Lunes por la mañana.
Estoy frente al espejo, viéndome una y otra vez. Solo tengo una hora para sentirme lista. Es mi primera cita oficial con el médico y estaré completamente sola. Me siento patética.
Pedro no ha dado señales de vida desde aquella noche, Santiago no ha llamado y no estoy segura si eso es bueno o malo. Le dije que necesitaba estar sola y creo que se tomó mis palabras muy enserio.
Coloco ambas manos en mi vientre y acaricio a Pequeño Ángel una y otra vez. Luego, tomo los pantalones de jean, la blusa de algodón y me coloco una chaqueta encima. Simple y sencillo, creo que es una de las veces en las que he demorado solo un par de minutos en vestirme. Peino mi cabello y lo dejo así, sin preocuparme por cómo me veo realmente. Tomo mis pertenencias y bajo las escaleras para encontrarme con mis padres.
—Princesa —dice papá al verme entrar al comedor.
Él y mi madre ya están listos para desayunar. Me acerco a ellos, mi padre me da un beso en la frente y mi madre besa mi pelo. Me siento a su lado y observo mi plato. No tengo deseos de comer esto, pero debo de hacerlo, todas las miradas están puestas en mí, la presión en palpable en el ambiente.
Delante de mí veo un tazón con yogurt, cereales, galletas de avena y frutas. Todo se ve sumamente dulce y no pienso comer nada de esto.
Tomo la cuchara y pruebo un bocado de yogurt. Es extremadamente empalagoso y frunzo el ceño al sentir su sabor. No se me antoja el sabor a fresas a esta hora de la mañana.
—Tienes que comer, Paula —me dice mi madre.
—Tengo nauseas —confieso, intentando apartar esas sensaciones de mi cuerpo—. ¿No hay nada salado que pueda comer? —pregunto, mirando hacia todas las direcciones buscando a Flora. Sé que ella solucionará esto.
Mi madre pone los ojos en blanco, mi padre ríe y luego señala la puerta de la cocina. Sabe lo que necesito. Me pongo de pie y corro en dirección al refrigerador. Hay de todo, pero lo que realmente se me antoja es una ensalada.
Este debe ser uno de mis primeros antojos… Tomates, necesito tomates…
—Niña Paula —me dice Flora al verme con la cabeza metida dentro del refrigerador.
—Quiero comer un tomate —digo rápidamente. Necesito quitar esa sensación de mi boca—. Tengo nauseas, necesito un tomate.
Ella ríe sonoramente, luego me aparta del refrigerador y toma dos tomates entre sus manos.
—Ve a la mesa —ordena con algo de autoridad, pero lo entiendo, es su cocina, su espacio, estoy aquí entrometiéndome en sus cosas y, sobre todo, tocando sus vegetales —. Prepararé algo para ti en unos minutos.
Termino de comer la deliciosa ensalada que Flora preparó para mí y comienzo a sonreír. Es mi primer antojo. Nadie comprende lo que sucede, pero me río sola y no tengo deseos de explicar nada. Es algo entre Pequeño Ángel y yo.
¿Esos son antojos? ¿Esa ansiedad incontrolable por comer algo? Se sintió increíblemente desesperante y delicioso cuando conseguí lo que quería.
—Niña Paula.
Flora entra a la habitación con el teléfono de línea entre sus manos.
—Tienes una llamada —Me dice, entregándome el aparato.
Lo tomo y luego me pongo de pie para dirigirme al pasillo.
—Hola.
—Hola —dice Pedro al otro lado con un ligero tono de alivio. Siento como mis piernas flaquean, no me esperaba esto, me sorprende por completo—. Por favor, no cuelgues —me pide en un susurro.
—¿Qué quieres? —cuestiono secamente—. ¿No podrías haberme llamado al móvil?
—Sabes perfectamente que no contestas mis llamadas a tu móvil, Paula —dice con voz glacial. Intento controlarme. No sé para qué llama, pero espero que esta conversación acabe rápido—. Hoy es tu cita con el médico. No lo he olvidado.
Bien, ahora si terminó de sorprenderme. Mi corazón se derrite por dentro, pero por fuera sigo intentando aparentar que nada sucede.
—Sí, es hoy —le digo, queriendo no sonar emocionada.
—Quiero acompañarte.
—Pedro…
—Ya me alejaste de tu vida, Paula, y estoy intentando aceptarlo, pero no me alejes de mi hijo, por favor —me pide con un hilo de voz.
Cierro los ojos con fuerza y coloco una de mis manos en mi vientre. Toda mi Paula interior sabe que muero por él, sabe que muero por sus besos, por sus abrazos, muero por qué esté aquí conmigo. Mi hijo necesita a sus padres juntos, no puedo ser egoísta, no en ese aspecto—. Paula, te estoy suplicando…
Suelto un suspiro y cierros los ojos con fuerza.
—Está bien —respondo—. Puedes acompañarme.
—Pasaré a recogerte en una hora.
—De acuerdo —respondo, intentando no romper en llanto.
—Lo siento, lo siento por todo, Paula… —dice finalmente, y luego cuelga la llamada.
***
Una hora más tarde, el coche de Pedro se detiene en la entrada de la casa. Tomo mi bolso y bajo las escaleras de la entrada con sumo cuidado. Él se baja del vehículo y me abre la puerta sin decirme absolutamente nada. Lo noto distante, como si estuviese en su propio mundo.
—Buenos días.
—Buenos días, Paula —responde con la mirada fija en el volante del coche.
Luego, extiende su mano y acaricia a Pequeño Ángel un par de veces. Es el momento más incómodo de toda mi vida. No podré soportar esto por demasiado tiempo.
El motor del coche se pone en marcha y rápidamente estamos de camino al bendito hospital. El silencio nos invade y no puedo soportarlo. Necesito algo de ruido, algo que ayude a no sentirme tan incómoda.
—¿Podrías poner algo de música? —pregunto con la voz entrecortada.
No logré sonar ni tranquila, ni segura, creo que fue todo lo contrario y él lo ha notado.
No me responde, pero mueve sus dedos en la parte baja del volante y rápidamente una canción comienza a sonar. Nickel Black canta “Savin me” y logra ponerme los pelos de punta.
La maldita canción parece contar nuestra historia al pie de la letra.
Miro por la ventanilla y acaricio mi vientre una y otra vez. Sé que si volteo a verlo me volveré mucho más débil de lo que ya he sido. No quiero ver esos ojos cargados de dolor. Estoy igual que él, pero intento no demostrarlo. Intento contenerme y trago el nudo que tengo en la garganta cuando nos detenemos en un semáforo y el comienza a mirarme fijamente, me pone nerviosa, tengo su mirada clavada en mi cara y, por alguna razón, todos mis sentidos de alerta me dicen que finja que nada sucede.
Pedro estira su brazo de nuevo, posa su mano sobre mi vientre, y yo doy un pequeño brinco en el asiento cuando siento su mano sobre la blusa, su calor logra traspasar todo tipo de barrera y también lo que estoy sintiendo. Mis defensas comienzan a bajar. Si sigue viéndome así, soy capaz de mandar todo al maldito demonio y besarlo aquí mismo. Este enojo no durará para siempre, el dolor sanará poco a poco y sé que él estará ahí, esperando a que mi orgullosa Paula se dé por vencida. Yo ya lo he hecho, pero ella aún tiene el control de todo lo que hago, de momento.
****
Llegamos a la sección de maternidad y nos sentamos a esperar que la doctora Pierce me llame. Sé que me regañará un poco, pero es la única en la que confío y quiero que sea parte de eso. Pedro está a mi lado, mirando un punto fijo en algún lugar y parece realmente perdido en su mundo. Quiero hablar, quiero decir algo con respecto a esto, pero las palabras no pueden salir de mi boca.
—¿Cómo has estado todos estos días? —pregunta, ladeando su cabeza en mi dirección.
Intento sonreír a medias, pero no puedo hacerlo. Estoy tan idiota con él a mi lado que apenas logro recordar mi nombre.
—¿En cuál de todos los sentidos te refieres? —pregunto en un murmuro, sin poder verlo. No lograré contenerme, no podré hacerlo.
No quiero perder el control. Tengo que tolerar esta situación un poco más.
—Me refiero al embarazo —Dice, observando mi vientre.
Sé que también se siente incómodo con todo esto, pero ambos debemos esperar el momento indicado para hablar de lo que sucederá con nosotros.
Suelto un leve suspiro y recuerdo lo que sucedió en la mañana. Comienzo a reír sola y Pedro frunce el ceño en mi dirección porque, claramente, no comprende lo que sucede.
Acaricio a Pequeño Ángel y luego me atrevo a mirarlo a los ojos.
—¿He dicho algo divertido? —pregunta con una media sonrisa.
—Esta mañana tuve mi primer antojo.
Pedro me mira por unos segundos y, después se ríe. Ahora el ambiente ya no es tan incómodo como hace minutos atrás, estamos hablando de nuestro hijo y no de lo que nos sucede a ambos, y eso parece funcionar.
—¿Qué se te antojó?
—Desayuné dos tomates enteros.
Él me sonríe y luego niega levemente con la cabeza.
—¿Dos? ¿Enserio? —Se acerca un poco más y acaricia a su hijo de nuevo—. ¿Alguna otra cosa?
Pienso en decirle lo de Damian, pero no estoy segura. No quiero que me arme una escena solo por un par de fotos.
—Bueno…
—Solo dime.
Sí, tengo que decírselo, que lo supere de una vez.
—Contraté a Damian para que se encargue de fotografiar mi embarazo —digo rápidamente y en un murmuro. Si no lo oye la primera vez no volveré a repetirlo.
—Me parece bien —responde, asintiendo con la cabeza una y otra vez, como si estuviese imaginándoselo o algo así.
—¿Sabes de qué fotografías hablo, verdad?
Es extraño su comportamiento. Se supone que debe estar celoso. Estuve en ropa interior delante de uno de sus peores enemigos. ¿Qué le pasa?
—Damian me llamó al móvil el mismo día que te tomó las fotos, para preguntarme si estaba de acuerdo —me dice de manera despreocupada.
¿Qué?
—Ah —respondo brevemente.
—¿Estás nerviosa?—cuestiona, cambiando de tema al ver que con ese tipo de conversación no llegábamos a ningún lado.
—No —respondo, negando con la cabeza—. Aunque, tengo ansias de hacer esa revisión. Tengo muchas dudas.
En ese instante vemos como una mujer de cabello castaño pasa delante de nosotros, acompañada por su esposo, supongo, y tiene un vientre enorme. Debe de tener unos seis o siete meses. Ella se ve realmente feliz, pero al verla así, de esa forma… Entro en pánico en menos de dos segundos.
Me veré así cuando Pequeño Ángel tome el control de mi cuerpo y…
Oh, por Dios.
Siento deseos de llorar.
No me arrepiento de mi decisión, pero las secuelas de embarazo son lo que más me preocupan. No me siento bien conmigo misma siendo así de perfecta y luego de un embarazo supongo que mi autoestima no será la misma. No quiero estar así, con cicatrices ni sobre peso.
Pedro parece percibir lo que sucede. Me rodea con sus brazos y acaricia mi espalda. Cierro los ojos y disfruto de esa sensación. Extrañaba esto, extrañaba sus brazos, solo en ellos me siento realmente protegida, él es mi escudo y soy una completa idiota por no tenerlo cuando más lo necesito.
—Para mí siempre serás perfecta, Paula —dice en un leve susurro—. Te amaré con cada una de tus marcas de embarazo —asegura, moviendo su rostro para que nuestras frentes se junten—. Siempre.
Tengo que reprimir mis emociones, el aire que tengo alrededor es escaso y solo percibo la respiración de él sobre mi rostro. Va a besarme y no podré contenerme. Lo arruinaré todo de nuevo.
—No estoy lista para perdonarte —le digo con un hilo de voz.
—Te amo, Paula. Entiéndelo —murmura, haciendo que nuestros labios se rocen.
No voy a abrir los ojos, no voy a moverme siquiera, estoy completamente congelada en mi lugar. Si me besa estoy perdida y si no lo hace, enloqueceré.
—¡Paula Alfonso! —grita la doctora Pierce desde la puerta de su consultorio.
Doy un brinco por causa del susto y los dos volteamos nuestra cara hacia otro lado. Por lo bajo oigo a Pedro maldecir. Me pongo de pie rápidamente y él me acompaña.
Ambos entramos al consultorio y somos muy bien recibidos.
—¡Bienvenida de nuevo! —chilla, abrazándome—. ¡No puedo creerlo! ¡Felicidades! —grita, completamente emocionada mientras que acaricia mi vientre.
Apuesto todos mis diamantes a que nunca ha reaccionado así con alguna de sus pacientes, pero no tiene por qué hacerlo. Soy su favorita, pago el doble por sus servicios, todos me adoran y ella también.
—También me da gusto verte —digo, devolviéndole al abrazo.
Pedro sigue ahí, parado al lado de una lámina colgada en la pared que muestra desde adentro el sistema reproductor de la mujer. Al verlo suelto una leve risita y le hago una seña a la doctora para que lo salude.
—¡También me da gusto verte! —exclama con una amplia sonrisa—. ¡Nos conocimos el día de tu boda! ¿Lo olvidas? Soy la doctora Pierce —Se presenta estrechándole la mano a Pedro que sonríe a medias.
Sí, es verdad. Yo, Paula Alfonso, invité a mi ginecóloga a mi boda. Ni siquiera quiero recordar eso. Las palabras de aquella mujer se me vienen a la mente y no quiero arruinar un momento tan importante como este.
—Pedro Alfonso —responde.
—Lo sé, Paula me ha hablado mucho de ti durante sus revisiones —le dice como si tuviera la necesidad de hacerlo ¿Por qué lo hizo? Se supone que lo que le cuento es entre ambas. Pedro sabe que la última vez que tuve mi revisión fue hace meses atrás, cuando él y yo ni siquiera nos acostábamos. ¡Qué tonta!
Pedro frunce el ceño y me lanza una de esas miradas de sorna y picardía que me desconciertan y me hacen sentir molesta. Esto no era necesario.
—¿Usted es solamente ginecóloga? —pregunta él, rompiendo el silencio que se formó en el consultorio.
—Claro que no, querido. Soy ginecóloga, obstetra, esposa y, además de eso, soy madre de cuatro adolescentes rebeldes, así que no tienes por qué preocuparte. Conozco a Paula desde que tuvo su primer periodo… —aclara dando más información de la que él necesitaba. No solo es mi ginecóloga, es amiga de la familia—, tu hijo está en buenas manos, guapo.
Minutos después, por fin nos sentamos frente a su escritorio.
Ella comienza a hacerme miles de preguntas e intento responder con toda certeza a cada una de ellas. Primero me pregunta sobre mi último periodo, luego, todas estas típicas preguntas que un doctor haría, desde enfermedades, síntomas, alimentación sana y hasta relaciones sexuales.
Pedro está completamente callado y parece concentradísimo en escuchar todas mis preguntas y dudas.
—Si la fecha de tu último periodo es precisa, entonces eso quiere decir que tu bebé nacerá entre el seis y el doce de junio, querida —nos dice a ambos—. Puede nacer entre esa semana. Ya sabes cómo son los bebés, a veces se adelantan, a veces nacen a tiempo… Eso lo decidirá tu hijo.
Una sonrisa se forma en mi rostro sin que pueda percibirlo y, al voltear mi mirada en dirección a Pedro, me encuentro con la misma expresión de emoción que tengo yo en este preciso momento.
—Junio… —murmuro con lágrimas en los ojos—. Eso es demasiado pronto —confieso sin aliento.
Los tres nos reímos levemente y Pedro estira su mano y toma la mía con fuerza. Debo admitir que lo necesitaba, no quería pedírselo, pero él puede leer mis pensamientos, sabe que lo necesito.
—¿Alguna otra duda? —pregunta, mirándonos a ambos.
Sí, tengo que preguntarlo aquí y ahora y debo de hacerlo delante de Pedro. Será completamente vergonzoso.
—¿Qué… qué sucederá con los implantes? —digo, señalando con la mirada mis senos. No me gusta admitirlo todo el tiempo y menos si Pedro está aquí, pero es por mi bebé que haré lo que sea necesario.
—Bueno… —dice de manera pensativa—. Los tienes desde hace varios años, además no afectarán la lactancia de tu bebé y tampoco tu salud. Puedes sentir algunas molestias cuando comiences a amamantar, pero no será nada que no puedas soportar.
—¿Entonces, pueden quedarse? —pregunto sin terminar de entender la situación del todo.
—Claro que sí. Además, no es recomendable una cirugía para quitártelos y menos si estás embarazada. Confía en mí, nada sucederá.
Suelto un suspiro cargado de alivio y luego le doy las gracias mentalmente a todos los cirujanos de implantes del mundo por su magnífica profesión.
—Te daré esta lista de estudios que debes de realizarte cuanto antes —me dice, entregándome una hoja oficio con su letra y su sello al final—. Es para descartar todo tipo de enfermedades en ti y en el bebé.
—¿Puedo hacer todo esto hoy mismo? —pegunto, señalando la lista con el ceño fruncido.
—Cuanto más rápido, mejor será. Así podremos asegurarnos del todo que tu embarazo marcha en perfecto estado.
Pedro y yo asentimos a modo de comprensión, estoy un poco mareada. Son demasiadas cosas por hacer por un bebé que tiene el tamaño de un frijol.
—¿Por qué son tantos exámenes? —cuestiona Pedro, sacándome las palabras de la boca.
—Es su primer bebé —aclara, como si eso lo explicara todo—. Es para descartar todo tipo de problemas, pero descuida, en el siguiente embarazo no sucederá todo esto…
Oh, mierda.
Lo dijo.
Abro los ojos de par en par y choco con la penetrante mirada de Pedro que está tan desconcertada como la mía. Apenas tengo uno dentro y ya está hablando de otro…
Calma, necesito calma.
—Y esta es la receta de todos los suplementos de hierro y fósforo que debes tomar durante el embarazo. Ahí tienes escritos los horarios y las cantidades. Conseguirás todo eso en la farmacia —Nos entrega otro papel, pero esta vez más pequeño y con su nombre y su apellido ya impresos en el.
Luego, me pongo de pie y paso al baño para cambiarme. Es momento de la típica revisión. No estoy muy segura de que me hará, pero por lo que pude entender es algo relacionado con el desarrollo de Pequeño Ángel.
Pedro abandona la sala para mi suerte, la doctora, con suma paciencia hace su trabajo y cuando acaba se quita los guantes de látex.
—Todo listo.
Me bajo de la camilla y entro al baño para volver a vestirme.
Creo que llevo más de una hora aquí dentro y aún tengo toda una mañana cargada de exámenes médicos por delante.
Nos despedimos de la doctora y a mitad de pasillo me detengo en seco.
—¿Qué sucede? —pregunta Pedro con el ceño fruncido.
—Tengo hambre —le digo en un murmuro. Estamos en un hospital, aquí no hay comida y no quiero demorar demasiado con todos estos exámenes—. Mierda, Pedro tengo mucha hambre.
No, no es solo hambre, es un antojo.
—Pero… —dice entre balbuceos—. Paula, estamos en un hospital. ¿Quieres que te lleve a comer algo? —pregunta desesperado.
—¡No, Pedro! —chillo como una nenita—. Quiero comer algo aquí y ahora, por Dios. ¡Has algo! —bramo, perdiendo el control.
Él parece realmente nervioso. Quiero estallar de risas en mi interior, pero también en el exterior, aunque sé que no debo hacerlo o mi plan no funcionará.
—Espérame, aquí, cariño, es decir, Paula… es…
Hace que me siente en la silla de la sala de espera.
—Iré a ver qué hago. No te muevas de aquí, por Dios, Paula, mantén la calma —dice más desesperado de lo que creí.
Lo veo correr por el pasillo y cuando sé que estoy sola comienzo a reír a carcajadas. Esto es realmente asombroso.
No tiene idea de lo que le espera para cuando regrese. No dejo de reír, con solo imaginármelo, las risas me invaden de nuevo. Pequeño Ángel también está disfrutando esto, será un angelito, pero sé que tiene una sonrisa malvada justo ahora por ver a su padre es esa situación.
—Tenemos que divertirnos un poco, Pequeño Ángel —le digo a mi vientre.
No sé por qué lo hice, solo se me ocurrió y ya…