viernes, 6 de octubre de 2017

CAPITULO 26 (TERCERA PARTE)




Acomodo mi cabello frenéticamente, luego aliso la falda de mi impresionante vestido blanco, y sonrío. Ya empezaron a llegar los invitados. Todos están haciendo fila para que la chica los reciba. A lo largo del pasillo veo a mucha gente, pero lo que llama mi atención son las enormes cajas de regalos. 


—¡Ya están aquí, Pedro! —exclamo elevando el tono de voz y haciéndole señas para que venga. 


Él toma a Ale en brazos, da un par de vueltas por el lugar hasta llegar a mí mientras que mi pequeño ríe a carcajadas. 


—Dale un beso a mamá, hijo —le pide dulcemente e inclina a mi niño hermoso para que me bese en la mejilla. El primero en aparecer es papá. Extiendo los abrazos en su dirección para abrazarlo. 


—¡Princesa! —Exclama rodeándome con ellos, mientras que sostiene el inmenso regalo — Cierro los ojos y disfruto de esa muestra de afecto. No hay nada como un abrazo de papá. 


Estoy algo nerviosa y ansiosa, debo admitirlo. 


—Marcos, bienvenido —responde Pedro con un firme apretón de mano. 


—¡Abuelo, Marcos! —exclama Ale y se lanza en sus brazos, mientras que él se mueve rápidamente para dejar el regalo de Kya a un lado. 


Veo la emoción de papá. Ale lo ha llamado así hace unos días y sé que mi padre se emocionó hasta las lágrimas. 


Ambos nos dejan a Pedro y a mí en la puerta de entrada y se van a explorar todo el inmenso salón decorado con colores blancos y diversos tonos de lilas. Es simplemente precioso. Soy estupenda para organizar todo este tipo de cosas, todo lo hago más que bien. La siguiente en haces su aparición es Daphne. Luce un vestido negro fiel a su estilo. 


Lleva un moño en la cabeza y ese fino mechón de pelo gris que según ella es última moda en París. Al verme su sonrisa se vuelve más ancha. Abre sus brazos en mi dirección y me abraza.



—¡Querida! —exclama con toda su forma de ser melodramática y exagerada. Sonrío y acepto su muestra de afecto—. ¿Cómo has estado? ¿Cómo ha estado esa pequeña? 


—Muy bien, Daphne. Gracias —le digo, pero no me presta la más mínima atención al ver a su hijo. 


Sus ojos brillan de emoción y de orgullo. Pienso en esto a veces y creo que también reaccionaré así cuando vea a Ale convertido en todo un hombre. Aunque, claro que para eso falta mucho y yo me veré como de treinta para esa edad, pero esas son cosas simples que por el momento no me preocupan. 


—¡Mi niño, precioso! —exclama ella y yo pongo los ojos en blanco mientras que Pedro intenta saludar a su madre de la manera más breve posible. 


Los demás siguen llegando y reconozco a muchos de los amigos de Pedro. Ya sea de la universidad, de la empresa o lo que sea. Todos están más que invitados y esta vez no me siento molesta porque me besen o me abracen. Hoy sólo quiero disfrutar de este momento. Sé qué a todos les encantará. Es mi bebé y se merece esto y mucho más, yo merezco esta celebración también. Saludo a cientos de personas y agradezco la puntualidad de todos. 


La mayoría me elogia y me dicen que me veo hermosa, y puedo ver esa inmensa sonrisa de orgullo en el rostro de Pedro. Seguimos recibiendo a muchas personas y ahogo un grito de emoción al ver a Gina y a Gail con el pequeño Sam en brazos. Nos conocimos en el crucero cuando estábamos de luna de miel, viven en Oxford y ahora están aquí. Pedro fue muy generoso con las invitaciones. 


—¡Mírate nada más!—exclama abriendo sus brazos para recibirme. Aunque me cueste aceptarlo, le tengo aprecio. Ella me dio grandes consejos cuando los necesitaba, con sus pocas palabras me ayudó a entender todos mis conflictos—. ¡Luces asombrosa! ¡Me encanta ese vestido! 


Nos abrazamos durante unos cuantos segundos, murmuramos cosas de mujeres en el oído de la otra, luego reímos y nos separamos. Pedro y Gail ya se han saludado mientras que parloteábamos distraídas. 


—¿Cómo estás, Gail? —pregunto también abrazándolo. Lo hago con cuidado porque trae a su hijo en brazos y es la escena más adobarle que he visto—. ¿Cómo estás tú, Sami? —pregunto acariciando al pequeño bebé que balbucea y mueve sus pequeñas manitos—, qué bonito te ves, como has crecido…



Cuando termino de saludar, elevo la mirada y veo a Pedro que me mira con ternura. Como si estuviese imaginando todos esos momentos que yo he recreado en mi mente una y otra vez. Cada vez falta menos para que Kya esté con nosotros y eso me llena de miedo y de ansiedad. 


—Pasen al salón, Pedro y yo recibiremos a todos y luego los buscamos —le digo a ambos que me entregan un sobre color rosa—. ¡Oh, no! —grito horrorizada—. No lo aceptaré —le digo entregándoselo. No necesitamos dinero. 


—¡No es dinero, Paula! —me dice divertida por la situación—. Es un Boucher para que puedas escoger las prendas de ropa que tú quieras para tu bebé —me dice sonriente—. Es una tienda muy exclusiva en el centro, tienen prendas hermosas. Tu eres muy selectiva con tu manera de vestir, y sé que tu hija será igual, además soy buena con la ropa de niño solamente. 


Las dos reímos y se lo agradezco de corazón. Luego seguimos recibiendo gente y codeo a Pedro cuando veo a Harry y a Liz caminando hacia nosotros. Me muero de intriga y mi Paula malvada sale a flote. Fue bonito molestar a Harry en la boda de Emma, en el cumpleaños de Pedro y ahora aquí. 


—¡Qué bueno que hayas venido! —le digo a la chica que se ve realmente sonriente y emocionada. La brazo durante unos segundos y luego observo a Harry—. No puedo decir lo mismo de ti —respondo con sorna, y él pone los ojos en blanco. 


—Cariño… —me reta Pedro


—También es un placer verte, Paula —murmura con sarcasmo y me provoca una sonrisa. 


—¡Trajimos un regalo! —exclama ella emocionada expresándose con las manos y con casi todo su cuerpo.  Intenta hacer que la situación no sea incomoda. Observo a Harry que trae una caja rosa llena de dibujos y luego poso mi mirada en el punto exacto en el que sus manos están entrelazadas. Sonrío con malicia y él lo nota, deja la mano de Liz rápidamente y se la pasa por su cabello, algo que interpreto como un gesto de nerviosismo. Sólo me rio aún más—. ¡Aquí está! —dice golpeando a Harry con el codo. Él parece no reaccionar, la chica toma el regalo de sus manos y me lo entrega—. Espero que te guste.



—Para que lo sepas, yo quería comprarle a la niña un juguete o algo así, pero ella —exclama señalando a Liz con desdén—, escogió ese horrible vestido que no me gusta —murmura haciendo muecas graciosas—. Así que te debo un regalo. 


Todos reímos, Liz pone los ojos en blanco y le da un golpe juguetón a Harry. Luego Pedro y el comienzan su conversación de hombres hasta que mi Paula malvada toma el control de mis acciones, cuando veo que Harry estira su mano y toma la de la chica. 


—¿Entonces, ya son novios oficiales o van a balbucear en respuesta como la última vez? —inquiero con una malvada sonrisa. 


—Cariño… —protesta Pedro en su tono de advertencia, pero lo único que percibo son las mejillas ruborizadas de Liz y una malvada sonrisa por parte de él—. Ingresen al salón y disfruten la fiesta, Paula y yo los buscaremos cuando acabemos de recibir a todos —dice Pedro con una cálida e informal sonrisa. 


Ambos ingresan al amplio lugar, pero antes dejan la caja de regalos con el montón. Cada vez hay más gente y sé qué esto será un completo éxito. Este tipo de celebraciones no son muy populares en Londres, pero sé qué la mía será perfecta. 


—¿Por qué tú y él se odian de esa manera? —pregunta Pedro sobre mi oído con una divertida sonrisa. Me pongo a pensar por un instante el porqué de esa situación, pero no sé muy bien que decirle. 


—No lo sé —respondo encogiéndome de hombros—. Supongo que su ego y el mío se odian porque son iguales y por eso nos comportamos así —le digo rápidamente. Se ríe y besa mi mejilla —. Es divertido. 


—Eso creo. —responde besándome de nuevo. Damian y el resto de la familia ya están aquí y me alegro por que él será mi fotógrafo esta tarde. 


—¡Llegas con media hora de retraso, Damian! —grito con una sonrisa que al mismo tiempo lo regaña. 


—Lo siento, nena —dice dándome un abrazo, y siento como Pedro se tensa detrás de mí de inmediato—. Comenzaré con las fotografías, ahora. Todo saldrá bien—. Él es mi asistente —dice señalado al chico detrás de él que nos saluda con la mano. Damian besa mi mejilla y el apretón que me da Pedro en la mano me hace reír—. ¿Qué hay, Alfonso? —pregunta despreocupado, toma todo su equipo de fotografía y luego ingresa al salón. 


Luego mis nuevos niñeros, esos que Pedro contrato para que nada me sucediera, también están presentes. No sé por qué lo hice, pero me sentí cómoda con ellos cuando salí de compras y decidí invitarlos. Son una pareja de muchos años de matrimonio y verlo así vestidos de civiles es extraño, pero me reconforta. Luego llegan más conocidos de Pedro que parecen ser infinitos y al fondo del largo pasillo veo a mi madre y suelto un suspiro, no puedo creerlo. Por alguna razón quería que ella estuviese aquí. 


—¿Cómo estás, Paula? —pregunta abrazándome cortamente. Sus abrazos siempre serán fríos y distantes, pero al menos lo está intentado. 


—Gracias por venir —le digo apartándome un poco porque sé que no le gusta demasiado las muestras de afecto. —Espero que todo salga a la perfección —me dice duramente. 


Sé qué no quiere hacerlo, pero es así y nada puede cambiarla. Ella no es como yo, y yo nunca seré como ella. 


Estuve a punto de serlo y luego Pedro y mis hijos me salvaron de todo eso.


 —Todo saldrá bien, madre —le digo con una sonrisa esperanzada. 


Ella sólo asiente y luego saluda a mi esposo. Acomoda su chaqueta y luego ingresa al lugar con los demás invitados. 


Suelto un suspiro y Pedro se acerca a abrazarme. No es lo que hubiese esperado de una madre en este día. Pensé que estaría igual de emocionada que yo. 


—No le des importancia. Estoy contigo —murmura dulcemente. 


—Está bien —miento—. No pasa nada.





CAPITULO 25 (TERCERA PARTE)





Estoy en donde quiero estar. Es mi hogar, siempre lo será. 


Los brazos de Pedro no tienen comparación. Ambos estamos mirando el tejado de la habitación y sonreímos como dos idiotas. El silencio invade al cuarto, pero puedo percibir la liberación, el deseo, el placer, la satisfacción… 


Ha sido una de las mejores noches de toda mi vida, sin duda alguna. Suelto un suspiro, luego me acomodo mejor entre sus brazos y elevo una de mis piernas para enroscarla sobre su cuerpo. Estamos completamente desnudos, sudados y satisfechos. Me siento como nueva. Mis manos acarician levemente su pecho y sus hombros mientras que él hace lo mismo con mi espalda y mis glúteos. 


—Ha sido perfecto… —murmuro soltando otro suspiro.



—Más que perfecto —responde. Aún no hemos logrado salir del trance—. Contigo todo es perfecto, tu eres perfecta —me dice, volteado su cara en mi dirección. Le sonrío como muestra de mi gratitud y luego acaricio su barba incipiente mientras que él me mira con dulzura. 


Pensaba quitármela para mañana —murmura distraído. 


—¡No! —grito casi horrorizada—. No quiero que lo hagas. Me gusta así, me encanta... Es... —digo sin acabar ni una frase ni la otra—. Me gusta así —concluyo de la manera más mediocre de la que soy capaz. Estoy enamorada de su barba, es su toque, ese algo que lo vuelve más fascinante y no quiero que se deshaga de ella. 


—Está bien, no me la quitaré, entonces —dice entre risas. 


Sé qué exagero un poco, pero prefiero verlo así. De pronto, la curiosidad me invade y recuerdo esa larga lista de preguntas que formé mientras que me daba un baño en la mañana. Jamás lo hablamos y quiero saberlo. 


—¿Con cuantas mujeres te has acostado en toda tu vida?—pregunto así sin más, perdiendo la oportunidad de medir la pregunta acorde al momento. 


Él frunce el ceño y me observa algo confundido y molesto... 


—¿Por qué estás preguntándome eso?—dice bruscamente y deja de acariciarme. 


—No lo sé —me excuso—. Sólo quiero saberlo, sentí curiosidad. 


—¿Para qué quieres sabes?— indaga como si se sintiese indignado. 


—¿Por qué no quieres decirme? —contraatacó apartándome de él y cruzándome de brazos. 


—¿Y tú con cuántos? —me reta, tomándome por sorpresa. 


Abro la boca indignada y luego me siento en la cama. 


—¡Yo pregunte primero! —me quejo. 


Él suelta un suspiro y se sienta al igual que yo. Me mira por unos segundos sin saber qué hacer. 


—¿Cuentan las de secundaria? —pregunta frotando su cara. 


—Por supuesto —respondo de manera cortante—, y las de universidad también —agrego sintiendo un poco de molestia.



—Bueno... Creo que fueron unas once chicas —dice como si estuviese pensándolo bien—. doce contigo. 


—Ah —me limito a decir. 


Esperaba a que el número fuera mayor y eso me tranquiliza aunque si me hubiese dicho tres o cuatro, me sentiría mejor. 


—¿Y tú? 


—¿Por qué quieres saberlo? —chillo notando como mis hormonas de embarazada toman el control. 


—¡Tu preguntaste primero! —se queja desesperado. 


Esta situación no irá a ninguna parte. 


—¡Seis o siete! —digo rápidamente para que se calle. 


—Mateo, Santiago y tú, entre otros… — digo dándole más información de la que necesitaba—. ¿Por qué demonios estamos hablando sobre esto? —protesto luego. 


—¡Tú has empezado! —me gruñe y se pone de pie. Arruiné el momento, él está gritándome y ahora me muerdo la lengua para no llorar. Soy una tonta y no quiero que se moleste conmigo, soy como una niñita. Elevo la mirada con los ojos cargados de lágrimas y veo el horror en su rostro—. No... Paula... Cariño... —comienza a decir cuando dejo que las lágrimas se deslicen por mi cara. No puedo evitarlo y tampoco controlarlo. Estoy sensible y él me grita—. Paula, mi cielo... 


Me pongo de pie y camino en dirección al baño. 


—Paula, cariño, espera... —me pide intentando alcanzarme—. Lo siento, es solo que... Mi cielo, no te enojes... 


—¡No tienes por qué gritarme! —grito hacia su cara y luego cierro la puerta del baño. 


Ahora estoy enojada. No puede gritarme y no puede enfadarse por mi curiosidad. Esta pelea no tiene sentido. Sin pensarlo abro el grifo de agua caliente y dejo que la bañera comience a llenarse. Necesito más relajación. Luego del sexo estaba en el cielo y mi cuerpo flotaba, ahora me siento pesada y molesta. Sé que una ducha caliente lo arreglará. 


Termino de mover el agua para que la espuma con olor a rosas me haga sentir mejor. Me coloco debajo del agua y suelto un largo suspiro.



—Tu papá es un tonto a veces, Pequeño Ángel —le digo acariciando a Kya—. Y tu madre también lo es —admito en un susurro. 


—No lo eres —dice Pedro a mis espaldas. Volteo mi cabeza y lo veo de pie junto a la puerta. Regreso mi atención a mi vientre y finjo que él no está ahí—. ¿Podemos hablarlo, por favor? —pregunta con el tono de voz suave. 


Sé que no se dará por vencido. No respondo así que él rápidamente da un par de pasos hasta llegar a mí. Está de pie a mi lado y no puedo evitar excitarme al verlo así, desnudo, de nuevo. 


—Paula... 


Suelto un suspiro y me hago a un lado en la bañera. Le indico con la mirada que quiero que se bañe conmigo y recibo una sonrisa por su parte. Sí, que rápido cambian las cosas, pero no puedo evitarlo. Se mete en la bañera, detrás de mí y mueve mi cuerpo para que me siente sobre su regazo. Ahora el agua apenas cubre mis muslos, pero no me importa, sentir todo su cuerpo junto al mío es lo único que quiero. 


—Lo siento... —susurro descansando mi cabeza sobre su pecho, mientas que admiro el techo de la habitación. 


—Está bien... —me dice dulcemente. Mueve sus manos bajo el agua y luego acaricia mi vientre—. Yo también lo siento. Me he comportado como un imbécil. 


—Sí, te has comportado como un completo imbécil. —le digo provocando que los dos riamos. Besa mi hombro y sigue acariciándome hasta que el sueño empieza a vencerme. 


—¿Lista para volver a la cama? 


Sólo muevo mi cabeza y él nos saca de la bañera. Me seca con una toalla y luego a él. Me toma en brazos y siento como me deja sobre el colchón y me cubre con el edredón. Antes no estaba relajada, luego de la pelea y el baño caliente, me siento relajada y cansada. Sólo quiero dormir.



Pedro se coloca a mi lado y me rodea con sus brazos. Siento el calor de su cuerpo y palpo su pecho y su vientre para asegurarme que es él. Luego beso su pecho y me duermo al sentir sus caricias en mi pelo...





CAPITULO 24 (TERCERA PARTE)






Acabamos la cena, Ale quiere ver una película y Pedro y él están preparando palomitas de microondas, mientras que yo busco en Netflix la película que Ale quiere ver. Aún no sé de qué se trata pero el nombre Madagascar me suena a algo muy extraño. Inicio la búsqueda y veo rápidamente a animales animados como portada de la película. Frunzo el ceño, luego me acomodo en el sillón y me cubro con la manta. Ale adora este tipo de películas y debo de admitir que me he reído muchas veces con casi todas aunque mi favorita es Ralph el demoledor. Oigo las risas de ambos provenientes de la cocina y luego mucho alboroto de cosas que se caen y envolturas que crujen. 


Pongo los ojos en blanco con una sonrisa, llevo ambas manos a mi redondo vientre y acaricio a mi pequeña. Desde que Ale está aquí no he tenido muchos momentos conmigo misma y cada vez que pienso que un baño me relajara, Pedro aparece con su sexy cuerpo desnudo y me desconcentra por completo. 


—¿Cómo estás mi cielo? —le pregunto moviendo mis manos de abajo hacia arriba—. Mañana será tu fiesta, mi ángel. —le digo emocionada—. Todos estarán ahí… Van a saber tu primer y segundo nombre. ¿Verdad que tienes nombres hermosos? 


—¡Mamá, Paula!—exclama Ale corriendo hacia mi dirección. 


Se sienta mi lado y se cubre con la manta rápidamente. Veo a Pedro con la fuente de palomitas entre sus manos y sinceramente el aroma hace que sienta nauseas, pero tendré que soportarlo porque a mi hijo le encantan esas cosas. Ver a Pedro así es hermoso. Todos estamos en pijama y no hay nada más perfecto que mi esposo en piyama. Lo prefiero desnudo, pero verlo así de relajado y alegre me encanta. Las luces se apagan y toda la sala de estar queda en la penumbra hasta que la presentación de la película inicia.



—¡Mamá, el león se llama Ale, como yo! —exclama emocionado. 


—¡Se llama así porque es el nombre más genial del mundo, hijo! —interfiere Pedro con un dejo presuntuoso en su tono de voz mientras que come palomitas y yo me limito a verlo detenidamente. 


Sólo distingo en contorno de su cara, pero es más que suficiente para saber que es perfecto. Él mueve su brazo y lo descansa sobre el respaldo del sillón, de modo que me abraza casi por completo. Ale está en medio de ambos y comienza a reír al ver a la cebra que tiene una voz muy graciosa. Su mano toca mi mejilla y la acaricia levemente. 


No es necesario decir nada porque ambos sabemos que es el momento perfecto. Ale vuelve a reír y me distrae. Esa risa es lo más hermoso que he oído hasta el momento, me encanta verlo así de feliz, me encanta que se sienta bien con nosotros y sobre todas las cosas me encanta que sea mi hijo. Para cuando los animales entran en pánico por descubrir que están en la jungla, Ale se queda profundamente dormido con unas cuantas palomitas entre sus dedos. Pedro y yo reímos, luego él enciende la luz, yo aparto la manta a un lado y quito todos los restos de comida de su alrededor. Mi esposo lo carga en brazos y él no despierta. Apago la televisión y lentamente subimos las escaleras. Cuando le doy a mi pequeño un beso en la frente, él se mueve y abre sus ojitos desconcertados. 


—Mamá… —balbucea moviéndose.


 —Duérmete, mi pequeño —le susurro dulcemente. 


Acaricio su cara, pero sigue moviéndose de un lado al otro. 


Pedro está parado al otro lado de la cama y me mira fijamente. Me siento al lado de Ale, lo envuelvo con mis brazos y por alguna extraña razón que no puedo entender, mis labios se mueven y comienzo a tararear una canción al mismo tiempo que muevo mi mano por su cabello castaño. 


No sé cuánto tiempo me quedo así, pero hacerlo me relaja, ver como deja de moverse y se duerme profundamente hace que sienta una enorme satisfacción. Beso su frente por última vez, me pongo de pie y al elevar la mirada observo a Pedro que parece congelado en el tiempo. Tiene esa hermosa sonrisa en su rostro.



—¿Qué? —pregunto ruborizándome. 


—Nada —dice negando con la cabeza—. Es solo que eso ha sido lo más hermoso que he visto en toda mi vida —asegura. 


Cruzo la habitación y lo abrazo. Vemos a Ale dormir, dejo encendida la luz de su mesita de noche y luego ambos salimos de la habitación sin hacer ruido. Cuando apenas cruzamos el umbral suelto un quejido debido al susto. Pedro me toma de la poca e inexistente cintura que me queda y apega sus caderas a las mías. Siento su excitación de inmediato y puedo incluso ver como se presiona sobre la delgada tela de sus pantalones grises. 


—Ale está dormido —me dice con una sexy sonrisa y una mirada que me roba el aliento. 


—Kya está aquí —le digo con una divertida y malvada sonrisa. 


Estoy excitada, lo admito, demasiado excitada y quiero que esté dentro de mí, aquí y ahora. La sonrisa en su rostro me demuestra que no le importa en lo más mínimo mi vaga excusa. Se arrodilla delante de mí, eleva mi camiseta de algodón y besa a nuestro Pequeño Ángel. 


—Tienes que dormirte ahora, princesa —susurra con una sonrisa—. Mamá y yo vamos a querernos mucho y no tienes que despertar, ¿de acuerdo? 


Me rio levemente por su actitud de niño y luego acaricio su cabello. Le da un último beso a nuestra hija y se pone de pie. 


—Kya promete quedarse dormida —murmura sensualmente sobre mi oído, mientras que me atrae hacia su cuerpo. 


Comienza a besarme el cuello, pero lo aparto. Sí, estoy excitada, quiero hacerlo, pero no me siento sexy en piyama rosa de algodón. 


—¿Quieres sexo? —pregunto besando la comisura de sus labios. 


—Contigo, todo el tiempo —responde colocando una de sus manos encima de mi seno derecho por debajo de la blusa. 


No llevo sostén y el contacto de su piel con mi pezón duro y sensible hace que suelte un jadeo. 


—Espera… —le digo con la voz entrecortada—, si vamos a hacerlo, lo haremos bien. 


Me hago a un lado y camino rápidamente en dirección a mi tienda individual. Le indico a Pedro que espere un momento y cuando veo su sonrisa de diversión, cierro la puerta y me desnudo rápidamente. Quiero hacerlo, me siento deseada, me siento sexy y quiero verme sexy. Hace varios días que no lo hacemos como antes, 


Ale ha estado durmiendo con nosotros y es hermoso, pero debo de admitir que las noches de sexo con Pedro son algo que quiero a menudo y que extraño. Tenemos que retomarlo como antes. Me paro delante del espejo. Me observo por unos segundos y luego suelto mi cabello dejando que las ondas de las puntas caigan sobre mis hombros. Me veo bien, de hecho, me veo más que bien. 


Podría salir así como estoy y él se excitaría, pero de todas formas quiero hacerlo especial. Apenas son las once de la noche y tenemos mucho tiempo. Cruzo el amplio espacio y abro la sección de lencería. No sé qué debo usar. Quiero verme más que sexy, que sea memorable. El negro es la opción de siempre. Observo todos los conjuntos, perfectamente arreglados, pero ninguno logra convencerme. 


Sonrío con malicia al ver un conjunto perfecto, tiene todo lo que quiero. Encaje rojo y negro. Mucho más que perfecto. 


Me lo coloco rápidamente y lucho con el sostén porque me aprieta un poco. Mis senos están más grandes y mis pezones no dejan de arder y doler, pero supongo que él no demorará en quitármelo. Me observo una vez más, y me gusta lo que veo. Aún no me acostumbro a mi vientre de esa forma, pero se ve bien. Sé que le encantará. Suelto un leve suspiro y me animo a mí misma a hacerlo. Sé que puedo con esto. Me desea, lo deseo. Eso no ha cambiado. Me coloco un poco de labial, perfume, acomodo mi cabello maniáticamente de nuevo y por fin sé qué estoy perfecta. 


Cuando salgo veo a Pedro de pie al lado de la cama. La habitación se ve sensual tenue y romántica debido a que programó la intensidad de las luces. Aún está vestido y esa es la parte que me encanta. Quitarle todo eso y ver cada centímetro de su cuerpo sabiendo que es sólo mío. 


—Estoy lista —le digo con una sonrisa de lado. 


Se voltea rápidamente y al verme contemplo con gusto como se dilatan sus pupilas. 


Está escaneándome por completo y dejo que lo haga. Se detiene más de lo necesario en mis senos y eso me gusta. 


Sé qué me encantará que los saboree como lo hace siempre. 


—Te ves… —No logra terminar la frase.



Da un paso hacia mí y me toma entre sus brazos desprevenidamente. Acepto su beso y la manera apasionada en que lo hace. Dejo que sus manos recorran diversas partes de mi cuerpo y nos separamos un poco cuando el aire es escaso. Nunca me he sentido tan excitada como en este momento. Deslizo mis manos por su torso lentamente, sintiendo cada músculo por encima de la tela de su camiseta. Nos miramos fijamente y solo puedo sonreír. Mi mano se porta mal y desciende hacia su erección. Me muerdo el labio y luego acorto más la distancia entre ambos. 


Lo acaricio lentamente, disfrutando de toda la desesperación que se acumula en sus ojos. Me encanta ver como los músculos de su cuerpo se tensan ante mi tacto. 


—Quítate la camisa —le ordeno inmutable. 


Él frunce el ceño de manera divertida, suelta un suspiro y luego se la quita. Ver su torso sólo logra encenderme mucho más. Dejo que mi dedo índice recorra las líneas que marcan sus abdominales. Quiero saborearlo por completo. No sé qué sucede, pero lo que siento me consume rápidamente. 
Es como un fuego que no se si Pedro podrá apagar de inmediato—. Ahora el pantalón —vuelvo a decir sin apartar mis ojos de los suyos. Me gusta verlo reaccionar a mi petición. Es estimulante. Él lo hace sin decir nada. Vuelvo a colocar mi mano sobre su erección y mi otra mano en su pecho. Quiero tocarlo y besarlo por todas partes—. Ahora siéntate a los pies de la cama. 



—Está muy autoritaria esta noche, señora Alfonso —murmura colocado la palma de su mano sobre mi trasero. Su aliento roza mi cuello y sé qué si dejo que me bese, perderé el control y mi jueguito se acabará. 


—Haz lo que te ordeno —siseo apartándolo. 


Eso lo toma por sorpresa, pero comprende de inmediato cual es mi juego y parece que la idea le agrada. Veo como se sienta a los pies de la cama y me mira lascivamente antes de interrogarme en silencio. Rápidamente me acerco a él. 


Tumbo su cuerpo hacia el colchón de manera que tiene la mitad de su cuerpo sobre la cama y la otra mitad a los pies de ella. Me muevo con cuidado, pero sin dejar de ser sexy, y me monto a horcajadas sobre su erección. Le encanta y a mí también. 


—Paula, por Dios… —me dice cerrando sus ojos. 


Su respiración es irregular, y veo deseo en sus ojos. Hago un círculo con mis caderas apropósito y jadeo también cuando logro hacer que su miembro roce mi zona sensible. 


Quiero demostrarme y demostrarle que puedo ser la de antes e incluso mejor, sin importar cuantos meses de embarazo o cuantas libras de más tenga. 


—¿Me deseas? —indago en un susurro sobre su oído, pero cuando va a responder coloco mi dedo índice sobre su boca y con mis labios comienzo a rozar diversas partes de su cara. 


Quiere besarme, pero no lo permito. Mis dedos acarician sus hombros, mi boca sigue rozado su cara, el mentón, muy lentamente, sintiendo esa barba de varios días que me causa un agradable y excitante cosquilleo, luego su mejilla, rozo su nariz con la mía y deposito leves besitos por su frente y luego comienzo con su cuello. No puedo evitar sonreír. Verlo así de excitando me encanta. Me muevo de nuevo sobre su erección y los dos jadeamos. Es placer puro.


—Paula, por Dios… —me suplica tomando mis caderas con fuerza. Beso sus hombros y comienzo a descender con mi legua por su pecho hasta detenerme en la parte baja de su vientre en donde la tela del bóxer comienza a molestarme—. Paula… —dice nuevamente, pero decido que ya fue más que suficiente. Me pongo de pie de nuevo y me rio cuando él parece desesperado por no comprender que es lo que quiero hacer. 


—¿Me deseas? —pregunto de nuevo a un metro de distancia. No responde, sólo me mira e intenta respirar con normalidad. 


—Paula… —dice exasperado—. Sabes que si… por Dios… 


—¿Te parezco sexy? ¿Crees que soy atractiva, Pedro? —pregunto, pero no con inseguridad, más bien es todo lo contrario. Estoy segura de lo que dirá y por eso pregunto, porque sé qué amaré oír su respuesta. 


—Paula, cariño… —murmura intentando contenerse—, sabes que eres hermosa, perfecta, eres... 


Doy un paso al frente y me inclino para estar muy cerca de esos carnosos labios. Tengo que luchar conmigo misma, pero me doy por vencida y dejo que me bese. Rápidamente me coloca a horcajadas de nuevo, Kya se interpone un poco, pero para ninguno de ambos le resulta complicado. Hunde su mano en mi pelo, mientras que con la otra me toma de la cintura, sólo dejo que mis labios sigan los suyos en ese excitante baile que parece no tener final. No hay manera para describir lo excitada que estoy y me asusta pensar que la temperatura de mi cuerpo siga aumentando. Hace demasiado calor en la habitación y comienzo a sentir como una fina capa de sudor cubre mi frente. 


—¿Quieres que lo haga? —pregunto con la voz entrecortada, mientras que me muevo sobre su erección. 


—Sólo si tú quieres, mi cielo —responde cerrado los ojos. Me pongo de pie de nuevo, él se tumba sobre el colchón y yo me arrodillo delante de él. Me sorprendo de mi misma. Sé qué esta noche será más que única. Tengo que esmerarme—. Paula, si no quieres… —dice deteniéndome cuando bajo su bóxer. 


No respondo, sólo me dedico a observar lo que tengo delante de mí. Sonrío con malicia y lo hago. Su cuerpo vuelve a tensarse. Elevo la mirada para verlo y tiene los ojos cerrados, su frente está arrugada y se lleva una de sus manos detrás de la cabeza. Es justo así como quiero verlo. 


Pedro se sienta en la cama, acaricia mi cabello dulcemente mientras que lo hago disfrutar y cuando sé qué para él es suficiente, me aparto. Le sonrío y siento como me ruborizo por primera vez. Me toma de la mano y me atrae hacia su cuerpo como si fuésemos dos imanes, o pegamento y papel. 


Abre sus piernas y me coloca en medio de ellas. Estoy de pie, él está sentado y sé cómo terminará todo esto. Primero mueve sus manos hacia la parte posterior de mi sostén. Lo desabrocha y lo retira lentamente sin apartar su mirada de la mía. Arroja la pieza a un lado, luego acaricia a Kya, la besa como si estuviese dándole las buenas noches, regresa su atención a mí y posa ambas manos sobre mis senos. Los aprieta levemente como si estuviese comprobando que son de verdad. Ambos caben a la perfección en sus grandes manos. La sensación de su piel algo áspera y mis pezones, es una combinación alucinante. Cierro los ojos y hecho mi cabeza hacia atrás cuando comienza a masajearlos. Eso se siente muy bien, más que bien. Es relajante, excitante, es perfecto. 


—Oh, Pedro… —jadeo cuando toma mis dos pezones y los estruja entre sus dedos. Fue una descarga de adrenalina y excitación—. Pedro… 


Los suelta rápidamente, siento alivio, pero luego su boca toma uno de ellos y siento que voy a estallar en mil pedazos. La sensación es mucho más intensa, hace que mi cuerpo comience a ponerse rígido. Me hará acabar sólo con eso si sigue así…



Pedro… —le digo una vez más para que se detenga. 


No quiero acabar sólo con esto. Sé que lo haremos más de una vez, pero quiero sentirlo dentro de mí. Ambos estamos de pie, él se posiciona detrás de mí y con sus pulgares comienza a descender mis bragas pausadamente. Cuando la pieza ya no está en mi cuerpo, me ordena que separe las piernas y que me apoye con los brazos sobre la cama. Creo que es la posición más cómoda que hemos intentado. Kya está ahí, pero no me molesta en absoluto. Ahora el que pasa a dar las ordenes es él y no sé cuándo hubo cambio de roles, pero así es nuestra relación. Siempre nos sorprendemos mutuamente. 


—¿Estás lista, cariño? —pregunta sobre mi oído. Lo siento ahí, rozándome y me desespero de inmediato. 


—Sí, estoy lista, si… —logro decir, moviéndome para sentirlo. Oigo una risita detrás de mí, luego percibo el movimiento de una de sus manos. Con un dedo roza mi zona íntima y eso hace que jadee de nuevo y que cierre los ojos—. Pedro… 


Como cambian las cosas. Ahora la que está suplicado soy yo. 


—Claro que estás lista —afirma. 


Luego se mueve y por fin siento como comienza a introducirse dentro de mí muy lentamente…