“No te atreváis siquiera a levantarle la mano de nuevo por qué vais a conocer a un español muy jodido.” “No le digas a tu esposo quien soy.” “¡Eres una mierda que arruinó mi vida y eso es todo!” “Tú sólo eres el estorbo que Marcos quiso poner en nuestras vidas como remplazo de lo que perdimos…”
Han pasado siete días exactos desde aquella tarde, y todas esas palabras aún siguen resonando en mi cabeza una y otra vez. No puedo deshacerme de ninguna de ellas. Lo he intentado, he intentado fingir que nada sucedía, pero Pedro lo notó de inmediato y aunque sé mentir, sé que no creyó mi excusa.
—¡Mamá, Paula! —grita Ale desde su habitación. Siento como se me congela el pecho y me pongo de pie rápidamente. Corro por el pasillo a toda prisa y al llegar a su habitación lo veo sentado en su mesita de dibujo con cientos de colores esparcidos por el piso y tiene un crayón color verde en su mano que parece estar roto.
—Por Dios, Ale. No grites así —le digo dulcemente—. Me asustaste… Él agacha la mirada hacia su manito repleta de marcador verde y luego me la enseña. Me acerco y me rio al verlo de esa manera.
—Y en la cara también tienes —le digo señalando sus mejillas—. ¿Qué ha pasado?
—Se cayó al suelo y mi pie lo aplastó —dice, viendo el suelo. Miro la mancha e intento ignorarla. Saldrá, no hay problema. Lo que quiero es quitarle eso de la cara. Es impresionante lo bien que me siento cuando hago cosas como estas. Soy su mamá y él es mi hijo.
—¿Qué te parece si te doy un baño y luego vamos a ver qué está haciendo papá Pedro? —pregunto tomando de su manito para que se ponga de pie.
Él asiente con la cabeza, me sonríe y luego corre a su cuarto de baño repleto de calcomanías de dibujos animados por todas las paredes. Lo sigo con una sonrisa. Abro el agua caliente y dejo que la bañera se llene mientras que mojo una toalla y comienzo a quitarle el verde de la cara. Demoro unos pocos segundos en hacerlo y luego prosigo con sus pequeñas manitos.
—Creo que ya está listo —le digo enseñándole sus extremidades. Él las observa, sonríe y luego me abraza—. ¿Qué dices si llamamos a papá para que te coloque en la bañera?
Asiente y luego sonríe.
—¡Papá, Pedro! —grito lo más fuerte que puedo.
—¡Papá, Pero! —grita Ale al igual que yo, y luego nos partimos de la risa—. ¡Papá, ven!
Me rio levemente y luego doy un brinco cuando la puerta del baño se abre con un estruendo y un muy preocupado Pedro nos observa mientras que respira agitado. Está blanco del susto y eso me hace sonreír.
—Oh, por Dios… —dice, colocando una mano en su pecho—. ¿Estás bien? —pregunta acercándose a mí. Le digo que sí con la cabeza y luego mira a Ale—. ¿Los tres están bien? No vuelvan a hacerme eso —pide, recobrando el aliento.
—Lo lamento —me disculpo robándole un beso.
—¡Papá Pero! —dice Ale estirando sus bracitos hacia él.
Pedro lo carga y luego mi pequeño señala la bañera. Mi esposo parece comprender lo que sucede, cuando lo deja dentro del agua lo observa y se pone de cuclillas para jugar con él y algunos juguetes. Es la escena más hermosa que he visto en toda mi vida. Ale salpica un poco de agua a su padre y moja su camisa blanca. Él parece fingir molestia y coloca ambos brazos en jarras.
—¿Acabas de salpicar a tu padre, jovencito? —Ale se ríe y Pedro lo salpica a él también. De pronto me veo en medio de una guerra de agua dentro del cuarto de baño de Ale…
****
Mi pequeño está durmiendo su siesta y, sinceramente, verlo me da sueño. Quiero acostarme solo un rato, pero quiero que Pedro me acompañe. Bajo las escaleras con sumo cuidado, paso por la sala de estar y enciendo la televisión para que haga algo de ruido. Camino por el pasillo y al llegar al despacho, me detengo al oírlo gritarle a alguien por teléfono.
—¡No, te he dicho que no! —exclama furioso—. ¡No voy a hacer eso! ¡Porque no! ¡Me importa una mierda, tu ve, yo no voy a dejarla aquí! ¿Qué…? ¡No, no pueden hacer eso! ¡Bien, mierda, lo haré!
Oigo como deja caer su teléfono sobre el escritorio con fuerza. No sé si entrar a verlo. Jamás lo he oído tan furioso con alguien más y no sé qué pueda suceder. No quiero que peleemos. Cierro los ojos y golpeo levemente la puerta de madera entre abierta.
—Pasa, Paula —dice como si estuviese intentando calmarse. Me presento delante de él y camino en su dirección lentamente. Me observa sin despegar sus ojos de mí. No sé qué es lo que sucede, pero solo lo abrazo y dejo que me estreche aunque Kya se interponga entre ambos.
—¿Qué sucedió? —le pregunto acariciando su cabello.
—Era mi tío —dice en un leve murmuro sin dejar de sonar molesto—. Ha llamado para darme algunas noticias.
—¿Qué noticias? —pregunto mirándolo fijamente con el ceño fruncido.
—Nada por lo que debas preocuparte, cielo —asegura tomado mi rostro entre sus manos—. Son solo cosas sin importancia. Te lo aseguro
Decido creerle. No quiero discutir ahora, pero sé que algo sucede.
—¿Quieres acostarte conmigo? —pregunto abrazándolo—. Tengo sueño y Ale también está dormido.
—Vamos —dice tomando de mi mano.
Intenta sonreír, pero veo la preocupación en sus ojos. Quiero hacer miles de preguntas, pero no ahora. Subimos la escaleras tomados de la mano, me desnudo y él hace lo mismo. Aparto el edredón a un lado. Comienzo a sentirme mejor, cuando sus brazos me rodean, me siento la mujer más especial del mundo. Suelto un suspiro y muevo mi mano por su pecho en leves caricias hasta que el sueño comienza a hacerse presente.
—¿Seguro que no tienes nada que decirme? —vuelvo a preguntar con el tono de voz dulce. Él suelta otro suspiro y percibo como todo su cuerpo se tensa.
Sé que algo sucede.
—La empresa tiene problemas —murmura moviéndose para que estemos frente a frente. Solo Kya nos separa mientras que él apoya su cabeza en su mano y con la otra me acaricia. No creo que esté hablando en serio, nadie puede estar tan calmo con algo como eso sucediendo.
—¿Problemas? —pregunto frunciendo el ceño.
—Paula, tengo un viaje de negocios para poder solucionarlo.
Mis ojos se abren de par en par y me siento presa por todo el pánico. No puede estar hablando en serio, no lo dice de verdad.
—¿Te vas de viaje? —pregunto con un hilo de voz y todos mis deseos de estar cerca de él se esfuma. Me siento en la cama y me cubro lo suficiente con las sábanas—. ¿Te vas de viaje? —pregunto elevando el tono de voz.
—Sí —responde sentándose a mi lado—. Mañana —agrega mirando hacia cualquier dirección menos a mí.
—¿¡Mañana!? —exclamo horrorizada—. ¿Cómo qué mañana? ¿A dónde? —indago, sintiendo como mis ojos se llenan de lágrimas. No quiero que me deje, no quiero estar sola, no quiero que se vaya. ¿Por qué demonios tiene que irse justo ahora?
—Japón.
—¿Japón? ¿Te vas a Japón? ¿Por qué demonios te vas a Japón, Pedro? —chillo poniéndome de pie. Ahora si estoy llorando. Japón está lejos, muy lejos de Londres. Son casi catorce horas de vuelo, es demasiado tiempo, muchas cosas pueden suceder, pero… No, no quiero que se vaya.
Tomo mi blusa que descansa a los pies de la cama y me la coloco encima. Ahora no tengo deseos de dormir, toda la paz y la tranquilidad que sentía se han esfumado.
—Escúchame… —me pide, pero estoy demasiado alterada como para hacerlo.
—¿Por qué demonios tienes que irte? ¿Por qué a Japón? ¿No puedes enviar a alguien? ¿Vas a dejarme sola aquí? ¿Qué hay de los niños? ¿Por qué no puedo acompañarte? —grito desesperada. Siento que va a dejarme y entro en pánico. No quiero estar sin él.
—Paula, escúchame…
—¿Por qué no puedo ir contigo? Ya he pasado el primer trimestre de embarazo, Pedro. Puedo viajar. Podemos llamar a la doctora Pierce si es necesario, pero sé que puedo acompañarte y sé que quieres que lo haga… —Y cuando termino de hablar logro comprenderlo todo —. Ale… —murmuro sintiéndome como la peor madre del mundo—. No puedo acompañarte —aseguro sintiendo como mi corazón se rompe en pedazos—. No puedo ir contigo y Ale tampoco porque no podemos sacar a Ale de Inglaterra hasta que…
—Hasta que se cumplan dos años de adopción —concluye la frase por mí.
Me siento aterrada. No he estado sin él desde hace muchos meses y ahora estoy embarazada y me he vuelto muy dependiente. Lo necesito más que a nada.
—¿Cuántos días tienes que irte? —pregunto con la voz quebrada. Él coloca ambas manos en su cara y suelta otro suspiro.
—Diez días… —dice por lo bajo, pero es suficiente como para hacer que mis ojos se llenen de lágrimas de nuevo.
—¿Diez días? —pregunto si poder creerlo—. ¿Diez días? No puedes estar hablando en serio, Pedro… —comienzo a pensar en todo lo que sucederá cuando él no esté y me congelo al hacer la cuenta en el calendario de mi mente—. San Valentín… ¿Pasarás san Valentín sin mí? —cuestiono sin poder creer lo que está diciendo.
—Paula, no tengo opción —asegura viéndose realmente abatido, pero no quiero creerle, no puedo créelo siquiera.
—¡No, claro que no tienes opción! —grito furiosa—. ¡Nunca tienes opción! ¡Sabes qué, vete a Japón, déjame sola en san Valentín! ¡No me importa! —aseguro saliendo de la habitación.
—¡Paula, regresa! ¡Voy a perder la empresa si no lo hago!
—Vas a perderme a mi si te vas! —aseguro, y luego cierro la puerta de la habitación del cuarto de Kya con un estruendo.
Necesito paz. Necesito pensar. No quiero que se vaya y sé que va hacerlo... Me siento en la mecedora blanca de madera y comienzo a acariciar mi vientre. Por alguna razón, estar aquí en este lugar me hace sentir en paz. Tal vez sea el blanco de las paredes o el color lavanda en los detalles.
No estoy segura. Me encanta estar aquí, puedo pensar, puedo esclarecer mis ideas y, sobre todas las cosas, me escondo de Pedro porque no quiero que me vea llorar. No sé si estoy dramatizándolo todo, pero es san Valentín, son diez días si él, diez días en los que no estará conmigo, en los que no me besará, no va a acariciar a nuestra pequeña hija. Son diez malditos días que se harán eternos y sombríos si él. Sé que soy egoísta y sé que no debo de hacerlo escoger, pero,
¿Qué más puedo hacer? Nada, no puedo hacer nada porque sé que se irá. Me limpio las lágrimas de la cara e intento acurrucarme un poco, pero mi vientre no me lo permite. Hay nieve afuera y hace frío. Es el día más gris de toda mi vida en el sentido literal. Siento una extraña presión en mi pecho y no sé qué hacer para solucionar esta situación
—¿Paula? —pregunta la voz de Pedro sonando dulce al otro lado de la puerta.
Cierro los ojos, acaricio a mi pequeña de nuevo y me pongo de pie. Sé que se irá aquí y estoy como una estúpida, peleándome con él en vez de estar juntos y desnudos en la cama para compensar todo el tiempo en el que estará fuera, pero… ¿Cómo se atreve a irse así sin más? ¡Eso es lo que me molesta y me hace cambiar de opinión de inmediato! ¡No puede irse! ¡Soy más importante que cualquier empresa! ¡No está escogiendo a su familia!
Abro la puerta y elevo la mirada hacia su cara. Quiero que se sienta culpable y que note que estoy llorado por lo que me hace.
—Tenemos que hablar sobre esto, cariño —me dice acariciando mi mejilla.
—¿Te vas a ir?
—Sí —asegura con el gesto torcido—. Tengo que hacerlo.
—Entonces no hay nada de qué hablar —le digo secamente y aparto su mano de mi mejilla —. Tomaste tu decisión, escogiste a tu empresa. Vete y no te molestes en despedirte.
—¡Te estás comportando como una niña! —grita cuando ya me alejé lo suficiente—. ¡Esto es ridículo! ¡No puedes hacerme elegir!
Me detengo en seco y me volteo a verlo. No voy a responder porque diré cosas que pueden heriros a ambos y ya estoy muy herida ahora.
—Cuida a Ale —le digo entrando a la habitación.
Corro hacia el armario, me coloco unos pantalones de jean, botas bajas, acomodo mi cabello, tomo un tapado negro del armario y una bufanda color crema. Eso debe de ser suficiente.
—¿A dónde vas? —pregunta
—Saldré —respondo tomado mi bolso.
—Paula… —me detiene antes de que cruce el umbral.
—Necesito pensar. Tomaré aire y regresaré en un par de horas —aseguro. Me suelto de su agarre y camino en dirección a la salida.
—¿Quieres que te acompañe?
—He dicho que necesito pensar y no haré eso si estás siguiéndome como sombra, Pedro —respondo y cierro los ojos sin que él lo vea porque sé que estoy siendo demasiado dura.
Cruzo todo el apartamento y subo las escaleras hacia la entrada y al mismo tiempo mi salida. Abro la puerta, camino por los pasillos que parecen laberinto y antes de que pueda llegar a mi coche veo a mis niñeros detrás de mí.
—¿Saldrá, señora? —Sí. —respondo abriendo la puerta.
—Necesitamos saber hacia dónde se dirige —me pide Gabriel, viendo la pantalla de su teléfono celular.
—¿Por qué no pueden darme un momento a solas? —pregunto con voz cansada, si cansada de toda esta idiotez.
—Son ordenes, señora —responde ella, intentando parecer compresiva conmigo, pero no lo es, nadie me comprenderá jamás.
—La seguiremos con el coche, pero mantendremos la distancia, ¿Hacia dónde se dirige?
Suelto un suspiro. Me siento y abrocho el cinturón de seguridad. Cierro la puerta, enciendo el motor y bajo la ventanilla porque sé que será en vano intentar escapar.
—Me dirijo a Kensal Green —les digo apartando la mirada.
Ambos se quedan un segundo perplejos y luego adoptan su postura de siempre. Veo como se suben en la camioneta negra y comienzan a seguirme por la ciudad hasta el maldito cementerio. Coloco un poco de música para intentar despejar mi cabeza, pero no lo logro. Desvío el camino y me detengo frente a la florería de siempre, ya me conocen por toda la cantidad de rosas que Pedro me envía a diario.
Compro un inmenso ramo de rosas blancas y pido que lo adoren con papel color crema. Sigo mi camino y suelto un sollozo al estacionar el coche. Me bajo sintiendo que mis piernas tiemblan. Ellos siguen mis pasos a lo lejos, pero me sigue de todas formas. Intento recordar la ubicación, pero la última vez que estuve aquí, tenía diez años. Solo he venido dos veces y esto ha cambiado mucho, aunque las lapidas viejas se ven igual de horrendas que antes.
—Esto es aterrador —me digo a mi misma viendo lo que tengo delante de mí.
No puedo evitar cubrir mi vientre con el tapado y colocar mis manos sobre mi pequeña como modo de protección. Ha dejado de nevar en la ciudad, el césped está muy alto porque son las secciones descuidadas y hay un poco de nieve en algunas partes. Busco el ángel enorme y cuando lo localizo, observo que ya no tiene sus brazos ni tampoco parte de su cara debido al deterioro. Cuento tres lugares a la derecha y solo veo destrozos. Me siento como una completa mierda y comienzo a llorar en ese instante. Corro hacia allí sin pensar en las consecuencias. Es como si estuviese huyendo de un fantasma para encontrarme con otro fantasma del pasado. Oigo como mis niñeros gritan a mis espaldas que me detenga, pero solo logro hacerlo cuando tengo la lápida de mi madre hecha pedazos delate de mí.
—No… —sollozos sintiendo como mis fuerzas para mantenerme en pie se debilitan—. No, por favor, no. Esto no puede ser así. No...
—Señora Alfonso… —dice los dos al mismo tiempo. Están jadeando por todo lo que han corrido y yo apenas oigo sus voces distantes. Suelto las flores y las dejo caer sobre el húmedo y mugroso césped, luego me pongo de rodillas al lado de la lápida y comienzo a quitar todas las malezas que cubren la inscripción de la misma.
—Ayúdenme a quitar todo esto —les suplico con la voz entrecortada. Gabriel se mueve rápidamente y comienza a quitar todo lo que está a su paso. Hay suciedad por todas partes y me he manchado las manos con lodo y el mismo verde de las plantas. Me siento como una completa mierda, como la peor hija del mundo. Ni un millón de flores podrán remediar el abandono de esta lápida. Es mi madre, ella me dio la vida, me crió hasta que tuvo que marcharse y yo simplemente le di la espalda a su recuerdo y dejé que esto se convirtiera en una mierda.
—Quiero estar sola —les pido ahogada en llanto cuando Gabriel arroja todas las malezas a un lado—. Necesito un poco de intimidad, por favor… —suplico—. Los llamaré si algo sucede.
Ambos parecen incómodos y asienten al mismo tiempo. Cuando se marchan me permito romper en llanto y dejo escapar todo lo que siento. Nunca había sentido un dolor como este. Es culpa, remordimiento, dolor… Todo junto.
—Lo lamento… —murmuro posando mi mano sobre la piedra gris—. Soy una mierda de hija…
Miles de recuerdos y momentos invaden mi cabeza y solo dejo que mis ojos lloren. Esta vez me siento diferente. No hay nada de drama en todo esto. Sé que suelo exagerar, pero soy así. Esta vez es más difícil, es un dolor horrible.
Carla no es mi madre y aunque me duela decirlo jamás lo ha sido. Estoy sola.
—No tienes idea de todo lo que te he necesitado, mamá —sollozo—. No tienes idea de todo lo arrepentida que estoy…
Hace más de dos horas que estoy aquí, y me pongo de pie cuando un hombre que trabaja en el lugar se acerca para decirme que van a cerrar el predio en veinte minutos. Dejo las flores sobre la lápida en un vago intento por hacer que luzca mejor, pero no funciona.
—Te sacaré de este mugroso lugar, mamá… —aseguro sonriéndole. Ahora estoy mucho mejor, mucho más tranquila. Jamás había hablado sola en toda mi vida, pero muy en el fondo sé qué ella me ha oído. Creo que le he comentado toda mi vida en el tiempo que estuve aquí, pero la calma produce la sonrisa de mi rostro. Acaricio el cemento de nuevo—. Te sacaré de aquí y descansarás en paz en un hermoso lugar, es lo menos que puedo hacer —murmuro acariciando a Kya.
Es una promesa y mi hija es testigo de lo que acabo de decir. Oigo pasos detrás de mí y me volteo rápidamente. Hay un hombre mayor que luce traje y corbata, una mirada triste surca sus ojos, trae un enorme ramo de rosas rojas entre manos y me observa confundido. Como si no supiese que hacer o que decir.
—¿Se encuentra bien, señorita? —cuestiona a tres metros de distancia. Le sonrío en respuesta y asiento con la cabeza. Aún lloro, pero me siento bien. Es emoción y no tristeza.
—Sí, ya me retiraba —anuncio.
Hay un silencio y ninguno de los dos se vuelve de su lugar.
Él observa la lápida de mamá, luego el ramo de rosas, y noto como su expresión refleja algo de sorpresa. Me vuelvo a sentir extraña y siento un escalofrío recorrer todo mi cuerpo.
Miro disimuladamente a mí alrededor y veo a Gabriel merodeando cada vez más cerca de mí.
—¿Su madre? —pregunta inoportunamente.
—Mi madre —respondo de prisa. Quito unos mechones de pelo de mi cara y agradezco que Gabriel se acerque al hombre y lo indague con la mirada.
—¿Todo en orden, señora Alfonso? —Todo está bien —respondo mirando a ese hombre—. Vámonos. Él asiente y deja que camine delante de él, pero antes de que pueda avanzar un par de metros y sujeto se mueve y oigo como me llama.
—¡Señorita! —grita y me detengo. Sus pisadas resuenan sobre el sendero de piedras y basura. Me volteo y observo como quita una rosa de su enorme arreglo floral y me la entrega—, lo lamento mucho… —dice viéndose realmente dolido.
Mi desconcierto aumenta y por un segundo logro interpretar esa mirada con más intenciones de las que parecen. Como si me estuviese pidiendo disculpas a mí por algo.
—Ah… —balbuceo sin saber que decir—. Gracias…
—Vamos, señora —asevera Gabriel. Me toma con delicadeza del brazo y hace que camine delante de él.
Llegamos al estacionamiento y le pido a Gabriel que conduzca mi coche porque no me encuentro en condiciones de hacerlo.
Ahora solo quiero llegar a casa, darme un baño y estar con mi pequeño Ale hasta que decida qué hacer con respecto a Pedro. Me duele que se vaya, pero sé que no tiene opción, y me molesta no poder entenderlo del todo. Estoy sensible y quiero un hermoso San Valentín con él, no quiero estar sola, no quiero sentirme sola como en el San Valentín anterior.
Quiero que esto comience bien. Será nuestro primer san Valentín juntos y él no estará en casa…