lunes, 9 de octubre de 2017

CAPITULO 35 (TERCERA PARTE)




Son las dos de la tarde y aún tengo nauseas a causa de la asquerosidad que me dieron como almuerzo. No he soltado el celular de mis manos, tengo esperanza y fe, porque sé que él me llamará en cualquier momento, me dirá que todo está bien y que pasará San Valentín conmigo. Sé que lo hará. Eso es lo que quiero que haga y me veo más que desesperada y estúpida por creer que sucederá realmente cuando lo más probable es que él ni siquiera me recuerde justo en este instante. 


Tiene cosas más importantes que hacer, preocuparse por responder un mensaje de texto de su embarazada, gorda y, sobre todo, llorona esposa que no tiene nada de especial, es lo de menos. 


Oigo como golpean levemente la puerta y ordeno a quien sea, que ingrese. Si fuese una enfermera ni siquiera habría golpeado. La puerta se abre y veo a mi padre asomar su cabeza. Me lanza una sonrisa y sé que todo ha estado más que bien. Sé que lo ha solucionado. 


—¿Qué sucedió? 


—Santiago habló con Gabriel y lo convenció de que eso es normal y que nada grave sucede. 


—¿Entonces, no le dirá a Pedro


—No lo hará —asegura. 


Se sienta a mi lado en la camilla y acaricia mi pelo como siempre lo hace. Suelto un suspiro porque estoy aliviada. 


Quería llamar la atención de Pedro, sí, pero no de esta forma. Sería en vano que viniera por algo así. Estoy tan confundida que no sé qué pensar en realidad, porque quiero que venga, pero al mismo tiempo no quiero que lo haga. O tal vez solo quiero que esté aquí en San Valentín… Sí, estoy segura que es eso. Esa tonta fecha me altera mucho más de lo normal. 


—Te quiero tanto, papá… —confieso por lo bajo. No es que me apene decirlo, es solo que no sé por qué lo hago.



Él me abraza y por primera vez en el día me siento relajada. 


No he dejado de pensar en Lucas Milán y toda su mierda, pero sé que no quiere hacer daño aunque, aun así, me confunde. 


—Yo también te quiero, princesa. Y tu amigo ese, el fotógrafo está afuera —me dice con otra sonrisa, cambiando el tema de conversación. 


Eso me toma por sorpresa. 


Miro la pantalla de mi celular, chequeo las llamas perdidas y hay cuatro de Damian. Es irónico que él llame y mi esposo, el padre de mis hijos, no lo haga. 


—¿Cómo sabe que estoy aquí? —pregunto rápidamente. 


—Ha llamado cuando estabas dormida y se lo he dicho, pero supongo que nadie más lo sabrá. 


—No, claro que no —respondo—. Confío en él. 


Mi padre besa mí frente a modo de despedida cuando le ruego que me deje y que se quede con Ale hasta la hora que me den de alta. Solo falta una hora para eso y quiero que mi pequeño se sienta mejor con mi padre cerca hasta que llegue a casa. Tomo mi teléfono y le envío un mensaje a Pedro sintiéndome realmente molesta porque aún no ha llamado. 


*Sé que estás ocupado, sé que no soy importante en este momento y sé que tal vez me ignores de nuevo, pero incluso Damian me ha llamado y creo que está ganando ventaja con respecto a ti.*


La puerta se abre y lo primero que veo es un ramo de flores coloridas envueltas en papel azul claro. Sonrío y acomodo mi cabello, pero no estoy muy segura de por qué lo hago. 


—Con que una recaída, ¿Eh? —pregunta antes de acercarse a mí.  Sonrío al ver su aspecto tan desaliñado y tan Damian de siempre. Lleva los pantalones de jean claro que están rasgados en sus rodillas, la camiseta con letras, y encima la camisa a cuadros. Nunca cambiará—. Espero que estés bien —me dice, entregándome el ramo de flores que cruje entre mis dedos. 


Sonrío y admiro cada uno de los tipos de flores diferente. No son como los rosas de Pedro, son mucho más divertidas, pero para nada originales. 


—Gracias, son muy lindas —le digo. Las dejo a un lado y acomodo la manta que cubre mis piernas. Kya se hace notar y Damian sonríe al ver mi vientre. 


—¿Qué ha pasado? —pregunta sentándose a mi lado. 


—Presión baja, mareos, náuseas… Ese tipo de cosas de embarazadas con sobre carga de hormonas —le digo, soltado un suspiro y escuchando su risa. 


—Sí, sobre todo lo de las hormonas —dice. Me rio de nuevo y le doy un golpe a sus costillas con mi brazo flexionado—. ¿Te encuentras mejor? 


—Sí. Solo ha sido un desmayo —miento porque no es la verdad—. Estaba en el centro comercial, y creo que mi padre ha exagerado la situación. 


—¿El alemán lo sabe? 


—Claro que no —respondo con una risita nerviosa—. Está en Japón, demasiado lejos de aquí, y ni siquiera se ha molestado en llamarme a menudo. 


—Japón no es excusa —dice secamente—. Ningún lugar del mundo es excusa, Paula. 


—No, pero la empresa de su padre también es de Tania y Emma. No puede perderlo todo. 


Damian suelta un suspiro. 


—Creo que ya lo sabes, pero tu esposo siempre va a resultarme un completo imbécil —dice pareciendo molesto. 


Me desconcierta su cambio de actitud. 


—¿Por qué dices eso?



—Porque no sabe valorar lo que tiene, Paula —confiesa dejando mis ojos abiertos de par en par—. Digas lo que digas, él no lo hace. Puede darte todo lo que quiere, pero en este momento no te da lo que realmente necesitas. 


—No es así en realidad —intento defenderlo, pero muy en el fondo es verdad. 


Pedro no me ha dado la atención que necesito. No estoy suplicando que me hable cada segundo del día, pero que al menos me responda un mensaje antes de que se acueste a dormir o lo que sea. 


—No quieras defenderlo. Tania me ha dicho que regresará la siguiente semana. Ni siquiera pasará San Valentín contigo… 


—Basta —digo severamente—. Se acabó —Que mencione ese tema me saca de quicio. No tiene por qué decirme nada. 


Ya tengo suficiente conmigo misma y mis malditos pensamientos. La puerta se abre de pronto y una enfermera con cara de perro se acerca y me quita la sonda del brazo. 


Se toma su tiempo y parece demasiado concentrada, luego me dice que ya puedo marcharme y debo de hacerlo rápido porque necesitan la habitación. Intento contener mi cara de ofendida, pero no se me da muy bien. Damian ayuda a que me ponga de pie y luego observo incomoda al otro lado de la habitación. 


—Pásame la ropa —le pido. 


Él se mueve con toda velocidad, me la entrega y luego sale para darme un poco de privacidad. Pasados unos cuantos minutos vuelvo a ser la misma Paula Alfonso de siempre. 


Observo mis zapatos en el suelo y me rio. No podré hacerlo del todo y creo que será divertido que lo haga. Camino descalza hacia la puerta y llamo a Damian de nuevo. 


—¿Qué sucede? —cuestiona inspeccionando la habitación. 


Me siento en la camilla intentado contener mi risa y luego balanceo mis pies como una niñita. 


—¿Estás bromeando? —dice con una mueca al comprender la situación. 


—¡No puedo agacharme! ¡Los mareos regresarán! —me excuso, aunque sé que no es verdad. 


Solo quiero que lo haga. Quiero un poco de atención, nada más. Él se arrodilla delante de mí y suelta un suspiro.



—Me siento como un imbécil —dice apretando los dientes. 


Me rio a carcajada y veo como me coloca los zapatos. 


—Eres buen amigo —me rio. 


Se pone de pie y tiende su mano para acompañarme hasta la salida. Tomo mi bolso, mi teléfono y me inclino para atrapar el ramo de flores de encima de la cama. Lo sostengo entre mis dedos y cuando volteo mi cuerpo choca con el de Damian y ahora estamos cara a cara. 


—Estoy perdidamente enamorado de ti, Paula Alfonso —dice, posando sus manos sobre mi cara. 


—¿Qué…? —balbuceo completamente sorprendida, intento zafarme de su agarre pero no lo logro, está tomando ambos lados de mi cara y mira mis labios fijamente—. Damian, no —imploro—. Estás… 


—No, no estoy confundido —asegura—. Estoy perdidamente enamorado de ti y lo sé desde la primera vez que te vi, Paula. Intenté hacer todo lo posible por no sentir lo que siento, pero no puedo contenerme. 


Su boca toca la mía y por un momento todo se queda en blanco. Aprieto los ojos con todas mis fuerzas e intento resistir, fingir que nada sucede, pero no puedo. Está besándome, mueve su boca e intenta arrastrarme a sus movimientos, no sé por qué lo hago, pero dejo que me bese hasta que logro reaccionar. Pedro… Pedro no merece esto.


Me muevo con todas mis fuerzas e irrumpo el contacto de su boca y la mía. 


—¿¡Qué mierda estás haciendo!? —grito, limpiando mi boca con el dorso de mi mano. Es en vano porque ya me ha besado y por un momento dejé que lo hiciera—. ¿Cómo mierda te atreves a hacerlo? 


—¡Te amo! —grita, elevando demasiado el tono de voz—. ¡Te amo, esa es la verdad! ¡Me importa una mierda tu esposo, Tania, o lo que sea! ¡Estoy enamorado de ti! ¿No lo entiendes? 


—¡Somos amigos! 


—¡Tú eres mi amiga, pero yo no quiero ser tu amigo, nunca quise serlo! 


—¡Damian, no!



Jamás me he sentido tan incómoda y tan dolida al mismo tiempo. Sabía que en un principio había interés por su parte, pero jamás le di motivos para que hiciera esto. Sabe que amo a Pedro, sabe lo que pienso, lo que siento. Tal vez que él lo sepa ha sido el error. 


—Desde el día que te conocí supe que me gustabas, supe que eras esa mujer que quería y tú no estabas bien con el alemán para ese entonces, quise acercarme y… 


Intento no alterarme de nuevo. Este no es mi día, que Pedro no esté aquí hace que todo se vuelva mucho más complicado. Acabo de perder a mi mejor amigo, a esa persona que me entendía y me hacía llorar de tanto reír… 


—¿Cómo te atreves a hacerle esto a Tania? ¿Cómo te atreves a hacerme esto a mí, Damian? 


—Te amo… —dice dándose por vencido. 


—¡Pero yo no te amo a ti! ¡Entiéndelo! —grito, sintiendo como mis manos comienzan a temblar por causa de la furia y de todo lo que siento por tener que vivir esta maldita situación. Podría esperarme esto de Santiago, pero jamás de Damian… 


—Acabas de arruinarlo todo —aseguro. Comienzo a llorar. Soy demasiado débil y no puedo con todo esto. Me siento sola y sé que nadie podrá entenderme—. ¡Todo! ¡Lo has arruinado todo! 


—No, nena… —balbucea y parece comprender lo que realmente hizo. 


—¡No me llames así! —grito dolida, furiosa, molesta. Es una mezcla de sentimientos horrible—. ¡Pedro acabará contigo cuando se lo diga! —aseguro. 


No sé si lo haré, ahora estoy demasiado confundida, pero no puedo no decirle. Sería como traicionarlo. 


—¿Piensas decírselo? 


—¡Claro que sí! —grito y camino en dirección a la salida. Ya he perdido demasiado tiempo aquí—. No dejaré que ese maldito beso arruine lo que tengo con mi esposo. Has perdido demasiado Damian. Y si no le dices a Tania lo que sucedió, se lo diré yo, porque no se merece esto… 


—Paula, espera —me suplica. Me detengo solo porque no sé si pueda dar otro paso sin desmayarme. Voy a comenzar a llorar. Damian lo ha arruinado todo—. Yo solo quería que tu…


—Lo has arruinado todo, Damian —aseguro mirándolo por última vez—. Tú y yo no… Es simplemente una locura. ¡Es imposible! —exclamo sintiéndome realmente molesta. 


—¿Por qué es imposible? —pregunta furioso—. ¿Por qué mierda es imposible que alguien como yo esté con alguien como tú? —brama desesperado. Sé lo que quiere decir pero se equivoca—. ¿Es por qué no tengo dinero? ¿Por qué no soy millonario? ¿Por qué no tengo autos de lujo o un jodido reloj que vale más que el maldito London Eye? 


—No te confundas —le advierto señalándolo con mi dedo índice. 


—¿Qué no me confunda? ¡No me confundas tú, Paula! —grita—. ¡Sé tú verdad, sé lo que sucedió en realidad con él! ¡No lo amas! 


—¡Sí lo amo, Damian! —grito desesperada—. ¡Lo amo a él y no a ti! ¡Entiéndelo! —grito por última vez. Esto ha sido demasiado. Es perder el tiempo con algo que no tendrá una solución. Se acabó. Acabo de perder todo lo que tenía, un amigo, un hermano, esa persona que me hacía reír y que me comprendía—. Lo has arruinado… —Es lo último que digo. 


Muerdo mi labio inferior para no llorar y salgo del cuarto. 


Nada ha sucedido aquí. Llego a la recepción y veo a Gabriel sentado en sala de espera. Al verme, deja la revista a un lado y se pone de pie. 


—¿Lista para marcharnos, señora? 


—Sí. Llévame a casa. A casa. 


El único lugar en el que quiero estar. Con Ale, con mis dos hijos. Son todo lo que necesito en este momento.





CAPITULO 34 (TERCERA PARTE)




Abro los ojos lentamente y me veo rodeada de blanco. Estoy en una habitación de hospital con una asquerosa bata de hospital y una sonda en mi brazo derecho. Busco algún rostro familiar, pero estoy completamente sola. Mi ropa y mi bolso descansan en un rincón de la habitación y lo primero que se me pasa por la cabeza es ponerme de pie para tomar mis pertenencias y largarme de aquí. No recuerdo mucho, solo puedo… Anabela, ese tipo me llamó Ana, no estoy loca. 


Tengo sus palabras en mi mente. Me ha llamado Anabela. 


Estoy desconcertada en todos los sentidos. No puedo con todo esto. No puede ser lo que creo. Debo haberlo imaginado.



Cruzo la habitación, y dejo mi brazo estirado para que la maldita sonda no me moleste, intento tomar mis cosas, pero la puerta se abre y hace que de un brinco del susto. Tiemblo por dentro y por fuera. Cierro los ojos y luego un suspiro. 


—¿Qué crees qué estás haciendo? —pregunta la inconfundible voz de Santiago desde la puerta. Esto en mucho peor, en serio no puede empeorar. 


—Santiago… —murmuro. 


Él cierra la puerta y se acerca rápidamente a mí. Parece molesto, pero no estoy segura. Me toma del brazo y me lleva hacia la cama de nuevo. 


—No te muevas de ahí hasta que yo lo diga —ordena supervisando que mi sonda esté en su lugar. Enarco las cejas como gesto incrédulo y luego me cruzo de brazos. 


—¿Disculpa? —cuestiono algo indignada. 


Él se ríe levemente y niega con la cabeza. 


—Ahora soy solo tu doctor y no Santiago —responde enseñándome esa blanca sonrisa—. Debes quedarte aquí hasta el fin de la tarde y luego puedes marcharte a casa. 


—¿Qué sucedió? —pregunto agachando la mirada. 


—Tuviste un desmayo. Tienes la presión baja, Paula. Muy baja para tu estado y eso me ha preocupado. 


—¿Presión baja? —indago con el ceño más que fruncido. 


—Perdiste la conciencia por causa de eso. Ya te encuentras mejor, pero necesito que me digas con detalle todo lo que sucedió, así podré tener un diagnóstico más detallado. 


Revivo los últimos minutos que mi mente me permite recordar y omito la cara de ese sujeto. Sé que debo decirle a alguien, pero por algún motivo no me atrevo a hacerlo. Es más complicado de lo que pienso. 


—Bueno… yo estaba comprando algunas cosas y luego sentí nauseas —Esa es parte de la verdad, no necesito explicarle que me enfadé con Pedro porque no respondió a mi mensaje ¿O sí? —. Bueno, hablaba con mi esposo por mensaje y luego sentí las náuseas, en realidad —aseguro esperado a que me crea.



—¿Nada más? 


—Nada más —miento descaradamente. Él se acerca y se sienta a mi lado en la camilla. Por un segundo pierdo el aliento y parece que voy a desmayarme de nuevo. 


No quiero que se acerque demasiado, cruzará la línea, puedo verlo venir. 


—Puedes decirme lo que sea, Paula —asegura, colocando una de sus manos en mi mejilla. 


Me veo obligada a elevar la mirada. Me veo obligada a elegir en quien confiar para hablar sobre esto, pero hay algo en mi interior que me dice que si confío en Santiago traicionaré a Pedro


—Quiero ver a mi padre —respondo secamente y vuelvo a poner mi atención hacia cualquier cosa menos a él. 


Oigo un suspiro cargado de fastidio, luego veo como la puerta se cierra y a los pocos minutos papá ingresa a la habitación. 


Al verlo, mis ojos se empañan y abro los brazos de par en par para recibir su abrazo. Esa mirada cargada de preocupación me hace sentir más que culpable. Soy una niñita caprichosa y también soy frágil y débil. 


—¿Cómo te sientes, princesa?¿Que ha ocurrido? 


—No quiero hablar de eso… —balbuceo y dejo escapar el primer sollozo. Escondo mi cara en su pecho y luego agito mis hombros por causa del llanto. Me siento miserable y confundida—. Tienes que decirle a Gabriel, papá. Tienes que convencerlo de que no le diga nada a Pedro… —chillo perdiendo el control. Sé que no debo alterarme, pero de solo pensar en lo molesto que Pedro se pondrá intento no imaginar todo lo que podría suceder. Será un desastre—. Tienes que… 


—Gabriel se ha intentado comunicar con él desde hace más de una hora, pero su celular suena y no contesta —asegura acariciando mi cabello—. Hablaré con él, pero no puedo prometerte nada, hija. 


Asiento a modo de compresión. Sé que también tendré que interferir. Quiero que Pedro regrese pero no por esto, no por decirle que un tipo ha estado acosándome desde hace días y que por eso estoy en el hospital. 


—¿Y Ale? —de pronto el pánico me invade. Me siento la peor madre del mundo. No sé qué hora es, no sé qué ha sucedido después de que perdí la conciencia, no se absolutamente nada y estoy más que confundida—. Papá, Ale…



Mi padre se apresura a decirme que todo está bien. Me explica de Daphne está con él en casa y que LAURA y Charlie también lo acompañan. No sé qué decir y parezco más confundida que antes. 


—Él está bien. Le dije a Daphne que estabas haciendo algunas cosas importantes —suelto un suspiro y cierro los ojos—. Es una mujer demasiado pesada, pero me ha creído. 


—Quiero largarme de aquí. Solo quiero estar en casa con mi pequeño y no salir nunca más, no al menos hasta que Pedro regrese. 


Sé que tengo que decirle lo que está sucediendo, pero se enfadará de todas formas y lo que menos tengo deseos de hacer es pelearme con el apenas llegue del viaje. No sé qué hacer, estoy más confundida de lo normal y necesito decírselo a alguien que pueda entenderme. 


—Aún faltan unas cuantas horas, princesa. Intenta calmarte y trata de no alterarte, ¿de acuerdo? 


Asiento con la cabeza y luego acaricio el dorso de mi brazo como acto nervioso. 


Tengo que decírselo a alguien. 


—¿Quién me ha sacado de la tienda? —se me ocurre preguntar, aunque la respuesta ya la sé. Solo intento esclarecer toda esta estúpida y desconcertante situación. 


—Un joven te ha sacado en brazos de ahí, nos acompañó hasta aquí, pero se ha ido. 


—¿Te dijo como se llamaba? —indago de inmediato. 


El terror se apodera de mí y luego se esfuma. Él no quiere que nadie sepa que lo conozco y no creo que se atreva a decirlo. Hay algo extraño en todo esto y necesito una explicación. 


—No lo ha dicho. Solo se quedó hasta saber que estabas bien y se marchó, pero no hemos cruzado ni una palabra, no pude hacerlo. 


—Está bien… —murmuro—. Solo ve a hablar con Gabriel, papá —le pido sonando dulce, o al menos eso es lo que intento—. Quiero descansar un poco más. Mi cabeza me duele demasiado. 


Papá asiente. Me besa en la frente y se va. Me quedo completamente sola en la habitación, enciendo la televisión para que haga algo de ruido e intento relajarme. Comienzo a acariciar a mi pequeña que se mueve de un lado al otro y me provoca varias molestias en el vientre. Le canto una canción por el simple hecho de no olvidar como se hace, y sonrío al ver que eso logra calmarla. Me siento mejor, pero las dudas y las miles de preguntas siguen ahí y por el momento no hay respuesta alguna.




CAPITULO 33 (TERCERA PARTE)





Media hora después estoy lista. Tengo mi perfecto cabello rizado, un vestido color ciruela que favorece mi figura y hace que me vea adorable con mi pancita de mamá. Tengo unos tacones bajos y el maquillaje adecuado. Me coloco mi tapado negro que me llega hasta la rodilla y me cubre lo suficiente del frío, termino el conjunto con un pañuelo en mi cuello, labial, y estoy más que perfecta. Ale aún no ha despertado y suele dormir hasta los once si nadie lo despierta. Supongo que regresaré a esa hora. Agatha se quedará con él mientras que acompaño a papá.



Beso a mi pequeño, tomo mi bolso y luego bajo las escaleras. Mi padre espera al igual que los dos niñeros. 


Pongo los ojos en blanco al verlos y los saludo por cortesía. 


—Señora Alfonso—responden los dos al mismo tiempo. —Iré en MI coche con MI padre —les informo. Ambos asienten y luego caminan detrás de nosotros a una distancia aceptable. Tengo que discutir con Pedro sobre esto. 


Entiendo que se preocupe, pero es un poco exagerado. 


Nada me sucederá. Mi embarazo marcha bien… 


—¡En realidad no tenías nada que comprar! —le digo con un gritito de emoción—. ¡Solo querías llevarme de compras! —grito de nuevo muerta de la felicidad. No demoré mucho en comprender el plan de papá. Llegamos al centro comercial y su balbuceo me ayudó a darme cuenta. 


Ahora me siento mucho mejor. Un par de horas de compras y luego regresaré a casa con mi pequeño. Papá y yo recorremos todas las tiendas del centro comercial y él deja que escoja todo lo que quiera. No compro demasiada ropa porque esta no es mi talla, es temporal. Me concentro en los zapatos de tacón, en accesorio, maquillaje y perfumes. Mi padre parece divertirse y me da su opinión sobre todo lo que me pruebo. Desayunamos algo en el patio de comidas del lugar y luego seguimos el recorrido. 


Tengo más de diez bolsas en la mano, de hecho, papá las lleva por mí y es divertido verlo. 


—Tienes que quedarte afuera —le digo seriamente. Estamos frente a una tienda de lencería, la misma en la que vine con Pedro una vez y no me atrevo a dejar que mi padre entre, y los niñeros menos. 


—Señora Alfonso… —intenta protestar Gabriel, pero lo detengo de inmediato. 


—No creo que a mi esposo le guste que tú o tu esposa me vean comprando ropa interior —interfiero comenzando a molestarme—. No negociaré esto de ninguna manera —aseguro—. Entraré ahí sola y ustedes van a esperarme aquí afuera. 


Los tres se quedan callados y por suerte nadie me sigue. 


Entro a la tienda y comienzo a ver las prendas de ropa interior. Lo primero que hago es comprar sostenes. Mis senos han aumentado mucho más y no sé cómo hacer para que no me resulte molesto. Sé que a Pedro le encantará, pero incluso el contacto de mis pezones con la tela del mismo me irrita.



Cuando una de las vendedoras comienza a empacar todas mis compras, recorro la sección de camisones. Hay de todo tipo de telas y no puedo evitar pesar en san Valentín al verlo. 


Quiero que Pedro esté aquí ese día, quiero que estemos juntos, quiero que me vea con alguna de estas prendas y que me desnude. Es san Valentín, tiene que estar aquí. 


Tomo mi celular y le envío un mensaje. 


*¿Estaremos juntos en San Valentín?* 


Veo como recibe mi mensaje e incluso lo lee porque el celular me lo indica, pero simplemente no responde. 


Pasan tres o cuatro minutos y decido arrojar el estúpido teléfono dentro de mi maldito bolso. No vendrá, eso es lo que quiso decirme sin responder, no se atreve a hablar de eso. No lo hará. Pasaré san Valentín completamente sola. 


Tomo un hermoso camisón de color plata y lo examino. 


Siento su suavidad y luego recorro con mis dedos los delicados detalles de encaje. Es en vano escoger algo, pero quiero pensar que sucederá un milagro y podre lucirlo para Pedro en algún momento. 


—Puedo apostar todo lo que tengo que te veríais realmente hermosa con eso —dice esa voz con ese acento tan particular que hace que me estremezca. 


Mi pecho se congela de inmediato y cierro los ojos porque siento como un balde de agua helada se derrama sobre mí. 


Me volteo a verlo, y ahí está el. Luciendo esa sonrisa arrogante, ese cabello perfectamente arreglado y ese traje azul marino que acentúa mucho más esa maldita sonrisa arrogante. Soy un paso hacia atrás y él uno hacia adelante. 


—Estás siguiéndome… —murmuro. No es una pregunta es una clara afirmación. Veo una sonrisa en sus labios y sé que no necesita responder—. ¿Por qué estás aquí? —pregunto entrando en pánico. Comienzo a buscar a mi padre por todas partes y me siento como una niñita de tres años que se pierde en el supermercado—. ¿Por qué apareciste el otro día? ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Dinero? ¡Eres un jodido hijo de puta! ¿Por qué no solo...? —intento terminar con mis preguntas, pero siento tanto miedo que no puedo hacerlo. 


A medida que me alejo de él, él se acerca. Siento como todo mi vientre se pone rígido y cierro los ojos porque es un dolor horrible.



—No, espera —me pide con voz glacial—. No quiero que te alteres —me dice, tomándome de ambos brazos con delicadeza. No me siento bien—. Solo quiero que hablemos. Te diré por qué estoy buscándote, solo intenta calmarte por tu criatura, joder… 


Coloco ambas manos en mi vientre y vuelvo a buscar a mi padre con la mirada. Ahora el parece nervioso y yo me desestabilizo aún más. Dejo el camisón en donde estaba bruscamente y luego comienzo a sentir arcadas. Lo menos que quiero hacer es vomitar en una tienda tan exclusiva como esta y en donde todos me conocen. 


—No… —dice moviendo su dedo de un lado al otro—. No lo hagas… 


—No me siento bien —balbuceo. 


Comienzo a caminar hacia la salida. Apenas puedo hacerlo, mi vientre sigue duro y siento una presión en todo el cuerpo que es desgarradora. 


—Anabela, espera… —dice, tomándome del brazo. Me detengo en seco. Me volteo a verlo y antes de que pueda responder mis piernas flaquean. 


—¿Qué has dicho? — el dolor de vientre desparece y siento como todo mi cuerpo se relaja mientras que me dejo vencer… 


—¿Estás de coña, Ana? —oigo que pregunta mientras que siento que mi cuerpo se eleva por los aires—. Esto es una completa mierda. Pedro, solo quiero a Pedro