miércoles, 11 de octubre de 2017
CAPITULO 41 (TERCERA PARTE)
Muevo mis manos en dirección al fuego y lo apago de inmediato, sin dejar de mirar a Pedro.
No puede ser real.
No, o sí…
—Oh, por Dios… —digo sintiendo como mis ojos se llenan de lágrimas de un segundo al otro.
Comienzo a llorar, y cuando veo su sonrisa corro hacia su dirección. Él se mueve mucho más rápido y en menos de un parpadear, estoy entre sus brazos otra vez, como siempre quiero estarlo.
Sintiéndome única, segura, protegida, volviendo a sentirme yo de nuevo. Cuando Pedro se marchó se llevó una parte de mí y ahora que está aquí, siento que soy la de antes.
—Estás aquí… —lloro, abrazándolo aún más fuerte. Estás aquí, Pedro, estás aquí —digo una y otra vez con la voz entrecortada. No puedo creerlo. Es como si fuese un sueño—. Estás aquí…
—Con una hora de retraso, pero estoy aquí —me dice con una sonrisa. Dejo de abrazarlo, sonrío y entierro mis manos en su pelo. No pierdo más tiempo, ni un solo segundo.
Uno mis labios a los suyos y me dejo llevar por todas esas sensaciones. El vacío en mi pecho comienza a llenarse lentamente, mientras que sus labios toman los míos, juega con ellos, los saborea y me hace estremecer a cada segundo. Sus manos toman ambos lados de mi cara en señal de que no quiere soltarme nunca y yo tampoco quiero que lo haga. Sé que somos el uno para el otro, podemos superar lo que sea… Pedro, es mi Pedro y está aquí conmigo.
—Te amo —le digo sintiendo como lágrimas se deslizan por mi rostro—. Mierda, Pedro como te amo —digo en medio de una sollozo, abro los ojos y lo miro fijamente. Aún no puedo creer que esté aquí, es la verdad, quiero llorar de felicidad y al mismo tiempo de agonía. He sufrido seis días pensando en que no llegaría para que me haga esto. Es injusto—. Te amo tanto… —le digo tocando su cara.
Siento su barba debajo de mis dedos y sonrío, me fijo en cada detalle para comprobar que es él realmente y que nada ha cambiado.
Todo sigue siendo igual que antes, sigue siendo mío.
Completamente mío.
—Te amo… —me responde.
Puedo ver que también está emocionado, puedo sentirlo por ambos. Seguiré llorando hasta saber que no sigo soñando.
Está aquí, conmigo, con sus hijos, en su hogar en donde debe de ser. Sé que es egoísta y no puedo cambiar eso, pero él debe estar aquí conmigo y con sus angelitos.
—Hueles a aeropuerto… —le digo con una sonrisa.
Él me responde de la misma manera y luego encuentra nuestras miradas.
—Y tú hueles a hamburguesa —me dice con una sonrisa burlona.
Golpeo su pecho en modo de broma y los dos reímos. Aún no puedo creer que esté aquí.
—¿Cómo puedes hacerme esto, Alfonso? —estallo. Ahora estoy furiosa con él—. ¿Cómo puedes engañarme así? ¿Cómo has sido capaz de mentirme? ¿Cómo pudiste siquiera…? ¡Te odio! —grito y golpeo su pecho con más fuerza—. ¡Me has estado engañando todos estos días! ¡Te burlabas de mí! ¡Eres un maldito!
Dejo de golpearlo y me aparto de él.
Estoy enojada, con la respiración agitada y con todas las hormonas a flor de piel. Rodeo la barra de la cocina y luego me dispongo a terminar mi hamburguesa sin mirarlo.
Veo como se sienta al otro lado de la barra y me sonríe mientras que me observa. Eso es lo que más me molesta de él ¡Lo está disfrutando!
—¿Estás molesta? —pregunta con el tono de voz suave—. Porque si estás molesta conmigo entonces no tiene caso que me quede —dice alejándose—. He viajado muchas horas para estar con mi preciosa Paula en San Valentín y ella me detesta. Será mejor que…
—¡Deja de decir estupideces! —grito dejando lo que estaba haciendo a un lado—. ¡Es que estoy molesta contigo! —grito rápidamente. Él se ríe y luego corre a abrazarme. Estoy desconcertada y ni siquiera yo puedo tolerar mis cambios de humor—. Es que… te extrañé tanto —musito, sintiendo como ahora todo el enfado es remplazado por angustia porque se haya marchado y felicidad de que esté aquí.
—No tienes idea de todo lo que he extrañado esos cambios de humor, preciosa… —susurra recostando mi cabeza con delicadeza sobre su hombros, mientras que sus brazos me rodean—. Te he extrañado a cada instante.
—Y yo a ti… —vuelvo a decir con los ojos aguados.
Siento como coloca sus manos sobre mi vientre y rápidamente se pone de rodillas delante de mí. Eleva mi camiseta de algodón y luego acaricia con las yemas de sus dedos a su hija, mientras que le habla dulcemente, le besa y le susurra lo mucho que la ha extrañado. Sé que a Kya le encanta eso. Siento como mi vientre se relaja y ella se mueve en mi interior.
—Se está moviendo —dice él con la sonrisa más hermosa que he visto en toda mi vida. Acaricio su cabello con ambas manos y sonrío como no lo he hecho en los últimos seis días. No puedo creer que esté aquí—. ¿Y mi otro angelito? —pregunta, besando a Kya por última vez. Acomoda mi camiseta y luego se pone de pie.
Rodeo su cuello con mis brazos y me pongo de puntitas para poder estar a su altura.
—Ale no ha dejado de decirme que tú volverías. Como si supiera que no me encontraba bien —siseo, recorriendo con mi mirada cada detalle de su rostro—. Ahora está dormido con el león de felpa… —sonrío al decir eso y luego miro de reojo a la mesada de la cocina—. ¿Tienes hambre? —pregunto.
Tomo su mano y lo guío hacia donde mi hamburguesa está casi completa. Termino de prepararla y la coloco en el plato.
—Ven aquí —me dice.
Se sienta en el banquillo y luego hace que deposite mi peso en sus piernas, mientras que los dos comemos juntos. Es uno de las momentos mes hermosos de toda mi semana.
Todo esto justifica lo mal que la he pasado en su ausencia.
No puedo enfadarme con él porque quería darme una sorpresa, y cuando mis esperanzas ya se habían agotado él apareció.
Es el mejor regalo de San Valentín. Aunque en mi mente todavía ronda ese horrible miedo de decirle todo lo que sucedió cuando él no estaba aquí. Sé que debo decírselo, pero quiero esperar. No me arriesgaré a arruinar mi San Valentín por culpa de otros. Solo quiero pasar un lindo momento y luego contarle todo lo que sucedió.
—Sucedieron muchas cosas cuando estuviste lejos —le digo tratando de no balbucear. Su ceño se frunce de inmediato—, pero no quiero hablar de eso ahora —digo recostando mi cabeza en su hombro mientras que él me da el ultimo pedazo de hamburguesa del plato—. Lo hablaremos mañana, ¿de acuerdo?
—¿Sucedió algo grave?
—Mañana lo hablaremos —le digo con voz glacial—. Ahora solo quiero estar contigo.
Él besa mi cuello levemente y luego estira su brazo para beber un poco de jugo de naranja. Nos limpiamos las manos y luego dejamos todo en la mesada.
Lo lavaré luego.
Tomo su mano y caminamos por la casa con prisa hasta subir las escaleras y llegar a nuestra habitación.
Abro la puerta con cuidado y veo que Ale aún sigue dormido. Pedro cruza la habitación con prisa y en menos de unos pocos segundos está arrodillado a un lado de la cama acariciando a su hijo con una sonrisa en el rostro. Ale no se mueve y puedo ver en su rostro que está durmiendo profundamente, pero que le gustan las caricias de su padre.
Me quedo como una tonta viendo esa hermosa escena desde el umbral del cuarto. Tengo miles de cosas que pensar, pero lo que más invade mi mente en un momento como este es la felicidad que siento y lo orgullosa que estoy de mi misma por haber liberado a esa Anabela que ha estado mucho tiempo aprisionada. Aunque no quiera admitirlo, sé que esta Paula dulce y, sobre todo, esta Paula con faceta de mamá son gracias a ella.
—No lo despiertes —susurro acercándome. Beso la frente de mi pequeño y luego Pedro se pone de pie a mi lado—. Vamos a darnos un baño. Aún hueles a aeropuerto —bromeo.
—Y tú a hamburguesa —me responde.
Pongo los ojos en blanco, tomo su mano y caminamos juntos hasta el cuarto de baño tratando de no reír demasiado fuerte.
No sé si esto es lo correcto, lo deseo, lo anhelo más que nada, pero no es correcto hacer algo así a esta hora de la noche, con Ale a unos pocos metros de nosotros, y con Kya en medio de ambos.
Todo es complicado, pero lo necesito.
—No deberíamos de ducharnos juntos —le digo sintiéndome apenada y la peor madre del mundo—. Tú sabes que no podremos resistirlo, Pedro.
Se acerca a mí, sin decir nada. La forma en que me mira reafirma todo lo que he dicho recién. No podremos resistirlo y sé que él no lo detendrá y yo tampoco. Muevo mis manos en dirección a su suéter, se lo quito rápidamente y él hace lo mismo con mi camiseta de algodón. Pierde su mirada en mi sostén por unos segundos y luego veo como traga saliva.
Mis senos están mucho más grandes y sensibles, sé que será en vano luchar. Tomo ambos lados de su camisa, dispuesta a hacer volar todos los botones, pero antes de que lo haga, él me toma de la muñeca y hace contacto visual.
—Espera —me dice. Frunzo el ceño y luego observo su torso para ver que anda mal, pero no lo comprendo—. Hay algo que tienes que ver y no quiero que te lleves la sorpresa de tu vida —me dice.
—¿Qué sucede? —cuestiono desconcertada—. ¿Qué has hecho?
Comienza a desprender los botones de su camisa blanca lentamente. Me mata de la curiosidad y la intriga, pero espero paciente a que termine con el último botón, mientras que disfruto de la vista que tengo de su torso.
Se la quita con agilidad y luego se voltea de espaldas a mí.
Mis ojos recorren toda su espalda hasta que se posan sobre esas líneas negras en su hombro izquierdo, y debo de cubrirme la boca para no gritar y despertar a medio Londres.
No puede ser… No, no lo hizo...
—Pedro… —digo sin aliento—. Oh, por Dios… —acerco mi dedo índice a su piel y recorro con la yema de mi dedo ese tatuaje—. ¿Es… es mi nombre? —pregunto viendo los símbolos extraños, tres exactamente.
—Tú y los niños… —murmura con una hermosa sonrisa—. Son las iníciales de cada uno —me dice.
Parpadeo sin poder creerlo y dejo que ese extraño sentimiento invada mi pecho. No sé qué es, pero me produce una inmensa sonrisa.
—Pedro… —sollozo, parpadeando aún más.
No quiero llorar, pero estoy tan sensible que no puedo evitarlo.
—Tú y nuestros hijos son lo más importante que tengo en la vida, Paula Alfonso. Y eso nunca cambiará —asegura tomando mi rostro de nuevo entre sus manos.
Me muevo rápidamente y beso sus labios. No me importa nada de lo que estaba pensando anteriormente. Es mi esposo, lo extrañé, es completamente mío y… No sé lo que digo, apenas puedo pensar.
Solo sigo su beso y dejo que sus manos recorran mi cuerpo.
Acaricio su torso por todas partes, hundo mis manos en su pelo y luego comienzo a desabrochar el botón de su pantalón. No demoramos ni medio minuto en desnudarnos.
Pedro atrapa mi cintura y me guía hacia la ducha. Abre el agua y la deja correr durante varios minutos, mientras que me besa y me acaricia por todas partes, haciéndome gemir y jadear.
Necesito aire para respirar, pero eso no me importa ahora, solo puedo pensar y sentir los labios de mi esposo que recorren mi boca, mi oreja, mi cuello y desciendes hacia mi hombros, hasta la curva de mis pechos. Nos metemos bajo la ducha y suelto un gemido cuando su mano izquierda roza mi zona intima lentamente.
—No, no podemos… Kya… —dice con la voz entrecortada.
Abro los ojos y lo miro fijamente. Me siento decepcionada, pero tiene razón.
Esto es ridículo y me siento culpable cada vez que estamos en esta situación. Suelto un suspiro y dejo descasar mis brazos en sus hombros, mientras que él me toma de la cintura e interrumpe todo tipo de momento sexy entre ambos.
—Solo esta vez —le suplico desesperada—. Te necesito, te he extraño y sé que dijimos que ya no lo haríamos, pero te necesito, Pedro. Es San Valentín…
Por un segundo creo que me voy aponer a llorar. No me gusta suplicarle, pero tampoco me gusta perder esta oportunidad. Sé que Kya está en medio de ambos y sé que no es lo correcto, porque aunque no sea consciente de lo que sucede, está entre ambos en un momento tan íntimo, pero es que…
—Por favor… —vuelvo a decir con la voz quebrada.
Lo único que se oye en el cuarto de baño es el agua mojando a ambos y nuestras respiraciones entrecortadas. Siento todo su cuerpo junto al mío y anhelo su erección que está chocando contra mí.
—Lo haremos sin prisa y con cuidado —me dice, tomando mi rostro con ambas manos. Sonrío por dentro, pero por fuera solo soy capaz de asentir con la cabeza y de aferrarme a sus hombros. Pedro rodea una de mis piernas a su cintura y con una de sus manos me toma con delicadeza del glúteo mientras que con la otra se apoya en la fría pared de la ducha—. ¿Estás lista? —pregunta en un susurro.
Sé que también se muere por esto, puedo sentirlo.
—Sí.
Se mueve con cuidado y acomoda mi cuerpo a su miembro.
Cierro los ojos y siento como se introduce en mí lentamente, tan lento que quiero golpearlo por hacerme desesperar de esta manera. Abro la boca a medida que la sensación se vuelve más intensa y siento como Pedro tensa su cuerpo.
—¿Estás cómoda así?
—Sí —digo completamente perdida. Hecho mi cabeza hacia atrás y clavo mis uñas en sus hombros. Me encanta hacer eso. Me siento sexy y deseada. Pedro hace que me sienta así en momentos como estos—. Solo hazlo.
Su boca atrapa la piel de mi cuello y comienzo a sentir sus movimientos.
—Feliz San Valentín, mi preciosa Paula…
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