sábado, 30 de septiembre de 2017
CAPITULO 6 (TERCERA PARTE)
La directora nos lo agradece una y otra vez, pero en ningún momento deja de sentirse incomoda.
Pedro y yo solo sonreímos porque sabemos que con esa cantidad de dinero a los niños no les hará falta nada por un buen tiempo. Sé que para año nuevo regresaremos y será mucho mejor. Hay algo en este lugar que hace que quiera regresar. Ale… Ale logró mover un gran sentimiento en mí.
Entramos por fin a la biblioteca y vemos a todos los niños correteando de un lugar al otro. Algunos toman libros de los estantes y los abren, otros dibujan y otros juegan con algunos rompe cabezas. La directora hace que todos guarden silencio de nuevo y la siguiente actividad que realizaremos será media hora de lectura. Veo dos sillas en medio de la habitación, los niños hacen una inmensa ronda alrededor y sé que Pedro y yo seremos parte de esto. Los niños nos entregan un colorido libro repleto de dibujos y me toca a mí leer una divertida historia sobre una luciérnaga.
Todos ríen y aplauden, me hacen sentir realmente bien.
Jamás había leído un libro de niños en toda mi vida y menos con más de cien pares de ojos viéndome. Luego de la media hora de lectura nos dividimos en dos grandes grupos. La guerra de los sexos. Chicas contra chicos. Soy la líder del grupo de chicas y Pedro es el gran líder del grupo de chicos.
Primero jugamos a ponerle la cola al burro y las niñas me vendan los ojos, nos reímos una y otra vez. Es el día más feliz y especial de toda mi vida.
Luego vendan a Pedro, pero su sentido de orientación es pésimo y las chicas ganamos porque somos las mejores.
—¡Baile de celebración, chicas! —digo moviéndome de un lado al otro mientras que todas las niñas imitan mis movimientos.
Pedro sonríe y niega levemente con la cabeza. Los niños parecen molestos por haber perdido, pero rápidamente realizamos una revancha y logramos empatar.
La hora de juegos termina con un completo empate que me parece más que justo. Todos parecen realmente felices y yo también lo estoy. Sé que fue una navidad diferente para ellos.
—¿Qué les parece si hacemos dibujos para Paula y Pedro? —pregunta la directora elevando el tono de voz. Todos los niños corren en dirección a un gran armario color rojo con miles de lápices de colores, crayones y hojas blancas. Cada cual escoge su lugar y todos comienzan a dibujar.
—Son realmente hermosos —digo en un leve murmuro.
Pedro me abraza y frota sus manos sobre mi espalda.
—Te amo, cariño —dice sobre mi oído dulcemente.
—También yo —respondo con una sonrisa.
Nos besamos y los niños parecen notarlo. Todos dejan de dibujar y nos observan. Oh, mi Dios. Nunca creí que me avergonzaría, pero estos niños lograron que mis mejillas se sonrojaran.
—¡Se besaron! ¡Se besaron! ¡Se besaron! —gritan todos con un alegre cantito.
Pedro y yo nos reímos sin control y nos besamos de nuevo. Los niños parecen estallar de felicidad con sus gritos y aplausos.
—¿Volverán algún día? —pregunta esa vocecita que ha logrado conmoverme. Pedro y yo nos volteamos en dirección al pequeño y nos ponemos a su altura de inmediato.
—Claro que volveremos —le aseguro con una sonrisa.
Él se mueve rápidamente, toma mi mano, luego la de Pedro y camina muy seguro de sí mismo mientras que nosotros solo lo seguimos sin saber a dónde se dirige exactamente.
Salimos de la biblioteca y recorremos algunos pasillos en completo silencio. Solo sostengo su pequeña manito con fuerza, no quiero soltarla nunca.
Subimos las escaleras, rápidamente reconozco el pasillo de los cuartos de los niños, pero Ale no dice nada, solo camina y camina hasta que llegamos a la última habitación frente a una inmensa ventana con vista al parque. Entramos a la que, supongo, debe de ser su habitación.
Él nos indica en silencio que tomemos asiento sobre su cama y Pedro y yo lo hacemos sin protestar. Ale se agacha y busca algo debajo, cuando parece encontrarlo sale de debajo de ella y sonrío al ver una hoja de papel y algunos lápices de colores.
El niño se sienta delante de nosotros en el piso y comienza a dibujar. Pedro me mira fijamente y no tengo palabras para decir absolutamente nada. Solo puedo observarlo todo y dejar que el silencio y la tranquilidad nos invada.
Aguardamos más de diez minutos mientras que él dibuja y parece realmente concentrado en lo que hace. No me canso de verlo. Es realmente hermoso y adorable. Cuando finalmente acaba, deja el lápiz color azul con sumo cuidado sobre el suelo, se pone de pie y extiende el papel en nuestra dirección. Lo tomo con cuidado como si fuese un gran tesoro y lo observo. Mis ojos se llenan de lágrimas que intento contener. Es el dibujo más hermoso que he visto en mi vida.
Hay tres personas en el.
—Ese eres tú —dice señalando a Pedro—. Y esa eres tú con el cabello más bonito de todos —murmura señalándome a mí—. Y el que está en medio soy yo.
El dibujo es hermoso. Hay un niño tomando la mano de dos personas y todos se ven sonrientes. Hay un inmenso sol y muchas flores por todas partes.
—Y aquí está tu bebé —musita señalando un corazón rojo sobre el vestido verde en forma de triángulo que ha dibujado.
—Es hermoso, Ale —digo acariciando su cabello—. Me encanta.
—¿Prometes que volverás?
—Lo prometo —aseguro con una sonrisa. Otra vez tengo deseos de llorar. Este niño logra hacerme sentir como nunca nadie lo ha hecho—. Volveremos todas las veces que tú quieras, Ale.
El niño sonríe y luego se lanza a mis brazos.
Cierro los ojos fuertemente y contengo el llanto. Es el abrazo más dulce, tierno y especial que me han dado en toda mi vida. Ale estira su pequeño bracito y también logra incluir a Pedro en este abrazo que se torna aún más hermoso.
Ahora si estoy llorando. Es demasiado para un solo día.
—¿Qué te parece si nos tomamos una foto? —pregunta Pedro sacando su teléfono celular de su bolsillo.
Pedro sonríe y rápidamente los tres posamos para dos fotografías. No puedo explicar cómo me siento en este instante. Es indescriptible. Regresamos a la biblioteca con Ale en medio, tomando la mano de ambos. La directora al vernos sonríe ampliamente. Los demás niños nos entregan todos los dibujos, hay más de cien en manos de Pedro, pero en la mía solo está el de Ale.
Nos despedimos de todos ellos, con besos y abrazos, luego la directora nos acompaña hasta la puerta.
Pedro toma mi mano fuertemente y me ayuda a bajar las escaleras de la entrada.
Me abre la puerta del coche, deja todos los dibujos en el asiento trasero y cuando se sienta a mi lado los dos nos vemos a los ojos, rodeados por un gran silencio.
Abro el dibujo de Ale una vez más y Pedro suspira.
Ambos estamos sintiendo esto, ambos estamos por hacerlo, sé que él también lo hará. No necesitamos decir nada. Solo una mirada es suficiente para tomar la mayor decisión de nuestras vidas sin siquiera pensarlo.
Damos un brinco al mismo tiempo y nos bajamos del coche.
Subimos las escaleras a toda prisa, tocamos el timbre y una de las asistentas nos abre la puerta rápidamente. No decimos nada, no es necesario. Entramos a la oficina de la directora y antes de que podamos comprender lo que hacemos realmente, hablamos al unísono.
—Queremos adoptar…
CAPITULO 5 (TERCERA PARTE)
Pedro detiene el coche frente al albergue de niños, y al verme me enseña una gran sonrisa. Condujo más de dos horas para llegar a este lugar, pero quería que fuera especial.
Ya conozco los albergues en el centro de la ciudad y son muy diferentes a los que está en las zonas más precarias.
Estos niños de verdad lo necesitan. Viven en un pueblo alejado de la zona céntrica. No es necesario que explique nada.
Pedro debe imaginarse lo que tengo en mente. Sonrío mientras que observo el añejo edificio y suelto un gran suspiro. No sé qué es lo que veré o lo que sentiré, pero estoy realmente impaciente.
—Llamé esta mañana y les avisé que vendríamos —le digo a Pedro con una inmensa sonrisa.
Me siento diferente y quiero sentirme mucho más.
Pedro mueve su cabeza un par de veces sin saber que decir, pero puedo asegurar que la idea también le gusta. Él tiene un corazón mucho más humanitario que el mío y sé que esto le encantará. Disfrutaremos de esta experiencia.
—Hagámoslo, cielo —me dice acortado la distancia entre ambos.
Me besa en los labios castamente, luego acaricia mi cabello y cuando sonrío de nuevo, él se baja del coche, me abre la puerta y toma mi mano. Observamos el lugar por unos segundos y vemos como una mujer de unos cuarenta años sale del edificio luciendo un traje negro y una amplia sonrisa.
Baja las escaleras de la entrada con prisa y se acerca a nosotros.
—¿Ustedes debe ser los Alfonso? —pregunta si dejar de sonreír mientras que estira su mano en mi dirección—. Soy Joanna Smith, directora del orfanato.
—Paula Alfonso —afirmo de la misma manera—. Él es mi esposo, Pedro Alfonso —digo tomando la mano de Pedro.
Él da un paso al frente y con elegancia, estrecha la mano de la mujer, mientras que pronuncia su nombre con sumo orgullo.
—Esta es una verdadera sorpresa, jamás hemos recibido visitas en navidad. De verdad estoy muy agradecida.
Él corazón se me rompe por dentro, pero por fuera sonrío al saber que hoy voy a hacer la diferencia en la navidad de estos niños.
—Hemos traído algunas galletas y dulces para los niños —le digo señalando el coche. Pedro se mueve velozmente y abre el baúl, luego quita las dos cajas coloridas repletas de comida y la directora chilla de emoción.
—Oh, permítame ayudarlo, señor Alfonso —murmura rápidamente, tomando una de las cajas—. Estamos por servir el desayuno de los niños y creo que esto les encantará.
—Eso espero —digo comenzando a sentirme nerviosa.
Nunca he sido buena con los niños y temo no sentirme aceptada—. Quise preparar cupcakes y pastel, pero no tuve mucho tiempo —le digo con una mueca.
—Los mejores cupcakes y pasteles de todo Londres —agrega Pedro con una sonrisa en mi dirección cuando subimos las escaleras de la entrada—. Con cuidado, cariño —musita señalándome un escalón algo deteriorado.
Asiento con la cabeza y sigo subiendo. La directora Smith se voltea en mi dirección y al ver mi vientre suelta otro chillido.
—¡Oh, mi Dios! ¡Qué bonito! ¡Felicidades! —grita con una inmensa sonrisa. Está viendo mi vientre y su sonrisa se hace cada vez más amplia—. ¿De cuántas semanas, querida? —Quince semanas —le digo acariciando a mi pequeña.
Entramos al vestíbulo y dos chicas con camisetas blancas estampadas con manitos de colores y el logo del lugar nos reciben sonrientes. La directora les ordena que se lleven las cajas a la cocina y nos invita a pasar a su oficina que está casi pegada a la puerta.
—Tomen asiento —murmura señalando las dos sillas delante de su escritorio.
Es un lugar algo precario como todo lo demás, pero las fotografías de niños jugando y riendo invaden cada centímetro de las paredes y eso me hace creer que son felices aquí, pero que podrían serlo mucho más en un hogar.
En cierto modo me siento identificada, yo fui como ellos durante casi un año, hasta que papá se convirtió en mi ángel y me convirtió legalmente en Paula Chaves.
—¿Entonces, es una niña o un niño?
Pedro sonríe en su dirección y luego posa su mano sobre Pequeño Ángel.
—Es niña —responde con la sonrisa más amplia que he visto jamás—. De hecho es Kya Alfonso
—Aún no lo sabemos —aclaro rápidamente—. Lo sabremos la siguiente semana, pero estamos convencidos que es niña y por lo tanto es Kya Alfonso.
La directora nos mira a ambos un tanto sorprendida por nuestra seguridad y luego los tres reímos sonoramente.
—¿Qué es lo que los trae aquí? —pregunta luego de varios minutos de risa. Su pregunta suena dura, pero la sonrisa de su rostro logra calmar mis nervios. Es momento de que yo hable y explique todo esto.
—Bueno… —balbuceo, porque francamente no sé cómo comenzar—. Yo soy adoptada —digo con la cabeza gacha.
Pedro estira su brazo rápidamente hacia mí y acaricia mi mano con su pulgar, está intentando darme fuerzas para hacer todo esto y se lo agradezco con una leve sonrisa—. Mi madre murió cuando tenía cinco años y no hubo rastros de mi padre. Me adoptaron y… Solo quiero que alguien más sea feliz y sobre todo en una fecha tan especial como la navidad...
—Comprendo, señora Alfonso —me dice sonriente—. Aquí tenemos albergados a cien niños, son cuarenta niños y sesenta niñas que van desde los dos a los trece años, hay más de cuatro voluntarias y contamos con un comedor, biblioteca, doce habitaciones y un parque.
Nos ponemos de pie y ella nos dirige por el orfanato y nos enseña los lugares de los niños. Todos esos pequeños viven en este lugar y aunque se siente como un hogar no dejo de sentirme mal por dentro.
Entramos a una inmensa biblioteca repleta de libros, televisión y algunos juegos de mesa. Sonrío al ver una pared llena de dibujos con crayones y lápices de todos los colores.
Solo veo soles amarillos, nubes azules y sonrisas. Es simplemente hermoso. Es como un inmenso mural repleto de perfectos dibujos de pequeños artistas.
—Hermoso —digo contemplando la pared de la biblioteca.
Pedro sigue viendo los dibujos embelesado y toma mi mano muy fuerte.
—Es simplemente hermoso —dice acercándome a su cuerpo—. Deben ser niños preciosos, ¿Le importaría si le tomo una foto a todo esto, directora Smith? —pregunta sacando su celular del bolsillo de su pantalón.
—No, claro que no —dice con una sonrisa—. También tengo fotografías de esa pared. Son dibujos realmente hermosos.
Todos ellos adoran dibujar.
Pedro apunta su teléfono en dirección a los dibujos y luego le toma un montón de fotografías. Sonríe cada vez que oprime la pantalla y cuando parece tener suficientes, lo guarda de nuevo en su bolsillo. Seguimos recorriendo el lugar.
Subimos a la planta alta y vemos las habitaciones de los niños. En un largo pasillo con diez puertas blancas. Al ver el interior de las habitaciones sonrío. Las paredes son de color cielo, hay más de seis camas en cada habitación y veo más dibujos colgados sobre todas partes. Parecen estar bien aquí, eso me deja tranquila. Luego vamos al pabellón de niñas y vemos el mismo pasillo largo, pero aún no he visto a ningún niño. Los interiores de las habitaciones son de color rosa al igual que los cobertores de las camas y en cada cabezal están escritos los nombres de cada niña con pinturas de colores. Es sumamente pintoresco y divertido.
Vemos el jardín con diversos juegos de parque y luego regresamos por el pasillo para bajar las escaleras. A lo lejos oigo gritos y sé que estamos cerca.
—¿Están listos para conocerlos? —pregunta la directora, deteniéndose frente a dos puertas blancas.
Pedro sonríe, yo sonrío. Claro que lo estamos.
—Por supuesto —respondemos al unísono.
La directora abre las puertas del comedor y veo a cientos de niños corriendo, riendo y gritando de un lugar al otro. Me quedo simplemente anonadada. Jamás había visto a tantos en toda mi vida.
—Oh, mi Dios… —digo con un hilo de voz—. Son muchos niños.
Pedro aprieta mi mano aún más fuerte y luego me anima a entrar al inmenso comedor. Los niños corren y gritan, y nadie parece querer quedarse en su debido lugar. Sonrío y los observo a todos ellos, me imaginaba todo el ruido y alboroto, pero no creí que fuera así, de esta manera.
—¡Niños! —exclama la directora elevando su tono de voz mientras que da un par de aplausos para que el ruido cese.
Los niños se callan poco a poco y comienzo a notar como muchos de pares de ojos me observan a mí y a Pedro—. ¡Saludemos a Paula y a Pedro! —dice, señalándonos a ambos. Aún no nos hemos movido del marco de la puerta y no sé si quiero hacerlo. Estoy más nerviosa que nunca.
—¡Hola Paula y Pedro! —exclaman todos al unísono, haciendo que las paredes tiemblen por el poder de todas esas voces juntas.
Pedro suelta una risita cargada de nerviosismo y luego yo muevo mi mano para saludar a todos ellos. Me siento extraña, comienzo a temblar. Se supone que puedo controlarlo, pero en realidad no lo hago.
—¡Hola, niños! —exclamo con una voz extremadamente chillona.
La directora se ríe y luego le pide a los niños que saluden como es debido. No sé qué eso significa hasta que veo una inmensa manada de niños que corre en mi dirección, y me abrazan con todas sus fuerzas.
Siento miles de brazos rodeando mi cintura y me río por causa de la sorpresa.
A Pedro una inmensa docena de niñas le hacen lo mismo y al encontrarnos con la mirada veo reflejada la misma sorpresa y diversión que yo siento en un momento como este.
Me relajo y comienzo a repartir abrazos y besos al igual que Pedro. Todos son realmente cariñosos y pequeños. Sus sonrisas hacen que me sienta bien, que me sienta feliz.
Saludo a cada uno de ellos mientras que me pongo de cuclillas. Todos me dan un beso y un abrazo de bienvenida, yo pregunto sus nombres y sonrío cuando ellos responden.
¡Son adorables y son muchos!
—¡Hola! —exclamo cuando una niña pequeña se acerca y me rodea con los brazos—, ¿Cómo te llamas? —pregunto acariciando su cabello.
—Isabella —dice con una sonrisita.
Veo que le falta un diente y creo que debe de tener unos seis años de edad.
—¡Isabella, que bonito nombre tienes!—exclamo y ella se ríe. Luego sigo con los saludos y cuando sé qué ya no quedan más niños, Pedro toma mi mano y nos acercamos a la directora.
—¿Ya han desayunado? —pregunta mi esposo en un susurro.
—Aún no —dice sin dejar de sonreír en dirección a los pequeños—. Creo que sería buena idea que repartamos lo que trajeron para ellos y sería muy bonito si ustedes lo hacen. ¿Qué les parece?
—Me parece perfecto —respondo rápidamente.
Las dos asistentes que nos recibieron anteriormente traen las cajas repletas de dulces y galletas. Otra de las asistentes que aún no había visto comienzan a llenar las tazas de colores de todos los niños con chocolate caliente, y ellos aplauden felices.
Es increíble pensar que estos niños con tan poco pueden sonreír de la manera que lo hacen… Fui una mierda de persona toda mi vida y quiero remediar eso.
Comenzamos a repartir todo lo que hay en las cajas y Pedro y yo dejamos que los niños escojan lo que quieren comer. Algunos toman las galletas, otros los caramelos y, definitivamente, todos se pelean por las barras de chocolate.
Todos parecen realmente felices y a medida que voy cruzando el amplio comedor, recibo todo tipo de sonrisas y muchos abrazos de agradecimiento.
—¿Tú qué quieres, pequeño? —pregunto cuando llego a la última pequeña mesita del fondo. Un hermoso niño de cabello castaño y ojos color miel me mira fijamente y no responde—. ¿Quieres galletas? —cuestiono de nuevo enseñándole un paquete de galletas con chistas que a cualquier niño en la tierra le encantaría.
Él no habla, solo niega rápidamente con la cabeza y pierde su mirada en algún punto de la habitación.
Terminamos de repartir todo lo que había en las cajas.
Pedro, la directora y yo nos paramos a un lado de la habitación y observamos fascinados lo bien que disfrutan de su desayuno, lo mucho que sonríen y lo fuerte que gritan de emoción.
Pedro sonríe y rodea mi cintura con sus brazos, luego acerca sus labios y besa mi pelo.
—Estoy muy orgulloso de ti, preciosa Paula.
Sonrío y dejo descansar mi cabeza en su hombro, mientras que él acaricia mi vientre una y otra vez. Detengo mi mirada en el niño de minutos atrás y miles de preguntas se cruzan en mi cabeza.
—¿Qué hay de aquel niño? —pregunto señalando con mi dedo en dirección al pequeño que no come ni galletas ni dulces. La directora Smith niega levemente con la cabeza y suelta un leve suspiro.
—Es nuevo —dice con un hilo de voz—. Ha llegado hace apenas dos semanas. Vivía con su abuela y lamentablemente falleció. Es muy callado, no habla con los demás, no juega, de hecho ni siquiera come como es debido.
—¿No tiene a nadie? —pregunto sintiendo como el corazón se me rompe en pedazos por ese niño.
—A nadie. Su abuela era la única —dice apenada—. Por lo que hemos averiguado su madre está muerta y su padre no es una persona de bien… Ya sabe.
No necesito seguir oyendo más. Tomo la mano de Pedro fuertemente y mis pies se mueven por cuenta propia en dirección a ese pequeño. Lo miro una y otra vez y las palabras no salen de mi boca. Cuando llego delante de él me inclino para estar a su altura y lo miro directo a los ojos.
—Hola —susurro sonriendo. Él parece algo distante, pero mueve su mano en mi dirección a modo de saludo. Luego mira a Pedro y sonríe. Es la sonrisa más hermosa que he visto en toda mi vida—. ¿Cómo te llamas? —pregunto sonando dulce.
Estiro mi mano para acariciar su cabello y dudo en hacerlo, pero él no se opone. Lo acaricio y otra sonrisa se forma en su rostro.
—Ale —responde con el tono de voz apenas audible. El solo hecho de que haya respondido me hace sonreír aún más.
—Ale… —digo muerta de felicidad. Es el niño más hermoso que he visto en toda mi vida, puedo asegurarlo—. ¿Sabes una cosa? —pregunto acariciando su cabello otra vez—. Él también se llama Ale —digo señalando a Pedro que sonríe y se ve realmente enternecido con la escena.
El niño parece sorprendido y mira a Pedro que está de cuclillas a mi lado.
—¿Tú te llamas Ale? —pregunta con esa voz que suena frágil y hermosa. Pedro sonríe y estira su brazo para acariciarlo también y él se deja sin protestar.
—Sí, mi segundo nombre es Ale —le dice con esa sonrisa que es capaz de enamorar a cualquiera—. ¿No crees que Ale es el nombre más genial del mundo? —pregunta hacia el niño que asiente con la cabeza y sonríe.
—¿Cuántos años tienes, Ale? —pregunto sin apartar mis ojos de él.
Él mira su pequeña manito y luego me enseña cuatro dedos de su mano izquierda.
Pedro y yo sonreímos y debo de luchar con todas mis fuerzas para no llorar. Me siento realmente feliz y al mismo tiempo triste. Los tres permanecemos en silencio mientras que nos observamos.
El niño mira a Pedro y luego a mí. Se pone de pie y sigue observándome. No me muevo, no pienso hacerlo, no puedo apartar mi mirada de esos pequeños ojitos dulces y tristes.
—Eres bonita… —murmura estirando su manito en mi dirección.
Pedro y yo sonreímos, mientras que él acaricia con sus deditos mi mejilla, luego mi mentón y mis cejas con suma delicadeza. Está examinándome por completo.
Ale toma un mechón de mi cabello entre su dedo pulgar y el índice y acaricia el rizo una y otra vez marcando las curvas y soltándolo en las puntas. Es un acto simplemente tierno que hace que mis ojos se llenen de lágrimas.
—Tu cabello es bonito… —dice sin apartar sus ojos de él.
Quiero detenerme, pero no puedo hacerlo y dejo que dos lágrimas se escapen de mis ojos. Ale mueve sus manitos hacia mis mejillas y la seca rápidamente, pero con toda delicadeza.
—¿Él es tu media fruta? —pregunta señalando a Pedro. Frunzo el ceño e intento comprender a que se refiere, y cuando lo entiendo río sonoramente—. Sí, él es mi media fruta —respondo interpretando que quiere decir media naranja o algo así.
—¿Y tendrás un bebé? —pregunta señalando mi vientre.
Este niño es realmente especial, logró apoderarse de mi corazón en unos pocos minutos. Me siento extraña, pero en un buen sentido. No sé qué decir y Pedro tampoco. Sé que él está sintiendo lo mismo que yo.
—Tendré un bebé —le digo señalando mi vientre.
Él se acerca un poco más y extiende su manito hasta acariciar a Kya. Veo otra sonrisita en su rostro y siento como mi corazón se derrite en mi interior. Hay cientos de mariposas en mi estómago y son mucho más fuertes que las que generalmente son liberadas cuando veo o beso a Pedro.
—Tus zapatos hacen ruido cuando caminas —me dice señalando mis pies—. Y tú eres muy alto —murmura en dirección a Pedro.
Los dos sonreímos y luego la voz de la directora interrumpe las risas. Antes de que ella abra la puerta para que vuelva a ver a los niños, Pedro nos detiene y saca un papel del bolsillo de su camisa.
—Esto es para los niños —le dice entregándole un cheque.
La directora parece dudar antes de tomarlo. Se lo quito de las manos a mi esposo y lo coloco en las suyas.
—Es para los niños —digo nuevamente—. Queremos ayudar, queremos que nada les haga falta. Regresaremos en año nuevo con juguetes y lo que sea necesario, pero esto es para cubrir gastos. Sabemos que lo necesitan.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)