miércoles, 11 de octubre de 2017
CAPITULO 43 (TERCERA PARTE)
Es casi medio día y al fin llegamos al centro comercial. Será un día de paseo, compras, por supuesto, y un momento en familia, para compensar toda la ausencia de Pedro en los últimos días. Y me ha prometido tres pares de zapatos nuevos, así que me he asegurado de que cumpla con lo que ha dicho.
—¡Primero vamos por mis zapatos!—exclamo, señalando la exclusiva tienda en donde suelo comprarlos. Pedro y Ale ponen los ojos en blanco al mismo tiempo y se cruzan de brazos mientras que me miran de mala manera.
—¡Primero vayamos a comer! —exclama Pedro, señalando el piso inferior en donde se encuentra el patio de comidas.
—¡Primero busquemos al perrito! —se queja Ale. Hago pucheros para ambos y le señalo la tienda.
Luego consigo que mis ojos se agüen y los dos sueltan un suspiro.
—Está bien, cariño. Primero los zapatos —brama Pedro tratando de contenerse.
Ale hace más pucheros que yo, pero entramos a mi tienda favorita de todos modos. Observo una y otra vez todos los zapatos en exhibición y me paseo de un lado al otro por tienda. Al voltearme veo que Pedro y Ale están sentados en un asiento de terciopelo color rojo y parecen realmente aburridos mientras que me observan.
Me rio de ambos y decido probarme un par de botas para el invierno, me gustan y las compro. Luego escojo más zapatos y Pedro se pone de pie de inmediato al ver que estoy escogiendo un cuarto par.
—Cariño… —murmura tocándome el brazo con delicadeza—, dijiste tres pares.
—Lo sé —digo con cara de angelito—. Es que estos son tan bonitos…, y creí que te gustarían —siseo, enseñándole el par de zapatos de tacón de quince centímetros, color negro—. Pensaba estrenarlos en algún momento contigo… ya sabes, cuando Kya ya no esté entre ambos.
Pedro me observa de arriba hacia abajo y luego sonríe a medias. Sé que eso es un sí.
—Está bien, cariño —murmura vencido—. Escoge los que tú quieras —Lo rodeo con mis brazos y luego doy saltitos y aplaudo de la felicidad. Me siento como una niñita, pero es un momento perfecto.
—Te amo, cariño, te amo —le digo abrazándolo de nuevo.
Él me besa en la frente y luego vuelve a sentarse junto a Ale que ahora está usando el teléfono celular. Más tarde, los cuatro estamos en el patio de comidas del gran centro comercial. Ale escogió una hamburguesa simple con queso, Pedro una que tiene dos niveles de carne y yo una completa, extremadamente completa. Todos estamos disfrutando de este momento. Ale se ve ansioso y sé que estamos retrasando la compra de su nuevo perrito, pero es que hay muchas cosas por hacer y no podemos pasearos con un can por todo el centro comercial.
Mi hijo y mi esposo hablan sobre algo que no presto atención, mi mente me ha traicionado y comienzo a pensar en todo. Pedro regresó ayer, pero sucedieron tantas cosas en pocas horas que ni siquiera fui capaz de preguntarle cómo le fue en sus negocios, tampoco le dije lo de Lucas Milan y mucho menos lo de Damian. El día se me hace eterno y no quiero posponerlo más, pero tampoco quiero arruinar este perfecto día. No es un San Valentín como me lo esperaba, es mucho mejor porque los cuatro estamos juntos.
—¿Qué sucede? —pregunta él, viendo que mi mente se ha ido hacia otra parte. Muevo mi cabeza y luego hago contacto con sus ojos.
—Me siento la persona más egoísta del mundo —confieso—. Hace unas cuantas horas que estás aquí y ni siquiera te he preguntado por el trabajo.
Me toma del rostro con ambas manos y luego besa levemente mi mejilla.
—Todo está bien. Ya no hay problemas, preciosa —me dice en un susurro—. Lo hablaremos luego, ahora solo quiero disfrutar de este momento. Es nuestro día, ¿de acuerdo?
Beso sus sabios en respuesta y luego seguimos almorzado.
Ale no deja de hablarnos de lo mucho que querrá a su perro, que lo cuidará y ese tipo de cosas. Pedro y yo solo sonreímos y dejamos que disfrute de su día. Salimos del patio de comidas y nos dirigimos finalmente a la tienda de mascotas. Pedro intenta convencer a Ale de que veamos una película o que juguemos en el parque de atracciones dentro del establecimiento, pero él se niega a ello y camina en dirección a su futura mascota.
Entramos a la tienda, Ale se suelta de la mano de ambos y comienza a mirar cientos de peces de diferentes tipos y tamaños. Tiene su carita pegada al cristal y puedo ver lo emocionado que está.
—No puedo creer que estemos a punto de comprar un perro, Pedro —le digo tomando su brazo mientras que caminamos juntos.
—Tampoco yo —me responde, y los dos reímos. Ale se mueve por todas partes, mientras que ve a los diversos animales en sus jaulas. Le da su manito y los acaricia mientras que una hermosa sonrisa invade todo su rostro.
—Ve a buscar a Ale —le digo, señalado al otro lado de la tienda en donde está entretenido acariciando un gatito color blanco. Pedro se mueve rápidamente y va en busca de su hijo.
—¿Buscaba algo en especial? —pregunta uno de los chicos de la tienda con una gran sonrisa en el rostro. Observo cómo me mira de pies a cabeza y vuelve a sonreír. Le gusta lo que ve y es obvio que me siento alagada. ¿Por qué no le gustaría? Sigo siendo hermosa. Le devuelvo la sonrisa y trato de responder.
—Bueno… —Estamos buscando un perro —responde Pedro apareciendo de la nada. Me rodea la cintura con su brazo y se pone en pose de esposo celoso y sobre protector. Pongo los ojos en blanco mentalmente y observo como toda la confianza del chico de la tienda se desvanece y se convierte en nerviosismo. Es obvio que se siente intimidado.
—¿Qué clase de perro? —pregunta él, dejando su sonrisa a un lado. Mira a Ale y espera una respuesta.
—¡Uno como Charlie! —grita mi pequeño elevando los brazos. El chico frunce el ceño y busca una respuesta más clara en mi dirección, pero antes de que pueda responder Pedro lo hace.
—Queremos un Golden —dice él sin apartar su mirada del pobre chico que balbucea de nuevo y nos pide que lo sigamos hasta otra parte de la tienda. El chico toma a Ale en brazos y lo eleva hacia una gran jaula en donde hay seis o siete cachorritos Golden que se ven realmente adorables.
Ale señala con su dedito a uno de ellos, el chico lo baja y luego toma al perrito que mi pequeño escogió y se lo entrega.
—Tiene todas su vacunas al día —dice el chico.
Me suelto del agarre exagerado de Pedro y camino en dirección a Ale que acaricia la cabeza del perrito. Me pongo a su altura y veo lágrimas en sus ojos. Eso me alarma de inmediato. ¿Por qué está llorando? Estoy completamente desconcertada.
—¿Qué sucede, cariño? —pregunto acariciando su cara, mientras que el cachorrito se mueve entre sus brazos—. ¿No te gusta el perrito?
Ale solo mueve su cabecita en afirmación y luego sonrío porque sé que está llorando de felicidad. Mis ojos se empañan y lo abrazo con todas mis fuerzas. El cachorro se mueve entre los dos y me hace cosquillas con su nariz. Ale se ríe y luego deja que limpie sus lágrimas de felicidad con las yemas de mis dedos.
—Te quiero, mamá Paula —me dice, y vuelve a abrazarme. Pedro se acerca a ambos y ahora estamos los cuatro juntos de nuevo—. Y te quiero papá Pero, y a Kya también…
—Lo sé, hijo —responde él, besando su cabeza—. Nosotros también te queremos mucho.
—¿Cómo lo llamarás? —pregunto acariciado la cabeza del pequeño. Ale frunce el ceño con los ojos aún húmedos y luego me mira a mí.
—¿Cómo se dice perro en inglés? —pregunta con inocencia, Pedro ríe y yo enarco las cejas. Jamás se me habría ocurrido algo así.
—Dog —respondo, y él sonríe—. Como la película de Up, ¿lo recuerdas?
—¡Sí! ¡Me gusta Dog! —exclama—. ¿A ti te gusta, mamá Paula? ¡Dog, mi perrito se llamará Dog!
Pedro y yo reímos. Besamos la frente de nuestro pequeño angelito y luego compramos todo lo necesario para el nuevo integrante de la familia, hasta que por fin regresamos a casa.
CAPITULO 42 (TERCERA PARTE)
Cuando Pedro termina de vestirse son casi las cuatro de la mañana. Regresamos a la habitación tomados de la mano y sonreímos al ver a Ale en la misma posición en la que estaba antes. Corro el edredón a un lado y me acuesto a su lado sin tratar de hacer demasiados movimientos bruscos.
Pedro hace lo mismo que yo, pero mueve a nuestro pequeño un poco para que haya más espacio en la cama. Él se mueve y balbucea alguna cosa, pero sin despegar sus manos de su león de felpa. Acaricio su cabello, para que siga con su sueño, pero lentamente veo como abre los ojos y trata de adaptarse a la luz de la mesita de noche.
—Mamá Paula… —balbucea estirando su manito, buscándome. Se la entrego y el la acaricia entre sueños.
Sonrío porque es la cosa más hermosa que ha hecho hasta el momento, luego beso su frente levemente y me acomodo con la pequeña almohada para que Kya no esté incomoda.
Pedro se acuesta al lado de Ale y estira sus brazos para acariciarme. Lo miro y pienso una y otra vez que esto no es verdad. Está aquí, conmigo y con sus hijos. Fueron los peores seis días de mi vida sin él a mi lado, pero ahora todo lo malo parece esfumarse y lo bueno se queda, aunque sé que debo de decirle la verdad, y temo que todo lo bueno dure poco tiempo.
—Te amo… —susurra con una media sonrisa. Siento sus delicadas caricias en mi rostro y observo los dos pequeños ángeles que nos separan. Nuestros hijos están en medio de ambos y es hermoso, los cuatro estamos juntos—. ¿Crees que esto siempre será así? —pregunta señalando con su cabeza a mi vientre y luego a Ale.
—Espero que no… —digo entre risas que trato de contener para no despertarlo.
Siento un movimiento de Kya y cierro los ojos porque cuando hace eso sigue tomándome por sorpresa. Sus piernitas son fuertes y cuando patea me hace daño. Pedro lo nota de inmediato y posa su mano sobre su hija para tratar de calmar su ansiedad. Kya se mueve un poco y luego de un par de caricias de su padre creo que encuentra una pose en la cual se siente cómoda. No quiero pensar demasiado porque sé que lloraré si lo hago, pero ser madre es la cosa más hermosa que puede sucederle a una mujer. Mi pequeña aún no ha nacido, pero todo ese amor que siento por ella es indescriptible, es más fuerte que cualquier cosa. Ser madre de corazón es algo que jamás pensé que me sucedería y amo a Ale con la misma intensidad con la que amo a mi pequeña. Él tuvo una madre, otra familia, yo no sentí sus movimientos en mi vientre como lo hago con Kya, pero sé que si ese niño no está conmigo voy a sentirme incompleta.
Él es parte de mí.
—¿En qué piensas? —murmura por lo bajo.
—En lo hermoso que es todo esto. —le digo tratando de o llorar.
—Y será mucho más hermoso —asegura sin dejar de acariciar a Kya con una mano y con la otra a Ale. No sé cómo logra hacerlo sin sentir algún tipo de dolor en la espalda. Esa posición se ve horriblemente incomoda y trato de no reír—. Solo unos pocos meses y estaremos juntos de verdad. Mi Paula y mis angelitos…
—Tu Paula —afirmo dejando la manito de Ale. Estiro el brazo y descanso mi mano en su mejilla, sintiendo su barba de varios días que provocan ese agradable cosquilleo en mi piel—. Siempre seré tu Paula.
—Dime que eres mía, entonces —me pide. Le sonrío y luego paso mi mano por su cabello.
—Soy tuya. Toda tuya —aseguro una y otra vez, sintiéndome completamente orgullosa de decirlo.
Soy suya y él es mío.
Nos pertenecemos el uno al otro y eso nadie podrá cambiarlo.
****
Abro los ojos lentamente y como siempre muevo mis piernas debajo de las sábanas para sentir esa hermosa suavidad que tanto me encanta. Me acomodo un poco y siento algunos leves movimientos de Kya en mi interior.
—Buenos días, pequeña —le digo, acariciando mi vientre una y otra vez, con los ojos aun cerrados.
Muevo mis manos hacia los lados de la cama, pero está vacía. Ni Ale ni Pedro están aquí y eso me hace despertar por completo. Me siento con sumo cuidado y paso mis manos por mi rostro para borrar todo tipo de rastro de sueño.
Miro el reloj digital de la pantalla de mi celular. Son las diez de la mañana. Diez de la mañana y Pedro está aquí… No fue un sueño, de verdad dormimos los cuatro juntos anoche.
Es imposible no poder sonreír. Estamos todos juntos en San Valentín. La puerta de la habitación se abre y veo a Pedro asomar la cabeza.
—Ven, mamá está despierta —le dice a Ale que hace lo mismo que él.
Frunzo el ceño y luego la puerta de la habitación se abre de par en par. Pedro trae un desayuno impresionante entre sus manos, mientras que Ale corre a mi dirección con globos de helio en forma de corazón y un ramo de rosas que apenas puede cargar. Abro mi boca en gesto de sorpresa y luego me la cubro con la mano, sintiendo como todas mis emociones reaparecen de un segundo al otro.
—Oh, por Dios —balbuceo. Ale deja el ramo de rosas encima de la cama y se lanza a mis brazos haciendo que los globos de helio se muevan de un lado al otro.
—¡Feliz San Vantin, mamá Paula! —grita con una enorme sonrisa mientras que me abraza muy fuerte. Miro a Pedro de reojo que se sienta a mi lado en la cama y deja la bandeja de desayuno repleta de delicias. Acaricio a mi pequeño y cubro su carita de besos y mimos mientras que él ríe.
—Gracias, hijo —logro decir con lágrimas de felicidad en los ojos. Él toma los tres globos y los amarra al pie del velador en la mesita de noche, luego se sienta a mi lado y acaricia a su hermana—. Qué bonita sorpresa —digo observándolo todo.
Pedro me rodea con sus brazos y besa mis labios castamente. Solo una pequeña muestra de afecto, no necesito más. Esto es perfecto.
—Feliz San Valentín, cariño —me dice dulcemente. Lo abrazo por un par de segundos cerrando mis ojos con fuerza, para absorber todo lo más que pueda de esas sensaciones de felicidad completa que me invaden.
— ¿Te gustó la sorpresa, mamá Paula? ¿Te gustó? —pregunta mi niño, ansioso.
—Claro que me gustó. ¡Es hermoso! —aseguro besándolo de nuevo.
—¡Papá Pero hizo la sorpresa y mira, él está en casa! —grita como si recién recordara ese detalle—. ¡Desperté y papá Pero estaba aquí! —exclama señalando la cama—. ¡Regresó! ¡Te dije que volvería, mamá Paula!
—Así es, si volvió —murmuro entre risas. Pedro amplía su sonrisa y luego me rodea a mí y a mis hijos en sus brazos.
Nos besa a cada uno y luego los tres empezamos a revolotear en la cama, jugamos con cosquillas y demás hasta que por fin siento mucha hambre y ataco la bandeja que descansa a un lado. Lo primero que tomo son los chocolates con forma de corazón. ¡Chocolates! Todo es simplemente perfecto.
—Y creí que sería una buena idea si vamos a… —dice Pedro mientras que los cuatro desayunamos juntos en la cama, mientras que la televisión hace ruido y Pedro habla sin parar sobre cosas de dibujos animados con Ale.
—¿A dónde iremos? —pregunto desconcertada.
—¿Qué dicen si vamos al zoológico? —pregunta Pedro observando la reacción de Ale. Lo miro con el ceño aún más fruncido y él se acerca a mi oído.
—Sé que no es la mejor idea para San Valentín, pero tu padre y Agatha por fin tendrán una cita y no es justo que ella cancele sus planes para cuidar a Ale, mientras que nosotros nos vamos por ahí —me explica. Me siento, extraña pero ciertamente tiene toda la razón—. ¿Qué dices? —Puedo ver en su mirada que está suplicándome que lo comprenda y no debo de ser egoísta con papá, él se merece a una mejor mujer, a alguien que lo quiera y sé que Agatha es esa persona.
—Está bien, cariño —Acaricio su barba mientras que digo eso y luego sonrío. Es verdad, no me hubiese imaginado esto para San Valentín, pero es comprensible. Además soy madre ahora y supongo que debo de acostumbrarme a la idea de que mis hijos siempre estarán con nosotros en todo momento, incluso en fechas como estas—. ¿Tú qué dices, Ale? —pregunto, volteándome a verlo, pero su expresión no refleja lo que yo esperaba. No se ve muy feliz.
—¿En el zoológico hay perros como el de Laura? —pregunta con inocencia, y Pedro y yo reímos al mismo tiempo.
—No, hijo. En el zoológico no hay perros, pero hay leones de África —le dice el entusiasmado, pero Ale no cambia su expresión ni un poco.
—¿No hay un lugar en donde vea a los perritos y juegue con ellos como con Charlie? ¿Lo recuerdas, mamá Paula? Fui muy bueno con él y él era mi amigo…
Mi corazón se rompe en pedacitos al verlo y luego miro a Pedro de reojo para preguntarle mentalmente si el entendió las indirectas de Ale. Es complicado, quiero darle todo lo que desee, pero una mascota…
—Ale, hijo, escúchame —dice Pedro tomándolo en sus brazos y sentándolo en su regazo —. Laura tiene una mascota porque ella tiene un gran jardín para que Charlie corra y juegue todo lo que él quiera, y nosotros…
—Está bien, papá Pero —dice rápidamente.
Trata de sonreír, pero sé que no está bien. No puede engañarme, sé que quiere parecer un niño maduro y comprensivo, pero ver esa expresión en su rostro me destroza. Ale se suelta de los brazos de su padre. Toma a su león de felpa de encima del colchón y luego nos da una última mirada hasta dirigirse a la puerta de salida de la habitación. Quiero decir algo, pero no lo logro y no sé cómo Pedro aún sigue callado. Yo no me hubiese resistido a esos ojitos.
—Está bien, hijo —murmura él, cerrando sus ojos antes de que Ale llegue al pasillo—. Tendremos uno... —murmura.
Ale se mueve velozmente y una amplia sonrisa parece en sus labios.
—¡Te quiero, papá Pero! —Se abalanza sobre su padre y le da un gran abrazo.
Yo me rio y cubro mi boca sin poder creerlo. ¿Un perro, de verdad estamos hablando de tener un perro?
CAPITULO 41 (TERCERA PARTE)
Muevo mis manos en dirección al fuego y lo apago de inmediato, sin dejar de mirar a Pedro.
No puede ser real.
No, o sí…
—Oh, por Dios… —digo sintiendo como mis ojos se llenan de lágrimas de un segundo al otro.
Comienzo a llorar, y cuando veo su sonrisa corro hacia su dirección. Él se mueve mucho más rápido y en menos de un parpadear, estoy entre sus brazos otra vez, como siempre quiero estarlo.
Sintiéndome única, segura, protegida, volviendo a sentirme yo de nuevo. Cuando Pedro se marchó se llevó una parte de mí y ahora que está aquí, siento que soy la de antes.
—Estás aquí… —lloro, abrazándolo aún más fuerte. Estás aquí, Pedro, estás aquí —digo una y otra vez con la voz entrecortada. No puedo creerlo. Es como si fuese un sueño—. Estás aquí…
—Con una hora de retraso, pero estoy aquí —me dice con una sonrisa. Dejo de abrazarlo, sonrío y entierro mis manos en su pelo. No pierdo más tiempo, ni un solo segundo.
Uno mis labios a los suyos y me dejo llevar por todas esas sensaciones. El vacío en mi pecho comienza a llenarse lentamente, mientras que sus labios toman los míos, juega con ellos, los saborea y me hace estremecer a cada segundo. Sus manos toman ambos lados de mi cara en señal de que no quiere soltarme nunca y yo tampoco quiero que lo haga. Sé que somos el uno para el otro, podemos superar lo que sea… Pedro, es mi Pedro y está aquí conmigo.
—Te amo —le digo sintiendo como lágrimas se deslizan por mi rostro—. Mierda, Pedro como te amo —digo en medio de una sollozo, abro los ojos y lo miro fijamente. Aún no puedo creer que esté aquí, es la verdad, quiero llorar de felicidad y al mismo tiempo de agonía. He sufrido seis días pensando en que no llegaría para que me haga esto. Es injusto—. Te amo tanto… —le digo tocando su cara.
Siento su barba debajo de mis dedos y sonrío, me fijo en cada detalle para comprobar que es él realmente y que nada ha cambiado.
Todo sigue siendo igual que antes, sigue siendo mío.
Completamente mío.
—Te amo… —me responde.
Puedo ver que también está emocionado, puedo sentirlo por ambos. Seguiré llorando hasta saber que no sigo soñando.
Está aquí, conmigo, con sus hijos, en su hogar en donde debe de ser. Sé que es egoísta y no puedo cambiar eso, pero él debe estar aquí conmigo y con sus angelitos.
—Hueles a aeropuerto… —le digo con una sonrisa.
Él me responde de la misma manera y luego encuentra nuestras miradas.
—Y tú hueles a hamburguesa —me dice con una sonrisa burlona.
Golpeo su pecho en modo de broma y los dos reímos. Aún no puedo creer que esté aquí.
—¿Cómo puedes hacerme esto, Alfonso? —estallo. Ahora estoy furiosa con él—. ¿Cómo puedes engañarme así? ¿Cómo has sido capaz de mentirme? ¿Cómo pudiste siquiera…? ¡Te odio! —grito y golpeo su pecho con más fuerza—. ¡Me has estado engañando todos estos días! ¡Te burlabas de mí! ¡Eres un maldito!
Dejo de golpearlo y me aparto de él.
Estoy enojada, con la respiración agitada y con todas las hormonas a flor de piel. Rodeo la barra de la cocina y luego me dispongo a terminar mi hamburguesa sin mirarlo.
Veo como se sienta al otro lado de la barra y me sonríe mientras que me observa. Eso es lo que más me molesta de él ¡Lo está disfrutando!
—¿Estás molesta? —pregunta con el tono de voz suave—. Porque si estás molesta conmigo entonces no tiene caso que me quede —dice alejándose—. He viajado muchas horas para estar con mi preciosa Paula en San Valentín y ella me detesta. Será mejor que…
—¡Deja de decir estupideces! —grito dejando lo que estaba haciendo a un lado—. ¡Es que estoy molesta contigo! —grito rápidamente. Él se ríe y luego corre a abrazarme. Estoy desconcertada y ni siquiera yo puedo tolerar mis cambios de humor—. Es que… te extrañé tanto —musito, sintiendo como ahora todo el enfado es remplazado por angustia porque se haya marchado y felicidad de que esté aquí.
—No tienes idea de todo lo que he extrañado esos cambios de humor, preciosa… —susurra recostando mi cabeza con delicadeza sobre su hombros, mientras que sus brazos me rodean—. Te he extrañado a cada instante.
—Y yo a ti… —vuelvo a decir con los ojos aguados.
Siento como coloca sus manos sobre mi vientre y rápidamente se pone de rodillas delante de mí. Eleva mi camiseta de algodón y luego acaricia con las yemas de sus dedos a su hija, mientras que le habla dulcemente, le besa y le susurra lo mucho que la ha extrañado. Sé que a Kya le encanta eso. Siento como mi vientre se relaja y ella se mueve en mi interior.
—Se está moviendo —dice él con la sonrisa más hermosa que he visto en toda mi vida. Acaricio su cabello con ambas manos y sonrío como no lo he hecho en los últimos seis días. No puedo creer que esté aquí—. ¿Y mi otro angelito? —pregunta, besando a Kya por última vez. Acomoda mi camiseta y luego se pone de pie.
Rodeo su cuello con mis brazos y me pongo de puntitas para poder estar a su altura.
—Ale no ha dejado de decirme que tú volverías. Como si supiera que no me encontraba bien —siseo, recorriendo con mi mirada cada detalle de su rostro—. Ahora está dormido con el león de felpa… —sonrío al decir eso y luego miro de reojo a la mesada de la cocina—. ¿Tienes hambre? —pregunto.
Tomo su mano y lo guío hacia donde mi hamburguesa está casi completa. Termino de prepararla y la coloco en el plato.
—Ven aquí —me dice.
Se sienta en el banquillo y luego hace que deposite mi peso en sus piernas, mientras que los dos comemos juntos. Es uno de las momentos mes hermosos de toda mi semana.
Todo esto justifica lo mal que la he pasado en su ausencia.
No puedo enfadarme con él porque quería darme una sorpresa, y cuando mis esperanzas ya se habían agotado él apareció.
Es el mejor regalo de San Valentín. Aunque en mi mente todavía ronda ese horrible miedo de decirle todo lo que sucedió cuando él no estaba aquí. Sé que debo decírselo, pero quiero esperar. No me arriesgaré a arruinar mi San Valentín por culpa de otros. Solo quiero pasar un lindo momento y luego contarle todo lo que sucedió.
—Sucedieron muchas cosas cuando estuviste lejos —le digo tratando de no balbucear. Su ceño se frunce de inmediato—, pero no quiero hablar de eso ahora —digo recostando mi cabeza en su hombro mientras que él me da el ultimo pedazo de hamburguesa del plato—. Lo hablaremos mañana, ¿de acuerdo?
—¿Sucedió algo grave?
—Mañana lo hablaremos —le digo con voz glacial—. Ahora solo quiero estar contigo.
Él besa mi cuello levemente y luego estira su brazo para beber un poco de jugo de naranja. Nos limpiamos las manos y luego dejamos todo en la mesada.
Lo lavaré luego.
Tomo su mano y caminamos por la casa con prisa hasta subir las escaleras y llegar a nuestra habitación.
Abro la puerta con cuidado y veo que Ale aún sigue dormido. Pedro cruza la habitación con prisa y en menos de unos pocos segundos está arrodillado a un lado de la cama acariciando a su hijo con una sonrisa en el rostro. Ale no se mueve y puedo ver en su rostro que está durmiendo profundamente, pero que le gustan las caricias de su padre.
Me quedo como una tonta viendo esa hermosa escena desde el umbral del cuarto. Tengo miles de cosas que pensar, pero lo que más invade mi mente en un momento como este es la felicidad que siento y lo orgullosa que estoy de mi misma por haber liberado a esa Anabela que ha estado mucho tiempo aprisionada. Aunque no quiera admitirlo, sé que esta Paula dulce y, sobre todo, esta Paula con faceta de mamá son gracias a ella.
—No lo despiertes —susurro acercándome. Beso la frente de mi pequeño y luego Pedro se pone de pie a mi lado—. Vamos a darnos un baño. Aún hueles a aeropuerto —bromeo.
—Y tú a hamburguesa —me responde.
Pongo los ojos en blanco, tomo su mano y caminamos juntos hasta el cuarto de baño tratando de no reír demasiado fuerte.
No sé si esto es lo correcto, lo deseo, lo anhelo más que nada, pero no es correcto hacer algo así a esta hora de la noche, con Ale a unos pocos metros de nosotros, y con Kya en medio de ambos.
Todo es complicado, pero lo necesito.
—No deberíamos de ducharnos juntos —le digo sintiéndome apenada y la peor madre del mundo—. Tú sabes que no podremos resistirlo, Pedro.
Se acerca a mí, sin decir nada. La forma en que me mira reafirma todo lo que he dicho recién. No podremos resistirlo y sé que él no lo detendrá y yo tampoco. Muevo mis manos en dirección a su suéter, se lo quito rápidamente y él hace lo mismo con mi camiseta de algodón. Pierde su mirada en mi sostén por unos segundos y luego veo como traga saliva.
Mis senos están mucho más grandes y sensibles, sé que será en vano luchar. Tomo ambos lados de su camisa, dispuesta a hacer volar todos los botones, pero antes de que lo haga, él me toma de la muñeca y hace contacto visual.
—Espera —me dice. Frunzo el ceño y luego observo su torso para ver que anda mal, pero no lo comprendo—. Hay algo que tienes que ver y no quiero que te lleves la sorpresa de tu vida —me dice.
—¿Qué sucede? —cuestiono desconcertada—. ¿Qué has hecho?
Comienza a desprender los botones de su camisa blanca lentamente. Me mata de la curiosidad y la intriga, pero espero paciente a que termine con el último botón, mientras que disfruto de la vista que tengo de su torso.
Se la quita con agilidad y luego se voltea de espaldas a mí.
Mis ojos recorren toda su espalda hasta que se posan sobre esas líneas negras en su hombro izquierdo, y debo de cubrirme la boca para no gritar y despertar a medio Londres.
No puede ser… No, no lo hizo...
—Pedro… —digo sin aliento—. Oh, por Dios… —acerco mi dedo índice a su piel y recorro con la yema de mi dedo ese tatuaje—. ¿Es… es mi nombre? —pregunto viendo los símbolos extraños, tres exactamente.
—Tú y los niños… —murmura con una hermosa sonrisa—. Son las iníciales de cada uno —me dice.
Parpadeo sin poder creerlo y dejo que ese extraño sentimiento invada mi pecho. No sé qué es, pero me produce una inmensa sonrisa.
—Pedro… —sollozo, parpadeando aún más.
No quiero llorar, pero estoy tan sensible que no puedo evitarlo.
—Tú y nuestros hijos son lo más importante que tengo en la vida, Paula Alfonso. Y eso nunca cambiará —asegura tomando mi rostro de nuevo entre sus manos.
Me muevo rápidamente y beso sus labios. No me importa nada de lo que estaba pensando anteriormente. Es mi esposo, lo extrañé, es completamente mío y… No sé lo que digo, apenas puedo pensar.
Solo sigo su beso y dejo que sus manos recorran mi cuerpo.
Acaricio su torso por todas partes, hundo mis manos en su pelo y luego comienzo a desabrochar el botón de su pantalón. No demoramos ni medio minuto en desnudarnos.
Pedro atrapa mi cintura y me guía hacia la ducha. Abre el agua y la deja correr durante varios minutos, mientras que me besa y me acaricia por todas partes, haciéndome gemir y jadear.
Necesito aire para respirar, pero eso no me importa ahora, solo puedo pensar y sentir los labios de mi esposo que recorren mi boca, mi oreja, mi cuello y desciendes hacia mi hombros, hasta la curva de mis pechos. Nos metemos bajo la ducha y suelto un gemido cuando su mano izquierda roza mi zona intima lentamente.
—No, no podemos… Kya… —dice con la voz entrecortada.
Abro los ojos y lo miro fijamente. Me siento decepcionada, pero tiene razón.
Esto es ridículo y me siento culpable cada vez que estamos en esta situación. Suelto un suspiro y dejo descasar mis brazos en sus hombros, mientras que él me toma de la cintura e interrumpe todo tipo de momento sexy entre ambos.
—Solo esta vez —le suplico desesperada—. Te necesito, te he extraño y sé que dijimos que ya no lo haríamos, pero te necesito, Pedro. Es San Valentín…
Por un segundo creo que me voy aponer a llorar. No me gusta suplicarle, pero tampoco me gusta perder esta oportunidad. Sé que Kya está en medio de ambos y sé que no es lo correcto, porque aunque no sea consciente de lo que sucede, está entre ambos en un momento tan íntimo, pero es que…
—Por favor… —vuelvo a decir con la voz quebrada.
Lo único que se oye en el cuarto de baño es el agua mojando a ambos y nuestras respiraciones entrecortadas. Siento todo su cuerpo junto al mío y anhelo su erección que está chocando contra mí.
—Lo haremos sin prisa y con cuidado —me dice, tomando mi rostro con ambas manos. Sonrío por dentro, pero por fuera solo soy capaz de asentir con la cabeza y de aferrarme a sus hombros. Pedro rodea una de mis piernas a su cintura y con una de sus manos me toma con delicadeza del glúteo mientras que con la otra se apoya en la fría pared de la ducha—. ¿Estás lista? —pregunta en un susurro.
Sé que también se muere por esto, puedo sentirlo.
—Sí.
Se mueve con cuidado y acomoda mi cuerpo a su miembro.
Cierro los ojos y siento como se introduce en mí lentamente, tan lento que quiero golpearlo por hacerme desesperar de esta manera. Abro la boca a medida que la sensación se vuelve más intensa y siento como Pedro tensa su cuerpo.
—¿Estás cómoda así?
—Sí —digo completamente perdida. Hecho mi cabeza hacia atrás y clavo mis uñas en sus hombros. Me encanta hacer eso. Me siento sexy y deseada. Pedro hace que me sienta así en momentos como estos—. Solo hazlo.
Su boca atrapa la piel de mi cuello y comienzo a sentir sus movimientos.
—Feliz San Valentín, mi preciosa Paula…
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