sábado, 14 de octubre de 2017

CAPITULO 52 (TERCERA PARTE)






Me volteo rápidamente hacia la puerta cuando escucho que se abre. 


Pedro ve que Kya está dormida y camina lentamente hacia mí. Suelto otro suspiro y descanso mi cabeza en su pecho. 


Él me rodea con sus brazos y yo cierro los ojos. 


—Eres una madre increíble. —asegura. 


—Y tu eres un padre increíble —respondo. Los dos sonreímos, él toma ambos lados de mi rostro y me besa en los labios. Es un beso corto, no dura tanto como me gustaría, pero es todo lo que necesito. Ambos estamos agotados y apenas son las cuatro de la tarde. Nos queda una larga noche—. ¿Y Ale? —cuestiono en un susurro. 


—Está en su habitación —responde de la misma manera—. Ve a darte un baño, relájate y luego veremos una película los cuatro juntos —sugiere dulcemente. 


Asiento levemente con la cabeza y beso sus labios. Él me sonríe, besa a su princesita y se marcha de la habitación.


Agatha aparece, prepara mi baño para relajarme y luego me entrega la bata. 


—Cuídala mucho —le pido, mirando a mi angelito. 


Acaricio su pequeña manito y luego Agatha me da un leve abrazo.



—Relájate unos minutos, tesoro. Lo necesitas. 


Termino de darme un baño, me envuelvo en la bata y después hago lo mismo con mi cabello. Camino hacia mi inmenso armario, me coloco ropa interior negra de algodón y evito mirarme al espejo. No lo he hecho desde que salí del hospital. No es necesario que lo haga. Puedo sentirlo, puedo sentirlo a cada segundo, están ahí y no me dejan sola. Esas libras de más no se han esfumado, los jeans no me sientan como antes y aún no me he probado ninguno de mis vestidos. Me siento fea, gorda, desarreglada y horrenda... 


Cierro mis ojos y muevo mi cabeza rápidamente. No voy a pensar en esto ahora. Solo han pasado dos semanas, dos malditas semanas, las libras de más se irán con la dieta y el ejercicio y... Y encontraré lugar y tiempo para hacer dieta y ejercicios... 


—¿Paula?—cuestiona Pedro desde el umbral. 


Me cubro rápidamente con la toalla de manera desesperada y me volteo a verlo. Aún no me ha visto desnuda, ni en ropa interior. Cuando nos acostamos para dormir llevo pijamas de algodón que cubren mi vientre, mis senos y mis piernas, y cada vez que le doy el pecho a Kya trato que él no esté ahí mirando mis senos. Son asquerosos, me siento asquerosa. 


Esas rayas blancas no van a desaparecer, yo lo sé... 


—¿Qué sucede? —cuestiono—. ¿No sabes tocar? Tienes que... —Él suelta un suspiro y luego cierra sus ojos por un segundo. 


—No empieces con eso, Paula —me suplica—. Tu madre está abajo... No sé qué decirle. 


—¿Mi madre? —cuestiono sorprendida. 


—Dice que quiere verte, trajo una enorme caja con juguetes para Ale y cosas de bebé para Kya y... ¿Tú quieres verla? 


—No lo sé... —respondo anonadada—. Yo... Dile que bajaré en unos minutos. Yo llevaré a Kya. No la muevas de su cuna —ordeno. 


Él siente levemente, echa un vistazo a mi cuerpo cubierto frenéticamente con la toalla y luego se marcha.



Me desnudo una vez más, busco rápidamente algo que ponerme, pero no me atrevo a los vestidos. 


No lo he hecho, no podré hacerlo. Sin los vestidos no me veré perfecta y con ellos resaltaré todas las imperfecciones en mi vientre. Miro las prendas de mi armario, tomo los jeans de siempre y una blusa de seda, que coloco dentro del pantalón, y como es holgada logra ocultar todos mis kilos de más. 


Me calzo unos zapatos de tacón y luego peino mi cabello. No hay tiempo para secarlo, tendré que salir así. Me pinto los labios sin mirarme al espejo, me coloco rímel y pellizco mis mejillas. 


Enderezo mi espalda, elevo la barbilla, fijo la mirada en algún lugar específico y camino con seguridad hasta la cuna de Kya. 


Ella aún sigue dormida y Agatha está ahí. 


Al verme frunce el ceño, pero no dice nada. Toco mi cuello y mis muñecas. 


Corro hacia la tienda individual, tomo algunas pulseras y las coloco en mi mano derecha, hago lo mismo con el collar que Pedro me regaló una vez, ese que tiene mi nombre escrito de manera extraña. Suelto otro suspiro y regreso a la habitación. 


—¿Estás segura que los tacones son lo correcto? —pregunta ella con desaprobación—. Creo que no deberías... 


—Usaré tacones y no se dice más, Agatha —espeto duramente. Soné cruel y no quería que sucediera. Ella parece sorprendida y decepcionada. Quiero disculparme, pero ya es muy tarde. 


—Yo cargaré a la niña por las escaleras —responde con rencor—. No sea cosa que te caigas y suceda una tragedia —espeta mirándome de mala manera. Sí, me lo merezco. 


Ella toma a mi preciosa niña en brazos. Kya no se mueve ni un poco. Recorremos el pasillo y ella comienza a descender las escaleras. Lo hago detrás de ella con cuidado. Mis tacones hacen ruido y eso llama por completo la atención de todos los que están en la sala de estar. Ale juega con el juguete nuevo mientras que Pedro trata de entablar conversación con mi madre. Ambos me observan al bajar. 


Pedro parece furioso y me lo hace saber con su mirada. 


Agatha se detiene, me entrega a mi pequeña con sumo cuidado, la cargo y acaricio su frente para que siga dormida. 


Luego camino en dirección a mi madre y veo como ella se pone de pie. Tiene esa mirada fría y calculadora en sus ojos, pero tengo la esperanza de que esta vez sea diferente. 


—Madre... —le digo a un metro de distancia. Ella alisa su falda y luego se acerca a abrazarme falsamente.



—Querida... —Me aparto de inmediato para no incomodar a Kya, la miro unos segundos con una amplia sonrisa y luego me acerco un poco más a mi madre. 


—Ella es Kya, mamá —siseo con la voz entre cortada—. Es nuestra bebé, es mi hija... 


Mi madre observa a mi pequeña por unos segundos. No la toca, la sonrisa de su rostro se ha esfumado y ahora su cara tiene un aire de superioridad. 


—Felicidades por la niña —dice acomodando su cabello—. Aunque no se parece en nada a ti, querido —espeta mirando a Pedro. Mis ojos se abren de par en par. 


Doy un paso hacia atrás y luego parpadeo. 


—Tiene los ojos azules como mi padre, Carla —menciona con la voz cortante. 


Mi madre se ríe y luego toca la mejilla de Kya. 


—Los ojos azules los puede tener cualquiera, Pedro —asegura con una sonrisa cargada de maldad. 


—Madre —intervengo y luego me muevo un poco porque Kya comienza a moverse. 


—¿Puedes darnos un minuto a solas, querido? —indaga en dirección a mi esposo. Pedro suelta un suspiro, toma a Kya en brazos y luego camina hacia Ale—. Eso querido, llévate al niño también.—dice ella. Sé lo que sucederá ahora y no estoy lista para esto. 


—Ven, hijo. Le pediremos a Agatha que nos prepare un Sándwich —Ale toma su juguete y Dog corretea detrás de él. 


Mi familia desaparece por el pasillo y yo me quedo a solas con ella. 


—¿Por qué estás aquí? ¿Viniste a ver a mi hija o a hacer lo que siempre haces? —pregunto rápidamente. Cuando más rápido se acabe será mejor. 


—Lamento no haber aparecido en tanto tiempo, querida. Iba a llamarte para tu cumpleaños, pero francamente tenía mejores cosas que hacer —dice despreocupada.


 —Sé lo que estás haciendo.



—Tú no sabes nada —espeta convirtiendo su rostro. Es la misma arpía venenosa y cruel de las demás veces—. ¿Creíste que con ponerte tacones y una blusa de diseñador todo estaría bien? ¿Creíste que al verte cargar a tu hija me sentiría orgullosa de ti? 


—Basta. 


—Ya te lo he dicho cientos de veces... Nunca harás nada para enorgullecerme, Paula. Nunca serás lo suficientemente perfecta para alcanzar mis expectativas. 


—No digas eso —imploro, sintiendo como todos los músculos de mi cuerpo comienzan a temblar—. Tú no sabes lo que dices, sólo quieres... 


—¡Mírate! ¡Mira en lo que te has convertido! —grita señalándome con desprecio—. Fea, gorda, desarreglada... ¡Puedo oler vómito cuando me acerco a ti! ¡Eres un desastre y siempre lo serás! 


—¡Cállate! —exclamo con las lágrimas al borde de mis ojos. Esto no está pasando, no de nuevo, no puede suceder otra vez—. ¡No es verdad! ¡Soy madre ahora! ¡Tengo una hermosa familia, algo que tú nunca tendrás! 


—¡Tienes una familia! ¡Pero también tienes unas cuantas libras de más! —chilla entre risas. Se acerca a mí rápidamente y luego eleva mi blusa de seda. Trato de impedirlo, pero sus uñas arañan mi piel y solo puedo llorar y cubrirme con los brazos—. ¡Mírate! ¡Mira todo lo que tienes! ¡Esas rayas blancas jamás desaparecerán, hagas lo que hagas seguirán ahí! ¡Ese cuerpito que tenías antes desapareció! ¡Nunca volverás a ser la misma! 


—¡Tú no me conoces, no sabes nada sobre mi o sobre mi cuerpo. Lo único que haces es tratar de hacerme daño porque sabes que soy mejor que tú! —grito tratando de recuperar a esa Paula fuerte que se ha ocultado dentro del baúl junto con las viejas máscaras. Tal vez esa Paula fuerte nunca ha existido—. ¡Sí! ¡Es eso! ¡Soy mejor que tú! ¡Siempre lo he sido! ¡Soy mejor madre que tú! ¡Soy una mierda de ser humano, pero soy mejor que tú de todas formas! 


Ella eleva su mano hacia mi dirección y golpea mi mejilla. Mi rostro se voltea hacia el otro lado, lo tomo con mi mano y cierro los ojos. Oigo como sus tacones resuenan por el piso, se acerca a mí y toma de mi barbilla con fuerza. Me mira fijamente y luego sonríe.



—Nunca vuelvas a querer sobrepasarme —advierte—. La mierda que no vale nada eres tú, querida... Si tienes todo lo que tienes aquí es solo porque te abres de piernas para ese alemán, por eso y por nada más. Siempre fue así. Desde el momento que te vio te tomó como un objeto en donde meter su necesidad. Ahora que estás destrozada será mejor que te vayas acostumbrando a la idea de que se buscará a otras que sean mil veces mejor que tú. Y eso será fácil porque tu no vales nada... 


Suelta mi barbilla, luego se voltea, toma su bolso y sube las escaleras hasta la entrada. Oigo como la puerta se cierra con un golpe seco. Me derrumbo en el piso y comienzo a llorar


Sus palabras rebotan dentro de mi cabeza y parece que cada vez las oigo con más fuerza. 


Ella tiene razón, nunca fui nada, no valgo nada, y mis hijos se merecen algo mejor, Pedro se merece algo mejor, a alguien que lo haga feliz de verdad, que sea hermosa, sencilla y segura... 


Mis hijos y mi esposo merecen algo mejor, algo que yo jamás seré. 


—No puedo creer lo que veo —espeta Pedro con los ojos abiertos de par en par. Está parado a unos cuantos metros de mí y me mira con desprecio, decepción, no sé cómo describirlo—. No puedo creer que te estoy viendo así... 


Pedro... —sollozo buscando algo de contención, pero solo veo odio en sus ojos. 


—Levántate —me ordena. Cubro mi cara con ambas manos y luego niego con la cabeza. Mis ojos están empapados en lágrimas y no puedo detenerlas—. ¡Qué te levantes, Paula! —grita a todo pulmón. Nunca lo había oído de esa manera—. ¡Levántate ahora! 


Mis piernas flaquean. Me pongo de pie y me cruzo de brazos. Sollozo y lo miro. Nunca lo había visto así y tengo miedo. 


—No te merezco... No te merezco a ti, no merezco nada de lo que me has dado... —aseguro sorbiendo mi nariz. Trato de acercarme, pero él me aparta bruscamente. Tiene la respiración agitada y aprieta sus puños—. Tu mereces algo mejor que yo... Tú mereces...



—¡Cierra la boca! —grita volteandose—. ¡No quiero oírte decir más estupideces! ¡Cierra tu boca! 


Pedro... 


Él me toma del brazo con fuerza. Me hace chillar, comienza a caminar por la sala de estar, subimos las escaleras entre gritos de protesta por mi parte y de advertencia por el suyo. 


Recorro el pasillo con él y me tambaleo a causa de los tacones. No lo conozco, no es mi Pedro y tengo miedo de lo que pueda suceder. 


Pedro, estás haciéndome daño —me quejo entre llanto. Su agarre sigue siendo fuerte. Es como esa primera vez en la que nos peleamos muy feo y él me dejó un moretón en el brazo—. Pedro... —chillo una vez más pero él no se detiene. Entramos a nuestra habitación y el camina hacia la tienda individual. Trato de zafarme de su agarre, pero la furia que lo rodea es inmune a mis débiles brazos. Me arrastra frente al espejo, estoy casi sin aire—. Pedro, no... —suplico. 


Él toma mi blusa de seda y me la quita con fuerza, sé que la tela se ha rasgado. Luego desprende el botón de mis jeans y me los baja hasta los tobillos, arroja mis tacones con furia sobre el suelo, me quita el pantalón, mientras que cubro mi cara con mis manos. 


Él desprende mi sostén, lo arroja hacia no sé dónde y hace lo mismo con mi bombacha. Estoy completamente desnuda, con los ojos cerrados y no tengo brazos suficientes para cubrir todas esas monstruosas imperfecciones. 


—¡Mírate! —grita fuertemente—. ¡Abre los ojos y mírate! —me ordena. 


No puedo hacerlo, no lo haré. 


—Basta, Pedro. No hagas esto —vuelvo a suplicar, pero todo parece en vano. 


Él me toma de ambos brazos. Me hace girar para que esté frente al espejo y me ordena abrir los ojos. 


—¡Estoy cansado de toda esta mierda, Paula! —grita hacia mi dirección. 


Solo puedo verlo a través del espejo sin saber cómo responder. 


—¡También estoy cansada! —grito y me limpio las mejillas. 


Me pongo de espaldas al espejo y rodeo mi vientre con mis brazos, ese vientre repleto de líneas blancas.



—¡No, tú no sabes lo que es vivir con esa obsesión, con esa mierda que tienes! —grita señalándome—. ¡Tú no eres perfecta! ¡Nunca has sido perfecta, nadie lo es! ¡Deja de actuar a la defensiva todo el tiempo, deja de dramatizar tu vida! ¡Entiéndelo! ¡La perfección no existe! 


—¡Basta! —es lo único que puedo decir. No él, no Pedro... 


—¡Tienes que arreglar toda tu mierda, Paula! ¡Aprende a quererte a ti misma como la mujer que realmente sé que eres! 


—¡Cállate! ¡No quiero escucharte! 


—¡Estas enferma! —asegura. Tiene la cara roja y esa vena en su frente se hace notar. Nunca lo había visto de esa manera—. ¡Es una obsesión que jamás lograrás alcanzar! ¡Entiéndeme, maldita sea! 


—¡Cierra la boca! —grito una vez más. 


Mi cara esta empapada y siento algo frío en el pecho. 


—¡He pasado todo el tiempo diciéndote que eres perfecta, que eres todo lo que tú quieres ser, pero no es así! ¡Estuve equivocado todo este tiempo! ¡Baja de esa nube, abre los ojos! ¡Tu madre aparece, te dice mentiras, y tu como una estúpida crees cada una de sus palabras! ¡Me cansé! 


—¡Tú no sabes nada! —grito sacando fuerzas de algún lugar. 


—¡Me cansé de tener que ser tu soporte con toda esta idiotez! ¡Me cansé de estar a tu lado con esta mierda que no tiene sentido! —Camina hacia mí de nuevo. Vuelve a tomarme de los brazos y me voltea en dirección al espejo—. ¡Mírate! ¡Mírate! —grita—. ¡Esa eres tú ¡Esa serás tú a partir de ahora! ¡No me enamoré de tu cuerpo perfecto! ¡No me enamoré de tus curvas, Paula! ¡No te dije que te amo miles de veces para que le creas todas esas mierdas a tu madre! 


—Basta, Pedro, por favor... —lloriqueo y muevo mi cabeza hacia el piso. 


No quiero seguir viéndome, ya lo he hecho y todo se ve mucho peor de lo que imaginaba. Me doy asco... 


—¡He pasado casi dos años de mi vida contigo y llegó el momento de decirte toda la verdad! ¡Tú estás enferma! ¡Necesitas ayuda! ¡Ve y busca TDC en Internet y comprende tu problema! —exclama. Todos los músculos de su pecho se ven tensos y ese rostro bestial nunca antes lo había visto. No sé qué decir, solo siento como me rompí a cada instante—. ¡Tenemos dos hijos, Paula! ¡Dos hijos! ¡Tú eres mi esposa, pero no te quiero como tal si vas a seguir comportándote así! ¡Merezco una mujer que se quiera a sí misma, que se respete a sí misma y a su cuerpo por lo que es, y tú no cumples con esas condiciones! 


—¿Qué mierda quieres decir? 


—¡Comienza a buscar la manera de aceptarte y quererte a ti misma o esto se acabó! ¡Juro que esta vez va en serio! ¡No permitiré que mis hijos crezcan con una mujer así! ¡Fuerte por fuera y vacía por dentro! 


—¡Cierra la boca! ¡Cállate! ¡No quiero oír más! ¡No! 


—¡No puedes amarme a mí y a nuestros hijos si no te amas a ti misma! 


—¡Cierra la boca! —grito cubriendo mi cabeza. 


—¡Resuelve tu mierda sola, busca ayuda o te juro que esto se acaba! 


Él me suelta y luego respira agitado. Estoy destrozada por dentro y por fuera, mis ojos están más que nublados y estoy desestabilizándome en todos los sentidos. Siento que voy a morir. 


—No te acercarás a Kya mientras que estés en esas condiciones —asegura antes de cruzar el umbral—. No te quiero cerca de los niños... 


—¡No puedes hacer eso! —grito rápidamente. No puedo creerlo. Esto no está sucediéndome, no a mí—. ¡no puedes alejarme de mis hijos! ¡Ellos me necesitan! 


—¡Nuestros hijos necesitan a una mujer fuerte y segura que pueda hacerlos sentir seguros!¡Tú no puedes darles eso, Paula! 


—¡Basta de decir eso! 


—Ya te lo he advertido —murmura. 


Lo veo salir de la habitación. Tomo mi cabeza entre mis manos y recuerdo cada una de sus palabras mezcladas con las de mi madre. No sé qué hacer, que decir, no se absolutamente nada... “Busca TDC en Internet”



“Estás enferma” 


Niego con la cabeza. Tomo mi bata de seda y me cubro con ella sin mirar el espejo. 


Ya he visto demasiado. 


No puedo dejar a mis hijos por toda mi mierda, mis hijos son lo más importante. Corro hacia la habitación, busco entre las cosas y encuentro mi celular. Tecleo rápidamente TDC y espero. Entro a una página y luego a otra, mientras que leo y retengo la información. 


Que más llama mi atención. 


“Trastorno dismórfico corporal (TDC), una percepción equivocada de la imagen corporal” “La gente que sufre el TDC está excesivamente preocupada por una parte de su cuerpo, que perciben como "defectuosa". “Impulsos obsesivos a verse bien todo el tiempo” “Se acomodan el cabello constantemente” “Quieren controlar su vida y la de los demás a su manera” “Quieren tener el control y la razón de todo lo que hacen o dicen” 


—No, no, no... —comienzo a decir cuando releo y releo más de mismo—. No, esto no está bien —me digo a mi misma viendo la larga lista de síntomas. “Tendencia al perfeccionismo al vestirse, al caminar, la manera de hablar y de desarrollarse con otras personas” “Encuentran defectos en su cuerpo y necesitan ocultarlos de todos” 


—No... —sollozo arrojando mi celular a la cama. No puedo estar enferma... 



****


—No puedes amarme a mí y a nuestros hijos si no te amas a ti misma! —grito, sintiendo como todos mis pensamientos se salen de control. Me he cansado de toda esta situación, estoy cansado de verla sufrir por idioteces, ella jamás lo ha dicho, pero sé que toda esa mierda que tiene con su madre la destroza, y no es justo que mis hijos paguen por ello.



—¡Cierra la boca! —grita cubriendo su cabeza con sus manos. 


La expresión de dolor y espanto que tiene en su rostro me rompe el corazón. Quiero abrazarla, besarla y decirle que todo esto se solucionará, pero hay algo que me lo impide. No puedo controlarme. 


—¡Resuelve tu mierda sola, busca ayuda o te juro que esto se acaba! —aseguro elevando el tono de voz. 


Logro comprender el significado de mis palabras cuando ya hay silencio entre ambos. 


Esos hermosos ojos me observan con terror y angustia, las lágrimas que se deslizan por su mejilla son como balas que atraviesan mi pecho. 


La suelto al notar la situación. 



Estoy sorprendido por lo que hago. Ella respira agitada con esas mejillas mojadas, se ve destrozada, cubriendo su hermoso cuerpo con sus manos. Sintiéndose avergonzada de lo hermosa mujer que es. 


—No te acercarás a Kya mientras que estés en esas condiciones —aseguro antes de cruzar el umbral—. No te quiero cerca de los niños... 


Nunca le diría eso a la madre de mis hijos y sé que no lo digo en serio, solo necesito hacerla reaccionar, quiero que comprenda lo que le sucede. Es un síndrome, no es nada mayor, pero ella necesita ayuda, me necesita a mí. 


—¡No puedes hacer eso! —grita rápidamente—. ¡No puedes alejarme de mis hijos! ¡Ellos me necesitan! 


Cierro los ojos sin que ella lo vea y luego me trago el nudo que tengo en la garganta. No quiero herirla, no quiero hacerlo, pero estoy harto de esta situación y lo hago por su bien. 


—¡Nuestros hijos necesitan a una mujer fuerte y segura que pueda hacerlos sentir seguros. Tú no puedes darles eso, Paula! —aseguro. 


Mi voz tiembla, pero ella está perdida en sus pensamientos y no lo nota. 


—¡Basta de decir eso! —grita aún más rota que antes. 


Hay algo que oprime mi pecho, pero no soy capaz de rendirme, solo puedo responder fingiendo seguridad.



—Ya te he advertido. 


Salgo de la habitación y oigo como ella lanza un grito. 


Camino por el pasillo a toda prisa y bajo las escaleras sin ver siquiera que es lo que estoy pisando. Cruzo la sala de estar y entro a la cocina. Ale está haciendo dibujos en un papel y Agatha se mueve de un lado al otro con Kya en brazos. 


Veo a mi nana y con solo ese simple acto mis ojos se llenan de lágrimas y al igual que Paula rompo en llanto. 


No lloro muy a menudo, no lo hago, pero que no lo haga no significa que no sienta. 


Ella es mi pilar, es la que me sostiene, es la mujer que le da sentido a mis días de trabajo, a todas esas juntas de mierda, ella es el único motivo por el que me esfuerzo en esa empresa. Quiero darle todo, me gusta consentirla, adoro verla regresar a casa con una sonrisa y cientos de bolsas, hace que crea que todo mi esfuerzo merece la pena, pero si ella se rompe me romperé también. 


—Oh, mi niño —murmura mi nana acercándose. 


Kya se mueve un poco, ella la deja con cuidado sobre su mecedora portátil y luego me abraza. Ale no ha notado lo que sucede y no quiero que lo haga. 


La abrazo con todas mis fuerzas y lloro. 


Es ridículo llorar, pero a veces es bueno hacerlo. 


¿Quién ha dicho que un hombre no llora? Yo lloro, lloro por ella. He llorado ese maldito San Valentín en el que todo fue un desastre, he lloriqueando en cada una de nuestras discusiones, he llorado cuando cometí el error de mi vida y ella me abandono, he llorado por causa de esa mujer y lo seguiré haciendo. Porque la amo, porque ella es mi vida, es mi todo, es la madre de mis hijos y ahora... Ahora estoy llorando junto a ella aunque no lo sepa. 


—Ya no puedo con esto, nana —sollozo—. No puedo verla así, siento que... 


—Ya no te pongas mal, mi niño —me pide acariciando mi mejilla—. No es bueno que los niños te vean así, Pedro.


Suelto un suspiro y luego seco mis lágrimas. Quiero subir esas escaleras, abrazarla, besarla y decirle lo mucho que la amo y que la necesito, pero si lo hago, todo será igual que antes. Las cosas tienen que cambiar.



“Carla” “Carla Chaves” 


Me aparto de Agatha y con una sola mirada le pido que se encargue de mis hijos. 


Ella besa mi frente y luego salgo disparado hacia la salida. 


Limpio mis mejillas y trato de secar mis ojos de nuevo. 


Subo las escaleras, tomo las llaves del coche y en unos pocos segundos estoy conduciendo por la ciudad. Esto es una locura, pero es lo correcto. No iba a hacerlo, no se lo he dicho a Paula, pero esa mujer se merece lo que le haré. 


Puede tratar de engañarme como lo hizo durante casi dos años, pero ya no. 


No soy idiota, siempre sospeché que algo más sucedía y la investigación me ha dado la razón. 


Esa mujer pagará por cada millón que le robó a su esposo y pagará mucho más por tratar de robarme a mí, pero sobre todas las cosas suplicará que la perdone y lo haré solo si ella le suplica perdón de rodillas a mi Paula. Es hora de acabar con esto.





CAPITULO 51 (TERCERA PARTE)





Me muevo de un lado al otro por la habitación. Observo de reojo a mi pequeña a cada instante. Está despierta, tiene muchos almohadones a su alrededor y Ale está a su lado tomando de su manito con dulzura. Tomo el pañal que necesito, luego algunas prendas de ropa y regreso a su lado. 


Me siento con cuidado en la cama y acaricio su manito libre. 


No puedo evitar sentirme feliz y orgullosa. Hace dos semanas que di a luz y desde hace dos semanas mi vida ha dado un cambio completamente rotundo. Nunca creí que ser madre tendría todos estos cambios, pero de lo que sí estoy segura es que jamás me arrepentiré de haberme enfrentado a mí misma. Tengo dos hijos hermosos y comienzo a sentirme una mejor persona. 


—¿Me cargas, mamá Paula? —pregunta Ale, estirando sus bracitos en mi dirección. 


Dog está dormido sobre la alfombra y él también ha querido llamar la atención. Los dos están celosos de mi princesa, he tratado una y otra vez de remediar la situación, pero ya me he quedado sin alternativas. Pedro está mucho más desesperado que yo, pero al momento en el que cargo a Kya o le doy el pecho, Ale comienza a comportarse de manera muy extraña. 


Es perturbador y me agobia, pero no puedo hacer mucho. 


Trato de compartirme a mí misma con ambos, pero no es tan sencillo. Kya pasa la mayoría del día dormida y es ese el momento en el que juego con él, pero hay un ruido, una risa, un ladrido, y ella despierta. Ale está más que celoso e incluso ha arrojado todos sus autitos desde las escaleras, provocando que la mayoría de ellos se rompan. 


—Ven —le digo señalando un lugar a mi lado. Él camina por el colchón sin moverse demasiado, miro fijamente los ojos azules de mi pequeña y vuelvo a sonreír. Ale se lanza con brusquedad y hace que dé un brinco por la sorpresa. Me rodea con sus bracitos y oculta su carita en mi cuello. 


—Te amo, hijo —susurro besando su pelo—. Nunca dudes de eso, ¿de acuerdo? —siento como él mueve su cabecita a modo de afirmación, luego me abraza aún más fuerte y acaricia las puntas de mi cabello—. ¿Qué te parece si me ayudas a darle un baño a Kya? —pregunto con una sonrisa. 


Pedro aparece en la habitación y se sienta al otro lado de la cama. Kya mueve su cabecita hacia él y contemplo como lo mira. Mi niña es hermosa. Jamás podría haber imaginado algo así, nunca creí que algo tan hermoso pudiera sucederse. 


—El agua está lista —susurra acariciando a su hija. 


Ale se nueve rápidamente y pide que Pedro lo cargue. Ahí están de nuevo esos celos. Pedro lo toma en brazos y besa su frente. 


Yo le entrego la ropa y el pañal de Kya y él se marcha por el pasillo. Kya tiene su habitación, pero es solo para adorno. Mi pequeña ha estado estas dos semanas en mi cama, duerme de día y de noche llora sin control alguno. 


Estoy cansada, abatida, frustrada y siento que necesito un baño de veinte horas para que todo el olor a pañales sucios, leche y vómitos se esfumen de mis fosas nasales. Kya tiene ese hermoso olor a bebé y cuándo entras a alguna habitación lo hueles y sonríes, pero para mí, que soy su madre, tengo todos los aromas malos. 


—Vamos a darte un baño mi ángel... —susurro tomándola con delicadeza, sin olvidar de colocar mi mano entera bajo su cabeza como Agatha me explicó. Le elevo lentamente y camino por el pasillo hasta su habitación. Pedro y Agatha han preparado todo para su baño. La bañera rosa con hidromasaje de plástico está sobre su cambiador , su toalla esta lista y Ale está sobre una silla en un rincón para poder observarlo todo—. ¿Verdad que quieres un baño, cielo? —pregunto mirándola fijamente. Ella solo me observa con esos inmensos ojos azules. Entro a la habitación, la deposito con delicadeza sobre su cambiador, Pedro y yo la desvestimos con cuidado y cuando le quitamos el body color lavanda por la cabeza ella comienza a llorar—. No, cielo —le pido con voz de mamá—, no llores, princesa... 


Pedro le quita el pañal con delicadeza y gracias al cielo está limpio. 


—¿Segura que puedes tu sola? —pregunta observándome de reojo. 


Si, puedo sola, pero todas las veces que le di su baño lo hice con ayuda y supervisión de Agatha. Tengo miedo de que mis brazos resbalen o que algo suceda.



—Tu sostenla y yo la baño —digo en un susurro. 


Él toma a su pequeña en brazos y sonríe cuando ella lloriquear y mueve sus bracitos. Pedro la coloca en el agua y ella comienza a llorar. No puedo evitar reírme ante todo su drama. 


—Tranquila, princesa... —susurro sonriente—. Es solo agua, hija... 


Comienzo a mover mi mano en el agua y la mojo de a poco. 


Me tomo mi tiempo y lo hago con delicadeza. Es algo especial, es un momento único, no importa cuántas veces lo repita. Mojo sus bracitos, sus piernas y tengo cuidado con su ombligo. Le he tenido terror a eso desde que la trajimos a casa, pero todo ha salido bien. 


—¿Puedo bañarla, mamá Paula? ¿Puedo? 


Pedro y yo nos miramos el uno al otro sin saber que responder. Quito mis manos de la bañera y luego rodeo a Pedro, tomo a Ale de encima de la silla y lo cargo hasta donde está su hermana. Con mis manos guio las suyas y le explico lo que tiene que hacer. 


—Tiene que ser despacio... Mira... —tomo la manito de Kya y la mojo, Ale hace lo mismo y luego acaricia a su hermanita. Toma otro poco más de agua y deja que se deslice por sus piecitos, se ve concentrado y es cuidadoso. Es un momento hermoso. Estoy emocionada y feliz. 


—Ahora vamos a secarla —le digo. 


Dejo a Ale en el suelo. Quito la bañera de encima del cambiador y coloco la toalla en posición mientras que Pedro la sostiene y ella llora. Él la deja descansar sobre la toalla rosa y luego carga a Ale en brazos. Seco a mi pequeña con delicadeza, envuelvo su vientre con las gasas para que su ombligo esté seguro y luego le coloco el pañal. 


Es indescriptible, cada acto, cada movimiento es sumamente diferente y especial. Ser madre es algo hermoso. Le coloco con cuidado su ropita. Hoy tiene un vestidito lleno de flores en tonos lavanda, unas medias largas a juego con el vestido, los pequeños zapatitos blancos que son más pequeños que mi pulgar, un abrigo de punto y el hermoso moño rosa que adorna su cabecita. Aún no tiene mucho cabello, pero ese mechoncito sirve para sostener los accesorios que le compré y que hacen que se vea adorable. 


—Ahora si estás más hermosa... —le digo, y la cargo en brazos. Ale se lanza a mi dirección para que lo cargue también y Kya comienza a llorar—. No llores, cielo... —le digo poniéndola en posición para darle el pecho. 


Elevo mi camiseta por milésima vez en la semana y me pongo de espaldas a Ale y Pedro. Le doy el pecho y ella lo encuentra rápidamente. 


Camino de una lado al otro cantándole y meciéndola lentamente. Sus ojitos azules se cierran y su manito deja de moverse, ya no siento sus deditos acariciando mi piel. Sonrió y lentamente camino hacia mi habitación. 


Kya tiene dos cunas y hasta ahora sólo ha dormido en la que se encuentra en mi habitación. La dejo ahí con sumo cuidado, acomodo su mantita y luego me cruzo de brazos. 


Suelto un suspiro y cierro los ojos. Paz, son minutos de paz para mi solita. Lo necesito al menos una vez al día