miércoles, 20 de septiembre de 2017

CAPITULO 34 (SEGUNDA PARTE)





Más tarde Pedro nos invita a almorzar como es debido. Nos lleva a un excelente restaurante en la zona céntrica de la ciudad y mi padre aprovecha la oportunidad que Pedro nos da para hablar a solas. Sé que cuando dijo que debía ir al baño, no lo decía de verdad. Sé que notó que papá y yo necesitamos unos minutos.


—Ahora que tu esposo no está, quiero hablar seriamente contigo.


—Lo supuse, papá —respondo con la voz frágil. Sigo siendo su niñita, no quiero que me reprenda por nada, pero sé que si lo hace, tendré que tolerarlo—, pero te advierto que si vas a regañarme por lo que está sucediendo, pienso ponerme de pie, buscar a mi esposo y marcharme de aquí. Si tú no puedes entender, entonces…


—Oye, yo no dije nada de eso —musita velozmente haciéndome callar.


Se suponía que entre Pedro y yo solo había un acuerdo, pero espero que él lo entienda. Él sabe lo que siento.


—¿Entonces?


—Solo quiero terminar de entender toda esta situación —asegura—. Estoy feliz por ti, muy feliz, pero me ha tomado por sorpresa. Tú me dijiste que estabas enamorada de él, pero jamás pensé que a tus veinticuatro años pensaras que ya estás lista para formar una familia.


—¿Crees que no puedo hacerlo? —cuestiono con mala cara.


No me agrada lo que está diciéndome, todos saben que si quieren verme feliz, tienen que decir y hacer lo que a mí me parece bien y papá no está hablando con cordura.


—Princesa… yo no he dicho eso.


—Entonces explícate, porque no logro entenderte.



Mi padre comienza a desestabilizar mis hormonas. No puede jugar así con mis cambios de humor. Al segundo estoy feliz y al otro estoy enojada. No tiene sentido.


—Esto me ha tomado por sorpresa y…


—Papá… —digo para callarlo.


Suelto un suspiro e intento calmarme. El camarero deja nuestra orden en la mesa con suma discreción e intenta no hacerse notar. Eso me da tiempo para pensar bien lo que diré. No quiero pelearme con papá por algo tan importante como esto.


—Amo a Pedro, estoy completamente enamorada de él. Amo cada palabra que me dice, amo la manera en la que me trata… lo amo a él, eso lo sabías desde hace un tiempo. Ese viaje nos sirvió para hacer que lo nuestro creciera. Ahora, por fin, siento que este matrimonio es realmente un matrimonio. Tenemos algunas peleas y discusiones, pero ambos sabemos que la que siempre tiene la razón soy yo y… —mi padre sonríe cuando digo eso.


—Francamente, no sé cómo hace ese hombre para lidiar contigo —sisea con un poco de crueldad y sorna, pero logra sacarme una sonrisa.


—Siempre me da la razón. Demora en hacerlo, pero soy yo la que siempre gana.


Mi padre suelta una leve carcajada y luego husmea el pedazo de carne que colocaron en su plato.


—Tengo miedo de perderte… —murmura con la mirada disipada. Lo dice como un comentario sin razón, pero ahora lo comprendo todo y se me rompe el corazón al verlo. Está preocupado, muy en el fondo está preocupado por mí y por lo que pueda suceder con la conexión que tenemos, también puedo afirmar que mi padre está celoso y no se atreve a admitirlo.


—Oh, papá… —lloriqueo de nuevo. Me muevo velozmente y recorro el otro lado de la mesa redonda para abrazarlo. ¿Por qué tiene que hacerme llorar?—. Te prometo que nada cambiará entre nosotros.


—Cuando ese bebé nazca, dejarás de ser mi pequeña princesa —afirma con la mirada cargada de dolor y miedo.


No puedo pensar en eso, no puedo ni siquiera imaginármelo. 


En toda mi vida, bueno, desde que mi madre biológica se murió, Marcos ha sido como mi ángel. Me ama como si fuese su hija biológica y yo lo amo a él. Siempre me brindó su cariño, su amor, todos sus conocimientos y sus maneras diversas de divertirse, él siempre estuvo ahí, es mi padre.


—Jamás dejaré de ser tu pequeña princesa, papá…





CAPITULO 33 (SEGUNDA PARTE)





Cuando la secretaria número uno de papá nos anuncia, comienzo a sentir algo de nerviosismo. No es poca cosa lo que le diré. Él será abuelo, tengo que decirle y esperar por su reacción. No sé qué sucederá, realmente. Siempre supo que no era una mujer del todo cariñosa y mucho menos con los niños. No tengo idea de lo que pueda decir. Sé que es pronto, sé que solo llevamos un año y unos pocos meses de casados y sé que mi padre sabe que todo esto era una farsa, pero lo entenderá, tengo la esperanza de que lo entienda, tiene que hacerlo, soy su niñita, su princesa y siempre debe apoyarme.


—Pueden pasar —dice la secretaria.


—Gracias —responde mi esposo con amabilidad.


Pedro me toma de la mano y juntos caminamos en dirección al ascensor. Tengo un recipiente en una bolsa de papel, he traído algunos de los cupcakes que hice para mi sorpresa. 


Sé que a papá le encantarán.


—No estés nerviosa, preciosa. Eso no le hará bien a Pequeño Ángel —me advierte con ternura, mientras que acaricia mi mentón.


—No puedes pedirme que esté calma en un momento así, Pedro —me quejo, intentando no perder el control—. No es poca cosa lo que le diremos a mi padre. Sabes que para mí es muy importante su aprobación y…


Él coloca su dedo sobre mis labios, para que ya no siga hablando. Me mira con los ojos cargados de ternura y me besa por varios segundos.


—Te amo. No estés nerviosa, por favor.


Lo miro un segundo y sé que todo estará bien, él estará conmigo, no estaré sola y no me sentiré sola. Este asunto del embarazo es cosa de ambos.


—También te amo —le digo a modo de respuesta. No besamos de nuevo y las puertas del ascensor se abren de par en par.


Nos damos la mano y caminamos con una actitud de seguridad completa hacia el escritorio de su secretaria número dos.


—Señora Alfonso, señor Alfonso —nos dice a modo de saludo—. El señor Chaves está en su despacho.



—¿No le has dicho que vinimos, cierto? —pregunto.


—Seguí sus órdenes al pie de la letra, señora. Él no sabe que ambos están aquí.


Ambos sonreímos como muestra de agradecimiento y cruzamos, velozmente, las puertas de la oficina de papá.



****


Ahí está él, concentrado, leyendo el periódico. No parece percibir nuestra presencia. Sonrío al verlo, es como lo recuerdo. De niña siempre solía interrumpir su lectura sentándome en sus piernas, para que me ayude a armar algún rompecabezas o algún laberinto complicado.


—Buenos días, papá —le digo elevando el tono de voz para que me oiga.


Él mueve el periódico a un lado y nos mira a ambos con el ceño fruncido. Sé que debe de estar desconcertado, jamás lo he venido a visitar con Pedro a mi lado, pero cuando le diga el por qué, sé que lo entenderá.


—¿Estoy soñando, acaso? —se pregunta a sí mismo—. ¿Esa mujer tan hermosa y feliz es mi pequeña princesa?


Contengo la emoción.


—Así es, papá. —digo con una amplia sonrisa.


Suelto la mano de Pedro y acelero el paso para abrazarlo. 


Lo extrañé, no le he visto desde hace casi un mes. El viaje… lo que sucedió con Laura, fue mucho tiempo sin ver a papá. 


Su agenda es algo ocupada al igual que la mía. Lo extrañé, lo extrañé demasiado. No fueron suficientes las llamadas por teléfono, anhelaba verlo.


Él me abraza fuertemente y besa mi pelo una y otra vez, mientras que me dice lo mucho que me ha extrañado.


—Mírate nada más… estás completamente radiante, princesa. Tu cabello, tu sonrisa, hasta ese vestido hace que te veas aún más hermosa —asegura mirándome de pies a cabeza.


Sonrío y miro de reojo a mi esposo que tiene la mirada cargada de orgullo. Sí, soy su Paula, soy su esposa, soy toda suya, tiene que sentirse más que orgulloso de mí.


—Fueron unas hermosas vacaciones, papá. Sucedieron muchas cosas en el viaje —aseguro, viendo con complicidad a mi esposo que me sonríe como respuesta. Quiero empezar a lanzar algunas indirectas, para ver si logra captar lo que sucede.



Segundos más tarde, papá percibe que Pedro está aquí y dejo de ser el centro de atención. Ambos se saludan con un abrazo e intercambian algunas palabras.


Tomo la bolsa de papel y le entrego a mi padre las deliciosas maravillas que preparé con mis propias manos. Como siempre, se sorprende, pero no comete la estupidez de decir que son comprados, por fin reconoce que los he hecho yo. 


Su secretaria ingresa con una bandeja, repleta de cosas para tomar el té. La coloca sobre la mesita ratonera ubicada a un rincón y los tres nos sentamos en los sillones de cuero negro.


—¿Han desayunado, ya? —pregunta, tomando uno de mis cupcakes.


—Aún no —respondo.


—Pensaba llevar a Paula de compras luego de visitarte —explica mi esposo—. Puedes acompañarnos si quieres.


Mi padre asiente levemente con la cabeza. Los tres comenzamos a hablar mientras que bebemos té y comemos lo que preparé. Le contamos todo con respecto a nuestro loco viaje y luego le damos la buena noticia de que Laura ya está bien y de reposo en su casa junto a sus padres.


Tengo que juntar fuerzas y decírselo de una buena vez. He tirado otras dos indirectas durante la charla, pero él jamás lo entendería, creo que ni siquiera Pedro se dio cuenta de lo que dije.


—Papá… —murmuro y siento como mis nervios comienzan a resurgir en mi interior—, Pedro y yo vinimos a visitarte porque tenemos algo muy importante que decirte.


Mi padre nos mira a ambos y frunce el ceño. No quiero que se preocupe y piense cualquier cosa, pero quiero hacerlo sufrir por unos minutos. Sé que la ansiedad lo volverá loco, pero valdrá la pena cuando le diga que será el mejor abuelo del mundo.


Pedro extiende su mano para tomar la mía, como diciendo “Todo estará bien, puedes decírselo”. Sonrío y decido ponerme de pie, mi esposo me sigue y acorta un poco más la distancia entre ambos.


—Sé que te gustará —aseguro sonriéndole a mi padre con dulzura.


Miro a Pedro y él me mira a mí. Solo los dos sabemos que sucede y sé que papá está muriéndose de la curiosidad. No podrá soportarlo por mucho tiempo y yo tampoco.


—¿Qué sucede? Están preocupándome —se queja—. ¿Pasa algo?



Pedro sonríe y me coloco delante de mi esposo. Él me rodea la cintura y posa sus dos manos sobre mi vientre. Papá parece no notar lo que sucede así que coloco ambas manos junto a las de Pedro y acariciamos a Pequeño Ángel.


Si, ahí está. Esa era la expresión que quería ver en su rostro. La sorpresa total.


—Sorpresa, papá —murmuro con los ojos llorosos.


No veo reacción ninguna en su rostro, parece perdido en sus propios pensamientos, en su propio mundo, mientras que me mira y luego a mi barriga, como si no comprendiera lo que sucede.


—Princesa… —dice con la voz entrecortada.


Pedro sonríe a mis espaldas y besa mi mejilla.


—Serás abuelo, papá. El mejor abuelo del mundo —aseguro sin poder contener la emoción. Me pongo a lloriquear como toda una futura mamá sentimental.


—Tienes que decirnos algo, Marcos —agrega Pedro con una sonrisa.


Es extraño oír el nombre de mi padre, nadie lo llama así, salvo mi madre.


Papá sigue ahí, sin moverse. Me mira una y otra vez, no sabe que decir. Está completamente sorprendido y emocionado. Veo como sus ojos brillan por la sorpresa y la felicidad. Quería que reaccionara justo así.


—¡Ven a felicitarme, papá! —exclamo abriendo mis brazos. Él sonríe nervioso y cruza la habitación hasta abrazarme fuertemente. Está demasiado emocionado y sorprendido—. ¡Serás abuelo!


—Por dios, Paula… —me dice con la voz entrecortada—. Mi pequeña princesa tendrá un bebé... —sisea sin poder creer en sus propias palabras.


Nos abrazamos y lloriqueamos los dos juntos, durante varios minutos. Me dice cosas hermosas y luego se separa de mí para verme mejor, observa mi vientre y lo acaricia un par de veces. Aún no puede creerlo.


—Tú no pierdes el tiempo, Alfonso —espeta mi padre con una sonrisa traviesa en los labios. Pedro se pone de todos los colores posibles, mientras que yo contengo una gran carcajada.


—Seré padre, Marcos. Tienes que felicitarme también —le dice a modo de invitación, abriendo sus brazos de par en par.


—Tendré que cambiar mi testamento de nuevo...



Los tres nos reímos sonoramente y luego papá y Pedro se abrazan.


En este momento soy feliz, completamente feliz, en este momento me siento la persona más afortunada del mundo. 


Tengo todo lo que quiero, pero no me importa si es material. 


Lo tengo a Pedro, tengo a mi padre y ahora a Pequeño Ángel…


Mi vida es simplemente perfecta y todo gracias a Pedro. El amor puede cambiar a cualquier persona, no importa el tipo que sea. Yo cambié demasiado, y en muy poco tiempo. 


Ahora me siento mucho mejor conmigo misma, ahora soy solo yo, solo Paula.




CAPITULO 32 (SEGUNDA PARTE)





Como todas las mañanas, abro los ojos y veo a Pedro a mi lado. Tiene sus brazos envueltos alrededor de mi cintura y, si lo miro atentamente, puedo ver como una leve sonrisita se oculta tras sus labios. ¿Acaso se durmió sonriendo?


Muevo mis manos hacia su cara y acaricio su mentón.


—Te amo, Pedro Alfonso —murmuro levemente para mí misma y contemplo cada centímetro de su rostro. Es muy placentero verlo dormir. Sé que está algo cansado y quiero que siga durmiendo.


Miro el reloj de mi teléfono celular, aún es algo temprano. 


Visitaremos a mi padre para darle la gran noticia sobre Pequeño Ángel y luego cada quien hará sus rutinas habituales. Muero por ver la cara de papá, sé que él jamás se imaginará que sucede, pero estoy completamente segura que será la mejor sorpresa que le han dado en toda su vida.


Beso a mi esposo en los labios y, con mucho cuidado, intento desenredarme de sus brazos que se aferran a mi cuerpo. Me pongo de pie y corro al baño. Necesito relajarme, necesito verme bien y necesito sentirme bien. Solo un baño de burbujas puede resolver esto.


Coloco música en mi teléfono celular, mientras que espero a que la tina con hidromasaje esté llena. Hay olor a rosas y a lavanda en todo el baño, el vapor comienza a colmar las paredes, y ahí estoy yo, mi reflejo frente al inmenso espejo. 


Esa mujer solitaria, vacía y descortés ya no está.


Ahora soy otra persona, me siento como otra persona totalmente diferente. Ya no hay ni una sola máscara, no hay facetas, ni disfraces, soy solo yo, solo Paula, por primera vez
en todo este tiempo, realmente me siento yo. Soy quien quiero ser y todo esto es gracias a Pedro.


Sé que si él no se hubiese cruzado en mi camino, mi vida no sería lo que es actualmente, sería mucho peor. ¿Cómo he estado toda una vida sin conocerlo? ¿Cómo he podido soportarme a mí misma durante todo este tiempo? ¿Cómo hice para no ser quien siempre quise ser? Nadie puede responder a eso, ni siquiera yo, pero ahora todo es muy diferente.


Voy a ser madre… Nada mejor me puede pasar.



*****

Salgo de la tina, apago la música de mi celular y luego de envolverme en la bata de baño, me dirijo hacia mi armario. Tengo que vestirme como lo hago siempre. Si no me coloco tacones, papá sospechará que algo extraño sucede y eso podría arruinar mi sorpresa.


Rebusco entre los cientos de vestidos que tengo, pero ninguno logra llamar mi atención por completo. Hoy no quiero vestir de negro, no quiero maquillarme como lo hago siempre y tampoco quiero usar el peinado de siempre. 


Quiero cambiar, me siento diferente y quiero que los demás lo noten. Sé que tengo algunos vestidos de colores, pero no tengo idea de adonde están. ¿Dónde demonios los metí?


Comienzo a mirar a mí alrededor. En la parte superior de la tienda individual, hay cubículos, repletos de cajas que contienen ropa, zapatos, sombreros y ese tipo de cosas, que solamente suelo utilizar en ocasiones especiales. Sé que esos vestidos deben estar por algún lado.


—¿Qué haces? —pregunta Pedro a mis espaldas, tomándome de la cintura.


Me estremezco y doy un leve saltito por el susto. Suspiro y luego me volteo en mi dirección. Acaba de despertarse, solo trae su ropa interior y el cabello sumamente alborotado.


Pedro, me asustaste —confieso, colocando la mano en mi pecho. Él sonríe y luego besa mis labios castamente.


—Buenos días, señora Alfonso.


—Buenos días —Coloco ambas manos detrás de su cuello.


—¿Qué hacías?


—No tengo nada que ponerme —aseguro frunciendo el ceño.



Si, sé que tengo un armario repleto de ropa, pero, aun así, no tengo nada.


—Frase típica de mujeres —me responde con una sonrisa traviesa—. Te llevaré de compras el fin de semana, si quieres.


—Claro que quiero —digo velozmente.


Acerca sus labios a los míos y me besa.


—Aún no le he dicho buenos días a mi Pequeño Ángel —Me mira fijamente, mientras que mueve su mano y la deposita sobre mi vientre.


—Dile buenos días, entonces —lo reto con una sonrisa.


Pedro se acerca mucho más a mí, toma ambas puntas del cinturón de mi bata de baño y desenlaza en moño de ella. 


Luego, aparta la bata hacia un lado y se agacha lentamente, sin apartar su mirada de la mía, es una conexión irrompible. 


Su cara queda a la altura de mi vientre y sus labios se posan sobre el de manera inmediata. Cierro los ojos con fuerza, esa sensación de sus labios con mi piel, es arrasadora de todos mis sentidos. Coloco mi mano detrás de su cabeza y acaricio su cabello.


—Buenos días, Pequeño Ángel.


—Creo que debe estar diciéndote buenos días —aseguro con una inmensa sonrisa.


Pedro besa mi vientre nuevamente y se pone de pie. Ahora estamos cara a cara, él es más alto que yo, pero tengo acceso a su mentón y a la comisura de mis labios. Él coloca ambas manos en mi cintura y atrae mi cuerpo al suyo, como si fuésemos dos imanes, no podemos estar lejos el uno del otro.


—Dime que me amas, Paula Alfonso —me pide, juntando su frente con la mía.


Acaricio su mejilla y su espalda. Mis manos se mueven inquietas, deseosas por tocarlo por todas partes.


—Te lo dije cuando desperté, te lo digo cuando te duermes antes que yo… Te amo todo el tiempo, Pedro



*****


Me levanto de la cama y esta vez Pedro no me retiene. He perdido tiempo valioso, que podía haber aprovechado para vestirme y producirme, pero como soy una débil, me dejé conquistar y seducir, me entregué a él de nuevo y no me preocupé por buscar mi atuendo o por secar mi cabello mojado, que humedeció las sábanas de la cama.



—¿Puedes bajar esa caja por mí? —pregunto antes de que entre al baño para darse una ducha.


Él se acerca rápidamente, estira sus largos brazos y toma la caja que le pedí. La coloca sobre le mesa de vidrio y al abrirla, veo uno de mis vestidos de novia.


—Caja equivocada —Hago una mueca.


Él observa el interior de la misma y toma mi vestido número dos. El que utilicé para la recepción de la boda. Bordado en encaje, corte sirena y una pequeña cola. Sé que le encanta ese vestido, sé que todos mis vestidos lo volvieron loco ese día.


—No recuerdo en que caja guardé algunos vestidos —digo a modo de disculpa.


Él acaricia la tela de la prenda y me mira fijamente.


—Estabas muy hermosa ese día —sisea con la mirada perdida en algún lugar, como si estuviera recordando segundo a segundo todo lo que sucedió entre nosotros aquella larga noche en donde solo nos peleamos por idioteces sin sentido.


—Tú estabas demasiado insoportable, ese día —afirmo con una sonrisa a medias.


—Aunque no lo creas, el día de nuestra boda fue uno de los más felices de mi vida.


—Ese día me hiciste enojar más de la cuenta —le recuerdo, debido a todas las idioteces que hizo solo para molestarme y, lo peor de todo, podía ver como lo disfrutaba.


—Fue divertido —confiesa con una pícara sonrisa.


Muerdo mi labio inferior y golpeo su hombro levemente. Sé que lo disfrutó y sé que yo también lo hice, aunque nunca lo confiese del todo.


Me roba un beso y luego seguimos bajando cajas que tienen todo tipo de ropa y accesorios, hasta que por fin encontramos la que está repleta de vestidos de diversos colores. Pedro frunce el ceño, sé que para él es extraño ver todo esto, nunca se los enseñé y tampoco me los puse, pero me siento diferente y quiero un cambio. Estoy algo harta del negro.


—¿Qué color te gusta? —cuestiono mientras que observo dudosa la gran variedad de verdes, celestes y rosas que hay en la caja.


—El rosa pastel —me responde rápidamente.


Tomo la prenda entre manos y lo coloco encima de mi cuerpo para visualizar como se vería en mí. Pedro me da su aprobación, mira el reloj de la pantalla de mi celular, me besa y corre al baño. Tal vez, si él no me hubiese seducido, no estaríamos demorados.



—Vístete, preciosa. Me daré un baño y visitaremos a tu padre —grita desde la ducha.








CAPITULO 31 (SEGUNDA PARTE)





Abro los ojos cuando sé que mi pequeña siesta se acaba. 


Estoy en brazos de Pedro, el único lugar en el mundo en donde quiero estar siempre. Me sonríe y yo le devuelvo el gesto. Muevo mis piernas debajo de las sábanas para sentir esa deliciosa suavidad y luego elevo mis brazos hacia arriba para apartar todo ese sueño, producto de la siesta pos sexo dulce y tierno con Mi esposo.


—Te amo —me dice acariciando un mechón de mi cabello.


—También te amo —respondo con la voz adormilada. 


Acaricio la leve mata de bello de su pecho y luego beso uno de sus bíceps.


—Pedí que prepararan la cena para ti —me informa acercándome más a su cuerpo.


—No tengo hambre —le digo a modo de protesta—. La verdad es que con los cupcakes que comí, debería de ayunar todo un mes para no subir de peso.



Frunce el ceño y me mira con mala cara. Ups, creo que dije algo que no debí decir.


—Escúchame bien, señorita —me advierte, señalándome con un dedo—. Te diré una sola cosa.


Pedro


—Comerás las tres comidas importantes del día quieras o no, Paula. Se acabaron las dietas, lo ayunos y todo ese tipo de cosas. Tenemos un bebé que alimentar y un cuerpo flacucho y débil que necesita de vitaminas, minerales y, sobre todas las cosas, hierro —murmura, intentando no olvidarse de nada. Lo miro desconcertada y no puedo evitar soltar una gran carcajada al oírlo decir eso.


—¿De dónde has sacado eso?—pregunto conteniendo más risas. Hasta parece mi doctor.


—Internet resulta ser muy útil —confiesa. Me rio de nuevo y beso su mejilla. Es un padre sobre protector y, sobre todo, emocionado. Tendré que acostumbrarme a este tipo de tratos.


—¿Que pediste para mi cena? —pregunto, sentándome en la cama.


—Sopa de vegetales, ensalada con muchos vegetales, jugo de naranja natural, agua y un plátano.


Lo miro sorprendida. No puede hablar enserio.


—¿Un plátano? —cuestiono confundida.


—Pequeño Ángel necesita hierro, potasio, vitamina C —me responde con obviedad.


—¿Eso también lo leíste en internet? —pregunto de manera burlona.


—No. Llamé a mi madre...


—¿La llamaste? ¿Qué te dijo?


—Me dijo que no puede creer que demoraras tanto en decírmelo, lloró, gritó, me felicitó y me dio algunos consejos.


—¿Y qué más?


—Mi madre dijo que si tú y yo dormimos frente a frente, el bebé sentirá el calor de ambos y para cuando nazca nos reconocerá a los dos inmediatamente...


No puedo evitarlo.



Verlo así hace que mi corazón se derrita una y otra vez. Será el mejor padre del mundo, me protegerá incluso del aire si es necesario. Estoy completamente asegura que concebir a Pequeño Ángel fue la mejor decisión que he tomado en toda mi vida.


Este bebé cambiará nuestras vidas.



*****


Minutos más tarde, golpean la puerta y ambos damos la orden para que entren a la habitación. Las dos chicas del servicio traen una bandeja repleta de comida cada una. Andy me entrega una a mí y la otra chica se la da Pedro


Comeremos en la cama de nuevo. Me siento fantástica...


Observo ambas bandejas y noto que son completamente iguales. Copias exactas en porciones y cantidades.


—¿Tu comerás esto también? —cuestiono mirándolo con confusión.


—A partir de ahora, comeré todo lo que tú comas, mi preciosa Paula. Haremos todo a conjunto.


Me rio levemente y beso sus labios. ¿Qué hice para merecer a este hombre?


Comenzamos a comer, mientras que Pedro mira el canal de noticias en la televisión de plasma. Tengo hambre y debo admitir que esta sopa de vegetales se ve fabulosa.


—Sabes... —digo para llamar su atención. Él baja el volumen al televisor y me mira expectante—. Me gustaría decirle a mi padre lo de Pequeño Ángel —murmuro algo tímida —. Él es alguien importante para mí y...


—Mañana antes de que vaya a la oficina, podremos visitarlo para decirle lo de Pequeño Ángel —Estira su brazo y caricia a nuestro hijo 


—De acuerdo.


—¿Cuándo se lo diremos a los demás? —me pregunta. Está dándome a elegir, yo puedo escoger.


—Pensaba decírselo a todos en tu fiesta de cumpleaños. Ya sabes que tu madre organizará algo y todos estarán ahí...


Él asiente, me besa en los labios y acaricia mi mejilla.


—Me gusta esa idea —sisea—. Ahora come, cariño. Tenemos que alimentar a este bebé.



Acabamos con la cena, Pedro lleva ambas bandejas a la cocina y espero impaciente hasta que regrese. Tengo algo de sueño, pero no quiero dormirme sin él, quiero cerrar los ojos y descansar en sus brazos.


Poso mi mirada sobre mi vientre plano. En unos meses no me veré como ahora, mi hijo crecerá día a día y yo sentiré cada uno de esos cambios.


—Serás muy feliz, Pequeño Ángel —le digo a mi barriga y sonrío cuando comprendo lo que estoy haciendo.


Es extraño. Sé que está ahí dentro de mí, pero a veces mi cerebro no se atreve a creer que de verdad le hablo a mi bebé. ¿Podrá oírme? Tengo tantas preguntas, tantas dudas...


Pedro aparece en la habitación. Se sienta a mi lado y me enseña un libro antiguo de tapa dura en color negro con adornos dorados. Frunzo el ceño y lo interrogo con la mirada.


—Ábrelo —me dice como si eso respondiera a todo. 


Comienzo a pasar las páginas desesperadamente, pero no encuentro nada.


—Está en blanco.


—Así es.


—No comprendo.


—Escribamos algo en el cada día, con respecto a nuestro bebé, a cómo va el embarazo y ese tipo de cosas. Hagamos de este viejo libro un diario —me sugiere, y sonrío por lo complacida que estoy con su idea.


—Me encanta la idea.


Tomo el libro entre mis manos, Pedro me da el bolígrafo y juntos pensamos que escribirle a nuestro hijo en esta primer hoja.




Pequeño Ángel:
Si, así decidimos llamarte tu padre y yo, hasta saber si eres una preciosa niña o un precioso niño, serás un ángel de todas formas.
Hace exactamente cuatro días que sé de tu existencia y hace unas dos o tres horas que se lo he dicho a papi... Aún sigue llorando...
Hemos decidido escribirte este diario, es una forma diferente de decirte con palabras lo que sentimos. Ambos tenemos la esperanza de que cuando tengas unos diecisiete u dieciocho años, leas esto y comprendas todo lo que ya te amamos.
Papá cree que serás una niña y, sinceramente, sé que serás una hermosa niña como tu madre, es decir yo. Incluso, me atrevo a imaginarte... Tu padre me mira en este momento y sé que también lo hace.
Me pregunto: ¿Cómo serás? ¿De qué color serán tus ojos? ¿De qué color será tu cabello? ¿Y, qué hay de tu carácter?
Ahora estoy riendo porque papá implora que seas calmado como él. Sí, sé que no podrá soportar a una Paula entera y menos a una mini Paula más...
Tengo que admitir que saber que estás dentro de mí me hacen llorar. Estoy algo sensible y papi intenta acostumbrase a esos cambios repentinos.
Ahora te acaricia lentamente una y otra vez, mientras que sonríe al ver como escribo y lleno las hojas en blanco de este diario. Tu diario.
Sé que puedes sentir a papá, aunque, cuando leas esto no lo recordarás, sé que puedes escuchar a mamá y también sé que sabes que te amamos, Pequeño Ángel... Estas son las dos primeras páginas de muchas, porque mientras que tenga manos para escribir y un corazón con el que sentir, escribiré y sentiré... Lo haré para demostrarte mi amor, el amor de tu padre...
Ambos haremos lo que esté a nuestro alcance para que nunca te falte amor, felicidad, cariño... Ni siquiera tienes dos meses de vida, pero ya te amamos con todo nuestro corazón...
Sigue creciendo, Pequeño Ángel...
Con amor y mucha emoción.
Mamá y Papá.