miércoles, 13 de septiembre de 2017

CAPITULO 11 (SEGUNDA PARTE)





Pedro me retiene durante varios minutos, pero con la excusa de vestirme para que tengamos una hermosa noche, entro al baño, le pongo el pestillo a la puerta y suelto un leve suspiro. 


¿De verdad haré esto? ¿Por qué me siento tan desesperada?


Es increíble pensar que hace un mes atrás la palabra bebé me causaba terror y, ahora, estoy desesperaba por que se haga realidad algo que ni siquiera existe. No me comprendo a mí misma. Pedro me cambió en todos los sentido posibles y creo que he perdido el control.


Coloco música en mi teléfono celular para no sentir todos esos nervios gritándome, mil veces, que lo haga. Me desnudo y luego entro a la ducha. Necesito un baño, necesito relajarme, todo saldrá bien, si lo estoy, lo estoy, se lo diré y seremos felices, pero, si no lo estoy, volveré a hacerme la prueba en dos semanas y se acabó. Voy a cumplir su deseo, voy a darle el bebé que tanto quiere, puedo controlar eso.


Escojo el vestido blanco para esta noche. Peino mi cabello hacia un lado y hago varios bucles con el aparato que he traído. Me maquillo y me pongo un poco de perfume. Justin Timberlake sigue sonando desde mi teléfono, pero los nervios no se van. Miro dentro de la bolsa del vestido y ahí está la caja.



Me desespero, la abro y, rápidamente, leo las instrucciones. No parece difícil. Voy al váter y hago lo que debo hacer sobre el test. Cierro los ojos y lo dejo sobre la mesada durante cinco minutos.


Me miro una y otra vez en el espejo mientras que cuento los segundos en mi mente. Sigo viéndome perfecta, pero por el nerviosismo acomodo mi cabello una y otra vez sin poder dejarlo quieto en un solo lugar.


Pedro golpea la puerta del baño unas tres veces y, cada una de ellas, le digo que saldré enseguida, pero en realidad no sé si es así. Estiro mi brazo y tomo el test entre mis manos. 


Me desmayé sin sentido, pero, tal vez, no sea lo que estoy pensando. ¿Qué sucederá si no lo estoy? ¡Mierda! Estoy demasiado confundida.


“El signo negativo significa que usted no está embarazada…”


—No estoy embarazada —me digo a mi misma mientras que me miro en el espejo. Mis ojos se han cristalizado y un oscuro sentimiento se apoderó de mi pecho—. No estoy embarazada—repito.


Es decepción, es tristeza, angustia…


Una lágrima se escapa de mi ojo derecho y no puedo contenerlo por demasiado tiempo. Todos esos sentimientos que tenía atrapados en mi pecho se desbandan. Yo sí lo quería, ahora sé que lo quería. Estaba segura que si ese test me enseñaba un signo más, estaría saltando de alegría…


No estoy embarazada. Aún no cumplo el sueño de Pedro.


“¿También es tu sueño, Paula?”—me pregunto a mí misma, pero decido ignorar esa pregunta.


Salgo del cuarto de baño con los ojos aún húmedos. Hice todo lo posible por ocultar lo que ocurrió, pero sé que él lo notará, me conoce mejor que nadie.


—Te ves hermosa, cari… —murmura, viéndome detenidamente, pero su frase se apaga cuando nota mis ojos vidriosos.


Se mueve rápidamente hacia mi dirección y me estrecha entre sus brazos con mucha fuerza. Hundo mi cara en su pecho y lo abrazo con todo lo que mis brazos me permiten. 


Sollozo afligida y percibo como, entre la confusión y la desesperación, Pedro intenta controlarme. No debo decirlo, no puede saberlo. Sé lo que es la desilusión cuando se trata de esto. La Paula de antes estaría feliz por algo así, pero ahora soy diferente, no soy la misma de antes, he cambiado bastante y eso me asusta.


—¿Por qué lloras, mi preciosa Paula? ¿Qué sucede?


Me limpio la nariz con el dorso de la mano y vuelvo a abrazarlo.


—Sé que ya lo he dicho, pero solo abrazarme y no hagas preguntas, Pedro, por favor…



****

Intento olvidarme de lo que sucedió. Luego de evadir las miles de preguntas de Pedro, diciéndole que solo me sentía sentimental por todo lo ocurrido, dejó de molestarme.


Salimos del camarote tomados de la mano y nos dirigimos rápidamente a la cubierta. Cientos de pasajeros se pasean de un lado al otro. La piscina en la que los niños jugaban en la tarde está vacía y perfectamente iluminada por algunas velas que crean un maravilloso ambiente. Hay cientos de mesas y camareros vestidos de smoking, se pasean de un lado al otro con copas de champagne, vino y refresco. Pedro toma una copa de vino y yo uno de zumo de naranja, estamos parados durante casi media hora, solo contemplando el mar negro en pleno silencio. Nadie dice nada, las olas son las únicas que hablan entre ambos. Miro hacia el horizonte y solo distingo lo oscurecido. Este es nuestro momento de pensar, de esclarecer todo lo que sucede, todo lo que nos pasa.


—No sé por qué llorabas hoy, Paula, pero estoy volviéndome completamente loco. Quiero saber que te sucede, que piensas. Quiero que seas sincera conmigo y…


Poso mi mirada en mis manos y me muevo nerviosamente. 


No quiero que él lo sepa, pero tampoco quiero decir una mentira. No sé qué hacer y, por primera vez, tengo miedo de no poder controlar la situación. Todo esto está superándome por completo y me asusta.


—No sucedió nada —aseguro—. Simplemente recordé alunas cosas y fui débil.


—¿Estás segura? —cuestiona frunciendo el ceño.


—Completamente —respondo.


—Esta es tu oportunidad para decirme la verdad, sea lo que sea, cariño. Ya lo sabes.


Toma mi mentón y eleva mi mirada hacia la suya. No puedo mentir viendo esos ojos desesperados y preocupados, simplemente no puedo hacerlo. Tiene que saberlo, no quiero ilusionarlo en vano, pero algún día lo estaré y el será feliz de todas formas.


—Yo…



—¡Paula! —exclama la chillona voz de la tal Gina a unos pocos metros de mí.


Pongo los ojos en blanco y hundo mi rostro en el pecho de Pedro, como si intentara esconderme de ella y de su fastidioso esposo.


—Aléjalos de mí —murmuro sintiendo como Pedro me rodea con sus brazos.


—No seas descortés, cariño —me dice con una divertida sonrisa, que no puedo ver, pero si sentir—. Ambos son agradables.


Es hora de utilizar una máscara. Luego de tanto tiempo, la Paula malvada abre el viejo baúl lleno de polvo y toma la máscara de “tú me agradas” y se la coloca rápidamente. En mi rostro se forma una amplia sonrisa antes de voltearme hacia su dirección.


—¡Gina! —digo finalmente.


Ella se acerca y me da un abrazo, luego saluda a mi esposo y, segundos después, su marido aparece delante de ambos y carga al pequeño bebé en brazos, que se ve completamente adorable vistiendo unos pantalones de jeans, zapatillas y una camisa a cuadros. Es como una mini versión de Damian. Sonrío ampliamente al ver al pequeño y mi mente comienza a imaginar cosas.


Eso es un bebé…


—Estaba diciéndole a Gail que si vendrían y mira, aquí están —expresa con una sonrisa de oreja a oreja.


Su esposo nos saluda a ambos y Pedro toma la pequeña manito del bebé y la besa con ternura. Un nudo se forma en mi garganta y bebo un poco de jugo para disimularlo.


Los hombres se quedan en donde están y hablan sobre negocios y cosas que no me interesan en lo más mínimo.


Gina busca dos asientos y obligadamente debo hacerle compañía. Miro a Pedro todo el tiempo y veo como sonríe y disfruta de la conversación, mientras que Gail se mueve de un lado al otro para que el pequeño bebé se duerma. Me siento incomoda, no sé qué hablar con ella, ni siquiera la conozco.


—Bien, Paula. Háblame de ti, que te gusta, que no, cuéntame algo.


Sonrío forzadamente y ladeo mi cabeza hacia su dirección. 


Ella es madre, es alguien que ya vivió la experiencia, tal vez, este es mi momento de aprovechar y sacar toda la información que debo saber para estar segura de la locura que cometeré.


—¿Puedo hacerte una pregunta algo extraña?



Frunce el ceño, pero una sonrisa aparece y me da luz verde para bombardearla con mis miles de dudas.


—¿Qué se siente ser madre? Es decir… ¿Cómo sabes que estás lista para algo así?


Me mira con sorpresa y luego posa sus ojos sobre mi vientre. Abre la boca y, antes de gritar, la cubre con sus manos y se mueve de un lado al otro de una forma extremadamente exagerada.


—¿Estás embarazada? —cuestiona en un susurro, sin quitar su cara de felicidad y emoción.


—¡No! —Niego con la cabeza una y otra vez y luego me atrevo a clavar mis ojos en los suyos. Tal vez, si dejo de ser esa Paula dura y solitaria de siempre, logre sentirme mejor, tal vez, si le digo por primera vez a alguien como me siento, quizá, eso me ayude.


—¿Qué sucede, querida?


—Yo… —susurro sin saber que decir exactamente. Volteo mi mirada hacia Pedro y lo veo sonreír una y otra vez—. Quiero hacerlo feliz, quiero darle ese hijo que tanto desea, pero…—La voz se me apaga rápidamente.


Me gusta su sonrisa, me gusta verlo así de feliz, sé que cuando estamos juntos y de buen humor todo es diferente, hay algo que marca la gran diferencia, pero aún sigo confundida y aunque lo quiera, es decir, aunque quiera ser madre, no sé si será buena idea. Ni siquiera he terminado de conocerme a mí misma y estoy pensando es esto…


—A veces creo que soy una persona que no puede tomar decisiones por sí misma. Toda esa seguridad que le demuestro a los demás es solo un escudo, no soy así realmente… —confieso en un leve murmuro.


Estoy avergonzada, no es fácil admitir algo de este calibre, pero tengo que hacerlo.


Gina me mira con el ceño fruncido, pero luego una sonrisa reaparece en su rostro.


—Aún eres joven y hay muchas cosas de ti que tú ni siquiera sabes. Cuando tenía tu edad, también tenía miedo de lo que podría suceder si la vida me sorprendía, pero con miedo no logras nada. No debes permitirte vivir siendo algo que no eres, los escudos son creados para defendernos de los que nos quieren hacer daño, pero tu esposo jamás te hará daño. ¿No crees? Simplemente debes dejar que las cosas sucedan naturalmente…


Pedro y Gail aparecen y se sientan en la mesa al lado de nosotras. La conversación se interrumpe y las dos nos callamos rápidamente, no quiero seguir hablando de esto, ni siquiera quiero pensar en nada. Necesito dejar mi mente en blanco por unos minutos. Es demasiado para procesar.


—¿De qué hablaban que se quedaron calladas? —pregunta Gail con una sonrisa.


Gina besa a su esposo en los labios y carga a su pequeño bebé en brazos, el niño tiene demasiadas energías, aún no se ha dormido y eso realmente me asusta.


—Solo hablábamos de cosas sin importancia. ¿Verdad, Paula?


—Claro —respondo velozmente.


Pedro me besa en la mejilla, luego rodea mi cintura con sus brazos y besa mi pelo una y otra vez sin apartarse de mí. 


Quiero salir de aquí, necesito pensar con la mente fresca, quiero a Pedro desnudo en nuestro camarote, es lo único que necesito.


Un maestro de ceremonias emerge de algún lugar con un micrófono en manos, para dar comienzo a la fiesta. Todos prestamos atención a su frase que es traducida en más de cinco idiomas por pantalla gigante. Aplaudimos y todo ese tipo de cosas hasta que finalmente se da por iniciado el crucero de tres días por el mar mediterráneo. Se oyen gritos y silbidos una y otra vez. Las luces bajan su intensidad y una alegre música disco de los años ochenta comienza a sonar a través de los altavoces.


—¡Vamos a bailar, cariño!—exclama Pedro, tomándome de la mano y arrastrándome hacia la pista de baile.


Me quejo una y otra vez, pero simplemente no logro detenerlo. Yo no sé bailar este tipo de música, ni siquiera sé que dice la canción, no quiero hacer esto delante de todo el mundo.


—¡Pedro, no! —grito por enésima vez, pero cuando logro comprender todo lo que sucede, me doy cuenta que ya estoy rodeada de gente que baila sin importarle lo que los demás piensen. Se mueven sin control. No importa la edad, el físico, la ropa que llevan o lo que sea, simplemente están divirtiéndose, yo también debería estar divirtiéndome.


Clavo mi mirada en sus ojos por unos segundos y no puedo resistirme. Es simplemente perfecto, verlo sonreír es lo único que necesito para cometer locuras. Me enamoré perdidamente y ahora debo asumir todas las idioteces que tendré que hacer porque lo amo.



Muevo mis brazos y mi cabeza al ritmo de la música mientras que percibo como una sonrisa real se mantiene en mi rostro. Me siento completamente feliz, con Pedro a mi lado no necesito nada más, solo él.


—¡Adoro esta canción! —exclama Gina uniéndose a nosotros. Gail aparece al lado de su esposa y se mueve de manera muy graciosa con su hijo en brazos—. ¡Esta noche será mágica! —exclama mientras que mueve sus dedos de un lado al otro y acorta la distancia entre ambas.


—No tienes que pensarlo demasiado, Paula. Amar es un motivo suficiente… —susurra dulcemente, haciéndome comprender todo.


Lo amo, eso ya lo sé, pero puedo amarlo mucho más. Quiero que sea para siempre, ahora lo sé con claridad.


Oigo un gran estallido a mis espaldas y rápidamente el cielo se ilumina con varios colores. Es un espectáculo maravilloso. 


Luego tres estallidos seguidos, que hacen que me asuste levemente, todos los pasajeros miran el cielo y contemplan como los fuegos artificiales hacen su magia para que todo salga perfecto. Me aferro al torso de mi esposo y descanso mi cabeza en su pecho mirando atentamente el oscuro cielo cubierto de estrellas y luces.


—Antes de que Gina nos interrumpiera ibas a decirme algo —comenta Pedro.


—Iba a decirte que te amo —murmuro, clavando mis ojos en los suyos que se ven brillantes y hermosos, mucho más que las anteriores veces.


—Dime que me amas, entonces —me pide, uniendo nuestras frentes.


Beso sus labios y cierro mis ojos, coloco mis manos detrás de su cuello y me olvido que todo el maldito mundo existe. 


Solo somos nosotros dos. Me gusta sentir que no hay nadie alrededor, este es nuestro mundo, nuestra burbuja, nuestra noche que recién comienza, nuestra nueva oportunidad. 


Todo es nuestro, todo podemos controlarlo si estamos juntos.


—Te amo…





CAPITULO 10 (SEGUNDA PARTE)






Más tarde, regresamos a nuestro camarote. Me doy un baño y Pedro se encarga de cambiar el vendaje de mi brazo. 


Pensé que era algo enorme, sin embargo, es un corte pequeño, pero profundo. Eso explica la cantidad de sangre.


Miro el reloj en mi celular. Aún es temprano y necesito hacer algo de ejercicio. Necesito seguir manteniendo mis rutinas o todo se saldrá de control. Corro hacia mis maletas y quito mi atuendo deportivo. Me cambio en el baño y salgo a la habitación para que Pedro me vea.


Llego las calzas cortitas, que apenas cubren la mitad de mi muslo, un corpiño deportivo, que deja todo mi vientre y espalda al descubierto, y una alta cola de cabello.


—¿Qué haces vestida así? —pregunta poniéndose de pie rápidamente.


Sé que le gusta lo que ve, pero le alarma que salga así y que todos me vean. Oh, sí. Mi plan no planificado está resultando excelentemente bien.


—Haré ejercicio —respondo con una malvada sonrisa.


—Tú y yo hacemos mucho ejercicio —murmura con seriedad.


—Lo sé, pero necesito hacer otro tipo de ejercicio, Pedro —le respondo poniendo los ojos en blanco.


—No saldrás vestida así —dice con completa seguridad.


—¿Por qué no? —cuestiono mirando mi atuendo con inocencia.



—¡Por qué no! —responde saliéndose de control. Verlo de esa manera me encanta—. ¡Solo mírate, Paula! Estás… y tus piernas… Simplemente no dejaré que mi esposa… Oh, Dios, vas a matarme.


Se sienta en la cama e intenta calmarse. Se ve completamente desesperado y no puedo evitar reírme al verlo de esa manera. Es demasiado divertido.


—Bien. Si no quieres que salga, entonces, haré ejercicio aquí dentro, pero no quiero ni una sola queja —le advierto.


Él parece estar de acuerdo. Se relaja y vuelve a sentarse en la cama, para seguir viendo su programa de televisión. 


Conecto los audífonos a mi Iphone y dejo que la música electrónica comience a sonar. Hacer los primeros ejercicios de calentamiento va a excitarlo y mi plan se pondrá en marcha.


Comienzo con los típicos y básicos estiramientos. Lo hago sin obtener muchas miradas.


Después un poco de yoga, el saludo al sol y blablabla, me volteo apropósito y hago que mis manos toquen mis tobillos, me levanto y vuelvo a bajar, pero esta vez mis manos tocan el suelo. Sé que está mirándome, tiene la vista perfecta de mi trasero y mis piernas. Siento su mirada clavada en mi cuerpo. Esto comienza a funcionar.


Me volteo hacia su dirección y lo atrapo justo cuando me mira. Sonrío en mi interior, pero finjo que nada sucede. 


Repito la acción anterior, pero esta vez le enseño mis tetas. 


Mi mirada está perdida en el suelo, pero la suya mira mis senos sin disimulo. Oh, genial. Todo sale a la perfección.


—Lo estás haciendo apropósito —dice cuando enderezo la espalda.


—¿Qué? ¿Yo? ¡Claro que no! —protesto con inocencia.


Se pone de pie y rápidamente me toma entre sus brazos. 


Atrapa mis labios y me besa apasionadamente. Sus manos acarician mi espalda y mi trasero con desesperación. No logro reaccionar. Solo dejo que me lleve hacia la dirección que él quiera.


Me coloca a horcajadas sobre su cintura y besa mi cuello. 


Camina un par de pasos y ambos caemos sobre el colchón. 


Me quita la cola de caballo y deja que mi cabello caiga alrededor de los hombros, luego toma mis zapatillas y las arroja a un lado, al igual que los calcetines.


—¿Quieres hacer éste tipo de ejercicio? —pregunta quitándose la camiseta.



Lo detengo y hago que me mire fijamente.


—Quiero que hagas una cosa.


—¿Qué?


Muerdo mi labio y paso mi dedo índice por su cara.


—Quiero que me digas algo sucio.


Ahora esta blanco como el papel y asombrado. Lo tomé por sorpresa.


—No soy bueno con eso. Puedo decirte algo hermoso, pero…


—Algo sucio.


Él mira hacia todas partes sin saber cómo reaccionar, me rio levemente y rozo mi sexo con el suyo. Me excito y él también, pero aún no es suficiente. Quiero un Pedro sin timidez, un Pedro que me haga de todo sin miedo alguno.


—Eh… Paula, no soy bueno en esto.


—Dime que me vas a coger muy duro y que me harás gritar para que todos me oigan.


—¿Qué…? No, eso no es…


Pongo los ojos en blanco y lo hago a un lado. Me pongo de pie, tomo mi sostén deportivo y me lo coloco. No me dará lo que quiero y no le daré lo que quiere. Muy sencillo.


—¿Qué sucede, ahora? —cuestiona desconcertado.


—Saldré de aquí.


Camino hacia la salida y antes de llegar a la puerta, siento como esos fuertes brazos me toman con posesión y prisa. 


En menos de dos segundos, estoy tirada en la cama y tengo a Pedro encima de mí, con esa mirada llena de posesión.


—No saldrás de aquí —asegura, moviéndose sobre mi zona para que sienta su erección.


El juego acaba de empezar.


—¿Y por qué no puedo salir?


—Porque te voy a coger muy duro para que todos te oigan, Paula Alfonso…



****


Más tarde, nos quedamos acostados en la inmensa cama y, entre besos y caricias, hablamos sobre cosas sin sentido.



Pedro… —murmuro cuando veo que comienza a quedarse dormido.


—¿Qué? —pregunta con el tono de voz apenas audible—. ¿Estoy dormido? Porque oigo a un ángel —comenta con humor. Me rio levemente y golpeo su hombro. Él abre los ojos y me besa en los labios.


—¿Sabías que el crucero tiene un centro comercial?


Arquea las cejas y sonríe.


—Sí, lo sabía, pero tenía la esperanza de que no te enteraras.


Lo miro fijamente y no logro contener el ataque de risa que invade mi cuerpo y produce grandes carcajadas, que se escapan de mi interior. Me siento tan bien, tan normal. Sin máscaras, sin mentiras, sin tener que fingir. Somos solo nosotros, soy solo Paula.


—Tengo deseos de ir de compras —le informo con una sonrisa traviesa.


—Lo supuse.


—¿Y entonces…?


—Ahora estoy cansado, duerme conmigo —Estira su brazo por encima de mí con insistencia, pero lo esquivo velozmente—. Tenemos toda una vida para ir de compras, mi preciosa Paula… —murmura, besando mis nudillos.


Si, lo sé, pero si me acuesto con él, dormiré eternamente y no haré nada de lo que tengo deseos de hacer.


—Quédate y descansa si quieres. Iré a hacer algunas compras y regresaré en dos horas —propongo, cruzando los dedos en mi interior, para que me deje hacerlo.


No quiero que me acompañe. La idea del supuesto bebé ha estado rondando en mi cabeza durante toda la mañana y necesito conseguir ese test de embarazo aquí dentro. Si hay un centro comercial, debe haber una farmacia y, si la hay, por fin podré saber si tengo a una mini Paula en mi interior.


—No quiero que estés sola por ahí.


Pedro... —protesto—, estamos en un barco, que pesa más de diez toneladas, en medio del Mediterráneo. No podré escapar por ningún lado —me quejo. Se ríe y luego me da un beso en los labios. Me mira por unos segundos y noto como sus ojos pasan de un simple color marrón a un marrón de ilusión, felicidad y amor.


—¿Te he dicho alguna vez, que eres la mujer que siempre he soñado?



Sus dedos acarician mi pelo y mi cara con ternura. Intenta retenerme, no quiere que me vaya y por eso lo hace, pero estoy completamente decidida a dejarlo aquí por un par de horas. Las ansias y la desesperación me superan por completo.


—No me los has dicho con palabras, pero, aun así, lo sabía —confieso con una enorme sonrisa. Me siento extraña, nunca había sonreído tanto en un solo día—. Duerme tu siesta de las seis de la tarde —le digo dándole un beso esquimal—. Yo iré a comprar algo y regresaré enseguida.


—Cuídate, cariño.


—Lo haré —respondo—. Descansa, esta noche tendremos mucho que hacer.


—Te amo, mi preciosa Paula.


—También yo.


Me besa en los labios y deja que me marche.


Recorro diversas tiendas del centro comercial, ubicado en el tercer piso del crucero. No he visto nada que sea de mi estilo por el momento. No estoy segura si iremos a la fiesta en la cubierta, esta noche, pero por los carteles promocionales que he podido observar, sé que será una fiesta sin ninguna temática en particular, así que podré escoger entre más opciones para mi vestimenta. Quiero impresionarlo, no lo sé, solo quiero que me vea algo diferente a lo habitual. Quiero cambiar un poco.


Entro a otra tienda y le pido a una de las chicas que me muestre algún vestido que no sea de mi estilo. Le explico durante unos segundos lo que busco, ella me sonríe y desaparece entre filas y filas de vestidos perfectamente colgados en un rincón. Reaparece y trae dos diseños en sus manos. Los veo y los dos me fascinan. Son de una tela fresca y algo trasparente, similar a los vestidos que utilizan en Hawái. El primero es de color blanco, me llega hasta los tobillos y tiene un escote en ve, que se ajustan muy bien a mis pechos bronceados. El segundo vestido es celeste, también me llega a los tobillos, pero tiene escote recto y algunos detalles bordados en él. Me encantan los dos. Me los pruebo y, sin dar más vueltas al asunto, los compro a ambos.


Salgo de la tienda con dos bolsas, y mis piernas comienzan a tiemblan cuando entro a la farmacia. No hay demasiada gente en la sección de medicamentos, todas están encantadas con los perfumes en exhibición. Avanzo en la fila y, cuando llego al mostrador, titubeo varias veces antes de hablar.



—Necesito una prueba de embarazo —murmuro finalmente—. No. Mejor, que sean dos.


La mujer rebusca entre los estantes y, luego de unos pocos segundos, me enseña diversas marcas y modelos. Opto por los que tienen el signo positivo/negativo y el otro por el de una raya/dos rayas. Los pago y guardo ambas cajas entre la tela de los vestidos que compré. No quiero que Pedro los vea y se imagine algo así, no quiero que se ilusione, ni siquiera yo quería ilusionarme, pero creo que es algo tarde para eso…


—¿Todo en orden, cariño? —cuestiona Pedro al otro lado del teléfono.


—Sí, todo está bien. Estoy de camino al camarote. Llegaré en diez minutos.


—¿Encontraste algo que te gustara?


—Sí, lo verás esta noche. Te encantará.


—Estoy ansioso.


Me rio levemente y luego camino por los amplios pasillos hasta salir a cubierta.


—Te veo luego, cariño.