viernes, 15 de septiembre de 2017

CAPITULO 17 (SEGUNDA PARTE)





Acabamos el postre y luego hablamos por unos pocos minutos hasta que a Agatha se le escapa un bostezo debido al sueño.


—Ve a descansar, nana. —dice Pedro, colocando su mano en el hombro de ella—. Paula y yo nos encargaremos de limpiar todo eso.


¿Qué? ¿Limpiar?


Sonrío ampliamente. No debo parecer alarmada en ningún momento. De verdad quiero que esta idea funcione pero sé que no lo hará.


—Como creen, yo limpiaré esto —insiste tomando un plato.


Coloco mi mano en su brazo para detenerla. Es impulsivo y no puedo controlarlo, pero le sonrío como disculpa. Por primera vez quiero hacer algo más.


—Nosotros estaremos bien. Ve a descansar, todo quedará reluciente.


Espero que Pedro sepa cómo hacerlo porque no tengo idea de cómo lavar un plato. Jamás he hecho algo así.


—Buenas noches, tesoro —saluda Agatha con un beso en mi mejilla, cuando se da por vencida. Me da un leve abrazo, se despedirse de su niño adorado, sube las escaleras de madera, que crujen debajo de sus pies, y cierra la puerta.


Pedro se pone de pie y como si nada comienza a recoger los cubiertos sucios, todos en su mano derecha. Lo miro extrañada durante varios segundos hasta que por fin pone su atención en mí.


—Esto sí que es inesperado —murmuro por lo bajo.


—Vamos, cielo. No será difícil, solo tienes que poner los platos uno encima del otro y llevarlos a la cocina.


Pongo mala cara. No puede estar hablando enserio.


—Conozco el proceso, Pedro.



—Entonces lo harás bien, cariño.


Me pongo de pie con frustración, y con cuidado de no ensuciarme, pongo los platos uno encima de otro y los dejo sobre la mesada. Hago lo mismo con los vasos y demás, hasta que la mesa queda perfectamente vacía. Pedro me espera con una esponja color salmón entre sus manos y un líquido verde.


—Ven, cielo.


Doy un par de pasos y me posiciono frente al fregadero de metal con la mesada de cerámica. Pedro se coloca detrás del mí, provocando que me excite rápidamente cuando noto su erección.


—Mis manos se van a ensuciar.


—Claro que no —Se ríe levemente.


—Estropearé mis uñas —afirmo en un leve lloriqueo de niña de dos años.


—No te preocupes por eso, mi cielo —Acaricia mis húmedas manos con las suyas y acto seguido, besa mi hombro con dulzura—. Verás lo hermoso que puede ser lavar la vajilla de esta manera.


—No sé hacer esto.


—¿No quiere que le enseñe, señora Alfonso?


Su voz sensual y dulce sobre mi oído hace que pierda la razón. Sus manos dirigen las mías en cada movimiento, como si fuese su marioneta, como si él fuese mi sombra, pero no me importa, de hecho, me asusta que lavar la vajilla sea algo tan agradable.


Coloca el gel espeso en la esponja y luego abre el grifo para mojar ambos objetos con el único fin de que se fusionen. 


Comienza a hacer efecto y la espuma cubre el primer plato. Pedro entrelaza nuestros dedos y juntos damos tres vueltas circulares sobre el plato blanco hasta que ya no hay rastro alguno de suciedad. Hacemos lo mismo con el otro lado y enjuagamos la porcelana. Cada movimiento, cada roce... Pedro está ahí en todo momento, no se despega de mí.


Cierro los ojos y dejo que me dirija, haré lo que sea que me pida, con él todo es posible. Es impresionante como un acto tan casero y para nada especial, puede convertirse es esto. 


Es mágico, diferente y me hace sentir bien. No solo estoy lavando un plato, sino que también, le digo a mi esposo lo que siento, sin siquiera abrir la boca.


—Me gusta esto —admito cuando terminamos con el último vaso sucio.



—A mí me gustas tú, Paula. Haría cualquier cosa por tenerte así, conmigo, todos los días.


—No soy buena ama de casa —arrullo con una sonrisa. 


Pedro besa mi mejilla y luego enjuaga mis manos con agua tibia.


—Eres una excelente esposa, no te pido nada más.


—Creo que ya está limpio —susurro con una sonrisita al ver que todo está impecable.


—Ya está. No fue tan difícil.


—Lo haré de vez en cuando, ya sabes, para no olvidar como se hace —Me encojo de hombros.


Él se ríe, seca sus manos, me carga en sus brazos e, instantáneamente, rodeo su cuello con mis brazos. Nos besamos y dejo que me lleve a la habitación de invitados. 


Las escaleras siguen crujiendo y siento terror de solo pensar que puedo hacerme daño, pero él jamás dejaría que eso suceda, lo sé.


Me deposita sobre la cama, que comparada con la mía, me resulta demasiado pequeña e incómoda. Entenderé la situación y seré comprensiva solo por hoy y solo porque se trata de alguien especial para Pedro.


Él se quita rápidamente el abrigo y la camiseta, y me mira con dulzura.


—Ven, te ayudaré a desvestirte.


Me pongo de pie, él se acerca, me la quita la blusa y luego el sostén por encima de la cabeza como si fuese una pequeña niña. Lo miro y él a mí, lo hace de esa forma me pone nerviosa y excitada. Está observando mis pechos y veo como traga un nudo que se aprisiona en su garganta.


Su cabeza se mueve sin que pueda premeditarlo. Me toma de la cintura y besa mi seno izquierdo, justo encima del pezón. Sonrío y luego él repite la misma acción con el otro. 


Siento que la desesperación me invade y, de repente, hace demasiado calor en la habitación.


Pedro, no hagas eso —le digo con la voz ronca—. No podremos detenernos y no estamos en un hotel —advierto a duras penas. Yo me muero por hacerlo, pero sé que por primera vez debo ser la Paula correcta, la que jamás he sido.


—De cuerdo, mi cielo.



Después, desabrocha mi pantalón y hace que descienda rápidamente por mis piernas. Le sonrío como agradecimiento y me quito los zapatos. Pedro corre hacia la pila de maletas y saca mi camisón de seda blanco, el mismo que usé una vez para seducirlo en su despacho y Barent nos interrumpió en el mejor momento.


—Ese camisón no me trae buenos recuerdos —digo, señalando la prenda con el dedo. Pedro chasquea la lengua y frunce el ceño.


—Ya le daremos otro significado —asegura. Camina hacia mí, hace que levante los brazos y me viste rápidamente. La tela suave se resbala sobre mi cuerpo mientras que él marca el contorno de mi cintura con sus dos manos y luego me besa en los labios.


—Me daré un baño y regresaré enseguida.


—Bien —respondo.


Minutos más tarde, oigo como la ducha del pasillo se abre y el agua comienza a correr. El celular de Pedro comienza a sonar sobre la mesita de noche y dudo un par de veces en contestar o no. Estiro el brazo y miro la pantalla en donde la palabra “Desconocido” llama demasiado mi atención. No sé qué hacer. No debo de responder, con él jamás hemos pasado esta barrera. Mi celular es solo mío y su celular es solo suyo. Nunca tuve inconvenientes y tampoco me sentí paranoica por leer sus correos o ese tipo de cosas.


No voy a comenzar ahora. Sería ridículo.


El tiempo de llamada se termina y ahora lo único que puedo ver es una hermosa fotografía, de ambos en el crucero, como fondo de pantalla. Deslizo mi dedo y veo las aplicaciones del aparato. Lo básico, nada complicado. En vez de esos cientos de programas de juegos y redes sociales solo puedo ver aplicaciones sobre balances, acciones, la bolsa, el mercado de compra mundial y todo eso. No puedo evitar sonreír. El teléfono es muy Pedro.


Pulso la aplicación de imágenes e, instantáneamente, cientos de ellas se posicionan en cuadricula delante de mis ojos. Las abro y comienzo a verlas una por una. Son todas fotografías de nosotros dos. Ya sea abrazándonos, besándonos o simplemente posando para la cámara. No dejo de ver mi sonrisa en cada foto, sé que es real, sé que es auténtica.


No me canso de pasar imágenes. Todas son de nuestra luna de miel, pero hay muy pocas fotografías de paisajes, yo acaparo la memoria del celular casi por completo. 


Me detengo al ver las sensuales fotos que él me tomo completamente desnuda en la cama de un hotel, son fotos muy buenas, además de que yo salgo hermosa en todas ellas, claro.


Llego hasta la parte de fotografías más viejas. La fecha es de hace más de siete meses atrás. Nunca había husmeado en su celular y ahora me siento realmente repleta de curiosidad por saber que tiene aquí dentro.


Hay fotos con Laura, con sus hermanas, algunas con Stefan en partidos de futbol, otras en la empresa, en su oficina, amigos que no tengo idea quiénes son y esas cosas. Pero al seguir bajando una carpeta llamada “Paula” llama mi atención. Veo imágenes y también videos de no más de treinta segundos.


Me quedo con la boca abierta más de una vez. Es decir, esto es completamente extraño y hace que me sienta muy desconcertada. Son cientos y cientos de fotos mías tomadas sin que yo lo supiera. Miles de ellas en nuestra habitación, en la cama, ¡cuando dormía! Otras en mi probador, vistiéndome para otro día de compras y hay otras en las que me veo, ¡casi desnuda!


Oh, por Dios.


No puedo creerlo.


Esto sí que me ha tomado por sorpresa. Fueron fotos de cuando nos llevábamos realmente mal. Mi cabello seguía siendo un poco más corto y mis vestidos eran diferentes a los que suelo usar ahora.


Abro uno de los videos, solo dura diez segundos y estoy acostada en la cama, profundamente dormida, Pedro acaricia mi mejilla y dice “Eres realmente hermosa”.


—¿Qué sucede aquí? —me digo a mi misma en un leve murmuro—. Oh, mi dios...


Me cubro la boca para no gritar, cuando veo una foto de Pedro completamente desnudo. ¿Qué? Me quedo en shock. No dejo de ver la pantalla ni un solo segundo. Es una fecha reciente. Tiene solo dos meses. Es decir… se me hace agua en la boca. Esta así, desnudo, completamente desnudo y posa para la cámara, es una fotografía completamente intencional.


No sé si reír o llorar. Esto es desesperante, pero me siento completamente irradiada de felicidad y curiosidad. El hombre tímido y tranquilo no lo es tanto después de todo.


¡Oh, mi Dios!


Doy unos saltitos sobre el colchón y luego dejo su celular en el lugar que estaba. Nada sucedió aquí.


Él aparece en la habitación, minutos después, solo con una toalla envolviendo sus partes privadas y exclusivas para mí. No puedo creer que acabé de ver lo que vi. Lo miro y suelto una leve carcajada. No podré ocultarlo por mucho tiempo.


—¿Qué sucede? —pregunta, pasándose la toalla de mano el cuello para secar las gotas de su cabello mojado.


—A mí, nada —respondo mostrándole los dientes—. ¿A ti te pasa algo?


Sé que soy buena actriz, pero el notará que algo más sucede. Y, ahora que lo pienso, verlo así, de esa manera, desnudo, mojado y ardiente, hace que me excite de nuevo. 


Mierda, esto se saldrá de control. Creo que acabo de perder el control, en realidad.


Me pongo de pie y camino en su dirección. No puedo apartar mis ojos de sus bíceps, su pecho... Esto será interesante. Coloco mi mano sobre sus abdominales y le sonrío con malicia.


—Tu móvil sonó una vez —le digo en un susurro—. Era un número desconocido, pero no contesté.


—¿Desconocido?—pregunta uniendo las cejas de su frente en una línea, a causa de la confusión.


—Así es.


—Qué extraño. Jamás llaman a esta hora y menos si es un número desconocido, cariño.


Muevo mis dedos por el contorno de sus hombros y le doy un ligero besito en la comisura de sus labios. Tengo que provocarlo para que el juego comience. Tal vez, no tengamos sexo, pero puedo hacer algo más. Mañana pensaré en algo, pero ahora solo quiero arrodillarme delante de él y saborearlo. Esa fotografía me excitó demasiado.


—Estaba viendo algo y sin querer encontré una fotografía tuya —le digo, fingiendo estar arrepentida.


Su rostro se pone pálido de inmediato y sus ojos se abren de par en par. Lo tomé por sorpresa, nunca tenía que haber visto eso, según él, ya lo entiendo.


—¿Qué? —dice con el tono de voz apenas audible—. ¿Hablas enserio?



No puedo evitarlo y suelto una risita. Tomo su celular de la mesita de noche y vuelvo a buscar la fotografía. La abro y se la enseño. Él parece avergonzado de verdad y… molesto.


—¡No, Paula! —espeta, quitándome el teléfono de las manos—. Mierda ¿En qué estaba pensando? Se supone que tenía que haber borrado esto, yo... iba a ser mi venganza por la fotografía que me enviaste cuando me fui de viaje, la tomé para ti, pero… no…


El nervosismo y la dificultad con la que trata de explicarme que sucede, me hace sentir ternura. Él es algo tímido y que lo haya hecho, significa mucho para mí. Al fin comienzo a inducir maldad en él.


Le quito el teléfono de las manos y rodeo su cuello con mis brazos.


—Me encanta la fotografía, tu cuerpo, me encantas por completo, cariño —siseo, atrapando sus labios entre los míos y me acerco más para sentir su erección oculta y lista para mí debajo de la toalla.


—¿Qué vas a hacer? —pregunta frunciendo el ceño.


Bajo mi mirada hacia la toalla color azul oscuro y luego poso mi mano encima de su erección. Jalo de la tela y libero su miembro que salta a la vista automáticamente. Se ve completamente delicioso.


—¿No quieres que me ponga de rodillas, cariño?


—Paula, no es… —dice a medias, coloco mi dedo sobre su boca y lo miro fijamente.


—Voy a hacerlo, quiero hacerlo —aseguro—, pero no debes hacer ruido alguno.


—Paula...


—Cierra la boca.


Me pongo de rodillas sin apartar mis ojos de los suyos. Veo pánico en su mirada, pero realmente no sé por qué. No estoy haciendo nada malo y aún no logro comprender del todo por qué no quiere que haga esto. A todos los hombres les gusta y sé que soy excelente haciéndolo.


Humedezco mis labios con la lengua y luego lo introduzco hasta la mitad. No podré meterlo más en el fondo, mi boca es pequeña y felizmente su miembro no lo es. Lo oigo gruñir y sé que le gusta. Estoy haciendo un buen trabajo…


Él coloca su mano delicadamente en mi pelo y dirige alguno de mis movimientos. Ahora nada me importa.



Lo siento por Agatha, pero, esta vez, ambos perdimos el control…




CAPITULO 16 (SEGUNDA PARTE)




Miro el reloj de la sala una y otra vez. Las galletas están frías encima de la mesada de la cocina y la televisión sigue con su aburrida programación de noticias en alemán que no logro entender algunas cosas. Miro mi teléfono, pero no hay mensajes, ni llamadas ni correos. Estoy comenzando a desesperarme. Ya son más de tres horas sin verlo y comienzo a asustarme. Algo está sucediendo y no sé qué es. No puede demorar tanto en recoger unos papeles o lo que mierda sea que tenga que hacer.


—Relájate, tesoro. Ya vendrá —dice la nana de mi esposo despreocupada. Se sienta a mi lado con otra taza de té y me la ofrece amablemente.


—No, gracias —respondo.


Estoy comenzando a temblar mientras que dejo que toda la preocupación me invada por completo.


—Ve arriba, toma un baño y luego ponte cómoda. 
Prepararemos la cena y él vendrá.


—No creí que me dejaría sola por tanto tiempo.


—Solo han sido unas pocas horas —se levanta, deja la taza de té en la mesada y se voltea a medias para verme—. No te preocupes.


Me doy un baño y luego de buscar en mis tres maletas, escojo algo no muy llamativo para ponerme. No me siento en condiciones de arreglarme si no iremos a ningún lugar especial. Tomo unos pantalones de jean, una camiseta de algodón y unas zapatillas. Es extraño que las haya escogido como parte de mi guardarropa diario durante el viaje, pero al menos no me siento incómoda. Hago una cola alta en mi cabello y me coloco un poco de crema en los brazos y en la cara. Hoy no necesito maquillaje. No es nada especial. 


Además, seguramente, aprenderé a cocinar algo, no estropearé más Valentinos.


Bajo las escaleras y veo a Agatha en la cocina a punto de preparar algo.


—¿Qué cenaremos?



—Ven —me indica que me coloque a su lado—. Te enseñaré a preparar un delicioso platillo, a Pedro le encanta y es fácil de hacer. Si te sale bien, tendrás muchísimos puntos extras a tu favor.


Suelto una risita y luego me coloco el delantal rápidamente.


—Te aseguro que con Pedro tengo millones de puntos a mi favor.


Ella suelta una gran carcajada y luego niega levemente con la cabeza.


—De acuerdo, te daré la razón. 


Agatha me explica que haremos y como lo acompañaremos. 


Prepararemos Knodel y por lo que pude entender, es un platillo principal preparado con patatas y carne. Luego, me enseña a hacer Sauerkraut. Un tipo de col picada y fermentada con agua y sal que se utiliza para acompañar todos los platillos que se le puedan ocurrir a alguien. No sé cómo resultará todo esto, pero si a Pedro le gusta, será mejor. Todo me sale perfectamente bien.



***


—Acabamos, Paula —dice emocionada. Sonrío ampliamente y luego la ayudo a poner la mesa.


Todo tiene que lucir perfecto. Sé que en el interior estoy algo molesta por la falta de respuestas a mis preguntas, pero sé que no servirá de nada pelearme con Pedro por asuntos de su trabajo. Tengo que acostumbrarme a compartirlo con el mundo, al menos un poco.


A las ocho de la noche, Pedro regresa a la casa. Su coche se detiene en la entrada y sus pasos hacia la puerta, me alertan de que ya esa aquí y está solo. No habrá sorpresas. 


Miro la mesa con la cena y dejo que su nana lo reciba. No sé cómo debo actuar. Parecer feliz y besarlo hasta que tengamos una conversación en privado en la habitación, o ponerle mala cara desde ahora para advertirle que estoy muy molesta.


Él entra a la casa, besa a su nana en la mejilla y yo pongo los ojos en blanco mentalmente al ver que trae un ramo de rosas rojas entre sus manos. Intentará convencerme, pero no lo logrará. Me cruzo de brazos. Él inspecciona mi sencillo atuendo cuando se pone delante de mí, luego sonríe y me besa en los labios. Ya es tarde, me doy por vencida. Me conquistó de nuevo.


—Te ves realmente hermosa —dice, acariciando mi mejilla. 


Me entrega las rosas y besa mis labios.


—Estoy algo molesta de todas formas —murmuro, evadiendo su mirada—. No lograrás hacerme desenfadar con tus encantos.


—No tienes por qué estar molesta, cariño —Toma mi mentón entre sus dedos y hace que lo mire directo a los ojos.


No puedo resistirme, me hechiza nuevamente, pierdo todos los estribos. Tomo el cuello de su camisa y lo jalo hacia mí para besarnos desesperadamente. Lo quiero, lo anhelo, lo deseo aquí y ahora, pero sé no podremos hacerlo. Mierda, lo necesito más que a nada.


Su nana tose fingidamente y ambos nos separamos. No quiero alejar sus labios de los míos, pero debo de hacerlo. 


Este es uno de los momentos en los que más deseo estar en la habitación de un hotel y no en este lugar, en donde vive su nana, que es casi como su segunda madre.


—¡Paula preparó la cena, mi niño! —exclama Agatha para disipar la excitación que opacó el lugar.


—¿Preparaste la cena? —pregunta extrañado.


—Sí, lo hice por ti —admito en susurro.


—Oh, cariño… —Se queda sin habla por un segundo, y me abraza. Se siente culpable y me encanta—. Lo lamento, cielo. Tenía cosas que hacer.


—No importa, le empresa es más importante que tu esposa. Lo entiendo.


Sus ojos se abren de par en par y noto ese miedo y esa desesperación en su mirada.


—Paula…


—Solo bromeo. Ven, vamos a cenar —me rio, tomo su mano y lo llevo a la mesa.


El primero en probar lo que hice es Pedro. Me siento demasiado nerviosa. No sé cómo sabrá todo lo que hicimos y tengo miedo. Esto es un desafío, jamás hice algo así y las primeras veces me dan terror. Si no sabe bien, me sentiré demasiado decepcionada y molesta. Y Agatha será la culpable.


—¿Qué tal está? —cuestiono rápidamente cuando prueba un poco de Knodel.


Parece saborearlo por unos segundos. Su rostro no refleja nada, así que no puedo saber con exactitud como sabe la comida. Agatha examina la situación con diversión en sus ojos y eso solo produce que me sienta mucho más nerviosa que antes. Todo lo hago bien, pero cocinar jamás fue lo mío, así que no me puedo sentir segura.



Suelta el tenedor sobre la mesa y me mira fijamente. La manera en la que lo hace produce un retorcijón en mi estómago. No sé qué es, pero me desconcierta.


—Está completa y exquisitamente delicioso, mi cielo —asegura con una sonrisa. Mis músculos se relajan y vuelvo a respirar con normalidad.


—¿Enserio?


Se acerca y me roba un beso. No necesita decir más nada. 


Lo hago todo bien.









CAPITULO 15 (SEGUNDA PARTE)







Luego de dormir toda la mañana y despertarnos a la hora del almuerzo, para hacerle compañía a Barent y no parecer unos maleducados, abandonamos su casa —Con maletas y todo— y nos dirigimos a conocer lo que resta de Múnich. 


Jamás había estado aquí, pero es una ciudad realmente hermosa. Edificios, tiendas, lujos y todas esas cosas que me gustan, pero decidí, por primera vez, no comprar nada. Mi impulso consumista disminuye a medida que paso tiempo con Pedro. Ya caminamos por varias calles y hablamos de cosas del pasado, anécdotas y todo ese tipo de agradables recuerdos, pero no pensé ni un solo segundo en comprarme algo.


—He estado pensando bastante, y creo que tienes que saberlo —me dice mientras que cruzamos una de las calles adoquinadas hasta llegar al coche.


—¿Qué sucede?—pregunto algo alarmada.


Él suspira, pero luego veo una sonrisa.


—No sabía qué hacer, pero quiero que lo sepas —Hace una pausa para aclarar sus pensamientos y luego prosigue—: Hay alguien muy especial aquí en Múnich que suelo visitar cada vez que vengo y quiero que la conozcas.


¿La?¿Es una mujer? ¿De qué mierda está hablando? 


Necesito respirar para calmar los celos erráticos que me invaden sin que yo pueda controlarlo. No puede hablar de una mujer y sonreír de esa manera. ¿Es Karen? ¿Quién es esa? ¿Por qué me siento tan desesperada?


—No comprendo —digo, cambiando mi tono de voz a uno frío y disgustado. Pedro me observa, me abre la puerta del coche sin decir más, se sienta a mi lado y acelera. No sé qué sucede, pero no quiero saberlo tampoco. ¿Por qué una mujer? ¿Quién es?



—¿A dónde vamos, ahora? —cuestiono de mal humor. Me cruzo de brazos y suelto un suspiro de fastidio. Esto no me gusta nada. A la Paula malvada se le salen los ojos de la rabia y no deja de ponerme mala cara. Estoy perdiendo el control de la situación y eso no está bien.


Nos detenemos en uno de los semáforos y un hombre viene hacia nosotros ofreciéndonos flores. Pedro toma su billetera y compra un lindo, pero simple, ramo campestres. Yo sonrío y lo tomo en brazos dispuesta a agradecerle el sencillo y barato detalle.


—No son para ti, cielo —me dice con el ceño fruncido.


—Ah —respondo.


Mi sonrisa se borra por completo y lanzo el ramo hacia el asiento trasero.


No puedo creerlo, esto es ridículo. ¿Qué le pasa? ¿Por qué tanto misterio?


—Créeme, cariño. No es nada de lo que imaginas —Enciende la radio y con una sonrisa sigue conduciendo, dejándome con miles de dudas que no estoy dispuesta a aclarar. Nunca le demostraré mis celos, bueno, no lo hice en los últimos días. Debo evaluar la situación antes de armar alboroto.


Pedro conduce durante varios minutos mientras que observo el paisaje que me rodea. Todo es tan hermoso y diferente que logra atrapar mi atención por completo. De fondo, una hermosa canción de Leona Lewis suena y me cuenta una hermosa historia de amor. Volteo mi mirada hacia mi esposo y no puedo evitar sonreír al verlo. Es hermoso, es mi perfecto hombre, mi perfecto todo. Su perfil, sus labios, todo en él es especial, y puedo contemplar desde mi sito su mirada y su concentración al conducir.


—¿Por qué me miras así?


—Observo lo perfecto que eres —murmuro, y estirando mí brazo para acariciar su cabello suavemente. Se acerca velozmente y me roba un beso que dura dos o tres segundos.


—Aunque me alagues, no te diré a donde vamos, cariño.


Llegamos a la región de Ismaning, en Múnich. Ya no hay edificios altos y tampoco carteles luminosos que promocionan todo tipo de productos, más bien, predominan las casas antiguas de familia y almacenes de barrio. Todo es sumamente verde y limpio.



El coche se detiene frente a una casita algo añeja con paredes blancas con puertas y ventanas de madera oscura. 


En la entrada hay una verja algo oxidada y las flores del jardín están rodeadas por malezas y césped alto.


Frunzo el ceño rápidamente. No tengo idea de dónde estamos y que hacemos aquí, pero la expresión de Pedro logra confundirme muchísimo más. Se ve sonriente, complacido… no lo sé, pero todo esto es desconcertante.


—¿Qué hacemos aquí?


—Te encantará —dice con una inmensa sonrisa que me molesta.


—¿Qué sucede?


Hace sonar el claxon unas tres o cuatro veces, luego toma el ramo de flores del asiento trasero, se baja del vehículo y me ayuda a bajar. Me quito los lentes y miro el lugar. No es para nada similar a los sitios que estamos acostumbrados. No quiero estar aquí por mucho tiempo. Solo necesito saber quién es esa mujer que tanto hace sonreír a MI esposo.


—¿Qué hacemos aquí? —vuelvo a preguntar.


—Sé que vas a amarla —Me deja atrás y avanza con prisa hacia el porche precario y de madera. Golpea la puerta un par de veces y se voltea en mi dirección para comprobar que no salí corriendo—. Ven, cariño. Te lo suplico —me pide. 


Pongo los ojos en blanco y cruzo el húmedo y abandonado jardín delantero hasta posicionarme detrás de él.


Odio este lugar.


La puerta se abre y veo a una mujer de unos sesenta años. 


Ella mira a Pedro sorprendida y rápidamente sus ojos se llenan de lágrimas. Mueve su boca sin saber que decir y por un momento creo que va a desmayarse aquí mismo. Pedro sonríe y abre sus brazos ampliamente para recibirla, pero yo sigo sin entender nada.


—Sorpresa, nana —musita con la voz entrecortada. Él también está realmente conmocionado por este encuentro—. Estoy aquí.


Miro la escena y me cruzo de brazos, incomoda. Ellos se abrazan fuertemente y la mujer acaricia el rostro de mi esposo y lo observa de pies a cabeza.


—Mi niño, mi niño precioso —dice con lágrimas que comienzan a desbordar de sus ojos. —Mira qué bonito te ves —Él le entrega las flores y ella parece más feliz que antes.


Su forma de expresarse es tan profunda y tan distante de mí que hacen que me sienta como una tercera sin importancia alguna en una situación así. Ahora sé de qué hablaba. Es su nana, la mujer que lo crió cuando era un niño o algo parecido, no lo sé con exactitud, pero debe ser eso. Ella es como Christina, mi madre de verdad… Ambas tienen mucho en común.


Mierda. Sentimentalismo ahora no.


Me muevo incomoda de una lado al otro, mientras que el torso de mi esposo cubre mi visión. La mujer, de ojos azules y cabello ceniza, posa su mirada sobre mí y sonríe ampliamente. Pedro se voltea hacia mí y toma mi mano con delicadeza. Me siento nerviosa. Esta mujer es especial para él, es como conocer a mi suegra, solo que esta mujer luce más agradable y no parece ser una arpía como Daphne.


—Nana, ¿recuerdas que una vez te prometí que me casaría con la mujer de mis sueños? ¿Recuerdas que te prometí que la conocerías?


Pedro… —murmuro para que se detenga. Me siento nerviosa, algo tímida y sus comentarios provocan ardor en mis mejillas. ¿Qué me sucede? Esta no es la Paula Chaves de siempre.


—Nana, aquí está, ella es mi preciosa Paula —musita, clavando sus ojos en los míos. Sonrío ampliamente y luego observo a la anciana que parece derramar felicidad por todo su cuerpo—. Es mi esposa… —concluye Pedro con el tono de voz cargado de orgullo.


Yo estiro mi brazo, para un apretón de mano, con una sonrisa nerviosa en mi rostro.


—Soy Paula Chaves —musito rápidamente.


Ella sonríe y cuando logro darme cuenta, noto que estoy entre sus brazos. Su cuerpo está junto al mío y la calidez de ese abrazo me hace sentir mal. Un abrazo real, cálido, dulce, cargado de amor y afecto, es como uno de los abrazos de mi esposo, pero con un nivel de diferencia. Es un abrazo maternal de esos que tanto necesité por demasiado tiempo.


—Soy Agatha. Es un placer conocerte, tesoro, por fin. He estado todo un año esperando por esto —me dice al oído con sollozos—. Me alegra tanto de que hagas feliz a mi niño, eres perfecta, por dios, no puedo creer que estés aquí.


Abro los ojos cuando dejamos de abrazarnos y observo a Pedro que sonríe ampliamente. Quiero decir algo, pero no puedo.


—Vamos, entremos, entremos —dice Agatha con una sonrisa. Pedro entra primero, luego yo y por fin la dueña de la humilde morada. Cierra la puerta y la poca luz que iluminaba el interior de la casa se desvanece.



Observo a mi alrededor con disimulo. Es una casa algo precaria y añeja. Abundan los muebles de madera y los pisos de cerámica vieja que se ven impecablemente pulidos. 


Las paredes son de color marrón y las cortinas blancas hacen que la habitación se ilumine solo un poco.


—No es como las habitaciones de hotel cinco estrellas, pero espero que te sientas cómoda, Paula —comenta al ver como observaba su hogar. Me sonrojo de inmediato, es vergonzoso, no creí que lo notaría.


—Lo siento —digo con sinceridad—. No quise que pensaras eso.


—Descuida, tesoro. Ven, deja ese bolso a un lado.


Toma mi bolso y lo deposita sobre una mesa ratonera en un rincón junto con su ramo de flores que cruje una y otra vez por el papel de plástico color rosa. Pedro parece sentirse como en su casa. Se quita el abrigo y los zapatos, desabrocha los primeros botones de su camisa y relaja su cuerpo cuando se sienta en el sillón.


—Extrañaba esto.


—Yo te extrañaba a ti, mi niño —le dice su nana acariciando sus mejillas.


Por un segundo noto que sobro en la habitación y eso me hace sentir miserable.


—Han pasado seis meses desde tu última visita, pensé que no vendrías hasta fin de año.


—Cambio de planes. Paula y yo creímos que ya era tiempo de tener nuestra luna de miel.


Pedro me hace señas con su mano para que me acerque. Lo hago y cuando estoy delante de él, me jala con cuidado para que caiga sobre sus piernas. Me tenso por un segundo, pero me relajo y beso su mejilla mientras que él rodea la cintura con sus manos y acaricia mi cabello.


Agatha sonríe al vernos, se pone de pie y va a la cocina, que está a unos pocos metros de nosotros, dividida por una barra de madera repleta de adornos de cerámica y porcelana.


—Me gustaría que la conocieras, cariño —susurra con precaución. Esta es una conversación entre ambos—. Sé que no es el mejor lugar, pero ella de verdad es importante para mí.


—De acuerdo —respondo besando sus labios castamente. 


No necesito decir más.


Agatha aparece luego de unos pocos minutos y trae una charola con té y galletas. Al fin beberé té, ya lo extrañaba, había olvidado esa costumbre en todos estos días fuera de Londres. No soy una fanática, pero si me gusta beberlo para relajarme de vez en cuando.


Pasamos una hora entera hablando sobre nuestra vida de casados, los lugares que ya visitamos, y recordando viejas anécdotas de cuando Pedro era apenas un niño. Sabía que ella era especial, pero al oírla hablar de mi esposo de esa manera comprendí que es como un hijo para ella. Quiero saber más sobre su vida, quiero conocerla, porque estoy segura que ella se volverá importante para mí también. Es como la madre tierna y cariñosa que no he tenido en mucho tiempo.


Pedro era un niño muy travieso. Él y las niñas me volvían completamente loca, pero siempre fue hermoso cuidarlos —musita con una triste media sonrisa.


—Ahora que no trabajas deberías mudarte a casa, nana. Extraño estas galletas —dice, comiéndose la galleta número nueve. Eso me molesta. Él debería de amar mis galletas, como ama mis pasteles, pero claro, Paula Alfonso no hace galletas, en realidad, no hace nada de nada y creo que es momento de que eso cambie.


—Iré a visitarte cuando tengas a tu primer bebé. ¿Cuándo será eso, apropósito? —indaga, haciendo que el ambiente se vuelva algo tenso.


Miro a Pedro directo a los ojos y muevo mis manos, nerviosa. Sé lo que está pensando porque yo también lo estoy pensando. Es difícil de decirlo o de explicarlo y no quiero discusiones ahora. Ya acepté el reto, ya sé que seré madre en menos de lo que espero, pero no debo decir nada aún, quiero sorprenderlo, tengo que mantener la mente fría por ahora.


—¿He dicho algo malo? —pregunta con temor y algo de vergüenza. Su sonrisa se borra de inmediato y ahora una sombría expresión surca su rostro.


—Paula aún no se siente preparada para tener hijos, nana —responde mi esposo vagamente, pero sé que miente. En realidad, no se siente tan calmado y despreocupado como lo aparenta en este momento. Sé que le duele, y me fastidia no poder decirle lo que en realidad quiero hacer, pero estoy segura que todo valdrá la pena. Es solo cuestión de esperar.


—Oh, yo… cuanto lo siento —se disculpa—. No quería que esto se vuelva incomodo, solo…



—Descuida nana, sé que algún día sucederá, pero no puedo decirte cuando.


—El té estaba delicioso —balbuceo y dejo la taza sobre la mesita.


Me muevo incomoda, luego el celular de Pedro interrumpe la conversación y logra acabar con el ambiente tenso. 


Observa la pantalla y desde donde estoy puedo leer “Tío Barent”


Él se pone de pie y con una disculpa se va a la cocina en donde apenas puedo oírlo.


—Paula, discúlpame por mi intromisión hace minutos atrás, no quería hacerte sentir incomoda.


—No fue nada —respondo sin despegar mis ojos de él—. No lo hemos hablado del todo, pero es un asunto que me hace sentir nerviosa y aún no tenemos definido lo que haremos. 
Sé que quiere ser padre ahora, está aterrado por cumplir treinta, pero…


—Tú tienes miedo —afirma.


Sí, tengo miedo, nadie lo pudo decir de la mejor manera. Ella sabe lo que me sucede, pero lo bueno es que si sucede podré estar más preparada. Al menos eso espero. Tener un bebé no es fácil, pero si ya lo estoy, solo tengo que preocuparme por hacer sonreír a Pedro.


—Yo solo…


—Cielo… —interrumpe Pedro. Me abraza tiernamente y besa mi cabello—, olvidé unos papeles en casa de mi tío. Iré a recogerlos y regresaré en un ahora como mucho. ¿De acuerdo?


—Bien —respondo. Me besa en los labios, saluda a su nana y toma sus pertenencias para luego desaparecer por la puerta.


Pedro se marcha y Agatha se mueve incomoda debido al largo silencio que se forma entre ambas. Me sonríe sin saber que decir y yo hago exactamente lo mismo. No la conozco y no se me ocurre algún tema de conversación. Intento hacer algo productivo, pero es difícil si no hay confianza.


—¿A Pedro siempre le han gustado esas galletas? —pregunto de repente tomándome por sorpresa a mí misma.


—Claro que sí, son sus favoritas —me dice.


—¿Podrías enseñarme a prepararlas? —pregunto con una ceja arqueada—. Quiero sorprenderlo. Solo sé hacer pasteles por el momento.



Ella se ríe levemente, toma mi brazo y me lleva a la cocina.


—Son galletas de miel, bastante sencillas y con pocos ingredientes. El secreto es la preparación de la masa, lo demás se hace solo —canturrea con diversión. Abre el refrigerador y saca varios ingredientes—. Toma el delantal de ahí —murmura, señalándome un pedazo de tela con flores que está colgado en un rincón—. No querrás estropear ese costosísimo vestido, ¿verdad?


—Es un Valentino —digo, acariciando la prenda.


—No tengo idea de lo que sea eso, pero ponte el delantal.


—Claro.


Me lo coloco rápidamente y presto atención a cada una de las instrucciones mientras que voy haciendo lo que ella me dice. Espero sorprenderlo. Cocinar es algo que jamás creí que haría, pero lo hago por él, solo por él.


La cocina comienza a oler delicioso. Me siento fantástica. 


Está funcionando. Faltan unos minutos para que Pedro esté de regreso en la casa. Las galletas están casi listas y solo necesito un baño para relajarme hasta que él llegue.


—Hay algo sonando, tesoro —grita Agatha desde algún lugar de la sala. Es el sonido de mi celular. Me apresuro a tomarlo dentro de mi bolso y contesto al ver que es Pedro.


—Cariño —digo a modo de saludo.


—Escúchame, cielo. Demoraré un poco más.


—¿Un poco más? —cuestiono frunciendo el ceño. Esto no me gusta nada.


Eso me resulta extraño. No parece ser el mismo Pedro de siempre. Estoy molesta.


—¿Qué sucede?


—Nada grave. Solo he tenido algunos inconvenientes, pero regresaré para la cena, ¿de acuerdo?


No, eso no me convence, algo está sucediendo aquí y no podrá ocultármelo por mucho tiempo.


—¿Estás seguro que nada sucede? —inquiero, cambiando mi tono de voz.


—No te preocupes, cielo. Todo está bien. Solo son cosas de la empresa que debo resolver entre hoy y mañana. De hecho, estoy en la oficina, ahora. Estaré en la cena contigo.



—Bien, como quieras —le respondo de mala manera.


—No te molestes, por favor —me suplica con un dejo de voz.


—No estoy molesta —miento.


—Bien —me dice.


—¡Bien! —cuelgo la llamada.