miércoles, 27 de septiembre de 2017

CAPITULO 57 (SEGUNDA PARTE)




Regreso a la cocina luego de haberme dado un baño relajante. Quiero terminar de limpiar todo lo que he ensuciado, pero Flora lo hizo por mí. La veo terminando de secar la mesada y le lanzo una sonrisa de disculpas.


—Lo siento, quería terminar de limpiarlo todo, pero…


—Descuida. Es mi trabajo —dice interrumpiéndome—. Mientras que te estabas relajando han llegado algunas cosas para ti. Están en la sala de estar.


¡Por fin! Si, ya sé que es.



Corro a la sala de estar con ansiedad y prisa. Pedro al fin ha enviado lo que me dijo que enviaría.


Lo primero que veo son dos ramos de rosas completamente inmensos que están ubicados sobre la mesita ratonera frente al inmenso sofá. Algunas son rosas blancas y otras rosas de color rosa. Sonrío ampliamente y me acerco para buscar una tarjeta. En el primer ramo hay un sobre color piel. Lo abro y leo:
Sé que estoy arriesgándome demasiado,
pero puedo asegurar que nuestro
Pequeño Ángel es una mini Paula.
Así que, estas flores son para mi pequeña.
Papá te ama, cariño.


Sonrío ampliamente al terminar de leer la tarjeta y luego poso mis manos sobre Pequeño Ángel. Estoy más que feliz y sorprendida. Pedro es simplemente perfecto.


—Tendrás el mejor papá del mundo, Pequeño Ángel —digo, mirando mi vientre completamente plano.


Luego, me muevo en dirección al ramo de rosas blanco y tomo la otra tarjeta con un sobre del mismo color.



Todas las tarjetas y flores del mundo no serían
Suficientes para decirte todo lo que siento por ti,
por eso me resumo en dos palabras: TE AMO
Pd: Nos vemos en la noche, mi preciosa Paula.
-Pedro


Suelto un chillido cargado de emoción y comienzo a dar saltitos por toda la sala de estar. Pedro y su romanticismo me hacen sentir tan especial, tan única. Él es simplemente perfecto. Nunca podría perdonarme a mí misma si no le doy otra oportunidad. Sé que hubo un gran pasado, sé que habrá problemas, pero es el hombre de mi vida, es el padre de mi bebé, es el único al que amo.


Tomo la caja blanca que descansa sobre el sofá. Tiene un inmenso lazo rojo encima, lo quito y aparto la tapa a un lado. 

Muevo los papeles que cubren el vestido y al tomarlo entre mis manos me quedo completamente impactada. Sin palabras. Es perfecto. Hermoso…


—Oh, mi Dios —me digo a mi misma.


Es el vestido más hermoso que he visto jamás. Es completamente blanco y largo. Tiene mangas de encaje al igual que el escote y la parte de mis hombros, todo unido por una fina tela trasparente. La parte superior es lisa y debe de llegarme hasta los talones, pero con los tacones adecuados se verá impresionante. Es increíble. Será mucho más que una cita.


Tomo mi teléfono mientras dejo el vestido con sumo cuidado sobre el sillón. Marco el número de Pedro y espero a que responda.


—Hola —me dice rápidamente—. ¿Te encuentras bien? —pregunta con el tono de voz cargado de preocupación.


—¿Cenaremos con la Reina, esta noche? —cuestiono con un ligero tono de burla.


—¿No te gustó el vestido que escogí? —pregunta claramente dolido.


Suelto una risita y extiendo mi mano para acariciar el encaje blanco.


—Es el vestido más hermoso que he visto en toda mi vida. Podría hasta decir que tienes mejor gusto que yo para escogerlos —confieso.


—Todo lo aprendí de ti —me dice con dulzura, provocando que las miles de mariposas se liberen en mi interior.


—¿Entonces, es una cita muy formal?


—Es una cita de esmoquin y vestido largo. Primero iremos a la ópera y luego te llevaré a cenar —me informa.


Eso explica el porqué del vestido largo. Claro, asistiremos a la opera. Hace meses que no voy, y la idea me resulta atractiva.


—Te estaré esperando —le digo con una sonrisa—.Y gracias por las flores. Pequeño Ángel también te lo agradece.


Oigo como sonríe levemente al otro lado.


—Estoy ansioso por verte en ese vestido.


—También yo —confieso provocando que los dos riamos.


—Pasaré a recogerte a las ocho.


—Bien.


—Te amo.


—También yo.



*****


A las seis de la tarde, Damian pasa a recoger el bendito pastel y me agradece una y otra vez por todo lo que he hecho. Luego, se despide de mí y por fin tengo tiempo de empezar a prepararme para la cita. Con dos horas tiene que ser más que suficientes. Podría haber empezado antes, pero Pequeño Ángel tenía sueño y yo también, así que consentí su antojo y tomé una siesta.


Mi madre aparece en mi habitación cuando estoy comenzando a hacer algo con mi cabello.


—¿Necesitas ayuda? —pregunta, viéndome desde el umbral de la puerta.


—Toda la que sea posible —le digo, colocando el aparato de hacer ondas sobre un mechón de cabello—. No logro que salgan perfectos —murmuro, enseñándole con mi otra mano los primeros intentos fallidos de risos para nada perfectos y mucho menos suaves. Ella se ríe y entra al cuarto de baño.


—Deja que te ayude —me dice, tomando el aparato entre sus manos, enrolla un mechón en él y me mira durante unos segundos, examinándome detenidamente—. Tráete una silla y siéntate que yo haré esto por ti.


Suelta mi mechón de pelo y veo un rizo perfecto, simplemente hermoso y suave. Sonrío por el resultado y corro a la habitación en busca de lo que me ha pedido. 


Posiciono la silla delante de ella, me siento y dejo que peine mi cabello y que haga todos los rizos que quiera. Al pasar el tiempo veo a través del espejo como más y más rizos perfectos comienzan a caer sobre mis hombros.


—Listo.


Miro mi aspecto y sonrío ampliamente. Mi cabello quedó completamente hermoso.


—Se ve muy bien —le digo, acariciando un mechón.


—Sí, pero aún no hemos acabado. Tengo que hacerte un peinado, algo que se vea hermoso y sofisticado. Irás a la ópera, a cenar y luego a quien más sabe dónde con el amor de tu vida. ¡Tienes que verte bien!


Me volteo en su dirección y la interrogo con la mirada.


—¿Qué has dicho, madre? —pregunto con una sonrisita—. ¿Cómo sabes que sucederá todo eso?


Ella balbucea antes de hablar, mueve sus manos y el aparato de un lado al otro, como si estuviese buscando una explicación.


—Bueno, tal vez, accidentalmente, oí tu conversación por teléfono —brama, intentando parecer distante.


Suelto una risita, le lanzo una mirada y luego ella regresa mi cabeza en dirección al frente.


—No quiero más preguntas tontas, Paula Chaves. Toma esa caja repleta de horquillas y quédate quieta —me ordena con autoridad.


Volvió a ser la Carla de siempre. Autoritaria y demandante. 


Sonrío en el interior, pero hago lo que me dice y dejo que peine mi cabello. Sé qué hará algo increíble con él. Mi madre comienza a cambiar.


Cuando faltan solo quince minutos para las ocho, bajo las escaleras con sumo cuidado. Con una mano tomo el barandal de hierro y con la otra sostengo mi vestido para no pisármelo. Mi madre, mi padre y Flora esperan la final de la escalera.


Mi padre extiende su mano para ayudarme a bajar los últimos tres escalones. Le sonrío y él a mí. Mi madre parece realmente orgullosa de lo que ha logrado, Flora no puede contener su emoción y mi papá tiene esa mirada cargada de orgullo.


—Me has dejado sin palabras, princesa —dice, observando mi aspecto.


Mi madre ha hecho un espléndido recogido con mi cabello, dejando algunos mechones sueltos que descienden sobre mi perfecta cara, el resto se ve atrapado en un agraciado moño de rizos, contenido por cientos de horquillas.


—Gracias, papá —digo en un susurro.


Él sigue sosteniendo mi mano y no parece querer soltarla.


—¡Niña Paula! —chilla Flora desde su lugar—. Te ves hermosa, muy hermosa —dice emocionada. Sonrío a modo de agradecimiento, mi madre me mira de pies a cabeza y parece querer decir algo, pero creo que le cuesta hacerlo.


—Te ves realmente hermosa, Paula —murmura, tomándome completamente por sorpresa.


Abro los ojos y la miro por varios segundos. Lo ha dicho. 


Luego de casi diecinueve años de ser una madre perfeccionista y exigente, ha dicho las palabras que siempre he querido oír. Ha dicho que soy hermosa.


—Claro que se ve hermosa, Carla. —responde mi padre atrayendo mi atención—. Ven, princesa. Quiero hablar contigo un momento —me dice mientras que me lleva con él a su despacho.


Cruzamos el umbral. Él cierra la puerta y se dirige al inmenso mueble donde hay un estéreo. Lo miro con el ceño fruncido y me quedo de pie, esperando para ver qué es lo que quiere decirme, pero de pronto el vals del Danubio Azul comienza a sonar y sonrío porque sé exactamente qué sucede.


—Hace mucho que no hacemos esto.


Tomo su mano y me acerco a su cuerpo. Comienzo a mover mis pies al ritmo de los suyos y dejo que la música nos lleve por la habitación.


—Mucho tiempo, papá —aseguro, recordando todas esas veces en las que estaba aburrida y él me tomaba entre sus brazos, colocaba mis pies sobre los suyos y me enseñaba a bailar el baile de salón. Creo que solo tenía diez años, pero pasábamos toda la tarde riendo y divirtiéndonos.


—Ya no eres una niña, Paula —me dice, colocando una mano en mi mejilla—. Te has convertido en una mujer, una hermosa mujer, estás formando una familia… —me ve con orgullo, aunque puedo percibir ese pequeño dolor en su voz y en sus sentimientos. Sí, he crecido, no soy una niña, pero seguiré siendo su princesa.


—No voy a alejarme de ti nunca, papá —digo con un hilo de voz. Sé lo que está pensando, pero no sucederá—. Siempre seré tu hija, pase lo que pase.


Mi padre sonríe, luego deja de bailar y me abraza muy fuerte. Cierro mis ojos y coloco mi cara en su pecho, no quiero llorar ahora, pero estoy completamente emocionada.


—Luego de lo que sucedió con Mariana, tú has sido el mejor regalo que me ha dado la vida, Paula —dice con la voz entrecortada.


No puedo soportarlo. No puedo evitarlo tampoco. Suelto un sollozo y me largo a llorar.



—Oh, papá… —chillo, abrazándolo aún más fuerte. Él sigue sin soltarme y noto como la angustia invade la habitación. No quería llorar, pero lo hice—. Tú has sido lo mejor que me sucedió, perdí a mi madre, pero luego apareciste tú.


Mi padre me toma el rostro con delicadeza y hace que lo mire fijamente. Estoy llorando y él también. Limpia mi mejilla con su pulgar y luego sonríe.


—Eres hermosa, dulce, testaruda, caprichosa, inteligente, a veces demasiado desesperante, pero sobre todo, eres el tesoro más grande que tengo. Te quiero, pequeña…


—También te quiero, papá —le digo con una amplia sonrisa. Vuelve a abrazarme y luego me suelta.


—Bueno, tienes una cita… creo que con él también serán válidas las reglas de la casa, ¿No crees? —pregunta a modo de broma.


Niego levemente con la cabeza y me rio.


—No creo que regrese esta noche —le digo siendo completamente sincera. —Si todo sale bien, volveremos a ser lo que éramos antes.


—Todo saldrá bien —me asegura, tomando mis manos entre las suyas—. Lo único que tienes que hacer es pensar en tu felicidad, ser completamente egoísta y pensar en ti.


—Eso es exactamente lo que me dijiste el día que acepté casarme con él.


—Y tuve razón, ¿cierto?


Me rio de nuevo. Sí, claro que la tuvo. Me casé con Pedro por dinero y nada más que dinero y he ganado algo mucho más importante. Amor, felicidad, nuevas experiencias, una familia, un hijo… Cosas que hace más de un año no estaban en mis planes. Pedro cambió mi vida por completo.


—Claro que sí. La peor locura se convirtió en lo mejor que pudo sucederme.


Él me sonríe, limpia mi mejilla y acomoda mi cabello.


—Ve, seguramente debe de estar por llegar y yo aquí, distrayéndote… —dice mientras que intenta recobrar la compostura. Papá no suele ser un hombre cien por ciento sentimental, pero cuando lo hace, se convierte en alguien completamente influyente en mi vulnerabilidad—. Esta es tu noche...







CAPITULO 56 (SEGUNDA PARTE)





Regreso a la casa un par de horas después. Me detengo en la entrada trasera y bajo las bolsas del vehículo. Son muchas y trato de equilibrar el peso en ambas manos. Flora, al verme cargada de cosas, corre a mi dirección y me ayuda con casi todo.


—¡No tienes que hacer mucha fuerza! —me regaña.


Pongo los ojos en blanco y camino con las dos bolsas más pequeñas hasta la cocina. Las dejo sobre la mesada, tomo un broche de cabello del interior de mi bolso y ato mi pelo para que no moleste.


—¿Tienes alguna objeción con que ensucie un poco la cocina? —pregunto en dirección a Flora que se ve realmente entretenida con lo que hace para el almuerzo.


—No, si juras que limpiarás todo lo que ensucies cuando termites —me responde con una sonrisa. Le devuelvo el gesto, hago un nudo en la parte trasera del delantal con flores, que no combina para nada con mi atuendo y luego comienzo a buscar los ingredientes y los recipientes que necesito.


Bien.


Intento recordar las instrucciones de Damian.


Es un pastel con dos niveles y debe de ser blanco con adornos también blancos. Comprendo. ¿Por qué demonios no puede ese tipo comprar un maldito pastel en una pastelería?


Tomo mi celular, coloco un poco de música y comienzo a hacer lo que debo de hacer…



****


Miro mi obra finalizada y casi dejo que algunas lágrimas escapen por mi mejilla. No puedo creerlo. Se ve realmente perfecto. Es… No sé cómo describirlo siquiera. No rompí nada, no ensucié nada, todo salió a la perfección. Es el pastel más lindo y, seguramente, más sabroso que he hecho en toda mi vida.


Tiene dos niveles, el primero es más pequeño que el de abajo, la cobertura con fondant me ha costado, pero se ve simplemente magnifico. Los adornos florales blancos que hice a mano se ven maravilloso. ¡Ni siquiera sabía que podía hacer eso!


—Se ve increíble —me digo a mi misma sin poder creerlo todavía.


A medida que comenzaba a armarlo me entusiasmaba cada vez más, pero no había logrado percibir que todo estaba tan bien. Ahora que lo veo finalizado, me impacto de verdad. 


Tengo talento para esto, y lo que más me asusta es que me gusta hacerlo. Siento como todos mis problemas y malos pensamientos se esfuman cuando me concentro en batir cosas y decorar.


Le tomo un montón de fotografías, de todos los ángulos posibles, a mi perfecta obra de arte. Luego, se la envío a Pedro. Quiero saber que piensa.


Algo así merece ser recordado para siempre. Es el mejor de todos.


*¿Qué te parece?*


Mi celular vibra encima del mármol luego de tres o cuatro minutos, mientras que termino de juntar todo lo que he ensuciado. Seco mis manos con un repasador y rio sonoramente al ver los trece emoticones que Pedro me ha enviado por mensaje. Todos expresan sorpresa absoluta. 


Son todo tipo de caritas en todos los colores y expresiones posible.


*Tomaré tu respuesta como un “se ve increíble”*


*Se ve realmente increíble. Estoy en una junta importante, preciosa. Te llamaré cuando acabe. Te amo*


Sonrío y como respuesta le envío un corazón azul y un beso.



—¡Oh, mi dios! —chilla mi madre, entrando a la cocina—. ¡Se ve fabuloso, querida! —dice, acercándose. La miro por un instante para comprobar la expresión de su rostro y parece tan sorprendida como yo—. Me encanta —asegura.


—No puedo creer que yo hice algo así —murmuro en su dirección.


—Para serte franca, yo tampoco, pero me sorprendes. Se ve sabroso.


—Eso espero. No sé para quien es, pero solo deseo que le guste. He demorado más de tres horas en hacerlo.


Mi madre se acerca a mí y coloca sus manos en mis hombros a modo de contención, mientras que las dos observamos el pastel.


—Ha quedado muy bien —dice para darme confianza—. Me gusta, les gustará a ellos también. Ahora, ve arriba y date un baño que hueles a todo lo que has preparado y tienes algo en el cabello —me informa con una sonrisa divertida.


Tomo el mechón que ella me indica y al tocarlo siento el espesor del merengue seco. Sonrío para mí misma y luego me quito el delantal.


—Gracias —le digo antes de cruzar el umbral.


—Voy a apoyarte en lo que sea que escojas, Paula —me dice, clavando su fija mirada en mí.


Asiento levemente con la cabeza, aturdida, desconcertada… y luego corro hacia las escaleras. Mi madre y yo jamás nos hemos llevado bien, pero el hecho de que esté intentando mejorar la relación, me pone demasiado nerviosa y me sorprende a cada instante. Podía haberme dicho que el pastel era un desastre y que tal vez sabría mal, pero no lo hizo.






CAPITULO 55 (SEGUNDA PARTE)






Es increíble pensar que hace unos pocos días estaba preparándome para una cita con Santiago y en el día de hoy, solo faltan unas doce horas para tener una cita con Pedro, mi esposo. Jamás creí que algo así podría sucederme, pero creo que estoy haciendo lo correcto. No puedo derribar mis muros tan fácilmente. Tengo que hacerlo sufrir solo un poco más. Solo un poco y entonces si volveré a ser suya por completo.


Salgo del baño, luego de cepillarme los dientes, y corro en dirección a mi teléfono móvil que suena encima de la cama completamente desordenada. Sacudo las sábanas de un lado al otro hasta que lo encuentro. Es Pedro, tiene que ser Pedro.


Miro la pantalla y todas mis esperanzas se apagan cuando veo el nombre “Damian”. Debo admitir que estoy completamente decepcionada. Pedro se marchó de aquí hace apenas una hora, luego de dormir toda la noche abrazados, pero quería que llamara para decirme algo, lo que sea.


—Hola —digo con voz cortante.


No quiero hablar con él.


—¿Llamo en un mal momento? —pregunta, sonriendo al otro lado.


—¿Cómo sabes que es un mal momento? —protesto.


—Te oyes como si hubieras encontrado una rata en tu desayuno.


Pongo los ojos en blanco y comienzo a moverme por la habitación sosteniendo la toalla a mí alrededor.


—Lo lamento. No eres tú, solo que… ¡No sé qué decirte, estoy embarazada, no tengo excusa! —grito, intentando sonreír, pero fracaso como la mejor.



—¿Estás muy ocupada?


—¿Por qué?


—Creo que metí la pata e hice algo que no creo que te agrade demasiado.


Mis ojos se abren de pronto y me detengo en seco. Damian cometiendo estupideces es realmente usual, pero Damian cometiendo estupideces con respecto a mí, eso sí que da mucho miedo.


—¿Qué has hecho?


Hay un largo silencio en la línea, sé que está buscando la manera de decírmelo, pero no sabe cómo. Ahora de verdad comienzo a preocuparme.


—Bueno… estábamos con algunos compañeros de trabajo y uno de ellos comenzó a hablar sobre el cumpleaños de su novia y no sé qué…


—¿Y qué hay con eso? —pregunto rápidamente.


—Se me escapó que tú hacías pasteles deliciosos y él me pidió que te preguntara si harías algo así para él y…


—¿Por qué demonios hiciste eso? —pregunto exasperada—. ¿No puede comprar un bendito pastel en una bendita pastelería?


Damian suelta un suspiro al otro lado y puedo imaginármelo moviendo sus brazos de un lado al otro de manera desesperada.


—Paula, lo lamento, solo lo hice porque pensé que sería bueno. No fue apropósito.


—Bien, comprendo. Pero dile que no puedo hacerlo.


—Ese es el problema —murmura lentamente.


—¿Qué has hecho? —chillo.


—¡Le dije que lo harías!


—¿Por qué hiciste eso?


—¡Porque creí que querrías hacerlo!


—¡Damian!


—¡Paula! —me responde de la misma manera.


Intento calmarme, pero no puedo. Esto es demasiado. Voy a matarlo, voy a acabar con su vida y con todo lo que hay en ella. No puede estar hablándome enserio. Esto debe de ser una inmensa broma. No puedo creerlo.



—Bien —digo soltando el aire—. Dime para cuando lo necesita y haré lo que sea por lograr lo que esperas que haga.


—Bueno, ese es otro problema… —me dice claramente nervioso.


Cierro los ojos y pienso cosas bonitas. Estoy enfadada, demasiado enfadada y voy a matarlo por todo lo que hizo.


—Es para esta tarde.


—¡Damian! —grito completamente fuera de control—. Debes estar bromeando…


—Oye, nena, lo siento —me dice sinceramente—. Lo siento, de verdad, pero pensé que te gustaría hacerlo y dejar que los demás lo aprecien. He probado tus pasteles y sé que son fabulosos. Me encanta la manera en la que lo haces y quiero que los demás también lo sepan.


—Estás loco —digo rápidamente.


—Lo sé, pero estoy completamente seguro de que lo lograrás —afirma con ese tono de voz que logra convencer a cualquiera—. ¿Podrás hacerlo?


Suelto otro suspiro cargado de fastidio. Tengo que hacerlo. 


Claro que puedo hacerlo.


—Bien, Damian. Haré ese pastel.


Oigo su sonrisa al otro lado de la línea y también sonrío. 


Tendré que hacer un pastel para no sé quién y realmente no me siento emocionada.



****


Termino de vestirme y bajo las escaleras en dirección al comedor. No tengo demasiado tiempo. Tengo que hacer un maldito pastel y Damian me especificó que debía de ser blanco. Bien, puedo hacerlo. Haré el pastel más hermoso de toda la vida, sé que le gustará.


—Hola papá, hola mamá —digo, apresurada.


Ellos me sonríen y me dan un beso en la frente cada uno. 


Tomo unas galletas de avena de mi plato y salgo disparada en dirección a la salida de nuevo.


—¿A dónde crees que vas? —pregunta mi madre mirándome con el ceño fruncido—. ¡Tienes que comer, Paula Chaves!


—Eh... bueno… Tengo mucha prisa. Regresaré en una hora. ¡Me llevaré tu coche, papá! —grito antes de cruzar el umbral.



Tomo las llaves y me dirijo al estacionamiento. El coche de mi padre está aparcado, justo como me lo imaginaba. Abro la puerta, me meto en él y conduzco en busca de algún lugar que tenga todo lo que necesito para ese bendito pastel.



****

Me detengo en un semáforo y mi celular comienza a sonar. 


Pedro está llamando y debo de contenerme para no dar un saltito de la emoción. Oprimo el altavoz y espero a que me responda.


—Hola —digo con una sonrisa.


—Buenos días —me dice dulcemente.


—Buenos días —respondo de la misma manera—. Estoy conduciendo —le advierto antes que nada.


—Hazlo con cuidado —me pide—. ¿Llevas el cinturón de seguridad?


—Claro que sí. Pequeño Ángel está a salvo.


—¿A dónde te diriges? —pregunta con una sonrisa.


No tiene idea, pero cuando se lo diga sé que se sorprenderá por completo.


—Estoy de camino al supermercado.


—¿Al supermercado?


Puedo imaginar cómo frunce el ceño al otro lado. Suelto una risita y luego le explico la situación. Me da ánimos y me dice que todo saldrá bien. Si, voy a hacerlo y será el mejor pastel de todos.


—¿Ya escogiste algún vestido para nuestra cita? —pregunta luego de unos minutos de hablar sobre cosas sin sentido.


—Aún no. Pensaba hacerlo ahora.


—¿Y qué te parece si escojo uno por ti? —me sugiere, pareciendo realmente nervioso.


Frunzo el ceño y luego doblo hacia la izquierda. Ya estoy en el inmenso supermercado y necesito encontrar un lugar fácil y accesible para estacionar. No soy muy buena es ese aspecto a la hora de conducir.


—¿Qué quieres decir?


—Quiero decir que quiero escoger un vestido para que lo uses conmigo, esta noche.



—¿Entrarás a una tienda y pedirás un vestido, así sin más? —pregunto con sorna. Él ríe y demora unos segundos en responder.


—Escogeré un hermoso vestido para ti y te lo enviaré en un par de horas —me dice a modo de afirmación y no de pregunta. Es decir que sí va a hacerlo y al parecer no tendré más opción.


—Está bien. Escoge el vestido que quieras —tomo mi celular, me bajo del coche con mi bolso y camino en dirección a la entrada.


—Te amo —dice con voz dulce al otro lado de la línea—. Te amo a ti y a nuestro hijo, Paula. Te amo…


Suelto un suspiro y luego cruzo las puertas de vidrio.


—También te amo, Pedro—respondo—. Nos vemos en la noche.


—Adiós, preciosa.