sábado, 21 de octubre de 2017

CAPITULO 7 (EXTRAS)





Verla con ese impresionante segundo vestido me deja sin habla. Cierro mi boca más de una vez, pero no puedo evitar volver a abrirla. Hay tantas cosas que quiero decirle, tantas cosas que quiero que sepa, pero simplemente sé que todo esto es sencillo. Si digo lo que pienso lo arruinaré, ella se alejará mucho más y no necesito que esté más lejos. Estoy demorando demasiado y todo esto se vuelve ridículo.


—¿Estás lista? —pregunto desde el otro extremo de la suite.


Ella acomoda su cabello frenéticamente buscando algún punto de perfección que ya es más que insuperable. Me muero por decirle que no necesita hacerlo, que así se ve más que perfecta, que es hermosa…, pero sé que no debo hacerlo.


—Siempre estoy lista —me responde secamente.


Intento no sonreír cuando reacciona así, pero no puedo evitarlo. Verla hacerse la difícil y dístate me encanta. Ella es especial, es diferente y ahora es mi esposa.


—Vamos, entonces —le digo, intentando no sonar como si fuese una orden.


Paula Chaves tiene una fina línea en la cual penden sus cambios de humor y en el poco tiempo que la conozco puedo saber que incluso para ella misma a veces es impredecible saber cómo reaccionará.


—No necesito que me des órdenes. Sé lo que tengo que hacer —musita de la manera más despiadada y fría de todas, mientras que se mueve a través de la suite y extiende su brazos hacia el picaporte de la puerta. Su cabello y sus caderas se mueven al compás y tengo que reprimir todos los deseos de tomarla y besarla hasta que toda esa actitud demandante se esfume por completo.


—Bien —respondo acercándome. Intento desviar mi mirada de su cuerpo, pero no lo logro.


—Bien —me responde con los ojos cargados de ira.


—Bien —vuelvo a decir.


Coloco mi mano encima de la suya y por un segundo el contacto visual entre ambos se vuelve más que íntimo. Todo a mí alrededor desaparece. Solo ella ocupa mi campo de visión y es lo más perfecto que he visto hasta ahora.


—No juegues conmigo, Alfonso —advierte con la mirada más severa que he visto hasta el momento. Tira de mi mano hacia un lado y luego abre la puerta de la habitación. Me muerdo el labio para no reír. Ella es…


Sonrío para mí mismo y la sigo por el amplio pasillo hasta las escaleras. En el amplio salón de recepción se oye una canción de Snow Patrol y veo como ella mueve sus labios al ritmo de la canción. Sé muy poco de ella, pero Justin Timberlake y Snow Patrol están en su lista de favoritos… genial… simplemente genial. Aun no tenemos nada en común y comienzo a perder los estribos. Solo quiero encontrar un punto seguro de conexión entre ambos, pero ella cada vez está más lejos.


—¡Paula, espera! —grito corriendo detrás de ella—. ¡Tenemos que bajar juntos! —explico alcanzándola. 


Ella se detiene en seco justo antes de bajar las escaleras y vuelve a acomodar su cabello. Quiero estirar mi brazo y acariciarlo para comprobar que es tan sedoso como lo he imaginado todo este tiempo… Me siento como un completo idiota.


—Apresúrate entonces —se limita a decir.


Distingo como toma las extremidades de su vestido y las eleva hasta su rodilla con una mano, mientras que con la otra se aferra a la pasa manos de las escaleras de mármol. 


Veo el miedo en sus ojos y tengo que ocultar la ternura que siento al verla descender el primer peldaño muy lentamente.


—¿No tenías tacones más bajos? —pregunto frunciendo el ceño. Jamás lo entenderé ¿Por qué usar esa cosa? ¿Para qué soportar dolor?


—Eres mucho más alto que yo. Así que si algo me sucede será tu culpa —me dice tambaleándose. Suelto un suspiro y bajo a su lado lentamente. Al parecer demoraremos horas en llegar si ella sigue a ese paso.


—¿Intentas hacerme sentir culpa? —pregunto con una leve sonrisa.


No hay respuesta por su parte, pero veo la diversión en sus ojos y eso logra entusiasmarme un poco. Si ella se ríe por dentro y se siente bien, entonces yo estaré bien. Quiero que disfrute de todo esto, pero no sé cómo decírselo.


—¡Si sigues así llegaremos a la celebración de nuestra boda, mañana! —me quejo.


—¡Cierra tu…!


Ella se prepara para atacarme, pero la tomo por sorpresa y cargo su cuerpo entre mis brazos. Está sorprendida, más que la primera vez en la que lo hice, pero al notar que sonríe e intenta ocultarlo me siento mejor conmigo mismo. La dejo en el suelo cuando por fin terminamos de bajar las escaleras. Tenerla entre mis brazos de nuevo fue como sentir esa sensación de felicidad extrema de nuevo y que muy pocas veces he vivido. La quiero entre mis brazos, pero no puedo decírselo. Voy a arruinarlo, lo sé.


—Sana y salva, señora Alfonso —murmuro mirando esos increíbles ojos color avellana.


Espero a que me ataque de nuevo o que diga algo, pero simplemente oigo el silencio acompañado por su respiración agitada. No puedo contenerme, ella es… Mis manos aún no han dejado su estrecha cintura y mi cuerpo no puede apartarse del suyo. Me muero por besarla y temo que no sea lo correcto. Hay deseo, sí, ambos lo sabemos, pero por mi parte es mucho más.


—¿Tengo que agradecerte? —murmura acercando su boca mucho más a la mía.


Sé a qué juega, pero este tipo de juego me encanta. Cuanto más cerca este de mí, más seguro de hacerlo estaré. Solo quiero sentir esos labios de nuevo. Ese beso en la ceremonia, ese beso en las fotografías… Son besos, pero sin actuación. Le gusta besarme y a mí me encanta que lo haga.


—¿Quieres que te bese? —pregunto en un leve murmuro tomando por sorpresa a ambos. Es tarde para remediarlo. 


Acabo de decirlo y sé que ella lo sabe.


—No.


—Claro que quieres —aseguro.


Tomo su cuerpo con más fuerza y lo apego por completo al mío. Estamos tan juntos que puedo sentir como late su corazón. Su respiración se vuelve más rápida y veo ese brillo en sus ojos. Es miedo, curiosidad y… deseo.


—Dejame.


—¿Quieres que te bese, Paula Alfonso? —pregunto con dulzura, mientras que sonrío al oírme a mí mismo.


Ahora es mía, lleva mi apellido y no puedo sentirme más que feliz por ello.


Pedro… —murmura con la voz entrecortada, pero es demasiado tarde. Ya no existe distancia entre ambos y aunque su voz me suplica que me detenga sé que ella está luchado para que esto suceda.


—Déjalo ya, Paula —le suplico rozando mis labios con los suyos—. Quieres que esto suceda sin obligación de hacerlo, lo deseas tanto como yo… Dímelo, dime que también lo quieres…


—¡Aquí están! —grita Sallen interrumpiendo el momento. Paula se aparta de mí con brusquedad y forma una hermosa y convincente sonrisa en su rostro, mientras que yo intento recuperarme del momento y la situación—. ¡Tenemos cuatro minutos de retraso! —dice, viendo la pantalla de su agenda electrónica—. Tienen que hacer la presentación en recepción. Solo deben tomarse fotos, saludar y ese tipo de cosas… —explica mientras que nos dirige a ambos por los pasillos del hotel hasta llegar frente a dos grandes puertas blancas.


Las puertas se abren, miro a mi esposa de reojo y veo que se siente abrumada. Intenta ocultarlo. Noto como eleva su barbilla y endereza su espalda, eso lo ha hecho muchas veces y puedo decir que conozco las reacciones de su cuerpo. Tiene miedo y nunca va a admitirlo. Tomo coraje y entrelazo nuestros dedos. Le doy una leve sonrisa para decirle que todo saldrá bien, pero no recibo nada a cambio. 


Ella solo me lanza esa fría mirada y luego sonríe ampliamente cuando todos comienzas a aplaudir y gritar sus felicitaciones. Sé que será una noche larga y sé que tendré que hacer lo que esté a mi alcance para que ella lo disfrute, porque al fin y al cabo yo lo estoy disfrutando demasiado, solo quiero que se sienta feliz. Es nuestra boda y aunque ella no sienta nada quiero verla sonreír, pero de verdad.
Ingresamos tomados de la mano al salón de recepción. 


Todos aplauden sin detenerse y de inmediato la masa de gente cobra vida y los invitados se acercan a saludarnos de nuevo. Puedo sentir el enfado de Paula a miles de kilómetros. Lo noté en la iglesia y ahora es igual. 


No le gusta el contacto con la gente y no puedo culparla por eso. Todos son invitados míos ya que ella se ha negado a invitar a sus allegados. Aún no lo entiendo, pero tengo que esforzarme para que esto no sea demasiado para ella.


Saludo a todos sin soltar de su mano. Ella viene detrás de mí mientras que cruzamos el amplio salón. Se ve incomoda, pero su sonrisa logra convencerlos a todos. Los fotógrafos reaparecen delante de nosotros y rápidamente la gente hace fila para una fotografía. Todo esto es tedioso, tengo que admitirlo, pero debo hacerlo.


—No quiero que me toquen, que me abracen o que me besen, Alfonso —me dice al oído en un murmuro.


La miro de reojo e intento expresarle lo que siento, pero no lo logro. Soy un completo imbécil. Debería de estar abrazándola y diciéndole que todo pasará rápidamente.


—Lo lamento —le digo con sinceridad y noto un dejo de sorpresa en su expresión—. Intentaré que ya no se te acerquen demasiado, ¿de acuerdo?


—Bien.


—Bien —le digo.


—Bien —me responde para tener la maldita última palabra.


Minutos después la pierdo de vista. Todos me rodean y debo de hablar sobre todo tipo de cosas con todo el mundo. La mayoría de ellos me felicitan por mi hermosa esposa y por la gran boda, pero francamente no me importa. Solo quiero verla y saber que no huyó a ninguna parte. Fue un gran reto lo del altar. Juro que hasta el último minuto creí que saldría corriendo y me dejaría plantado, pero…


Me rio por la estupidez que acabo de pensar. Ella jamás haría algo como eso.


Recorro todo el amplio salón con la mirada y no dejo de buscarla. Veo ese brillante cabello al otro lado del lugar y sonrío aliviado. Está hablado con su madre y no parece demasiado contenta. Doy un paso para dirigirme hacia su dirección, pero todo el equipo de futbol de universidad me rodea.


—¡Felicidades, Alfonso! —exclaman todos al mismo tiempo.


— Dónde la tenías escondida todo este tiempo?


—Con todo respeto, permíteme decirte que tu esposa es realmente hermosa —murmura otro de ellos con una sincera sonrisa.


Me siento molesto porque sé que es tan hermosa que provoca que todos la miren, pero por otro lado me hace sentir orgulloso el saber que es mi esposa, que lleva mi apellido y que es perfecta para todo esto…


Vuelvo a mirar en su dirección pero ya no la veo. Recorro nuevamente el lugar y no está aquí. Mis pies se mueven por cuenta propia. Me separo del grupo e intento ser lo más breve y amable con todos los que se interpone en el trascurso. No puedo perderla de un segundo al otro ¿A dónde está?


Me acerco a su padre y coloco mi mano sobre su hombro. Él se voltea en mi dirección e intenta sonreír, pero no logra hacerlo con convicción.


—¿Dónde está? —pregunto en un susurro. 


Me señala la puerta que dirige al jardín y suelto un suspiro. Esto no está bien.


—¿Crees que deba hablar con ella? —pregunto inundado de dudas. Solo quiero verla sonreír, quiero que al menos tome mi mano y no se aparte ni un solo segundo. Tengo que admitir que me siento culpable por todo esto.


—Inténtalo.


Me acerco a la puerta y antes de cruzar el umbral, tomo una rosa blanca que forma parte del arreglo floral que se encuentra a un lado. Miro ese insignificante detalle y luego me regaño a mí mismo por intentar resolver esto con algo tan estúpido.


<< ¿En qué estoy pensando? Ella va a odiarme aún más por interrumpir su espacio>>


No tengo muchas opciones. Iré allí y le diré de una maldita vez todo lo que creo que ocurre. Si lo acepta, bien, y si no lo hace entonces no lo sé, pero tengo que hacer algo. No me gusta verla tan distante, no podré soportar todo esto de esta manera. La quiero conmigo…


Cruzo todo el jardín lentamente. Paula está parada espaldas a mí frente una banca blanca justo al lado de una gran fuente con luces y aguas danzantes. Me oye llegar y rápidamente endereza su espalda para intentar hacerme creer que nada sucede.


—¿Todo está bien? —pregunto en murmuro.


—Sí —responde—. Todo está bien —dice sin siquiera voltearse a verme.


No sé qué hacer. Puedo quedarme a su lado y hablar sobre esto o puedo marcharme y fingir que nada sucede.


—¿Podemos hablar?


Al fin veo eso hermosos ojos en mi dirección y siento una puntada en el pecho al ver el brillo en ellos. Sé que estaba a punto de echarse a llorar y otra vez siento como la culpa me invade.


Me siento en la banca de madera y tomo su mano para que lo haga también. Primero veo que no le agrada que intente sentarla a mi lado, pero cuando lo hace finalmente, su expresión cambia. Estamos más cerca que nunca. Hay una agradable brisa entre ambos que mueve su cabello levemente y la poca iluminación provoca que esos ojos sean como dos faros de luz repletos de emociones que quiero descubrir.


—Es una ofrenda de paz —le digo con voz glacial. Le entrego la rosa blanca y observo como ella frunce el ceño ante mi insignificante detalle.


—¿Por qué estás aquí?


—Porque ahora eres mi esposa y aunque no lo creas, me importas…


—No tenemos nada de qué hablar —me dice secamente.


Su tono dístante se está haciendo costumbre y eso es molesto. No quiero que me odie. Se supone que ambos estuvimos de acuerdo al hacer esto.


—¿Por qué estás aquí, sola?


Me muevo unos centímetros hasta colocarme a su lado. Ella se pone de pie y se cruza de brazos mientras que pierde su mirada en el cielo estrellado encima de nosotros.


—Estoy bien, Pedro —asegura no muy convencida—. Adentro hay mucha gente y solo quería un poco de paz.


Suelto un suspiro y luego me atrevo a colocar ambas manos sobre sus mejillas. Sé que es una locura, sé que estoy tomándome demasiadas atribuciones, pero solo quiero que disfrute de esta noche.


—Seamos amigos al menos por esta noche, Paula. Te lo suplico.


—¿Qué?


—Lo que más quiero es disfrutar de todo esto contigo. Es nuestra noche, es nuestra boda. Es tu momento de brillar y de ser la novia más hermosa de todas. Es tu momento de tomar el control… Eres la razón por la que he hecho todo esto… —Acerco mi boca a la suya y antes de cometer cualquier tipo de locura, inhalo profundamente y siento su perfume. Quiero abrazarla, besarla y cubrirla a besos—. Deja que te bese… —le imploro cerrando mis ojos. Si me rechaza me daré por vencido—. Deja que te bese, Paula…


Sus labios se unen a los míos y tengo que reprimir mis ganas de saltar por todo el lugar. Sonrío sobre su boca, tomo su cintura con una de mis manos y atraigo su cuerpo cerca del mío. Así es como quiero tenerla, quiero que siempre sea así. Sus labios con los míos, su cuerpo cerca, mis manos en su piel…


—¿Amigos por esta noche, mi cielo? —le pregunto cuando ella separa sus labios de los míos y me observa con los ojos abiertos de par en par. Hay un dejo de diversión en mi tono de voz y ella lo comprende de inmediato.


—Amigos solo por esta noche, mi cielo —me responde de manera sarcástica, pero divertida—. Mañana por la mañana volveré a ser la Paula odiosa —aclara.


Esa es la sonrisa que quiero ver en su rostro. Me pongo de pie, la observo unos segundos y luego extiendo mi mano. 


Cuando ella la toma, me muevo con rapidez, la cargo en mis brazos y comienzo a dar vueltas por todo el lugar, y me parto de risa al oírla gritar aterrorizada. Es un momento casi perfecto…


—¡No, Alfonso! ¡No!


—¡Solo disfrutalo!


—¡Mi peinado! ¡Arruinas mi peinado! —grita entre risas—. ¡Alfonso!


Aún no es mía, pero sé que si le demuestro lo que siento, todo tendrá sentido. Es ella…





CAPITULO 6 (EXTRAS)





El coche se detiene frente al inmenso edificio, mientras que la lluvia cae y los vestidos en exhibición se ven empañados por las gotas de agua. Mi madre está a mi lado y sonríe ampliamente, mientras que el chófer rodea el coche.


—Alexander McQueen —dice ella con la deslumbrante sonrisa—, uno de los mejores diseñadores de todo Londres, querida.


—Prefiero a Valentino —digo con desprecio.


—Cierra la boca. Tu padre jamás podría pagar por algo así. Jamás, Paula.


—Claro que lo haría, papá por mi haría cualquier cosa.


Ella se ríe levemente.


—Si, tu también hiciste cualquier cosa con tu vida, querida Paula. Es por eso que estamos aquí, ¿verdad?


El chófer abre la puerta del vehículo y coloca el paraguas encima de mi cabeza cuando salgo, camino rápidamente hasta la entrada y segundos después mi madre llega a mi lado.


El recibidor del lugar es imponente, muy lujosos, la iluminación es cálida y hay vestidos de novia en cada rincón, de todos los modelos y materiales que se puedan imaginar.


Aún no puedo creer que esté aquí, aún tengo deseos de llorar o de salir corriendo. No quiero hacer esto, pero no tengo opción. Nunca voy a tener opción si se trata de no romperle el corazón a papá.


—Recuerda que Daphne vendrá.


—Lo sé —respondo de manera cortante y mala cara.


—Entonces cambia esa cara, lo último que quiero es tener que soportar a la ingenua de Daphne y sus preguntas. Tienes que verte feliz —susurra tomándome el brazo con fuerza.


Cierro los ojos por unos segundos y al abrirlos cambio mi cara al ver que Daphne ya está aquí, esperándonos.


—¡Al fin llegan! —exclama caminando hacia ambas.


—Daphne —digo recibiendo su abrazo—, que sorpresa, pensamos que llegarías un poco más tarde.


Ella saluda a mi madre y nos explica que esta aquí desde hace una media hora. Estaba malditamente ansiosa y a la espera de ambas para empezar con mi prueba de vestido.


Segundos después la chica de recepción por fin cuelga el teléfono y con una sonrisa de disculpa nos pide mis datos para comprobar nuestra cita.


Sé que no quiero hacer esto, sé que no es lo que quiero, pero simplemente no tengo opción. Nunca la tendré y menos si mi madre me amenaza con ese maldito error. Un error que aún sigue ahí.


—Pasen hasta la sala de estar en medio del salón. Su asesora se acercara de inmediato señorita Chaves.


Asiento levemente, mientras que Daphne y mi madre hablan y sonríen falsamente de camino a la sala de estar en medio del gran salón. Sigo rodeada de vestidos de novia en exhibición y mujeres que caminan de un lado al otro con las prendas puestas, más asesoras corriendo de un lado al otro.


—Me encanta este lugar —dice mi madre, observando a su alrededor.


—Tampoco lo conocía personalmente, pero Alejandro es el mejor diseñador de Londres.


—¿Qué opinas, Paula? —pregunta Daphne distrayéndome de mis pensamientos.


—Eh... Pues... Me encanta. Es un lugar hermoso —digo entre balbuceos, y ella me mira con ternura.


—No estés nerviosa, querida. Sólo tienes que disfrutar de esta experiencia, verás que encontraremos el vestido perfecto.


—Los vestidos —interfiere mi madre.


—Oh, claro. Los vestidos. Será una boda inmensa, tienes que lucirte a cada segundo, querida. Un vestido no será suficiente.


Sonrío a medias y finjo ver una revista con más vestidos de novia, mientras que mi madre y Daphne siguen hablando de la boda. No me interesa ningún diseño, ni ningún tipo de material, sólo quiero salir de aquí.


La asesora de mi prueba por fin llega y se disculpa por la demora de diez minutos. le pongo mala cara para que sepa que estoy molesta, pero dejo de prestar atención a la conversación cuando mi madre y Daphne la atacan con preguntas sobre todos los diseños que ellas estuvieron escogiendo por mi.


—¿Estás lista, Paula?


Parpadeo un par de veces y asiento. Me pongo de pie y la sigo por los pasillos hasta uno de los probadores.


Nos metemos en el y suelto el décimo suspiro en la última media hora.


—Siéntate aquí, Paula —me pide, señalando una silla a un costado de la puerta.


La habitación es pequeña, el espacio necesario, para un perchero, un inmenso espejo, dos sillas y un pedestal en el centro de la habitación.


Me siento y ella lo hace delante de mi, revisa algunos papeles mientras que yo miro mi teléfono y releo ese mensaje por tercera vez.


*¿De verdad vas a casarte, Reina?*


—Paula...


Parpadeo un par de veces y la miro de mala manera.


—Quieres hablarme de tu prometido —me pide con una hermosa sonrisa. La miro aún peor y meto mi teléfono dentro de mi bolso.


—No quiero ser grosera, pero no estoy de humor y no tienes por qué interesarte hablar sobre mi prometido. Has tu trabajo y traeme los vestidos que quiero largarme de aquí —digo secamente y la sonrisa de su rostro desaparece.


Ella de pone de pie, se ve incómoda, pero no me importa. 


Aquí no tengo que fingir delante de nadie.


—Hay algo que debes saber —dice antes de cruzar el umbral—. El novio escogió un diseño exclusivo para ti y quiere que te lo pruebes.


—Sólo traelo y no me hagas perder más tiempo.


Me quedo sola en esa minúscula habitación y comienzo a desvestirse. Me quedo sólo en bragas y miro con desprecio la bata blanca que descansa sobre el perchero. No usaré eso, no se si lo han lavado o no, y pensar en ello me genera asco. Tomo mi bolso y saco mi bata blanca de satén, me la coloco y espero unos minutos más, mientras que me miro al espejo.


Me siento ridícula, no quiero hacer esto, no quiero ves esos vestidos, no quiero nada.


Mis ojos se llenan de lágrimas y parpadeo unas cuantas veces para sacarlas, para que desaparezcan. Me niego a llorar por esta estupidez, me niego a llorar por causa de Alfonso.


La asesora golpea la puerta y le ordeno que entre. Ella aparece delante de mi con dos vestidos. Son inmensos, no se como pudo cargarlos hasta aquí.


—¿Qué opinas? —indaga, señalándome ambos diseños.


El primero es un vestido corte princesa inmenso y completamente hermoso con detalles de encaje, y el segundo es un vestido corte sirena también con encaje.


—¿Cual es el que Alfonso escogió? —preguntó cruzada de brazos.


—Este. —Señala el inmenso vestido corte princesa y por algún motivo extraño, yo sonrío. Sabía que era ese, claro que lo sabía.


—Me lo probaré.


Ella me sonríe, quita el vestido de la percha y comienza acomodarlo para mí, mientras que yo me quito la bata y cubro mis senos con mi brazo...


Colocó mis pies en medio del vestido y ella comienza a elevarlo por mi cuerpo. Tengo los ojos cerrados, no quiero ves esto, no quiero nada.


Siento la tela del mismo sobre mi piel, mientras que la asesora lo acomoda para mi, pero aún así, no tiene el calce perfecto.


—Me queda grande —le digo, mirando el suelo.


—Ya lo he notado, iré a buscar algunas pinzas.


Ella desaparece una vez y yo me quedó ahí, completamente sola, sujetando el vestido en la parte de arriba para que no se me caiga.


Me acercó a mi bolso, tomó mi celular una vez más y releo ese mensaje de nuevo, releo los otros mensajes y cierro los ojos porque ahora si tengo deseos de llorar.


Todo se acabó, él es uno de los motivos por los que me veo obligada a hacer esto, es lo único que me obliga. Fue un error y al mismo tiempo alguien que me devolvió la poca vida que me quedaba.


*Sabes que tengo que hacerlo, ya los hablamos, sólo fue un juego*


Respondo velozmente y limpio una lágrima de mi ojo derecho.


La asesora regresa con varias cosas en sus manos y me pide que me ponga en posición. Me subo al pedestal una vez más y trato de mirar el suelo. Ella comienza a hacer los ajustes en mi vestido con las pinzas y anota los cambios en un papel. Ya no siento el vestido flojo, pero quiero que lo ajuste aún más en la cintura, quiero que marque mi perfecta figura por completo. Voy a cerrarle la boca a Alfonso. Voy a cerrarle la boca a todos.


—Tu madre y tu suegra están muy ansiosas —me dice con una sonrisa, pero no le respondo porque no me interesa hacerlo.


—Llevaré este vestido, creó que eso ya lo sabes.


—Puedo traerte el velo para que veas como quedará, será muy emocionante.


—No usaré velo —digo rápidamente—. sólo traeme los zapatos más costoso que tengas.



—¿Qué talla?


La miro con mala cara por más de diez segundos, enderezo la espalda y elevo la barbilla. Es una incompetente, lo fue desde el segundo en el que se presentó delante de mi.


—¿Y tu qué talla crees que soy?


Ella asiente a modo de comprensión y sale del cuarto. 


Cuando sé qué estoy realmente sola, si me miro al espejo, me miro con ese hermoso e impresionante vestido. Se me ve hermoso, angelical, perfecto, pero por más que me encante no quiero esto, no quiero.


Ahora si comienzo a llorar. No me importa más nada, no podré reprimir esto, necesitó desahogarme.


Me siento patética, me siento como una idiota, pero no tengo opción. Por ser idiota no tengo opción.


Golpean levemente la puerta y me enfurezco de inmediato.


—¿Qué quieres? —grito secando mi cara.


Vuelven a golpear una vez más y camino con furia hasta abrir la puerta.


Mis ojos encuentran los suyos y me congelo de inmediato. 


No puedo creerlo, no puede estar aquí, no...


Simplemente no.


—Reina... —dice, observando mi vestido.


—¿Que estás haciendo aquí?