Regreso a la cocina luego de haberme dado un baño relajante. Quiero terminar de limpiar todo lo que he ensuciado, pero Flora lo hizo por mí. La veo terminando de secar la mesada y le lanzo una sonrisa de disculpas.
—Lo siento, quería terminar de limpiarlo todo, pero…
—Descuida. Es mi trabajo —dice interrumpiéndome—. Mientras que te estabas relajando han llegado algunas cosas para ti. Están en la sala de estar.
¡Por fin! Si, ya sé que es.
Corro a la sala de estar con ansiedad y prisa. Pedro al fin ha enviado lo que me dijo que enviaría.
Lo primero que veo son dos ramos de rosas completamente inmensos que están ubicados sobre la mesita ratonera frente al inmenso sofá. Algunas son rosas blancas y otras rosas de color rosa. Sonrío ampliamente y me acerco para buscar una tarjeta. En el primer ramo hay un sobre color piel. Lo abro y leo:
Sé que estoy arriesgándome demasiado,
pero puedo asegurar que nuestro
Pequeño Ángel es una mini Paula.
Así que, estas flores son para mi pequeña.
Papá te ama, cariño.
Sonrío ampliamente al terminar de leer la tarjeta y luego poso mis manos sobre Pequeño Ángel. Estoy más que feliz y sorprendida. Pedro es simplemente perfecto.
—Tendrás el mejor papá del mundo, Pequeño Ángel —digo, mirando mi vientre completamente plano.
Luego, me muevo en dirección al ramo de rosas blanco y tomo la otra tarjeta con un sobre del mismo color.
Todas las tarjetas y flores del mundo no serían
Suficientes para decirte todo lo que siento por ti,
por eso me resumo en dos palabras: TE AMO
Pd: Nos vemos en la noche, mi preciosa Paula.
-Pedro
Tomo la caja blanca que descansa sobre el sofá. Tiene un inmenso lazo rojo encima, lo quito y aparto la tapa a un lado.
Muevo los papeles que cubren el vestido y al tomarlo entre mis manos me quedo completamente impactada. Sin palabras. Es perfecto. Hermoso…
—Oh, mi Dios —me digo a mi misma.
Es el vestido más hermoso que he visto jamás. Es completamente blanco y largo. Tiene mangas de encaje al igual que el escote y la parte de mis hombros, todo unido por una fina tela trasparente. La parte superior es lisa y debe de llegarme hasta los talones, pero con los tacones adecuados se verá impresionante. Es increíble. Será mucho más que una cita.
Tomo mi teléfono mientras dejo el vestido con sumo cuidado sobre el sillón. Marco el número de Pedro y espero a que responda.
—Hola —me dice rápidamente—. ¿Te encuentras bien? —pregunta con el tono de voz cargado de preocupación.
—¿Cenaremos con la Reina, esta noche? —cuestiono con un ligero tono de burla.
—¿No te gustó el vestido que escogí? —pregunta claramente dolido.
Suelto una risita y extiendo mi mano para acariciar el encaje blanco.
—Es el vestido más hermoso que he visto en toda mi vida. Podría hasta decir que tienes mejor gusto que yo para escogerlos —confieso.
—Todo lo aprendí de ti —me dice con dulzura, provocando que las miles de mariposas se liberen en mi interior.
—¿Entonces, es una cita muy formal?
—Es una cita de esmoquin y vestido largo. Primero iremos a la ópera y luego te llevaré a cenar —me informa.
Eso explica el porqué del vestido largo. Claro, asistiremos a la opera. Hace meses que no voy, y la idea me resulta atractiva.
—Te estaré esperando —le digo con una sonrisa—.Y gracias por las flores. Pequeño Ángel también te lo agradece.
Oigo como sonríe levemente al otro lado.
—Estoy ansioso por verte en ese vestido.
—También yo —confieso provocando que los dos riamos.
—Pasaré a recogerte a las ocho.
—Bien.
—Te amo.
—También yo.
*****
A las seis de la tarde, Damian pasa a recoger el bendito pastel y me agradece una y otra vez por todo lo que he hecho. Luego, se despide de mí y por fin tengo tiempo de empezar a prepararme para la cita. Con dos horas tiene que ser más que suficientes. Podría haber empezado antes, pero Pequeño Ángel tenía sueño y yo también, así que consentí su antojo y tomé una siesta.
Mi madre aparece en mi habitación cuando estoy comenzando a hacer algo con mi cabello.
—¿Necesitas ayuda? —pregunta, viéndome desde el umbral de la puerta.
—Toda la que sea posible —le digo, colocando el aparato de hacer ondas sobre un mechón de cabello—. No logro que salgan perfectos —murmuro, enseñándole con mi otra mano los primeros intentos fallidos de risos para nada perfectos y mucho menos suaves. Ella se ríe y entra al cuarto de baño.
—Deja que te ayude —me dice, tomando el aparato entre sus manos, enrolla un mechón en él y me mira durante unos segundos, examinándome detenidamente—. Tráete una silla y siéntate que yo haré esto por ti.
Suelta mi mechón de pelo y veo un rizo perfecto, simplemente hermoso y suave. Sonrío por el resultado y corro a la habitación en busca de lo que me ha pedido.
Posiciono la silla delante de ella, me siento y dejo que peine mi cabello y que haga todos los rizos que quiera. Al pasar el tiempo veo a través del espejo como más y más rizos perfectos comienzan a caer sobre mis hombros.
—Listo.
Miro mi aspecto y sonrío ampliamente. Mi cabello quedó completamente hermoso.
—Se ve muy bien —le digo, acariciando un mechón.
—Sí, pero aún no hemos acabado. Tengo que hacerte un peinado, algo que se vea hermoso y sofisticado. Irás a la ópera, a cenar y luego a quien más sabe dónde con el amor de tu vida. ¡Tienes que verte bien!
Me volteo en su dirección y la interrogo con la mirada.
—¿Qué has dicho, madre? —pregunto con una sonrisita—. ¿Cómo sabes que sucederá todo eso?
Ella balbucea antes de hablar, mueve sus manos y el aparato de un lado al otro, como si estuviese buscando una explicación.
—Bueno, tal vez, accidentalmente, oí tu conversación por teléfono —brama, intentando parecer distante.
Suelto una risita, le lanzo una mirada y luego ella regresa mi cabeza en dirección al frente.
—No quiero más preguntas tontas, Paula Chaves. Toma esa caja repleta de horquillas y quédate quieta —me ordena con autoridad.
Volvió a ser la Carla de siempre. Autoritaria y demandante.
Sonrío en el interior, pero hago lo que me dice y dejo que peine mi cabello. Sé qué hará algo increíble con él. Mi madre comienza a cambiar.
Cuando faltan solo quince minutos para las ocho, bajo las escaleras con sumo cuidado. Con una mano tomo el barandal de hierro y con la otra sostengo mi vestido para no pisármelo. Mi madre, mi padre y Flora esperan la final de la escalera.
Mi padre extiende su mano para ayudarme a bajar los últimos tres escalones. Le sonrío y él a mí. Mi madre parece realmente orgullosa de lo que ha logrado, Flora no puede contener su emoción y mi papá tiene esa mirada cargada de orgullo.
—Me has dejado sin palabras, princesa —dice, observando mi aspecto.
Mi madre ha hecho un espléndido recogido con mi cabello, dejando algunos mechones sueltos que descienden sobre mi perfecta cara, el resto se ve atrapado en un agraciado moño de rizos, contenido por cientos de horquillas.
—Gracias, papá —digo en un susurro.
Él sigue sosteniendo mi mano y no parece querer soltarla.
—¡Niña Paula! —chilla Flora desde su lugar—. Te ves hermosa, muy hermosa —dice emocionada. Sonrío a modo de agradecimiento, mi madre me mira de pies a cabeza y parece querer decir algo, pero creo que le cuesta hacerlo.
—Te ves realmente hermosa, Paula —murmura, tomándome completamente por sorpresa.
Abro los ojos y la miro por varios segundos. Lo ha dicho.
Luego de casi diecinueve años de ser una madre perfeccionista y exigente, ha dicho las palabras que siempre he querido oír. Ha dicho que soy hermosa.
—Claro que se ve hermosa, Carla. —responde mi padre atrayendo mi atención—. Ven, princesa. Quiero hablar contigo un momento —me dice mientras que me lleva con él a su despacho.
Cruzamos el umbral. Él cierra la puerta y se dirige al inmenso mueble donde hay un estéreo. Lo miro con el ceño fruncido y me quedo de pie, esperando para ver qué es lo que quiere decirme, pero de pronto el vals del Danubio Azul comienza a sonar y sonrío porque sé exactamente qué sucede.
—Hace mucho que no hacemos esto.
Tomo su mano y me acerco a su cuerpo. Comienzo a mover mis pies al ritmo de los suyos y dejo que la música nos lleve por la habitación.
—Mucho tiempo, papá —aseguro, recordando todas esas veces en las que estaba aburrida y él me tomaba entre sus brazos, colocaba mis pies sobre los suyos y me enseñaba a bailar el baile de salón. Creo que solo tenía diez años, pero pasábamos toda la tarde riendo y divirtiéndonos.
—Ya no eres una niña, Paula —me dice, colocando una mano en mi mejilla—. Te has convertido en una mujer, una hermosa mujer, estás formando una familia… —me ve con orgullo, aunque puedo percibir ese pequeño dolor en su voz y en sus sentimientos. Sí, he crecido, no soy una niña, pero seguiré siendo su princesa.
—No voy a alejarme de ti nunca, papá —digo con un hilo de voz. Sé lo que está pensando, pero no sucederá—. Siempre seré tu hija, pase lo que pase.
Mi padre sonríe, luego deja de bailar y me abraza muy fuerte. Cierro mis ojos y coloco mi cara en su pecho, no quiero llorar ahora, pero estoy completamente emocionada.
—Luego de lo que sucedió con Mariana, tú has sido el mejor regalo que me ha dado la vida, Paula —dice con la voz entrecortada.
No puedo soportarlo. No puedo evitarlo tampoco. Suelto un sollozo y me largo a llorar.
—Oh, papá… —chillo, abrazándolo aún más fuerte. Él sigue sin soltarme y noto como la angustia invade la habitación. No quería llorar, pero lo hice—. Tú has sido lo mejor que me sucedió, perdí a mi madre, pero luego apareciste tú.
Mi padre me toma el rostro con delicadeza y hace que lo mire fijamente. Estoy llorando y él también. Limpia mi mejilla con su pulgar y luego sonríe.
—Eres hermosa, dulce, testaruda, caprichosa, inteligente, a veces demasiado desesperante, pero sobre todo, eres el tesoro más grande que tengo. Te quiero, pequeña…
—También te quiero, papá —le digo con una amplia sonrisa. Vuelve a abrazarme y luego me suelta.
—Bueno, tienes una cita… creo que con él también serán válidas las reglas de la casa, ¿No crees? —pregunta a modo de broma.
Niego levemente con la cabeza y me rio.
—No creo que regrese esta noche —le digo siendo completamente sincera. —Si todo sale bien, volveremos a ser lo que éramos antes.
—Todo saldrá bien —me asegura, tomando mis manos entre las suyas—. Lo único que tienes que hacer es pensar en tu felicidad, ser completamente egoísta y pensar en ti.
—Eso es exactamente lo que me dijiste el día que acepté casarme con él.
—Y tuve razón, ¿cierto?
Me rio de nuevo. Sí, claro que la tuvo. Me casé con Pedro por dinero y nada más que dinero y he ganado algo mucho más importante. Amor, felicidad, nuevas experiencias, una familia, un hijo… Cosas que hace más de un año no estaban en mis planes. Pedro cambió mi vida por completo.
—Claro que sí. La peor locura se convirtió en lo mejor que pudo sucederme.
Él me sonríe, limpia mi mejilla y acomoda mi cabello.
—Ve, seguramente debe de estar por llegar y yo aquí, distrayéndote… —dice mientras que intenta recobrar la compostura. Papá no suele ser un hombre cien por ciento sentimental, pero cuando lo hace, se convierte en alguien completamente influyente en mi vulnerabilidad—. Esta es tu noche...