viernes, 1 de septiembre de 2017

CAPITULO 26 (PRIMERA PARTE)




Ambos hacemos contacto visual y luego de unos segundos estallamos en risas. No sé porque me rio, sinceramente, pero debería estar llorando.



– ¿Viste su cara cuando le dije que se largara? –Cuestiona colocando una de sus manos en su estomago. No podemos contener el ataque de risa. Es mucho más divertido que la harina. Es incontrolable y hace que me sienta mejor conmigo misma.


–Bien, ahora que se fue, hagamos algo más divertido. –Dice poniéndose de pie. Frunzo el ceño y lo veo tomar su cámara, me paro de inmediato y veo como deja dos billetes sobre la mesa. Toma mi mano y luego me arrastra hacia la salida. No sé qué hacer.


– ¿A dónde vamos? –Exclamo confundida al cruzar el umbral del restaurante. Solo sonríe y sigue caminando. Lo sigo lo más rápido que puedo. Cruzamos la calle y luego llegamos hasta mi coche estacionado sobre la acera.


–Dame tus llaves. –Me pide amablemente con una sonrisa divertida en el rostro.


¿Qué? ¿Para qué?


– ¿Para qué quieres las llaves de mi coche? –Pregunto confundida. Él me da su cámara para que la tenga entre mis manos, abre mi bolso de manera descarada e invasiva y luego encuentra las llaves. Las toma entre sus manos y luego se introduce en la zona del piloto. – sube, nena. Te llevaré a comer comida de verdad.


Me introduzco del lado del acompañante y luego cierro la puerta. Lo observo con miles de dudas en mi cabeza. No dice nada, coloca las llaves y el motor arranca. Conduce en silencio por dos o tres minutos y luego presiona el botón del volante y una alegre canción comienza a sonar. Eso parece animarlo y a mí también.


I could lift you up
I could show you what you want to see
And take you where you want to be…



Canta la canción y mueve su cabeza de un lado al otro. Lo observo detenidamente y comienzo a reír. Es muy divertido verlo. Sus expresiones faciales y la manera que tiene de cantar me hacen reír más de la cuenta.


– ¿Qué haces? –Cuestiono cuando comienza a bailar exageradamente mientras que nos detenemos en una luz roja.


–Bailo, nena. –Responde con obviedad. – Vamos, sé que te sabes la canción.


I know that we’ll be safe and sound
Safe and sound…


– ¡Canta! –Exclama cuando acelera el motor nuevamente. 


Dudo de hacerlo pero luego envío todo al maldito demonio y lo hago.


You could be my look
Even in a hurricane of frowns
I know that well be safe and sound
Safe and sound
Safe and sound


Canto a todo volumen. No me importa lo que pueda salir de esa extraña improvisación. Jamás he cantado a volumen alto y por primera vez no me importa lo que los demás piensen de mí. Si lo hago más... ¿Qué más da? Estoy divirtiéndome.


Ambos comenzamos a reír y me libero de mis propios miedos. Me muevo dentro del coche y bailo de un lado al otro. Él sigue conduciendo y cuando creo que seguirá de largo se introduce al estacionamiento de un local de comida rápida.


– ¿Comeremos aquí? –Cuestiono frunciendo el ceño. Se voltea en mi dirección y sonríe.



–Exacto. –Se baja del coche y cuando voy a hacerlo también el toma su cámara y me la da. –Debemos llevar la cámara. –Dice sonriente.


– ¿Por qué? –Cuestiono.


–Porque esto será muy divertido…


Entramos al local y el olor a comida no saludable invade mis fosas nasales. Todo es muy… informal y para nada elegante. 


Hay niños y mujeres de todas las edades. La fila que comienza en los mostradores en inmensa y veo a muchas personas que se mueven de un lado al otro con bandejas en sus manos como si fuese una cafetería de una preparatoria norteamericana. El ruido es demasiado para mis odios. No me agrada para nada.


–Es muy ruidoso. –Digo rápidamente con disgusto. 


Él se ríe y luego se posiciona para hacer la fila. Yo lo acompaño, pero aun así el lugar no me agrada.


–Cuando pruebes la comida me lo agradecerás. –Musita esperanzado y seguro de sí mismo. Suelto una risita irónica y niego con la cabeza.


–Olvídalo, no comeré esto. Es demasiado.


–Comerás quieras o no.


Lo miro sorprendida. No puede hablar en serio. Soy Paula Alfonso lo hago todo a mi manera. Comeré si quiero, beberé si quiero y lo golpearé si es necesario. Yo tengo el control de todo lo que hago y de lo que hacen los que están a mí alrededor. Su confianza sigue sorprendiéndome.


–No puedes obligarme. –Espeto secamente.


–No, pero comerás de todas formas.


–Ya lo veremos.



Diez minutos después llegamos al mostrador y un chico con la cara repleta de acné y una horrible gorra nos atiende. 


Damian pide varias cosas mientras que señala la inmensa cartelera con diferentes tipos de hamburguesas. El otro chico escribe todo en su computadora y luego Damian paga todo con dos billetes.


Me detengo a observar la cocina que está a la vista del público. Hay más de diez personas que corren de un lado al otro. Todos lucen el mismo uniforme y generalmente son muy jóvenes. Tal vez son universitarios con un empleo de medio tiempo. Si yo siguiese siendo Anabela tal vez estaría en un lugar así.


Observo todo con repulsión y luego sacudo mi cabeza para eliminar esos pensamientos de mi mente. No soy Anabela, soy Paula.


Lo que el ordenó ya está listo. Toma la bandeja color cereza y luego sale de la fila. Comienza a buscar algún lugar con la mirada y cuando lo encuentra me indica con la cabeza hacia la dirección correcta. Lo sigo y nos sentamos en uno de los cubículos al fondo del gran lugar. Al pasar muchas de las madres de esos niñitos ruidosos me observan. Si, lo sé. Soy hermosa y tal vez se preguntaran que hace una perfecta mujer como yo en un lugar como estos… bien, confieso que yo también me pregunto lo mismo.


– ¿Y ahora qué? –Digo observando la caja de colores que tengo delante de mí. Hay patatas y refrescos en vasos de cartón. ¡Vasos de cartón! Que desagradable.


–Abre la caja y come la hamburguesa. –Dice con obviedad. 


Observo como él lo hace y me sorprendo al ver una hamburguesa de cuatro pisos infestada de carne, aderezos, tocino y queso.


Oh, dios. Creo que estoy a punto de desmayarme.



– ¿Comerás todo eso? –Cuestiono sorprendida. –Puedes alimentar a tres familias con esa hamburguesa. –Él observa lo que tiene entre manos y luego se ríe.


–Puedo comer tres de estas y sobrevivir. –Me dice. –Vamos, la tuya es una pequeña. Cómela.


Hago lo que me dice, pero no porque lo obedezca sino porque la curiosidad y la intriga me están matando. Abro la caja que está delante de mí y veo una hamburguesa pequeña y simple. Solo lleva una gruesa feta de queso y la carne. Siento un poco de alivio.


–Ponle aderezos y pruébala. –Me dice tendiéndome amablemente un pequeño sobre con salsa de tomates.


– ¿No hay platos o cubiertos? –Pregunto observando la bandeja. Él niega con la cabeza y se ríe en mi cara. –Comer con las manos es repugnante. –Siseo. Come unas patatas como todo un adolescente mal educado y luego bebe su refresco.


–Exacto. Con las manos, nena. Esto no es un restaurante elegante.


Lucho con mi Paula interior y todas sus reglas de etiqueta y buenos modales. A ella no le agrada que lo haga, pero tomo la hamburguesa entre mis manos y luego la acerco a mi boca. Damian me detiene y luego quita el pan que cubre la carne de esa cosa y coloca muchísima salsa de tomates sobre ella. Pone la tapa de pan de nuevo y me sonríe.


–Ahora sí, cómelo. –Dice y cuando voy a hacerlo, me detiene de nuevo. –Espera. Hay algo más. Debes encorvarte para comerla.


¿Qué?


Frunzo el ceño, él se encorva y come su hamburguesa en gesto de demostración.


Ah, claro, ya lo entendí.



La acerco a mi boca y la observo unos segundos. Damian toma su Nikon y la apunta hacia mi dirección mientras que sonríe.


–No tomes fotografías. –Le advierto con una mala mirada. 


Sonríe y dispara con su cámara. Abro la boca y lo ignoro, salgo bien en todo tipo de fotografías, qué más da. Frunzo el ceño y la muerdo. Primero registro las nauseas en mi estomago y luego comienzo a sentir todos los sabores mezclándose en mi boca. Primero la carne, luego el aderezo y por fin mis gestos se suavizan cuando el queso se mezcla con los demás ingredientes y no me parece tan desagradable.


– ¿Y, que tal? –Pregunta expectante. Muerdo unos segundos y saboreo. Lo miro y luego sonrío.


–Es genial –Admito sorprendida. Él ríe y sigue tomándome fotos. Si, es completamente delicioso, es como comer felicidad. Muerdo otro pedazo un poco más grande y la salsa de tomates se derrama sobre mis dedos y la mesa. Damian estalla en risas y yo también lo hago.




CAPITULO 25 (PRIMERA PARTE)




Al paso de la primera hora comienzo a tomar un poco mas de confianza. Las cosas no parecen tan complicadas, he aprendido más de lo que creía y mis notas están más que escritas sobre el papel para que no las olvide. Pedro regresara mañana en la noche y debo sorprenderlo con su pastel favorito. Ahora todo parece sencillo, pero mañana estaré sola ¿Qué sucederá si no funciona? No tendré la ayuda del chef…


No, no puedo estar diciendo este tipo de cosas. Soy Paula Alfonso. Todo lo hago perfectamente bien, nada puede salir mal. Todo lo que hago lo hago bien y sé que también haré bien ese pastel.


¡Claro que puedo hacerlo!


–Hazlo con cuidado. –Murmura Damian observando detenidamente. Tomo el cuchillo entre mis manos y lo coloco encima del pastel. El chef me enseñó a decorarlo y siento mucha lástima cortar algo tan perfecto y hermoso. Oprimo la superficie y el pastel se corta. Luego realizo un triangulo perfecto y tomo la porción y la coloco sobre el plato blanco de porcelana. El interior se ve genial, pero lo que más me importa es el sabor. A Pedro debe gustarle, debe ser perfecto.


– ¿Lista? –Pregunta Damian dándome una cuchara. No sé porque qué, pero me siento nerviosa.


–Lista. –Respondo en un susurro. Christopher nos observa detenidamente con la cuchara entre sus manos. Sigue siendo aterrador.


Tomo un poco del pastel y lo retengo delante de mi boca. 


Damian hace lo mismo y ambos nos observamos.


–Cuando diga tres, lo comemos. –Murmura como si se tratara de un veneno o algo así. También tengo miedo. Lo cociné yo y eso es lo que más me asusta.


–Uno… –Murmuro y suspiro.


–Dos…


–Dos y medio…



– ¡Tres!– exclama.


Ambos colocamos la cuchara dentro de nuestras bocas con una mueca de disgusto. Siento el pastel en mi paladar y percibo los diferentes sabores y las diferentes texturas. Mi lengua hace su trabajo y el sabor a chocolate y fresas me invade. Muerdo la delicada masa y saboreo lo suave de pastel. Abro los ojos y veo a Damian con la misma expresión de sorpresa que yo. Sonríe y abre mucho los ojos.


– ¡Lo hiciste, Paula! –Grita emocionado. – ¡lo hiciste!


Oh, por dios, lo hice, lo hice.


– ¡Lo hice! –Grito emocionada de la misma manera que él. 


Extiendo mis brazos y lo abrazo cariñosamente, ambos comenzamos a dar vueltas por toda la cocina entre risas y palabras sin sentido.


– ¡Estamos vivos! ¡Lo hiciste! –Expresa con alegría que logra contagiarme.


Veo que el chef sonríe disimuladamente y prueba un pedazo de mi pastel. Estoy más que mocionada. Es indescriptible lo que siento. Hice algo y lo hice bien, como el resto de las veces, pero esta ocasión es mucho mejor, es diferente, es completamente inesperado y hermoso. Me siento fantástica y el orgullo por mi misma invade mi cuerpo. Acabo de hacer un pastel. ¡Un pastel!


– ¡Paula! –Exclama Christopher y Damian y yo nos detenemos en seco. Todo se ha vuelto serio nuevamente. 
Nos colocamos delante de él e intentamos normalizar nuestras respiraciones. Él clava su seria y fría mirada sobre mí y me señala con la cuchara de madera. –Tú, has sido la peor alumna que he tenido en toda mi vida. –Dice cruelmente. –Eres torpe, muy torpe, impulsiva y desordenada…


–Chef… –Me apresuro a decir, pobre hombre. Lo hice sudar con mi torpeza.



–…pero aún así, creo que mereces esto. Te traerá suerte. –Me entrega su cuchara y veo una mísera sonrisa en su rostro. ¡Oh, sí! ¡Lo logré! –Intenta no incendiar tu casa. –Me advierte. Damian y yo sonreímos y luego como un acto de agradecimiento me acerco y olvido que es un viejo gruñón. 


Lo abrazo y le agradezco en francés todo los que ha hecho es estas dos horas. Nos tomamos una foto juntos y luego él se marcha de la cocina. ¿Lo ven? Se los dije. Tarde o temprano, yo les agrado a todos.


– ¡Felicidades repostera! –Grita Damian.


– Es pastelera, tonto. –Le informo.


– Como sea.


Eleva su mano y chocamos los cinco. Me siento completamente extraña y feliz. Acabo de hacer un pastel. Y mañana haré otro para mi esposo.


Ingresamos a uno de mis restaurantes favoritos y el maître nos dirige hacia una mesa frente a una de las amplias ventanas de vidrio que dejan una impresionante vista de un hermosos jardín trasero situado en la propiedad. Estoy muriendo de hambre. No he desayunado y comer pastel no está incluido en mi dieta. Damian parece disfrutar del día y para ser franca disfruto de su compañía. Fue un excelente momento el que pasamos juntos.


– ¿Siempre vienes a estos lugares? –Pregunta observando el salón con el seño fruncido.


–Por supuesto. Es uno de los restaurantes más finos de todo Londres. –Respondo con obviedad, pero claro, debo recordar que es americano y parece ser algo así como un rebelde sin causa que come pizza todas las noches.


– ¿No conoces un local de pizzas o de hamburguesas?


Sabía que diría algo así.


–No. –Respondo cortante. –Solo almuerzo o ceno en lugares como estos. Jamás he comido una hamburguesa en mi vida.


Él ahoga un grito y me observa como si acabase de confesarle un crimen o algo así. Parece perplejo y asombrado, ¿Por qué reacciona de esa manera?


–No puedo creerlo. Eres la persona más anormal que he conocido. –Dice con una sonrisa.


¿Qué? Lo miro espantada, acabo de sentirme insultada yo puedo creerlo. ¿Yo anormal? Él es un desubicado e insolente americano. ¿Cómo se atreve a decirme algo así? 


No puedo creerlo.


–Retira tu comentario. –Le advierto de mala manera. Sonríe y luego se disculpa con un gesto. Toma su cámara y para terminar con el momento de incomodidad comienza a enseñarme las fotografías que tomo. Me veo fantástica en todas ellas. No dejo de observar la sonrisa en mi rostro. 


Luego de mucho tiempo es una sonrisa real, verdadera, no hay ninguna marcara. Soy solo yo. Solo Paula…


–La mejor parte fue la de la harina. –Murmura conteniendo la risa. 


Sí, estoy de acuerdo con él. Esa fue la mejor parte de todas.


–No, la mejor parte fue ver tú cara cubierta de harina. –Le digo divertidamente mientras que lo señalo con un dedo. 


Sonríe ampliamente y luego acorta la distancia entre ambos de manera veloz.


–Me gusta verte sonreír, Paula. –Musita clavando su mirada sobre la mia. Mi mente me dice a gritos que me aleje, que me separe de él, ahora mismo. –Me gusta pasar tiempo contigo.


Coloco mi mano en su pecho y me alejo todo lo que puedo. 


No debo dejar que se aproveche de las circunstancias. Sé que me desea, sé que le atraigo, pero debo poner un fin a esto en este mismo momento. Suspiro y luego mentalizo las palabras que debo decir. Él me agrada, pero no de esa manera.



–Me gusta pasar tiempo contigo, Damian. –Murmuro sinceramente. –Pero cada vez que abres tu boca y dices algo así, arruinas el momento. Quiero un amigo de verdad y no alguien que finja y tenga dobles intenciones conmigo…


Me siento extraña. Jamás le hable a alguien con este tipo de tono que estoy utilizando en este momento, pero sé que con él es diferente. No me atrae físicamente, pero si debo ser sincera, tengo que admitir que no quiero que nos alejemos por sus tonterías.


–Entiendo lo que dices. De verdad. –Musita clavando su mirada hacia sus manos que se mueven nerviosas encima de la mesa. –Pero creí que tal vez… no lo sé… tú podrías…–Balbucea sin saber que decir y eso me pone nerviosa. No quiero que piense su respuesta, simplemente quiero que comprenda que entre nosotros nada sucederá, jamás.


–Tengo esposo, lo quiero… olvidemos esto y a partir de ahora comencemos de cero. ¿De acuerdo? –Cuestiono hacia su dirección. Él se ve algo incomodo, pero en cierta forma se lo merece por insolente y mal pensado.


–Bien, Paula. Solo amigos. –Dice el elevando ambas manos como señal de comprensión. –Ya lo entendí. –Espeta fríamente. 


Sonrío a medias y luego doy dos palmaditas en su hombro. Quiero un amigo de verdad y creo que él sería el indicado.


– ¿Quieres pedir el almuerzo? –Cuestiono para intentar abordar la situación. También me siento incomoda. Jamás tuve que hacer algo así y de me siento un poco mal por romper sus esperanzas e ilusiones. 


Él sonríe y luego toma la carta de encima de la mesa. Él maître nos acerca una botella de vino blanco de las que Pedro siempre suele escoger y luego se marcha en silencio. Comienza a hablar y a hacer bromas sobre los nombres de los platillos y me provoca risas que jamás pude imaginar. Todo vuelve a ser como antes, sin nada de contratiempos. Ambos reímos tan fuerte que los demás se voltean a vernos. Me disculpo muchas veces con los demás comensales y luego ordenamos lo que queremos comer. 


Hablamos sobre muchas cosas y más que nada sobre las fotografías de las clases de cocina.


– ¿Crees que funcionará? –Cuestiona enseñándome la fotografía de mi perfil perfecto, mientras que bato la crema para la cobertura del pastel completamente concentrada.


Suspiro y luego bebo un poco de vino blanco.


–No lo sé. –Admito. –Tengo miedo que no funcione.


–Funcionará, Paula. –Me dice con una sonrisa. –Sé que lo harás bien. Solo debes seguir las instrucciones. Además el pastel era delicioso.


–Espero que funcione.


–Dame tus manos. –Me dice colocando las suyas arriba de la mesa. Lo miro dudosa y luego frunzo el seño. ¿Para qué quiere mis manos? –Es en plan de amigos, Paula. –Murmura poniendo los ojos en blanco. –Vamos, dámelas.


Muevo mis manos y las uno a las suya, él las toma con delicadeza y me mira fijamente. 


–Todo saldrá bien. Serás la mejor pastelera de todo Londres algún día, lo sé. –Murmura con una sonrisa. Aprieta mis manos y luego con su pulgar las acaricia levemente. Sonrío y me siento mucho mejor. Es en ‘plan de amigos’ como dice él. No hay nada oculto detrás de su mirada, sé que está siendo franco y eso me hace sentir mucho más tranquila.


–Gracias. De verdad.


– ¡Paula! ¡Querida! –Exclama esa voz a mis espaldas y aparto mis manos de las de Damian rápidamente.



Cierro los ojos por una decima de segundo y luego me coloco una máscara. Ella no debe notarlo. Sonrío y volteo mi mirada hacia su dirección. Intento ser lo más educada y elegante que pudo. Mis ojos se clavan en su figura y luego por fin puedo hablar y decir algo.


–Madre. –Musito a modo de saludo. 


¿Qué hace ella aquí? ¿Por qué tuvo que aparecer justo ahora?


Me pongo de pie. Me encuentro con esos ojos verdes, con esa perturbarte mirada, que me demuestran que está molesta, disgustada y que sé que me regañará por lo que sea que haga o haré. Jamás nada está bien para ella y es decepcionante saber que jamás nada estará bien.


Ella sonríe con falsedad y luego me abraza levemente, me suelta y voltea su fría mirada hacia Damian. Oh, pobre chico, lo que tendrá que soportar.


– ¿Por qué no me presentas a tu acompañante, querida hija? –Cuestiona. Cada palabra es pronunciada con repugnancia y sarcasmo. Al fin y al cabo para ella no soy nadie.


Titubeo antes de hablar y le lanzo suplicantes miradas a Damian para que se ponga de pie. Él lo hace rápidamente y luego sonríe con nerviosismo. Mi madre puede intimidar a alguien con una sola fría mirada.


–Madre, el es Damian O’connor. –Musito señalándolo con mi mano discretamente. –Damian, ella es mi madre, Carla Chaves.


Damian se acerca y estrecha su mano firmemente.


–Es un pacer.


–No puedo decir lo mismo. –Responde.



Observo a mamá. Su mirada es la de siempre. Qué vergüenza. Lo ve como si fuera un insecto, algo que debe desaparecer de la tierra, algún tipo de animal inservible que debe ser eliminado. Mi madre es así con la mayoría de las personas, pero con él, creo que es aun peor.


– ¿No piensas invitarme a sentarme, Paula? ¿Debo enseñarte modales de nuevo? –Cuestiona hacia mi dirección. Suspiro levemente y luego mi mirada choca con la de Damian. Él parece algo incomodo, pero puedo notar que comprende lo que sucede, sabe de cierta manea que tipo de relación tengo con mi madre.


–Claro, madre. –Respondo intentando sonreír, pero no lo logro. –Siéntate con nosotros, por favor.


Ella toma asiento de manera elegante y luego deja su bolso a un lado. Cruza sus manos y nos observa a ambos. Tomo asiento y hago contacto visual con ella por un instante. Sé lo que está diciéndome en sus pensamientos, me regaña en silencio y no puedo hacer nada porque se marche y nos deje en paz.


–Háblame de tu amigo, querida. –Musita observándome detenidamente. Como si hubiese algo en mí que no le agradase. En realidad, nada en mi le agrada, pero ahora es mucho peor.


–Damian es fotógrafo y es un amigo. –Digo rápidamente. 


Bebo un poco de vino para intentar calmar mis nervios. Esto está matándome por dentro.


–Un amigo… –Dice despectivamente. Luego sonríe irónicamente y le lanza miles de cuchillos a Damian con la mirada. –Así es como le dicen ahora. –Agrega seca y mordazmente. Tengo deseos de gritar. Esto es humillante y demasiado para poder soportarlo.



–Señora, su hija y yo somos amigos, señora. –Adiciona Damian rápidamente. Él también comprendió a lo que mi madre se refería y siento mucha lástima por ambos. Esto es ridículo y ella sonríe porque sabe que acaba de arruinar nuestro día casi perfecto.


–Claro. Seguro que lo son.


– ¿Qué haces aquí, madre? –Pregunto sin poder contenerme. Sueno grosera y descortés, pero necesito preguntárselo. Quiero que me diga que espera a alguien porque no podré soportarla por mucho tiempo. No tolero verla y cada vez que intento hablar, todo se sale de control.


– ¿A dónde quedaron tus modales, Paula? Estás siendo muy descortés con tu querida madre, ¿no crees?–Permanezco en silencio y miro mis manos que se mueven sobre mi regazo. 


Esto es lo habitual y la Paula valiente, decidida e intimídate dejó de existir. No se atreve a salir al escenario para defenderse. Soy frágil… siempre lo fui.


–Siéntate bien, por dios, al parecer aún no has aprendido a comportarte como una dama. –Me reta en un grito apenas sonoro. Me muevo rápidamente y enderezo mi espalda a su totalidad. Busco un punto fijo en el cual clavar mi mirada. No quiero verla y tampoco quiero ver a Damian, tal vez me ve con lastima en este mismo momento y no podré soportarlo.


–Madre, déjalo ya. –Le suplico con la voz entrecortada. 


Quiero que se vaya, quiero que se largue, quiero estar sola. 


No necesito nada más. Quiero unos minutos a solas.


– ¿Por qué luces tan mal? –Cuestiona fijando su mirada en mí. – ¿Qué tienes en el cabello? ¿Acaso eso es harina?


Observo a Damian de reojo y luego muevo mi mano hacia mi pelo recogido en un moño. No tengo nada que decir al respecto. Me siento completamente humillada. Jamás olvidaré que esto sucedió, es vergonzoso, me hace sentir deplorable. Mi madre no tiene piedad alguna.



–Su hija y yo asistimos a una clase de cocina, señora. –Dice Damian con mala cara. 


Sé que la actitud de mi madre no le agrada, pero no debió decir lo que dijo. No tenía que abrir la boca. Le lanzo una mirada de suplica y golpeo su pierna por debajo de la mesa con mis tacones, luego veo como se arrepiente al instante de lo que ha dicho.


Mi madre suelta una sonora risotada y luego niega con la cabeza como si le hubiesen contado el mejor chiste de todas las épocas. Voltea su cabeza levemente hacia mi dirección y sonríe ampliamente. Sé que hará lo imposible por hacerme sentir como una mierda y lo mas critico de la situación es que siempre lo logra.


–Tú no podrías cortar un simple vegetal… ¿e intentas hacer un pastel? –Pegunta burlonamente hacia mi dirección. No sé qué decir. No puedo ser la Paula de siempre. –Sabes que eres inservible para la mayoría de las cosas, cariño, no se para que lo intentas si sabes que fracasarás. Por dios, no me hagas reír.


–Madre, basta. –Le suplico. 


Damian se disculpa una y otra vez con la mirada y se mueve incomodo sobre su silla.


–No tienes uso de razón, jamás lograrás hacerlo.


–Señora, creo que se equivoca. Su hija ha preparado un pastel delicioso y creo que es muy buena en todo lo que hace, tal vez sea usted la que no tiene sentido de razón.


Mi madre lo mira sorprendida y ofendida al mismo tiempo. Le lanzo una mirada completamente incrédula a Damian. 


¿Acaba de defenderme? ¿Se atrevió a enfrentar a este monstruo? Sonrío en mi interior, pero por fuera sigo con la misma expresión seria desde que ella llegó.


–Por su insolencia, supongo que es norteamericano.



–Así es. –Responde con una amplia sonrisa que me ayuda a no sentirme tan deplorable. Él se está divirtiendo con esta extraña y perturbadora situación y no lo entiendo. –Y si no le molesta, su hija y yo tenemos muchas cosas importantes que hacer. ¿Podría dejarnos solos?


La cara de mi madre se torna roja de la furia y sus ojos reflejan muchísima sorpresa.


– ¿Está echándome? –Cuestiona incrédula.


–No quiero ser grosero, pero si.


Mi madre me fulmina con la mirada y luego se pone de pie. 


Toma su bolso y antes de marcharse me señala con el dedo de manera acusadora.


–Jamás serás todo lo que piensas que eres, Paula. –Musita con sequedad y luego se marcha hacia otro lugar del elegante restaurante. Observo a Damian con el ceño fruncido. Aunque las palabras de mi madre me han causado molestia, debo agradecerle a él por su valentía.


– ¡Fue un placer conocerla, señora! –Grita para provocarla y ella se voltea y por última vez le lanza su peor mirada.


–No puedo creer que le hayas dicho eso a mi madre. –Confieso conteniendo el aliento.


–No quiero ser grosero, pero tu madre es una maldita vieja. –Dice con una sonrisa. Observo en dirección a la que se marcho y una risita se me escapa de mis labios inconscientemente.


–Tienes razón. –Digo. –Gracias por hacer lo que hiciste.


–Fue un placer.