jueves, 21 de septiembre de 2017

CAPITULO 37 (SEGUNDA PARTE)




De camino al baño, me encuentro con otro grupo numeroso de personas. Ahí veo a Harry y a Liz. No sabía que estarían aquí, pero con una radiante sonrisa me acerco para saludarlos.


—¿Como la están pasando? —pregunto, interrumpiendo la conversación del grupo de cinco.


Todos me miran de pies a cabeza, incluyendo la chica, que luce un vestido rosa ventaja por arriba de las rodillas. La veo sonriente y, además de eso, tomada de la mano del tonto de Harry. Es momento de divertirme un poco.


—¿Cómo va todo, Harry? —pregunto fingiendo interés.


—Todo va bien —me responde cortamente.


—¿Qué tal tú, Liz? —pregunto en dirección a la chica.


Ella mira a Harry y luego a mí. Sé que dirá algo que hará que moleste a Harry, pero no tiene más opción.


—Estoy muy bien, Paula. Gracias por preguntar.


—¿Así que, ya son novios, cierto?


Los dos se miran mutuamente sin saber que responder. La pobre chica se ruboriza y los ojos verdes de Harry parecen algo pedidos. Aún no saben que son, pero están acostándose de todas formas. Eso me recuerda a mis comienzos con Pedro, sé que si hacen las cosas bien, terminarán juntos.


—Bien, debo marcharme. No puedo esperar a que ambos se decidan. Los veo luego. Fue un placer —saludo con la mano y sigo mi recorrido al tocador que está al fondo del pasillo. 


Fue divertido hacerlos sentir incómodos de nuevo.



****

Regreso a la fiesta y veo a Pedro buscándome con la mirada. Sonrío y alzo mi brazo a lo alto para que pueda localizarme. Ahora no estoy tan nerviosa, me siento mucho más relajada.



—Al fin te encuentro —murmura, acercando su boca a mi oído derecho. Suena seductor y dulce al mismo tiempo.


—Estaba en el baño —me excuso.


Él sonríe y me roba un beso. Trae dos copas, una en cada mano. Me entrega una de ellas, pero no es champaña, es agua, natural y sin ningún sabor en particular. Llego al gran momento, brindaremos por su cumpleaños y luego todos pasarán al comedor para recibir el plato principal de la velada.


—Escucha, cariño; primero subiré yo solo, diré un par de palabras y luego te pediré que me acompañes. Es ese el momento en el que se lo diremos, ¿De acuerdo?


—De acuerdo.


Pedro cruza todo el salón tomando mi mano fuertemente. 


Sube tres escalones de la imponente escalera caracol de la sala y pide que todos hagan silencio. Estoy viéndolo desde la primera fila, mientras que esperamos que la gente se acomode y que los murmullos cesen.


Cuando se hace un silencio en la sala, él me echa un vistazo por un segundo y luego dirige su mirada hacia los demás. Se ve muy feliz y seguro de sí mismo, como aquella vez en la que dio su discurso en Múnich.


—Primero, quiero agradecerles a todos por estar aquí. No pensé que seriamos tantos esta noche, creí que solo era una cena familiar, pero mi madre suele sorprenderme de vez en cuando —exclama, provocando que todos se rían—. Me gustaría hacer un brindis para iniciar esta hermosa velada. Quiero agradecerle a mi madre por su disposición, a mis hermanas, a ustedes y, especialmente, a mi amada esposa.


Él extiende su mano en mi dirección, sonrío y luego subo los tres escalones con sumo cuidado para estar a su lado.


—Como les decía, quería agradecer a esta hermosa mujer por todo lo que ha hecho por mí —Su mirada no se separa de la mía y una hermosa sonrisa se forma en sus labios—. Quiero agradecerte por cada precioso momento que compartimos, quiero que sepas que te amo, mi preciosa Paula y quiero que los demás también lo sepan. Me has dado uno de los mejores regalos que cualquier hombre podría querer.


La sala se queda unos segundos en silencio y luego un gran “Ooh” se oye por parte de todos los invitados. Percibo como mis mejillas comienzan a arder, no puedo creer que acabo de sonrojarme, se suponía que teníamos que ir directo al grano, pero me sorprendió diciéndome esas cosas.


—¡Salud!—exclama Pedro elevando su copa.


Los demás invitados siguen su gesto y brindan entre ellos. Pedro choca su copa de cristal con la mía y se acerca para besar mis labios mientras que rodea mi cintura.


—¿Estás lista?


—Siempre estoy lista —respondo.


Pedro vuelve a llamar la atención de los invitados. Todos parecen algo confundidos, pero nadie dice nada. El silencio en la habitación es inmediato. Miro a mi padre que me sonríe con complicidad y a mi suegra se ve más que emocionada. Pedro sonríe, me mira por unos segundos como examinándome y luego se dirige a su público que espera impaciente.


—Como les decía, mi esposa me ha dado el mejor regalo que podía pedir… ¿Estás lista cariño? —vuelve a preguntar, asiento levemente con la cabeza y miro hacia la multitud. 


Cuando Pedro me dé la señal, tendremos que gritarlo al mismo tiempo. Todos se sorprenderán.


Mi esposo coloca su mano sobre mi vientre, lo acaricia un par de veces y estoy lista. Ya me dio la señal. Respiro y sonrío ampliamente, llegó el momento.


—¡Tendremos un bebé! —exclamamos al mismo tiempo.


Todos demoran dos segundos en reaccionar, pero luego la sala estalla en gritos y felicitaciones y papá, fiel a su prometido, es el primero en aplaudir y gritar. Tania chilla de la emoción y mueve sus manos de un lado al otro, mientras que cubre su boca, nadie puede creerlo. Todos tiene caras de sorprendidos, pero sonrisas se asoman por sus labios.


—¡Seré, padre! ¿Nadie piensa felicitarme? —chilla Pedro, abriendo sus brazos de par en par.


Me rio y recibo su beso, luego bajamos los tres escalones y dejamos que la gente nos apabulla de abrazos y felicitaciones. Todos son muy amables, se muestran impactados, pero de buena manera. A lo lejos, veo a mi padre que me mira con orgullo. Me sonríe y me lanza un beso al aire. Daphne se acerca a mí y me da un fuerte abrazo, lloriquea una y otra vez, mientras que me dice lo orgullosa que está de ambos. Es extraño, no soy demasiado sentimental con ella, pero por primera vez, me emociono de vedad, no finjo. Sus palabras realmente me afectan.


—Aunque, no he sido la suegra perfecta, quiero decirte que te aprecio mucho, querida.


—También yo, Daphne —aseguro con una sonrisa.


A esta altura del partido ya estoy con los ojos húmedos, no quiero llorar, pero la sensibilidad y el momento son mucho más fuertes que yo. Pequeño Ángel está disfrutando de todo esto, cada una de estas personas lo acarician una y otra vez, y creo que le gusta.


Tania me saluda y me felicita una y otra vez. Está muy emocionada, luego saluda a su hermano. Damian se acerca con una enorme sonrisa, abre sus brazos de par en par y me estrecha en ellos. Acaricia mi cabello de manera dulce y sonríe cuando besa mi mejilla.


—Sabía que algo estabas ocultando —murmura sobre mi oído derecho—. Felicidades, nena, espero que seas realmente feliz con el alemán.


—Lo soy —aseguro, abrazándolo de nuevo.


Dejo que mi cabeza descanse unos segundos en su hombro y sonrío. Es mi único amigo de verdad, es extraño, pero este norteamericano tonto, desalineado y pesado, se convirtió en alguien muy especial para mí.


—Te quiero, presumida —dice, colocando su mano en mi vientre, moviéndola una y otra vez.


—También te quiero, tonto.



***


Durante la cena, todos toman sus lugares en una mesa con capacidad para treinta y cuatro personas. Pedro se sienta a mi lado en la punta de la misma y da inicio a la presentación del plato principal. Todos siguen hablando sobre mi embarazo y Pequeño Ángel, y, algunos, continúan felicitándonos. Pequeño Ángel lo está cambiando todo para bien.


—Te amo —murmura Pedro, acercando su boca a mí oreja—. Te amo demasiado.


Lo miro de reojo y sonrío, soy consciente de que algunos observan la escena y tienen esa sonrisa pícara en sus labios.



—También te amo —respondo volteando mi rostro en su dirección. Se acerca y muerde mi labio inferior levemente, algunos invitados hacen algún que otro comentario pervertido y todos reímos al unísono.


Minutos después, los camareros recargan las copas de los invitados con más champaña mientras que yo solo bebo jugo de naranja.


—Señor Alfonso, alguien está esperándolo en el recibidor. Dice que es urgente—murmura uno de los camareros de manera discreta sobre el oído de mi esposo. Finjo que no escuché lo que dijo y sigo concentrada en comer lo que tengo en el plato. No sé qué sucede, pero desde hoy en la mañana que tengo un mal presentimiento, algo que oprime mi pecho y me hace sentir intranquila.


—Cielo, regresaré enseguida —me advierte, colocando su mano encima de la mía.


—¿Todo está bien? —pregunto con el ceño fruncido.


Sé que aunque parezca tranquilo, no lo está, puedo sentir la incomodidad y la molestia emanando a su alrededor.


—Sí, regresaré en un momento.


Pedro se pone de pie, se disculpa con los demás invitados y sale disparado en dirección al recibidor.


Cuando se marcha, finjo que nada sucede, aunque muy en mi interior, sé que es todo lo contrario. Miro a los invitados y nadie parece percibir lo que sucede. Me pongo de pie y camino en dirección a la salida.






CAPITULO 36 (SEGUNDA PARTE)





La puerta de vidrio se abre y mi suegra nos recibe a ambos con una enorme sonrisa y los brazos abiertos.


—¡Al fin llegan! ¡Todos los están esperando! —Ella se lanza en brazos de mi esposo, besa sus mejillas como si fuera un niño pequeño y le desea feliz cumpleaños una y otra y otra vez. Luego, me mira con los ojos infestados de ternura, observa mi vientre y abre sus brazos para envolverme en ellos.


—Te ves tan hermosa, querida. Me encanta tu vestido.


—Gracias, Daphne —musito con una sonrisa—. Tú también te ves muy bien —aseguro, contemplando su vestido de dos piezas de satín negro combinado con un elegante moño en su cabeza.


Entramos a la sala de estar y todos, absolutamente todos, están aquí. Amigos de Pedro, familiares y compañeros de trabajo. Es una celebración a lo grande. Hay dos camareros sirviendo bocadillo en bandejas y otro encargado de recargar las copas de champaña de los invitados.


Comenzamos a saludar uno a uno. Al principio, Pedro no se desprende de mí, pero luego tomo otro rumbo en los saludos y nos separamos por unos pocos minutos.


—¡Adoro tu vestido! —chilla Tania muerta de la emoción. 


Sonrío complacida y le cuento la historia de donde lo compré y ese tipo de cosas.


—Me alegra verte —le digo.


—También yo, te ves tan diferente... ¡Me encanta!


—Gracias —digo, fingiendo timidez.



Damian se acerca a Tania y le rodea la cintura. Al verme, sus ojos recorren mi vestido y una enorme sonrisa se forma en sus labios. Nos vimos el día de ayer, así que no hay mucho de qué hablar.


—¿Sabe mi esposo que estás aquí? —pregunto con malicia. 


Tania se ríe y niega levemente con la cabeza.


—Vengo como fotógrafo —me responde divertido por la situación.


—Tú vienes como mi novio —asegura Tania besándolo en los labios. ¿Pedro y yo nos vemos así de idiotas cuando nos besamos? Espero que no.


—Es una lástima que Emma no pueda venir, Laura aún no se recupera del todo y Stefan y ella se quedaron en casa.


—Es mejor que se quede en casa, se habría aburrido aquí —le digo.


Damian no deja de mirarme ni un solo segundo y eso me pone algo nerviosa. No sé por qué lo hace, pero la sonrisa que tiene en su rostro es más que extraña y desconcertante. Quiero preguntar que le sucede, pero Tania sigue molestando.


—Aquí estás, cielo —musita mi esposo, acercándome a su cuerpo de una manera demasiado sobre protectora. Sonrío para fingir que todo está bien y presencio, nuevamente, esa batalla de miradas fatales que se tienen el uno al otro.


—No sabía que vendrías —reprocha Pedro en dirección a Damian.


—Vengo por trabajo —responde en un tono seco y profesional—. Y, feliz cumpleaños.


—Gracias.


—¡Es mi novio, Pedro! —chilla Tania—. No es solo el fotógrafo de tu fiesta, estamos saliendo.


—Lo sé —responde mi esposo intentando calmarse.


Creí que todo este drama había acabado, pero, al parecer, Pedro se olvidó de nuestro pacto.


—¡Oh, deja de comportarte como un hermano celoso y abrázame!—grita la rubia con emoción.


Se lanza en brazos de mi esposo y le dice feliz cumpleaños una y otra vez. Damian sigue viéndome y me sonríe sin que los demás puedan notarlo.


—¿Qué te sucede? —digo, moviendo solo los labios para que pueda entenderme.


—Hablaremos luego —me responde de la misma manera.



****


Más tarde, sigo recorriendo la sala de estar. Veo a mi padre al fondo de la habitación bebiendo whisky escocés, su favorito. Habla animadamente con algunos de los socios y amigos de Pedro. No quiero interrumpir su charla, pero hablar con él antes de decirles a todos la noticia me tranquilizará.


Lo bueno es que aún no he visto a mi madre por aquí, agradezco que no haya venido, todo será mucho más sencillo.



****


—Papá... —lo llamo desde unos aceptables tres metros. 


Todos los hombres de la ronda se voltean a verme y sonríen al mismo tiempo. Reconozco a algunos de ellos, pero no a todos. Sonrío como gesto amable y mi padre se acerca a mí.


—Mi pequeña princesa —murmura, dándome un cálido abrazo.


—Hola, papá —le digo con los nervios de punta.


—¿Qué sucede? —pregunta inmediatamente.


—Estoy algo nerviosa —admito bajando el volumen de mi tono de voz—. Hoy se lo diremos a todos y hay más gente de la que me imaginaba.


—No comprendo por qué estás nerviosa. Eres Paula Chaves, ¿No lo recuerdas? Eres esa chica fuerte, valiente, la que no le tiene miedo a nada, eres mi pequeña, dulce y, al mismo tiempo, frágil niña que logra todo lo que se propone. Estas personas no tienen que intimidarte. Pedro es tu esposo, tú tienes el control aquí —asegura con una radiante sonrisa cargada de convicción.


—¿El control? —pregunto con una sonrisa de lado. Es obvio que dijo eso para animarme, pero funcionó.


—Tú siempre tienes el control, princesa —me dice, acariciando mi cabello—. Solo ve, toma la mano de tu esposo y dilo. Te aseguro que seré el primero en comenzar el alboroto de aplausos y gritos.


Suelto una leve risita y él besa mi frente.


—¿Qué sucedió con mi madre? —pregunto antes de marcharme.


No es que me interese, pero quiero saber porque no está aquí, metiendo sus narices en las conversaciones de los demás.



—Tu madre y yo discutimos de nuevo, pero no te preocupes por eso. Cuándo me canse por completo de ella, serás la primera en saberlo.


—De acuerdo —le digo con una sonrisa a medias.


—Y créeme, no falta mucho para que eso suceda…






CAPITULO 35 (SEGUNDA PARTE)






Hoy es el día, por fin ha llegado. Veinte de octubre. Estoy completamente emocionada. No quiero despertarlo aún, es temprano, pero… ¿Por qué no hacerlo? Tengo todo un día para celebrar su cumpleaños y no quiero desperdiciar ni un solo segundo. Cuando llegue la noche, él estará con todos sus amigos y familiares y no me pondrá toda la atención que quiero, tendré que compartirlo con todo el mundo.


Me pongo de pie, tomo mi bata de seda y luego me coloco algo en los pies. Camino por el pasillo y bajo las escaleras con sumo cuidado. Apenas son las siete, hoy no irá a la oficina, pero tengo esa necesidad de verlo despierto justo ahora, a mi lado, como todas las mañanas. Tengo varias sorpresas preparadas para este día, pero la primera es el desayuno. No hay nada mejor que sorprender a mi esposo con un delicioso desayuno hecho con mis propias manos.


Llego a la cocina y me encuentro con las dos chicas del servicio que se ponen en posición y me saludan al mismo tiempo.


—Buenos días, señora Alfonso.


—Buenos días —respondo con una inmensa sonrisa.


—¿Tiene algún antojo, señora? —me pregunta una de ellas con simpatía.


Le sonrío y niego con la cabeza.


—No son antojos, pero necesito hacer un delicioso desayuno. Hoy es el cumpleaños de Ped… el señor Alfonso —aclaro para que no hagan preguntas. Ambas me sonríen y se mueven de un lado al otro.



—Nosotras podemos ayudarla —me dice la otra chica.


Acepto su ayuda con gusto. Cuanto más rápido, mejor. No quiero que Pedro despierte y no me encuentre a su lado.


Terminamos con el desayuno, colocamos todo en la bandeja de madera tallada y luego una de las muchachas se ofrece a llevarla por mí mientras que les recuerdo algunas cosas antes de retirarme de la cocina.


—Recuerden que la celebración será en casa de su madre, así que no tendrán de que preocuparse —les digo parada en el umbral—. Ah, y pueden tomarse el día libre si quieren, no hay mucho que hacer.


Ambas me miran sorprendidas, pero sonríen ampliamente. 


Si, lo sé. Pasé de ser una maldita bruja a la mujer más dulce del mundo. Lo dije, tarde o temprano, todos terminan amándome.


Subo las escaleras con cuidado y Andy viene detrás de mí con la bandeja de madera entre sus manos. Abro la puerta de la habitación y compruebo que aún está dormido. Sí, sigue en la misma posición que antes.


—Gracias. Yo me encargo —le digo, tomando la bandeja.


No quiero que vea a mi perfecto esposo casi desnudo debajo de las sábanas. Sé que se muere de ganas, pero jamás voy a permitírselo. Es mío, completa y absolutamente mío.


Entro a la habitación, lo miro por unos segundos y luego, dejo la bandeja en la mesita de noche. ¿Cómo puedo despertarlo? ¿Con besos? ¿Con caricias? ¿Con sexo? Hay tantas opciones… ¿Por qué no hacerlas todas? Sé que le encantará.


Me quito la bata, acomodo mi cabello y mi ropa interior. Me coloco sobre el colchón sin hacer demasiados movimientos bruscos, luego me siento sobre su cintura y lo observo desde este ángulo. Se ve tan sereno, tan feliz, tan relajado…


Acerco mi boca a la suya y comienzo a esparcir besos por toda su cara. Comienzo con su mentón, luego, sus comisuras, mejillas, frente, nariz, cejas… por todas partes. 


Hoy será completamente para mí y quiero disfrutarlo al máximo. Sigo mi reguero de besos por sus hombros, su cuello y sus pectorales. Él comienza a moverse y percibo como su miembro se despierta junto con él.


—Despierta… —susurro besándolo de nuevo.


Acaricio su cara con mis manos y fundo nuestras bocas. No me importa absolutamente nada. Muevo mis labios contra los suyos, él parece seguir algo dormido, pero cuando percibe lo que realmente sucede, me sigue el beso de manera impecable. Explora cada centímetro de mi boca con desesperación, deseo y, al mismo tiempo, ternura.


—Podría despertar así todos los días de mi vida —murmura con los ojos aún cerrados. Suelto una risita y vuelvo a besarlo.


—Feliz cumpleaños, cariño —susurro sobre su boca—. Feliz cumpleaños.


Él abre sus hermosos ojos y me mira por varios segundos. 


La sonrisa que tiene en sus labios es perfecta, me dice sin palabras todo lo que está sintiendo y lo feliz que es.


—Solo soy feliz si tú estás conmigo —asegura moviéndose velozmente.


Se sienta en la cama y en menos de dos segundos estamos completamente juntos, estoy a horcajadas sobre su cintura y la sensación es sublime. Me encanta. No puedo evitarlo.


—Te amo, Paula.


—También te amo, Pedro —respondo completamente embelesada por la dulce situación—. ¿Cómo quieres empezar la celebración? —pregunto de manera seductora.


Pedro sonríe, se mueve velozmente y, con cuidado, hace que mi cuerpo quede tendido sobre el mullido colchón, estoy cubierta por su cuerpo, pero sus brazos hacen fuerza para no aplastarme.


—Podemos empezar con lo básico y luego ir subiendo de nivel —sugiere, acariciando mis pechos con la puntita de su nariz.


Me rio por el leve cosquilleo que su acto produce sobre mi piel, pero no me opongo a su excelente sugerencia. Me gusta que esté así de animado, me gusta verlo sonreír y estoy dispuesta a todo por hacer que tenga el mejor cumpleaños de su vida.


—Tengo muchas sorpresas para ti, el día de hoy —le informo, acariciando su barba incipiente.


—Te tengo a ti, tenemos a Pequeño Ángel… no necesito nada más —asegura con la mirada cargada de dulzura, mientras que me sonríe. Luego, se mueve en dirección a mi vientre y lo besa levemente. Está dándole los buenos días a su hijo y cada vez que lo hace, la sensación es distinta, mucho mejor a la anterior.


—Empecemos a celebrar, Pedro



******


El día se pasó completamente rápido. Luego de nuestra pequeña celebración en la mañana, fuimos a recorrer algunas tiendas, buscando ropa para mí, no tenía nada nuevo en el armario y eso me preocupaba. Luego, visitamos algunos lugares turísticos de la cuidad y nos tomamos alguna que otra fotografía. Tuve que soportar una y otra vez las llamadas de Daphne a mi celular preguntándome si todo estaba bien con el bebé y demás. No sé cómo hice para soportarla durante casi todo el día.


En la tarde, volvimos a la mansión, escribimos algo en el diario de Pequeño Ángel y, por fin, pude entregarle mi sorpresa número dos, que consistía en un hermoso libro de tapa dura repleto de fotografías nuestras. En nuestra luna de miel, con Laura en la casa, algunos momentos y salidas especiales… en fin, me centré en colocar nuestros mejores recuerdos en ese álbum y Damian me ayudó con varios detalles. Su trabajo fue más que magnifico y a Pedro le encantó.


También hicimos el pastel para la celebración de su cumpleaños. Sé que su madre se encargó de todos los preparativos para esa reunión, Pedro cree que solo serán unos pocos, pero estoy completamente segura de que habrá muchísimas personas. Será toda una fiesta en la amplia sala de estar o tal vez en la terraza. No me importa demasiado, no me preocupo por eso. En realidad, por lo único que me preocupo es por cómo reaccionarán todos cuando sepan que estoy embarazada. Será una inmensa sorpresa, pero tengo miedo, por primera vez en mucho tiempo, tengo miedo de verdad.


—¿Estás lista? —pegunta, entrando a la tienda individual.


Estoy mirándome al espejo no muy convencida. Pedro escogió el vestido color salmón, el mismo que utilicé en la fiesta de la empresa cuando estábamos en Múnich, también me puse el collar que tiene mi nombre, el que me regaló esa misma noche. No me siento bien, ya usé esto, jamás había hecho una cosa así.


—No estoy segura de esto —comento, acomodando la falda del vestido—. Ya lo utilicé, todos van a darse cuenta.


—No lo sabrán, nadie estuvo en la fiesta de Múnich.


—Yo lo sabré —me quejo con mala cara. Acepté ponerme este vestido para complacerlo, pero no me siento bien. No es para la ocasión y él no lo entiende—. ¿Por qué no puedo usar el vestido que compramos en la tarde? ¿Por qué demonios lo compramos en realidad? —exclamo algo alterada. Comienzo a perder el control y eso no es bueno. 


No quiero arruinar una gran noche.


Pedro suelta un suspiro que está cargado de frustración. No puedo hacer nada, no me siento cómoda en este momento y él es el culpable.


—Resolvamos esto —me pide acercándose lentamente.


—¿Qué quieres que haga?


—Puedes cambiarte de vestido si quieres —me dice, levantando mi mentón con su dedo, para que lo mire—. Ponte el hermoso vestido negro de encaje que compramos en la mañana si así deseas. No quiero que te sientas incomoda durante la reunión.


—No es eso —aseguro no muy convencida—. Bueno, en realidad sí, pero… ¡No es el estúpido vestido! ¡Me gusta el vestido, me gusta cómo me veo! ¡Me da igual cuál de todos los vestidos escoja! Todos me quedan bien, pero…


—¿Tienes miedo? —pregunta levemente, aunque esa pregunta suena más a afirmación que a pregunta, en realidad.


No sé qué decirle. Tengo que ser sincera. Los nervios están volviéndome loca, él lo sabe, yo lo sé, todos lo sabrán, pero no es tan sencillo.


—Sabes que puedes decirme lo que sea, Paula.


—Tengo miedo —admito con un hilo de voz—. Tengo muchísimo miedo, no es poca cosa, Pedro. Le diremos a todos que estamos esperando un bebé y…


Él, inmediatamente, da un par de pasos hacia mi dirección y me rodea con sus brazos de manera protectora. Sé que no le gusta verme así de preocupada y también estoy completamente segura de que hará lo que sea por hacerme sentir mejor. Hundo mi cara en su pecho y aspiro el aroma de su colonia sobre ese traje negro que le sienta tan bien. 


Acaricia mi espalda algo escotada y besa mi pelo una y otra vez.


—Todo estará bien, mi preciosa Paula. Podemos hacer esto, la Paula que conozco es fuerte, es valiente y no se deja intimidar por nadie.


—No es tan sencillo —protesto a la defensiva.


—Iremos a mi fiesta de cumpleaños, la pasaremos genial y, cuando llegue el momento, se lo diremos a todos —sisea, moviendo una de sus manos sobre mi vientre con suma delicadeza—. Todos se pondrán felices con la noticia. Tu padre y mi madre ya lo saben, ellos se alegraron, los demás también lo harán.



—¿Prometes que no me dejarás sola? —pregunto con voz de niñita asustada.


Sé que estoy haciendo una tormenta en un vaso de agua, pero no todos los días voy a decirles a los familiares y amigos de mi esposo, que tendremos un bebé. Soy la victima aquí.


—Te prometo que no te dejaré sola, mi preciosa, Paula —asegura abrazándome nuevamente.


Unimos nuestros labios en un beso de unos minutos y me sonríe para decirme en silencio que todo está bien, le devuelvo el gesto, luego tomo mi bolso, me aferro a su mano y salimos de la habitación.


Llegamos a la casa de mi suegra y, al parecer, somos los últimos. La entrada de la mansión Alfonso está llena de coches lujosos. Pedro busca algún lugar en donde estacionar el Mercedes Benz SL AMG, color plata, pero no encuentra ningún espacio.


—Te dije que tu madre haría una gran fiesta.


—Le advertí que quería algo pequeño. Solo la familia, pero al parecer no me entendió.


Miro por la ventanilla, mientras que Pedro mueve el coche de un lado al otro y sonrío cuando reconozco el automóvil de papá estacionado frente a la fuente de agua danzante de la entrada.


—Mi padre también está aquí —le digo a Pedro con una sonrisa. Todo sale mejor si papá está ahí dándome su apoyo, aunque Carla…


—Todo saldrá bien, ya lo verás —asegura, besando mis labios castamente—. No pienses en ella.


Deja el coche en donde está y luego sonríe satisfecho.


—¿Dejarás el coche, aquí? —pregunto con el ceño fruncido. Lo estacionó en medio del camino de circulación—. Si alguien quiere irse tendrás que moverlo —le advierto.


—Es mi fiesta, cariño. Nadie se irá si no quiero —me responde con una sonrisa traviesa. Me rio levemente y lo beso de nuevo.


Bajamos del coche, cruzamos el amplio trayecto del jardín delantero adornado con senderos de piedras grises, hasta llegar a la puerta de la entrada principal. A lo lejos se oyen los murmullos de la gente.



Tocamos el timbre y velozmente los invitados se voltean en dirección a la puerta como si fuese una especie de coreografía perfectamente practicada.


Sonrío ampliamente y hablo sin mover los labios mientras que Daphne se acerca para recibirnos.


—¿Crees que el pastel que hicimos sea suficiente?


—No lo creo —responde sonriendo de la misma manera que yo.


En la tarde, Daphne envió a su chofer para buscar el pastel que hice y, por suerte, ninguno de los dos tuvo que cargarlo hasta aquí.