jueves, 28 de septiembre de 2017
CAPITULO FINAL (SEGUNDA PARTE)
Pasan veinte minutos aproximadamente y oigo como Pedro deja las llaves del coche sobre la mesa del comedor. Ya está aquí, está en casa. Me paro rápidamente y dejo a Agatha en la habitación. Camino por el pasillo y lo encuentro en la escaleras con una gran bolsa de papel en una mano y un vaso de cartón en la otra. Cuando lo veo, me abalanzo sobre él y lo abrazo fuertemente. Necesito disculparme, no debí hacerlo.
—Lo lamento —le digo soltando un sollozo—. Sé que soy intolerable, sé que te molesto, sé que estás volviéndote completamente loco, pero eres demasiado bueno y no me lo dices. Lo lamento, Pedro. Intento no comportarme así, pero no puedo controlarlo.
Me rodea el cuerpo solo con sus antebrazos, debido a que tiene las manos ocupadas, y hace que apoye mi cabeza en su pecho. Me siento realmente protegida entre sus brazos.
Solo con él, solo Pedro.
—No eres intolerable, cariño. Eres realmente adorable con cada uno de tus cambios de humor —asegura, mirándome con una sonrisa—. Me gusta complacerte, me gusta hacerte sonreír y si quieres una hamburguesa a las tres de la mañana, removeré cielo y tierra para conseguir lo que deseas. Nunca vas a ser una molestia, mi preciosa Paula.
Sonrío y lo abrazo más fuerte, poso mi mirada en la suya y beso sus labios.
Nos separamos y él me entrega la bolsa de papel con mi hamburguesa.
—¿Con pepinillos? —pregunto emocionada.
—Con pepinillos, mi cielo —afirma.
—Eres el mejor esposo de todo el mundo —le digo abrazándolo de nuevo. Sonrío y beso sus labios. Ya no tengo antojo de hamburguesa, ahora se me antoja Pedro.
—¿Qué sucede?
—Creo que tengo antojo de Pedro Alfonso —murmuro sobre su oído sensualmente.
Dejo la bolsa de papel encima de un mueble en la esquina y quito el vaso de sus manos.
Pedro sonríe, se mueve rápidamente, me toma en brazos y hace que rodee mis piernas a cintura, con cuidado de no aplastar a Pequeño Ángel, que ya se hace notar solo un poquito. Coloca una de sus manos en mi trasero y luego lo aprieta levemente.
—Creo que también puedo complacer ese antojo, Paula…
CAPITULO 60 (SEGUNDA PARTE)
Salgo de la ducha con un camisón de seda color salmón. Me acerco a la cama y corro las sábanas a un lado. Pedro parece realmente concentrado y no nota mi presencia. Me veo sexy, huelo bien y tengo deseos de sexo.
¿Cómo no puede verme, siquiera?
—Pedro… —lo llamo en un murmuro para que me preste atención.
Pongo los ojos en blanco y luego leo la portada de lo que se supone que lee. No puedo enfadarme. Tiene el libro de los mil nombres entre sus manos y eso explica su concentración.
Sonrío, no puedo evitarlo. Me muevo sobre la cama, le quito el libro y me siento en sus piernas. Primero parece querer protestar, pero cuando se da cuenta de que soy yo, una sonrisa se forma en su rostro. Besa mi mejilla y luego coloca el libro delante de ambos.
—¿Qué hacías? —pregunto, acariciando su mejilla.
—Leía algunos nombres —dice, viendo la infinita lista con todo tipo de nombres.
—Marqué algunos de los que me gustaban con un lápiz —le digo tomando el libro entre mis manos. Comienzo a buscar las páginas y cuando las encuentro, se las enseño. Son solo tres nombres, pero son mis favoritos.
—Será niña, estoy completamente seguro —dice con una sonrisa.
—También lo ceo. Es por eso que ni siquiera he abierto la sección de nombres de niños.Isabella, Juana, Mia
—Son bonitos, pero no me convencen —dice con el ceño fruncido—. Siento que algo le faltan a esos nombres.
—Lo sé —le digo en un leve murmuro—. A mí me sucede lo mismo. No he logrado encontrar alguno que tenga ese significado especial. Tiene que sonar fabuloso.
Pedro sonríe y luego comienza a pasar las páginas una a una deteniéndose para examinarlos nombres rápidamente, pero ninguno logra convencernos. He leído esa lista varias veces, pero nada me parece perfecto para Pequeño Ángel.
—Me gustaría que sea extraño. Que no sea usual —le digo, apoyando mi cabeza en su hombro. Pedro asiente como si estuviese de acuerdo con lo que digo.
—Tiene que ser extraño e intimidante como el tuyo —murmura con una sonrisa.
—¿Mi nombre es intimidante?
—Claro que lo es… —afirma—. Escucha: Paula Alfonso —pronuncia—. Suena realmente aterrador.
Me rio fuerte y codeo su estómago a modo de broma. Pedro me besa el cuello y luego acaricia a Pequeño Ángel.
—Es broma. Tu nombre es hermoso —asegura.
Seguimos viendo nombre y nombres y comienzo a tener sueño. Pedro comienza a leer la corta lista de nombres con K. Ambos recorremos la página con la mirada, nos detenemos en uno y luego nos miramos a los ojos. Lo encontramos. Es perfecto.
—Un diamante en el cielo —Lee el significado con el tono de voz cargado de emoción—. Perfecto, ¿No? —pregunta con una sonrisa.
—Me encanta —le digo con un hilo de voz—. Kya Alfonso, suena hermoso —admito.
—Kya Alfonso —repite mientras que acaricia mi vientre de quince semanas—. Mi pequeña Kya…
****
Comienzo a despertar. Me muevo de un lado al otro y revuelvo mis pies debajo de las sábanas. No quiero despertar, pero me veo obligada a hacerlo.
—Mierda —digo en un murmuro.
No quería despertar, pero lo hice de todos modos. Me siento en la cama, coloco ambas manos sobre mi cara y suelto un suspiro. Miro la pantalla de mi teléfono celular. Es martes y son las tres de la mañana. Comienzo a llorar, no quiero hacerlo, no quiero despertarlo, pero si no lo hago enloqueceré.
—Pedro... —digo en un murmuro, mientras que coloco mi mano sobre su brazo para que despierte. Se ve profundamente dormido y no quiero despertarlo—. Pedro... —digo a punto de llorar. Estoy fuera de control, mis hormonas lo están—. Pedro… —digo nuevamente.
Él no responde a si qué comienzo a llorar. Sé que soy una tonta, pero no tengo otra opción. Es lo usual.
Le doy la espalda y me acurruco acariciando a Pequeño Ángel.
—¿Cariño? —pregunta moviendo mi brazo. El sollozo se me escapa y me veo obligada a voltearme hacia su dirección—. ¿Preciosa, que sucede? —pregunta viéndome con preocupación. Se sienta en la cama y hace que me siente sobre sus piernas, mientras que acaricia mi cabello y me estrecha entre sus brazos—. ¿Qué quieres cariño, tienes un antojo?
Asiento levemente con la cabeza y oculto mi cara en su pecho.
—¿Qué se te antoja, cielo? ¿Más tomates? ¿Helado?
—Quiero una hamburguesa con patatas, Pedro. Lo quiero ahora… —le digo de manera desesperada. Pequeño Ángel tiene la culpa, no puede decirme absolutamente nada.
—¿Ahora? —pregunta frunciendo el ceño.
—¡Si, Pedro! —chillo entrando en pánico—. Ahora…
—Está bien, cariño.
Me besa el pelo, me toma en brazos y deja que mi cuerpo toque el colchón de nuevo. Se pone de pie, va al armario, toma una camiseta gris y unos pantalones de correr. Se coloca sus zapatillas, acomoda un poco su cabello y sale rápidamente de la habitación. Lo oigo caminar por el pasillo y sonrío en mi interior. Estoy desesperada por comer esa hamburguesa, pero también estoy feliz porque él va a buscar una para mí.
Minutos después, regresa a la habitación y Agatha también está con él.
—Cuídala, por favor —le dice—. Regresaré en unos minutos —asegura.
—Claro que sí, mi niño, ve tranquilo —responde con esa inmensa sonrisa que logra calmarme.
Desde que Agatha está en la casa todo es mucho más sencillo. Es la única que logra resolver mi vida, sin ella no sé qué haría. Probablemente me volvería loca. Hace más de un mes que estamos en la nueva casa y todo ha sido de maravilla, salvo por mis ataques a media noche. Pedro tiene exagerada paciencia y me consiente demasiado. Tengo quince semanas de embarazo y mi vientre ha crecido solo un poquito, apenas se percibe, pero Pequeño Ángel está ahí.
—Regresaré enseguida, cariño —me dice Pedro, acercando su cara a la mía—. Intenta calmarte, amor, ¿De acuerdo?
Asiento levemente y luego cierro los ojos cuando me besa en los labios.
—Pedro —digo antes de que cruce el umbral de la habitación. Se voltea a verme y me cuestiona con la mirada—. Con pepinillos —le pido en un leve murmuro.
Me sonríe con ternura y asiente levemente con la cabeza.
Me encantaría saber que pensamientos están surcando su cabeza, pero al ver la sonrisa en su rostro todos mis dilemas desaparecen.
—Con pepinillos —repite para sí mismo y luego se marcha.
Agatha se sienta a mi lado en la cama. Ya está acostumbrada a estas crisis de antojos desde hace varias semanas, a cualquier hora y en cualquier lugar.
—Cariño, no llores. Ya regresará y te traerá lo que deseas —asegura acariciando mi mejilla.
—Lo sé… —digo, dejando que me mime durante los minutos en los que Pedro está fuera.
CAPITULO 59 (SEGUNDA PARTE)
Pedro se detiene frente a un gran y elegante edificio de ladrillos, ubicado al norte de Kensington a unos quince minutos de la casa de mis padres. El vecindario se ve completamente lujoso y el edificio que estoy viendo sobrepasa lo normal. En la entrada hay una caseta de ingreso que combina con la imponente construcción, Pedro teclea un código sobre el portero electrónico del buzón y las impresionantes rejas negras y altas se abren para dar paso al coche que se desliza hasta la puerta de entrada del edificio.
—¿Cenaremos aquí? —pregunto con el ceño fruncido.
—¿Tienes hambre? —cuestiona, mirándome con esa pícara y divertida sonrisa que a veces hace que me enfade un poco.
—No, pero… dijiste que iríamos a cenar y a la ópera y realmente estoy confundida —aclaro, tratando de no perder la calma.
Él sonríe, se baja del coche, lo rodea y me abre la puerta.
Tomo mi vestido con una mano y con la otra salgo del interior. Me ayuda como todo un caballero y luego subimos las escaleras de ladrillos y cruzamos el umbral de unas puertas de vidrio con marcos blancos, hasta llegar al recibidor.
—¿Pero qué…? —quiero decir, pero él me interrumpe de inmediato. Si, sé que soy curiosa, pero no sé qué sucede, tengo derecho a saber a dónde estamos y que es lo que haremos aquí. Su silencio está matándome.
—Sígueme —dice, tomando mi mano.
Nos movemos por diversos pasillos de la planta baja, es un lugar realmente amplio y elegante, quiero despejar todas mis dudas y lo intento, pero no sé qué demonios hacemos aquí.
Al pasar por puertas, puertas y más puertas veo números y letras en ellas, pero no creo que esto sea un hotel y si lo es, entonces si voy a decepcionarme.
—Aquí es —dice, abriendo las puertas del ascensor.
Nos metemos en la caja metálica, las puertas se cierran de nuevo y Pedro oprime el botón número uno. ¿Usaremos ascensor para subir un solo piso? No tiene sentido. Quiero hacer preguntas, quiero gritar de la desesperación, pero mejor decido contenerme. Si dijo que es una sorpresa, entonces lo será y no lograré nada con mis cuestionamientos frenéticos.
El ascensor llega al primer piso luego de lo que creo que fue una larga eternidad en silencio. Pedro sigue teniendo esa sonrisa divertida en su rostro y parece feliz consigo mismo.
Está logrando dejarme en ascuas con todo esto.
Salimos de la estúpida caja metálica, toma mi mano de nuevo y hace que lo siga por otro pasillo. Hay más y más puertas. Nos detenemos al final del corredor, frente a la ventana con una hermosa vista a la ciudad, a un lado de la puerta doble de madera.
—¿Lista?
—¡Vamos Pedro, estás matándome!—chillo, empujándolo a un lado.
Se ríe levemente, luego coloca una llave en la puerta y la abre. Me da el paso y me armo de valor para saber qué es lo que tanto ha estado escondiendo durante toda esta supuesta cita.
Entro a un recibidor. No es ni muy grande ni muy pequeño.
Hay un sillón color azul a un lado, cuadros decorativos y un gran armario con puertas blancas al igual que el piso. Pedro ingresa detrás de mí y toma mi mano. Sigo caminando y me encuentro con un barandal negro de hierro que me dirige escaleras abajo a un impresionante apartamento, extremadamente lujoso y grande.
Desde aquí, estoy en lo alto, puedo ver las sala de estar, un inmenso comedor, un pasillo al fondo y, enfrentada a esta escalera, del otro lado de la habitación, hay otra completamente similar que debe de llevar a un piso en donde están las habitaciones. Es impresionante. Los ambientes están en un mismo lugar, pero muy bien distribuidos. Mi boca se abre levemente cuando intento comprender todo lo que sucede.
—Oh, por Dios… —digo sin aliento.
Me tomo del barandal y comienzo a bajar lenta y cuidadosamente la escalera hasta llegar el piso que es el principal. Delante de mí tengo la sala de estar con una inmensa chimenea que divide dos espacios diferentes del lugar. Los sillones son enormes. A mi izquierda, en el rincón, hay una mesa de caoba inmensa con doce sillas y un gran arreglo Florar en medio.
—¿Te gusta? —pregunta, mirándome fijamente. Está más que claro que está nervioso por saber lo que pienso, pero creo que si mira con sumo detenimiento mi rostro, lo sabrá de inmediato. Estoy impactada. Jamás había imaginado que algo así pudiese existir.
—Es impresionante —digo mirando el alto techo completamente blanco.
—¿Quieres conocer el resto? —pregunta, tendiéndome su mano para que la tome de nuevo.
—Sí —digo sin pensarlo dos veces.
Cruzamos toda la gran habitación y subimos por las otras escaleras. Hay un pasillo inmenso, repleto de hermosas decoraciones. Los tapetes son de diversos colores y parecen ser costosos. Solo veo puertas y más puertas, pero Pedro se detiene en la primera y me enseña lo que hay.
—Este departamento tiene seis habitaciones, con baño cada una, cocina, sala de estar, comedor, patio trasero, lavandería, despacho, sala de juegos, biblioteca y una hermosa terraza —murmura, colocando su voz de vendedor de raíces que hace que me ría levemente.
Me enseña las habitaciones una a una. Son todas grandes y hermosas.
—Esta es la habitación principal.
Abre la puerta y rápidamente me meto en ella.
—Me encanta —digo, observando la cama de estilo victoriano con colores crema y marrón fuerte, al igual que las mesitas de noche y las puertas de un armario. El piso también es de madera y brilla tanto que me da lástima pisarlo. Frente a la cama hay una gigantesca ventana con una hermosa vista a los techos y edificios del vecindario.
—¿Quieres ver algo realmente fabuloso? —pregunta con una sonrisa.
Asiento con la cabeza sin poder gesticular una sola palabra.
Él se acerca a una de las mesitas de noche. Toma un control remoto y luego oprime un botón. Las luces bajan su intensidad y luego suben, según los mandos que Pedro está tocando. Luego, veo como una inmensa pantalla de plasma sale desde el interior de un delgado mueble a los pies de la cama.
—¡Oh, mi Dios! —chillo emocionada—. ¡Me encanta!
Luego, me enseña todo lo que podemos hacer con ese mágico control remoto universal. No teníamos todo este lujo en la mansión, esto realmente es sorprendente. No tendré que mover un dedo, la casa lo hace sola si yo se lo ordeno.
Me enseña el inmenso baño de la habitación principal y por ultimo me dirige hacia otra puerta que aún no sé qué tiene.
—Cierra los ojos —me pide.
Lo hago inmediatamente y dejo que cubra mi campo de visión con sus manos. Doy un par de pasos al frente, vacilante, con miedo de tropezar. Él va indicándome hacia a donde tengo que ir. Nos detenemos y al abrir los ojos me encuentro con la tienda individual más grande, hermosa y lujosa que he visto en toda mi vida. ¡Es mucho mejor que la anterior!
—¡No puedes estar hablando enserio! —exclamo anonadada, pero no porque sea una tienda individual perfecta sino porque veo todas mis cosas en ella. Mis vestidos, mis zapatos, mis joyas, todo, absolutamente todo está aquí.
—Es nuestra —dice con una amplia sonrisa—. Aquí quiero que comience todo.
—¡La compraste! ¡Viviremos aquí! —chillo completamente emocionada.
No puedo creerlo. Me lanzo en sus brazos sin poder contener mi emoción y luego lo abrazo con todas mis fuerzas. Ha sido la sorpresa más impactante de todas.
Viviremos aquí, con Pequeño Ángel, en este lugar. Me encanta.
Pedro se ríe por causa de mi reacción y me acaricia la espalda lentamente, besa mi pelo y me estruja un poco más de tiempo en sus fuertes brazos.
—¿Puedo seguir enseñándote todo lo que falta? —pregunta, moviendo un mechón de mi pelo a un lado.
—¿Aún hay más? —cuestiono, abriendo los ojos de par en par.
—Aún hay más —dice sonriente.
Salimos al pasillo. Pedro se detiene delante de una puerta blanca que contrasta con toda la madera del lugar, suelta un suspiro y la abre lentamente. Me echa un vistazo por unos segundos y me invita a entrar.
—Lamento si me apresuré, pero no pude contenerme.
Mis ojos se llenan de lágrimas y mi estómago siente algo extraño. La habitación es completamente blanca con muebles de bebé de tonos también blancos. En el medio de la habitación hay un gran tapete con una hermosa cuna blanca en medio. Veo ositos de felpa, juguetes de diferentes tipos, y no puedo contenerme.
—Podemos ponerle algo de color cuando sepamos su sexo —dice, colocando su mano en mi cintura. Estoy tan sorprendida que soy capaz de desvanecer aquí mismo—. Fui a escoger algunos muebles para tu tienda individual y cuando vi todo esto, no pude detenerme.
—Pedro… —digo con un hilo de voz.
Es el cuarto de Pequeño Ángel.
Oh, mi Dios.
—Es hermoso —murmuro con la voz entrecortada.
Suelto un sollozo, me volteo en dirección a Pedro y lo abrazo de nuevo. Él sonríe dulcemente y me contiene entre sus brazos. Estoy más que sensible, esto es mucho para una sola noche. No podré contenerme, de hecho no lo hago.
—Te amo, Paula.
Nuestras narices se rozan y sus ojos me miran con suma dulzura. Veo todo el amor que siente, me ama y yo lo amo a él. ¿Por qué dejé que alguien más arruinara todo esto?
—Y yo te amo a ti, Pedro —digo, colocando mis manos detrás de su cuello—. Te amo, te amaré siempre, no importa lo que suceda —musito cerrando mis ojos lentamente mientras que acerco mi boca a la suya—. Siempre serás tú…
—Quiero comenzar desde cero, Paula —acaricia mis labios con los suyos. No los toca del todo, provocándome miles de sensaciones diferentes—.Y quiero comenzar ahora.
—¿A qué te refieres? —pregunto, moviendo mi boca hacia la suya, pero él hace una maniobra rápida y logra esquivar mi beso con una divertida sonrisa.
—Cásate conmigo —dice con una sonrisa.
Frunzo el ceño en su dirección e intento decir algo, pero no es tan fácil.
—¿Qué?
—Cásate conmigo aquí y ahora.
Ahora comprendo todo. Él vestido blanco, el esmoquin…
Todo siempre tuvo este significado.
—¿No crees que proponer matrimonio en la primera cita es algo precipitado? —me burlo ladeando la cabeza.
Pedro da un paso hacia atrás, mueve su mano a uno de los bolsillos interiores de su esmoquin y parece buscar algo. Cuando lo encuentra, extiende su mano hacia mi dirección y al abrirla veo tres anillos.
Toma uno de ellos, que es delgado y tiene tres diamantes blancos en él. Lo mira por unos segundos y sonríe. No son los anillos de antes, son completamente nuevos.
—Este es tu nuevo anillo de compromiso, Paula. Todo empieza de nuevo —dice, tomando mi mano. Examina mi dedo anular y luego lo acaricia—. Nunca tuve tanto miedo de perderte. Cuando me entregaste tus anillos sentí que mi mundo se derrumbaba.
Sé que rompí su corazón porque el mío también se rompió en ese instante.
—Lo siento.
—Los tres diamantes somos nosotros. Tú, yo y Pequeño Ángel.
—Me encanta… —digo, mirándolo detenidamente.
Se ve hermoso en mi dedo. Es perfecto.
Pedro sonríe, me besa levemente en la comisura de la boca y luego acaricia mi mejilla.
—Cásate conmigo aquí y ahora. Dime qué serás mía para siempre, dime qué seremos felices con nuestro pequeño, dime qué me amas…
—Te amo, Pedro —respondo—. Te amo a ti, sí quiero casarme contigo y lo haría una y otra vez sin dudarlo —aseguro, tomando su rostro entre mis manos.
—Aquí y ahora. Una boda real, sin gente, sin nada de lujos, solo nosotros dos, con Pequeño Ángel como testigo. Ambos, dispuestos a olvidar todo lo malo que tuvimos que soportar, arriesgándonos a enfrentar cualquier cosa, juntos… Dime qué te casarás conmigo, preciosa Paula —me pide, provocando que mis ojos brillen por causa de la emoción.
Voy a llorar en cualquier momento.
—Claro que me caso contigo, Pedro —digo nuevamente.
Tomo el anillo plateado que sigue en su mano. El también tendrá un nuevo anillo. Lo miro por unos segundos y leo la inscripción en la parte de adentro “Mi preciosa Paula” sonrío ampliamente y dejo que una lágrima escape de mis ojos. Me muevo un poco, elevo la barbilla y lo miro fijamente. No puedo creer que haré esto de nuevo, pero esta vez sí es por amor, solo por amor.
—Yo, Paula Chaves, prometo amarte para siempre y te tomo a ti, Pedro Alejandro Alfonso, como mi perfecto y amado esposo —digo con una sonrisa.
No son los votos oficiales, pero es nuestra boda y diré lo que quiera.
Pedro sonríe complacido. Luego, toma el único anillo que queda en su mano. Lo extiende delante de mi dedo y me mira fijamente.
—Yo, Pedro Alejandro Alfonso, prometo amarte a ti y a nuestro Pequeño Ángel con todas mis fuerzas, jurándote felicidad y alegría en todos los días de nuestras vidas, y te tomo a ti, Paula Chaves, como mi amada, dulce, perfecta y preciosa esposa para siempre…
—Puedes besar a la novia —digo rápidamente con una sonrisa.
Limpio mi mejilla y Pedro me atrae hacia su cuerpo. Sus labios finalmente se unen a los míos. Es el momento más feliz de toda mi vida. Seremos felices para siempre, lo sé.
Habrá problemas en el camino, pero él estará ahí para mí y yo estaré ahí para él. Somos perfectos el uno para el otro, nacimos para estar juntos. Seremos los mejores padres del mundo y llenaremos a nuestro Pequeño Ángel de amor y alegría. Nada ni nadie podrá convencerme de lo contrario.
Es un nuevo comienzo…
—¿Qué hay de la noche de bodas? —pregunto, recuperando el aliento perdido por causa de su beso.
Él me sonríe con malicia y luego coloca ambas manos en mi vientre.
—Es nuestra boda —dice con obviedad—. Aún tenemos que bailar, cortar el pastel y todo ese tipo de cosas —murmura con una sonrisa burlona—. Sígueme…
Llegamos a la cocina entre risas. Me detengo en seco al ver el pastel que hice en la tarde encima de una barra de desayuno en mitad de la habitación.
“Un amigo necesita un pastel y le dije que tú podrías hacerlo”
—¡Planearon todo esto, juntos! —chillo en dirección a Pedro sin poder creerlo—. ¡Él lo sabía! ¡Todos lo sabían! ¡Mis padres, también! —exclamo comprendiendo que todo era más que evidente.
Pedro comienza a reír y me rodea la cintura con sus brazos.
—Necesitaba toda la ayuda que fuera posible. Quería que todo saliera perfecto.
—Todo está saliendo perfecto —le digo con una sonrisa.
Pedro toma mi mano y me lleva hacia el pastel. Luego toma un cuchillo de encima de la mesada, se coloca detrás de mí y apoyo una de mis manos sobre la suya. Sé lo que hay que hacer, es como la primera vez.
—Espera —me dice antes de que haga presión para cortar la capa de fondant. Siento lástima por cortar algo tan perfecto y hermoso—. Tenemos que fotografiar este momento —susurra.
Se va al pasillo, luego regresa con una cámara fotográfica entre sus manos y un soporte para apoyarla.
Frunzo el ceño porque reconozco esa cámara, sé de quién es o, al menos, eso creo y no puedo equivocarme. La he visto cientos de veces.
—Un amigo me prestó su cámara fotográfica —dice, encogiéndose de hombros mientras que la posiciona delante de nosotros.
—¿Un amigo? —pregunto incrédula.
—Bueno, el novio de mi hermana —dice finalmente.
Me rio estruendosamente y él se acerca. Me toma de la cintura rápidamente y me arrebata el cuchillo. Posamos para las fotos y el flash de la cámara comienza a dispararse automáticamente.
—Son diez fotografías —advierte.
Hundo el cuchillo en el pastel y lo cortamos juntos. Ahora si se siente increíblemente hermoso. La primera vez ni siquiera hicimos esto como era debido. El significado de esta acción no tiene explicación.
Cortamos el perfecto triangulo, luego nos besamos para la última foto.
—Te amo —sisea acariciando mi vientre.
—Y nosotros te amamos a ti, Pedro.
Tomo su mano, sonrío levemente y luego comienzo a caminar en dirección a las escaleras. Ya cortamos el pastel, ya tomamos las fotografías. Doy por finalizada esta boda.
—Espera —dice, intentando contener su risita.
Pongo los ojos en blanco y le hago saber que estoy completamente desesperada por qué me desnude y me haga el amor una y otra vez, pero le encanta hacerme desesperar. Lo ha hecho durante toda la noche.
Bajo los dos escalones que ya había subido y lo sigo. Él toma su teléfono celular que descansa sobre la mesa del comedor, luego toca un par de botones y reconozco de inmediato la canción One and only de Adele, sonando en los estéreos de la casa.
Sonrío porque sé lo que hará. Doy un paso al frente y dejo que me tome de la cintura para nuestro primer baile de recién casados.
Coloco mis manos detrás de su cuello y ambos comenzamos a movernos lentamente por el lugar. Ninguno de los dos dice nada, solo nos perdemos en la mirada del otro, mientras que Adele parece relatar nuestra historia y nuestros sentimientos a la perfección, como si estuviese cantando solo para nosotros. Sonrío y acaricio su mejilla para comprobar que está aquí, que estamos juntos y que es real. Pedro, en cambio, mueve una de sus manos y acaricia a Pequeño Ángel, luego acerca sus labios a los míos y me besa con dulzura y delicadeza. Sin ninguna prisa, pero logra despertar a la Paula desesperada que está en mi interior. No podré resistirlo, ya no puedo.
Hundo mis manos en su pelo para profundizar el beso, no me importa absolutamente nada. Él me toma con más fuerza, me levanta del suelo, como si no pesara absolutamente nada y me carga hasta el sillón. Me deposita en él y se coloca encima de mí con sumo cuidado de no aplastarme.
—Bésame —le pido con la voz entrecortada—. Bésame por todas partes.
Me quito los zapatos con demasiada facilidad, moviendo un pie sobre el otro, hasta que los oigo caer en el suelo. Pedro mueve sus manos hacia mis muslos y comienza a subir el vestido lentamente, pero sé que no logrará demasiado, es muy largo.
—Quítamelo —le pido, mirándolo fijamente.
Se pone de pie, tiende su mano en mi dirección y me ayuda a levantarme. Se posa detrás de mí y busca el cierre de la prenda. Cuando la encuentra, comienza a bajarlo lentamente, tomándose todo su tiempo, volviéndome completamente desequilibrada. Siento su respiración en mis hombros ya desnudos y sus dedos recorriendo mi columna vertebral.
Mi cuerpo comienza a relajarse cuando la presión de la tela se desvanece. Suelto un suspiro y dejo que Pedro lo deslice hasta mis tobillos, tomándose todo su tiempo.
Me muevo de mi lugar para deshacerme de el por completo.
Miro a Pedro y contemplo como me observa detenidamente.
Estoy casi desnuda delante de sus ojos y me siento como toda una diosa. Me ama solo a mí. Soy la única.
Él se voltea de espaldas a mí y deja que le quite la chaqueta.
Luego, regresa a su posición y se quita el moño de su cuello.
Sonrío ampliamente y miro su fina y costosa camisa blanca.
No sé si hacerlo, claro que quiero hacerlo, pero no estoy segura si es lo correcto.
—Hazlo —me pide con una divertida sonrisa—. Solo hazlo.
Me rio y tomo ambos lados de su camisa. Hago fuerza y la abro de par en par. Todos los botones salen disparados en todas las direcciones y caen al suelo. Él toma mi mentón y eleva mi cabeza. Me encuentro con sus ojos y diviso una amplia sonrisa.
—¿Aún quieres que te desnude y te bese durante toda la noche? —pregunta, posando sus manos sobre mis caderas, mientras que toma con sus pulgares los bordes de mis bragas de encaje blanco.
—Sí quiero…
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