El sol se filtra a través de las cortinas blancas de la habitación. Estiro los brazos y siento el torso de mi esposo pegado a mi espalda. Sonrío y me volteo en su dirección para besarlo. Hemos dormido entre pétalos de rosas y sábanas enredadas por todas partes, pero aun así, no nos separamos ni un solo momento. Fue una noche indescriptible, la mejor de toda mi vida, sin duda alguna.
Restriego mis ojos, los abro y observo a mi esposo completamente dormido. Se ve calmado y sereno. Me encanta observarlo. Miro su frente, sus parpados, sus pestañas, y extiendo mi mano para acariciar sus labios con mi dedo índice. Esos labios suaves y deliciosos que me hacen muy feliz cuando besan mi cuerpo. Acaricio su barba y me acerco para besarlo. Como amo a este hombre, es difícil de explicarlo con palabras, solo puedo sentirlo, es un sentimiento que invade mi pecho y me hace pensar locuras.
Locuras… Oh, mi Dios. Miro mi vientre y lo acaricio lentamente. ¿Habrá sucedido? No lo sé. ¿Ya estará ahí dentro?
—Buenos días —murmura mi esposo con la voz adormilada y los ojitos marrones entrecerrados. Me muevo rápidamente y beso sus labios tomándolo por sorpresa.
—Buenos días, señor Alfonso.
Me rodea con sus brazos y me besa mi pelo sucesivamente.
El calor de nuestros cuerpos vuelve a atontar mis sentidos y nuestras pieles, completamente desnudas me vuelven débil.
Quiero quedarme todo el día así, juntos, piel con piel, sin despegarme ni un solo segundo de su cuerpo.
—Eres completamente hermosa —me halaga mirándome detenidamente.
—Lo sé —respondo con altanería, mientras que una sonrisa traviesa se escapa de mi boca. Él sonríe divertido por la situación y niega levemente con su cabeza.
—Me encanta cuando me dices eso —confiesa—. Me gusta verte así, sonriente, feliz… eres simplemente hermosa, Paula. Sus palabras alegran mi mañana y me pone de buen humor.
—Ya te lo dije: me haces muy feliz —Beso sus labios y acaricio su mejilla con mi pulgar, como un dulce gesto de agradecimiento.
—¿Quieres que pidamos el desayuno? —Besa mi pelo y mi mejilla.
Es tan cariñoso, tan Pedro… me vuelve loca.
—Sí, tengo hambre.
Anoche no cenamos, no hicimos nada más, solo amor, por todas partes y de todas las formas. Necesito alimentarme un poco. Y más si quiero tener una mini Paula o un mini Pedro en mi interior.
—Desayuno, entonces, señora Alfonso.
—Y también tengo deseos de quedarme aquí, así, todo el día. No quiero despegarme de ti, ¿de acuerdo? —cuestiono abrazándolo con fuerza.
—De acuerdo, preciosa.
****
Media hora después, nos traen el desayuno a la habitación.
Pedro pidió de todo y no me niego a probar nada. La comida de Francia es diferente a la de Londres, deliciosa, mucho más de lo que logro recordar, y, que por alguna extraña razón, me hace sentir bien. No me preocupo por las calorías, por lo que puedo engordar o lo que sea. En realidad, hace más de tres días que no pienso en eso, en los problemas, en lo que me molesta… Somos solo Pedro y yo.
Me pongo de costado para poder observarlo mejor, flexiono mi brazo y apoyo mi cabeza en la palma de mi mano. Mi perfecto y amado esposo está bebiendo un poco de té, mientras que mira la televisión. No me cansaré jamás de algo así. Son esos pequeños momentos que me hacen sentir mucho más especial, esos momento que no son importantes, pero que son imprescindibles para que los grandes momentos sucedan.
—¿Qué quieres hacer ahora? —cuestiona, posando su mirada sobre mí.
Me muevo de un lado al otro debajo de las sábanas, como si fuese una niñita y descanso mi cabeza sobre su pecho. No tengo deseos de hacer nada. Solo quiero estar así.
—Ya te lo he dicho, Pedro. Solo quiero estar aquí, no quiero vestirme, tampoco maquillarme y, sobre todas las cosas, no quiero despegarme de ti.
— ¿Y desde cuando mi preciosa esposa se comporta tan cariñosa conmigo? —pregunta frunciendo el ceño alegremente.
¿Qué le pasa? ¿Por qué me pregunta algo así? A veces creo que hay un fino hilo que separa mis dos lados de humor. Es muy delicado y Pedro lo rompe sin querer, haciéndome enfadar en vano.
— ¿No te gusta que sea cariñosa? —cuestiono rápidamente.
Se ríe como si fuese gracioso y luego me besa. El enojo se esfuma, ahora estoy bien. Ni siquiera sé por qué estaba molesta, todo está bajo control.
—Me encanta que seas cariñosa, me encanta cuando te enfadas, amo la forma en la que me gritas, me muero de amor cuando me acaricias, me vuelvo loco cuando te oigo jadear, me derrito cuando me dices que me amas… —murmura sonriente—. Dime que me amas, Paula Alfonso. Necesito oírlo.
—Te amo, Pedro.
—También te amo —responde inundándome de besos. Se aparta de mí unos centímetros y sonríe ampliamente, como si fuese la persona más feliz de todo el planeta tierra.
—En un par de horas almorzaremos en un restaurante exclusivo en la avenida de los Campos Elíseos, cariño —me informa—. Así que, mueve tu hermoso trasero de la cama.
Es nuestra despedida de París.
Abandonamos París, una de mis ciudades favoritas en todo el mundo, pero al creer que iríamos a Florencia, mi perfecto esposo me sorprendió por completo llevándome a Milán, la ciudad de la moda, de los diseñadores famosos y de marcas extravagantes.
Fueron solo dos días, pero tuve asientos en primera fila para poder contemplar todas las nuevas colecciones de los desfiles de la semana de la moda de Milán. No podía creerlo, en realidad, aún no puedo creerlo, pero las cientos de prendas que compré hacen darme cuenta de que no fue un sueño, todo sucedió en realidad.
Fueron los dos días más movidos de mi vida. Y creo que también los días en los que más hemos gastado dinero.
Pedro no se opuso a absolutamente nada, todo lo que veía él me lo compraba, no era necesario insistir, él no tuvo problema en deslizar su tarjeta de crédito una y otra vez.
Tampoco tuvo problema en acompañarme a todas partes y esperar horas y horas hasta que acabara con todas mis compras. A él le gustó acompañarme y a mí me gustó su compañía. Él es lo único que no me molesta, él puede tener su carácter y yo el mío, pero… simplemente no sé qué decir.
Estoy feliz, me siento más que feliz, él sabe cómo hacerme sentir especial, sabe amarme como me gusta.
—¿A dónde iremos ahora? —pregunto armando mi maleta por segunda vez.
Él sonríe desde el otro lado de la cama, toma el pesado equipaje de ambos y lo lleva hasta la puerta de la habitación del hotel. No me dice nada, está matándome de curiosidad y eso es muy injusto. Necesito hacer algo, quiero saber en qué lugar estaremos mañana, quiero saberlo ahora. No podré soportarlo por demasiado tiempo. La idea de no saber a dónde me dirijo me desespera. Esta Paula no tiene el control y eso no me agrada.
—Responde, Pedro —canturreo moviéndome nerviosa de un lado al otro.
No obtengo respuesta, eso me enfurece, pero la Paula malvada se ha cansado de esperar. Ahora solo quiere divertirse y desesperarlo. Si no quiere decirlo, bien, que no lo diga, pero veremos si podrá resistirse.
Me hago la indiferente durante varios minutos, mientras que recorro la habitación observando todo con detenimiento. No quiero olvidarme de absolutamente nada. Llego al cuarto y me quito la ropa rápidamente. Él está en la sala de estar viendo la televisión. Mi plan tiene que funcionar.
Me paro en el umbral que divide ambas habitaciones. Está de espaldas a mí y no pone atención sobre mi perfecto cuerpo. Él se lo pierde. Tonto. Estoy algo molesta.
Necesito hacer algo malvado, me he comportado como una buena esposa durante muchos días, necesito que la Paula rebelde sea liberada.
Camino un par de pasos y me coloco delante de él. Cubro su visión de la pantalla de plasma, de modo que, ahora, sus ojos me devoran lentamente. Sonrío en mi interior. Esta Paula pervertida y mala salió a flote y me siento muchísimo mejor.
Esto es lo que necesito. Un poco más de diversión.
—Paula… —murmura tragando el nudo que tiene en su garganta. Muevo mis manos hacia mi cabeza y desarmo el moño, mi cabello cae alrededor de mis hombros y las ondas se forman rápidamente en las puntas. Sonrío con malicia, no puedo evitarlo. Enrollo un mechón de pelo en mi dedo y luego me acerco un poco más a él—, ¿Qué haces? —pregunta, poniéndose de pie, me toma por sorpresa y ahora estamos a la misma altura. Agradezco tener tacones.
Poso mis dedos en su pecho y los muevo de un lado al otro para provocarlo. Su camisa tiene los dos primeros botones desprendidos y puedo ver esa ligera mata de bello que hace que me excite. Hace calor y no podré controlarme por mucho tiempo, aunque quiero que esta vez sea diferente.
—Quiero que me hagas un favor —murmuro acercándome peligrosamente a la comisura de sus deliciosos labios.
Veo como cierra los ojos y coloca sus manos sobre mis caderas. Si, ese es el efecto que tengo en él, está confundido, excitado y nervioso. Así me gusta, así lo quiero.
Así sé que tengo el control de la situación. Es todo mío, solo para mí.
Estiro mi brazo y tomo su celular que descansa sobre la mesita redonda de madera al lado del sofá. Desbloqueo la pantalla y la foto de ambos, invade todo el fondo del teléfono. Coloco la cámara y luego le entrego el aparato sin decir más.
Pedro frunce el ceño, está más que confundido, pero mi intención es esa. Que se confunda, que se retuerza entre pensamientos, quiero que se pregunte una y otra vez porque hago esto. Así sabrá lo que siento yo cuando no sé a dónde nos dirigiremos luego de estar en una ciudad. Se lo merece por malvado. Me buscó y me encontró, así, casi desnuda y algo molesta.
—¿Qué quieres hacer? —pregunta sin poder apartar sus ojos de mis senos. Me rio en mi interior. Él de verdad no tiene la mínima idea.
Me dirijo hacia la habitación, él sigue de pie, sin saber qué hacer, mueve su cabeza en mi dirección, me observan y le indico con mi dedo incide que se acerque. Lo hace sin decír ni una sola palabra y, cuando está delante de mí, yo corro hacia la cama y me arrodillo en el colchón.
—Si no vas a decirme cual es el siguiente lugar al que vamos, entonces, tómame fotografías, porque me molestaré en serio y te negaré sexo hasta que lleguemos a Londres —le advierto con frialdad. Me mira impresionado, pero luego una amplia sonrisa se escapa de sus labios.
—¿Quieres jugar?—Deja el teléfono a un lado.
No sé qué hace, pero no me muevo de mi lugar. Ahora tengo más curiosidad, ¿Qué tiene en mente? Lo veo quitarse la camisa lentamente. Me hipnotiza la manera en que lo hace, lento, sensual… Sus músculos están bien torneados y se ven más que apetecibles, su vientre en V me deja con la boca abierta por enésima vez. Quiero pasar mi lengua por cada centímetro de su piel. Jamás podré saciarme por completo. Pedro siempre me sorprende y de todas las maneras posibles.
—¿Por qué te quitas la camisa? —pregunto, intentando no reírme. No sé qué pretende, pero esto será extraño y divertido.
—Solo me pongo cómodo, cariño —responde, tomando el celular nuevamente.
Apunta la cámara hacia mi dirección e inmediatamente hago mi cara más sexy y dejo que me tome dos o tres fotografías.
Se acerca, acaricia mi cabello con delicadeza, para luego, indicarme que me coloque de espaldas.
Lo hago sin decir ni una palabra y obedezco. Se supone que no debo de hacerle caso porque tengo el control, pero si lo hago, se excitará y podré negarle sexo hasta que me diga cuál es nuestro próximo destino.
—Mueve tu cabello hacia un lado y mírame por encima de tu hombro —ordena con delicadeza. Lo hago. Acomodo mi pelo hacia un lado y clavo mis ojos en los suyos con mi mejor cara de seriedad y sensualidad. Oigo los ruiditos del teléfono y cambio de pose sin que él me lo diga.
Pedro me toma cientos de fotografías en diferentes posiciones, una y otra vez. Me quito el sostén y dejo que me tome más fotos a su antojo. Su celular debe estar invadido por mis fotografías casi desnuda. Él parece muy feliz por lo que hace y yo disfruto de verlo así de sonriente.
La Paula malvada, me dice que es momento de hacerlo sufrir. Ya está excitado y solo debo de avanzar un poco más para lograr mi objetivo. Si no quiere decirme a dónde iremos mañana, entonces, se lo tendré que sacar a la fuerza.
—¿Quieres más fotografías, Pedro?
Él no me responde, pero sé lo que debo hacer.
Me pongo de pie, lo miro fijamente y comienzo a quitarme las bragas, lentamente, dejando que el observe cada uno de mis movimientos, noto como mira mi monte de Venus y como sus pupilas se dilatan. Está deseándome, me quiere justo ahora. Estoy logrando lo que quiero.
El bulto en su pantalón comienza a notarse y no puedo esconder el deseo y mi sonrisa traviesa. Paso mi dedo índice por mi zona intima y luego me pongo en cuatro sobre el colchón, poso para que me tome una fotografía, pero él no se mueve, está hipnotizado.
—¿Qué sucede, Pedro? ¿Estás excitado?
—Paula…
Me pongo de pie y camino en su dirección. Le quito el teléfono de las manos y estiro su brazo. El contacto de su piel caliente con la mía, hace que el calor corporal se incremente en ambos. Espero ser fuerte y poder detener esto o mi plan será en vano… bueno, no tan en vano.
Lo arrojo hacia la cama y me coloco a horcajadas sobre su cintura. Puedo sentir su miembro duro, haciendo presión en su pantalón.
Extiendo mi mano hacia su pecho y lo acaricio lentamente.
Él cierra los ojos y aprieta la mandíbula con dificultad. Me muevo apropósito y escucho como un leve jadeo se escapa de sus labios. Apego los míos a los suyos y nos besamos apasionadamente durante varios minutos.
—¿Estás excitado sí o no?
—Me vuelves loco —murmura, colocando ambas manos a los costados de mi cara—. Te amo como jamás creí que amaría a nadie.
—Estamos jugando. No puedes amar ahora, Alfonso.
Muevo mi mano hacia su erección y lo veo cerrar los ojos.
Quiero que enloquezca. Él me agarra rápidamente y dejo que su cuerpo tome el control de la situación. Hace que giremos sobre el colchón y, ahora, estoy debajo de él.
—Voy a amarte todas las veces que quiera. No tienes el control de eso, preciosa.
—Dime a dónde vamos —le pido con mi mejor cara de niña—. Por favor —imploro con un dejo de voz.
Él parece pensarlo durante unos segundos, nuestros ojos se encuentran y siento como mi ser se pierde en ellos por completo. En esos ojos hay todo lo que necesito. Muevo mi mano y acaricio su mandíbula, no puedo evitarlo, lo quiero, lo quiero como jamás quise a nadie y sé que lo haré siempre. Me tiene en su poder. Conquistó mi corazón por completo y, ahora, solo me queda luchar conmigo misma para no arruinarlo.
—Prométeme que siempre estaremos juntos —murmura, acariciando mi cabello una y otra vez—. Prométeme que jamás vas a dejarme, que seremos felices, y te diré a dónde vamos.
—Sabes que lo haremos. Estaremos juntos, siempre —musito—. Si puedes soportarme durante toda tu vida, estaremos juntos.
Él parece estar aliviado y me besa para sellar el trato.
—Sicilia —Desabrocha su pantalón y deja salir su miembro.
Estoy perdida y completamente hipnotizada. ¿Qué?
Sus labios comienzan a besar mi cuello mientras que mis piernas se envuelven alrededor de su cintura y se hunde en mí.
—¿Qué dijiste?
—Sicilia, mi cielo. Iremos a Sicilia.