viernes, 20 de octubre de 2017

CAPITULO 4 (EXTRAS)




Él se asoma por entre las mesas repletas de gente fina y elegante. Todos parecen notar su presencia rápidamente. Es como en un video musical. El hombre alto y guapo que hace que todas suspiren. Todas, menos yo. Pongo los ojos en blanco. 


Su actitud es algo desesperante.


Me localiza entre la gente y al verme, una amplia sonrisa se forma en su rostro. No puedo evitar mirarlo con completo detenimiento. Trae un saco negro entre las manos y un muy elegante reloj como accesorio acaparador de atenciones, luce un pantalón negro y una camisa blanca. Solo eso. 


Simple, sencillo, pero al mismo tiempo deslumbrante. Me hace sentir rara. Miro mi atuendo levemente. Me hace creer que estoy vistiendo demasiado formal y, en cambio, él demasiado informal. Está completamente despreocupado y parece muy relajado y confiado.


—Buenas noches, señorita Chaves —dice colocándose delante de mí.


Tardo en reaccionar. Me pongo de pie y con mi peor mirada extiendo mi mano para que la estreche, pero en vez de eso, la besa con delicadeza y me toma por sorpresa por segunda vez. Clava sus ojos marrones en mí por varios segundos y mira mi atuendo. Su expresión me indica que le gusta lo que ve, pero no necesito su aprobación, solo quiero que hable y vaya directo al grano.


—Llegas algo tarde —le digo secamente.


He esperado más de diez minutos y no me gusta la impuntualidad. No tolero esperar. Sé lo qué va a decirme, ya tengo una decisión, pero solo quiero hacer todo esto rápido para que mi madre deje de presionarme. Necesito estar tranquila.


Suelta mi mano y luego se sienta delante de mí en la pequeña mesa para dos que ocupa poco espacio en el amplio salón de uno de los restaurantes más solicitados de Londres.


—Lamento la tardanza —me dice a modo de disculpa—, pero tenía que recoger algo importante al salir de la empresa —informa con la esperanza de que mi sequedad cambie, pero no será así, conmigo nada es sencillo.


—Bien —le digo con sumo desinterés.


—Bien —me dice.


—Bien —reitero por última vez, intentando no perder la calma—. Dime qué quieres porque no tengo demasiado tiempo.


Toma el menú entre sus manos y finge leerlo por varios minutos.


—No es necesaria la prisa, señorita Chaves. Creo que es preciso el tiempo para poder hablar sobre esto —escruta con una gélida sonrisa. Me descontrolo por dentro. Está haciéndolo apropósito. Sabe por lo que estamos aquí, no me gustan estos jueguitos sin sentido, no me gusta perder mi valioso tiempo en tonterías.


—¿Qué quieres ordenar, Paula? —pregunta, clavando su burlona mirada en mí.


Mi nombre suena tan extraño cuando él lo pronuncia, tan… incómodo y perturbador. Como si pronunciando mi nombre pudiera ver atreves de mí.


—No tengo hambre —respondo rápidamente.


—Bien, pues yo sí —me informa—. Llamaré al camarero.


Espero unos minutos en silencio hasta que Pedro realiza su orden. Miro mi celular una y otra vez para comprobar que mi madre no está atosigándome como lo ha hecho en los últimos siete días. Hace una semana que lo vi, ni siquiera lo conozco, pero la propuesta que tiene en mente para ambos me asusta y al mismo tiempo me gusta. No sé qué sentir exactamente. Sé que mi apellido necesita de esto, pero ¿Qué hay de mí? ¿Qué es lo que realmente quiero?


—¿Has pensado una respuesta? —cuestiona estirando su mano por encima de la mesa—. Debo confesar que me sorprendió tu llamada. No pensé que lo decidirías tan de prisa —Acaricia mi brazo levemente y me toma por sorpresa. Intenta hacer que esto sea más fácil, pero todo se torna más incómodo que antes.


—Ya lo pensé —digo retirando mi brazo y también moviendo un mechón de pelo detrás de mi oreja. No quiero que me toque, no aun—. Sé lo que quiero, sé lo que debo hacer, pero para estar segura, necesito que me digas que crees que sucederá realmente, porque intento encontrar una explicación a esta propuesta, pero no la encuentro.


Pedro se mueve incomodo en la silla, mira sus manos cerca de las mías y luego suelta un suspiro. Está pensando una buena respuesta y yo me muero por oír lo que tiene que decir. Quiero terminar de comprender todo este asunto, solo por mera curiosidad.


—Tu padre está en quiebra, necesita apoyo económico y me interesa hacer una inversión en su empresa. Eso es todo —asegura evitando mi mirada.


—¿Y por qué estoy incluida en el paquete? —pregunto con la mirada desafiante.


—Porque sé que valdrá la pena —murmura con una media sonrisa.


—Explícate —ordeno. No me gusta que le de tantas vueltas al asunto.


—No es necesario que lo explique. Te quiero a ti, quiero que tengas mi apellido, quiero que seas mi esposa. Eso es todo. Necesito tener algo que realmente valga la pena en el acuerdo.


Lo miro incrédula. No puedo creer que hable enserio.


—¿Estás hablando enserio? ¿Crees que soy parte de las acciones de mi padre o algo así? —cuestiono completamente indignada.


Quiere sexo, eso debe de ser. Quiere una esposa de adorno, pero sé que podré aceptar eso con tal de obtener lo que quiero. Hay caprichos que debo cumplir.


—Jamás te trataría como un objeto. Te estoy pidiendo que formes parte de mi vida, quiero que seas mi esposa, sabes que te daré todo lo que quieres.


—Quieres una hermosa esposa de adorno —afirmo.


—Hermosa esposa, si —musita sonriente—. Adorno, no.


Bien, si me quiere porque soy hermosa, si seré un adorno, pero tendré lo que quiero. Esto nos conviene a ambos, aunque sé que hay algo oculto detrás de todo esto. Tengo que aceptarlo, el dinero es lo importante, para mi madre también lo es. Si lo hago ya no me molestará.


—Si me dices que sí, nos casaremos en un mes, Paula. Si me dices que no, estás en todo tu derecho, pero vas a prohibirme la oportunidad de conocer a la mujer que he buscado durante toda mi vida.


Se pone de pie llamando la atención de todo en el lugar. Los demás comensales observan la escena y realmente no sé qué hacer. Hay una agradable música de fondo y cuando veo que se coloca de rodillas delante de mí con una sonrisa pícara, se lo que hará. ¿Realmente lo hará? No puedo creerlo.


Se oyen los grititos emocionados de las demás mujeres y veo sonrisas arrogantes y presumidas a mí alrededor. 


Alfonso toma una caja de terciopelo color negro y luego la abre delante de mí, dejándome observar un hermoso, costoso e inmenso anillo con un diamante blanco que me dice hola solo a mí.


—¿Paula Chaves, quieres casarte conmigo?



CAPITULO 3 (EXTRAS)





Estoy en casa de mi padre. Ya se lo he dicho, le he comentado todo lo que Alfonso se proponía y ahora solo me siento desesperada. Mi madre parecía feliz con el trato, mi padre estaba más que negado a que lo hiciera y yo solo podía mirarlos a ambos sin saber qué hacer.


Ahora estoy más sola que nunca en mi habitación con miles de dudas en la cabeza. Miles de cosas que pensar y una decisión que tomar.


Alfonso… Alfonso quiere que sea su esposa, quiere que me case con él por el bien de su empresa y la de mi padre pero… ¿Por qué yo? ¿Porque soy parte de esto? ¿Por qué me siento realmente culpable? Solo quiero hablar con alguien que pueda entenderme con alguien que me dé una respuesta y que me diga que es lo correcto. Soy ambiciosa, lo quiero todo y sé que Alfonso puede dármelo, pero al mismo tiempo no quiero nada. No de esta forma. ¿Casarme? ¿Por qué?


Me acurruco más en mi cama y abrazo mis piernas. Llevo más de dos horas aquí y sigo oyendo los gritos de discusión de mis padres. Nunca he sentido lo que siento en este momento. Los deseos de llorar me invaden y la presión que siento en todo mi cuerpo es inmensa. Todo esto depende de mí, incluso mi vida depende de esta decisión. Son tantas cosas que pensar y esclarecer que lo único que puedo hacer es sentir como una lagrima se desliza por mi mejilla. Yo no lloro, casi nunca lo he hecho y si lo hice nadie se ha enterado o intenté que nadie lo supiera, ni siquiera yo. 


Intento ser fuerte, aparento tener el control de la situación, pero la realidad es que la situación me controla a mí y nunca podré con eso.


Tengo una semana para tomar mi decisión. Solo una semana para dejarlo todo como está o cometer una locura de la cual me arrepentiré toda mi vida. ¿Puede el dinero ser mi completa felicidad? ¿Funcionará? ¿Para qué me quiere además de sexo? ¿Eso quiero? ¿Ser su juguete? ¿Dejaré que me utilice a su antojo solo por unos cuantos millones y tarjetas de crédito ilimitado? ¿Voy a venderme, acaso? ¿Por qué considero hacerlo?


Oigo como dos leves golpeteos se reproducen en la puerta y lo primero que hago es limpiar mi mejilla. Nadie debe de saber que he llorado por todo esto. Soy fuerte, perfecta y segura de mi misma.


—Adelante —digo con el tono de voz entrecortado, pero lo disimulo tosiendo falsamente. Papá abre la puerta muy despacio y se mete en el que era mi cuarto hasta que decidí mudarme sola.


—¿Todo está bien? —pregunta con una leve sonrisa, mientras que se acerca a la cama—. ¿Podemos hablar? —Asiento levemente y me cubro más con el edredón.


Papá me inspecciona por unos segundos y sonríe ampliamente al ver mis tacones en el suelo y mi vestido a un lado. Tengo puesta una de sus camisetas blancas para sentirme más cómoda, es lo que siempre hago cuando vengo de visita y me quedo más tiempo del debido. Amo a mi padre, aunque no lo demuestre muy a menudo, y haría cualquier cosa por él y por todo lo que ha hecho para que esa maldita empresa progrese.


—Lo siento si tomé tu camiseta, pero no me siento muy bien —confieso sorbiéndome la nariz. Es obvio que papá sabe que he llorado, pero es una de las pocas personas que me ha visto hacerlo.


—No tienes que preocuparte por eso, princesa —me dice, extendiendo su mano para acariciar mi mejilla—. Ahora tu y yo tendremos una seria conversación y quiero que me escuches, ¿De acuerdo?


—Sí.


—No quiero que pienses en hacer algo así, Paula —me dice, mirándome fijamente—. Jamás podría dejar que lo hicieras. No importa lo mucho que nos beneficia, no importa todo lo que él pueda darte. Quiero que seas feliz con alguien a quien ames, quiero… Jamás te pediría algo como eso.


—Pero, papá… —protesto más confundida que antes—. Todo lo que tenemos, todo por lo que has luchado, todo lo que hemos soportado para perderlo así sin más… ¿No crees que es injusto?


—Injusto sería que algo tan insignificante como las acciones de una empresa arrebaten tu felicidad, Paula —dice, acariciando mi mejilla, ahora mojada por una estúpida lágrima.


—Pero…


—Marcos —murmura mi madre desde la puerta, viéndose tan molesta y amenazante como siempre. La frialdad invade cada poro de su ser, y con certeza sé lo que vendrá a continuación—, déjanos a solas —le ordena acercándose.


—Déjala en paz, mujer. Necesita estar tranquila —interfiere mi padre con una mueca de disgusto.


—¡Vete, Marcos! —grita y señala la salida.


Papá me mira de reojo y le pido en silencio que me deje a solas con ella. Él besa mi frente y me susurra lindas palabras antes de marcharse de mi vieja habitación.


Mi madre comienza a caminar de un lado al otro frente a mí y de vez en cuando voltea su mirada para verme. Sé que debo permanecer en silencio y esperar a que todas las palabras para atacarme estén en su cabeza. No puedo contra ella, jamás podré ser lo suficientemente perfecta.


—¿Por qué lloras? —pregunta con brusquedad.


No sé qué responder.


—No lo sé —digo con la voz apagada—. No…


—Nunca sabes nada.


—Madre… —intento protestar, pero es en vano.


—Voy a suponer, y espero no equivocarme, que lloras porque vas a casarte con ese tipo, ¿verdad? ¿Lloras por eso cierto? Es el único motivo por el que te permitiría llorar.


—¡No voy a casarme con él! —exclamo desesperada, y veo como la mirada de mi madre se llena de furia. Luego, se ríe levemente y vuelve a cruzarse de brazos delante de mí—. ¡Papá no me dejará hacerlo y yo tampoco quiero! —grito en un vago intento por vencer, pero sé que solo pierdo.


—¡Claro que quieres!


—¡No!


—¡Si tienes que abrirte de piernas para ese tipo lo harás, y se acabó!


—¡Madre! —grito horrorizada—. ¡No! ¡No haré nada de eso! ¡No voy a casarme con él, no voy a acostarme con él!


—¡Claro que vas a casarte con él y vas a acostarte con él porque eso es lo único que quiere de ti, no sirves para otra cosa, Ana! —grita ella más que enojada.


—¡No me llames así! —grito entre llanto. Arrojo el edredón a un lado y me pongo de pie dejando que la camiseta blanca de papá me cubra hasta la mitad del muslo—. ¡Deja de llamarme así!


—¡Ese es tu nombre, mierda! —grita elevado el tono de voz—. ¡Ahora eres Ana! ¡No eres Paula Chaves, en este momento no eres mi hija! ¡Nunca lo serás si sigues así!


—¿Por qué? —exclamo desesperada, sintiendo como mi cara está más que mojada. —¿Por qué siempre haces esto?


—¡Una hija mía debe de hacerme sentir orgullosa! —se excusa—. ¡Tú no haces que me sienta orgullosa, con tus acciones lo único que logras es hacer que te deteste aún más!


—¡Basta! —grito cubriendo mis oídos con mis manos.


No poder oírlo. Ya no más.


—¡Me debes mucho a Marcos y sobre todo a mí! ¡Si no fuera por nosotros estarías en un orfanato de mala muerte! ¡Si no fuera por nosotros no tendrías todo lo que tienes! ¡Soy tu madre y tienes que escucharme cuando te digo lo que debes hacer!


—¿Por qué debo escucharte cuando tu jamás lo haces? —me quejo rompiendo en llanto aún más—. ¿Por qué eres así conmigo? ¿Por qué me odias?


—¡Solo hago lo que creo que es mejor para todos! —grita en mi dirección—. ¡Vas a casarte con ese tipo porque es lo que necesitamos! ¡No perderé todo esto por una estupidez que cometió tu padre!


—¿Y vas a obligarme a casarme con ese tipo? —grito más que desesperada.


—¡Sí! ¡Claro que lo haré! ¡Te obligaré a que quieras casarte con él si es malditamente necesario, Ana! —grita mucho más fuerte de lo que pensé que podría gritar. Mi piel se eriza y mi corazón se rompe de nuevo.


—Ya no me llames así, por favor… —le suplico con un hilo de voz—. Por favor ya no me llames así… —imploro sintiendo como todos mis muros se derrumban de nuevo. —¿Por qué no me quieres? ¿Por qué jamás fui lo suficientemente buena? ¿Qué tengo que hacer para que estés orgullosa de mí? ¿Por qué…?


—¡Cierra la boca y deja de hacer preguntas!


—¡No!


—¡Tenías un excelente futuro en la universidad de Oxford y rechazaste algo que podía hacerme sentir orgullosa por un idiota que jamás sintió nada por ti! Que ingenua has sido...


—¿Y eso que tiene que ver? ¡Te dije que no quería ir a Oxford, pero nunca me escuchaste!


—Si no te casas con ese tipo juro que te vas a arrepentirte, Anabela —me dice duramente.


Oír mi nombre es como sentir miles de cuchillos hundiéndose en todo mi cuerpo. No quiero ser ella de nuevo, no quiero sentirme como ella, solo quiero que mi madre me acepte y quiero hacer lo correcto por todos. No sé qué hacer. 


Estoy dándome por vencida desde ya. No tengo más fuerzas para luchar…


—No quiero hacerlo —lloriqueo, limpiandome las mejillas.


Ella camina por mi habitacion una vez mas y se detiene en seco con una malvada sonrisa. Se acerca a mi y me mira fijamente.


—Sabes que tengo mucho que contarle a tu padre con respecto a tu comportamiento, querida. Tu y yo tenemos un secreto y sabes que puedo romperle el corazon a tu padre en cualquier segundo...


Mis ojos se abren de par en par y comienzo a llorar de nuevo. No, ella no puede hacerme esto, no puede... No.


—No me hagas esto, por favor —imploro.


—¿Como se sentirá tu padre cuando sepa que eres una maldita puta, Ana? ¿Como se sentirá si se entera de todo lo que hiciste?


Estoy perdida, sé que estoy perdida. No podré hacerlo. Ella siempre va a vencer.


—Mamá, no...


Ella se ríe una vez más y suelta un suspiro.


—¿Que harás entonces? ¿Como vas a comprar mi silencio?


—Si yo… —balbuceo y me trago todo el llanto—. Si yo me caso con él… —No logro terminar la frase y me sorbo la nariz. Veo a mi madre borrosa por todas las lágrimas que se acumulan en mis ojos, y soy más débil que nunca. Siempre lo he sido, pero con mi madre lo soy aún más—. ¿Si me caso con él y salvo la empresa tú vas a estar orgullosa de mi? ¿Si acepto su dinero tu dejarás de llamarme Ana? ¿Tu…?


—¡Que sí, Paula! —grita desesperada—. Cásate con ese tipo y has que me sienta orgullosa. Has que por primera vez sienta orgullo al decir que eres hija mía —Me mira de reojo y con desdén mientras que espera mi respuesta.


—No quiero que papá lo sepa, Carla, por favor. No quiero romperle el corazón.


Ella se acerca a mí y me mira fijamente. Ahora veo una leve sonrisa en su rostro y siento su mano en mi mejilla.


—¿Qué harás entonces, querida? —me pregunta sonando amable—. ¿Qué harás para enorgullecerme y callarme, Paula?


Me trago el nudo que tengo en la garganta y elevo la mirada para verla directamente a los ojos.


—Yo… —Suelto un suspiro y enderezo la espalda para parecer segura—. Yo voy a casarme con él, madre —afirmo con completa seguridad—. Lo llamaré en la mañana y le diré que he tomado una decisión —Ella sonríe y luego abre sus brazos de par en par para darme un abrazo. Me lanzo hacia ella y dejo que lo haga. Necesito ese abrazo aunque sé que es superficial. Quiero llorar en mi interior, pero el dolor solo logra endurecer mi corazón por completo. La vida no es justa y yo no lo seré tampoco.


—¿Lo ves, Paula? Todo es mejor cuando le haces caso a tu querida madre. Cuando te cases con Alfonso vas a enorgullecerme mucho, cariño…



CAPITULO 2 (EXTRAS)





Acabo de dejar mi cabello perfecto. Me miro al espejo y luego estiro mi brazo para tomar el vestido negro ceñido que descansa sobre mi cama. Me lo pongo y una arrogante sonrisa se forma en mis labios. Soy perfecta, no cabe duda de ello. Me lo repito cada mañana para que no se me olvide, pero eso jamás pasará, porque lo sé todo el tiempo.


Termino de colocarme los tacones de quince centímetros, me acerco a mi mesa de maquillaje y escojo uno de mis diez tipos de perfumes diferentes. Al mirar mi cuello recuerdo el descarado beso de ese sujeto. 


Alfonso, no ha salido de mi mente. 


Han pasado más de tres días desde que me retuvo en el ascensor y logró besar mi cuello paralizando la sangre que recorría mis venas. Nunca me sentí vulnerable con alguien y nunca suelo ser vulnerable, pero ese descarado beso me dejó impresionada y me provocó mucho miedo por lo mucho que me gustó. Había deseo y sexo, pero… ¿Por qué no he dejado de pensar en él?


“Deja de pensar estupideces, Paula Chaves. Eres perfecta, hermosa, él no te merece, ningún hombre…” —me dice mi mente y luego mi Paula interior me da una leve palmadita en la espalda para que siga con mi perfecta vida tal y como es. 


Nada que hacer. Cosas que comprar, gente incompetente a la que debo poner en su lugar y sobre todas las cosas a un hombre al que alejar de mis pensamientos.


—Lista, más que lista. Siempre perfecta —me digo a mi misma, mirándome al espejo.


Me gusta lo que veo, siempre me gusta. Enderezo la espalda, elevo la barbilla y luego sonrío en un vago intento por sentirme mejor conmigo misma. Aún hay vacío en mi interior y eso parece que nunca va a llenarse, no importa cuanto salga de compras, sigue aquí, pero mi sonrisa no lo demuestra.


Salgo de la habitación con uno de los más costosos bolsos de Londres, un hermoso regalo de papá, por cierto. Mis tacones resuenan sobre el suelo de madera pulida de mi apartamento hasta que llego a la cocina, abro el refrigerador de acero inoxidable de doble puerta y tomo una botella de tamaño pequeño con jugo de naranja. Lo bebo rápidamente y considero que ese es un desayuno más que suficiente para mi cuerpo.


Muevo un mechón de pelo detrás de mi hombro y camino en dirección a la puerta. Cuando la abro y elevo la mirada, ahogo un grito y siento como mi pecho se vuelve frío, una extraña sensación se apodera de mi estómago y es como si perdiera el control de mi misma por un segundo. 


—¿Qué está haciendo usted, aquí? —exclamo a modo de pregunta—. ¿Cómo sabe dónde vivo? —cuestiono alarmada, aunque intente parecer calmada.


Ahora solo me siento insegura.


La sonrisa cínica de su rostro me resulta maligna y al mismo tiempo sexy. Balbuceo solo un poco y recobro la compostura como siempre suelo hacerlo. Lo tengo todo bajo control y esta pequeña sorpresa no cambiará eso, nunca.


—Buenos días, señorita Chaves —murmura, dando un paso hacia mí.


Aún no sé cómo entró aquí, o que hace o que pretende, pero tenerlo así de cerca, nubla todos mis sentidos sensatos.


—Es un placer volver a verla.


—No volveré a preguntar de nuevo —aseguro con una mirada desafiante. Estoy a la defensiva, pero no tengo otras opciones.


—Es bueno oír eso. Vamos —ordena tomando mi mano—. No tenemos mucho tiempo —dice, dando un paso hacia el ascensor al final del pasillo. 


Es evidente que me toma por sorpresa, nunca nadie ha tomado tantas atribuciones así conmigo, y cuando lo hace, me gusta y eso me asusta, me asusta demasiado.


Cierra la puerta de mi apartamento, toma mi mano y entrelaza nuestros dedos sin apartar sus ojos de los mío.


Hay una sonrisa oculta en sus labios, pero puedo percibirla. 


La situación le divierte, le gusta y creo que a mí también.


—No iré a ningún lado contigo —le digo de manera más informal—. ¿Qué crees que haces?


Su mirada se vuelve depredadora y esa sonrisa oculta reaparece en menos de unos pocos segundos. Se acerca aun más y cierro los ojos rápidamente cuando su mano se posa sobre mi pequeña cintura. Por alguna razón dejo que lo haga y por alguna otra razón aun peor dejo que lo haga.


—¿Qué quieres?


—Hablar.


—¿Sobre qué?


—Nosotros. —dice cortamente.


—¿Nosotros? —indago alejándome meramente sorprendida.


—Nosotros —reitera, apegándome más a su cuerpo con su fuerte brazo.


¿Por qué no estoy alejándolo de mí? ¿Por qué no puedo apartarme? Es como si fuésemos imanes que tienes que estar juntos de todas las formas posibles. Es algo natural.


—Quieres sexo —afirmo, mirándolo con odio—. ¿Solo eso quieres?


Sonrío de nuevo y él acerca su rostro al mío. Estamos más que cerca. Demasiado.


—Eres un poco arrogante, ¿no crees?


Me rio levemente. Es obvio que no me conoce y nunca lo hará por completo.


—Soy sincera conmigo misma y con los demás. Soy hermosa y es obvio que quieres algo de mí. Pero… ¿Qué hay de ti? Creo que eres igual de arrogante que yo —asevero con una mirada divertida y sexy al mismo tiempo—. Presentarte en mi edificio y tomarme de esta manera es una prueba clara de que me deseas.


—Claro que te deseo —dice rápidamente, sorprendido de sus propias palabras, pero sonando seguro de ellas.


—Entonces si quieres sexo —afirmo con una amplia sonrisa que solo hace que mi ego se eleve por los cielos. Claro que me desea ¿Por qué no lo haría? Le gusté desde que me vio en la oficina de papá y puedo apostar a que no ha dejado de pensar en mi…


“Como tú no has dejado de pensar en el”—me dice mi mente de nuevo, pero decido ignorarla para no admitirlo.



—No quiero sexo, Paula —murmura sonando sexy cuando pronuncia mi nombre.


El agarre en mi cintura se hace más fuerte y puedo sentir como su respiración se acelera en el momento en que mis senos tocan su pecho. Su mirada lo dice todo y no sé cómo hacer para detenerme.


—No estoy entendiendo.


—Te quiero a ti… —murmura sensualmente sobre mi oído, obligándome a cerrar los ojos y a morderme la lengua para no jadear cuando su tibio aliento toca mi piel. —Te quiero toda para mi, pero no de la forma que tu crees…


—No conseguirás lo que quieres esta vez, Alfonso. No estoy disponible.


Me aparto de su agarre. Acomodo mi bolso y luego camino por el pasillo dejándolo detrás de mí. Intento respirar con normalidad, pero todo se hace mucho más difícil, sé qué tipo de hombre es y también sé que no se dará por vencido.


—¡Puedes tener todo lo que tú quieras, si aceptas! —exclama como medida desesperada cuando estoy por entrar al ascensor. Me detengo en seco. Las miles de explicaciones de papá me vienen a la mente. Las miles de quejas de mi madre me torturan y por primera vez siento que haré algo bien si confío en este sujeto—. ¡Puedo beneficiar a tu padre, pero la que saldrá ganando en todo esto serás tú!


—¿A qué te refieres? —pregunto, volteándome en su dirección.


—Ven conmigo y te lo explicaré…