domingo, 22 de octubre de 2017
CAPITULO 10 (EXTRAS)
Algo interrumpe mi sueño y hace que despierte lentamente.
No quiero abrir los ojos, pero ese maldito sonido no se detiene. Siento como todo mi cuerpo se llena de furia. No sé qué sucede, pero solo quiero que se detenga. Estaba soñando algo y no puedo recordar que era.
—¡Apaga esa mierda, Pedro! —grito volteando mi cabeza al otro lado, pero ese ruido sigue ahí, sobre la mesita de noche.
Me volteo en su dirección y abro los ojos, finalmente rendida.
Estoy furiosa con él y con ese estúpido teléfono.
Golpeo su brazo, él frunce el ceño y abre sus ojos.
Me mira por un instante y el teléfono se calla.
—¿Qué sucede? ¿Estás bien? —pregunta con confusión y el tono de voz apenas audible.
Su teléfono comienza a sonar una vez más, y ya no necesito decir nada, pero debo hacerlo de todas formas.
—Apaga esa mierda de teléfono por las noches —espeto secamente, y le doy la espalda.
Él contesta rápidamente, pero no oigo sus palabras, solo escucho el silencio que hay en la habitación. No sé qué sucede, pero un escalofrío recorre mi cuerpo y hace que me voltee a verlo una vez más.
Está ahí, parado frente a mí, blanco como el papel y sus ojos brillan incesantemente. La expresión de su rostro no tiene palabras para que pueda describirla y en ese momento, sé que algo malo sucede.
—¿Qué?
No hay nada, ni una sola palabra.
Aparto el estúpido edredón y me pongo de pie, mientras que él sigue sosteniendo su teléfono. Su mirada está perdida en algún lugar.
—¿Qué sucede? —vuelvo a decir, pero él no habla.
Segundos después, estoy sola en la habitación y completamente asustada. Tomo el celular de Pedro de la mesita de noche y observo su ultima llamada, mientras que él se mueve de un lado al otro en nuestra tienda individual.
Emma, Emma acaba de llamarlo.
Pongo los ojos en blanco porque estoy completamente segura que la niñita irritante está haciendo berrinches estúpidos por un poco de fiebre. Seguramente reclama a MI esposo como ya lo hizo dos veces a media noche.
—¿Emma? —pregunto cuando por fin contesta.
Oigo sollozos y murmullos al otro lado, pero no entiendo nada.
—Paula… —lloriquea y me hace poner los ojos en blanco de nuevo.
—¿Qué sucede?
—Es… es papá, está muy mal.
Abro mis ojos de par en par, pero luego frunzo el ceño. Bien, no es la niñita irritante, es Alejandro, eso es extraño, pero los Alfonso son generalmente exagerados, así que no me preocupo demasiado.
—Debo colgar —le digo rápidamente, y termino la llamada.
No me importa saber más. Sé que tengo que fingir que soy una buena esposa. No tengo otra opción aunque los Alfonso me importen muy poco.
Cuando entro a mi tienda individual, Pedro ya está completamente vestido. Tiene una camiseta gris y unos pantalones deportivos.
—Iré contigo —digo en un murmuro.
Sé que en un momento como este debo fingir que estoy preocupada y por eso decido sacar una de mis máscaras del baúl, una máscara y un vestuario completo. Se supone que estoy asustada y desesperada, así que tomo unos jeans claros y una camiseta de algodón. Algo en mis pies y acomodos mi cabello con mi mano.
Pedro sigue blanco cuando nos subimos a su coche, y sé que esto será un completo desastre. Me coloco el cinturón de seguridad y él acelera en menos de un par de segundos.
Me agarro fuerte del asiento al ver como nos movemos por la autopista y más de una vez le pido que baje la velocidad, pero él no se detiene. Creo que ni siquiera está oyéndome.
Se fue a su propio mundo, con sus pensamientos y sus miedos.
Quiero decir algo, pero francamente nada se me ocurre. No tengo la culpa de lo que sucede. Seguramente exageran de nuevo. El viejo no debe tener nada.
—Calmate un poco —le digo cuando camina a paso apresurado por los pasillos.
El sigue sin abrir su boca, miro en todas las direcciones y veo como los enfermeros y enfermeras se mueven de un lado al otro sin preocuparse por nosotros dos, que deambulamos por el hospital sin un destino en concreto.
—¿Dónde están? ¿Te lo han dicho?
Jamás hago tantas preguntas, pero estoy desesperada por salir de aquí lo más rápido posible. No tenía que haber venido, no tenia que acompañarlo. Es su familia, no me interesa.
—¡Pedro! —grita Stefan cuando cruzamos uno de los pasillos, los dos nos detenemos unos unos segundos para comprobar que son ellos y luego nos aceramos. La sensación escalofriante que tengo en mi estomago no se quita con nada, es algo que parece que se apodera de mi cuerpo y hace que mi pecho se congele. Ya sentí eso una vez, ya sé lo que sucederá y simplemente no quiero creerlo.
—¿Que le ocurrió? —pregunta Pedro mientras que Emma y Tania se lanzan a sus brazos con los ojos cargados de lagrimas.
No debería de haber venido, esa es la cruel verdad. No tengo nada que hacer aquí.
Me quedo a unos aceptables tres metros, mientras que escucho como, entre llantos y balbuceos, le explican a Pedro que Alejandro comenzó a sentirse mal a media noche.
Observo a mi alrededor y veo a Daphne, sentada en un rincón. Su rostro está completamente mojado por causa de las lagrimas y el pañuelo que tiene entre manos tiembla al igual que ella.
Es una situación desgarradora.
Ya llevamos veinte minutos en este lugar, Pedro aún no ha dicho ni una sola palabra, está ahí, parado a un costado de su madre y mira la nada.
Solo quiero regresar a casa y dormir. Es de madrugada y sinceramente no soporto tanto llanto y tanta tensión.
Suelto un suspiro y me acerco a él. Esto será lo más patético que haré en toda mi vida, pero tengo una máscara, estoy fingiendo justo ahora y todos deben creer que estoy preocupada y que quiero verlo bien.
—Pedro... —lo llamo. Él se voltea en mi dirección y me mira fijamente.
Espero a que me diga algo, pero solo se limita a mirarme y eso francamente me molesta.
—Iré a buscar café, ¿quieres uno?
Él asiente levemente con la cabeza y me regala una media sonrisa, es solo una misera sonrisa, pero logra calmarme, al menos un poco.
Camino por el pasillo y Stefan decide hacerme compañía.
Bajamos dos pisos hasta la maquina que vi al pasar y llenamos cuatro vasos con café. Él tampoco dice nada, pero no se ve tan abatido como todos los demás.
—¿No te sientes fuera de lugar? —le pregunto para romper el silencio incomodo.
—¿Cómo si no perteneciera a la familia? —me responde frunciendo el ceño. Solo asiento levemente y oprimo como puedo el botón del ascensor—. No lo sé, es complicado. Es un momento extraño y muy intimo...
Stefan no puede terminar de hablar, antes de doblar por el pasillo oímos un grito desgarrados y llantos. Él y yo nos congelamos por unos segundos, pero sabemos que tenemos que seguir caminando.
Apresuro el paso y hago una mueca de dolor cuando las gotitas de café queman mi piel, pero cuando llego hasta ellos, pierdo las fuerzas y mis ojos se abren por causa de la sorpresa.
Todo sucede en cámara lenta, no logro moverme de mi lugar y lo único que noto es como Stefan suelta las vasos con café y corre en dirección a Emma que grita y llora. El doctor sigue ahí, sin saber que hacer, mientras que Daphne golpea su pecho y jalonea la tela de su bata blanca. Tania cubre su boca sin poder creerlo y se sienta en el piso. Y Pedro...
Pedro está ahí, con la mirada perdida, pero sus ojos están cargados de lagrimas.
Alejandro está muerto.
Oh ,por Dios, Alejandro está muerto. No puedo creerlo.
Me paralizo, no sé como reaccionar. Estoy en shock, jamás habría imaginado una cosa así ni en la peor de las pesadillas.
Busco la mirada de Pedro y por fin logro encontrarla. Él está destrozado y abraza a su madre, mientras que ambos lloran desconsoladamente. Todos tiene a quien abrazar, pero yo me siento más fuera de lugar que nunca. No debería estar aquí, no merezco estarlo en realidad. Mi máscara acaba de romperse y no quiero ser más la esposa perfecta, sé que debo ir a abrazarlo y darle consuelo, pero me niego a hacerlo.
CAPITULO 9 (EXTRAS)
Es mi segundo día en este lugar, es mi segunda noche y no sé que es lo que sucederá. Ayer dormí completamente sola en la habitación de invitados, fue mi elección, yo lo quise así, pero hoy sé que será diferente. Estamos casados, llegará el momento en el que él quiera algo más y tendré que dárselo, incluso aunque no quiera o no deba hacerlo. Pedro se ha comportado como todo un caballero, y eso es algo que me irrita, quiero odiarlo, pero no puedo, él no me da motivos para que lo haga.
Suelto otro suspiro, ya he perdido la cuenta de cuantos exactamente. Elevo la barbilla, trato de sonreír y camino con mis tacones haciendo ruido por el suelo hasta que llego al comedor. Hora de la cena, la media hora más tensa e incómoda de todo el día.
Las dos mucamas están terminando de preparar la mesa en silencio, mientras que yo me siento en mi lugar y observo la silla vacía de Pedro.
—El señor Alfonso ha recibido una llamada, pero dijo que respondería lo más rápido posible para cenar con usted, señora —me dice una de ellas.
No recuerdo cuál era su nombre y tampoco me importa en este momento. Solo sonrío levemente y en silencio, miro mi plato con disgusto y luego bebo un poco de jugo de naranja.
No tengo hambre, esa es la verdad, y el salmón…
Tendré que fingir que soy feliz, que disfruto de todo esto, tendré que hacer que todo luzca perfecto. Debo de ser perfecta, al menos cuando hay alguien más viéndome.
Espero unos minutos y él por fin aparece. Luce esa camisa blanca, típica, y esos pantalones vaqueros. Me gusta verlo así, me gusta que use camisas blancas todo el tiempo, pero él no debe saberlo.
—Lo siento, era una llamada importante —me dice.
Toma mi mano que descansa encima de la mesa y la besa levemente. Abro mis ojos de par en par sin comprender que es lo que sucede, pero luego recuerdo que tenemos a dos entrometidas viéndonos y solo sé que tengo que sonreír.
—No te preocupes, cariño —digo con la mejor sonrisa. Es momento de actuar, es momento de abrir el baúl y sacar alguna máscara que me ayude a sostener todo esto—. Iba a esperarte de todas formas.
Pedro despacha a ambas de la habitación y cuando por fin estamos a solas, aparto mi mano de la suya rápidamente.
Tomo el tenedor y pincho algunos de los vegetales que tengo en el plato. No quiero comer esto, de hecho, no quiero comer ahora.
—¿Quieres contarme alguna cosa de ti? —pregunta rompiendo ese incomodo silencio.
Doy un sorbo a mi jugo de naranja y lo miro sin saber que decir. Niego levemente con la cabeza y luego limpio mi boca con la servilleta de tela.
—Creo que sabes lo suficiente —aseguro en un murmuro.
—Pero quiero conocerte un poco más —insiste. Pongo los ojos en blanco y luego tomo un trozo de tomate y lo como lentamente. Lo hago porque no quiero hablar, pero él parece querer saber algo, sé que no se dará por vencido—. Tu madre me dijo que estabas en Oxford.
—Mi madre dice muchas cosas —respondo.
—¿Pero has estado?
—Sí —respondo de manera cortante. Veo que va a preguntarme más y antes de que lo haga decido soltarle toda la información que puedo para que ya no me moleste—: ciencias de la comunicación durante tres años en el Lincoln College —espero rápidamente—, pero nunca me gusto, lo hice por mi madre, y una rebeldía me llevó a abandonarlo.
Él no responde, solo me mira y asiente levemente con la cabeza.
—¿Te gusta alguna cosa en especial?
Suelto el tenedor bruscamente y lo miro de reojo. No voy a tolerarlo demasiado tiempo. Cuanto más rápido acabe con sus esperanzas, más fácil será.
—¿Por qué te esfuerzas es hacer que esto funcione? —pregunto sintiendo como voy a perder el control en cualquier segundo—. Solo pierdes tu tiempo, haces preguntas sin sentido… Yo… yo no soy como crees, no nos llevaremos bien por más que yo lo quiera.
—Quiero saber más de ti, quiero ayudar en…
—No ayudas en nada —respondo con brusquedad—. Nos casamos por tu dinero y nada más. No confundas las cosas —ordeno poniéndome de pie.
—Termina de comer, por favor —me pide con suma paciencia. Quiere decir algo más, pero se contiene.
—No tengo hambre —digo apartando mi silla—, y para que lo sepas, odio el salmón.
*****
Oigo un leve golpecito en la puerta de la habitación de invitados y lo primero que hago es cubrirme con la manta.
—¿Paula? —pregunta el al otro lado.
—Puedes pasar —murmuro lo suficientemente alto como para que pueda oírme. Estoy sentada en la cama con la espalda pegada al cabezal y tengo un libro entre manos. Es lo único que he encontrado para hacer en esta inmensa casa.
Pedro abre la puerta lentamente y se acerca a mí. Trato de no mirarlo, finjo que leo, finjo que no me interesa, pero sé que está mirándome, sé lo que va a pedirme.
—¿Podemos hablar? —cuestiona en un murmuro, mientras que se sienta a los pies de la cama. Aparto mi mirada del libro que no leía y luego la dirijo hacia él.
—No tengo nada que decirte, pero si quieres hablar, adelante —espeto secamente.
—¿Dormirás aquí esta noche?
—No lo sé —respondo—, ¿por qué?
—No me hagas esto —implora con esos ojos que quieren convencerme de alguna cosa. Suelto un suspiro y luego abro el libro de nuevo. No llegaremos a ningún lado con todo esto—. Duerme en nuestra habitación, por favor —murmura sin cambiar su tono de voz paciente y dulce.
—¿Quieres acostarte conmigo? —Se me escapa sin que pueda evitarlo. Abro mis ojos de par en par por causa de la sorpresa y veo la expresión de disgusto que tiene en su rostro. Luego, esa expresión cambia y veo una sonrisa cínica que logra molestarme.
—No voy a tocarte, Paula.
—Entonces dormiré aquí —aseguro.
Soy una tonta, acabo de cometer la peor insinuación de mi vida, lo he dicho sin pensar y me molesto de inmediato, otra vez tiene esa sonrisita en los labios.
—¿Quieres que te toque? —indaga acercándose más a mí—. Porque si eso deseas, no tendremos más este tipo de problemas, te lo aseguro —Siento pánico por un segundo, pero luego miro mis pies y me calmo. Puedo golpearlo si intenta algo, no se atreverá a cercarse, lo sé.
—Eres un imbécil —me pongo de pie y salgo de la habitación rápidamente. Siento sus pasos detrás de mí mientras que recorro el pasillo, él no me dice nada y tampoco quiero que lo haga, no sé como reaccionaré.
—Espera —dice tomándome del brazo. Me volteo en su dirección y lo miro, mientras que respiro agitada—. No lo decía enserio —asegura—. No quería que pensaras eso.
Me suelto de su agarre y luego sonrío falsamente.
—Duerme en la habitación de invitados esta noche, o tal vez todas las noches. Yo dormiré en mi habitación, porque al fin y al cabo esto es mío también.
Camino lo poco que me queda del largo pasillo y luego me meto en la habitación. Cierro la puerta y voy al cuarto de baño. Tengo los ojos cargados de lágrimas y no sé exactamente por qué, no me siento bien, tengo una extraña sensación en el pecho, jamás sabré que es esto, pero sigo sintiéndolo, todo el maldito tiempo.
Me niego a llorar por esta estupidez, me niego a derramar una sola lágrima por todo esto. Lo hice por dinero, solo faltan unos días más y podré escapar, podre salir por ahí y hacer lo que quiera con las tarjetas de crédito que él me dará, solo lo hice por eso, no busco nada más, no necesito nada y sé que él lo sabe, pero no quiere aceptarlo.
Me acerco al lavabo y dejo correr el agua. No voy a llorar, ya lo he dicho. Esto es solo una prueba, puedo superarlo, él no me afecta, no tiene nada que pueda hacerme sentir mal. Soy la reina aquí, tengo la razón.
No, no la tengo, no soy nada de eso, lo sé, pero no quiero admitirlo tampoco.
Tengo que darme por vencida, tengo que dejar que esto me supere al menos esta vez. Soy una estúpida que ha comenzado a llorar, lloro porque me siento terrible, porque me siento vacía, lloro porque quiero ser otra persona y jamás lograré serlo. Soy esto, este monstruo, este desalmado ser que solo hace daño a los demás y al mismo tiempo se hace daño a si mismo…
Regreso a la habitación y miro el reloj encima de la mesita de noche. Son las once y unos pocos minutos. No hay señales de Pedro por ninguna parte y lo único que quiero es descansar. Quiero que este día acabe, quiero que otro día aún peor comience. Sé que todo será rápido, cuando
menos lo note, habremos cumplido unos cuantos meses y todo esto será diferente, haré lo que quiera y él también.
Solo estamos asustados, eso es lo que creo.
Aparto el edredón a un lado y luego acomodo la almohada, la muevo solo un poco, y no puedo evitar ver ese lugar vacío, él duerme ahí, deberíamos de estar en la misma cama, tratando de tolerar la situación, intentando que todo esto no se torne más difícil.
Miro ese impresionante anillo en mi mano izquierda y luego suelto un suspiro. Él quiere que esto funcione, pero me convierto en la enemiga de ambos y no dejo que la situación mejore. Soy el problema, no la solución, pero no puedo evitarlo.
Muevo mi cabeza un par de veces y camino en dirección al inmenso armario. Mis cosas ya están todas en el lugar que deseo, no recuerdo como han acomodado todo, pero encontraré algo con lo que dormir. Rebusco entre los veinte cajones, pero solo veo ropa interior y camisones que no son los apropiados, no cuando él está rondando por la casa.
Quiero ponerme algo que no demuestre nada, pero… no puedo, no es mi estilo. Quiero provocarlo y al mismo tiempo quiero que todo entre nosotros sea así de frío. Tengo miedo, tengo mucho miedo a lo que pueda suceder o a lo que pueda llegar a sentir. Estoy confundida y no hay nada ni nadie que pueda ayudarme en este momento.
—¿Puedo pasar? —pregunta al otro lado del umbral, mientras que da unos leves golpecitos en la madera. Lo veo a través del espejo y solo puedo asentir levemente con la cabeza. No tengo nada que decir—. Creí que estabas dormida —susurra tomando algo del interior de su armario.
—No… —balbuceo—. No tengo sueño.
—Trata de descansar —me pide—. Mañana es martes, oficialmente empieza nuestra semana. Regresaré a la empresa y sabes que tenemos muchas cosas por hacer.
—Lo sé, es solo que… —Quiero decirlo, pero no me atrevo. Nunca me sentí tan cobarde en toda mi vida.
—¿Qué ocurre?
Me muevo incomoda y trato de sentirme segura, pero no funciona, sé que nada funcionará en realidad. Me veo rodeada por espejos y cristales que hacen que vea lo imperfecta que soy, lo frágil y asustada. No soy lo que digo ser.
—Creo que deberíamos intentarlo —aseguro elevando la barbilla y enderezando mi espalda. Ya no estoy cruzada de brazos y trato de fingir que no me importa lo que pueda suceder. Soy la que tiene el control, soy la que manda y él es el que obedecerá, así debe de funcionar—. Estamos casados, soy tu esposa y lo mínimo que podemos hacer es dormir juntos —aseguro—. No vas a tocarme porque no quiero que lo hagas, pero esta noche lo intentaremos y si no me gusta, dormirás en la otra habitación.
Pedro se ve sorprendido, pero al mismo tiempo cautivado.
Le gusta que lo confunda, le gusta que sea así y puedo notarlo.
—Muy bien. Lo intentaremos esta noche.
—Está bien —digo mirando el suelo—. Yo… eh… —Señalo el armario y él se mueve rápidamente hacia la habitación anexa. No fue necesario decirle que quiero estar sola.
Me miro al espejo un par de veces, tomo el cepillo y peino mi cabello. Los rizos desaparecen y solo quedan ondas desparejas en mi pelo.
Tomo la toalla húmeda y me quito todo rastro de maquillaje de la cara, no estoy segura de todo esto, pero en algún momento pasará y si sucede, debo de estar preparada.
Me desvisto lentamente sin apartar mi mirada del espejo.
Contemplo mi cuerpo y trato de sentirme segura, intento no verme como lo he hecho toda mi vida. Soy perfecta, yo lo sé, él lo sabe y quiero que lo vea, que lo compruebe una vez más. Por algo estoy aquí, por algo soy su esposa, por algo soy esto que soy ahora.
Suelto otro suspiro y cruzo todo el amplio espacio hasta la sección de lencería. No me va a importar lo que pueda suceder, confío en mí y en lo que quiero. Él me desea y puedo hacer que me desee mucho más, pero sin darle lo que quiere. Tengo que jugar, el juego lo lastimará, pero lo haré para no dañarme a mí misma.
Si, funcionará. Tiene que funcionar.
Me desnudo por completo y luego tomo un conjunto negro de encaje. Lo observo unos pocos segundos y sonrío con malicia. Quiero sentirme mala para no admitir que soy patética.
Me coloco el conjunto y luego me observo al espejo. No sé qué es lo que pensará, pero de todas formas nada sucederá, así que me da igual.
Salgo de mi tienda individual y camino rápidamente en dirección a la cama. Como una estúpida miro el suelo y siento como su mirada se clava en mí. El arrepentimiento me invade de inmediato, sé que no debí de hacer esto.
Tomo a toda prisa algunos de los almohadones que están a los pies de la cama, los coloco en el centro del colchón y como una niña pequeña, hago una barrera entre amos. Sé que está viéndome, pero me niego a elevar la mirada. Solo trato de acabar todo y luego me tapo con el edredón. Oigo como él suelta un suspiro y apaga la luz de su mesita de noche. La habitación se vuelve completamente oscura y algunas sombras se proyectan a través de las cortinas.
Observo la negrura, oigo como el respira profundamente y se mueve por varios segundos. Eso es todo. Se acabó mi problema, fue mucho más sencillo de lo que yo creía.
Esperaba algo más y creo que incluso me siento molesta, completamente molesta por no haber despertado la reacción que esperaba. Quería un halago, una advertencia, algo… pero nada, él simplemente no dijo nada.
Me siento incomoda en la posición que estoy, me volteo hacia el otro lado y logro ver el contorno de su espalda al otro lado de la barrera de almohadones de color purpura. Mis manos me arden y quiero estirar uno de mis brazos para poder tocarlo, pero es una completa locura. No estoy pensando con claridad y el sueño aún no se ha acercado a mí.
—Descansa, Paula —dice interrumpiendo el silencio que nos invadía ambos.
Trago el nudo que tengo en la garganta y asiento con la cabeza, sabiendo que él no puede verme. No puedo responder y quiero hacerlo...
No sé cuánto tiempo llevo despierta mirando la nada, pero sé que es mucho. Él se ha dormido hace bastante y lo noté balbucear y respirar profundamente unas miles de veces.
El colchón se hunde un poco y percibo la figura de Pedro al borde la cama. Se pone de pie y camina en dirección al baño. Solo escucho el silencio y después el agua del grifo corriendo. La habitación se ilumina por un instante cuando abre la puerta y después todo vuelve a ser negro. Pedro regresa a la cama. Cierro los ojos de inmediato, calmo mi respiración y finjo estar dormida.
Él se cubre con el edredón, pero esta vez está mirándome a mí. Quiero voltearme para darle la espalda, pero decido no hacerlo. Quiero saber qué es lo que sucederá. Con los ojos cerrados mis demás sentidos se agudizan y siento como él acerca su mano hasta mi cara, pero no me toca, no se atreve a hacerlo y francamente me muero por que lo haga.
Me muevo solo un poco para ver que hace, pero sigo sintiendo su mano extendida a pocos centímetros de mí. Sus dedos acarician mi pelo de manera suave, apenas puedo percibirlo, mientras que la mueve hacia mi mejilla. Aparta algunos mechones hacia atrás y roza con su dedo índice mi mejilla. Quiero abrir los ojos y golpearlo por ser tan idiota, pero al mismo tiempo quiero besarlo y dejar que suceda de una maldita vez.
—Descansa, preciosa —lo oigo decir en un murmuro.
Su cuerpo se acerca al mío y aprieto los ojos al sentir sus labios sobre mi frente. Fue extraño, completamente extraño, pero aun así me gustó…
CAPITULO 8 (EXTRAS)
Coloco mis últimas pertenencias en la caja de cartón. Me duele despedirme de este lugar, de mis cosas, de mi solitaria y aburrida vida de soltera sin compromisos.
No hay mucho que empacar. Mi vida no es la gran cosa.
Unos pocos discos de música, algunos objetos personales y miles de cajas de ropa que seguramente ya no usaré. Suelto un leve suspiro e intento no romper en llanto. Aún sigo abatida, me he aferrado a una estúpida construcción, he tenido recuerdos buenos y malos en este apartamento, pero ahora debo aceptar la idea de que tengo un esposo que quiere que viva con él en su costosa súper mansión.
No me molesta la idea de vivir en una mansión y sentirme la reina del lugar, a cualquier mujer le agradaría y sé que aprovecharé esa casa con todo mi ser, pero tengo miedo de perderme a mí misma. No quiero cambiar, bueno, no del todo, pero sé que lo haré. Será incomodo, molesto y simplemente tendré que soportarlo.
Mi celular suena y corro para responder la llamada. Miro la pantalla y el nombre de “Pedro” me dice que mi amado y perfecto esposo quiere comunicarse conmigo. No puedo creerlo. Aún no logro comprenderlo. Miro mi mano izquierda y ahí está el anillo. Estoy casada, soy la esposa de un inversionista multimillonario que apenas me conoce.
—¿Qué quieres? —pregunto al contestar.
—Buenos días para ti también, mi preciosa esposa —me dice con ironía.
Pongo los ojos en blanco y froto mi ojo derecho. No lloraré.
Paula Chaves es fuerte, es segura de sí misma y siempre tiene el control. No… ahora soy Paula Alfonso y debo de ser la misma por más que mi apellido haya cambiado.
—No estoy de humor para bromas —le digo con el tono de voz más frío que soy capaz de escrutar. Oigo su risita al otro lado de la línea e intento no mandarlo al demonio. Su actitud es desesperante.
— ¿Ya acabaste? —pregunta cambiando su tono de voz a uno más dulce.
—Sí —respondo cortamente.
—Pasaré a buscarte en diez minutos —me informa.
—Bien —le digo.
—Bien —me dice.
—Bien —vuelvo a responder para tener la última palabra y segundos después, cuelgo la llamada sin preocuparme por si tenía algo más que decir. Diez minutos, solo diez minutos para enfrentarme a lo inevitable.
Diez minutos después, la puerta del departamento recibe un par de golpecitos. Acomodo mi vestido en un vago intento por elevar mi seguridad y no parecer una sosa delante de él.
Arreglo mi cabello y sonrío ampliamente. Tengo que fingir que todo está bien. Tengo que hacer de cuenta que soy completamente feliz y que estoy de acuerdo con todo esto.
Abro la puerta y lo veo parado frente a mí con una amplia sonrisa en el rostro. Luce un traje gris con una camisa blanca y corbata negra que lo hacen ver muy bien. Trago el nudo de mi garganta y tartamudeo antes de decir algo.
—Buenos días —murmura acercándose. Me roba un beso y luego cruza el umbral.
Sí, estamos casados, será normal que me bese, pero aún no logro acostumbrarme. Cierro la puerta y me volteo en su dirección. Está observando algunos de los muebles ya casi vacíos con detenimiento.
—Me gusta este lugar —murmura distraído. No digo nada y me muevo incomoda ¿Qué debo decir? —. ¿Estás lista? —pregunta sacándome del cuadro de incomodidad.
—Sí. Estoy lista —respondo.
—Bien. Toma tu bolso —me ordena dulcemente—, los de la mudanza llevaran todo esto a la mansión en un par de horas.
Hago lo que me dice, cruzo la sala y me inclino sobre la mesa para tomar mi bolso. Me volteo de nuevo y observo que está echándome un vistazo, perdidamente. Oh, está mirando mis piernas, mis pechos, y ahora mi cara. Sonríe y luego se acerca un par de pasos acortando la distancia entre ambos.
—Me gusta lo que llevas puesto —murmura viendo mi escote.
Intento no sonreír, pero lo hago de todas formas. Sé que le gusto por completo y ya estoy acostumbrada a que sus palabras me tomen por sorpresa.
—¿Podemos irnos ya? —pregunto rápidamente. No quiero halagos. No quiero nada. Me molesta su actitud, no me gusta sentirme incomoda e insegura.
—Vamos.
Conduce durante varios minutos por la ciudad de Londres.
La radio es lo único que hace ruido, mientras observo como algunas pequeñas gotas de lluvia se deslizan por el parabrisas. No tenemos nada que decir y hay cierta tensión en el ambiente que me irrita.
—Estas muy callada —dice rompiendo con el mutuo silencio.
—No tengo nada que decir —respondo cortante. No es intencional, simplemente soy así. No soy la persona más simpática del mundo y no lo seré jamás—. ¿Tú quieres decirme algo? —pregunto de manera desafiante, pero no logro nada más.
Solo sonríe y niega levemente con la cabeza provocando que otro silencio nos invada. Así será siempre. Dos o tres palabras por día y nada más. Me siento vacía, como si no hubiese nada dentro de mí.
Su lujoso y costoso coche se detiene frente a una inmensa construcción de paredes blancas, adornadas con piedras grises e inmensos ventanales ubicados en diferentes partes de las paredes. Todo es impresionante, realmente hermoso y gigantesco. Es perfecto, como siempre lo soñé. Hay una fuente en medio del gran patio de piedra en donde Pedro estaciona el vehículo y se baja rápidamente para abrirme la puerta como todo un caballero. Coloco mis pies sobre el piso de piedras y tomo su mano por uno minutos. Hacemos contacto visual cuando estamos frente a frente.
—Bienvenida a tu nuevo hogar, Paula —murmura acercándose mucho más de lo esperado. Cierro los ojos y lucho con mi Paula interior, que se muere por besarlo.
Me aparto bruscamente con la mirada gacha y recorro el trayecto hasta la puerta de entrada. Pedro me siegue a paso lento, coloca las llaves en la cerradura y luego abre la puerta. Paso primero luego él. Mi mente se queda en blanco.
Todo lo que veo es completamente impresionante. La arquitectura romana inunda el lugar. Los tonos blancos y grises provocan que todo se vea majestuoso y exagerado.
Los detalles en dorado producen una agradable combinación de tonos secos, pero atractivos a la vista. A mi derecha hay una inmensa escalera que lleva al primer piso. Delante de mí solo logro ver puertas y umbrales hacia otras habitaciones.
Pedro se coloca a mi lado y me abraza por la cintura. Me muevo para apartarlo, pero al prestar más atención, veo a dos chicas con trajes de servicio a unos pocos metros de mí.
Sonrío ampliamente, es hora del show, Paula. Hora de actuar. Dejo que mi esposo me tome de la manera que quiere. Observo a ambas chicas, mientras que nos acercamos a ellas. Es difícil no sentirse intimidada en la inmensidad de un lugar como este.
—Muchachas —dice en dirección a esas dos—. Ella es Paula, mi esposa. La dueña y señora de la mansión —le informa con alegría.
Sonrío en mi interior. Dueña y señora. Me encanta como suena eso. Me dice “Tienes el control, Paula”, tal y como me gusta.
—Es un placer conocerla, señora Alfonso —murmura las dos al mismo tiempo.
—Soy Andy —me dice una dando un paso al frente. Sonrío y asiento con la cabeza.
—Y yo soy Maya, señora —me dice la otra y repito la misma acción. Tengo que parecer cortés, al menos los primeros días.
—Es un placer conocerlas —miento.
Ninguna de ellas me agrada a primera vista.
Mi esposo las despoja y ambas se marchan. Ahora la incomodidad ha vuelto a nosotros. Estamos solos de nuevo. No tenemos que fingir, somos nosotros mismos y eso es lo que empeora la situación.
—¿Quieres conocer el resto de la casa? —pregunta colocando ambas manos en sus bolsillos.
—Está bien —respondo vagamente.
Él comienza a caminar y lo sigo a paso apresurado. El primer lugar que me enseña es la sala de estar. Es inmensa al igual que el recibidor. Todos los muebles son finos de estilo inglés antiguo y con colores sobrios y añejos. No me desagrada del todo, pero tampoco me agrada.
—No me gustan los muebles —le digo sin pensarlo. Mi boca habla antes de que pueda pensar, así soy. Siempre sincera.
—¿No te gusta? —pregunta frunciendo el ceño como si hubiese dicho algo fatal.
—No. No me gusta para nada —respondo. Ahora que estamos entrando en confianza él debe saber lo que pienso. También viviré aquí. Tengo derecho. Soy dueña también—. El estilo de la casa es elegante, pero con toques de modernidad. Deberías de tener una habitación con muebles modernos y de diferentes materiales para que todo tenga contraste. ¿Entiendes?
Me mira sorprendido como si no pudiese creer que yo hubiese dicho eso. Es la verdad. Soy hermosa y también soy muy inteligente. Esta habitación no tiene sentido y tampoco original.
—¿Lo dices enserio?
—Claro que lo digo enserio —respondo rápidamente—. Esto parece el palacio de Buckingham y créeme, no es nada lindo ni original.
—Estoy sorprendido —Musita para sí mismo—. Creí que te encantaría.
—Acostúmbrate. Tengo el control ahora —espeto con una malvada sonrisa en el rostro. Pedro contiene una sonrisa y vuelve a colocar sus manos en sus bolsillos sin apartar su mirada de mí. Ahora todo tiene sentido. Ese será mi objetivo, verlo así de asombrado será mi prioridad—. Deberías llamar a una decoradora y que cambie esto. Es mi casa también.
Camino delante de él y sigo hacia el pasillo. Quiero ver otra habitación. Quiero conocer todo. Tengo que encontrar mi lugar privado en alguna parte de toda esta inmensidad.
—Como ordene, señora Alfonso —murmura levemente.
Sonrío porque sé que no me ve y luego dejo que me enseñe lo que queda de la imponente mansión.
Me muestra su despacho, su bodega llena de vinos caros y excéntricos, luego algunas habitaciones adicionales, un cuarto de juegos, el ala en el que se encuentran los cuartos de servicio. El inmenso comedor con una mesa de madera con más de doce sillas, la fantástica cocina con mármol y caoba, la piscina bajo techo, climatizada, con mini bar incluido y una pequeña biblioteca ubicada en la parte más alejada de la casa.
Salimos al jardín y vemos todo el amplio parque con césped verde, flores de temporada y un rosedal al lado derecho de la casa. Me encanta, todo es fantástico, pero no lo demuestro del todo. Debo permanecer fría.
—Vamos a ver nuestra habitación —murmura cuando subimos las escaleras.
Enderezo mi espalda y finjo que no me afecta lo que acaba de decir. Nuestra habitación. Tendré que dormir con él todas las noches. De verdad que aún no puedo creer que todo esto está sucediendo. Tengo un esposo.
Pedro sube unos escalones más que yo y toma mi mano con firmeza. Me detengo y él también lo hace. Nos miramos por unos segundos y él acorta la distancia entre ambos. Su mano izquierda acaricia el dorso delicadamente. Intento no mirarlo a los ojos, pero eso es casi imposible. El, tiene cierto efecto en mí, que me hace dudar de mi seguridad.
—Vamos a ver la habitación —digo para interrumpir lo que sucede entre ambos.
Me sonríe débilmente y luego suelta mi mano. Camina delante de mí y lo sigo observando cada lujoso rincón del primer piso. Me enseña las múltiples habitaciones de invitados que hay, luego los baños inmensos que parece que nadie los usó jamás y al fondo del gran pasillo por fin veo un lugar para mí. La biblioteca es inmensa y tiene estanterías en tres paredes. A un costado hay un extraordinario ventanal que da a un balcón con vista al gigantesco jardín trasero.
—Pedí que compraran los libros de moda, por si te gustaba leer —me informa observando alguno de los lomos de los libros—. Ya sabes…
—Gracias —digo débilmente—. Me gusta leer, no debes preocuparte porque te moleste, porque no lo haré —le digo secamente. Al fin y al cabo no hay ningún sentimiento que nos una a ambos. Solo un tonto acuerdo. Sé que pasaré mucho tiempo aquí.
—¿Por qué dices eso? —cuestiona tomando mi brazo levemente haciéndome voltear para que lo vea.
—Porque tengo que decirlo. Es lo que creo. No suelo guardarme lo que pienso —respondo.
—Pero no es lo que crees, Paula —me informa en un susurro—. No quiero que te sientas aprisionada en esta casa. Eres mi esposa, eres la dueña de todo esto. No quiero que creas que todo será como yo lo quiera.
—No creo eso —digo rápidamente. Sé que tengo el control, pero él es un hombre, siempre hay reglas.
—No hay reglas —dice como su hubiese leído mi pensamiento—. No soy un hombre muy celoso, confío en ti. Nunca te prohibiré nada, no cuestionaré tu atuendo, no te preguntaré por lo que hiciste, a donde fuiste o por qué regresaste a tal hora si así no lo deseas. Yo no soy tu dueño y quiero que entiendas eso. Si te sientes incomoda aquí, debes decírmelo. Tenemos que esforzarnos por hacer que esto funcione. Eres mi esposa, eres la señora Alfonso…
—Exacto, soy la señora Alfonso y sé que detrás de ese apellido hay reglas. Siempre hay reglas, pero te advertiré que no pienso cumplirlas.
Se ríe levemente y acorta la distancia entre ambos. Extiende su mano y quita algunos mechones de mi cara y los coloca detrás de mi oreja con delicadeza.
—Quiero que te sientas como en tu casa. Vivirás aquí ahora. Podrás hacer lo que se te antoje. Si quieres ir de compras, lo harás, si quieres darte un baño en el cuarto que escojas, podrás hacerlo. Todo esto es tuyo ahora —Su voz sueña dulce y llena de seguridad. Comienza acercase y por primera vez siento miedo—. Quiero darte todo, quiero que tengas lo que deseas, solo dímelo y lo tendrás…
Mi Paula interior me dice que lo haga, me ruega que bese sus labios, que acaricie su lengua con la mía, pero no, simplemente no, no puedo caer tan fácil. No debo hacerlo.
Necesito más tiempo. Aun no caigo en la realidad. No puedo.
—Creo que debes mostrarme nuestra habitación —digo apartándome rápidamente. Veo como suspira con frustración y luego recobra la compostura.
Por fin llegamos a nuestra habitación. Es muy grande. Más de lo necesario. Hay una inmensa cama doble en el centro de la habitación con sabanas de seda y almohadas que lucen costosas. Todo es blanco, salvo alguna que otra decoración. El piso de cerámica blanca es casi un espejo y puedo ver el contorno de mi borrosa silueta en él. El ventanal en enorme y también tiene una salida al balcón principal.
—Espero que te guste —murmura encendiendo las luces para que todo se ilumine mejor.
Sonrío por primera vez. Claro que me gusta. Es la habitación que más me gusta de toda la casa.
—Me gusta —digo en un susurro, mientras que observo el amplio baño repleto de mármol y grifería moderna—. De hecho, me gusta mucho.
Pedro sonríe y se acerca lentamente. Me abraza por la cintura y me conduce hacia una enorme tienda individual repleta de percheros y estantes para colocar zapatos. Todo es igual de blanco y en medio de la habitación hay un hermoso ramo de rosas rojas colocadas en un jarrón de cristal con agua.
—Sé que te gusta mucho la moda —murmura observándolo todo—. Por eso pedí que hicieran esto para ti.
De verdad estoy sorprendida. No solo le importa lo que me gusta, sino que también se molestó en hacer que sienta que tenga un espacio solo para mí. Bueno, dos en realidad, la biblioteca y mi inmenso armario.
—Esto es impresionante —musito a voz baja. Aun no logro salir de mi asombro. Ya quiero tener mi ropa aquí para llenar todos estos lugares vacíos.
—Eres mi esposa ahora, mereces esto y mucho más.
Frunzo el ceño, pero aun así sonrío. Ha dicho algo inesperado y al mismo tiempo dulce.
—No comprendo… ¿Cómo alguien como tu ha vivido en esta inmensa mansión, completamente solo, durante todo un año? —Sí, debo preguntar eso. Es extraño. Tiene más de diez habitaciones y él vivía completamente solo en esta inmensidad.
—Te lo he dicho. Buscaba a la mujer de mis sueños y siempre pensé que esta casa sería perfecta para cuando esa mujer llegara.
—¿Y crees que esa mujer llegará en algún momento? —pregunto con una sonrisa burlona. Pedro se ríe y mira rápidamente hacia el suelo. Suspira y luego regresa su vista a mí.
La forma en la que me mira logra intimidarme. Volteo mi mirada hacia otro lugar y poso sobre el ramo de flores en medio de la habitación, mi atención. Veo el sobre y para distraerme y distraerlo, cruzo el cuarto y leo la tarjeta rápidamente.
“Bienvenida a tu nuevo hogar
Con cariño, tu esposo, Pedro”
—Esa mujer ya llegó, eres tú, Paula… —dice en un susurro y me besa a tal modo que es completamente inevitable—. Solo tú…
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