lunes, 18 de septiembre de 2017

CAPITULO 26 (SEGUNDA PARTE)







Daphne y yo regresamos a la sala de espera. Acabamos de salir del consultorio y ninguna de nosotras puede dejar de sonreír. Sí estoy embarazada, Pedro y yo tendremos un hijo, será padre como lo ha anhelado desde no sé cuánto tiempo.


 Voy a cumplir su sueño, y no puedo sentirme más feliz.


No me atreví a realizarme una ecografía, a pesar de la insistencia de mi suegra, no quería hacer algo así sin que Pedro estuviese a mi lado. Solo dejé que me realizaran las pruebas básicas y el resultado fue el mismo de la prueba de embarazo. Ya no necesito nada más. Está confirmado y ya no me preocupo. Ahora solo debo de encontrar la manera más original e inesperada para decirle que él y yo tendremos un bebé.


—Al fin regresaron —espeta Pedro apareciendo delante de nosotras. Sonrío y me pongo de pie al igual que Daphne—. ¿Dónde estaban? Las he buscado por mucho tiempo, te llamé al celular y no contestaste, cariño —me mira de reojo, como si intentara regañarme en silencio.


Puedo notar la preocupación en su tono de voz, solo necesito calmarlo.


—No tienes de que preocuparte —le digo, acariciando su barba—. Todo está bien, solo andábamos por ahí —beso sus labios castamente.


Él rodea mi cintura con sus brazos y sonríe dulcemente. Me pierdo en el momento, lo amo, lo amo demasiado, muero por decirle lo que sucede, muero por gritarle a todos que soy feliz, que soy más feliz que nunca, me desespero por pensar en todo lo que sucedió antes y, también enloquezco, imaginándome una y otra vez su reacción al decirle que tendremos un bebé.


—¿Cómo no voy a preocuparme, si ustedes no se llevan del todo bien y nunca me las imaginé juntas? ¡Estaba preocupado!



Daphne se ríe, luego se acerca y besa a mi esposo en la mejilla. Sé lo que ella está pensando y solo espero que no me delate, no quiero que nada se le escape. Quiero decírselo yo.


—No te preocupes, cielo. Paula y yo estábamos buscando la forma de entendernos mejor y creo que lo logramos. ¿Verdad, querida?


—Claro que sí —le respondo lanzándole una mirada de complicidad.


Pedro frunce el ceño, pero no hace más preguntas. Me abraza con cariño, mientras que la mirada de su madre nos baña de ternura. Es extraño que ella me mire de esa manera, pero me gusta saber que ahora también le agrado. 


Era la única que me faltaba, sin mencionar a mi madre, claro.


—Cariño, despidámonos de todos y vayamos a casa a descansar —sugiere con el tono de voz un poco bajo.


Sé que está cansado, yo también lo estoy, y regresar a casa es lo primero que quiero hacer. Ya no me importa la luna de miel, los lugares que no visité y demás. Solo quiero estar en casa, en brazos de Pedro, quiero sentirlo a mi lado a cada segundo, solo lo necesito a él…


—Sí, debes descansar tú también, Paula. Necesitas estar tranquila, ya sabes —espeta mi suegra rápidamente provocando que Pedro frunza el ceño.


No quiero que sospeche, necesito irme lo más rápido que sea posible o a esa vieja emocionada se le escapará la noticia de mi embarazo y lo arruinará todo.


—Vámonos a casa entonces, Pedro



****


Pedro se baja del taxi y me ayuda a descender del vehículo con sumo cuidado. La lluvia se hace mucho más fuerte y ambos sabemos que vamos a mojarnos durante ese corto trayecto desde la entrada hasta la puerta principal de la mansión. Debido a que es temprano, ninguna de las empleadas hará acto de presencia con un estúpido paraguas y yo arruinaré mi cabello y mi ropa.


—Vamos, cariño, corre —grita, avanzando a toda velocidad.
Intento seguirlo, pero no lo hago exitosamente, me doy por vencida y camino debajo de la lluvia entre risas al verlo corretear desesperado por no mojarse.


—¡Es solo agua, Pedro!



Él se voltea rápidamente y me ve ahí, parada en medio de la lluvia. Podré pescar un resfriado, pero no me importa, estoy disfrutando del momento.


—¡Apresúrate Paula, te vas a enfermar! —grita, mirándome con mala cara.


Sé que se molestará y pienso en lo que dice. Mi bebé, tengo un bebé en mi vientre y si me enfermo... No será bueno.


Me muevo velozmente y corro unos cuantos pasos hasta que recuerdo que no es bueno correr.


Estoy embarazada, ahora todo lo que haga será peligroso.


Camino rápidamente y cuando por fin llego bajo el techo de vidrio del pequeño recibidor de la puerta, me lanzo en brazos de Pedro que me envuelve y me protege del frío y de la lluvia.


—¿Te mojaste mucho? ¿Tienes frío? —pregunta, sacando las gotas de lluvia de mi cara.


—Estoy bien. Entremos a casa, por favor —le pido con la voz entrecortada. Sí, tengo frío y sí, me mojé demasiado, pero no quiero que me regañe en vano.


Él busca en sus bolsillos y quita de uno de ellos la llave de la puerta. La abre y entramos a toda velocidad. Mi casa se ve como antes, exactamente como lo recuerdo. Todo está en su lugar.


—Bienvenida a casa, cariño —me susurra dulcemente al oído, mientras que me rodea la cintura con sus brazos.


—Al fin en casa —respondo sonriente.


Si, al fin en casa. El único lugar en el quiero estar y junto a la única persona con la que quiero estar.


—Ven, tenemos que darnos un baño caliente y luego a la cama, mi preciosa Paula. Debes estar cansada.


—Sí, lo estoy.


Tomo su mano y subimos las escaleras hasta llegar a nuestra habitación. Entramos al baño con cuidado de no mojar el piso y nos desvestimos lentamente y en silencio.


Abre la ducha y el vapor inunda el cuarto de baño rápidamente. Me quito el sostén y las bragas, me desnudo sin pudor alguno. Suelto mi pelo mojado por la lluvia y lo dejo caer hasta mi cintura provocando que las frías gotas en mi espalda me causen escalofríos.



Su mirada atrapa la mía y nadie puede pronunciar palabra. 


Solo nos miramos detenidamente, contemplando cada detalle, cada segundo...


—Te amo —le digo en un susurro.


No pienso lo que digo. Mi corazón habla a través de mí. Soy sincera, le digo lo que siento. Soy solo Paula, sin máscaras, sin facetas, solo yo. Al desnudo en todos los sentidos.


Pedro da un paso al frente y acorta la distancia entre ambos. Me mira fijamente y desliza su dedo índice por mi mejilla, provocándome un agradable cosquilleo.


—También te amo.


Nos sonreímos y apegamos nuestros labios por unos pocos segundos, luego, él toma mi mano y nos adentramos juntos en la ducha. Meto mi mano debajo del agua para probar su temperatura y sonrío complacida, es perfecta.


No cabemos los dos cómodamente, pero nos vamos turnando para mojarnos bajo la regadera.


Pedro me alcanza una toalla y ayuda a secar mi cabello. No decimos nada, disfrutamos del silencio. Seco mi cuerpo y me aseguro de no pisar ni un charco de agua en el suelo. Mi mente ya es consciente de los cuidados que debo de tener.


—Vamos a la cama, cariño —me dice, tomando mi mano, pero lo aparto dulcemente.


—Voy a secarme el cabello primero —informo—. Espérame en la cama, no voy a demorar.


—De acuerdo —me responde con una sonrisa a medias.


Se acerca, me roba un beso y lo veo cruzar la puerta, luciendo únicamente una toalla que rodea su cintura y termina un poco más abajo de sus rodillas. Se ve sexy y tengo que contenerme para no lanzarme hacia él con desesperación.


Cierro la puerta con seguro y luego de tomar el secador de pelo y dejarlo a un lado, me posiciono delante del espejo. 


Abro la bata de baño, y ahí estoy yo... Completamente desnuda, sintiéndome más extraña que nunca, intentando ver algún tipo de cambio de esta primera vez. Mi vientre plano no se verá así en un tiempo, mi cintura no tendrá las medidas que tiene ahora y mis senos no serán los mismos, pero, muy en el fondo no me importa.



Todos esos miedos y esas inseguridades que siempre intenté ocultar con vanidad, comienzan a desaparecer, todos esos complejos que camuflé con ropa cara y diseños de temporada, ya no me interesan...


Ahora hay algo mucho más importante, ahora hay un motivo mucho más especial. No me importa si tendré que dejar este cuerpo que tanto daño me hizo, no me importa deshacerme de este error de persona que fui durante mucho tiempo, solo me importa el bebé... Mi hijo...


Muevo mis manos hacia mi vientre y dejo que mis dedos acaricien mi piel. Comienzo en la parte baja del estómago y asciendo lentamente. Aún no hay rastros de él, pero está dentro de mí e irá creciendo día a día durante muchos meses...


Oh, por Dios.


Noto que estoy llorando cuando mis ojos ven borrosos debido a la cantidad excesiva de lágrimas. Jamás he llorado tanto en tan poco tiempo, pero tampoco me importa. Este bebé lo cambiará todo. Ya está cambiando muchas cosas para bien, me está cambiando a mí...


—Bebé... —susurro en dirección a mi vientre—. Soy... Soy tu mamá... —sollozo sin poder evitarlo.


Jamás creí que pasaría por una situación así, siempre me dije a mi misma que jamás tendría hijos, que viviría mi vida solo para mí y para nadie más, pero ahora mis pensamientos son muy diferentes. Soy otra Paula...


—Prometo que haré todo lo que esté a mi alcance para que seas el niño más feliz del mundo...


—¿Paula, todo bien? —pregunta Pedro, golpeando levemente la puerta del baño. Doy un saltito por causa del susto y demoro unos segundos en tranquilizarme.


—Todo está bien, cariño. Saldré enseguida.


Tengo que terminar con esto o él lo notará y, no quiero que lo descubra de esta manera, tengo que sorprenderlo.


Lavo mi rostro y luego enciendo el secador de cabello. 


Necesito fingir que nada sucede, aunque, en realidad, sea todo lo contrario. Tengo que encontrar el momento perfecto para decírselo, pero sé que debo esperar al menos unas dos semanas, hasta que Laura esté del todo bien pero, ¿Podré soportarlo? No, claro que no...



Tal vez, en su cumpleaños o tal vez... No lo sé, solo quiero decírselo, pero soy consciente de que tiene que ser especial.


¿Cómo reaccionará? ¿Qué me dirá? ¿Qué hará? ¿Qué haré yo? Oh, por Dios...







CAPITULO 25 (SEGUNDA PARTE)





Minutos más tarde, salgo de la habitación. Necesito un poco de aire. Pedro, por suerte, cree mi tonta excusa y eso facilita mucho más las cosas. Aún siento esa descarga de adrenalina y emoción por la noticia del bebé. Sonrío para mí misma y no puedo contenerme. Tengo deseos de gritárselo a todos, pero sé que no puedo hacerlo. Aún no estoy cien por ciento segura y necesito una consulta con la doctora Pierce o con quien sea, lo más rápido posible.


Aún sigo sin poder creerlo. Tengo un bebé en mi vientre, hay una vida aquí dentro.


Oh, mi Dios.


Muevo mis manos hacia mi abdomen y lo acaricio levemente por encima de la blusa. No es el momento adecuado para estar parada a mitad del pasillo con una tonta sonrisa en el rostro así que camino un par de pasos en dirección a la salida más próxima. No sé si serán imaginaciones mías, pero tengo deseos de beber un zumo de naranja y comer algo que tenga chocolate. Tal vez, imagine cosas, tal vez, mi mente me engañe y, tal vez, la emoción me haga comportarme de esta manera, pero qué más da. Quiero creer que todo será perfecto y que Pedro y yo tendremos un bebé en unos meses.


—¡Paula! —exclama Daphne a unos cuantos metros de mí.


Me volteo en su dirección intentando no poner los ojos en blanco. Sonrío con falsedad y me pongo seria al ver que está sonriéndome. ¿Por qué esta sonriéndome? Ella nunca me sonríe, algo sucede aquí y aún no lo he notado.


—¿Qué sucede? —cuestiono con el ceño fruncido cuando ella se acerca mí. Se ve diferente y eso me parece más que extraño. Incluso me da miedo.


—¿Irás a la cafetería?


—Sí —respondo brevemente. Aún sigo confundida. Intento no parecer una tonta, pero la situación me desconcierta—. ¿Quieres que te traiga algo? —se me ocurre preguntar porque en realidad no sé qué más pensar con respecto a esta extraña situación.


Ella coloca su mano sobre mi brazo levemente y me sonríe como jamás lo ha hecho.


—¿Puedo acompañarte, querida?


Su pregunta me sorprende por completo y ella lo nota. Me sonríe de nuevo y espera impaciente a que responda, pero no sé qué responder. Esto es extremadamente extraño y desconcertante.


—Eh… si, supongo que sí —balbuceos. Estoy anonadada, ¿Qué demonios sucede aquí?


Yo comienzo a caminar en dirección a la cafetería. 


Recorremos varios pasillos y bajamos dos pisos por las escaleras. Soy consciente de que llevo tacones y también un bebé dentro de mí, me aferro al pasa manos pegado a la pared y no me suelto de él hasta que llegamos al piso correcto. Daphne sigue mis pasos en silencio y me observa detenidamente. Me siento muy incómoda. Ella jamás se ha comportado de esa manera conmigo. No sé si será la situación, tal vez, está sensible por lo de Laura o solo planea algo. Estoy más que confundida, solo deseo que Pedro tenga ese instinto protector y venga a rescatarme.


—¿Se te apetece algo, querida?—cuestiona amablemente mientras que hacemos la fila para realizar mi orden. Frunzo el ceño porque sé que ella no está viéndome, luego me volteo en su dirección y sonrío. ¿Por qué no me ha insultado aún?



—Beberé un jugo de naranja y se me antoja probar un poco de pastel de chocolate. —le informo con falsedad. Ella vuelve a sonreír y veo como sus ojos brillas de felicidad.


—Ve a sentarte, te llevaré lo que quieres, querida.


¿Qué?


Oh, mi Dios.


—Pero… ¿Estás segura? —Mi tono de voz se vuelve más agudo por la sorpresa y la extrañeza de su comportamiento—. ¿Daphne, te sientes bien?


Ella suelta una leve risita, provocando que los que están delante de nosotros en la fila se volteen unos segundos a vernos.


—Claro que sí, querida. Ve a sentarte —me ordena más que feliz.


Me muevo hacia la sección de mesas y busco rápidamente una que esté libre. Es temprano, y no hay mucha gente. 


Puedo escoger el lugar que se me antoje.


Me siento en una mesa para dos en medio del lugar. El ambiente huele a desinfectante para pisos, como cuando las mucamas limpian el suelo de la casa, puedo percibir ese aroma a lavanda y, sinceramente, siento algo de nauseas. 


No me gusta, no me gusta para nada. Se me revuelve el estómago y ya no tengo deseos de comer ni beber nada. No sé si será algo psicológico o real, pero no puedo controlarlo. 


Es… no sé qué decir. Aún sigo confundida y sorprendida.


—Aquí tienes tu jugo y tu pastel, querida —me dice mi suegra actuando más amable de lo normal. Tengo que fruncir el ceño de nuevo. Esto no es normal, no puede culparme por mi comportamiento


—Gracias, Daphne —musito con la voz entrecortada.
Tengo nauseas de nuevo.


Ella extiende su mano encima de la mesa y toma la mía. 


Acaricia mi piel con su pulgar y me mira expectante. Sus ojos tienen un brillo extraño y parece emocionada.


—Daphne…


—¿Cuándo vas a decírselo?


Mis ojos se abren de par en par, me toma desprevenida y mi corazón se detiene por un instante que se hace eterno. No pudo haberlo notado… ¿Cómo…?


—¿Qué? —pregunto con un hilo de voz. Ella sonríe ampliamente y contemplo como sus ojos se llenan de lágrimas.



—Primero entraste al baño y demoraste mucho tiempo, saliste pálida y con los ojos llorosos y, además de eso, protegiste tu vientre cuando Pedro estuvo a punto de chocar contigo. No fue muy difícil adivinar lo que te sucede, Paula.


—Yo… —balbuceo.


No sé qué decir. Lo único que puedo sentir son mis ojos llenándose de lágrimas. Estoy emocionada, no me esperaba esto, no me esperaba nada de lo que me sucedió en estas últimas tres horas. Todo me toma por sorpresa.


—¿Es verdad…? ¿Estás embarazada, querida? —pregunta.


Sonrío ampliamente, creo que sí lo estoy, es casi seguro que estoy esperando un bebé. Muevo mi cabeza a modo de afirmación, no puedo hacer más. Estoy tan emocionada que ni una sola palabra sale de mi boca aunque lo intente. Mis ojos comienzan a llorar, pero de alegría. Seré mamá, tendré un bebé, sí, tendré un bebé.


—Oh, por Dios… —dice con una sonrisa en sus labios. 
Cubre su boca y percibo como comienza a llorar. Sé que llora de felicidad. Me siento muy sensible ante esta situación, no sé cómo reaccionaré cuando tenga que decírselo a Pedro—. No puede ser… pero… ¡Oh, mi Dios!


Sonrío y busco en test de embarazo dentro de mi bolso. Lo encuentro velozmente y se lo entrego a Daphne para que vea el signo positivo en él.


—No estoy cien por ciento segura, pero…


—¡Querida, aquí dice que estás embarazada, tendrás un bebé! —exclama más que emocionada.


La situación es extraña. Es como si todo volviera a comenzar desde cero. Como si fuese un nuevo comienzo. Una página en blanco en la que podremos arreglar nuestras pequeñas diferencias y formas de ser. Es diferente, me siento diferente y eso me hace feliz.


Se pone de pie y rodea la mesa secándose las lágrimas. Me abraza inesperadamente y demoro en responder a su acto de afecto, pero decido olvidar el pasado. Ahora todo es diferente, sé que voy a cambiar para bien, es la abuela de mi bebé, la madre de mi esposo, es alguien que tiene importancia en cierto modo. No lo hubiese admitido jamás, pero Daphne es Daphne y eso la hace única.



—No puedo creerlo, querida. Voy a ser abuela de nuevo —murmura entre sollozos, mientras que mueve una de sus manos y la posa sobre mi vientre. Nos miramos a los ojos por unos segundos, y en ese instante sé qué el pasado ha quedado atrás.


—Sí, Daphne. Serás abuela de nuevo —le digo con una amplia sonrisa—. Pedro será papá, tendremos un bebé y… —No puedo contenerme y me largo a llorar de nuevo. Jamás me imaginé una situación similar a esta, pero la vida siempre me toma por sorpresa y esta sorpresa del día ha sido las más fuertes de toda mi vida.


—Tenemos que asegurarnos de esto ahora mismo, querida. Podemos ver a un médico inmediatamente, tenemos que estar seguras.


Ella parece más desesperada y nerviosa que yo, pero tengo que tomarme su forma de comportarse de buena manera, está emocionada, sorprendida y lo bueno es que se ve feliz. 


Ella es la primera persona que sabe de mi bebé, nunca lo creería posible.


—¿Por qué están abrazándose? ¿Sucede algo? —cuestiona Pedro a mis espaldas, interrumpiendo el momento. Me paralizo por un segundo, pero mi suegra me lanza una mirada y en silencio me dice que ella solucionará el problema.


—No sucede nada, cielo —murmuro no muy convencida de ello.


Me acerco a Pedro y beso sus labios. La mejor manera de solucionar esto es mediante la distracción.


—Tu madre y yo decidimos resolver nuestras diferencias y nos emocionamos un poco. No tienes que preocuparte —aseguro y lo beso de nuevo. Daphne toma mi brazo y me aleja de mi esposo rápidamente, disculpándose con una sonrisa.


—¡Paula y yo volveremos en una hora o dos como mucho, hijo! —exclama llevándome de regreso al pasillo de salida. A lo lejos lo veo fruncir el ceño en mi dirección y solo se me ocurre responderle encogiéndome de hombros. Ni siquiera yo sé a dónde nos dirigimos.


Media hora más tarde, nos encontramos en el piso número seis del hospital, en la sección de maternidad. No puedo creer que Daphne me haya convencido a hacer algo así. La doctora Pierce es la encargada de todo lo que se refiere a mí, pero en un momento como este, no puedo esperar hasta tener una cita con ella. Necesito confirmar nuevamente que hay una mini Paula o un mini Pedro dentro de mí. Cuando más rápido haga todo esto, más rápido podré decírselo. Ya he pensado en como lo haré y sé que le encantará.



—No sé si esto sea lo correcto —confieso en un murmuro.


—Claro que es lo correcto, querida.


—Es que… —balbuceo de nuevo. No suelo balbucear, pero esta es una situación extraña—. Lo correcto sería que Pedro me acompañara a mi primera revisión con el médico, él es el padre y… —Intento seguir hablando pero ella se ríe y me interrumpe.


—La primera consulta nunca cuenta, porque es para despejar las dudas. La segunda es la que cuenta. Además, es mejor estar cien por ciento segura antes de que se lo digas, ¿No crees?


Daphne logra convencerme. Sí, es mejor estar segura. Ya quiero que llegue el momento de decirlo. Sé que se pondrá a saltar por todas partes cuando lo sepa.


—Paula Alfonso —oigo que me llaman desde el interior del consultorio. Daphne y yo nos ponemos de pie rápidamente mientras que manos tiemblan y una extraña sensación de frío aparece en mi estómago.


—¿Estás lista, querida? —me pregunta apretando mi mano antes de cruzar el umbral. No puedo mentir, no sé si estoy lista, pero lo estaré de todas formas.


—Sí, creo que estoy lista…




CAPITULO 24 (SEGUNDA PARTE)






Nuestro vuelo apenas acaba de aterrizar. No me importan ni las maletas, ni nada de lo que me pertenece. De verdad estoy asustada. Ya pasaron más de cuatro horas desde que recibimos la llamada y lo primero que se nos vino a la mente fue tomar el primer vuelo a Londres. Pedro ha estado demasiado nervioso y aún no ha dicho nada. Laura está en el hospital, no sé bien que le sucede, tampoco tuve tiempo de preguntar, pero ni siquiera trajimos las maletas. Todo fue sorpresivo y el pánico nos invadió por completo.


Pedro corre por el aeropuerto mientras que me arrastra con él, trato de seguir sus pasos sin decir nada, pero no lo hago del todo bien. Me tiemblan las manos y las piernas, mis ojos están repletos de lágrimas y hay un sentimiento pesado y frío que se hace presente en mi pecho constantemente. 


Tengo miedo, tengo mucho miedo. Es solo una niña, no tiene que sucederle esto. Solo tiene cinco años.


Bajamos por las escaleras mecánicas rápidamente. 


Apartamos a todos del camino y, cuando por fin conseguimos salir hacia las afueras del lugar, chillo por un fuerte cambio climático. Solo tengo un abrigo liviano y el viento sopla de un lado al otro, mientras que la leve lluvia provoca que se me erice la piel. Pedro me rodea con sus brazos en silencio y nos subimos a un taxi.


—Todo estará bien, cariño —murmuro acariciando su mejilla—. Lo prometo.


Él no me mira, ni siquiera está prestándome atención, pero puedo entenderlo y no me molesta que se comporte de esa manera. Yo también me siento muy extraña. No dejo de pensar en la niña ni un solo segundo. ¿Cómo deben de estar Emma y Stefan? ¿Qué le sucede a Laura? No dejo de hacer preguntas, pero no soy capaz de tomar mi teléfono y hacer una llamada para estar más informada, casi no puedo pensar en nada más. Solo espero que ella esté bien, que no sea nada grave. Ahora no me importa si cancelé mi luna de miel, no me importa si no conoceré Turquía o Eslovenia, tampoco me importa si he dejado todo en Alemania, solo quiero que ella esté bien.


Llegamos al hospital y subimos por el ascensor en menos de tres minutos. No nos toma demasiado tiempo. Siento que voy a vomitar si sigo corriendo de la manera que lo hago, pero no pienso demasiado en eso. Al doblar por el pasillo vemos a todos esperando a alguien. Pedro suelta mi mano y corre hacia ellos. Todos están aquí. Mi suegra, Emma, Stefan, Tania y Damian. Son demasiadas, personas, pero debe de ser algo grave. Tengo demasiado miedo y un escalofrío me recorre la columna vertebral.


Emma abraza a su hermano y los demás se voltean a mirarme. Tengo lágrimas en los ojos y me dejo vencer por el qué dirán. No es momento de ser fuerte ahora, no es momento de tener que utilizar una máscara. No tengo que ocultar lo que siento. Quiero a esa niña por mas fastidiosa que sea a veces, es solo una niñita y si yo estuviese en una situación así… oh, mi Dios. No puedo ni siquiera pensar con claridad. Stefan se acerca a mí rápidamente al igual que Tania y Damian. Daphne sigue en su mismo lugar y limpia su nariz con un fino pañuelo de tela. Stefan me abraza fuerte y lo oigo sollozar. Abro los ojos y Tania está delante de mí intentando controlar la situación.


—No creí que vendrían —me dice, y puedo sentir su agonía—. Gracias, gracias de verdad.


Stefan se aparta y Tania me rodea con sus brazos rápidamente. Damian frota mi hombro una y otra vez y logra sonreír a medias, pero puedo ver que está asustado y confundido, tanto como yo.


—¿Qué le sucedió? —pregunto mirando a Stefan. Emma aún sigue llorando en brazos de Pedro y Daphne continua mirando un punto fijo en la pared—. ¿Por qué estamos todos aquí? Pedro no me ha dicho nada y estoy desesperada —sollozo, intentando encontrar una respuesta rápidamente.


—Es el apéndice. La están operando justo ahora, Paula —me informa con cautela, pero siento como un balde de agua helada se derrama sobre mí.


¿Operando? ¿Cómo que operando? Es solo una niña, tiene cinco años y aunque sé que el apéndice no es nada grave, siento mucho miedo. Es una niñita, no tiene que pasar por esto, no ahora. No puedo contenerme y siento deseos de llorar.



—No llores, Paula, todo estará bien —me dice Damian con una convincente sonrisa.


Tania deja de abrazarme y comienza a llorar también. Él la abraza y luego la besa en los labios con suma ternura, provocando que una sonrisita se me escape. Es extraño verlos juntos, pero puedo notar que se quieren.


Segundos más tarde, tomo un pañuelo de mi bolso y Emma se acerca a mí. La abrazo muy fuerte e intento encontrar palabras para consolarla, pero nada de lo que digo es suficiente. Ella solo necesita que su hija esté bien. Ella necesita que todo vuelva a ser como antes. No dejo de pensar en ponerme en su lugar. Si algo así me sucediera estaría devastada y, por alguna extraña razón, puedo comprenderla, puedo sentir ese miedo y ese dolor en el pecho.


—Ella estará bien, Emma, ya lo verás —insisto abrazándola de nuevo. Logro calmarla, sus sollozos son cada vez más leves y sus manos dejan de temblar al igual que las mías.


—Familiares de Laura… —pronuncia un doctor vestido de azul mientras que intenta pronunciar el apellido de la niña.


Emma y Stefan se apresuran y comienzan a invadirlo con preguntas sin parar. Me acerco al tumulto de gente nerviosa y eufórica. Pedro me rodea la cintura y al mirarme mis defensas desaparecen. Verlo así de asustado e inseguro, me hace sentir insegura también. Siempre supe que soy como soy, y soy lo que soy, porque él es fuerte por ambos, él puede soportar mis miedos y también los suyos, pero si ahora él deja de hacerlo, siento que soy capaz de derrumbarme…


—Todo salió a la perfección. El cuadro de la niña es estable y acaba de despertar —pronuncia el doctor, logrando que todos sonrían y se alivien rápidamente.


Todo el peso que sentía en el pecho se esfuma de un segundo al otro. Ahora me siento mucho mejor. Laura está bien. Pedro se voltea hacia mí con una sonrisa en el rostro mientras que Emma y Stefan se abrazan y Tania se lanza en brazos de Damian y comienza a gritar de felicidad.


—Te amo, Paula, te amo —me dice una y otra vez en un susurro. Aún siento un poco de miedo por su parte, pero creo que puedo ser lo suficientemente fuerte por los dos.


—Todo está bien, ahora, Pedro —le respondo acariciando su cabello. Beso sus labios y sonrío ampliamente.



Estoy realmente asustada. Laura está bien, todos están felices, pero ahora la que tiembla sin sentido y se siente nerviosa, soy yo. No creí que esto sucedería en un momento como este, pero las náuseas me dieron el alerta y sé que debe de ser por algo. Solo han pasado unos pocos minutos desde que el doctor nos informó que Laura está bien. Corrí al baño desesperada porque sabía que iba a vomitar y, lo peor de, es que lo hice.


Nunca creí que me realizaría la prueba de embarazo en el baño de un hospital, pero la desesperación vence todos mis planes. Solo es cuestión de tomar el test de embarazo oculto en mi bolso...


—Cálmate, Paula —me digo a mi misma mientras que me miro al espejo—. Puedes controlar esto, era lo que querías y si estás embarazada Pedro será el hombre más feliz de la tierra.


No puedo evitar sonreír. Una extraña sensación recorre todo mi cuerpo, como una especie de calor agradable que hace que tiemble. Estoy emocionada, pero la mezcla de emoción y nervios hacen que me comporte como una loca.


Es el momento. El test está ahí, en frente de mí, sin que pueda ver el resultado. Son solo unos pocos segundos para definir el resto de mi vida.


Un bebé... Aún no puedo creer que sea yo la que está pensando esto. Nunca me imaginé con un bebé en brazos, nunca creí que esto funcionaría, pero, ahora, solo puedo verme a mí misma y sonreír.


Sin notarlo coloco mis manos en mi vientre y acaricio mi plano abdomen una y otra vez.


Cierro los ojos y suelto un suspiro. Extiendo el brazo hacia la mesada del baño y tomo la prueba entre manos. Tengo que mantener el control. Si es más, significa que estoy embarazada y si es menos, no lo estoy. Sinceramente, quiero ver un signo positivo aquí, pero si es negativo me sentiré un poco aliviada, porque siento que no estoy cien por ciento preparada para algo así.


—Puedes hacerlo, Paula —me digo soltando un suspiro.


Abro los ojos y miles de recuerdos invaden mi mente en un corto lapso de tiempo. Mi boda, los momentos de tristeza, las risas, los besos... Todo sucede en blanco y negro y en cámara rápida, como si fuese una película. Mis ojos se nublan por un instante y parpadeo para que las lágrimas se deslicen por mis mejillas.


—Estoy embarazada... —murmuro con la voz entrecortada.


Me miro al espejo y la sonrisa que invade mi rostro es genuina. Nunca me había sentido de esta manera. Es una oleada de felicidad que asalta cada centímetro de mi cuerpo al paso de los segundos.


—Oh, por Dios, estoy embarazada.


Muevo mis manos en dirección a mi vientre y elevo la blusa de algodón que cubre mi piel. Me miro una y otra vez mientras que lloro y sonrío. Todo está bien, nada parece fuera de lo normal, pero la prueba de embarazo me dice que hay un bebé dentro de mí. Pedro y yo tendremos un bebé y... Pedro va a ser padre, tendremos a un hermoso bebé, estaremos juntos...


Oh, por Dios, no puedo creerlo.


Intento calmarme, pero la ansiedad y la felicidad me invaden. 


Seré madre, tendré un hijo, mi abdomen crecerá, sentiré sus pataditas en mi vientre, podré sentirlo, podré cuidarlo...


—¿Paula, estás bien, cariño? —pregunta Pedro golpeando la puerta del baño. Me exalto exageradamente y limpio mis ojos mientras que me dirijo hacia la salida.


—Estoy bien —respondo entre llanto—. Saldré en un momento.


—Te estaré esperando, cielo —susurra dulcemente.


Regreso hacia el lavabo y miro el test de embarazo de nuevo para corroborar que el signo sigue ahí. Sí, estoy embarazada pero, ¿cómo se lo diré a Pedro? ¿Cómo reaccionará? Ahora estoy muy confundida y emocionada, pero feliz, me siento completa, diferente...


Tomo mis pertenencias y me encargo de que todo quede en perfecto orden. Oculto la prueba dentro de uno de los bolsillos en el interior de mi bolso y luego me lavo las manos. 


Me las seco y con el papel sobrante limpio mis mejillas. La sonrisa de sorpresa y asombro sigue ahí, pero sé que no va a marcharse, puedo ver algo diferente, mi mirada cambió, tengo un brillo especial.


Examino mi atuendo y acomodo mi blusa de manera desesperada, como si todos pudiesen notar lo que me sucede, pero sé que es solo la impresión del momento. 


Acaricio a mi hijo y camino en dirección a la puerta. Le quito el cerrojo y salgo al pasillo. Pedro está ahí, de pie, espaldas a mí, esperándome. Luce una camisa celeste y unos pantalones azul marino que lo hacen ver perfecto, maravilloso.


—Estoy aquí —murmuro, deteniéndome a unos pocos centímetros de él.


Se voltea y me mira fijamente. Hay ojeras debajo de sus ojos y aunque no lo parezca yo sé que está exhausto y preocupado. Quiero gritar, quiero sonreír, quiero decirle que le daré el hijo que tanto ha anhelado desde hace tiempo, quiero decirle y besarlo una y otra vez, pero sé que no es el momento correcto.


Tengo que sorprenderlo por completo, tengo que hacer que sea especial.


—¿Que ocurre cariño, estabas llorando? —pregunta rodeándome con sus fuertes brazos.


—Últimamente, lloro por todo, Pedro. No te preocupes —le respondo en un susurro.


Él sonríe a medias, besa mi frente, acaricia mis mejillas con su pulgar y luego me abraza. Puedo sentir la preocupación en su gesto, pero por dentro no me puedo sentir mal. Laura está bien y se recupera... Y, además de eso, estoy segura que dentro de mi hay un mini Pedro o una mini Paula y eso es lo único que me alienta a ser más fuerte que nunca. Sé que este bebé cambiará las cosas, todo será mucho mejor que ahora. Si alguien me pregunta si soy feliz, está más que claro que la respuesta es sí.


—Te amo, Pedro —digo de repente, sin siquiera premeditarlo—. Te amo, te amo y te amaré siempre. Lo sabes, ¿verdad?


Él sonríe y me aprieta entre sus brazos nuevamente. Quiero llorar de felicidad, quiero gritarle a todos que tendré un bebé, quiero decirle a medio mundo que voy a ser madre, muero por decirle a Pedro la verdad, pero sé que debo esperar y estar segura de esto…


Mis ojos se llenan de lágrimas de nuevo y no puedo evitarlo. 


Hundo mi cara en el pecho de mi esposo y lo abrazo muy fuerte. Esto me afecta de manera positiva. Por Dios, tendremos un bebé, es posible que tengamos un bebé, es más que seguro, de hecho.


—Te amo, mi preciosa, te amo —me dice en un susurro.


Beso sus labios una y otra vez y no puedo dejar de sonreír, tengo que contenerme porque si no lo hago, él sabrá que algo sucede y no podré sorprenderlo. Ahora lo único que necesito es ir a ver a la doctora Pierce para estar más que segura.



Esperamos unas horas más hasta que por fin el doctor nos permite hacerle una pequeña visita a Laura. Entramos al cuarto todos juntos, con un enorme oso de felpa que Pedro se encargó de comprar. No tengo idea de cómo lo hizo, pero sé qué hará que la niña se sienta mucho mejor.


No dejo de sonreír ni un solo segundo, me siento diferente, renovada, me siento como jamás me he sentido antes y Pedro ya pudo notarlo. Solo estoy esperando que me haga preguntas. En todo este tiempo estuve pensando en la manera de decírselo y también estuve pensando en acelerar el proceso de todo esto. Quiero ver a la doctora Pierce ahora, pero no podré y, esperar hasta una cita será devastador. ¿Y si le digo que estoy embarazada sin hacerme la consulta? Tengo el test de embarazo y es positivo, esas cosas casi nunca fallan y…


Disipo mis pensamientos y veo a la niña tendida en la camilla del hospital. Se ve algo cansada y asustada. Mis ojos se ponen llorosos rápidamente. Emma y Stefan están a su lado y acarician su manito una y otra vez. Pedro deja mi mano y cruza la habitación rápidamente hasta llegar a su lado. Besa su frente y con sumo cuidado la abraza. Veo como se relaja, percibo como la preocupación se esfuma al paso de los segundos.


Tania deja la mano de Damian y corre hacia su sobrina, al igual que Daphne, que parece más preocupada que todos nosotros juntos.


Damian y yo nos miramos por unos segundos, ambos sabemos que no tenemos nada que hacer aquí. No somos parte de la familia en este aspecto tan íntimo, me siento fuera de lugar y sé que él también se siente igual que yo.


—Que susto me has dado, princesa —le dice mi esposo corriendo algunos mechones de pelo de su carita.


Me muevo a través de la habitación con el oso de felpa colgando de un brazo y me detengo detrás de mi esposo. 


Emma me sonríe y, con la mirada, me dice que no llore, porque todo está bien, pero ahora comprendo lo que sucede. 


Si yo estuviera en su lugar, estaría destrozada.


Laura mueve su cabecita en mi dirección. Pedro se coloca a un lado y, sin prestar atención, casi me golpea con su espalda, no sé cómo describirlo, pero mi cuerpo se mueve rápidamente y mis manos protegen mi vientre, sin que pueda notar que lo hice. Es un reflejo completamente sorpresivo, pero nadie lo nota, por suerte.



—Tía Paula… —murmura con su voz de niñita—, estás aquí.


Me acerco a la camilla y Pedro y yo tomamos juntos una de sus manos. Nos miramos cuando lo hacemos y nos sonreímos.


—Claro que estoy aquí, pequeña. ¿Cómo te sientes?


—Me duele —responde haciendo una mueca—. Mamá dijo que estaré bien, pero sigue doliendo.


Sonrío y acaricio su frente. Nunca fui cariñosa con ella, pero en un momento así, no pienso en eso, solo quiero que sepa que la quiero, a pesar de todo, y que estoy muy feliz porque ella está bien.


—Verás que pronto no sentirás nada y volverás a jugar como antes —le dice Pedro con la voz cargada de dulzura.


—Mamá me dijo que me quitaron una perdiz de mi barriga —comenta con inocencia. Todos reímos al unísono y ella frunce el ceño sin comprender.


—Creo que quieres decir apéndice, princesa —le responde Tania con una amplia sonrisa—.Y no te preocupes, estarás mejor sin ella.


Todos volvemos a reír y segundos después le entregamos el oso de felpa. Ella lo estrecha entre sus brazos mientras que nos enseña esa sonrisa angelical y esos ojitos inocentes y traviesos, al mismo tiempo. Verla bien me deja mucho más tranquila.