martes, 29 de agosto de 2017

CAPITULO 15 (PRIMERA PARTE)




Llegamos a la mansión y el coche se detiene rápidamente. 


Pedro desciende de él y lo rodea para abrirme la puerta.


Tomo mi bolso y luego acepto su mano. Me bajo y doy dos pasos hacia adelante. Él se mueve velozmente, tomándome por sorpresa y nuestros cuerpos chocan. Siento su erección ahí abajo y su mirada penetrante sobre la mía.


–Paula... –Murmura con un hilo de voz. –Entremos a la casa y hagámoslo de una maldita vez.


Su voz resuena desesperada y yo como la atrevida y pervertida que soy, comienzo a mojarme.


Acerco mi boca hacia sus labios, pero en vez de besarlos, los rozo lentamente y poso mi boca sobre su comisura.


–Baja las bolsas por mí. –Le ordeno con mensurada dulzura.


Asiente y luego se aleja de mí. Sonrío y camino hacia la puerta de madera tallada con más de tres metros de alto. Ingreso a la casa y todo se ve impecable. Dejo mi bolso sobre la mesa del recibidor y luego pongo en marcha mi plan. Las mucamas están en la cocina y tienen órdenes específicas de no merodear por la casa si no es necesario. 


Me quito el vestido y lo arrojo al sillón. Suelto mi cabello y luego me coloco detrás de la puerta. Me siento como una niña jugando a las escondidas. Esto será muy divertido...


–Vamos, ¡Anabela! ¡Corre!–Gritan esas voces delante de mí para que me apresure.


– ¡Mamá, espérame!–Chillo desesperada, pero por más que lo intente, no puedo alcanzarla.


Mi mente es invadida descomunalmente por recuerdos en blanco y negro. Voces, risas y gritos. Son recuerdos que están enterrados en algún lugar de mis pensamientos y no deben aparecer ahora.


Muevo mi cabeza rápidamente y despejo mi cerebro de malos momentos. Enderezo la espalda y suspiro, necesito aire puro, siento que he arruinado el momento. Veo que Pedro se acerca y mi cara se transforma, ahora soy Paula, no Anabela...


Pedro ingresa en la sala con dos o tres bolsas entre sus manos. Cambio mi actitud y al momento en el que puedo verlo me abalanzo sobre su cuerpo. Él se sorprende y suelta las compras sobre el suelo. Tomo su camisa y al ver su cara de desconcierto, sonrío. Sus ojos descienden hasta mi cuerpo y sus manos se acoplan en mi cintura, ¿Qué me sucede? ¿Porque siento que lo necesito para vivir?


–En el probador, acepté tus reglas. –Musito con el tono de voz sensual que utilizo en ocasiones especiales. –Ahora tú debes aceptar las mías.


Sonríe de lado y luego me toma por el trasero. Envuelvo mis piernas alrededor de sus caderas y hundo mis manos en su pelo para saborear su boca.


–Bájame. –Le ordeno inmutable. Me suelta y yo intento respirar con normalidad, ese beso me robó el aliento.



– ¿Qué debo hacer para poder hacerte mía, Paula?


Lo miro a los ojos, sonrío con maldad y luego me aparto a una distancia aceptable.


Muevo los pies y cuando me siento lista grito.


– ¡Atrápame!


Comienzo a correr hacia el pasillo y lo oigo reír a mis espaldas. Doblo hacia la esquina y sigo corriendo. Él ríe y grita que me detenga. Sigo corriendo mientras que escucho como mis tacones resuenan en el piso. Siento un dolor en mi tobillo y luego un leve tirón. No sé cómo, pero me caigo al suelo y apoyo mis manos sobre él para no hacerme más daño.


– ¡Paula!–Exclama Pedro horrorizado, mientras que corre hacia mi dirección. Se mueve rápidamente y me toma en sus brazos. Al elevar mi cuerpo siento un dolor más fuerte en mi tobillo y chillo. –Paula, por dios...


Marcha a toda velocidad y sube las escaleras a toda prisa. 


No dice nada y yo me siento como una frágil niñita. Abre la puerta de nuestra habitación y me deja en la cama. Su rostro refleja suma preocupación e inquietud que me estremecen por completo.


–Paula, cielo, por dios, ¿Estás bien?


Asiento con la cabeza y él me quita los tacones y los arroja a un lado de la habitación.


Corre hacia no sé dónde y luego de dos minutos regresa con un trozo de hielo entre sus manos. Toma una toalla del baño y luego lo coloca sobre mi tobillo.


– ¡Pedro!–Chillo y él desesperado intenta calmarme.


Comienza caminar de un lado al otro en la habitación y se toma la cabeza con ambas manos.



–Llamaré al hospital, necesitamos una ambulancia...


Me rio levemente. Está exagerando. Muevo mi pie y el dolor ya no es intenso. El hielo sigue sobre el colchón y moja las sabanas lentamente...


Pedro, estoy bien. –Susurro sutilmente.


Él se acerca a mí y me toma de ambos lados del rostro.


–Paula, cariño. Dime que estás bien.


Está espantado e impaciente.


–Estoy bien, Pedro. –Musito para tranquilizarlo.


Me abraza y suspira. Besa mi coronilla y luego me abraza otra vez.


–Paula... Mi preciosa Paula...


Elevo la mirada y nuestros ojos chocan. Aún brillan por causa del susto y siento como mi pie se relaja. Ya no hay más dolor, fue un simple paso en falso. La actitud de Pedro me resulta extraña y me molesta.


– ¿Te preocupas por mi?–Cuestiono con una risita despechada. Él se sienta al mi lado sobre el colchón. Quiere comunicarme algo de alguna manera, pero percibo que no sabe cómo hacerlo.


–Siempre me preocupo por ti, Paula. –Musita con seguridad y dulzura. Sus ojos se suavizan al igual que la expresión de su rostro. Mi corazón comienza a latir desesperadamente y emana vibraciones por todo mi cuerpo. Algo sucede, aquí y aun no lo he notado. –Tú eres mi mayor preocupación. Pienso en ti todo el tiempo y me pregunto una y otra vez si tú logras notar lo que sucede, pero simplemente sé que la respuesta es no.



–No juegues a ese juego, Pedro porque no sigo tus reglas. –Respondo bruscamente. No Quiero palabras confusas y sin sentido. Necesito solucionar mi vida y aclarar dudas que merodean por mi mente pero aun así no logro hacerlo.


– ¿Lo ves Paula? Acabas de arruinar un precioso momento. –Musita disgustado. Frunzo el ceño y luego volteo mi cara hacia un lado. Coloca unos mechones de pelo detrás de mi oreja y cuando lo hace, me toma el brazo que tiene moretones y lo observa fijamente. Presto atención sus facciones, lo veo de perfil, su semblante es serio y la expresión en su rostro surca lo sombrío.


–Nunca quise hacerte daño. –Murmura con un hilo de voz. 


Traga el nudo que tiene en la garganta y sus dedos recorren las manchas negras que cubren el redor de la parte superior a mi codo.


–Jamás creí que fueses capaz de dejarme algo así en la piel, Pedro. Me diste mucho miedo. –Espeto con sinceridad. Bajo la mirada hacia mis manos entrelazadas que se tocan nerviosamente unas con otras. No sé que me sucede, pero me siento frágil y vulnerable en este momento. Él toma mi mentón y hace que lo mire. La Paula segura y demandante se quita la máscara y ahora mi otro yo, el que no usa disfraces, aparece delante de sus ojos.


–No volverá a suceder, Paula. Quiero cuidar de ti, quiero que seas feliz, no voy a hacerte daño jamás.


Lo miro a los ojos, nuestra habitación se siente invadida por un clima cargado de promesas y justificaciones que me llenan los sentidos de alguna forma ilógica, le creo, no quiero creerle pero le creo y eso me confunde.


–Dime que me perdonas. –Implora con la mirada perdida en la mía. No sé que responder, por primera vez mi filosa lengua no cobra vida propia.



–Jamás vuelvas a hacerlo. –Musito querellante. Él suspira aliviado y luego sus brazos rodean mi cuerpo. Cierro los ojos y permito que esa extraña sensación me invada. Todo comienza en la boca de mi estomago, como si algo revoloteara dentro de este y luego siento que todos mis músculos se cargan de esa energía especial y sumamente desconocida. En el año que llevamos juntos, este ha sido nuestro primer abrazo real. Sin gente, sin cámaras, sin nada que pueda arruinarlo. Coloco mis manos sobre su espalda y dejo que ambos recibamos esas sensaciones. Lo oigo suspirar una vez más y siento como su mano acaricia mi cabello. Me relajo, extrañamente me siento formidable entre sus brazos. Respiro y huelo su perfume.


Muevo mi cabeza y siento la necesidad de besarlo con urgencia. Acaricio su mejilla y registro su piel rasposa a causa de su barba de tres días. Él abre su boca y luego une sus labios a los míos. Por un momento me pierdo en pensamientos y sensaciones. Todo ha dado un giro inesperado y la Paula pervertida y sexual ha desaparecido. 


Solo soy yo, sin ningún tipo de matiz, sin máscaras, sin nada que decir. Un simple beso del cual me veo hechizada y atrapada.


Su cuerpo se inclina sobre el mío y siento las almohadas sobre, mi cabeza. Él se mueve con delicadeza y sigue besándome los labios de una manera muy dulce. Sus manos acarician mi mejilla y mi brazo lastimado, como si quisiese borrar el daño con besos y caricias. Sé que con cada movimiento me dice 'lo siento' y le creo.


Comienzo a desprender uno a uno los botones de su camisa blanca, sus manos recorren mi cuerpo y no se detiene ni un segundo. Estamos haciendo algo que jamás habíamos hecho, es un nuevo punto para mí, no sé como sentirme realmente y cada vez que lo pienso, me gusta. Ni siquiera han pasado veinticuatro horas de la fiesta y sucedieron todas estas cosas que logran confundirme por completo, ¿Qué sucederá cuando pase un mes? ¿Otro año?



Pedro mueve su boca sobre mi cuello y gimo. Sus manos descienden ambas tiras de mi sostén a la vez. Acaricia mi brazo magullado y luego vuelve a besarme. Mis manos acarician su cabello y lentamente comienzo a abrir las piernas para que se aproxime más a mí.


–Quiero hacerte el amor, Paula. –Murmura acariciando mi mejilla.


Oh… esto es nuevo. Me quedo perpleja. Sé lo que implica esa frase y siento aun más confusión en mi cabeza. Observo sus ojos, su mandíbula, su cara en general detalladamente.


No sé qué responder, quiero sentirlo, quiero saber, quiero disfrutar de esas sensaciones que deben ser únicas e indescriptibles, quiero que él lo haga, estoy dispuesta a esto y a mucho mas… abro la boca para responder, pero unos golpes en la puerta me interrumpen.


– ¿Pedro? –Pregunta el viejo metiche. Suspiro molesta y aparto a mi esposo de mí. La magia del momento, los sentimientos encontrados y mis deseos de ser suya de otra manera diferente, se esfuman. Ya no quiero nada.


Me pongo de pie y cuando siento un dolor mínimo en mi tobillo hago una mueca, pero no le tomo importancia. Pedro me toma del brazo con delicadeza para retenerme.


–Paula, por favor no hagas esto. –Me implora con desdén. Lo miro de reojo y luego me suelto de su agarre.


–Me daré un baño. No cenaré esta noche. –Espeto disgustada.


Él no dice nada, pero lo oigo murmurar alguna que otra grosería entre dientes. Cierro la puerta del baño y me quito la poca ropa que llevo encima, quiero un momento para mí, para aclarar todas estas dudas que rodean mi mente y quiero saber qué demonios sucedió entre nosotros en un lapso mínimo de cuarenta y ocho horas. Es todo un misterio, algo que no tiene respuesta.


Coloco música en mi celular, para relajarme por completo.



Me sumerjo en la tina de agua caliente y dejo mi mente en blanco…


Me visto con un pijama de algodón y luego me cubro con el edredón hasta el cuello. Me siento agotada y necesito descansar mi cerebro por unas s horas. Veo que en el suelo están algunas de las bolsas de compras que realizamos juntos esta tarde. Sonrío al recordar los buenos y extraños momentos que vivimos. Estiro mi brazo y apago la luz de mi mesita de noche. La ventana que dirige al balcón ilumina la habitación y deja sombras de diferentes formas producidas por los arboles del jardín.


Intento dormir, pero no puedo. Es extraño no tener la espalda de Pedro pegada a la mía. Aún es temprano, Barent y mi esposo deben de estar cenando y yo aquí… sola.


Cierro los ojos y me duermo lentamente. O al menos eso creo. Comienzo a sentir que el sueño real se aproxima, mis ojos están casi cerrados, pero los abro cuando oigo que la puerta de la habitación se separa del marco lentamente. 


Escucho pasos que se detienen al otro lado de la cama. 


Pero no es solo Pedro.


–Se ha dormido. –Dice Barent con obviedad. Pues claro que me dormí, ¿Qué cree que hago? ¿Pescar moscas?


–Fuimos de compras esta tarde. –Musita Pedro y sé que sonríe al decirlo. – no quería que se molestará conmigo, tío y dejé que gastara lo que quisiera.


–Es una hermosa mujer, Pedro. Es inteligente, bonita y por lo que he podido observar en estos tres días, es desafiante.


Pedro suelta una risita, ¿Qué le da tanta gracia?



–Es la mujer más complicada que he visto. –Murmura con dulzura. –Paula es todo un misterio. Jamás sabes cómo puede reaccionar, pero aún así es la razón de mi vida, es ese misterio que quiero resolver.


Sus palabras suenan tan firmes y seguras que me lo creo. 


Bueno la primera parte, porque lo último es una gran mentira como nuestro matrimonio y la falsedad de sus palabras fueron más obvias que la inmensidad de mi casa. 


Permanezco quieta y me siento incomoda, quiero que se larguen de mi habitación.


– ¿Ya se lo has dicho? –Pregunta Barent.


¿Decirme qué?


Abro los ojos en la oscuridad de la habitación e intento activar todos mis sentidos. ¿Qué me tiene que decir? Oh, no. 


Esto no me suena nada bien.


–Aún no he tenido la ocasión. –Responde brevemente.


–Recuerda que nuestro vuelo es mañana. –Murmura.


¿Vuelo? ¿Qué vuelo? ¿Se irá? ¿Va a macharse? Si, va a marcharse.


De pronto mi corazón se estruja y mis sentidos no saben cómo reaccionar. Estoy confusa y no, no quiero que se vaya. 


Lo quiero aquí, conmigo.


Oigo como ambos se despiden con un ‘buenas noches’ y luego Pedro cierra la puerta y corre hacia el baño. La ducha se abre y más tarde su figura se proyecta a través de sombras en la habitación. Huelo su gel de ducha y su colonia. Reprimo mis deseos de hacer algo indebido e intento dormir. Estoy muy molesta.



El colchón se hunde a mis espaldas y percibo como su cuerpo se apega al mío. Me siento extraña y tengo leves deseos de llorar, no sé que me sucede. Él se inclina y besa mi mejilla.


–Duerme, mi preciosa Paula. –Murmura en un leve susurro. 


Me volteo en su dirección y al ver que estaba despierta, sus ojos reflejan sorpresa.


– ¿Por qué no me dijiste que te marchabas? –Pregunto de manera acusadora. Me siento sobre la cama y me cruzo de brazos con la peor cara que pueda tener.


–Estabas despierta. –Afirma con un hilo de voz. No respondo a esa idiotez. Claro que estaba despierta. No soy idiota. –
Paula… quise decírtelo hoy en la mañana, pero no me permitiste hacerlo.


–Hicimos muchas cosas hoy en la mañana, Pedro. –Murmuro y me refiero al sexo en todos los sentidos. –No me eches la maldita culpa de todo. –Él sonríe levemente y luego intenta correr un mechón de pelo de mi cara, pero no se lo permito. Su sonrisa se borra de inmediato y su mirada se vuelve fría y seria.


–Paula, no te molestes conmigo, por favor. No sabía que debía viajar y si te soy sincero, no quiero marcharme. No quiero dejarte. –Afirma.


Mi Paula interior necesita una máscara ahora mismo para ocultar mi cara de tonta sentimental, necesito fingir que esas palabras no me derritieron el corazón.


– ¿Cuándo te vas? –Pregunto. Necesito parecer desinteresada. Debo hacerlo. Me coloco mi máscara de ‘vete al demonio’ y luego vuelvo a recostar mi cabeza sobre la almohada y le doy la espalda.


–Mañana a medio día. –Me informa con dulzura. –Debo estar en una importante reunión en España el lunes por la mañana.


–Bien, asegúrate de no molestarme cuando te vayas. –Le digo duramente.



– ¿Solo eso vas a decirme? –Cuestiona como si buscara alguna otra respuesta, que no pienso dársela.


–Sí, solo eso. –Respondo.


Lo oigo suspirar con molestia y luego su peso se dispersa del colchón. Sus pasos se oyen sobre el piso seguramente frío y las puertas del armario se abren.


–Abre los ojos, Paula. Ábrelos ahora, porque cuando lo hagas será demasiado tarde y no estaré ahí.


La puerta se cierra y él se marcha. Sola… otra vez estoy sola.




CAPITULO 14 (PRIMERA PARTE)





Durante el camino a casa de su madre nadie dice nada. 


Estoy sentada en el asiento del copiloto y observo el paisaje que va pasando a medida que el coche se mueve. Luzco el vestido que Pedro tomo de mi armario, tengo mi bolso en mi regazo y mi cabello está recogido en un elegante moño. Aun me siento mal. En cuarenta minutos debí improvisar bien porque Pedro dejó marcas en mis brazos. Tengo moretones algo azulados a unos centímetros más arriba de mis codos. 


No se lo dije, sé que no le importará, pero la idea de pensar que me hizo daño me duele. No creí que hiciera eso. No hay un hombre perfecto en el mundo, los personajes literarios no son reales y mi vida es una maldita mierda. Eso es lo que realmente creo. Barent viene siguiendo nuestros pasos con su propio coche. Eso es mejor, no lo soportaría ni un segundo más. No estoy de humor y sé que tendré que cambiar mi cara y recurrir a una de mis máscaras para ver a la encantadora, dulce y amable, señora Alfonso. Mi suegra.


Pedro parece incomodo y conduce rápidamente. Ha estado bebiendo hace una hora atrás y eso me preocupa. No quiero morir en un maldito accidente de coche.



–Baja la velocidad. –Ordeno con el tono de voz firme. –Nos vas a matar. –Advierto. Él no responde, pero quita su pie del acelerador y ahora si la carretera no me parece tan peligrosa. Lo oigo suspirar y sigo mirando por la ventanilla del hermoso Lamborgini rojo.


Aprieta uno de los botones del volante y una canción comienza a sonar a través de los parlantes del vehículo. Por un momento percibo que se me hace muy familiar, pero luego no logro recordar de dónde demonios la oí alguna vez.


Pedro parece gustarle la canción y de vez en cuando tararea el estribillo, mientras que golpea los dedos en el volante al ritmo de la música. Lo miro extrañada con el rabillo del ojo, parece disfrutar del momento como si estuviese recordando algo realmente hermoso. No digo nada porque no quiero dirigirle la palabra, pero me inquieta.


–Adoro esta canción. –Dice en un susurro, sin despegar su mirada del camino. – ¿sabes que significa, cierto? –Pregunta ladeando su cabeza hacia mi dirección. Frunzo el ceño. No, no sé qué demonios significa, pero se me hace muy familiar.


– ¿Debería saberlo? –Pregunto con mala cara. Él ríe cínicamente y niega con la cabeza.


–No, estaba seguro que no lo sabías. –Dice de manera acusadora. No sé a qué se refiere, pero no le doy importancia. Regreso mi vista hacia el camino, mientras que la voz de la cantante femenina sigue oyéndose dentro del coche. Sé que escuché esa canción en algún lado.


Llegamos a la mansión de mi querida suegra y estacionamos el coche en la inmensa entrada. Barent llega minutos después y cuando baja del coche Pedro me rodea la cintura con su brazo. Fingir, tenemos que fingir. Ya cambié mi máscara y ahora luzco hermosa –Como siempre– y feliz, soy muy feliz. Tengo que creérmelo o no funcionará.



Tocamos el timbre de la gran puerta de vidrio y luego vemos a lo lejos a una figura asomarse. Pedro sonríe al ver a su madre y luego me aprieta la cintura con más fuerza, me acerco a él y sonrío ampliamente. No estoy feliz de ver a esa vieja arpía, pero tengo que hacer mi mejor esfuerzo por aparentar que la adoro, como ella hace creer a todo el mundo. Ambas nos odiamos y nadie lo nota.


– ¡Pedro! –Exclama abrazando a su hijo cuando cruzamos el umbral. Ella ama a mi esposo, cualquiera puede notarlo. Es el único hombre, tiene dos hermanas una mayor que está a punto de casarse y otra menor. Tengo buena relación con ellas, pero no las tolero del todo. Mi querida suegra saluda a su hermano Barent y luego se detiene y me observa de pies a cabeza. Sé que luzco bien, pero intentara hacerme sentir mal.


– ¡Paula, querida! –Exclama abrazándome fingidamente.
Acepto su abrazo y sonrío. Pedro y su tio nos observan a ambas, tenemos que fingir. – ¡mira que bien te ves, aunque has subido de peso!


¡Maldita vieja!


–También me da gusto verte Daphne. –Digo sin ningún problema. No caeré en su juego, no hoy. –Por lo visto aún no has asistido al salón de belleza, ¿verdad? Lo sé, querida, Philip ha estado muy ocupado esta semana.


Ella deja de abrazarme y luego observa a Pedro.


Si, sé lo que haré, me las pagara. Ella frunce el ceño y luego me lanza una mirada dubitativa.


–Fui a ver a Philip ayer, querida, ¿Por qué?


–Oh, creí que aún no te habías teñido el cabello… por tus canas, veo varias ahí. –Digo con inocencia mientras que señalo su cabello y sonrío, ella frunce el ceño y luego oigo a Pedro sonreír a mi lado. Lo miro de reojo y luego respiro lentamente. Tengo que contenerme.



–Paula está bromeando, mamá. –Murmura para acabar con toda la incómoda situación.


–Tomemos algo antes del almuerzo. –Murmura la vieja de manera autoritaria.


Barent que permanece a un lado sonríe nervioso y luego comienza a dirigirse hacia el sillón más cercano. Sonrío con simpatía hacia mí ‘querida suegra’ y luego mi esposo intenta tomarme del brazo pero cuando siento su mano sobre mi piel lo aparto de mí rápidamente.


–No me toques. –Arrullo por lo bajo y le lanzo una de mis miradas asesinas. Él suspira con fastidio y luego camina delante de mí. Sigo molesta, lo que hizo horas antes ha dejado marcas en mi piel y en mis recuerdos. Jamás había actuado de esa manera y para perdonarlo tendrá que regalarme noventa diamantes…


Minutos después permanecemos en la misma habitación.


Estoy rodeada por obras de arte muy valiosas. Un sillón en forma de u y una pantalla de plasma más grande que la mía, ¿Por qué es más grande que la mía? Eso me molesta, debemos comprar otra. Mi suegra que bebe jugo como si fuera una reina, me observa detenidamente durante unos segundos, me hace sentir incomoda, sé que cuando estemos a solas, hará lo imposible por molestarme más de lo que ya lo hace.


Escucho como la puerta principal se abre y luego oigo gritos. Genial, ella está aquí.


– ¡Tio Pedro! ¡Tío Pedro! –Grita la niñita fastidiosa de solo cinco años mientras que corre en dirección a MI esposo.


Él se pone de pie con una enorme sonrisa en su rostro y luego se inclina para abrazarla de manera extremadamente tierna. La detesto de inmediato. Me cae muy mal.


– ¡Princesa! –Exclama con dulzura y luego la carga entre sus brazos. La chiquilla ríe y se abraza por el cuello de Pedro


Los observo y siento algo extraño en el estomago. No sé que es ni tampoco tengo la maldita idea de cómo describir esta sensación, pero quiero gritar, quiero separarlos, ¿Son celos? 


¡No! Claro que no.


Mi cuñada aparece ante nosotros y al ver a su hermano y a su hija sonríe. Se acerca con mesura y nos saluda a todos.


Laura, mi sobrina, la niñita irritante deja a mi esposo en paz y se acerca a mí. Corre hacia mi ubicación y me abraza la cintura. Correspondo a su demostración de ¿cariño? Pero no demasiado.


– ¡Tía Paula! –Dice y luego clava sus ojitos castaños sobre mí. Se me ablanda el corazón solo por un segundo. Soy demasiado buena ya.


–Hola, Laura.


– ¿Tienes dulces en tu bolso? –Pregunta con timidez. Sonrío y luego observo a Pedro que me ve de manera muy extraña. 


Estiro mi brazo y tomo mi bolso. Busco en su interior y encuentro chicles de menta.


– ¿Chicles de menta? –Pregunto enseñándoselos para que los vea. Ella sonríe y luego los toma a todos. Niña glotona. 


No era necesario que tome todos.


–Gracia, tía Paula.


Se aleja y regresa con Pedro. Permanezco en silencio y oigo como los demás mantienen una aburrida conversación sobre temas que no me interesan. Pedro regresa varios minutos después y se sienta a mi lado, toma mi mano y cuando quiero apartarlo de mi me detengo. Estoy usando mi máscara ahora, no puedo parecer perturbada o disgustada. 


Feliz, soy feliz, la personas más feliz del mundo.


Pedro, Paula. Debo entregarles algo. –Musita Emma, mi cuñada con una esplendida sonrisa que demuestra sus dientes casi perfectos. Casi.



Ella sonríe de oreja a oreja y luego nos entrega a ambos un sobre color azul oscuro. A Pedro se le ilumina la mirada y la sonrisa, yo por instinto también lo hago. Es la invitación a su boda. ¡Genial, otra estúpida boda! ¡Otro día en el que soportar a todos los Alfonso juntos!


–Ahí estaremos, hermana. –Dice en medio de un patético abrazo. Tomo el sobre y lo abro.


El amor es siempre como una escalera de oro por la que el corazón se remonta a los cielos…

EMMA & STEFAN


Tenemos el placer de comunicarles nuestro enlace matrimonial que se realizara el día treinta de agosto a las once de la mañana en el jardín del hotel White Palace.
Deseamos que nos acompañen en este momento tan especial en nuestras vidas en conjunto con todos nuestros amigos y familiares.
Confirmar asistencia.


Es dentro de un mes. Tengo mucho tiempo aún.


El almuerzo es tranquilo y como muy poco. El comentario anterior de mi suegra me disgustó mucho y me hace creer que tal vez, solo tal vez tenga una pizca de razón. No quiero verme obesa, debo empezar el gimnasio de nuevo. Estoy en mi peso ideal, pero podría llegar a otro peso mucho mejor. 


Todos comen de todo un poco, yo solo bebo jugo de naranja. 


No tengo hambre, apenas toque el pescado con vegetales a las hierbas de mi plato y ya me disgusté, no voy a comer.


– ¿Algún problema con la comida? –Pregunta Pedro en tono sutil, volteando su cabeza hacia mi dirección.



–No tengo hambre. –Respondo brevemente.


–Come, Paula. –Me ordena. Bajo mi mirada hacia la comida y luego me pongo de pie. No me siento bien.


–Ya regreso. –Digo hacia los demás comensales.


Camino rápidamente hacia la puerta de salida del comedor y luego entre insultos mentales y bufidos llego al baño de invitados. No dejo de pensar en todo lo que está ocurriendo, en como las cosas comenzaron a cambiar, en como mi manera de pensar se modifica al paso de los segundos y minutos. A veces siento que hay algo más, pero luego comprendo que no hay absolutamente nada nuevo. Quiero saber el porqué del maldito comportamiento de hoy. Sé que a veces lo saco de quicio, pero… ¿Por qué bebe? ¿Por qué me trata de esa manera?


No soy una santa, pero merezco mejor trato.


Abro la puerta y me introduzco en el amplio y marmolado baño. Me miro al espejo y luego apoyo ambos brazos sobre la mesada. Respiro, respiro e intento controlar mis emociones. Quiero largarme de aquí, no me siento cómoda, quiero regresar a casa o prefiero estar en cualquier lugar. 


Elevo la manga tres cuartos de mi vestido y dirijo mi mirada al punto del dolor. Ahí está. Es un moretón de color azul violáceo y es lo suficientemente grande como para saber que estará presente en mi piel por varias semanas. Me duele y lo peor de todo es que tengo deseos de llorar. Se ve horrible, no podré usar nada diferente a lo que llevo puesto en mucho tiempo y además Pedro lo hizo, el con su brutalidad y su maldita incomprensión.


La puerta se abre al momento en el que me decido a llorar un poco. Veo que es Pedro y mis emociones se trasforman. 


No pienso llorar por algo así, jamás lo haré. Él me mira por una decima de segundo y luego posa su mirada sobre mi brazo. Lo veo a través del gran espejo y sé que sabe que es su culpa. No digo nada, hago que nuestras miradas se encuentres y luego le transmito mis pensamientos en puro silencio como si él pudiera leer mi mente.


–Paula, tenemos que hablar. –Murmura. Está nervioso. Veo como abre y cierra los puños de sus manos y se mueve levemente.


–Espero que el próximo moretón no sea en la cara. –Murmuro y paso a su lado en dirección a la puerta. Pedro se mueve con sigilo e inesperadamente me toma de la cintura y hace que nuestras miradas se enfrenten otra vez. Trato de evitar todo tipo de sentimientos que me dicen que su cuerpo tan junto al mío es peligroso. ¡Claro que lo es!


Pega su frente a la mía y cierra los ojos, no cambio mi mirada, aun sigo molesta, tal vez lo estaré por siempre, lo que me hizo no tiene perdón de mi parte. Así los problemas comienzan. Suspira y luego coloca una de sus manos sobre mi mejilla.


–No quise hacerte daño. –Susurra delicadamente sobre mis labios. Cierro los ojos con fuerza, no necesito esto ahora.


–Aléjate. –Digo con firmeza y coloco una mano sobre su pecho. Aunque parezca imposible el acorta la distancia que hay entre ambos y comienza a descender su mano que descansa sobre mi cara. ¿Qué hará?


–Jamás te haría daño. –Masculla como intentado disculparse, pero es demasiado tarde para eso. No quiero oír más tonterías.


–Ya lo hiciste, así que suéltame.


Me aparto de él con furia y luego salgo del cuarto de baño. 


Mis tacones resuenan en el piso y mi mente se llena de preguntas, dudas y recuerdos. No voy a llorar, no voy a llorar y no lo haré. No por él, jamás lloraría por él.



Cruzo la sala de estar y luego regreso al comedor, todos siguen comiendo y hablando animadamente. Es obvio que llamo su atención porque dejan lo que hacen y me miran en silencio.


– ¿Todo en orden, querida? –Pregunta Daphne. Asiento con la cabeza y regreso a mi lugar. Tengo que fingir seguridad. Y mi máscara de esposa feliz... Tal vez la perdí en el camino, porque aunque lo intente no logro cambiar mi cara. Pedro aparece segundos después y se sienta a mi lado sin decir nada. De repente al aire se volvió más pesado y la comida me provoca nauseas. Quiero largarme de aquí.


Todos continúan con el estúpido almuerzo como si nada y platican animadamente. Pedro y yo permanecemos en silencio hasta el postre. No como ni un poquito de él, no comeré y menos si sé que mi suegra espera a que cometa una estupidez para intentar humillarme delante de todos. 


Eso me enfada, el jamás lo nota.


Las mucamas nos sirven tarta con cobertura de mouse de chocolate y al verla recuerdo lo que sucedió esta mañana. El beso de Pedro, la manera en la que su lengua recorrió mis labios, lo bien que sabia el merengue del pastel en nuestras bocas… me excito, no puedo pensar eso, no ahora. Estoy molesta y lo estaré siempre. No me puedo dejar convencer por un pastel.


Pedro me mira como queriendo conectar sus pensamientos con los míos. Come la tarta y sonríe, sé lo que piensa, pero no lo miro. No quiero pensar en él y tampoco pienso hacerle saber que ese beso marco una diferencia entre ambos.


–Tía, Paula… ¿no comerás pastel? –Pregunta la entrometida niña provocando que todos se volteen a verme. 


Sonrío ampliamente y luego trago mis insultos y trato de parecer amable.


–No, Lau. No tengo hambre. –Digo de la manera más dulce y buena que puedo. Tomo mi vaso con zumo de naranja para que la niña ya no moleste, todos siguen con lo suyo en silencio, me llevo el vaso de jugo a los labios y la niña abre su preciosa boquita.



– ¿Cuándo tendrás un bebé, tía? –Pregunta con inocencia. 


Escupo el jugo que estaba a punto de beber por la sorpresa y el horror que esas palabras causan en mí. Mi suegra se atraganta con la cereza del pastel y comienza a toser al igual que yo. Derramo jugo encima de mi vestido. Genial. Debe ser la escena más patética y con poca clase de toda mi vida. 


Pedro permanece serio y golpea mi espalda.


– ¡Laura! –Regaña Emma a su hija con un grito que provoca silencio absoluto en la mesa. Ella permanece callada, mientras que Daphne y yo intentamos respirar con normalidad.


No puedo creer que esa niñita dijera eso. Me pongo de pie y dejo la servilleta de tela a un lado. Me disculpo entre señas y me retiro de la sala. Necesito regresar al baño. Los almuerzos de los Alfonso jamás fueron normales, pero este fue el más desagradable de todos.


Corro al baño, estoy empapada en jugo de naranja. Qué asco. Quiero regresar a mi casa ahora mismo. Odio a esta familia, odio mi vida, odio todo. Me introduzco en el cuarto de baño por segunda vez y lo primero que hago es quitarme el vestido mojado y dejarlo a un lado.


Me miro al espejo, la ropa interior color negro me queda bien, pero temo que debo regresar a las clases en el gimnasio, mi cuerpo comienza a cambiar y no quiero que cambie.


La puerta se abre y antes de gritar un insulto cubro mi boca al ver que es Pedro. Trae mi bolso en sus manos y cuando me ve se queda sin aliento.


Oh, sí.


Tomo mi bolso y lo miro fijamente. Está observando mis senos. Si, sé que son perfectos. Yo también los aprecio cuando estoy sola. Me volteo y regreso mi mirada hacia el espejo. Tomo un poco de maquillaje y me retoco las mejillas y el delineador de ojos. Lo veo disimuladamente a través del espejo. Sigue observándome. Sé que le encanta verme en ropa interior. Tengo un plan… no. estoy molesta aun, no haré nada, solo lo provocare un poco.


– ¿Tanto horror le tienes a la idea tener hijos conmigo? –Pregunta inesperadamente. Dejo de maquillarme y hago que nuestros ojos se encuentren en el espejo. No sé que responder. Por primera vez me toma desprevenida y sin ni una respuesta concisa. No sé lo que quiero, no sé si lo quiero y tampoco puedo hacer nada para darme cuenta de lo que realmente necesito. No sé qué decir. No sé nada.


Desvío mi mirada hacia el lavamanos, ¿Qué debo decir? ¿Qué debo hacer?


–Mírame, Paula. –Me ordena con calma desde el otro lado del gran baño. No lo hago, no pienso obedecer.


–Déjame sola, Pedro. –Musito con firmeza. Lo escucho suspirar. No me importa, que se moleste todo lo que quiera, no es mi culpa.


–Responde a mi pregunta. –Gruñe con mal humor. Me volteo con enfado y rápidamente veo como se acerca más a mí. La distancia es aceptable, pero hay peligro.


– ¿Para qué quieres que tengamos hijos? –Cuestiono con desprecio. – ¿para que los arrojes a la cama como un salvaje cada vez que te desobedezcan? –Lo provoco a propósito. Soy así, me encanta serlo. No voy a cambiar. 


Tengo toda la razón en lo que digo.


Él se mueve con rapidez y en un abrir y cerrar de ojos, siento como sus manos me toman de la cintura y luego chillo al sentir el mármol frío de la mesada del lavamanos sobre mi trasero. Siento su erección en medio de mis piernas y mierda, comienzo a excitarme. Está enojado, eso significa que puede pasar lo que quiero evitar.



–Me excita cuando te pones así, cielo. –Murmura acercando mi cuerpo a su miembro. Lo rodeo con mis piernas porque no me queda de otra, ya estoy casi al límite de rendirme. Soy débil, el sexo vence cualquier enfado.


–Sigo molesta contigo. –Susurro acercando mis labios seductoramente a su oreja. Mis encantos son irresistibles. 


Beso su cuello y luego mis manos comienzan a abrir su camisa. Él suelta un jadeo leve y luego lo veo cerrar los ojos.


 Si, sé que le encanta.


– ¿Te gusta eso? –Pregunto mientras que mis manos descienden hacia el cinturón de su pantalón. Ya está listo para mí. Un polvo rápido en el baño de mi suegra, quien lo diría…


–Paula... –Murmura con la voz entrecortada cuando mi mano se introduce dentro de sus calzoncillos.


–Quiero que me folles ahora y me importa una mierda si estamos en el baño de tu madre. – musito acercando mis caderas a su erección. Me toma de la cintura y en un tirón lo siento muy cerca. Jadeo y cierro los ojos. No tengo que dejarme llevar, no tengo que dejarme llevar. No debo caer tan fácilmente.


– ¿Qué quieres, Paula? Dímelo. –Susurra mientras que su dedo índice recorre mi cuello y el calor de su piel me quema por dentro. Estoy muy excitada, no podré resistirme.


–Sabes lo que quiero. –Susurro enredando mis piernas sobre sus caderas. Lo siento justo ahí donde quiero, cierro los ojos dejo que me bese. Estoy muy excitada, demasiado como para poder contenerme.


Siento sus labios juntos a los míos. Abro la boca y el succiona mi labio inferior, lo muerde y luego su lengua atrapa la mía. Me encanta, debo admitirlo. Coloco mis manos sobre su espalda y con mis uñas hago algunos círculos sobre su piel.



Estoy ardiendo de deseo.


– ¡Pedro! ¡Paula! –Exclama Daphne mientras que toca la puerta del baño rompiendo el hechizo del momento. Todo lo que había imaginado en mi mente, todos los pensamientos cargados de sexo y erotismo se esfuman de un segundo al otro. Es increíble que suceda. ¡Maldita vieja!


Aparto a Pedro de mí y luego me pongo de pie. Estoy molesta, más molesta que antes. No quiero que nadie me toque y tampoco quiero seguir aquí. Pedro se aparta unos centímetros. Hago contacto visual para que sepa que estoy furiosa. Luego camino hacia donde descansa mi vestido aun mojado. Lo tomo y me lo coloco rápidamente. No me importa hacer nada de esto si ella estará ahí para interponerse.


– ¡Pedro! –Vuelve a gritar mientras que golpea la madera desesperadamente. – ¿todo está bien, hijo? –Acomodo mi sostén y luego tomo mi bolso. Doy un paso al frente, pero 
Pedro me toma del brazo que tiene el moretón y me quejo expresando dolor en mis facciones. El me suelta rápidamente y choco con su mirada llena de dudas y miedo.


–No funcionará. –Le digo a tono bajo, mientras que los golpes en la puerta prosiguen.


Me doy la media vuelta y luego camino hacia la salida. Abro la puerta y me encuentro con la mirada de mi suegra. No respondo a sus preguntas silenciosas y mentales y luego de evadirla, me dirijo hacia la sala. Pienso despedirme de todos y largarme de aquí.


Cruzo la mansión a toda velocidad. Evito las voces de Barent y de Laura a lo lejos. Abro la puerta principal y bajo las escaleras rápidamente. Veo mi coche estacionado y cuando me acerco agradezco a todos los cielos de que la llave siga en su lugar. Me introduzco en él y respiro un par de veces mientras que mantengo mi cabeza sobre el volante. Mi vida es muy complicada. No sé que me sucede, estoy confundida y perdida en un mar de sentimientos encontrados y confusos que solo hacen que me vuelva estúpida.



Enciendo la radio y luego de cambiar un par de canciones escucho la voz de la cantante de origen español que canta con entusiasmo una bella canción. Es una de las favoritas de Pedro y también la mía.


–Paula, vuelve a la casa. –Me implora Pedro parado al lado del coche, está inclinado sobre la ventanilla y con la mirada me implora que no haga lo que quiero hacer.


Elevo la vista y choco con sus ojos.


–Estoy furiosa y no quiero hablarte. –Le informo con sequedad. –Me iré de aquí ahora y no vas a impedírmelo.


Giro la llave y el motor se enciende. Él suspira y niega con la cabeza, pero no hace absolutamente nada para detenerme. 


Me muevo hacia adelante y piso el acelerador. No me importa lo que los demás pienses, no me encuentro bien. 


Quiero ser Paula por un momento. Solo Paula. Lo necesito.


Conduzco durante varios minutos. No sé a dónde ir exactamente. Quiero estar sola, necesito pensar, necesito tomar mis propias decisiones. ¿Estoy yendo muy lejos con todo esto? ¿Por qué de repente me importa lo que sucede entre ambos? ¿Cómo pudo cambiar todo tan de prisa? Y lo más importante… ¿Por qué cambió?


Preguntas, miles de preguntas y no puedo responder a ninguna de ellas. Me siento más que estúpida. Mi vida es una completa mierda. ¡Maldición! Golpeo el volante con fastidio y luego me detengo en un semáforo. Avanzo y doblo hacia la derecha. Iré de compras. Eso haré. No hay nada más importante que deba hacer. Eso me relajara. Gastare miles de libras y al demonio con Pedro y su estúpida familia.



Bajo hacia los subsuelos de estacionamientos y luego de recibir mi ticket me dirijo hacia los ascensores. Tengo una tarjeta de crédito y millones que gastar. Quiero olvidarme de todos por un buen rato.


Luego al primer piso me veo rodeada de tiendas de todas las marcas y estilos. Quiero renovar mi guardarropa. No perderé el estilo de ‘señora Alfonso’ pero quiero intentar cambiar un poco. Sonrío en mi interior, rápidamente los malos momentos desaparecen. Entro a una tienda y comienzo a escoger todo lo que me agrada.


Mi celular suena y vibra dentro de mi bolso. No quiero contestar, sé que es el. No me interesa lo que tenga para decirme. Sigo molesta, tal vez estaré así por varios días. Mi periodo se acerca, debe ser eso…


Salgo de una tienda con tres bolsas en la mano y luego entro a otra. Ya me cambié mi vestido mojado por zumo de naranja y llevo uno negro que se ajusta a mi cuerpo con un bléiser blanco.


Me envidian, todas me envidia. Lo noto, lo siento, lo huelo. 


Me paseo por el centro comercial regalando sonrisas y enseñando mis largar piernas. Las mujeres se volean a maldecirme y los hombres a disfrutar de lo que tengo. Me siento mucho mejor. Era esto lo que necesitaba. Elevar mi ego siempre me ayuda. Es mi única terapia con resultados positivos.


Ropa interior, debo comprar más ropa interior. Tengo algún que otro truco bajo la manga y solo deseo que funcione. 


Entro a la tienda de lencería francesa y la misma chica que me atendió todas las veces anteriores se acerca a saludarme.


–Señora Alfonso. –Dice con una amplia sonrisa. Me quito los anteojos como si fuese todo una celebridad y le entrego mis cinco bolsas de papel.



–Sabes mi talla, quiero ver todo lo nuevo. –Le digo sin apartar mi mirada de algunas prendas en exhibición. Ella se mueve rápidamente y con el rabillo del ojo veo como se dirige hacia el depósito. Lo que escojo es explosivo, caro, sensual... Le agradezco a mi ‘querido’ Pedro que paga por cada uno de mis caprichos. Mi celular vuelve a sonar y como estoy mucho más calmada, lo busco en el interior de mi bolso y contesto la llamada.


–Diga.


–Paula. –Dice con alivio, como si estuviese buscándome desesperadamente.


– ¿Qué sucede? –Le pregunto con una de mis mejores sonrisas. Sé que no puede verla, pero si la notara. Quiero que sepa que me importa un comino lo que haga, diga o lo que sea. Tengo cambios de humor muy raros y eso me hace mucho más especial.


– ¿Dónde estás? –Me pregunta con el tono de voz elevado. 


No quiero responder a esa pregunta.


–No te importa. Regresaré a casa en un par de horas. –Respondo restándole importancia al nuestro. Cuelgo la llamada y sonrío cuando la chica con uniforme negro se acerca a mí con varios conjuntos para que me pruebe.


Tomo todo lo que me entrega y me acerco a la sección de probadores. Veo a los esposos de cientos de mujeres que esperan impacientes, sentados sobre sillones rojos. Esto será muy, pero muy divertido. Hay bastante gente en un sábado en la tarde y quiero que todos me noten.


Me desnudo rápidamente y dejo mi ropa reposando sobre los ganchos plateados ubicados en las paredes blancas. 


Delante de mí hay un gran espejo. Me observo mientras que me pruebo el conjunto rojo de encaje con liguero. Pienso en Pedro, inconscientemente, no sé porque, pero su recuerdo me viene a la mente, ¿Dónde estará? ¿Está preocupado por mi? Ahora que lo pienso, pensar en todos esos esposos ahí afuera me hace sentir deplorable. Pedro y yo jamás intentamos hacer cosas como una pareja normal. 


Nunca fuimos de compras, juntos. Jamás fuimos al parque o a una cita real. Todo es una actuación y sé que el teatro se acabara cuando menos me lo espere. Quiero que las cosas sucedan en la vida real pero… ¿es él, el indicado? No lo sé, estoy confundida de nuevo. Hay miles de cosas que quiero saber, pero que luego me desinteresan por completo. Soy extraña, mis máscaras no pueden ocultar mis sentimientos por mucho tiempo. No quiero tropezar, no quiero caer y menos si se trata de Pedro.


Termino de colocarme la media de la pierna izquierda y me observo en el espejo. Este conjunto me gusta. Se ve sexy y atrevido. Sonrío al ver el resultado. Parpadeo y chillo cuando veo que alguien se introduce en el probador. Sus brazos me rodean la cintura, su cuerpo eleva el mío por los aires y provoca que me aferre a sus caderas con mis piernas.


Oh, mierda. Es Pedro y está muy molesto.


–Hola, cariño. –Susurra sobre mis labios. Veo sus ojos y están ardiendo por causa del enojo. Me va a doler y me va a encantar, lo sé. – ¿me extrañaste? –Pregunta con sarcasmo. 


Siento su erección palpitando en medio de mi feminidad y me éxito más de lo que ya estaba antes.


– ¿Qué haces aquí? –Cuestiono intentando alejar todos mis eróticos deseos.


–Estoy muy enojado contigo y voy a cogerte aquí, ahora y no debes hacer ni un ruido ¿comprendes? –Oh, mierda. Su manera de hablar me provoca mucho más calor. Suena rudo y molesto de verdad. No debo gritar, bien soy buena niña y no gritare. Cruzo mi mirada con la suya y mis manos atrapan su cabellera mientras que hundo mis labios en los suyo. Este hombre me excita como jamás creí que lo haría.


–Hazlo entonces, follame aquí y ahora. –Le digo con una sonrisa traviesa. –No gritaré.



Él sonríe con malicia y luego de apartar sus manos de mi cuerpo, se desabrocha el cinturón y escucho como el cierre se baja lentamente. Puedo sentirlo, está ahí muy cerca de mí. Lo deseo como nunca. Estoy mojada, tendré que llevarme el conjunto, soy una maldita pervertida.


Corre mi bombacha a un lado e introduce dos de sus dedos en mí y gimo levemente. Hace señas para que me calle y muerdo mi labio inferior. No debo gritar. Esto es muy divertido. Hay adrenalina, diversión y sexo, demasiado sexo en el minúsculo probador.


Coloco mis manos sobre su espalda y le clavo las uñas como me encanta hacerlo. No puedo gemir, jadear o lo que sea. Estoy desesperada y deseosa de sexo duro. Pedro quita sus dedos y luego me abre más de piernas. Mi espalda está adherida a la pared fría que cocha con mi cuerpo extremadamente caliente.


–Hazlo. –Le imploro con la voz entrecortada.


–Has sido una niña muy mala, Paula. –Sisea posando su boca sobre mi cuello. Oh, mierda. Esto es demasiado para esta hora del día. –Si gritas dejaré de hacerlo, ¿entendido?


–Sí, sí. Entendido. –Digo rápidamente. Se mueve y en menos de un abrir y cerrar de ojos lo tengo dentro de mí.
Hasta el fondo. Arqueo la espalda y aprieto su piel. Mierda, que sensación placentera. El ángulo es perfecto. Tiro mi cabeza hacia atrás y abro un poco la boca. Necesito gemir, no puedo hacerlo. Me siento aprisionada, pero al mismo tiempo, estupenda.


–Esto es por robarte el coche. –Dice en un susurro y me penetra muy fuerte. Estoy a punto de gritar, pero el ahoga mis gemidos en su boca. Estoy jadeando y quiero estallar en gritos, pero no puedo. Quiero que siga haciéndolo.



–Esto es por hacerme enfadar más de la cuenta, en el día de hoy. –Murmura y vuelve a penetrarme con mucha más fuerza que antes. Muerdo el lóbulo de su oreja con fuerza. Él sale lentamente y luego se introduce con agilidad. Me estoy volviendo loca.


Pedro… –Susurro intentando respirar con normalidad. 


Acelera sus embestidas y yo me contengo. Aprieto los ojos y me muerdo el labio. Debo mantener la boca cerrada.


–Vamos, preciosa. Quiero que te corras. –Me dice. Me toma con más fuerza por el culo y lo hace aun más duro que antes. Siento que la tierra completa se mueve. Como si un terremoto diera inicio en mi interior. Mis piernas se debilitan y mi cuerpo se tensa. Me besa apasionadamente y luego se mueve dentro y fuera un poco más lento. Luego a un perfecto y muy caliente orgasmo. Me derrumbo sobre su hombro y respiro agitadamente. Pedro se corre dentro de mí y jadea levemente.


–Oh, cielo... –Murmura acariciando mi cabello. Aún estoy atónita, desconcertada. Este no es el mismo Pedro con el que me case, ¿Qué cambió? No lo sé. Pero es magnífico. 


Quiero que me folle así todas las veces que sean posibles.


–Eso fue increíble. –Murmuro pegando nuestras frentes. 


Cierro los ojos y recupero el aliento.


–Lo mismo creo, cielo.


Minutos después Pedro acomoda su ropa y sale del probador. Recupero la fuerza en las piernas y acomodo mi cabello. Sude un poco pero ha valido la pena, fue la experiencia más erótica y caliente de toda mi vida. Quiero repetirlo en cualquier momento y en cualquier otro lugar. Esto comienza a tornarse muy interesante.


Pedro me llama al otro lado de la cortina de color rojo a combinación con los sillones de espera individuales, me presento delante de él con el conjunto que llevo puesto y veo como se relaja y me observa detenidamente. Acordamos que voy a probarme todos los conjuntos y él escogerá los que más le agraden. Me parece una idea razonable y estoy dispuesta a formar parte de esta locura. Sé lo que quiere hacer en realidad y me encanta ver cómo me desea. Quiero que se excite...


Me cambio de conjunto y me coloco el babydoll negro semitransparente. Abro la cortina y salgo a su encuentro. Al verme sus ojos se abren de par en par. Parece sorprendido, complacido e impactado. Justo lo que quería que sucediera. 


Me hago la niña tímida, pero camino hacia su dirección para que me observe mejor. Le encanta, lo sé. A mí también me gusta cómo lo luzco.


– ¿Qué te parece? –Pregunto tomando ambas puntitas del vestido, mientras que me muevo delicadamente de un lado al otro. Él sonríe. Está apoyando su pierna derecha sobre la otra y tiene el dedo índice sobre sus labios. Me mira con deseo. Quiero regresar al probador y que me folle de nuevo.


–Lo llevamos. –Murmura observando mis piernas. Elevo la mirada y sonrío al ver que los demás esposos han dejado de prestarles atención a sus mujeres y me prestan toda su atención a mí. Me desean, puedo sentirlo, puedo olerlo incluso. Hay mucha testosterona en el ambiente. Me acerco a Pedro y beso sus labios con frenesí intentando revivir en mi interior alguno de los besos de minutos atrás. 


Provocadora, mi segundo nombre es provocadora. Me acepta con gusto y luego me susurra al oído algo que hace que se me suba la temperatura.


–Quiero follarte como es debido. Vámonos a casa. –Sonrío, Me inclino y regreso al probador. Lo haremos luego. Sigo probándome conjuntos y todos le fascinan. Compramos la mayoría de ellos en todos los modelos y colores. Pedro paga con su tarjeta de crédito y luego me sugiere que pasemos el día, juntos, de compras. ¡Sí! ¡Por fin!


El centro comercial comienza a quedarse sin prendas de ropas que Pedro le gusten para mí. Todo lo que me pruebo él lo aprueba y hace que lo empaquen. Compramos más de lo que jamás me lo imagine. Vamos por el centro comercial tomados de la mano, mientras que observamos las vidrieras. 


No cargamos mas bolsas, el lo ordeno así. Todo será enviado a casa luego. Me parece mejor. Por un momento me siento extraña, pero luego me siento cómoda con su manera de ser.


Las cosas entre ambos están cambiando y eso me asusta.


Tomamos el té en una cafetería y hablamos sobre temas sin importancia. Es agradable no usar máscaras en un momento así. Me siento Paula, solo Paula. No la señora Alfonso.


–Lamento lo que sucedió hoy. –Musita con el tono de voz bajo, mientras que juguetea con la cuchara de su taza de té.


–No debí salir de esa manera. –Admito a duras penas–Pero no me sentía bien. Tu familia a veces es algo...


Me detengo. No sé como terminar la frase y no quiero empezar otra pelea sin sentido.


–Mi familia no es perfecta Paula, pero todos te admiran y sienten cariño hacia ti.


Dejo mi taza de té a un lado. No quiero hablar de Pedro y de su familia. No quiero ser sincera con él, no quiero decirle que odio a su madre, a su tio y a su fastidiosa sobrina.


– ¿Porque mejor no seguimos con las compras?


Terminamos las galletas y el delicioso te con diversos sabores a frutas y luego de pagar la cuenta seguimos recorriendo el amplio lugar. Correteamos y juagamos como si fuésemos niños de doce años. Estoy divirtiéndome por primera vez.


Tiro de su brazo cuando estamos parados frente a una tienda de bolsos. Sonrío con malicia y al ver la expresión de su rostro me acerco a besarlo.


–Ven. –Le digo. –Tengo algo que comprar.



Él me sigue y con toda la calma del mundo comienzo a ver todo tipo de juguetes sexuales. Me encanta. Jamás me había atrevido a entrar a este lugar aunque me moría de la curiosidad. Ahora estoy aquí y tengo todo tipo de viradores a mí alrededor. Tomo uno de los más grandes y se lo enseño a Pedro. Frunce el ceño y su mirada refleja confusión y desaprobación.


– ¿Qué piensas hacer? –Me cuestiono con el semblante serio.


–Vamos a jugar un juego muy divertido, cuando lleguemos a casa.


–Puedes jugar conmigo cuando quieras, como quieras y donde quieras, no necesitas esto, ¿comprendes? –asegura quitando el juguete de mis manos y dejándolo en donde estaba anteriormente. –me tienes a mi…