martes, 19 de septiembre de 2017

CAPITULO 29 (SEGUNDA PARTE)





Miro mi obra maestra ya casi terminada. No puedo creer que todo haya resultado de maravilla. Hice un inmenso pastel de chocolate con relleno de chocolates y cobertura de chocolate, es el favorito de Pedro. Sé que le encantará.


También hice cupcakes, quince exactamente, de diferentes colores y sabores que juntos forman un mensaje. Los decoré yo misma y debo admitir que salieron perfectos. Todo es perfecto cuando yo lo hago.


—¿Necesita algo más, señora Alfonso? —pregunta una de mis mucamas con una amplia sonrisa en el rostro. No fue necesario decir nada, ellas ya saben que tendré un bebé y aunque no me han felicitado, puedo ver que están felices.


—Todo está perfecto. Gracias por la ayuda.


Miro el reloj de mi celular por enésima vez y cuento los segundos. Quiero que llegue a casa de una vez, quiero verlo, quiero darle la impresionante sorpresa, quiero ver su reacción. El día se me hizo eterno y esperé demasiado por este momento. Sé que él llegará en pocos minutos, pero estoy demasiado impaciente, no puedo esperar más.


—Señora Alfonso, en representación de mi compañera y también mía, quiero desearle muchas felicidades. De vedad, espero que usted y el señor Alfonso sean muy felices…


—Gracias, chicas —murmuro, intentando no romper en llanto. Estoy algo sensible, pero sigo siendo la dueña y señora aquí y debo mantenerme al margen.


A lo lejos, oímos el motor del coche de Pedro y rápidamente entro en pánico.



—¡Oh, mi Dios, está aquí! —exclamo, moviéndome de un lado al otro. Jamás me sentí tan nerviosa, se lo diré, él lo sabrá y… Oh, por Dios.


—¡Ya saben! —exclamo, señalando a ambas mucamas—. ¡Todo tal y como lo ensayamos! —ordeno con la voz cargada de nerviosismo. Ellas se mueven rápidamente, una carga el pastel y la otra, la bandeja de cupcakes con el mensaje.


—Tranquila, señora Alfonso, todo saldrá como usted lo planeó —dicen ambas al mismo tiempo para intentar tranquilizarme, pero ninguna lo logra, estoy demasiado alterada. Ahora siento miedo, ¿Y si no le gusta la sorpresa? ¿Y si en realidad no quiere esto? Y si… no, claro que lo quiere, tengo que pensar positivamente, Pedro es el ser más dulce y amoroso de todo Londres, el amará la noticia.


—Iré a distraerlo como quedamos —les informo antes de cruzar el umbral que divide la cocina del comedor—. No olviden los globos y el delantal… ¡Y no olviden los juguetes!


Salgo disparada en dirección al recibidor. Oigo a Pedro bajando del coche, agradezco que siempre se tome su tiempo para tomar sus cosas. Eso me da tiempo a mí.


Me detengo frente al espejo ubicado a un lado de la puerta y me miro detenidamente. Todo se ve bien, mi cabello está un poco alborotado, pero al pasar mis manos sobre él, vuelve a su lugar habitual y se ve perfecto.


Me coloqué un vestido azul Francia, que Pedro escogió para mí cuando estábamos en París. Mis maletas llegaron esta mañana y mi primera y única opción fue esta prenda. Es perfecta, a Pedro le encantará.


La puerta de la entrada principal se abre y al ver a Pedro un fuerte impulso hace que corra hacia su dirección. Él abre sus brazos para estrecharme, dejando caer al suelo su maletín y su chaqueta.


—Bienvenido a casa, cariño —murmuro, tomando su rostro entre mis manos. Beso sus labios y acaricio su barbilla lentamente. Me siento extraña, pero es hermoso… el cosquilleo en mi vientre se vuelve más intenso, sé que es mi bebé, está consciente de que su padre está cerca.


—Este es un hermoso recibimiento, mi preciosa Paula.


—No tienes idea de la sorpresa que preparé para ti.



Tomo su mano y lo dirijo hacia las escaleras. Primero, tenemos que entrar a nuestra habitación, como modo de distracción hasta que todo esté perfectamente listo.


Llegamos al cuarto, yo entro primero y luego él detrás de mí. 


Sonrío en mi interior. He dejado algunas pistas por el cuarto, pero estoy más que segura que él no las verá.


—Ponte cómodo, cariño —Aflojo el nudo de su corbata. La camisa azul que lleva puesta con esos pantalones negros lo hace ver tan deseable, tan apuesto. Es casi una coincidencia, pero estamos vestidos a combinación.


—¿Cuál es la sorpresa?—pregunta, atrayéndome hacia su cuerpo. Sus manos acarician el contorno de mi cintura y sus ojos miran fijamente los míos con una mezcla de dulzura y curiosidad.


—Tenemos que ir a la cocina. Preparé algo para ti.


—¿Pastel? —pregunta velozmente. Me rio y asiento con la cabeza a modo de afirmación.


—Te encantará —aseguro—, pero primero, quítate ese reloj y relájate —sugiero.


Él mira su Rolex, se lo quita y camina en dirección a la mesita de noche. Ahí hay un chupón color celeste, es muy pequeño y está un poco escondido, pero de todas formas Pedro no lo nota. Bien, eso significa que tendré que decírselo yo, como lo había planeado.


—Vamos, preciosa. Muero por probar ese pastel.


Llegamos al recibidor y lo detengo inmediatamente.


—¿Que sucede?


—Tienes que cerrar los ojos para la sorpresa.


Pedro suelta un suspiro cargado de desesperación y cierra los ojos. Yo le indico que me espere unos segundos y luego corro hacia el comedor. Las mucamas ya no están, pero todo se ve perfecto, como me lo había imaginado.


El pastel que hice está en el centro de la mesa y tiene dos chupones encima a modo de decoración. Uno es rosa y el otro es azul... Sé que morirá al verlo.


Los globos de helio azules y rosas están amarrados en las sillas, los cupcakes acompañan al pastel y ordenados forman la frase “Tendremos un bebé”


Me emociono al ver todo esto listo. Los juguetes están esparcidos por el piso. Tuve que comprar todo sola, pero valió la pena, la emoción me venció por completo. Hay de todo tipo, en todos los colores y tamaños. Es como si mi bebé ya hubiese nacido, como si ya caminara por toda la casa, debido al desorden de osos de felpa y juegos didácticos.


Seco mis ojos y tomo el delantal que reposa sobre el borde de la mesa. Me lo coloco y luego me acomodo al otro lado de la mesa entre globos y juguetes.


—¡Puedes venir, Pedro! —grito fuerte para que me oiga. 


Escucho como camina hacia mí rápidamente.


—¿Puedo abrir los ojos? —pregunta parado en el umbral de las anchas puertas corredizas de madera.


—Puedes...


Él abre sus ojos, lo recibo con una amplia sonrisa y los ojos cargados de lágrimas de felicidad. Su mirada se posa sobre los juguetes en el suelo y su semblante se vuelve serio, recorre con la mirada los globos que inundan el lugar, observa el pastel con los chupones, luego me mira a mí y lee la frase mi delantal: Muy pronto...


Da un paso al frente y noto como lee la frase escrita en los cupcakes.


—Tendremos un bebé, Pedro... —murmuro entre sollozos.


No puedo evitarlo, dejo que las lágrimas y la emoción me venzan. Él aún no ha dicho nada, parece perdido, distante, ajeno a sus propios pensamientos y a la realidad.


—Paula... —musita con un hilo de voz.


Por un segundo, el pánico me invade, no es la reacción que imaginé una y otra vez, pero luego veo como su mirada se clava en la mía y las lágrimas también mojan sus mejillas.


—Oh, por Dios, Paula... —dice con una sonrisa de oreja a oreja. Me rio nerviosa y corro en su dirección. Él se mueve y, antes de lo inesperado, nos fundimos en un gran abrazo—. Paula... Por Dios...


Oculto mi rostro en su cuello y lloro tranquila, no sé por qué me siento así, pero es felicidad...


—Cuando estábamos de luna de miel... Quería hacerte feliz, quería cumplir tu sueño, quería darte un hijo, Pedro... —sollozo con la voz entrecortada mientras que acaricio su rostro.


—¿Estás embarazada?—pregunta con los ojos brillantes y cargados de emoción, mientras que acaricia mi cabello una y otra vez, desesperadamente.



—Sí, estoy embarazada —afirmo.


—Tendremos un bebé... —susurra a modo de afirmación, pero suena más a una pregunta dudosa.


—¡Tendremos un bebé, Pedro, un bebé! —exclamo perdiendo el control.


Mi esposo me toma de la cintura, me eleva por los aires y me hace girar un par de veces por toda la habitación, mientras que reímos y lloramos por causa de la emoción.


—¡Tendremos un bebé, Paula! —grita alegremente—. ¡Tendremos un bebé! —exclama una y otra vez, elevando el tono de voz, como si quisiera que todo Londres se enterara de la noticia—. ¡Mi preciosa Paula y yo tendremos un bebé!


Golpeo su hombro entre risas para que me baje.


—¡Cuidado con los juguetes! —le advierto mientras que mi cuerpo se mueve de un lado al otro. Él detiene sus vueltas y lentamente deja que mis pies toquen el suelo. Yo lloro y él también.


—Estás llorando... —murmuro, claramente sorprendida.


—Estoy feliz, Paula, soy feliz —me responde con la respiración agitada. Algo cambió, no somos los mismos de antes desde hace dos minutos atrás—. Por dios, Paula, vas a darme un hijo... Tendremos un bebé —dice como si aún no pudiese creer la noticia.


—Sí —le respondo abrazándolo de nuevo.


Él mueve su cabeza y rápidamente nuestras bocas se encuentran. Fundo mis labios con los suyos, es una extraña, pero hermosa, mezcla de sensaciones... Es un beso que se hace eterno, pero que no me molesta. Pedro me roba el poco aliento que me quedaba...


—Te amo... —me besa una y otra vez—. Te amo... —me besa de nuevo—. Te amo..., Te amo, Paula, te amo...


Deja de rodear mi cintura y se pone de rodillas delante de mí. Sus ojos miran fijamente mi vientre plano, como si intentara ver a nuestro bebé a través del vestido y de mi piel.


—Nuestro Pequeño Ángel —murmura, colocando sus dos manos sobre mi barriga. Siento una gran corriente eléctrica recorrer todo mi organismo, mi pecho se llena de una extraña sensación y... Soy feliz, soy más feliz que nunca.



—Sí —aseguro, asintiendo con la cabeza una y otra vez—. Tuve nauseas cuando estábamos en el hospital e inmediatamente supe que sucedía. Hice el test y el resultado fue positivo.


La sonrisa no se borra del rostro de Pedro. Sus manos rodean mi cintura y sus ojos me miran fijamente, tienen ese brillo especial, esa emoción que puede ser visible a miles de kilómetros.


—¿Cómo no me lo dijiste en ese momento? ¿Por qué no me lo dijiste, preciosa? —pregunta, tomando ambos lados de mi cara.


Sonrío porque no sé qué decir realmente.


—Todo sucedió tan rápido, Pedro—le digo como excusa—. Laura aún estaba en el hospital, tú y yo estábamos en un momento extraño y tu madre me dijo que…


—¿Mi madre? —pregunta frunciendo el ceño—. ¿Mi madre lo sabía?


Sonrío de nuevo y asiento levemente con la cabeza.


—Tu madre lo supo sin que yo se lo diga. Cuando me acompañó a la cafetería, me lo preguntó y no tuve más opción. Se lo dije y ella prácticamente me obligó a hacerme una consulta con un doctor.


Pedro niega con la cabeza y me abraza nuevamente.


—Por Dios, Paula… por eso estabas tan extraña ese día, por eso tú y mi madre se comportaban de esa manera —afirma, terminando de comprender todo lo que sucede.


—Así es —le digo, acercando mis labios a los suyos.


Nos besamos fugazmente y luego él vuelve a cargarme entre sus brazos. Me toma de la cintura y hace que volvamos a dar unas cuantas vueltas por toda la cocina. 


Chillo, me quejo y rio junto a él, disfruto del momento.


—¡Basta, Pedro, tengo nauseas! —exclamo entre risotadas. 


Él me baja rápidamente y la expresión de su rostro se torna seria de un segundo al otro.


—Lo siento, cariño. Lo siento. ¿Estás bien? ¿El bebé está bien? ¿Quieres algo?


Me rio sonoramente debido a su preocupación exagerada y a sus cientos de preguntas que me toman desprevenida. Verlo de esta manera hace que disfrute del momento al máximo. Jamás lo he visto así de asustado.


—Estoy bien, Pedro. El bebé está bien —murmuro para tranquilizarlo.



Tomo su mano y la posiciono en mi vientre de nuevo. 


Acaricia a su hijo y sonríe como jamás lo ha hecho. Sus ojos vuelven a brillar de emoción y felicidad. Es un momento perfecto.


—Nuestro Pequeño Ángel —murmura acercando sus labios a los míos.


—Nuestro Pequeño Ángel —respondo antes de unir mis labios a los suyos.




CAPITULO 28 (SEGUNDA PARTE)





Una hora más tarde, estoy recorriendo algunas tiendas del centro comercial y Damian me acompaña de un lado al otro.


—Ahora debemos comprar algunos libros aquí —Señalo la puerta de la entrada de la librería, él pone los ojos en blanco y rápidamente ingresamos al amplio local. Una de las vendedoras se acerca a nosotros y nos pregunta si necesitamos ayuda. Le digo que no, rápidamente, y me encamino entre los estantes en busca de lo que quiero. 


Puedo encontrar un libro yo sola. No necesito a nadie más.


—¡Oh, mira! —exclama enseñándome la portada de un libro—“Cómo ser amable con los demás” Este libro es perfecto para ti, nena.


Pongo los ojos en blanco y lo fulmino con la mirada. No tengo tiempo para bromas.


—Sí, tu deberías de comprarte uno titulado: “Cómo dejar de ser idiota”


Damian se ríe, pero no me dice nada. Mira a su alrededor y luego a mí. A veces somos dos niños y a veces... En realidad, siempre nos comportamos como niños.



—¿Qué buscamos exactamente?


—Libros de cocina —respondo, leyendo los títulos de algunos lomos ubicados en los estantes.


—Pues, no creo que encontremos eso en la sección de psicología, Paula —murmura señalándome el cartel verde y blanco.


Miro a Damian y luego a los libros, vuelvo mi mirada a él nuevamente y comienzo a reír. No sé qué me sucede, pero me siento tan diferente a las veces anteriores. Él se ríe conmigo y me abraza tiernamente como diciéndome “Eres una tonta”


—Hice eso para saber si estabas atento —Miento, colocando un mechón de pelo detrás de mi oreja.


No noté ese pequeño detalle, pero siempre gano, siempre tengo la razón, aunque no la tenga.


—Ven, debe ser por aquí.


Cuando encuentro los libros de cocina, comienzo a verlos unos por uno. Son cientos y sé que demoraré en escoger los que quiero comprar. Hay de todo tipo. Comida, repostería, pastelería, etc.… Hay títulos muy llamativos y tapas demasiado coloridas.


Elijo uno de comida alemana, otro de comidas típicas de Inglaterra y cuatro libros diferentes de repostería. Tengo más de cien pasteles por hacer o, al menos, por intentar hacer. Y, además de eso, uno de cupcakes. Nunca he intentado hacerlos, pero son cuatro ingredientes y se ve demasiado fácil.


—¿Para qué tantos libros?


—Porque tengo mucho tiempo libre y quiero sorprender a mi esposo todas las veces que sean necesarias.


Este es el paso más importante para mi sorpresa. Hoy le diré que tendremos un bebé y quiero que sea especial. Ya lo tengo todo planeado en mi mente, solo faltan unos pocos detalles, pero será perfecto.


Llegamos a la caja y mientras que una de las empleadas pasa las etiquetas de los libros sobre el aparato, miro el mostrador, repleto de otros libros. Un título llama mi atención y no dejo de verlo ni un solo segundo.


“El libro de los mil nombres”



Son esas pequeñas señales que haces que una sonrisa reaparezca de un segundo al otro. Miro a Damian de reojo y lo veo distraído con la pantalla de su celular. Tomo el libro y se lo doy a la cajera rápidamente sin que nadie más lo note. 


Ella lo coloca en la bolsa luego de registrar el precio y, en ese momento, respiro con tranquilidad. Seguramente me pasaré toda una tarde leyendo los nombres, escogiendo algunos y pensando en mi bebé…


—¿Listo?


—Sí, vámonos. Tenemos otras cosas que comprar.




CAPITULO 27 (SEGUNDA PARTE)





Termino con mi cabello, salgo del cuarto de baño, cruzo la habitación, evitando la mirada de Pedro, tomo mi teléfono celular de mi bolso y luego corro hacia mi armario. Tomo un conjunto de ropa interior, me lo coloco y rápidamente me paro delante del espejo. La emoción logró vencerme una vez más.


Enciendo la cámara, la apunto en dirección al espejo y sonrió. Estoy dispuesta a hacer esto todos los días, es mi bebé...


Tomo la fotografía de cuerpo entero y creo una nueva carpeta de fotografías, llamada “Bebé” y cambio el nombre de la imagen por “Bebé día 1”


Sonrío como una tonta. Haré esto todos los días, estoy más que segura. Me tomaré fotografías de mi vientre todos los días, desde el día inicial en el que supe que estaba embarazada, es decir hoy. No sé qué excusa inventar. ¡Estoy emocionada!


Regreso al cuarto y le sonrío a mi esposo antes de apartar los edredones a un lado. Él apaga la televisión y deja el control remoto sobre la mesita de noche. Me acuesto a su lado y velozmente, me rodea con sus brazos, haciendo que descanse mi cabeza en su pecho.


—Descansa, mi preciosa Paula —murmura, besando mi pelo. 


Acaricio sus pectorales con mi mano derecha, entrelazo nuestras piernas y, cuando estoy cien por ciento cómodas entre sus brazos, cierro los ojos.


—Descansa, Pedro —digo finalmente, y beso su pecho antes de quedarme profundamente dormida.



****


Ha pasado dos días desde que regresamos a Londres. Laura ya está bien. Hoy le darán el alta médico y podrá regresar a casa, aunque tendrá que estar varios días haciendo reposo. 


Pedro ha estado algo nervioso y distante, pero yo también lo estuve. Toda esta situación nos alejó un poco, pero ambos sabemos comprenderlo.


Tengo que admitir que estoy emocionada. Hoy es el día, Daphne ha estado llamándome en las últimas horas para convencerme de que lo haga. Si, tampoco podré soportarlo por demasiado tiempo. Necesito decirle, necesito que sepa que tendremos un bebé, necesito ver su expresión, ver la manera en la que reacciona. Ya no puedo tolerarlo. He estado imaginándome esto desde que lo supe y solo faltan unas horas para la gran verdad.


—¿Me ha llamado, señora Alfonso? —pregunta una de mis mucamas, reapareciendo de repente en mi habitación.


Me volteo en su dirección y sonrío ampliamente. Ahora no tengo que fingir que soy amable, porque tengo deseos de ser amable con ella. Estoy tan feliz que no puedo evitarlo.


—Sí, te he llamado. Necesito que prepares la cocina —le digo, corriendo hacia mi armario para tomar mi bolso.


—¿Preparar la cocina? —pregunta frunciendo el ceño. 


Pongo los ojos en blanco y suelto un leve suspiro porque sé que ella no me ve. Sonrío de nuevo y me volteo en su dirección, nadie arruinará este día. Todo tiene que ser perfecto, incluyendo mi humor.


—Sí, la cocina —respondo con obviedad—. Ya sabes, necesito que para cuando regrese, tengas listo algunos recipientes, azúcar, mantequilla, ese tipo de cosas…


—¿Va a cocinar, señora?


—Así es —le respondo con mi mejor sonrisa. Tomo mi perfume y me aplico un poco en el cuello y otro poco en las muñecas—. Y no olvides que a media mañana traerán nuestras maletas de Múnich.


—Sí, señora —me responde asintiendo levemente con la cabeza.


Vuelvo a dejar el frasco de perfume en su lugar y salgo de mi habitación sin decir más. Pedro se fue a la oficina hace aproximadamente una hora, no le he dicho que tengo planeada una salida al centro comercial, pero debe de suponerlo, aunque no tiene idea de lo que realmente iré a comprar.


¡Oh, mi Dios!


No puedo contener mis emociones y doy unos cuantos saltitos antes de subirme al coche.


Llego al centro comercial y me doy el lujo de estacionarme en la sección de “Futura mamá”. No puedo creerlo. Siento algo tan extraño en mi pecho… Ver la imagen animada de la madre con su gran vientre me provoca sensaciones inexplicables. Tengo que tomarle una foto a este momento, es decir… ¡Estoy tan ansiosa! ¡Esta no soy yo!



Busco mi celular en el interior de mi bolso, cuando lo encuentro, enciendo la cámara y le tomo una fotografía al cartel. Sonrío y parpadeo un par de veces para no llorar. 


Coloco una de mis manos en mi vientre y lo acaricio dulcemente.


—La próxima vez que vengamos, papá va a acompañarnos, bebé… —le digo a mi hijo en un leve susurro.


Se siente extraño hacerlo, es como si hablara sola, pero él está ahí. Mi angelito está ahí y sé que me oye.


Miro la pantalla de mi teléfono y ahí está la imagen, en ese instante una gran idea se cruza por mi cabeza. Lo haré por maldad, solo para ver que dice, la gran noticia la sabrá cuando llegue a casa.


*¿Puedes creer que encontré un nuevo lugar para estacionar?*


Envío el mensaje y luego camino en dirección hacia los ascensores. La luz de mi teléfono parpadea un par de veces y sé que es la respuesta de Pedro.


*Ese ha sido el mensaje más extraño de todos… ¿sucede algo?*


Estallo en risas a medio camino. Algunas personas se voltean a mirarme, pero nadie me dice nada. No me avergüenzo, no me importa, sigo siendo mejor que ellos. Sí, eso no cambiará. Además, ahora valgo por dos…


Me meto dentro de la caja metálica y un anciano, acompañado por su esposa, presiona el botón del primer piso. Releo el mensaje de nuevo y tecleo mi respuesta velozmente.


*Olvídalo, cariño. No lo entenderías*


Llego al primer piso y el habitual murmullo y ruido de centro comercial invade mis oídos. Camino hacia la cafetería central y veo a Damian sentado en una de las mesitas para dos, del rincón.


—Hola —le digo, sentándome delante de él.


Sus ojos recorren mi cuerpo por completo, mientras que su ceño se frunce y su rostro expresa sorpresa y confusión.


—¿Por qué estas vestida así? —cuestiona mirando con extrañeza mi suéter de punto color beige, mis jeans tiro alto y mis botas bajas, sin tacón.


Sí, he cambiado un poco la forma de vestir, pero no es por causa del bebé, lo juro. Bueno, en realidad sí lo es, no usaré tacones y dejé los vestidos a un lado al menos por el día de hoy. Quería sentirme cómoda, quería sentirme yo misma por unas horas y lo logré, porque me siento Paula, solo Paula…


—El viaje me cambió un poco —respondo encogiéndome de hombros.


—Me gusta el cambio —asegura con una sonrisa.


—No empieces —le digo cruzándome de brazos. Se ríe levemente y luego niega con la cabeza, intentando comprobar que lo que me dice no tiene ningún mensaje oculto.


—Tengo novia ahora, ya no te veo de esa forma.


—Me parece bien… —murmuro desviando mi mirada hacia otra parte. El ambiente se vuelve algo tenso, otra vez esa extraña incomodidad, esa tonta situación de nuevo—. En fin, volvamos al tema que realmente me interesa.


El camarero llega rápidamente y nos pregunta que queremos beber. Pido té y algunas galletas de avena, Damian encarga un pedazo de pastel y café. Necesito decirle lo que quiero y que lo entienda, muero por sorprender a Pedro.


—¿De qué se trata, nena?


—Como ya sabes, el cumpleaños de Pedro es la siguiente semana…


—Sí, Tania y Daphne han hablado de eso —me responde.


—Bien, necesito que me ayudes a prepararle una sorpresa. Quiero contratarte como fotógrafo, esto será completamente profesional —aseguro con un tono de seriedad—. Quiero que me hagas un libro de fotografías de Pedro y de mí, fotos de nuestro viaje y ese tipo de cosas.


—Comprendo. ¿Entonces, quieres que edite el libro de fotos y que lo imprima?


—Exacto. ¿Crees que podrás hacerlo para el martes?


—Sí, claro que podré, nena. ¿Tienes las imágenes aquí?


Sonrío y busco en el interior de mi bolso. Tomo la memoria portátil y se la entrego. Ahí están nuestras mejores fotos, la de los últimos meses, esos meses en los que ambos nos enamoramos. Las del crucero, en la playa, en Florencia, algunas en Milán y mis favoritas; las que nos tomamos en París.


—Confío en ti —le digo, mirándolo fijamente.


—No te arrepentirás, será el libro de fotografías, más hermoso y original que hayas visto.



—¿Crees que le gustará? —pregunto con una mueca. 


Espero que si le guste, porque tengo muchas más ideas en mente, pero no voy a revelárselas a nadie más.


—Paula… estarás en cada una de las fotografías, te aseguro que le gustará.


Nos reímos por unos segundos y rápidamente el camarero reaparece delante de nosotros con nuestra orden. Las deposita en la mesa y luego de un agradecimiento hacia el chico, comemos, bebemos y reímos mientras que le cuento todo lo que sucedió en el impresionante viaje.


Minutos más tarde, mi teléfono celular empieza a sonar. Veo la pantalla y el nombre de Pedro se proyecta una y otra vez.


—¿Hola?


—¿Paula, estás bien? —pregunta al otro lado con la voz cargada de preocupación.


—Cariño, sí, estoy bien. ¿Qué sucede?


—Estaba preocupado por ti, te envié un mensaje y no me respondiste, yo…


Me rio levemente y miro a Damian por una enésima de segundo. También está sonriendo. Que Pedro me cuide y esté tan al pendiente de mi me hace sentir especial, me siento diferente, segura, aunque él esté lejos.


—Estoy en el centro comercial, cariño —murmuro intentando convencerme a mí misma de decirle que no estoy sola—. Y… Damian está haciéndome compañía.


Frunzo el ceño y espero que se enfade, hay un silencio en la línea, no oigo nada, ni siquiera su respiración, pero, sinceramente, no tengo deseos de pelear, estoy tan feliz y contenta que no me interesa discutir por estas tonterías.


—¿Pedro? ¿Estás ahí?


—Estoy aquí —murmura con la voz cargada de disgusto.


—Si vas a enfadarte en vano, entonces, voy a colgar la llamada, porque estoy disfrutando de un lindo momento y no tengo deseos de arruinarlo por tus celos sin sentido.


—Espera, Paula. No te precipites —me pide, cambiando su tono de voz a uno más dulce—. Pásame con Damian, por favor.


—¿Qué?


—Pásamelo, cariño.


Frunzo el ceño, pero extiendo mi teléfono en dirección de Damian. No sé qué decirle y tampoco sé que mi esposo le dirá a él.



Pedro quiere hablar contigo… —murmuro algo aturdida.


Damian sonríe y toma el teléfono sin problema alguno.


—¿Qué hay, Pedro? Si… claro, todo está bien aquí…te doy mi palabra… bien, como sea… no te preocupes…


Cuelga la llamada y luego me devuelve mi celular. ¿Qué fue todo eso?


—¿Qué te dijo? —cuestiono rápidamente. La curiosidad invade mi cuerpo y me mata de desesperación.


—Nada por lo que debas preocuparte, nena —me responde, encogiéndose de hombros, como si no importara lo que sucedió.


—Damian… —le digo poniendo mala cara.


—No me dijo nada, pero finalizo la frase con un “Cuídala o te romperé las piernas”


Una sonrisa resurge en mis labios. Todo está bien, Pedro ha controlado sus celos por primera vez, no me ha hecho una escena y no me ha dicho nada. No puedo creerlo. Sus cambios de humor y su manera de actuar siguen tomándome por sorpresa.


—No puedo creer que dijera eso.


—Pues, lo dijo. Acéptalo, ya me quiere, sabe que soy novio de Tania, sabe que somos amigos. No tienes que preocuparte.