viernes, 13 de octubre de 2017

CAPITULO 49 (TERCERA PARTE)





Abro los ojos lentamente. Todo se ve borroso y la habitación en la que me encuentro es un poco más grande de lo que recordaba. 


Hago una mueca por causa de un leve dolor en todas las partes de mi cuerpo y luego coloco ambas manos en mi vientre. 


Acaricio a mi… Pequeño Ángel, Kya, mi hija ya no está ahí. 


Sonrío y luego me rio levemente. Mis ojos se llenan de lágrimas y comienzo a recordar todo ese hermoso y doloroso momento. Su carita, su cabello, lo pequeñita que era, todo… 


Todos los detalles están en mi mente. Kya, mi hija. Oh, por Dios. Aún no puedo creerlo. Mi vientre aún no está como antes, pero eso no importa ahora, solo quiero ver a mi hija. 


Me muevo desesperadamente y me quito la manta que cubre mis piernas. Ya no tengo el camisón de seda color azul, ahora estoy vestida con un pijama de algodón. Es nuevo, no lo había visto, tiene las mangas hasta los codos y me llega un poco más encima de las rodillas. La tela es blanca y tiene corazoncitos negros por todas partes, y además de eso tiene botones desde el cuello de la prenda hasta debajo de mis pechos. Es uno de esos camisones para mamás y estoy segura que Pedro lo ha escogido. 


Sonrío y luego me siento en el borde de la cama con las piernas colgando. Oprimo el botón rojo una vez y espero unos segundos. La puerta se abre y una enfermera entra a la habitación con una amplia sonría. Parece joven y simpática. 


—¿Y mi esposo? —pregunto desesperada—. ¿Y mi hija? ¿Dónde están? Quiero verlos.


 —No se preocupe, señora Alfonso. Su esposo está en la sección de neonatología con la bebé. 


—Quiero verlos —le digo, sintiendo como la desesperación me invade. 


Ella sigue sonriendo y luego me ayuda a quitarme la sonda del brazo. Me paro, calzo mis pies y luego ella me guía por los pasillos del hospital de un lado al otro. Quiero invadirla de preguntas, pero no puedo hacerlo, solo pienso en mi hija, en Pedro y todo lo que tengo.



—¿Cómo está mi bebé? —pregunto en un susurro. 


—¡Oh, la pequeña Kya es la sensación de la sala de neonatología, todos la aman!—exclama ella tomándome del brazo para ayudarme a desplazarme con más facilidad. Puedo caminar bien, no estoy tan hecha trizas, pero que ella esté a mi lado le agrega dramatismo a la situación y eso me agrada—. Aquí es —dice señalándome la puerta blanca con cientos de estampas y dibujos de bebés en ella—. Daré aviso a las enfermeras, señora Alfonso. 


Espero impaciente a que ella ingrese a la sala. La puerta se cierra y oigo varios llantitos de bebé dentro de ella. Me pongo nerviosa de un segundo al otro y siento como mis manos tiemblan. La puerta se abre una vez más y veo a la enfermera. 


—Por aquí —dice. 


Entro al lugar y busco a mi bebé entre varias secciones del inmenso lugar. Localizo a Pedro al otro lado de la gran sala. 


Esta inclinado de espaldas a mí y no nota mi presencia. Me acerco con cautela, mientras que la enfermera sigue mis pasos. Cuando me detengo y veo a mi hermoso ángel, pierdo el aliento, mis ojos se inundan de lágrimas, veo borroso y solo puedo sentir como mi pecho es atacado por algo extraño. Algo hermoso y perfecto que me hace completamente feliz. 


Pedro voltea su rostro hacia mi dirección y al verme, suelta con delicadeza su mano de la incubadora y luego me estrecha entre sus brazos. Solo pasaron horas, pero todo lo que sucedió representa días, meses, miles de horas. Lloro en sus brazos sin apartar los ojos de mi hija. No puedo creerlo. Nunca en mi vida imaginé algo así. Nunca imaginé a un pequeño angelito así. 


—Está aquí... —solloza él con la voz entrecortada. 


—¿Por qué está ahí?—indago, viéndola moverse dentro de la incubadora. 


Me suelto levemente del agarre de Pedro y luego doy un par de pasos hacia ella. Coloco mi mano en el círculo especial y tomo su diminuta y rosada manito sobre la mía. Cubro mi boca con mi mano libre y siento como Pedro me rodea la cintura y se posiciona detrás de mí. 


—Los médicos han dicho que ella está bien —asegura con la voz dulce—. Se quedará ahí hasta que ellos se aseguren de que sus pulmones están fuertes.



Siento como mis mejillas siguen empapándose y solo puedo ver a mi pequeña moverse de un lado al otro. Solo tiene un pañal con dibujos rosados y que incluso es mucho más grande que ella. Mueve su cabecita de un lado al otro como si estuviese buscándome a mí, porque sé que lo hace, soy su mamá y estamos conectadas en todos los sentidos. Ella me extraña, extraña mis caricias y extraña que le cante canciones y le hable, yo lo sé. Sé que estas horas lejos de mí fueron fatales para ella. 


—Te amo, hija... —logro decir con la voz entrecortada. 


Acarició su manito y luego su pequeño rostro, su naricita rosada, sus ojitos cerrados... Mi hija es simplemente hermosa, es mi ángel... 


—Es hermosa —dice Pedro con el mismo tono de emoción que el mío. Abre el otro orificio de la incubadora e introduce su mano también. Él acaricia sus piecitos que son más pequeños que mi pulgar, luego sus piernitas y sus bracitos. 


Ella se mueve de un lado al otro y comienza a llorar. Quiero sacarla de ahí y quiero tenerla por siempre entre mis brazos. 


—Quiero cargarla —le digo a Pedro. Voy a perder el control—, quiero cargarla. Pedro habla con dos enfermeras y ellas rápidamente se mueven de un lado al otro. 


—Es el momento perfecto para que le dé el pecho, señora Alfonso—me dice una de ellas—. Tenemos que saber si la bebé quiere su leche o la formula. 


La otra enfermera me acerca una silla y el bolso rosa de mi pequeña, después ayuda a que me siente. Pedro toma a mi pequeña bebé en brazos, ella parece aún más pequeña junto a su padre. Observo como él la mira con orgullo, con amor... Miles de sentimientos que no puedo explicar. Pedro y yo hicimos a esa princesa. Pedro y yo hicimos algo hermoso, algo perfecto... Tomo una mantita de color lavanda del interior y dejo que Pedro la posicione entre mis brazos para cubrirla y que no sienta frío. Kya aún no ha abierto sus ojitos y lloriquea un poco, pero las yemas de mis dedos acarician su frente y ella se calma. Es la cosa más hermosa que he visto en mi vida. No hay palabras suficientes para describir todo lo que estoy sintiendo. 


—Pruebe de darle el pecho, señora Alfonso —me pide la enfermera. Sonrió y luego miro a Pedro fijamente cuando se agacha para estar a mi altura y a la de su hija.



—No tienes idea de todo lo que te amo, Paula —murmura con una sonrisa y los ojos brillantes—. Me has dado... Me has hecho... Ambos hicimos a esta princesa —logra decir. 


Sonrió y asiento levemente con la cabeza. Mis ojos lloran de nuevo y solo puedo sonreír y mirarlo a él y luego a mi hija sin poder creerlo. Desabrocho los botones de mi camisón de algodón y me cruzo de piernas para sentirme más cómoda. 


Kya mueve sus manitos y luego su cabeza de un lado al otro. Tiene la misma pulserita de silicona blanca que tengo yo en mi mano derecha y ambas dicen “Alfonso, Paula #242” 


—Intente unas dos o tres veces, señora —me pide la enfermera. 


Asiento y luego recuerdo todo lo que debía de hacer. Repaso lo que leí en las revistas y los consejos de la clase de maternidad... Estoy nerviosa, lo admito. Por un lado muero porque mi hija se alimente de esta manera tan hermosa y natural, pero muy en lo profundo tengo miedo a todas las imperfecciones que tendré si lo hago. Sí, es algo que no es importante, pero me aterra imaginar mi piel con todas esas marcas.


 —Vamos, cariño... —le digo dulcemente. 


Tomo mi pezón izquierdo entre el dedo índice y el mayor como me han enseñado y lo acerco a su boquita. Mi ángel mueve su cabecita y luego sus labios succionan mi piel. 


Cierro los ojos por la sorpresa y siento como ella comienza a tratar de alimentarse. Me siento sensible, voy a llorar otra vez. Nunca creí que algo sería así de perfecto. 


—Muy bien, princesa… —solloza Pedro mirando a su hija. 


—Así es, cariño... —le digo acariciando su cabecita—. Muy bien, mi ángel... —Estoy llorando de nuevo. 


Pedro tiene una enorme sonrisa de padre orgulloso y los ojos con lágrimas. Toma su teléfono celular y luego comienza con las fotografías. No le digo nada, de hecho ni siquiera miro a la cámara, solo tengo mi concentración en mi pequeña. Ella mueve su cabecita de un lado al otro, mientras que succiona de mi pecho rápidamente. Debe estar hambrienta. No aparto mi mirada de su naricita, su manito acariciándome, o de sus ojitos. Ella comienza a abrirlos lentamente. Me paralizo por un segundo y luego llamo a Pedro. Sé que aún no ha abierto los ojos, pero cuando lo hace veo ese hermoso azul profundo, esos ojitos brillosos y azules como el cielo que son hermosos y bellos. Dos zafiros deslumbrantes. No tengo idea de donde los ha sacado, pero son hermosos.



—Tiene los ojos azules —sollozo, y cubro mi boca con mi mano. 


—Mi padre tenía los ojos azules, ¿lo recuerdas? —murmura Pedro—. Ya los había visto. Ella los abrió hace un par de horas. 


—Nuestra hija es hermosa, Pedro —digo con un hilo de voz. 


Kya sigue alimentándose y luego de unos pocos minutos se queda dormida en mis brazos. Aún se me hace difícil creer que soy su madre, que esta hermosura es mía, que salió de mí. Es increíble, es hermoso, todo es perfecto. Nada más es importante ahora... 


Son las nueve de la noche. La enfermera acaba de acompañarme a mi habitación. No quería hacerlo, quería quedarme ahí, con mi pequeña, pero los médicos han dicho que podré volver a verla en la mañana, que ella necesita descansar y volverse fuerte. Pedro está haciendo papeleo de un lado al otro y no hemos tenido la oportunidad de tener nuestro pequeño momento. 


Hay miles de cosas que quiero decirle, miles de disculpas que quiero darle, hay millones de motivos para pedirle perdón por todo lo que algunas vez fui y que él no lo merecía. 


En momentos como este, en donde estoy completamente sola y perdida, es cuando más puedo notar todo lo que sucedió en mi vida. De la amargura, la soledad, la soberbia y el odio, pase a algo increíble... 


Algo difícil de explicar. Sé que lo he dicho millones de veces, pero es una realidad, y continuaré diciéndolo, Pedro encontró a la verdadera Paula, Pedro me rescató de mi misma. Sin él nunca hubiese sido quien realmente soy. Me limpio las mejillas cuando golpean levemente la puerta de mi habitación. Ordeno que entren y al ver a mi padre lloro aún más. Quiero moverme, pero demoro en reaccionar. 


Él es mucho más rápido que yo, corre y me abraza con todas sus fuerzas. Es un momento extraño y precioso. 


Hundo mi cara en su pecho, mientras que él me acaricia el cabello en silencio. 


—Felicidades, mi pequeña princesa... —dice con la voz cargada de emoción—. Felicidades... 


—Ella es hermosa —respondo cuando miro sus ojos. Ambos estamos emocionados, pero puedo entender lo que está sintiendo—. Papá, tengo una hija... —lloriqueo sin poder creerlo y el vuelve a abrazarme.



Todo lo que me dice en ese momento hace que llore aún más. Oír a mi padre tan feliz y tan orgulloso, es algo que jamás creí que sucedería, y menos viviendo de mí, pero es así como las cosas están sucediendo. Tengo dos hermosos hijos, un esposo maravilloso, una familia, un hogar... No puedo pedir nada más, no creo merecer nada de todo esto, pero por algún motivo me sucedió a mí. 


—¿Quieres ver una foto suya?—le pregunto con un hilo de voz. 


Limpio mi nariz con el dorso de mi mano, seco mis lágrimas y luego acomodo mi cabello. Tomo mi teléfono celular y ahí están todas las fotografías de mi pequeña y rosada princesa. 


Se las enseño a mi padre una a una y vamos llorando juntos y a la par. Kya es hermosa, soy su madre y las madres siempre dicen eso, pero es la verdad. Ella es hermosa, preciosa, perfecta. Es mi hija... 


—No puedo quedarme por mucho tiempo —informa mi padre—. Solo me han dejado verte unos pocos minutos, pero quiero que sepas que estoy muy orgulloso de ti —me dice, acariciando mi cara—. Eres mi hija y eso nunca cambiará, ¿de acuerdo, princesa?


 —Y tú eres mi padre y eso nunca, pero nunca, jamás, cambiará —aseguro conteniendo el llanto. 


Ahora que mi hija ya no está en mi vientre me siento vacía y mucho más sensible que antes. Me siento sola, mi hija acaba de nacer y siento que la arrancaron de mí porque en cierto sentido así fue. 


—Descansa, princesa —me dice antes de marcharse. 


Besa mi frente, vuelve a abrazarme y luego se retira de la habitación. Me quedo sola por unos minutos y comienzo a observar a mí alrededor. Hay arreglos florales y obsequios para bebé por todas partes. 


Los globos de helio de color rosa están amarrados a los pies de la camilla y las frases que tienen escritos hacen que ría levemente. Veo las tarjetas de los diferentes tipos de arreglos florales. El más grande y hermoso de todos es de Pedro, su tarjeta no dice nada, pero puedo entenderlo, yo tampoco tengo palabras para todo esto que está sucediendo. 


Hay regalos de papá, Agatha, Emma e incluso de Daphne y Tania.



“Les deseamos lo mejor en este nuevo camino. Esperamos con ansias ver a esa princesa. Con mucho amor y cariño. —Emma, Laura y Stefan” 


“Felicidades, Pedro!!! Espero que podamos conocer a tu hija pronto. Besos —Tania.” 


No sé si ellas han estado aquí, hace más de seis horas que mi pequeña llegó al mundo y estuve dormida casi todo ese tiempo, pero sí lo hicieron espero que Pedro esté al tanto. 


No sé qué sucederá con la relación que teníamos con su familia, no sé qué sucederá ahora que tenemos a nuestro Pequeño Ángel , pero tampoco me importa. Será mucho mejor si nos alejamos de todos ellos y hacemos nuestras vidas en paz y tranquilidad. 


Pedro no las necesita, me tiene a mí y tiene a sus hijos. Ellas no son importantes. Solo quiero pensar en mi familia...


Ale... Oh, por Dios. Ale, llevo mucho tiempo fuera de casa y él debe de estar asustado. 


“Ya me enteré de la buena noticia. Espero que seas realmente feliz, Paula. Me alegra saber que todo salió bien. Sé que serás una madre increíble.Mis mejores deseos para ti, tu pequeña princesa y tu familia. 
Te lo mereces. Espero que podamos hablar como buenos amigos algún día. Saludos —Santiago” 


—Oh, por Dios... Santiago... 


La puerta de la habitación se abre y veo a Pedro. Tiene ojeras debajo de sus ojos brillantes, pero se ve feliz de todas formas. Dejo la tarjeta en el ramo, muevo rápidamente hacia su dirección, lo abrazo con todas mis fuerzas y cierro los ojos.



—Te amo... —susurro—. Te amo, Pedro Alfonso, no tienes idea de cómo te amo... 


—Te amo a ti... Por Dios, Paula, tenemos un bebé —susurra sonriente aunque sin poder creerlo. 


Me río y luego lo abrazo con más fuerza. 


—Lo sé, tenemos un bebé. Tenemos dos hijos, Pedro... 


—Dos hermosos hijos... Mañana en la mañana te darán el alta a ti y a Kya. Podremos regresar a casa en unas pocas horas. 


—¿Has hablado con Ale?—pregunto mirándolo fijamente—. ¿Cómo ha estado? ¿Ya sabe que nació su hermanita? 


—Mañana en la mañana la verá —asegura él con una amplia y espectacular sonrisa—. Mañana conocerá a su hermanita... Agatha me ha dicho que no dejó de preguntar por ella ni un solo segundo. Le ha hecho muchos dibujos, y a ti también. 


Me río levemente y luego Pedro me acompaña hasta la camilla. 


Me acomodo y él lo hace junto a mí. Encendemos la televisión y dejamos que el leve barullo inunde la habitación. 


Descanso mi cabeza en su pecho y me relajo. Solo puedo pensar en mis hijos, en todo lo que sucedió y sonrió sin parar con cada recuerdo y cada pensamiento. 


—Duerme un poco... —me pide él—. Descansa. La enfermera te despertará para que le des de comer a nuestro bebé —me dice besando mi frente—. Te traerán la cena en una hora como mucho. 


Asiento levemente con la cabeza. Él rodea mi torso con su brazo y yo cierro los ojos cuando comienza a acariciar mi cabello y mi espalda tiernamente. 


Suelto un suspiro y empiezo a quedarme dormida pensando en mi bebé, en mi familia y en lo feliz que soy.




CAPITULO 48 (TERCERA PARTE)





Pedro me ayuda a ponerme de pie, caminamos por más pasillos y no dudo en sonreír cuando el sexo masculino me observa de pies a cabeza por el hospital. Estoy paseándome por ahí con la doctora y Pedro, pero me veo hermosa y sexy, y el color azul de mi bata hace resaltar mi piel blanca. Todos babean y yo sonrió a cada instante. 


—Deshace de esa sonrisita —ordena Pedro, tomándome de la cintura en gesto posesivo. Sonrió en mi interior y luego le sonrío sin decir nada. 


Llegamos al primer lugar para que me tomen muestras de todo y Pedro debe alejarse de mí. Me sorprende lo calmada que estoy. Por ser una reina del drama es extraño que no haya ninguna escena hasta ahora. Tal vez todo el miedo que siento me hace ser una persona normal y no exagerarlo.



Paso tres horas enteras de un lado al otro. Mi vientre ha puesto duro en varias ovaciones y la Doctora Pierce ha tomado nota de todo. Está muy callada y me observa pensativa. 


Quiero preguntar qué sucede, pero mi cabeza duele al igual que mi espalda, siento que Pequeño Ángel va a caerse de mi interior cada vez que respiro y en este momento solo quiero estar con Pedro y regresar a casa. 


A las dos de la tarde regreso a mi habitación con un poco de dolor en el vientre que sigue poniéndose duro. Pedro se sienta a mi lado cuando una de las enfermeras trae mi almuerzo. Es completamente horrible y siento nauseas, pero tengo tanta hambre que no puedo resistir. Hambre, ansiedad, miedo, nervios... Todo al mismo tiempo. 


—Todo estará bien... —asegura acariciando mi cabello. 


Suelto la cuchara para la sopa de vegetales y miro mi vientre. 


—Tengo mucho miedo —confieso—. ¿Qué sucederá si el parto es hoy? No me siento lista Pedro, no podré hacerlo —siseo sintiendo como mis ojos se empañan. 


Ahora estoy más que aterrada y actuando como la Paula de siempre. Oímos unos golpes en la puerta, Pedro deja de besarme y acariciarme, y ordena que entre. Al ver a mi padre suelto otro sollozo y dejo escapar esas lágrimas que tenía acumuladas en mis ojos. Abro mis brazos de par en par y recibo su abrazo. Puedo ver el miedo en sus ojos, pero su sonrisa me dice que todo está bien. 


—Princesa... —susurra acariciando mi cabello. La maldita puerta se abre de nuevo y veo por fin a la Doctora Pierce. 


Trae papeles entre sus manos y al ver a mi padre pone los ojos en blanco con una sonrisa. Ambos se saludan de manera informal porque se conocen desde hace años y luego por fin la atención se centra en mí. 


—¿Has vuelto a sentir que tu vientre se endurece? 


Asiento levemente y ella me indica que abra las piernas de nuevo. Mi padre rasca su cabeza de manera nerviosa y luego sale de la habitación sin decir nada. Pedro me quita la ropa interior y eleva mi camisón con cuidado. Vuelve a suceder lo mismo de antes: ella me inspecciona, y sé que esta vez no es nada bueno.



—Los estudios que le hicimos a tu bebé son buenos, pero negativos. Sus pulmones han madurado, pero ya no hay líquido amniótico. 


—¿Qué quieres decir? —indago con un hilo de voz. Pedro parece perdido y no sé por qué. Voy a desmayarme en cualquier segundo. 


—Tiene que nacer de inmediato, Paula. 


—¿Qué? —decimos Pedro y yo al mismo tiempo. No ahora, esto no puede estar pasándome. 


—Esos dolores en el vientre son por las contracciones que has tenido y te has dilatado casi cuatro centímetros. En un par de horas te llevaremos a la sala de parto. 


—¿Y… y la epidural? ¿Qué sucederá con eso? —pregunto desesperada. Ella suelta un suspiro y luego se sienta a mi lado en la camilla, mientras que Pedro nos observa en silencio. 


—Voy a decirte la verdad —murmura—. Para ti la epidural no será buena, Paula. El dolor no será tan intenso, pero perderás fuerzas y un parto que puede demorar cuarenta minutos se alargará a dos horas con ella, ¿comprendes? Es preferible que duela y se pase rápido, además, no podemos arriesgarnos a demorar. Tu cuerpo está débil, aún no sé bien que sucede, pero tienes las defensas bajas, tu peso no está del todo bien... 


—Pero... 


—La pérdida de sensación en la parte inferior del cuerpo hace que el reflejo de pujar se debilite, y tal vez te resulte más difícil dar a luz. Lo haremos a mi modo. 


Luego de decirme eso me sonríe como si nada sucediera y se va. Me pierdo por unos segundos mirando a la nada y luego siento como Pedro comienza a respirar airadamente. 


Sé que me dirá que todo estará bien y juro que si lo hace lo golpearé, ahora estoy nerviosa y enojada. 


—¿Qué quiso decir con eso, Paula? 


—No lo sé —respondo en un susurro, pero estoy mintiendo. 


Creo que sí sé lo que sucede, pero él no debe saberlo.



A las cinco de la tarde sigo en la habitación en la que estaba y me refuerzo del dolor. La doctora ha venido un par de veces a controlar mis construcciones que son cada vez más constantes y mucho más intensas. Es el peor dolor que he sentido en toda mi vida. Pedro sigue a mi lado y deja que le clave las uñas en su mano cuando duele demasiado. Trato de tranquilizarme y respirar, pero no puedo hacerlo. Quiero que saquen a Kya de una vez. Ya no lo soporto. Tengo los ojos llorosos, calambres en las piernas y mi cabeza duele. 


Es una mezcla espantosa. 


Pedro, ya no lo soporto... —sollozo y comienzo a llorar. Es el dolor más espantoso que he sentido en toda mi vida. 


Puedo sentir como si Kya estuviese deslizándose hacia afuera cada vez que mi abdomen se convierte en roca por mucho más tiempo del debido. Él trata de calmarme, pero veo que está más desesperado que yo. Lo veo en sus ojos y lo siento en sus manos temblorosas. 


La puerta se abre de nuevo y trato de no insultar a la doctora Pierce por esa estúpida sonrisita en su rostro. Tomo mi vientre y trato de normalizar mi respiración. Recuerdo las clases a las que asistimos Pedro y yo, pero nadie me advirtió de este puto maldito dolor. 


—Abre —me dice ella colocándose los guantes de nuevo. Lo hago a duras penas y ella me inspecciona rápidamente—. Muy bien, ya es hora, querida —canturrea con una sonrisa aún mayor. Siento otro dolor apoderarse de mi cuerpo y ya no puedo resistirlo. Me quejo, chillo y lloro mientras que siento como mi frente comienza a sudar. El dolor es mucho más intenso y sé que no podré hacerlo. No soy lo suficientemente fuerte para algo así—. Estás coronando, cielo. Pediré una camilla y te llevaremos a la sala de parto. 


—¿Coronando?— pregunta Pedro. No puedo verlo, pero sé que frunce el ceño. 


—Ya se puede ver la cabeza del bebé. Tu hija esta apresurada por salir.



*****


Minutos más tarde, sigo retorciéndome del dolor, mientras que chillo. Traen la camilla al cuarto para poder moverme. 


Pedro frunce el ceño cuando dos enfermeros tratan de cargarme, pero él los despacha de la habitación, y luego me toma entre sus brazos. La doctora Pierce se ríe y no lo disimula ni un poco, Pedro besa mi frente y me murmura dulces palabras mientras que acomodan mi cuerpo. Luego siento la camilla moverse durante varios segundos. Es desgastante y hace que me desespere. 


—No me dejes sola —sollozo cuando estamos por entrar a la sala. Tomo su mano con mucha fuerza y veo como sus ojos se empañan. Me besa en los labios y luego una de las enfermeras lo separa de mí—. ¡No! Tiene que estar conmigo —lloriqueo, y siento como el pánico me invade. 


—Tranquila —me dice—. Irá a cambiarse y regresará en unos minutos. Estará contigo —me asegura, y eso logra aliviarme, pero no a los dolores que hacen que comience a jadear y a gritar. 


Los enfermeros me toman con cuidado y me depositan sobre la cama de la sala de parto. Otra enfermera acomoda mis piernas a cada lado en un soporte especial y eso me produce una sensación extraña. Quiero a Pedro


Observo hacia todos lados, pero solo veo a enfermeros vestidos de azul y a enfermeras preparando cosas. 


Comienzo a llorar y me muerdo la lengua para no gritar. 


Estoy aterrada. Esto es algo que nunca podré olvidarme, es uno de esos momentos en la vida de una mujer que son únicos e irrepetibles, no importa cuántas veces lo hagas, cada veces especial, y estoy segura que nunca volveré a hacer esto. Tengo dos hijos, no podré soportar algo así de nuevo. 


—¡Oh, por Dios! —me quejo, y cierro los ojos con todas mis fuerzas. Trato de mover mi mano de un lado al otro en busca de mi esposo, pero no está ahí y demora unos diez minutos en aparecer. La habitación está llena de gente y nadie deja de hablar, comentan sobre sus vidas como si fuese un día de paseo de domingo por la tarde y no un parto en donde una mujer se parte en dos del dolor. 


—¡Cielo! —chilla Pedro y aparece a mi lado. Me toma de la mano con mucha fuerza y comienza a sudar igual que yo. 


Hay barullo y murmuro por todas partes. Abro mis ojos y cruzo mi mirada con la suya. Los deseos de llorar no se pueden explicar. Es felicidad, miedo, angustia, ansiedad, desesperación… Todo al mismo tiempo. No podré hacerlo. No lo lograré. 


—Cuando te diga, tienes que comenzar a pujar, querida —murmura la partera—. Cuando pujes, respira profundamente y, cuando no lo hagas, deja salir el aire. 


—¡Deja de hablar como si fuera fácil! —grito furiosa, mientras que clavo mis uñas en la mano de Pedro. Él me besa y me susurra cosas bonitas para que la situación se calme, pero no podré. No podré hacerlo. 


—¿Lista? —me pregunta. 


—¡No! —grito entre llanto—. ¡No estoy lista! 


—Vamos, puja —me dice ella muy relajada. 


Cierro los ojos con todas mis fuerzas y siento como Pedro tensa su brazo y me agarra con mucha más fuerza. Está al lado mío, pero lo siento a miles de kilómetros. 


Lloriqueo, respiro profundamente y comienzo a pujar, mientras que él me ayuda a mantenerme en posición. El dolor es mucho más intenso que antes. Aprieto los dientes y grito, trato de no hacerlo, pero no puedo. Recuerdo que una vez leí un artículo que decía que el dolor de parto se siente como si todos los huesos de tu cuerpo se partieran a la mitad. Imagino todo los huesos de mi cuerpo rompiéndose al mismo tiempo. Es así como me siento ahora y el dolor no se va. Sigue ahí. 


—Muy bien, ahora suelta el aire. 


Me echo hacia tras y lloro, mientras que siento como mis uñas se clavan en la piel de Pedro. Él acerca su rostro al mío y abro los ojos para poder verlo. 


—No puedo hacer esto, Pedro —sollozo—. No podré hacerlo… 


—Escúchame, cielo… —murmura con los ojos cargados de lágrimas—. Te amo, ¿comprendes? Te amo con todas mis fuerzas y te necesito… Sé que puedes hacerlo, Paula. Siempre voy a creer que puedes hacerlo porque eres una mujer increíble y sé que lo harás, cariño… 


—Puja de nuevo —me dicen.



Hago fuerza y aprieto aún más la mano de Pedro. Lloro del dolor y al mismo tiempo de la felicidad. Siento que me rompo en mi interior y puedo jurar que incluso veo fantasmas paseándose por la habitación. 


—¡Pedrrrroooo! —grito, y hago toda la fuerza de la que soy capaz. 


—Relájate —vuelve a decir la partera—. Solo unas cuantas más y ya está. Falta poco —asegura, pero no me veo capaz de creerle ni una puta maldita palabra. La odio, la detesto. 



—Vamos, cariño. Tú puedes hacerlo —me dice, acariciando mi frente. Está desesperado, puedo sentirlo, pero todo lo que dice no me ayuda en nada. 


Me ordenan que puje de nuevo y lo hago entre gritos. Ya no siento las uñas y creo que las he pedido en la piel de Pedro


Es el peor dolor que he experimentado jamás. Es como si esos huesos rotos estuviesen perforando mi piel y no se detienen. Siento que voy a morir. Pujo de nuevo y olvido toda la mierda de las clases pre-parto a las que he asistido. 


Aquella mujer también era una estúpida con su “Respira y cálmate”. Puedo apostar mi puta vida a que jamás pasó por esto y la odio por eso. 


—¡Dos más! —gritan. 


Pedro cambia su posición y se coloca detrás de mí, al borde la camilla. Me toma de ambas manos y me ayuda a hacer fuerza. Es como si el estuviese tratando de darme sus fuerzas para que pueda hacerlo. El dolor no se va, pero me siento valiente aunque esté muriendo de miedo. 


—Vamos, Paula —me dice él—. Sé qué puedes hacerlo, cielo. Dos más y se acaba el dolor… 


Pujo una vez más y suelto el grito más ensordecedor de todos, luego aprieto los dietes y cuando sé que debo descansar no lo hago, soporto el dolor y saco fuerzas de algún lugar. Pujo un poco más y luego si me dejo vencer. 


—La ultima y con mucha fuerza —grita la mujer de azul mientras que mira fijamente entre mis piernas. 


Pedro vuelve a darme sus palabras de aliento que no me sirven de mucho, me seca el sudor de la frente con su mano y luego tensa su brazo para darme fuerzas. Pujo una vez más y ahora el dolor es mucho peor. Siento cuchillos atravesando todo mi cuerpo, es como si estuviesen triturándome por dentro.



Hago más fuerza, sí que puedo hacerlo, puedo hacer esto. 


No soy débil, no soy débil, nunca lo seré si se trata de mi felicidad, de mi vida y de mi familia, no soy ni débil ni frágil, no tengo miedo, soy fuerte… 


Todo el dolor desaparece y siento una sonrisa en mi rostro. 


Ahora me siento bien. Es como si mi cuerpo ya no existiera y apenas soy consciente de lo que sucede, hasta que oigo ese llanto, ese pequeño y al mismo tiempo escandaloso llanto que hace que comience a llorar de felicidad. Es una felicidad de la que me quiero volver adicta, quiero más y más… Es ella, es mi hija y ya está aquí… 


—Oh, por Dios… —sollozo y miro hacia todos lados, pero veo figuras borrosas de azul y también los ojos miel de Pedro llorando junto con los míos. La sonrisa que veo en su rostro es hermosa, jamás había visto algo así. Siento que mis ojos pesan y solo quiero dormir, pero oigo ese llantito que me mantiene despierta. 


—Sabía que lo lograrías, cariño… Te amo —sisea besando mis labios—, te amo, te amo… 


Comienzo a respirar con normalidad y mi cuerpo me ordena que cierre los ojos y duerma, comienzo a hacerlo, pero Pedro me despierta y veo a una enfermera asomarse con mi pequeña bebita en brazos. Me la enseña a lo lejos y luego la coloca sobre mi pecho. No hay palabras para describir lo que siento. 


Abro los ojos y las lágrimas no me dejan verla del todo, pero soy feliz, soy la persona más feliz del mundo. Ella mueve sus bracitos de un lado al otro, mientras que llora y busca algo, pero no sé qué exactamente. Pedro tiene las mejillas empapadas y mueve su mano para acariciarla. Hago lo mismo que él y cuando lo hacemos ella deja de llorar. Su cabello es de un castaño claro, su carita es perfecta y su piel está completamente rosada, no abre sus ojos, pero puedo dar mi vida porque sé que son hermosos. 


—Bienvenida al mundo, Pequeño Ángel … —murmuro con la garganta seca y la voz apagada. Pedro la besa en la frente y yo hago lo miso—. Te amo, hija… 


No sé qué decir, no tengo palabras y Pedro tampoco, estamos sorprendidos y cegados por la felicidad del momento. No hay palabras para describir lo perfecto que es todo. 


—Ahora van a llevársela —le digo a Pedro sin dejar de mirarla—. No te apartes de ella ni un segundo, ¿de acuerdo? Se la llevarán y tienes que estar detrás de ella… —le suplico. 


—Pero...



—Yo estaré bien. No la dejes sola ni un solo minuto. 


La enfermera me pide para retirar a Kya de mis brazos. La beso una vez más y recuerdo su carita. Es una imagen que guardaré por siempre en mi memoria. 


Pedro la besa también y luego veo como mi niña y su padre se alejan, pero no me preocupo. Si Pedro está con ella todo estará bien, como dije que lo estaría. Mis ojos se cierran, y solo quiero descansar…