domingo, 17 de septiembre de 2017

CAPITULO 23 (SEGUNDA PARTE)





Regresamos de la fiesta tropezándonos por causa de las flores del jardín y la acera algo resbaladiza y llena de grietas. 


Pedro se ríe y me hace gestos para que guarde silencio, pero no puedo contenerme. La fiesta fue un completo éxito. 


Las cosas salen bien cuando yo las hago y, en este caso, mi inspección de organización hizo que Karen no fracasara en un evento como este. Solo tuve que relajarme y disfrutar de la velada.



Pedro no se apartó de mí ni un solo segundo y bebimos un poco más de lo indicado, pero aun así, no puedo quejarme, todo fue perfecto. Conocí gente nueva, aprendí nuevas palabras en alemán que desconocía y fui el centro de atención en casi toda la noche. Me siento más que perfecta.


—No hagas ruido, mi cielo —murmura nuevamente mientras que abre la puerta de madera vieja de la entrada principal. 


Subo los escalones del porche y antes de cruzar el umbral, me inclino y me quito los tacones.


—Cuidado, te harás daño —advierte, tomándome con delicadeza para que no me caiga.


Se lo agradezco con un beso y sostengo mis tacones en una mano, mientras que con la otra, elevo mi vestido unos pocos centímetros más arriba para no pisarlo. Pedro entra detrás de mí y cierra la puerta con cuidado de no hacer demasiado alboroto. La sala de estar está en la penumbra y no puedo ver absolutamente nada. Deja las llaves encima de la mesa provocando un ruidito, toma mi mano y me dirige por el cuarto con cuidado de no tropezar con ninguna cosa. 


Subimos las escaleras y llegamos a nuestra habitación rápidamente.


—Estoy algo cansada —le digo, intentando no reírme. Lanzo mi bolso encima de la cama y luego le doy la espalda a mi esposo para que me ayude a quitarme el vestido—. Solo quiero dormir y dormir...


Él posa sus manos en el cierre de la prenda y, luego de un segundo, siento como mi cuerpo comienza a relajarse. Ya no me presiona el vestido, es demasiado ajustado, con el único fin de enmarcar las perfectas curvas de mi cuerpo. Suelto un suspiro y luego sonrío. Estoy tan relajada, solo quiero dormir. 


No necesito nada más.


—¿Quieres ir a la cama ahora, cielo?—pregunta con una sonrisa traviesa mientras que recorre mi cuello con sus labios.


—Vamos a dormir, lo haremos luego —murmuro golpeando su hombro de manera juguetona—. Lo prometo —digo, y comienzo a quitarme las horquillas que sostienen mi peinado. Lo bueno de saber hacer magia con mi cabello, es que sé a dónde las coloqué y no pierdo demasiado tiempo. 


Mi esposo comienza quitarse el cinturón y la camisa, es adictivo verlo, nunca me cansaré de esto. Me encanta…


—¿Qué sucede? —cuestiona con una sonrisita.



Niego con la cabeza sin decir nada y coloco el edredón de la cama a un lado. Pedro se acerca y me abraza por detrás, colocando sus brazos fuertes y trabajados alrededor de mi cintura.


—¿Quieres sexo silencioso, preciosa? —pregunta en un susurro cargado de sensualidad.


—Estamos medio borrachos —le recuerdo.


—Lo haremos igual.


Abro la boca incrédula y sorprendida, pero asiento levemente con la cabeza. Él mueve sus manos hacia mis pechos desnudos, yo apoyo mi cabeza en su hombro y dejo escapar un suspiro.


—Me encanta cuando haces eso —siseo, moviendo mi cabeza a un lado para disfrutar de la sensación hermosa que produce su piel junto a la mía.


—¿Eso significa que sí?


—Sí... —jadeo cuando aprieta mis pezones.


—Sexo silencioso, entonces, cielo —me responde.


Volteo para quedar frente a él. Acaricio su pecho cubierto por una leve mata de bello color marrón oscuro y muevo mis labios sobre su boca, comisura y mentón. Cierra los ojos y deposita sus manos en mi trasero, pero en ese momento mi teléfono celular y el teléfono celular de mi esposo comienzan a sonar al unísono. Ambos tenemos la canción I got you de Leona Lewis como tono de llamada. Me resulta extraño, pero ninguno de nosotros puede despegar las manos del otro.


Pedro… —murmuro cuando se rompe el momento de excitación.


—No es nada, cariño —Me lanza hacia la cama. La llamada se termina, pero mi teléfono suena de nuevo y pocos segundos después el de Pedro también, haciendo que las canciones estén desacompasadas.


Quiero seguir el beso, pero no puedo. Me aparto de él y hago un poco de fuerza para que sus brazos se despeguen de mí. Muevo mis manos sobre el colchón y cuando palmeo mi pequeño bolso de fiesta, lo tomo entre mis manos y quito mi teléfono del interior. Pedro suelta un suspiro frustrado y sale de encima de mí. Cruza su habitación y mira la pantalla de su teléfono.


—Es Tania —me dice seriamente.



—Es Damian —le informo viendo la pantalla de mi teléfono con el ceño fruncido.


Ambos presionamos el botón verde al mismo tiempo y rápidamente oímos los chillidos desesperados de Tania y la voz temblorosa de Damian. Pedro me mira fijamente mientras que sus ojos se llenan de preocupación. Algo no está bien.


—Paula... —murmura Damian al otro lado de la línea—. Laura... Laura está en el hospital…





CAPITULO 22 (SEGUNDA PARTE)





Recorremos de un lado al otro el centro comercial luego de un delicioso almuerzo alemán. Miramos con detenimiento todas las vitrinas, pero solo miramos porque le prometí a mi esposo que no compraría nada que no fuera para la fiesta de esta noche. Él se ve aliviado y relajado. Caminamos tomados de la mano y sonreímos como idiotas cuando nuestras miradas se encuentran. Supongo que así debe de ser estar enamorada. Es fantástico y sorpresivo. Nunca sé lo que sucederá o como sucederá, pero las mariposas de colores revolotean en mi estómago y me producen un leve cosquilleo más de tres veces al día.


—Ahora que lo pienso, tú y yo jamás hemos ido al cine


—Es verdad. Fuimos a la ópera, a exposiciones de arte, fiestas de todo tipo, pero jamás hemos ido al cine.


Sonríe, se acerca para besarme en los labios y cuando menos lo noto, estamos comprando boletos para ver una comedia romántica. No puedo creerlo. Iremos al cine y eso me toma por sorpresa de nuevo.



****

— ¿De verdad quieres ver esa película? —pregunto con una mueca.



—Solo quiero estar contigo. Todos dicen que el cine es el lugar de las primeras citas y nosotros nunca tuvimos una primera cita oficial —espeta tomando mi mano para que sigamos avanzando—. ¿Qué te parece si lo hacemos ahora?


—Me parece bien —respondo sonriente.


Compramos palomitas, refrescos y dulces de todo tipo. 


Pasamos la entrada y un joven de unos veinte años nos pide los boletos y luego corremos a nuestros lugares, como si fuésemos dos adolescentes ansiosos por tocarse.


Media hora después, y aún no sé quién es el personaje principal ni de que se trata la película. Solo oigo las voces a lo lejos y me concentro profundamente en saborear los labios de mi esposo mientras que mis manos lo manosean por todas partes. Ambos estamos demasiado excitados y sé que no podremos controlarnos.


—¿De verdad quieres hacerlo? —pregunto con una tímida sonrisa cuando termino de oír su ardiente proposición en el oído.


No puedo creerlo.


—Sí —me responde en un susurro apenas audible—. Es algo que siempre quise hacer.


—¿Y si nos descubren? —pregunto dudosa.


—No lo harán —me dice—. Son travesuras de parejas. Todos lo hacen alguna vez.


—¿Y si me oyen?


—No te oirán, cielo. Lo prometo —asegura—. No vas a arrepentirte, mi preciosa Paula.


—Pero…


—Además, tenemos una gran ventaja —susurra, moviendo su mano hasta mi monte de Venus. Estira su dedo índice y recorre mi feminidad por encima de la tela de mi vestido. —No tenemos mucha compañía…


—No puedo creerlo. Resultó ser todo un pervertido, señor Alfonso.


—Eso creo...



****

En la noche, intento convencer a Agatha para que nos acompañe, pero fracaso rápidamente. Un no de ella es un no para todo el mundo y ni mis mejores y más hermosos encantos logran convencerla.



Debo de aceptar la idea de que estaré sola la mitad de la noche. Es eso o soportar charlas de negocios en diferentes idiomas. No sé por qué acepto asistir a todas estas fiestas, pero tengo que hacerlo. Soy Paula Alfonso, no puedo estar ausente y más cuando gran parte de la organización fue bien dirigida por mí, porque para ser sincera, el trabajo de Karen era sumamente malo y aburrido. Ya lo dije, todo es mejor cuando yo lo hago.


—Vamos, cielo. Se nos hace tarde —me dice Pedro el otro lado de la sala de estar. No dejo de mirarme en el espejo. 


Me veo completamente hermosa. Definitivamente debo de ir de compras con Pedro más seguido. Tiene un excelente gusto para escoger vestidos y yo soy una buena esposa que busca complacerlo, al menos por un rato.


Llevo un hermoso vestido color salmón, otra vez. Debo de admitir que estaba un poco inquieta por el color. No suelo vestirme de esta manera, pero a Pedro le fascinó el corte sirena y el escote corazón, no puede resistirme a sus peticiones y miles de halagos. Tiene una pequeña cola en la parte trasera y deja que todos puedan contemplar mi trasero desde todos los ángulos, sin mencionar el descubierto sensual de mi espalda.


—Estoy lista —murmuro cuando termino de retocar el labial rojo.


Le sonrío al espejo, tomo mi bolso de mano a conjunto con el vestido, y noto como Pedro se queda sin habla por lo hermosa que estoy. No es necesario que diga nada, su reacción es más que suficiente.


—Tengo un obsequio para ti, cielo.


—¿Un obsequio? —pregunto, frunciendo el ceño. Me encantan los obsequios, pero Pedro acaba de tomarme por sorpresa de nuevo.


Coloca su mano dentro del bolsillo de su saco negro y quita una caja de terciopelo cuadrada. Me la entrega con una amplia sonrisa en los labios y lo único que puedo hacer es tomar el objeto y verlo por mí misma. No sé qué decir. Me quedo pasmada. Es un collar de oro con un colgante precioso. La forma es asimétrica, pero elegante y si prestas suma atención a los detalles puedes ver mi nombre escrito con el mismo material de metal que ayuda a sostener el pequeño brillante del centro. Es precioso, simplemente, estoy sin palabras y tiene mi nombre. Estoy anonadada.


Pedro… —murmuro conteniendo la respiración. Mi voz no se oye para nada normal, pero es por el factor sorpresa.


—¿Te gusta?



Sonrío y luego acaricio el collar con la yema de mis dedos. 


Puedo apostar que esta es una de las joyas más valiosas que tengo. Debe de valer varios millones. Pedro me regaló una simple pulserita en París y eso significó muchísimo para mí, me enamoré mucho más, pero esto… Simplemente, no sé qué decir.


—Es hermoso —murmuro luego de varios minutos—. Pedro, esto es…


Él sonríe y quita la caja de terciopelo de mis manos. Toma el collar y ordena que me voltee. Recojo los mechones de cabello y los elevo para darle total comodidad y acceso a mi cuello. Siento la gargantilla sobre mi piel y me estremezco. 


Podrían asesinarme por llevar algo así, pero no me importa. 


Me siento la mujer más afortunada del mundo, como una reina. Soy una reina.


—Lo tenía listo desde antes de salir de Londres, pero quería dártelo en un momento inesperado. Y creo que este él es momento perfecto.


Me miro al espejo y contemplo mi aspecto con el collar ahí, sobre mi piel. Pedro se coloca detrás de mí y me rodea la cintura. Dejo caer los rizos sobre mis hombros nuevamente y acaricio sus manos. Hacemos contacto visual en el espejo y nos sonreímos mutuamente.


—Gracias, Pedro.


—Te mereces esto y mucho más, mi preciosa Paula —me dice dulcemente, besando mi hombro derecho al descubierto. 


Luego, mueve una de sus manos hacia otro bolsillo y toma su teléfono móvil. Enciende la cámara, y sé que tengo que sonreír para la siguiente mini sesión de fotos que sigue.


Ambos posamos de diferentes maneras unas tres o cuatro veces y luego nos besamos para la foto final. Nos tomamos de la mano y salimos en silencio por la puerta delantera para no despertar a Agatha que a las nueve de la noche, ya está profundamente dormida








CAPITULO 21 (SEGUNDA PARTE)




—¿Crees que alguien me oyó? —cuestiono luego de varios minutos de silencio.


Así es como me gusta estar. En sus brazos, desnuda y, oyendo los latidos de su corazón sin que nada ni nadie nos moleste. Es, simplemente, perfecto.


Pedro se ríe levemente y luego acaricia mi columna vertebral con su dedo índice.


—¿Y que si lo hicieron? —pregunta con desdén—. Eres mi esposa, soy el jefe, puedo hacer lo que quiera.


—Tienes razón —le respondo con una sonrisa cargada de alivio.



Es bueno que hayan oído, eso quiere decir que todos saben lo que Pedro y yo estuvimos haciendo aquí y, Karen también lo oyó. Acabo de marcar mi territorio por enésima vez. Eso me gusta, de hecho, estar en la oficina y fingir que tengo un trabajo se vuelve cada vez más interesante.


—¿Te hice daño? —cuestiona en un murmuro cargado de preocupación.


Puedo sentir que se avergüenza al preguntármelo y eso me genera demasiada ternura. Pedro, mi perfecto esposo, es especial. Puede actuar como todo un salvaje en un momento y luego comportarse como todo un niño inocente. Es increíble.


—No. No me has hecho daño, cariño —respondo, acariciando su cara—. De hecho, creo que eso ha sido lo más placentero y sexy que hemos hecho en todo nuestro matrimonio.


—Concuerdo contigo.


El intercomunicador suena e interrumpe otro de nuestros innumerables besos. Pedro presiona el botón y rápidamente oigo la voz de Karen al otro lado.


—Eh… Pedro… lamento molestarte, pero... —Se oye nerviosa, nerviosa porque sabe que está interrumpiendo y eso me gusta. No quiero ser malvada, pero todo tipo de mujer es mi enemiga natural—, es urgente que respondas a una nueva junta.


Pedro suelta un suspiro y luego me mira con ternura.


—No quiero dejarte sola —me dice, acariciando mi cabello sin siquiera preocuparse por responder a su secretaria, porque, al fin y al cabo, eso es lo que ella es. Soy mil veces más importante que una junta y eso me llena de orgullo. 


Tengo el control de todo esto aquí.


—Ve, tienes cosas que hacer. Yo estaré bien aquí.


—¿Segura?


—Sí.


—Confírmalo, Karen. Estaré en sala de juntas en diez minutos.


Cuelga la llamada a través de intercomunicador y luego me mira fijamente.


—¿Qué harás en mi ausencia? —pregunta mientras que recoge todas mis prendas de ropa esparcidas por diferentes partes de su oficina.


—Pensaba ir de compras, recorrer la zona, ya sabes...


—No quiero que estés sola por ahí.



Me entrega mi vestido y mi sostén y me ayuda a vestirme. 


Busco mi tanga por todo el suelo, pero no la encuentro. Miro hacia el escritorio y la veo a un lado de la lámpara de metal. 


Me acerco para tomarla, pero Pedro es más rápido y la atrapa entre sus dedos con varios segundos de ventaja.


—¿Qué crees que haces?


—Esto —dice señalando mis bragas—, se quedará aquí, como un hermoso recordatorio de lo que sucedió —murmura con una mirada cargada de sensualidad. Me rio, no puedo evitarlo, no debe hablar enserio.


Pedro… —digo a modo de advertencia, pero comprendo que lo dice enserio cuando noto que abre su caja fuerte y deja el delicado pedazo de tela dentro—. Está bien, cuando vaya de compras y suba por las escaleras, no podré hacer nada si alguien me ve sin ropa interior.


Se detiene en seco. Me mira unos segundos, da un par de pasos hacia la caja fuerte y me entrega mis bragas. Quiero morir de risa, pero sé que no debo hacerlo.


—No voy a arriesgarme.


—Me parece bien —Tomo la prenda, la coloco en su lugar y él se acerca para peinar mi cabello con sus dedos y besar mi frente reiteradas veces.


—Ya está, te ves hermosa —me dice con una sonrisa—. Ahora, asistiré a la junta, pero te acompañaré hasta el coche.


Tomo mi bolso y él sus demás pertenencia. Ambos cruzamos el umbral que divide su despacho de la imponente sala repleta de oficinistas, y me sonrojo por primera vez en mucho tiempo, cuando percibo que todos dejan de hacer lo que estaban haciendo para posar su mirada sobre mí. Veo sonrisas pícaras y miradas de complicidad, saben lo que hice con mi esposo minutos atrás, probablemente me oyeron gritar y gemir su nombre una y otra vez… No me importa que el mundo sepa que tengo sexo con mi marido, pero que todos me vean así me incomoda.


—¡No hay nada que ver aquí señores! —exclama Pedro mientras que cruzamos el lugar tomados de la mano—. ¡Continúen con su impecable trabajo!


Karen se acerca a nosotros rápidamente.


Pedro, la junta —le recuerda la rubia insoportable, y no puedo evitar poner los ojos en blanco.



—Ahora no, Karen. Cancela la junta —ordena sin prestarle demasiada atención.


Estoy más que sorprendida.


¡Canceló su junta! ¡Por mí!


Entramos al ascensor y una risita involuntaria se me escapa provocando que Pedro frunza el ceño y me mire con curiosidad.


—Creí que tenías una junta importante —le digo.


—Tú eres más importante que cualquier junta.


Lo miro fijamente y me rio de nuevo. No puedo quitar de mi mente la cara de todos al vernos salir juntos de la oficina.


—Todos estaban viéndome. Apuesto a que me oyeron, Pedro —murmuro sintiendo que el rubor me invade de nuevo. Esto no es normal, demasiada vergüenza que no es usual en mí.


Cuando las puertas del ascensor se cierran, él se voltea en mi dirección para abrazarme.


—No tienes por qué preocuparte, cielo —susurra sobre mi oído. Muevo mis manos y acaricio su espalda.


—¿Qué te parece si llevamos a Agatha a la fiesta de la empresa? —sugiero cuando el silencio nos invade. Lo estaba pensando desde hace varias horas. No puedo creer que lo olvidara.


—¿Agatha? —pregunta extrañado. — ¿Por qué?


—No lo sé, ella me agrada y creo que sería descortés no invitarla. Sé que es una fiesta de empresarios, pero tu estarás ocupado la mayoría de la noche y sería injusto dejarla sola en esa casa cuando yo estaré aburriéndome hasta la muerte.


—No creo que sea una buena idea —responde mirando un punto fijo en la pared. Las puertas del ascensor se abren y Pedro rodea mi cintura para luego caminar por el vestíbulo hacia la salida.


—¿Por qué no es buena idea?


—Porque en esa fiesta hay personas que no quieren ver a Agatha ni en pintura.


—¿Qué?



Esto no tiene sentido. ¿De qué me estoy perdiendo, ahora? 


A veces me gustaría ser más curiosa, pero como no se trata de mí, no necesito saber demasiado. Alguna explicación lógica tendrá, pero aun así quiero que nos acompañe. No pienso aburrirme esta noche.


—Nada, cariño —sisea rápidamente—. Solo olvídalo. No sucederá. Aunque te diga que sí, ella dirá que no.


—Pero… —intento protestar. Pedro se detiene en seco y toma mi mentón con delicadeza


—Te lo contaré luego ¿Sí? Pero, ahora, solo quiero almorzar y pasar tiempo contigo, ¿De acuerdo? —pregunta, clavando sus hermosos ojos en los míos.


—De acuerdo —respondo en un leve susurro.


Su sonrisa se amplía y sus labios besan los míos levemente.


—Bien. Ahora comeremos algo y luego te llevaré de compras si tú quieres.


—Claro que quiero. Necesito un vestido para la fiesta.