Aún me cuesta creerlo. Barcelona, mi próximo destino es Barcelona. Me bajo de coche con cuidado. Kya está completamente dormida y no quiero despertarla. Tengo lágrimas en mis ojos, no puedo creer que lo esté haciendo.
Dejé a mi hijo y a mi esposo y ahora estoy de camino a Barcelona. No he dejado de llorar desde que salí de casa.
Me despedí de Pedro con un simple adiós, ni un beso, ni un abrazo y sé que lo voy a lamentar por completo. Sé que esto es una locura. Moriré lentamente sin él. No me he marchado y ya lo extraño.
—¿Se encuentra bien, señora? —pregunta Gabriel con discreción.
Asiento levemente, cubro la cabecita de Kya mientras que él baja mi maleta de la cajuela del carro y espero impaciente a que algo más suceda. Al otro lado de la inmensa pista veo el jet.
Lucas sale del interior luciendo ese impresionante traje negro, su melena se ve igual que siempre y su rostro es incluso peor que otras veces.
Un español mal humorado y con cara de pocos amigos. Lo miro venir hacia mí, me abraza con todas sus fuerzas y se separa de inmediato al recordar a Kya en medio de ambos.
Tengo los ojos llorosos y las mejillas empapadas, todo es un desastres. Trato de hablar, de decir algo que salve este patético momento, pero no encuentro las palabras adecuadas y balbuceo al momento de decir lo primero que se me viene a la cabeza.
—Lo necesitas, guapa —murmura mirándome fijamente—. Tienes que hacer esto por ambos. Todo se resolverá, ya verás.
—Lo sé —digo en un susurro.
Él besa a mi pequeña en la frente, rodea mi hombro, cruzamos la pista y me ayuda a subir las escaleras. Entro al jet y recorro el lugar con la mirada. Es hermoso, sofisticado y elegante.
—Cielos... —digo, observando la cabina repleta de detalles en madera tallada.
Lucas ríe levemente y me señala la sillita móvil de bebé, color rosa. Dejo a Kya en ella, compruebo que esté seca y miro con más detención el lugar. En la mesa con espacio para cuatro personas hay un ramo de flores de diferentes tipos y colores.
—Él viejo las envió para ti —dice despreocupado. Mis ojos se abren de par en par y dejo de respirar por un segundo.
—¿Tú le has dicho que...? —murmuro.
—No, que va —dice—. Pues, claro que lo sabe, es su jet. Pero descuida, cuando muera, y no falta mucho para que eso pase, esto será mío, así que es lo mismo.
Me quedo viéndolo por tiempo indeterminado y luego la asistente de vuelo nos pide que nos coloquemos los cinturones. Los dos lo hacemos de inmediato y cuando el avión despega, mi pequeña niña comienza a llorar. La cargo en brazos cuando ya estaños en el aire y noto que tiene hambre. Me desabrocho los botones de mi blusa de seda y antes de descubrir mi pecho, miro a Lucas.
—¿No te importa si... ?
—No, mujer —dice, poniendo los ojos en blanco—. Aliméntala, no voy a mirarte.
Le sonrió a modo de agradecimiento y luego le doy el pecho a mi pequeña mientras que él juega con su celular y no eleva su mirada ni un solo segundo.
Sé que lo hace porque se siente incómodo, pero es divertido verlo. Le hablo y le canto a mi pequeña mientras que ella acaricia mi seno con su manito y me mira con esos impresionantes e inmensos ojos azules.
Son dos zafiros que iluminan cada segundo de mi día, son dos hermosos ojos de un azul profundo. Mi hija, mi pequeña niña preciosa. Kya se queda dormida de nuevo. La acomodo en su lugar, la cubro con la mantita y luego vuelvo a ver el ramo de Flores encima de la mesa. Lucas aún no ha dicho nada, pero sabe lo que sucede.
—Tiene una tarjeta para ti. Puedes leerla si quieres.
Me pongo de pie y tomo el sobre blanco. No sé qué hacer.
No sé qué pensar. Ese hombre es mi padre biológico, estuvo con mi madre alguna vez, pero... Hay tantas cosas que aún no sé y que no comprendo. No quiero hacerlo, pero leer esa tarjeta aumenta mi curiosidad.
Abro el sobre y leo:
Querida Paula: Espero que disfrutes de tu estadía en Barcelona. Tengo la esperanza de volver a verte de nuevo. Saluda a esa niña hermosa de mi parte. Con cariño
—J. C Milan.
—¿Él me ha visto? —cuestionó con el ceño fruncido. Lucas suelta un suspiro y luego niega levemente con la cabeza.
—Ese viejo boca suelta... —murmura para sí mismo.
—¿Él me ha visto alguna vez? ¡Responde! —digo espantada.
No sé quién es ese hombre y ahora estoy más perdida que nunca. Él balbucea sin saber que decir, piensa su respuesta y luego me mira seriamente.
—Una vez te vio en el cementerio. Tú estabas en la tumba de tu madre y...
—Y supo quién era —Termino la frase por él—. Me entregó esa rosa porque sabía quién era —aseguro, y recuerdo ese momento. Viajo en el tiempo, a ese horrible día en el que ese anciano simpático me sacó una sonrisa en medio de tanto llanto. Él, ese sujeto es mi padre, mi padre biológico, y no puedo creerlo.
—Oh, por Dios...
—Él no te molestará —asegura—. No irá a mi casa, no se aparecerá por ninguna parte si tú no quieres. No te preocupes.
Me siento extraña, Lucas se acerca a mí y me rodea con sus brazos. Hundo mi cara en su pecho, aspiro ese increíble aroma a agua fresca y cierro los ojos al sentir la suavidad de la tela de su camisa blanca. Aumento la intensidad de mi abrazo mientras que él besa mi coronilla.
Nunca creí que tendría un momento así. Este hombre es mi hermano, es un hombre solitario y mal humorado que me quiere y que me ha dicho que me necesita y que soy alguien importante en su vida. Nunca hubiese creído que algo así podría sucederme y ahora está pasando de la manera más ilógica e inesperada.
Estoy lejos de mi esposo y de mi pequeño, y este hombre está a mi lado con el único propósito de hacerme entrar en razón, de hacerme entender que las cosas no son como uno realmente las ve.
Todo tiene su lado bueno y su lado malo, y en este viaje, separarme de mi esposo y de mi niño es el lado malo, pero seré recompensada con lo bueno cuando logre entender que lo que me sucede es por mi bien y el de mi familia. Pedro y yo podemos superar esto, ya hemos pasado cosas peores en tan poco tiempo... Este es un pequeño obstáculo más que durará menos de siete días. Lo sé. Estoy completamente segura de ello.
—Gracias por hacer esto —susurro con los ojos empapados de lágrimas. No quiero separarme de Pedro ni por un segundo, pero ambos lo necesitamos.
—No hay de qué, guapa —dice, acariciando mi espalda otra vez—. Ven, disfrutemos del viaje.
***
Una hora y media más tarde, el jet aterriza en Barcelona.
Kya vuelve al llorar por sentir esa horrible sensación en su pancita, yo la cargo en brazos y me muevo de un lado al otro cantándole una canción para que se calme.
Trato de darle el pecho de nuevo, pero no lo acepta, le cambio su pañal con suma delicadeza y luego de un par de canciones más ella vuelve a dormirse.
Sonrío ampliamente y bajo las escaleras de jet con sumo cuidado. Lucas viene delante de mí, cuidando cada uno de mis pasos.
El día en Barcelona es impresionante. Son las diez de la mañana, el sol es radiante, el cielo azul y hay nubes blancas de todas formas y tamaños en el. Esto no se compara con Londres. La temperatura es agradable, sobrepasa los veinticuatro grados y debo admitir que eso me entusiasma.
Barcelona me recibe con buena cara y eso cambia mi humor.
—Bienvenidas a Barcelona, guapas —dice él con un cantito que me hace reír. Al otro lado de la pista hay un impresionante Mercedes de color negro que nos espera. Lucas carga el bolso rosa de Kya mientras que uno de los ayudantes de vuelo baja mi maleta—. He preparado todo para esta princesa. —dice el mostrándome la sillita para bebé, instalada en el asiento trasero de su coche.
—Gracias por hacer esto.
—No hay de que, guapa. Eres mi hermanita, eres parte de lo poco que tengo y quiero que estés bien —asegura moviendo algunos mechones de pelo detrás de mi oreja.
—Nunca creí que tendría a alguien como tú —confieso, tratando de no ponerme demasiado sentimental. Él parpadea un par de veces y luego se aleja de mí.
—Bien, acabemos con toda esta mierda de los hermanitos que se quieren porque se ve extraño.
Me río fuerte y entro al coche. Acomodo a mi niña, le doy su chupón con forma de mariposa y ella lo acepta encantada.
Lucas se sube en el lugar del conductor y minutos después comenzamos a movernos por la cuidad de Barcelona mientras que hablamos y reímos por cosas sin sentido.
—Ahora que lo pienso, me debes casi toda una vida en regalos —comento con la mejor de mis sonrisas.
Él me mira por un segundo, incrédulo, y luego regresa su mirada al camino.
—Joder... no llevas aquí ni media hora y ya estás pensando como desplumarme.
Me rio muy fuerte y Kya se queja en el asiento trasero. Me volteo a verla y me topo con esos impresionantes ojos que me miran a mí. Acomodo su chupón de mariposa en su boca y ella deja de llorar, pero estoy segura que ya no va a dormirse.
—No quiero desplumarte —aseguro—. Solo creo que merezco una tarde de compras. Me porté bien contigo. El no me responde, pero se ve pensativo y también sonriente.
—Solo responde a mi pregunta, ¿vale?
—Está bien.
—¿Cuánto dinero gastas por mes en ropa y zapatos? ¿Cuánto haces sufrir a Alfonso con la tarjeta de crédito? Dime un estimativo.
Pienso mi respuesta y luego sonrío ampliamente al recordar todas esas veces en las que vi a Alfonso disimular su cara al leer los recibos de las tarjetas de crédito. Jamás me ha dicho nada, solo cuando hice esa travesura que termino con una tonta pelea, pero en mi defensa, no fue mi culpa.
—Bueno... una vez gaste cincuenta mil en un par de zapatos con un bolso a combinación.
Lucas abre sus ojos de par en par y me mira por varios segundos y me sonríe de nuevo. No puede creerlo.
—No voy a llevarte de compras. Olvídalo, no pasará —asegura, pero yo solo me rio.
Media hora después, el coche comienza a adentrarse en calles adoquinadas, rodeadas por mansiones impresionantes, árboles altos y verdes y una briza que mueve mi cabello levemente por la ventanilla del coche.
Dos puertas de metal negro se abren automáticamente, el coche rodea una entrada con una inmensa fuente de aguas danzantes mientras que mi vista se pierde en la inmensa mansión de estilo antiguo con columnas romanas y terminaciones en arco. Arquitectura y diseño antiguo. Las paredes blancas contrastan y hacen resaltar las puertas y ventanas de madera barnizada. El jardín delantero es enorme y solo logro ver flores y árboles frondoso y verdes a cada milímetro. Lucas voltea su mirada hacia mí y sonríe con arrogancia.
—Bienvenidas a la villa Milán, guapas.
Se baja del coche, me abre la puerta, tomo a mi niña en brazos y desciendo con cuidado. El sol y la temperatura son perfectas, quiero estar relajándome al borde de la piscina con un sol como este.
—Doce millones de euros, siete habitaciones, ocho baño, setecientos metros cuadrados, piscina, y las mejores vistas de Barcelona, hermanita.
—Eres el reí de la modestia —bromeo enmarcando las cejas.
Él ríe como nunca antes lo hizo y luego se encoge de hombros.
—Somos hermanos, algo teníamos que tener igual. —insinúa. Lo miro con cara incrédula y él sonríe—. Ven, vamos adentro.
Entramos a la inmensa casa y en la sala de estar veo a una mujer de unos cuarenta años que me sonríe
—Paula, ella es Carolina. Te ayudará con la niña en todo momento —me informa. La mujer me saluda con la cabeza. Le sonrió a modo de respuesta y ella toma el bolso que está en manos de Lucas y espera instrucciones—. Guapa, me daré un baño y haré un par de cosas. Tu relájate, ubícate en tu nuevo cuarto y pídele a Carolina cualquier cosa que necesites.
—Está bien.
—Nos veremos a la una en la terraza para el almuerzo, ¿de acuerdo? —cuestiona besando mi frente.
—Está bien —respondo.
—Necesito un baño. Esos viajes me ponen de muy mal humor.
Él sube las escaleras en forma de caracol, luego su empleada me guía por el mismo lugar hasta el primer piso de la mansión. Llegamos a mi cuarto y me quedo anonadada por lo impresionante que es. Lucas se ha encargado de todo y Kya está comodísima con todas sus cositas de bebé.
—Tome un baño, señora —me dice la mujer—, y no se preocupe que yo cuidaré a su pequeña niña —asegura.
No sé qué hacer. No quiero dejar a Kya sola, pero necesito ese baño, necesito relajarme un poco, necesito dejar de pensar en Pedro
—Está bien —siseo finalmente.
He notado que desde que me subí al avión solo he respondido con esa frase de dos míseras palabras. Digo que todo está bien, pero en realidad no es así. Todo está mal y trato de compensar mis problemas con una respuesta absurda que no me sirve para nada.