más la boca para darle acceso. No siento nada, no hay dolor, no hay recuerdos, no hay Pedro. Es solo Santiago, mi primer novio, besándome como me gusta. No son los labios que más deseo, pero son labios de todas formas. La desesperación se apodera de mí y solo quiero más.


Me aparto de él rápidamente, jadeando. Nuestras miradas se encuentran y ambos sabemos que queremos esto. No me importa Pedro, no me importa lo que pueda suceder. Solo quiero traicionarlo una tarde, porque él me ha traicionado durante todo nuestro matrimonio.


—Hazlo —suplico cuando siento que quiere tocarme y no se atreve—. Tócame —digo sin dejar de besarlo. Parece confundido, pero está tan excitado como yo.



Sus manos comienzan a acariciar mi cintura, pero no necesito ternura ahora, quiero algo más. Suelto un suspiro y pongo los ojos en blanco en mi mente, tomo sus manos y poso ambas encima de mis senos. Nuestras miradas vuelven a encontrarse y solo puedo sonreírle. Entierro mis manos en su pelo y, rápidamente, nos movemos sobre el colchón. Me encargo de quitar las sábanas con mis pies y él se tumba encima de mí. Estoy jadeando y sé que quiero esto, tal vez me arrepienta o tal vez no, solo hay una forma de averiguarlo.


—Bésame como me gusta, Santiago —le pido, mirándolo fijamente—. Sabes cómo me gusta.


Al fin logro ver una sonrisa en su rostro. Su boca comienza a besar mi cuello y esos besos hacen que varios gemidos se escapen de mi garganta. Quiero esto, si, lo quiero. Sé que muy en el fondo estoy imaginando que Pedro me hace esto, pero no es igual. Me siento como una estúpida por cometer esta locura, pero quiero hacerle daño aunque él jamás se entere que esto sucedió.


Me muevo rápidamente y ahora estoy encima de Santiago. 


Parece sorprendido, pero hacer esto me recuerda a los viejos tiempos, a esa primera vez en esta misma habitación, esa vez en la que le di todo sin pedirle nada más.


Él lleva sus manos hacia mi espalda, desengancha mi sostén, me lo quita y se queda varios segundos viendo las dos maravillas que tiene delante de sus ojos. Yo siento la presión en su pantalón de vestir, y un golpe a la puerta que me devuelve a la realidad.


—¡Mierda! —exclamo, saliendo de encima de él de inmediato— ¡Muévete! —lo empujo de la cama entre risas y me cubro con las sábanas para fingir que nada sucede. Él parece demasiado perdido. Suelta un suspiro y acomoda su bata blanca que está llena de arrugas. Me siento como una chica mala y eso hace que me sienta mejor.


—¿Niña Paula? —pregunta Flora desde el otro lado.


—¡Puedes pasar, Flora! —grito entre más risas, mientras que Santiago acomoda el bulto en sus pantalones.


Ella abre la puerta lentamente e inspecciona la habitación en silencio. Me muerdo la lengua para no reír y veo la expresión divertida de Santiago.


—Niña Paula, su madre me ha enviado para saber si necesitan algo —dice con las mejillas encendidas. Si, ya lo notó. Sabe lo que estaba sucediendo.



—Eh… —balbuceo—. No, el doctor ya acabó —siseo, mirando a Santiago de reojo, y noto que se ríe—. Así que, puedes acompañarlo a la salida.


Él se pone de pie y me mira por unos segundos. Sé que está debatiéndose consigo mismo y no sabe cómo reaccionar.


Toma sus cosas y luego camina hacia la puerta en donde Flora lo espera con una sonrisa de impaciencia. Antes de cruzar el umbral se detiene en seco y me mira.


—Paso a recogerte a los ocho —dice, y luego se va.


Cuando cierra la puerta coloco mi mano en mi pecho y siento los latidos acelerados de mi corazón.


—¿Qué es esto? —me pregunto a mí misma—. ¿Qué acabo de hacer?


Luego, algo horrible invade mi pecho y me congela por dentro. Algo llamado culpa y, sobre todo, arrepentimiento…