domingo, 15 de octubre de 2017

CAPITULO 55 (TERCERA PARTE)




Aún me cuesta creerlo. Barcelona, mi próximo destino es Barcelona. Me bajo de coche con cuidado. Kya está completamente dormida y no quiero despertarla. Tengo lágrimas en mis ojos, no puedo creer que lo esté haciendo. 


Dejé a mi hijo y a mi esposo y ahora estoy de camino a Barcelona. No he dejado de llorar desde que salí de casa. 


Me despedí de Pedro con un simple adiós, ni un beso, ni un abrazo y sé que lo voy a lamentar por completo. Sé que esto es una locura. Moriré lentamente sin él. No me he marchado y ya lo extraño. 


—¿Se encuentra bien, señora? —pregunta Gabriel con discreción. 


Asiento levemente, cubro la cabecita de Kya mientras que él baja mi maleta de la cajuela del carro y espero impaciente a que algo más suceda. Al otro lado de la inmensa pista veo el jet. 


Lucas sale del interior luciendo ese impresionante traje negro, su melena se ve igual que siempre y su rostro es incluso peor que otras veces. 


Un español mal humorado y con cara de pocos amigos. Lo miro venir hacia mí, me abraza con todas sus fuerzas y se separa de inmediato al recordar a Kya en medio de ambos. 


Tengo los ojos llorosos y las mejillas empapadas, todo es un desastres. Trato de hablar, de decir algo que salve este patético momento, pero no encuentro las palabras adecuadas y balbuceo al momento de decir lo primero que se me viene a la cabeza. 


—Lo necesitas, guapa —murmura mirándome fijamente—. Tienes que hacer esto por ambos. Todo se resolverá, ya verás. 


—Lo sé —digo en un susurro. 


Él besa a mi pequeña en la frente, rodea mi hombro, cruzamos la pista y me ayuda a subir las escaleras. Entro al jet y recorro el lugar con la mirada. Es hermoso, sofisticado y elegante.



—Cielos... —digo, observando la cabina repleta de detalles en madera tallada. 


Lucas ríe levemente y me señala la sillita móvil de bebé, color rosa. Dejo a Kya en ella, compruebo que esté seca y miro con más detención el lugar. En la mesa con espacio para cuatro personas hay un ramo de flores de diferentes tipos y colores. 


—Él viejo las envió para ti —dice despreocupado. Mis ojos se abren de par en par y dejo de respirar por un segundo. 


—¿Tú le has dicho que...? —murmuro. 


—No, que va —dice—. Pues, claro que lo sabe, es su jet. Pero descuida, cuando muera, y no falta mucho para que eso pase, esto será mío, así que es lo mismo. 


Me quedo viéndolo por tiempo indeterminado y luego la asistente de vuelo nos pide que nos coloquemos los cinturones. Los dos lo hacemos de inmediato y cuando el avión despega, mi pequeña niña comienza a llorar. La cargo en brazos cuando ya estaños en el aire y noto que tiene hambre. Me desabrocho los botones de mi blusa de seda y antes de descubrir mi pecho, miro a Lucas. 


—¿No te importa si... ? 


—No, mujer —dice, poniendo los ojos en blanco—. Aliméntala, no voy a mirarte. 


Le sonrió a modo de agradecimiento y luego le doy el pecho a mi pequeña mientras que él juega con su celular y no eleva su mirada ni un solo segundo. 


Sé que lo hace porque se siente incómodo, pero es divertido verlo. Le hablo y le canto a mi pequeña mientras que ella acaricia mi seno con su manito y me mira con esos impresionantes e inmensos ojos azules. 


Son dos zafiros que iluminan cada segundo de mi día, son dos hermosos ojos de un azul profundo. Mi hija, mi pequeña niña preciosa. Kya se queda dormida de nuevo. La acomodo en su lugar, la cubro con la mantita y luego vuelvo a ver el ramo de Flores encima de la mesa. Lucas aún no ha dicho nada, pero sabe lo que sucede. 


—Tiene una tarjeta para ti. Puedes leerla si quieres.


Me pongo de pie y tomo el sobre blanco. No sé qué hacer. 


No sé qué pensar. Ese hombre es mi padre biológico, estuvo con mi madre alguna vez, pero... Hay tantas cosas que aún no sé y que no comprendo. No quiero hacerlo, pero leer esa tarjeta aumenta mi curiosidad. 


Abro el sobre y leo: 
Querida Paula: Espero que disfrutes de tu estadía en Barcelona. Tengo la esperanza de volver a verte de nuevo. Saluda a esa niña hermosa de mi parte. Con cariño
 —J. C Milan. 


Suelto la tarjeta y me volteo hacia Lucas. Tengo más dudas que pensamientos concisos. 


—¿Él me ha visto? —cuestionó con el ceño fruncido. Lucas suelta un suspiro y luego niega levemente con la cabeza. 


—Ese viejo boca suelta... —murmura para sí mismo. 


—¿Él me ha visto alguna vez? ¡Responde! —digo espantada. 


No sé quién es ese hombre y ahora estoy más perdida que nunca. Él balbucea sin saber que decir, piensa su respuesta y luego me mira seriamente. 


—Una vez te vio en el cementerio. Tú estabas en la tumba de tu madre y... 


—Y supo quién era —Termino la frase por él—. Me entregó esa rosa porque sabía quién era —aseguro, y recuerdo ese momento. Viajo en el tiempo, a ese horrible día en el que ese anciano simpático me sacó una sonrisa en medio de tanto llanto. Él, ese sujeto es mi padre, mi padre biológico, y no puedo creerlo. 


—Oh, por Dios... 


—Él no te molestará —asegura—. No irá a mi casa, no se aparecerá por ninguna parte si tú no quieres. No te preocupes.


Me siento extraña, Lucas se acerca a mí y me rodea con sus brazos. Hundo mi cara en su pecho, aspiro ese increíble aroma a agua fresca y cierro los ojos al sentir la suavidad de la tela de su camisa blanca. Aumento la intensidad de mi abrazo mientras que él besa mi coronilla. 


Nunca creí que tendría un momento así. Este hombre es mi hermano, es un hombre solitario y mal humorado que me quiere y que me ha dicho que me necesita y que soy alguien importante en su vida. Nunca hubiese creído que algo así podría sucederme y ahora está pasando de la manera más ilógica e inesperada. 


Estoy lejos de mi esposo y de mi pequeño, y este hombre está a mi lado con el único propósito de hacerme entrar en razón, de hacerme entender que las cosas no son como uno realmente las ve. 


Todo tiene su lado bueno y su lado malo, y en este viaje, separarme de mi esposo y de mi niño es el lado malo, pero seré recompensada con lo bueno cuando logre entender que lo que me sucede es por mi bien y el de mi familia. Pedro y yo podemos superar esto, ya hemos pasado cosas peores en tan poco tiempo... Este es un pequeño obstáculo más que durará menos de siete días. Lo sé. Estoy completamente segura de ello. 


—Gracias por hacer esto —susurro con los ojos empapados de lágrimas. No quiero separarme de Pedro ni por un segundo, pero ambos lo necesitamos. 


—No hay de qué, guapa —dice, acariciando mi espalda otra vez—. Ven, disfrutemos del viaje.



***


Una hora y media más tarde, el jet aterriza en Barcelona. 


Kya vuelve al llorar por sentir esa horrible sensación en su pancita, yo la cargo en brazos y me muevo de un lado al otro cantándole una canción para que se calme. 


Trato de darle el pecho de nuevo, pero no lo acepta, le cambio su pañal con suma delicadeza y luego de un par de canciones más ella vuelve a dormirse. 


Sonrío ampliamente y bajo las escaleras de jet con sumo cuidado. Lucas viene delante de mí, cuidando cada uno de mis pasos. 


El día en Barcelona es impresionante. Son las diez de la mañana, el sol es radiante, el cielo azul y hay nubes blancas de todas formas y tamaños en el. Esto no se compara con Londres. La temperatura es agradable, sobrepasa los veinticuatro grados y debo admitir que eso me entusiasma. 


Barcelona me recibe con buena cara y eso cambia mi humor.



—Bienvenidas a Barcelona, guapas —dice él con un cantito que me hace reír. Al otro lado de la pista hay un impresionante Mercedes de color negro que nos espera. Lucas carga el bolso rosa de Kya mientras que uno de los ayudantes de vuelo baja mi maleta—. He preparado todo para esta princesa. —dice el mostrándome la sillita para bebé, instalada en el asiento trasero de su coche. 


—Gracias por hacer esto. 


—No hay de que, guapa. Eres mi hermanita, eres parte de lo poco que tengo y quiero que estés bien —asegura moviendo algunos mechones de pelo detrás de mi oreja. 


—Nunca creí que tendría a alguien como tú —confieso, tratando de no ponerme demasiado sentimental. Él parpadea un par de veces y luego se aleja de mí. 


—Bien, acabemos con toda esta mierda de los hermanitos que se quieren porque se ve extraño. 


Me río fuerte y entro al coche. Acomodo a mi niña, le doy su chupón con forma de mariposa y ella lo acepta encantada. 


Lucas se sube en el lugar del conductor y minutos después comenzamos a movernos por la cuidad de Barcelona mientras que hablamos y reímos por cosas sin sentido. 


—Ahora que lo pienso, me debes casi toda una vida en regalos —comento con la mejor de mis sonrisas. 


Él me mira por un segundo, incrédulo, y luego regresa su mirada al camino. 


—Joder... no llevas aquí ni media hora y ya estás pensando como desplumarme. 


Me rio muy fuerte y Kya se queja en el asiento trasero. Me volteo a verla y me topo con esos impresionantes ojos que me miran a mí. Acomodo su chupón de mariposa en su boca y ella deja de llorar, pero estoy segura que ya no va a dormirse. 


—No quiero desplumarte —aseguro—. Solo creo que merezco una tarde de compras. Me porté bien contigo. El no me responde, pero se ve pensativo y también sonriente. 


—Solo responde a mi pregunta, ¿vale? 


—Está bien.



—¿Cuánto dinero gastas por mes en ropa y zapatos? ¿Cuánto haces sufrir a Alfonso con la tarjeta de crédito? Dime un estimativo. 


Pienso mi respuesta y luego sonrío ampliamente al recordar todas esas veces en las que vi a Alfonso disimular su cara al leer los recibos de las tarjetas de crédito. Jamás me ha dicho nada, solo cuando hice esa travesura que termino con una tonta pelea, pero en mi defensa, no fue mi culpa. 


—Bueno... una vez gaste cincuenta mil en un par de zapatos con un bolso a combinación. 


Lucas abre sus ojos de par en par y me mira por varios segundos y me sonríe de nuevo. No puede creerlo. 


—No voy a llevarte de compras. Olvídalo, no pasará —asegura, pero yo solo me rio. 


Media hora después, el coche comienza a adentrarse en calles adoquinadas, rodeadas por mansiones impresionantes, árboles altos y verdes y una briza que mueve mi cabello levemente por la ventanilla del coche. 


Dos puertas de metal negro se abren automáticamente, el coche rodea una entrada con una inmensa fuente de aguas danzantes mientras que mi vista se pierde en la inmensa mansión de estilo antiguo con columnas romanas y terminaciones en arco. Arquitectura y diseño antiguo. Las paredes blancas contrastan y hacen resaltar las puertas y ventanas de madera barnizada. El jardín delantero es enorme y solo logro ver flores y árboles frondoso y verdes a cada milímetro. Lucas voltea su mirada hacia mí y sonríe con arrogancia.


 —Bienvenidas a la villa Milán, guapas. 


Se baja del coche, me abre la puerta, tomo a mi niña en brazos y desciendo con cuidado. El sol y la temperatura son perfectas, quiero estar relajándome al borde de la piscina con un sol como este. 


—Doce millones de euros, siete habitaciones, ocho baño, setecientos metros cuadrados, piscina, y las mejores vistas de Barcelona, hermanita. 


—Eres el reí de la modestia —bromeo enmarcando las cejas. 


Él ríe como nunca antes lo hizo y luego se encoge de hombros. 


—Somos hermanos, algo teníamos que tener igual. —insinúa. Lo miro con cara incrédula y él sonríe—. Ven, vamos adentro.



Entramos a la inmensa casa y en la sala de estar veo a una mujer de unos cuarenta años que me sonríe 


—Paula, ella es Carolina. Te ayudará con la niña en todo momento —me informa. La mujer me saluda con la cabeza. Le sonrió a modo de respuesta y ella toma el bolso que está en manos de Lucas y espera instrucciones—. Guapa, me daré un baño y haré un par de cosas. Tu relájate, ubícate en tu nuevo cuarto y pídele a Carolina cualquier cosa que necesites. 


—Está bien. 


—Nos veremos a la una en la terraza para el almuerzo, ¿de acuerdo? —cuestiona besando mi frente. 


—Está bien —respondo. 


—Necesito un baño. Esos viajes me ponen de muy mal humor. 


Él sube las escaleras en forma de caracol, luego su empleada me guía por el mismo lugar hasta el primer piso de la mansión. Llegamos a mi cuarto y me quedo anonadada por lo impresionante que es. Lucas se ha encargado de todo y Kya está comodísima con todas sus cositas de bebé. 


—Tome un baño, señora —me dice la mujer—, y no se preocupe que yo cuidaré a su pequeña niña —asegura. 


No sé qué hacer. No quiero dejar a Kya sola, pero necesito ese baño, necesito relajarme un poco, necesito dejar de pensar en Pedro 


—Está bien —siseo finalmente. 


He notado que desde que me subí al avión solo he respondido con esa frase de dos míseras palabras. Digo que todo está bien, pero en realidad no es así. Todo está mal y trato de compensar mis problemas con una respuesta absurda que no me sirve para nada.





CAPITULO 54 (TERCERA PARTE)




Hace cinco días que no hablamos. Solo nos miramos el uno al otro sin decir absolutamente nada. Necesito un descanso de todo esto, necesito paz y tranquilidad. Tengo la cabeza saturada y sé que debo alejarme un tiempo. 


—¡No puedes hacer eso, Paula! —grita hacia mi dirección. Hoy no tengo deseos de más peleas. Es una decisión tomada y lo necesito. Él tiene que entenderlo. No le queda otra opción—. ¡Tú no puedes llevarte a los niños de un día para el otro! ¡Estás completamente loca! —exclama. 


Todo ese dolor se convierte en furia. Me muevo por instinto y golpeo su mejilla con todas mis fuerzas. Su rostro se voltea a un lado y mi respiración se vuelve más agitada. 


—¡No vuelvas a decir que estoy loca! —grito, sintiendo como todas esas ganas de no pelear con él se esfuman—. ¡Ya me dijiste que estoy enferma, ahora me dices que estoy loca! ¡Deja de decir estupideces porque juro que soy capaz de tomar ese jet a Barcelona y no regresar nunca más, Alfonso! —aseguro perdiendo el control.



Él parece impactado por ese golpe, perdido, y ahora dolido. 


Sus hombros caen y noto como pierde todo tipo de seguridad. Él es tan frágil como yo y así no podremos solucionar esta mierda. Suelto un suspiro y me calmo. Cierro la maleta y luego hago un poco de fuerza y la dejo sobre el piso. 


—No puedes alejarme de mis hijos, Paula —dice con la voz entrecortada. 


No puedo verlo, se me rompe el corazón y aún no me he marchado. Esto es un desastre, pero es lo que necesito. 


Tengo que solucionar esto. 


—Regresaré en una semana, Pedro. Mañana recibiré la carta del juzgado, si me autorizan llevar a Ale, lo haré, y si no se quedará contigo. Sé que tú lo cuidarás bien, pero Kya... Ella se viene conmigo.


 —¿Y qué mierda se te cruzó por la cabeza para irte así de un día para el otro? —estalla. Ahí está toda esa furia alemana—. ¿Ahora resulta que tú y el español son hermanos de toda la vida? ¡No logro entender todo esto! 


—¡No tienes nada que entender! —grito—. ¡En estos últimos días solo ha sido peleas, peleas, gritos y más peleas entre ambos! Yo no me siento bien, tu tampoco... 


—No puedes alejarme de mis hijos. 


Suelto un suspiro mucho más profundo que todos los anteriores y luego oigo a Kya llorar en la habitación de Ale. 


Cubro mi cara por unos segundos y luego lo miro fijamente. 


Tengo que ser sincera o no funcionará. 


—Necesito alejarme de ti —confieso en un susurro. No voy a llorar, no de nuevo—. Te has convertido en el enemigo, Pedro. He tratado de fingir que nada sucedió, pero todo lo que me dijiste y todo lo que hiciste aquella tarde... —Mi voz se quiebra al recordarlo—. Me humillaste... Me gritaste... Esa no era la forma. 


—Sabes que perdí el control. No soy así realmente. Por favor, no te vayas. 


Limpio mis ojos y luego me aparto de él. 


Esto no funcionará. 


—Mañana tomaré ese jet y me quedaré una semana en Barcelona, Pedro. Es una decisión tomada.



—Paula... Si todo esto es por lo que te dije... 


—Por lo que me hiciste —lo corrijo rápidamente. No quiero recordar, pero mi cerebro me obliga a hacerlo—. Pedro, me desnudaste a la fuerza, me obligaste a que me mirara al espejo cuando yo te suplicaba que no lo hicieras... Yo... Incluso llegué a creer que tu ibas a... —No puedo terminar la frase. Mi voz se quiebra y observo cómo sus ojos se llenan de miedo y espanto. 


—No, Paula... 


—Creí que ibas a golpearme —logro decir. 


Trago el nudo que tengo en la garganta y miro esos ojos que ahora se ven heridos. Pedro está blanco como el papel y me mira fijamente. Kya vuelve a llorar, está con Agatha pero sé que me necesita. Me muevo para poder marcharme, pero él me toma del brazo y mi pecho se congela cuando veo que tiene los ojos repletos de lágrimas. 


—Yo jamás te pondría la mano encima —asegura. 


Yo lo sé, siempre lo sé, pero ese día me hizo dudar de todo esto. 


—Déjame —le pido secamente. 


Él parece desesperarse. Mueve sus manos frenéticamente y se las pasa por el pelo. 


Eso no es bueno. 


—¿Qué quieres que haga para que me perdones? ¿Quieres que me pongas de rodillas? ¿Eso quieres? ¿Quieres que me humille y te suplique? Pues, lo haré —asegura apoyando una de sus rodillas en el suelo. Lo detengo antes de que lo haga y me cruzo con esos ojos de nuevo. No es mi Pedro—. ¿Quieres que me arrodille y te implore que no me dejes? ¡Lo haré entonces, pero no te vayas! ¡No te lleves a los niños! 


—Basta, Pedro


Camino hacia la salida y antes de cruzar el umbral él vuelve a tomarme del brazo para que me detenga. 


—No voy a firmar los papeles para que te lleves a los niños —asegura. 


Ahora su mirada es desafiante, quiere tener el control, pero no, no podrá conmigo.



Esto me llena de furia. Este hombre es imposible, no está pensando las cosas, pero no me debe vencer, yo tengo el control aquí, la madre le gana al padre en los asuntos legales siempre, no importan las circunstancias. 


La Reina... 


La Reina siempre gana... 


—Escúchame bien, Alfonso: Si tu no firmas la autorización para que pueda llevarme a mis hijos, te aseguro, te lo juro por Kya y por Ale que los próximos papeles que te verás obligado a firmar serán los de nuestro divorcio...





CAPITULO 53 (TERCERA PARTE)






Tomo mi bolso, camino por la habitación, le doy un fuerte y prolongado beso a mi niña y luego acarició su frente. 


—¿A dónde vas? —pregunta él acercándose. 


—No te importa —respondo secamente y salgo de la habitación. 


Busco a mi pequeño, me despido de él con un beso y un brazo y le digo que regresaré pronto. Son las tres de la tarde, tengo la cabeza llena de nubes negras y necesito despejarme un poco. No quiero dejar a Kya en casa, pero al parecer todo lo que hago está mal. 


Nunca podré conformar a nadie y no pienso seguir haciéndolo. Soy buena madre, sé que lo seré mucho más y debe de importarme una mierda lo que todos piensen. 


Detengo el coche en el inmenso estacionamiento. Desde que Pedro realizó todos los papeles para hacer esto no he venido. Quería tomarme mi tiempo, quería estar lista. Ni siquiera pude verlo en ese momento. Este fue uno de los mejores regalos de cumpleaños de todos, sin mencionar el coche nuevo o el collar de diamantes representando a nuestros dos pequeños. Todo siempre ha sido lujos y excentricidades que no son necesarias. No importa cuánto trate de mejorar, para los demás nunca nada será suficiente. 


Cruzo todo el amplio lugar y luego agacho la mirada cuando veo al guardia en la puerta. Todo está rodeado por inmensos muros blancos y arboles excesivamente verdes. Llego a la sección principal, digo mi nombre y luego el pequeño lote que visitaré. Salgo de esa ventanilla y me acerco a la florería que tiene todo tipo de arreglos. Recorro la tienda por unos minutos y me decido por las rosas de color naranja. Son extrañas y por alguna razón me hacer recordarla. Pago todo y camino por el sendero de cemento hasta encontrar mi lugar. Solo veo verde por todas partes y a medida que camino por el césped voy esquivando las placas de metal con diversos nombres y fotografías.



Encuentro la de mi madre y me siento en el césped verde y húmedo sin preocuparme por si ensucio mis jeans. Abrazo mis piernas y descanso mi cabeza en mis rodillas. Los ojos se me llenan de lágrimas y los cierro de inmediato para que esas lágrimas se deslicen. 


Necesito una madre, necesito a alguien que esté conmigo en los buenos momentos y en los malos, necesito ese apoyo incondicional, necesito de sus regaño, de sus concejos, necesito abrazos, necesito sentirme segura ahora que estoy hecha un desastre. 


No soy perfecta, nunca lo fui, pero mi cerebro me convencerá de lo contrario y la misma cadena se repetirá una y otra vez. Necesito una madre para que pueda guiarme, para que simplemente sea mi madre..., pero mi madre, esa madre amorosa, dulce y comprensiva que recuerdo de mi niñez nunca volverá a estar conmigo. Nunca tendré sus abrazos, sus besos o sus deliciosos platillos caseros. Ya no podrá peinar mi cabello para ir a la escuela y tampoco me ayudará a esconderme para que Mariana no me encuentre... Ya no soy Ana, y al dejar de serlo también he dejado a mi madre... 


—Mamá, lo siento... —sollozo y cubro mi boca para contener el llanto, pero es en vano—. Lo lamento mucho... He dejado de ser tu Ana... —Mis ojos están inundados de lágrimas al igual que mis mejillas, sollozo y luego acarició la placa de metal con una fotografía suya. Una de las pocas fotografías que tengo de ella. Solo puedo recordar esa navidad en la que tomaron la foto. Los dueños de la casa daban una inmensa fiesta y mamá se tomó un minuto a escondidas y le suplico al fotógrafo que nos tomara la foto... 


—Soy una pésima hija... Siempre lo he sido. Nunca podré hacer nada bien, nunca seré lo que quiero ser. Yo solo... —balbuceo y cierro los ojos con todas mis fuerzas. Quiero golpearme por llorar de esta manera, pero no puedo hacerlo. 


El llanto va a liberarme momentáneamente de este vacío en el pecho, pero será solo eso, será por un momento. Nunca podré apagar todo este dolor. Ahora soy madre, tengo dos pequeños y mi único miedo es no ser buena, tengo miedo de no darles el amor que necesitan, tengo miedo de que ellos no me quieran... Tengo miedo a muchas cosas, pero, sobre todas las cosas, tengo miedo a fallar. Mis hijos son mi todo, lo he entendido hace poco tiempo y aún me cuesta creerlo, quiero lo mejor para ellos, pero para eso tengo que sacar lo mejor de mí misma...



“Para amar a tus hijos debes de amarte primero a ti misma” 


No puedo amarme a mí misma, no luego de todo lo que hice, no luego de todos esos errores. No soy perfecta, nunca lo fui, pero antes, al menos podía engañarme a mí misma, ahora... Ahora Pedro me ha quitado la venda de los ojos y en vez de ver el camino correcto solo observo oscuridad. No podré hacerlo sola...



****


Son las seis de la tarde. Sorbo mi nariz y cierro la puerta de la entrada principal. Acabo de llegar a casa. Estoy mojada y sucia, no me importó quedarme con mi madre cuando comenzó a llover, no me importaron las advertencias del guardia de seguridad. Solo quería quedarme ahí con ella. 


Estoy molesta, dolida y decepcionada de Pedro... Lo odio por momentos y lo entiendo por otros. Lo que sucedió me abrió los ojos, pero también me hizo sentir humillada, dolida, despreciada. No tuvo piedad en desnudarme y obligarme a qué me mire en el espejo. Todo es complicado, todo lo he hecho mal en los últimos años, y sé que Pedro tiene razón. 


Tengo un problema, un problema que será resuelto con ayuda. Necesito hacerlo por mí, por mis hijos, por mi familia... Ya lo he pensado, buscaré ayuda, pero no podré salir de esto si él no me apoya. La manera en la que me trató no fue la correcta, las palabras que me gritó no estuvieron bien y su orden de no acercarme a mis hijos, mis pequeños... eso fue lo peor de todo. 


Claro que no le haré caso, nunca lo haría. 


Mis hijos son mi todo, mi pequeña me necesita y Pedro jamás podría hacer nada para separarme de ellos. 


Fue una estúpida pelea en la cual los dos salimos heridos... 


Sacudo mi cabeza y trato de relajarme. Hay silencio absoluto en todo el lugar. Los juguetes de Ale están tirados por el suelo y algunos de los pañales limpios de Kya están en el sillón. Sonrío levemente y dejo las llaves del coche en la primera superficie que veo. Me quito el leve abrigo que tengo y lo dejo caer. Camino hacia las escaleras las subo con cuidado y lo primero que hago es acercarme a mi habitación. 


Me detengo en el umbral de la puerta y la sonrisa de mi rostro se hace más amplia. Doy un par de pasos hacia la cama y veo a las tres razones de mi vida, durmiendo. Kya está en el medio de su padre y de su hermano y duerme como un angelito. Ale y Pedro toman de sus manitos y se acomodan para estar muy cerca de ella sin hacerle daño. Es la imagen más hermosa que he visto. Me río levemente al ver que Ale ha perdido un calcetín y río de nuevo al ver a Pedro con la boca abierta. 


Me quito los zapatos con sumo cuidado, corro al baño. Me doy una ducha rápida, me pongo el pijama de algodón y luego seco mi cabello. 


Después, aparto el ligero edredón y me acuesto al lado de mi niño. Rodeo su cuerpito con mi brazo de modo que puedo cuidarlo a él y también puedo acariciar a mi angelito con mis manos. Beso la cabeza de Ale, suelto un suspiro y observo a Pedro por varios minutos. 


Él parece profundamente dormido y aún hay ojeras debajo de sus ojos. Quiero acariciarlo, besarlo, quiero decirle que tiene razón, que tengo un problema y que quiero que él me ayude a superarlo, pero cada vez que recuerdo lo que me hizo, mi pecho se llena de rencor. 


La vieja Paula toma el control y se niega a perdonarlo. 


Nunca podré cambiar del todo y eso es lo que me aterra. No quiero perderlo a él y no quiero perder a mi familia... Estiro mi brazo hacia la mesita de noche y tomo mi celular. 


*Necesito un respiro de todo esto y solo tú puedes ayudarme, Lucas*