domingo, 1 de octubre de 2017
CAPITULO 9 (TERCERA PARTE)
Lunes veintinueve de diciembre. Tengo que admitirlo: estoy contando los días una y otra vez en mi cabeza. Quiero que llegue fin de año, quiero volver a ver esos increíbles ojitos pequeños, quiero acariciar su cabello y sentir su abrazo.
Quiero a Ale. Pedro me rodea con sus brazos y luego besa mi pelo. No es necesario que diga lo que me sucede porque él lo sabe perfectamente. Ale, Ale, todo el día Ale ronda mi mente.
Estamos acostados en la cama, es lunes por la mañana y aún faltan un par de horas para nuestra cita con la doctora Pierce. Hoy comprobaremos que Pequeño Ángel es una pequeña princesa, una mini Paula. Estoy nerviosa, ansiosa, angustiada, feliz... Es la mezcla más extraña de sentimientos que he tenido en toda mi vida.
Pedro lo único que hace es consentirme y se lo agradezco todo el tiempo, pero sé que no podré contenerme. He mirado el teléfono unas doscientas veces y solo puedo soportarlo porque Pedro está besándome tiernamente. Esto durará muy poco. Puedo sentirlo.
—Pedro… —murmuro con fastidio.
Él se ríe levemente y vuelve a besar mi cabello. Estoy entre sus brazos, desnuda y cómoda, pero aún tengo esa maldita sensación en mi pecho. No se quita con absolutamente nada. Ale, Ale es el motivo.
—Tienes que prometer, que si no funciona, no te pondrás triste —me pide sosteniendo mi celular—. Promételo, Paula.
Suelto un suspiro y me siento en la cama. Lo intentaré y si no funciona me molestaré de todas formas. Es en vano que lo prometa.
—Pedro… —digo negando levemente con la cabeza.
Él me abraza de nuevo y me da el celular. Es una necesidad, es un gran impulso, algo que anhelo, que deseo, que quiero.
No puedo detenerme. Marco el número del orfanato rápidamente y oigo como suena un par de veces. La desesperación está matándome lentamente.
—¿Directora Smith? —pregunto antes de que ella pueda responder.
—Sí, ¿quién habla? ¿Señora Alfonso? —pregunta con un notable tono de confusión.
—Sí, soy yo —digo rápidamente. Pedro sonríe mientras que acaricia mi cabello una y otra vez como si intentara calmarme, y claro que lo hace—. ¿Cómo ha estado? —cuestiono recordando que debo de ser amable para conseguirlo.
Oigo su risa y luego me cuenta todo lo que ha sucedido en los últimos días. Respiro una y otra vez e intento calmarme, quiero ir directo al grano.
—Estoy muy bien —respondo cuando por fin pregunta por mí y por el bebé—. Hoy sabremos su sexo. Ella chilla de la emoción y habla animadamente durante otros minutos. Esto es realmente desesperante.
—Directora Smith, quiero ir directo al punto sin perder demasiado tiempo. Sé que debe estar ocupada y yo también. Solo llamo para preguntarle sobre Ale —murmuro sintiendo como mi voz se vuelve débil al final de la oración.
—Señora Alfonso —murmura con la voz cargada de culpa. Sé que me dirá lo que tiene que decirme y no me gustará—, sabe que no puedo darle información sobre los niños. Es una regla.
—Ya iniciamos los trámites para la adopción —digo con un hilo de voz. Mis ojos se nublan por un momento, voy a llorar si no me dice algo—. Jamás le he suplicado a nadie, pero si tengo que hacerlo para poder oír la voz de ese niño, lo haré… por favor.
Ella suelta un suspiro al otro lado de la línea. Cierro los ojos e imploro en mi mente que pueda ayudarme con esto. Ella lo vio, sabe que entre nosotros tres la conexión fue inmediata.
Ayudamos de la mejor manera y quiero que considere eso en este momento.
—Señora Alfonso, llamaré en unos pocos minutos para que podamos resolver esto —dice rápidamente y corta la llamada.
Miro la llamada finalizada en la pantalla de mi teléfono y dejo que una lágrima escape. Me pongo de pie rápidamente, Pedro intenta detenerme, pero me zafo de su agarre y me voy directo al baño. Necesito unos minutos, necesito pensar con claridad. No podré soportar esto por demasiado tiempo. Hay algo que crece día a día en mi interior y no es solo mi Pequeño Ángel . Es algo mucho más grande.
—Paula… —murmura Pedro al otro lado de la puerta.
Cierro los ojos y descanso mi cabeza sobre la puerta.
Acaricio a Pequeño Ángel y luego suelto un suspiro. Abro la puerta y me encuentro con los preocupados ojos de Pedro.
Está igual de desnudo que yo, pero sus ojos solo miran los míos, nos conectamos de esa manera. Suelto un sollozo y me lanzo a sus fuertes brazos. Él me estruja con todas sus fuerzas, sabe lo que estoy sintiendo. Muevo mis manos hasta su espalda y acaricio su piel. Siento todo su cuerpo tibio junto al mío, la forma en la que su corazón late rápidamente, la forma en que respira, como sus dedos acarician la parte baja de mi cintura con suma delicadeza y cariño… Estoy en donde quiero estar.
—Si tengo que pedir una cita con la Reina, lo haré, Paula, pero ese pequeño estará con nosotros en el menor tiempo posible —murmura dulcemente sobre mi oído—. Juro por nuestro Pequeño Ángel que estará aquí.
Muevo mi cabeza hacia su dirección para mirarlo a los ojos.
Está seguro de sí mismo. Sabe que lo lograremos, solo tengo que superar todos estos meses de proceso. Confío en él, sé qué lo haremos…
—Te amo —digo rápidamente, acercando mis labios a los suyos.
Sin este hombre estoy completamente segura de que no sería quien soy ahora. Me cambió por completo, siempre voy a decirlo, o tal vez no me cambió, Pedro me encontró, encontró a la Paula real que habita en mí, la liberó de todas sus ataduras y la dejó salir…
Mi celular suena estruendosamente encima del colchón e interrumpe nuestro perfecto beso. Me aparto de Pedro y suelto una leve risita, luego corro en dirección a la cama y miro el número de la pantalla. No dudo ni un segundo en contestar.
—¿Directora Smith? —pregunto rápidamente.
Pedro se acerca y me indica entre señas que ponga alta voz. Lo hago y espero a que respondan.
—No… —dice esa suave vocecita que hace que sonría ampliamente. Me emociono de inmediato y lloriqueo de felicidad.
—Soy Ale… —dice como si estuviese hablando a escondidas.
—Ale…
Pedro sonríe ampliamente y me lanza una mirada que me dice que todo estará bien, que él será nuestro pequeño, que tendrá una familia, Pedro me dice que todo lo que quiero que suceda va a suceder.
—La directora me ha dicho que esto es un secreto y que nadie debe enterarse —murmura. Puedo imaginármelo incluso. Es como si lo viera a través del teléfono.
—Ale... —digo de nuevo sin saber que decir. Estoy tan feliz que me faltan palabras—. ¿Cómo estás, cariño? ¿Sabes quién soy, verdad?
—Sí —responde en otro murmuro—. Eres la chica de cabello bonito que tiene un bebé y tu mitad de fruta se llama Ale también —dice con una sonrisita.
Me rio levemente al igual que Pedro, ahora estoy realmente calmada y feliz. Necesitaba oír su voz de nuevo para recordarla una y otra vez.
—¿Cómo estás, Ale? —pregunta Pedro elevando la voz.
Coloco el teléfono entre ambos y sonrío como jamás lo he hecho.
—¡Ale!—exclama animadamente—. ¡También estás ahí!
Me río de nuevo. Me encanta cuando este precioso niño llama a Pedro por su segundo nombre. Parece orgulloso y feliz. Por Dios, quiero a este niño conmigo.
—Los dos estamos aquí, cariño —le digo con el tono de voz cargado de dulzura.
—¿Vendrás a verme? —pregunta con un hilo de voz. Como si estuviese triste. Me imagino su rostro y se me cae el alma a los pies de nuevo.
—Claro que iremos, Ale. Pedro y yo los visitaremos y llevaremos muchos regalos —aseguro volviendo a sonreír—. Estoy ansiosa por verte.
—Yo también —responde—. ¿Y quieres saber una cosa? —cuestiona murmurando de nuevo como si fuese un gran secreto.
—Claro, dímelo. —Hice muchos dibujos para ti y para Ale. El otro día tomé muchos más lápices de colores e hice muchos, muchos dibujos.
—Muero por ver todos esos dibujos, Ale —digo con melancolía.
Estiro mi brazo y tomo el dibujo enmarcado de Ale que reposa sobre mi mesita de noche. Lo observo y reprimo mis lágrimas. No tengo que llorar, no lo haré, soy fuerte, podré con todo esto.
—Tengo que colgar… —dice rápidamente. Oigo la voz de la directora cerca y cierro los ojos con fuerza. Tengo que pensar en lo bueno, pude hablar con él—. Adiós… —dice con esa hermosa voz que hace que sonría.
—Nos veremos pronto, Ale…
Minutos después de hablar con Ale de agradecerle una y otra vez a la directora por todo lo que hizo, bajamos las escaleras tomados de la mano. Hoy es el día. Llevo un hermoso vestido color nude completamente de encaje que se ciñe a mi vientre, pero que luego se vuelve acampanado en la parte de la corta falda. Lo Combiné con tacones negros y Pedro sugirió que recogiera mi cabello. Me siento realmente bien.
Tengo la voz de Ale en mi cabeza, y sonrío de felicidad.
Entramos a la cocina y vemos a Agatha hablado con papá animadamente. Me río en mi interior, Pedro lo hace en el exterior y codeo su abdomen para que deje de hacerlo.
Ambos perciben nuestra presencia y dejan esas miradas coquetas. Agatha regresa hacia la mesada y papá pone su vista en el periódico.
—Buenos días —digo besando a papá en la mejilla. Él sonríe y acaricia mi vientre un par de veces.
Él también nos acompañará en el ultrasonido y ahora la ansiedad invade mi cuerpo.
—Buenos días, princesa —responde, acaricia mi mejilla, vuelve a sonreír y luego bebe un poco de té. Rodeo la barra y me acerco a Agatha, ya hemos hablado sobre sus hijos, su pasado y todo ese asunto que quedó completamente olvidado. Solo nos centraremos en nosotras, en lo bien que nos llevábamos y nada más. Sé que Samantha es tema del pasado. No regresará.
Cuando el desayuno está listo, todos nos sentamos en la mesa de vidrio redonda con seis sillas alrededor. Como mi ensalada de fruta, más mi jugo y mis galletas de avena.
Papá sigue con su periódico y Pedro parece concentrado en el noticiero de las nueve en la pantalla de plasma.
—Tengo que contarles algo que se me ocurrió —digo rompiendo el silencio. Todos voltean sus miradas en mi dirección. Sonrío orgullosa y luego bebo un poco de jugo antes de seguir hablando—. Ya que hoy sabremos el sexo de Pequeño Ángel , pensé que sería bueno hacer una fiesta la próxima semana.
—¿Una fiesta? —preguntan Pedro y mi padre al mismo tiempo frunciendo el ceño—. No creo que estemos en ocasión de hacer una fiesta, cielo —dice Pedro seriamente.
Pongo los ojos en blanco, luego lo miro de reojo y vuelvo a sonreír. Todo me sale bien, esto también.
—Como decía… Quiero hacer una reunión. Contrataré un bonito salón, invitaré a amigos, familiares y ese tipo de gente. Será en la tarde y todo será de color rosa porque será niña. ¡O color lavanda! Beberemos té, comeremos galletas. Haré un pastel y demás… ¡Será fabuloso!
—¿Hablas de un baby shower estilo americano? —pregunta Agatha con una sonrisa. Niego con la cabeza rápidamente.
—Será mucho mejor. Al estilo Paula Alfonso—digo con una de mis mejores sonrisas—. ¿Qué dices, cielo? —pregunto posando mi mano sobre la de Pedro.
Esta es la parte en la que lo incluyo en el plan. Él debe de pagar por todo lo que pienso gastar. Él parece pensativo y el tiempo en que demora logra desestabilizarme. Aunque, si la idea no le gusta la haré de todas formas, así que no tengo que preocuparme en vano. Rasca su barbilla y luego me mira de reojo. Veo una media sonrisa y sé que es un “Claro que sí”.
—Gasta todo lo que quieras, cielo —me dice acercándose para besarme. Sonrío y Agatha aplaude.
Tengo todo planeado en mi mente, solo tengo que pagar por ello. Lo abrazo muy fuerte y beso todos los centímetros de su cara. Mi padre parece divertido por la situación.
—Espero que estés pensándolo bien, Pedro—murmura—. Si no pones un límite, quedarás en banca rota, te lo aseguro.
Los cuatro nos reímos y Pedro vuelve a acariciarme.
CAPITULO 8 (TERCERA PARTE)
—¿Estás seguro que estarás bien? —le pregunto a mi padre luego de la cena. Está en la sala de estar concentrado en un libro que tomó del despacho de Pedro y no parece querer moverse de ahí.
—Claro, princesa. Ve a descansar. Iré al cuarto de visitas cuando consiga atrapar el sueño.
Asiento levemente con la cabeza y beso su mejilla a modo de despedida. Pedro toma mi mano y caminamos hacia las escaleras.
—¿Quieres que te cargue? —pregunta sobre mi oído de una manera muy sexual, que logra hacerme estremecer de un segundo al otro.
—Claro —respondo mirándolo fijamente.
Con sumo cuidado me toma en sus brazos y comenzamos a subir por las escaleras. No quiero abrir los ojos, tendré vértigo y náuseas, y solo pienso disfrutar de la noche con mi esposo sin que nada lo estropee.
Llegamos al pasillo y Pedro me suelta con sumo cuidado.
Luego larga un gran suspiro e intenta recobrar el aliento perdido. ¿Qué demonios está haciendo? ¡Está exagerando!
Actúa como si pesara toneladas y ni siquiera es eso. Me siento realmente molesta, mi actitud cambia de un segundo al otro y ahora solo quiero matarlo.
—¡Eres un idiota! —chillo en su dirección. Luego me volteo y comienzo a caminar hasta mi habitación.
—Pero… ¿Y ahora que hice? —pregunta desde el otro lado del pasillo pareciendo realmente desconcertado.
Claro que no lo sabe, no lo notó, pero yo sí y me siento muy molesta. Sabe que no me siento bien con los cambios, sabe que no me acostumbro a estas libras de más, y esa estúpida expresión acaba de arruinar mi noche. Estoy completamente furiosa y molesta conmigo misma. No estoy exagerando o tal vez sí, pero aun así. Tengo la razón. Siempre la tengo. Entro a la habitación y cierro la puerta con un gran estruendo.
Pedro viene por el pasillo y al abrirla lo detengo rápidamente.
—¡No te quiero aquí! —chillo cruzándome de brazos. Tomo su almohada y la lanzo en dirección a su cara—. ¡No quiero dormir contigo hoy! —bramo cerrando la puerta de nuevo.
Corro hacia la cama, me quito la bata y me cubro con el edredón hasta la cintura. Tengo que calmarme, no lo hizo apropósito, no tiene la culpa de estos cambios de humor.
Sigo viéndome bien, sigo siendo hermosa, Pequeño Ángel debe crecer y es normal que aumente de peso, pero…
¡Simplemente es ridículo! ¡Me hizo sentir terrible! Respiro, respiro una y otra vez, cierro los ojos y me relajo. Muevo mis manos en dirección a Pequeño Ángel y lo acaricio una y otra vez.
—Tu padre es un tonto, Pequeño Ángel —le digo en un leve murmuro. Oigo un golpe en la puerta y pongo los ojos en blanco porque sé que es Pedro.
—¿Paula, cariño? —pregunta al otro lado de la puerta—. ¿Estás molesta?
—¡Muy molesta! —grito para que me oiga.
Luego escucho los pasos de papá por el pasillo y su voz hablando con Pedro.
—¿Una crisis? —pregunta mi padre con un ligero tono de diversión.
—Creo que dije algo malo, pero no dije nada en realidad. ¡No lo entiendo! —se queja Pedro.
Mi padre se ríe sonoramente y escucho como sigue caminando por el pasillo.
—Suerte con eso, Alfonso. —Es lo último que oigo hasta que siento como la puerta de la habitación de invitados se cierra por completo.
—¿Paula?
—Vete.
La puerta se abre y luego se cierra. Pedro entra a la habitación hecho una furia. Me mira por un par de segundos, se encarga de escanear cada centímetro de mi cuerpo, luego se quita el pantalón de dormir color gris, su bóxer, y se queda completamente desnudo delante de mí.
—¿Qué crees que haces? —pregunto mirándolo con el ceño fruncido.
—Se acabó el juego, Paula —asegura acercándose.
Intento escapar, pero su brazos me toman con fuerza y cuando quiero comprender que sucede, estoy debajo de su cuerpo, jadeando por causa de sus besos en mi cuello y en mi boca.
—¿Cuántas veces tengo que decirte que te amo? —pregunta tomando uno de mis senos entre sus manos. Lo aprieta ligeramente y suelto un gemido. Cierro los ojos y dejo que ese extraño placer me invada por completo—. ¿Cuántas veces tengo que decirte que eres hermosa y que siempre lo serás? —cuestiona mordiendo mi labio inferior. Está volviéndome loca, por completo—. ¿Qué tengo que hacer para que entiendas que te deseo a ti, solo a ti?
Una de sus manos se mueve en dirección a mi ropa interior.
Con sus dedos me la quita rápidamente y me desnuda de inmediato. Apenas puedo percibirlo. Mis piernas rodean su cintura y siento su erección justo en donde lo quiero.
—Pedro… —suplico completamente desesperada—, quiero que lo hagas de una vez.
—¿Cuántas veces tengo que decirte que para mí eres perfecta, que te amo así como eres y que me vuelves loco? Dime, Paula, ¿cuántas veces tengo que decírtelo para que lo entiendas? —pregunta de manera sensual sobre mis labios.
No sé qué responder, estoy completamente perdida, desconcertada, hechizada por esa voz y todas estas sensaciones.
—Pedro… —protesto a punto de perder el control. Está matándome ¿Cómo puede contenerse de esa forma?—. Solo hazlo —le suplico, clavado mis uñas en sus hombros.
Él sonríe ampliamente y luego acaricia mi mejilla con la puntita de su nariz.
—¿Quieres que lo haga?
—Sí, hazlo.
Pedro toma mi pierna izquierda y la envuelve nuevamente alrededor de su cadera. Se mueve lentamente y siento como se mete en mi interior. Se siente simplemente fantástico.
Muerdo mi labio para no hacer ruido, luego abro los ojos y me encuentro con su mirada en medio de la penumbra. Se mueve lentamente y apega sus labios a los míos para beberse cada uno de mis gemidos. No quiero que mi padre oiga esto.
Me pierdo por completo. Solo dejo que haga lo que sabe hacer. Me vuelve loca, completamente loca. Mierda, amo a este hombre como no tiene idea. Me hace sentir hermosa, perfecta. Para él soy mucho más que perfecta…
—Te amo, nunca lo dudes, Paula…
CAPITULO 7 (TERCERA PARTE)
Noto que llegamos a la casa cuando Pedro abre la puerta de la entrada.
Me quedé profundamente dormida durante el viaje de regreso, aferrada al dibujo de Ale.
Abro los ojos lentamente y veo el perfecto perfil de Pedro mientras que me carga en brazos por el apartamento hasta llegar a nuestra habitación.
—Pedro… —murmuro con la voz adormilada.
—Sigue durmiendo, preciosa —dice dulcemente—. Te despertaré para que comas algo luego. Necesitas descansar, cariño —murmura entrando a nuestra habitación.
Siento el mullido colchón de la cama sobre mi espalda y solo tengo deseos de seguir durmiendo. No me importa nada en absoluto. Estoy agotada y si despierto recordaré a ese hermoso niño y lloraré como lo hice durante veinte minutos de camino a la casa hasta quedarme dormida.
Pedro me quita los tacones rápidamente y los suelta con brusquedad sobre el piso de madera. Luego me mueve y me quita el bléiser, la blusa de seda y el pantalón tiro alto.
Estoy solo en ropa interior, pero me siento tan cansada y perezosa que no puedo ni abrir los ojos.
—Descansa mi preciosa Paula —murmura besando mi frente, luego siento como me cubre con el edredón y sale de la habitación.
*****
—Pedro… —murmuro acariciando su antebrazo—. Pedro, despierta —digo con la voz cargada de dulzura.
Él se mueve un poco y luego veo como abre sus ojitos lentamente entre la penumbra de la habitación, apenas iluminada por la ventana del balcón.
—Buenas noches, señora Alfonso —responde moviendo ambas manos para acariciar mi cabello.
Cada vez que Pedro toca mi cabello recuerdo a Ale, puedo incluso jurar que he soñado con él todo este tiempo y no lo recuerdo. Oh, mi Dios, quiero a ese niño, quiero a ese niño como jamás he querido nada en toda mi vida.
—¿Qué hora es? —pregunto entre risitas cuando él comienza a besar mi cuello y mi cara en medio de la oscuridad.
—Son las ocho y nos cuantos minutos —responde en un leve susurro—. También estaba algo cansado. ¿Quién diría que correr de un lado al otro y leer un cuento para niños me agotaría tanto?
Me rio levemente y muevo mis piernas debajo de las sábanas para entrelazarnos mucho más. Él besa mi frente y acaricia a nuestra pequeña. Es un momento lleno de paz, de amor y de ternura. Quiero estar así para siempre.
—¿Tienes hambre?
—Mucha —respondo besando sus labios. Él me rodea con sus brazos de nuevo y hace que descanse mi cabeza en su pecho, mientras que acaricia una y otra vez a Kya—. ¿Llamaste a tus abogados? —pregunto interrumpiendo el agradable pequeño minuto de silencio que había entre ambos.
No puedo evitarlo. Necesito desesperadamente que me responda que ya todo está en camino.
—Hace un par de horas. Aunque no fue tan sencillo, preciosa. Es navidad y tuve que rogar para que me dieran la información que necesitaba.
—¿Y eso que significa?
—Mañana en la mañana comenzaremos con todo esto —asegura besándome de nuevo—. Si todo sale bien, estará con nosotros en poco tiempo, te lo aseguro. Luego del nacimiento de Kya podrá estar aquí.
—¿Regresaremos para año nuevo, verdad? —pregunto con un hilo de voz. No quiero hacerlo, pero estoy por romper en llanto.
El dibujo de Ale sigue encima de mi mesita de noche y en la oscuridad lo tomo entre mis manos y sin poder ver mucho acaricio el papel. Soy una sentimental, comenzaré a llorar en cualquier segundo.
—Volveremos en año nuevo y llevaremos muchos regalos, lo prometo.
Demasiado tarde. Las lágrimas ya se acumularon en mis ojos y comienzan a descender por mis mejillas. Estoy más sentimental que nunca, y cada vez que pienso en él no puedo contenerme. Recuerdo ese abrazo, esas manitos acariciando mi cara y mi cabello, esos ojitos cargados de miedo y angustia, esa sonrisa que iluminó mi día por completo…
—Oh, Pedro… —chillo con un hilo de voz y él me toma entre sus brazos rápidamente, me coloca en su regazo y acuna mi cuerpo como si fuese una pequeña niña indefensa. Deja que llore una y otra vez por no sé cuantos minutos y no dice nada. Solo acaricia mi cabello y mi cara lenta y dulcemente.
—No llores, cielo —me pide con la voz suave—. Estará con nosotros, lo juro. Moveré cielo y tierra para que todo esto pase rápidamente, ¿de cuerdo?
Asiento con la cabeza en medio de la oscuridad y sorbo mi nariz. Pedro sonríe y luego besa mi cuello lentamente.
Mueve su mano hacia su mesita de noche y toma su teléfono celular al igual que el control de la televisión. La enciende, deja el canal de música que me gusta y le baja un poco el volumen para que solo haga algo de luz y ruido entre ambos.
Luego abre la galería de fotos y me enseña la perfecta imagen de nosotros tres en medio de un abrazo. Ale, Pedro, Kya y yo... Intento no llorar, lo intento con todas mis fuerzas, pero una lágrima se desliza. Es demasiado llanto, pero me siento realmente sensible.
—Te amo, cielo. Prometo que lo traeremos a casa con nosotros.
Asiento levemente con la cabeza y muevo sus labios junto con los suyos en un dulce y desesperado beso que logra calmarme y alejar todos esos malos pensamientos.
Ale está bien en ese lugar, pero podría estar mucho mejor aquí, en una colorida habitación con miles de juguetes y mis brazos dispuestos a abrazarlo durante todo el tiempo que quiera.
Minutos después, Pedro y yo nos concentramos en una película de la televisión. No hay nada interesante y decidimos ver eso. Es una comedia romántica, que no tiene demasiada comedia para mi gusto, pero cualquier cosa es buena para ayudarme a despejar de todos esos recuerdos que hacen que llore sin control. Mi celular suena encima de la mesita de noche y estiro el brazo para tomarlo. Veo el número de papá en la pantalla y contesto rápidamente.
—¿Papá?
—¿Princesa?
—¿Qué sucede? —cuestiono rápidamente.
—Princesa… ¿Crees que podría pasar en una media a hora para hablar contigo? —pregunta sonando dudoso de sus propias palabras.
—¿Todo está bien? —pregunto rápidamente y me siento con la espalda pegada al cabezal de la cama.
—Tu madre y yo ya no estamos bien, princesa…
Cuando oigo esas palabras puedo imaginarlo absolutamente todo. Sé lo que sucedió e incluso puedo oír las cosas que mi madre le dice a mi padre.
—Una vez una persona muy sabia a la cual amo, me dijo que tenía que ser egoísta y pensar en mí y solo en mi cuando se refería al amor y a la felicidad. ¿Has hecho algo egoísta? —pregunto con una sonrisita.
Papá se ríe al otro lado y oigo un poco de alboroto.
—Sí, princesa, creo que hice algo egoísta, pero que al mismo tiempo es bueno para ambos.
—Estoy orgullosa de ti, papá. Mereces ser feliz —digo con una amplia sonrisa, mientras que Pedro se coloca a mi lado y me hace todo tiempo de preguntas entre señas y caras graciosas—. ¿A dónde piensas quedarte esta noche? —pregunto rápidamente.
—Estoy de camino a un hotel, cariño.
—¡No, claro que no! ¡Papá, aún es navidad, ven a casa, te aseguro que a Pedro y a mí no nos molesta! —chillo de inmediato.
—No, claro que no, hija. Pasaré a darte una pequeña visita y me iré a un hotel. No quiero molestar —insiste y solo logra hacerme enojar.
—Papá, he dicho que te quedes aquí y por lo tanto tienes que quedarte aquí, maldición —bramo perdiendo el control.
Pedro ríe a mis espaldas y se lanza sobre el colchón. No sé qué le resulta tan divertido, pero puedo apostar que no soy graciosa.
—De acuerdo, princesa —dice al borde de la risa—. Me quedaré. Te veré en unos pocos minutos, pequeña.
—De acuerdo, papá. Hay algo muy importante que tengo que contarte —digo antes de despedirme e inmediatamente el recuerdo de Ale se me viene a la mente. Cuelgo y no dejo de sonreír.
Estará con nosotros, sé que Pedro lo logrará. Cuando Kya esté aquí él también lo estará y seré la mamá más hermosa de todo Londres con dos hermosos y perfectos niños. Mamá para mi es una palabra extraña y especial. Nunca en toda mi vida creí que pasaría por algo así. Antes ni siquiera creía en las relaciones o incluso en los sentimientos, pero luego, Pedro se atravesó en mi camino y me enamoré perdidamente. Ahora no solo lo amo con locura sino que estoy formando una familia con él. Voy a tener hijos, me llamarán mamá, los llevaré a la escuela y… Simplemente sonrío al imaginármelo. Esto es lo que siempre deseé en realidad, y ahora puedo notarlo. Amor, todo lo que Pedro me da es amor, mis hijos me darán amor y yo lo devolveré intensamente, para toda la vida. Estoy completamente segura de eso.
A las nueve de la noche, el hambre me ataca y Pedro y yo bajamos las escaleras y vamos directo a la cocina. No tuve tiempo de ponerme algo de ropa, solo tome mi bata de seda negra y cubrí mi cuerpo con ella. Pedro está con pantalones de dormir y tiene el torso desnudo. Agatha no está en la cocina y no me atrevo a preguntar por qué exactamente.
—Es navidad, Paula. Le di permiso para que resolviera algunos asuntos —dice Pedro como si estuviese leyendo mis pensamientos.
—Está bien —respondo en un murmuro mientras que me siento frente a la barra de desayuno. Sé que esos asuntos tienen el nombre de Samantha en letras muy grandes, pero no me importa. Hablaré con ella cuando tenga que hacerlo—. Es una lástima que no esté, mi padre vendrá y… —murmuro con una divertida sonrisa.
Pedro se voltea en mi dirección y me señala con un dedo.
—Ni se te ocurra, Paula Alfonso —me dice sonriendo—. Déjalos que lo hagan por ellos mismos —me advierte acercándose. Su dedo está delante de mí, señalándome.
Muevo mi cabeza rápidamente y muerdo la punta levemente.
Él sonríe y luego extiende su mano para acariciar mi cabello—. No tienes idea de cuánto te amo —Se acerca un poco más.
Coloco mis manos detrás de su cabeza y lo miro fijamente.
Lo siento y él también.
Aquí y ahora.
No necesitamos decir nada, ambos lo notamos. Acerco mi rostro al suyo mientras que memorizo cada centímetro de su cara. Observo sus labios, su mentón, sus cejas, y bajo a sus labios de nuevo.
Son míos, solo míos.
Él deposita sus manos en mi cintura y cuando menos me lo espero, estamos besándonos salvajemente.
Mi corazón palpita mucho más rápido, mis huesos parecen derretirse en mi interior y mi estómago es atacado por cientos de fuegos artificiales y mariposas que me causan un gran cosquilleo. Saboreo sus labios, su lengua, todo lo que es mío, todo lo que siempre lo será. Mis ojos están cerrados, son solo nuestras bocas encontrándose, nuestros sentimientos haciéndose mucho más fuertes, somos solo nosotros.
Él rodea su cintura con mis piernas y yo poso mis manos desesperadamente por todo su torso, sintiendo cada uno de los definidos músculos de su cuerpo. Él abre mi bata bruscamente y atrapa uno de mis senos por encima del sostén. Mis pezones ya están duros y siento esa familiar punzada en mi sexo que me pide más y más. No hay nada que pueda estropear esto.
Nada, excepto el timbre.
—Maldición —murmura Pedro, separándose escasos centímetros.
—Es mi padre —digo jadeando, necesito aire—. Tenemos que parar.
Pedro gruñe por lo bajo, luego me da un último beso y sale de la cocina para recibir a papá. Intento recobrar la compostura, acomodo mi cabello, mi bata y trato de que ese gran rubor delator se me vaya de las mejillas, pero no lo consigo.
—¡Princesa! —exclama papá entrando a la cocina.
Me pongo de pie y camino rápidamente en su dirección para abrazarlo. Lo vi ayer en la noche, pero lo necesito a cada instante.
Muero por contarle sobre Ale, sobre todo lo que sucedió el día de hoy. Sé que me apoyará en toda esta hermosa locura.
—Hola, papá —le digo dándole un profundo abrazo.
Él besa mi pelo y luego acaricia a su pequeña nieta con una amplia sonrisa. Pedro se acerca al refrigerador y comienza a prepararse un sándwich.
Creo que cenaremos eso esta noche.
—¿Alguien quiere sándwich de pollo? —pregunta volteándose en nuestra dirección. Los dos asentimos y él se dedica a prepararlos con suma tranquilidad. Está al otro lado de la habitación y sé que lo hace porque cree que necesitamos tiempo a solas para hablar. Mi padre toma asiento a mi lado en la barra de desayuno. Me mira fijamente y comienza a contarme todo lo que sucedió con mi madre.
Es como me lo suponía, van a divorciarse y por un lado eso me hace sentir bien. Papá se merece ser feliz con alguien más. Solo estaban juntos porque creían que era lo correcto.
Seguimos hablando e intento hacerle entender que no ha tomado una mala decisión. Hizo lo correcto.
—Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras, Marcos —dice Pedro al otro lado de la barra, mientras que los tres comemos los sándwiches que él preparó—. Es época de fiestas y nos agrada tener visitas. Relájate y busca un apartamento sin prisa —asegura mi esposo, logrando que una gran sonrisa se forme en mi rostro. Me siento mal por un segundo, porque puedo apostar que si estuviésemos en el lado inverso de la situación yo pelearía con uñas y dientes para que Daphne se marche de mi casa cuanto antes.
—Hoy fuimos a un albergue para niños, papá —digo cuando se hace el silencio en la habitación. Quiero contarle absolutamente todo lo que sentí en ese momento, pero no sé por dónde empezar.
—¿De verdad? —pregunta algo sorprendido. Pedro y yo sonreímos, luego empezamos a contarle con lujo de detalle todo lo que hicimos. Desde que empacamos todos los dulces y chocolates hasta la parte en la que jugamos a ponerle la cola al burro y leer cuantos para todos los niños. Evitamos mencionar a Ale, quiero dejar lo mejor para el final.
—Conocimos a un hermoso niño… —murmuro mirando mi plato vacío. No podré contenerme y comenzaré a llorar de nuevo—. Todos eran hermosos y dulces, pero ese niño… Se llama Ale, tiene solo cuatro años y…
Papá me mira fijamente como si intentase comprender. Luego observa a Pedro de reojo, que sonríe y acaricia mi mano con su pulgar porque sabe que me quebraré en cualquier momento.
—No me digas que… —murmura con un hilo de voz. Su expresión refleja sorpresa y no sé si está a punto de desmayarse o qué.
—Mañana iniciaremos las diligencias para adoptarlo, papá —digo con una sonrisa mezclada con llanto.
Pedro sonríe y luego estira más su brazo para acomodar algunos mechones de pelo detrás de mi oreja.
—Oh, princesa… ¡Eso es hermoso! —exclama dejando escapar una gran sonrisa que logra tranquilizarme por completo. Vuelvo a respirar al igual que Pedro, que parecía más asustado que yo por saber su reacción. Sabía que papá me apoyaría en todo esto—. Pequeña… —musita acercándose. Me toma entre sus brazos y deja que esconda mi rostro en su pecho—. Muchas felicidades, princesa —dice con una sonrisa—. Estoy muy orgulloso de ti —susurra acariciando mi cabello. Lo abrazo fuerte y dejo que unos sollozos escapen. —Iremos al albergue para año nuevo y me encantaría que nos acompañaras.
Papá sonríe de nuevo y toma mi rostro entre sus manos.
—Claro que iré, princesa.
Luego rodea la mesada y le da ese típico abrazo de hombres a Pedro que hace que sonría aún más.
—¡Dos nietos! ¡No puedo creerlo! —exclama elevando el tono de voz.
Pedro y yo reímos sonoramente y luego le enseñamos la fotografía que nos tomamos los tres juntos. Papá mira fijamente el teléfono celular por unos segundos y sonríe.
—Es un niño hermoso —asegura sin despegar los ojos de la pantalla.
—No es solo hermoso, papá. Es el niño más dulce, angelical y especial que he conocido en toda mi vida. Cuando me abrazó lo sentí, Pedro y yo lo sentimos y sabemos que esto es lo correcto. Papá sonríe orgulloso y luego se acerca para darme otro abrazo.
—Eres mi mayor orgullo, princesa —dice e un leve murmuro—. Vas a darme dos nietos realmente hermosos, me harás muy feliz.
—Así es, papá —afirmo más que feliz. Desde que estamos aquí solo he tenido momentos especiales. Uno mejor que otro.
Mi padre me poya en todo esto, me da toda esa seguridad que necesitaba. Sé que seré la mejor madre del mundo.
—Oh, maldición, princesa —dice pareciendo realmente preocupado por alguna otra cosa. Frunzo el ceño y lo indago con la mirada. Ahora si estoy confundida—. Tendré que cambiar mi testamento de nuevo… —dice con una amplia sonrisa.
Los tres empezamos a reír a carcajadas durante no sé cuantos minutos, luego papá eleva su vaso de vidrio y hace un brindis por mi Pequeño Ángel y por mi pequeño Ale.
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