Encuentro a Karen hablando con el personal. Hago acto de presencia y todos se callan inmediatamente al verme, todos, menos ella.
—Y recuerden que los contratos deben estar listos para el lunes —dice con autoridad.
—Karen —La llamo amablemente. Se voltea en mi dirección y su falsa sonrisa me da indicios de que no se alegra de verme.
—¿Qué necesitas, Paula? —pregunta con descaro, provocando que mi sonrisa se borre por completo.
—En primer lugar; soy señora Alfonso para ti, cariño —espeto duramente—, ¿Comprendes lo que digo en alemán, cierto? —Ella traga el nudo de su garganta y luego asiente con la cabeza. Verla así me genera mucho placer. Esto será divertido—.Y en segundo lugar; mi esposo me ha dado autorización para organizar lo que resta de la fiesta.
—¿Qué? —pregunta, atónita.
—Así es —respondo con una amplia sonrisa de victoria—. Trae tu agenda electrónica y los papeles de preparativos, que la que tomará las decisiones aquí seré yo.
—Pero… es que Pedro… —balbucea una y otra vez.
—Pedro tiene demasiado trabajo y me dispuse a ayudarlo. Así que haz lo que te ordeno porque la fiesta será mañana y no tenemos todo el día.
****
La mañana se me hace interminable. He hecho demasiado.
Karen ha obedecido a duras penas y me encantó verla maldecirme entre diente. Hemos asistido al salón del evento
para supervisar que todo esté bajo control. Hice la selección final de arreglos florales, música, bebidas, postre y ubicación de invitados. Todo está saliendo de maravilla. Sé que será una fiesta esplendida. La rubia toma notas y sigue mis órdenes. Es genial hacer esto, me siento diferente, poderosa, única. Soy la reina aquí. Tengo el control absoluto de todo esto. Será una fiesta felizmente organizada por mí, porque para ser honesta, el trabajo de la rubia no era muy bueno.
A las dos de la tarde acabamos con todo esto, nos dirigimos al coche de Karen y por fin recibo un mensaje de Pedro.
*¿Cómo va todo, preciosa?*
Tecleo la respuesta rápidamente. Está en línea, así que no tardará en responderme.
*Todo está perfecto. Soy muy buena en esto.*
Su respuesta es casi inmediata.
*¿Tendré que pagarte por tu trabajo?*
No puedo evitar reírme ante su pregunta. Karen me mira de reojo, pero no dice nada. Hablo con mi esposo y sé que eso le molesta. Por más que trate de ocultarlo, sé que a ella le gusta mi hombre.
*No, pero me llevarás de compras.*
*Sabía que dirías eso*
*También te quiero*
*Es broma, te amo cariño. Haré lo que tú desees.*
*De acuerdo. Te veo luego.*
*Te espero en media hora para que almorcemos.*
*Bien. Te amo*
No puedo dejar de sonreír. Pedro es tan dulce y especial.
Jamás me imaginé un momento así de divertido y extraño.
Nunca fuimos de esas parejas que se envían textos todo el tiempo, pero cuando esto sucede, es muy entretenido.
*Te amo*
Cuando llegamos al edificio, Karen y yo subimos por el ascensor en completo silencio. Ella hace una mueca extraña y luego se voltea en mi dirección.
—¡Oh, casi lo olvido! —exclama. Busca en su bolso y me entrega un bolígrafo plateado que parece ser costoso—. Pedro lo olvido el día de ayer, cuando fuimos a beber un café, ¿Puedes dárselo por mí? —cuestiona con inocencia fingida.
¿Qué? ¿Pedro la vio el día de ayer? ¿Esto es una broma?
No, no puedo caer en su juego. Sé lo que pretende hacer, pero no me dejo vencer. Ella es astuta, pero yo lo soy mucho más. Soy Paula Alfonso, tengo el control. Puedo fingir ahora, puedo fingir que nada sucede. Ella no es nadie.
Soy la reina...
Miro el bolígrafo y lo tomo entre manos. Lo guardo en mi bolso y sonrío ampliamente. Su jueguito no funcionará conmigo.
—Gracias. De hecho, Pedro me mencionó que salió contigo, pero no me ha dicho más, las cosas insignificantes como esas no tienen importancia en nuestra relación —musito con desinterés, menospreciándola por completo. Ella se enfurece por dentro, pero debe mantener la compostura. Sonrío en mi interior, logré vencer de nuevo, tengo el control como siempre lo hago—. Se lo entregaré ahora.
...Y la reina siempre gana.
Las puertas del ascensor se abren de par en par. Salgo primero y con una radiante sonrisa, camino hacia el despacho de mi esposo. Es hora de que me escuche y de que me dé muchas explicaciones. Estoy molesta, demasiado molesta por esto. Ayer me mintió y no comprendo por qué.
Esto no me gusta para nada y pienso hacerle miles de preguntas, ya nada me importa. Solo necesito calmar mi enfado y no cometer una locura. Esa mujer me fastidia y si tengo que hacer que la corran de la empresa, lo haré, pero yo saldré ganando, siempre.
Cuando entro a su oficina, lo primero que noto es que él no está ahí. Genial ¿Dónde demonios está? Me siento en su lugar y coloco mis piernas encima de su escritorio. Necesito calmarme un poco. Enciendo la pantalla de su computadora y veo la sesión de usuario bloqueada. De pronto, la curiosidad me invade por completo. Quiero saber que hay aquí dentro.
Necesito ingresar una contraseña, pero pienso y nada se me ocurre. Intento con Alfonsocompany, pero no funciona, hago varios intentos y en el cuarto o quinto, escribo “PaulaAlfonso” e ingreso en su usuario.
—Lo sabía —murmuro repleta de orgullo—. Soy yo, soy el centro de su universo.
Miro la pantalla y no veo nada de especial. Su fondo de escritorio es el de unos peces debajo del agua. Hay muy pocas carpetas y archivos y varios programas de Word y Excel abiertos en dónde solo veo gráficos de barras y estadísticas.
—¿Husmeaba mis archivos, señora Alfonso? —cuestiona la voz de mi esposo, provocando que de un respingo del susto.
—Mierda, Pedro —murmuro con un hilo de voz, mientras que coloco una mano en mi pecho para intentar calmarme.
—¿Estabas husmeando mis cosas? —vuelve a preguntar con una sonrisa repleta de diversión. Me pongo de pie y lo miro fijamente. Ahora estoy seria y molesta. No, no estaba buscando nada en su maldita computadora. Solo veía cosas al azar.
—No sé de qué hablas —le respondo secamente.
Él se acerca muchísimo y acorta la gran distancia que nos separaba.
—¿Enserio?
—Sí, Pedro, enserio. No me interesa lo que tengas en tu maldita computadora, solo estaba aburrida y ahora que lo menciono, también estoy molesta.
Da dos pasos hacia mí y me toma entre sus brazos. Frunce el ceño y, cuando intenta besarme para aligerar el ambiente, lo aparto de mí con brusquedad.
—¿Qué ocurre, cielo? —cuestiona desconcertado.
—No me llames cielo y no te hagas el inocente porque sabes muy bien lo que aquí sucede! —grito buscando el maldito bolígrafo dentro de mi estúpido y costosísimo bolso. Cuando lo encuentro, se lo enseño. Él sabe a lo que me refiero y solo quiero una explicación detallada de todo lo que sucedió porque siento que los celos están consumiéndome.
—Es mi bolígrafo —afirma, observándolo detenidamente.
No puedo contenerme, estoy furiosa. De solo pensar que mi esposo y esa rubia estuvieron juntos, me hace sentir fatal.
—¡Claro que es tu maldito bolígrafo, Pedro! —grito golpeando su hombro con la palma de mi mano para intentar liberar la furia que se apodera de mi cuerpo—. ¡Estuviste con ella ayer y no me lo dijiste! ¡Me mentiste! —exclamo golpeando su hombro de nuevo. Él no me dice nada, solo me observa detenidamente con esos ojos preciosos que hacen que pierda el control. Quiero que reaccione, que me dé una estúpida explicación, pero solo está ahí, viéndome sin apartar sus ojos de mí.
—Eres malditamente sexy cuando te pones celosa, Paula —murmura, observando mis labios.
Esperen ¿Qué?
No puedo reaccionar. Sus brazos atrapan mi cintura y sus labios aprisionan los míos en un apasionado beso que me deja sin pensamientos. Poso mis manos en su nuca y rodeo su cadera con mis piernas.
No sé en qué momento hemos cambiado de actitud, pero esto me resulta interesante.
Él deposita todo mi peso encima de su escritorio y abre mis piernas, tomándome por sorpresa. No es el mismo de siempre, está excitado y parece una bestia salvaje. Me encanta, de verdad me encanta.
Sus manos toman mi ropa interior. No puedo creerlo. Cierro los ojos y saboreo la deliciosa sensación de su dedo índice recorriendo mi sexo lentamente, está volviéndome loca. Tiro mi cabeza hacia atrás y suelto un leve jadeo. Me arranca la prenda sin previo aviso, dejándome completamente vulnerable.
—No necesitaremos esto, preciosa.
Después, se apodera de mi cuello y me estremece con besos rítmicos y calientes. Ahora estoy casi desnuda. Su mirada se vuelve más intensa cuando noto que observa mis senos. Es hora de que la Paula sorprendida desaparezca. Si de verdad vamos a hacer esto en su oficina, tiene que valer la pena, tiene que ser memorable. Ya no estoy molesta, ni siquiera recuerdo el motivo por el que lo estaba. Ahora solo puedo pensar en mi esposo, su cuerpo y mucho sexo.
—Espera —digo, colocando mi mano en su pecho antes de que me desnude por completo—. Tengo una idea —susurro sobre su oído con una sonrisa—. Siéntate ahí —le indico, señalando el sillón de cuero ubicado delante de su escritorio.
Pedro lo hace sin decir nada, lo observo detenidamente y muerdo mi labio inferior al ver el bulto en sus pantalones grises. Esto será fascinante.
Rodeo la mesa, tomo mi teléfono celular y hago que la canción Baby one more time de Britney Spears suene. Mi esposo sonríe ampliamente y coloca sus brazos en los apoyos del sillón, mirándome con intriga. Me desea, puedo verlo, puedo sentirlo. Solo somos nosotros dos.
Camino de manera sensual hasta colocarme delante de él, siguiendo el ritmo de la canción. Sonrío y contorneo mis caderas una y otra vez hasta quedar de espaldas. Me inclino hacia adelante y dejo que observe mi trasero por varios segundos. Estoy desnuda ahí abajo y mi esposo no pierde oportunidad por rosar sus dedos con mi sexo más de una vez.
—Oh, mierda —digo entre jadeos—. No juegues sucio.
Él se pone de pie y oigo como se baja el cierre de sus pantalones. Sé que lo que vendrá será completamente inevitable. Ya estoy lista, solo tengo que recibirlo y dejar que la magia suceda. Pedro apega su cuerpo al mío y siento su erección chocando en la parte baja de mi espalda. Esto sucederá y nada me resulta más excitante.
—Primero tengo que quitarte esto, mi cielo —susurra besando mi hombro, mientras que con sus manos toma mis pechos y los aprieta levemente por encima del sostén.
Muevo mi cabeza hacia atrás para absorber todas esas sensaciones y la dejo descansar en su hombro. Pedro es fantástico haciendo esto, debo admitir que estoy un poco sorprendida.
Desabrocha la prenda y me la quita con suma delicadeza.
Luego, sus dedos aprietan mis duros pezones y me hacen gemir por la extraña mezcla de placer y dolor.
—Inclínate sobre el escritorio, Paula —murmura de manera seductora.
Lo hago sin protestar. Dejo que mis pechos rocen la madera color caoba y le entrego en bandeja de plata todo mi cuerpo.
Que me haga lo que quiera. Sé que será fantástico y más si es de la manera que me lo estoy imaginando.
Sus manos recorrer en contorno de mi cintura y rápidamente siento como se introduce en mí con lentitud, y me desespera por completo.
—Duro, Pedro, duro —suplico con un dejo de voz.
—¿Segura? —cuestiona con preocupación en su tono de voz.
—Sí, solo hazlo, cariño —chillo al borde de perder el control.
Él comienza a moverse rápidamente. Como me gusta.
Empiezo a jadear y cierro los ojos debido a sus fuertes embestidas. Solo dejo que su cuerpo dirija los movimientos del mío. Pedro gruñe y con mucha fuerza toma mis caderas y las mueve hacia adelante y hacia atrás. Estoy volviéndome completamente loca. Me encanta, es diferente a las demás veces…
—¡Oh, Pedro! —digo sin poder tener el control de lo que sale de mi boca—. ¡Pedro! Oh, por Dios...
Aumenta la velocidad y una enorme sonrisa se forma en mi rostro. Esto es realmente sorprendente. Me encanta, me fascina, solo Pedro puede hacerlo.
—¡Oh, sí! —grito.
Él sigue haciendo lo suyo una y otra vez, variando en la velocidad y la intensidad de sus penetraciones. En mi interior hay una enorme fiesta. Es deslumbrante.
Cuando creo que llegaré al orgasmo, se detiene sin decir nada, tomándome por sorpresa. ¿Por qué demonios se detiene? Frunzo el ceño, pero no hago preguntas y dejo que me controle.
—Quiero hacer algo diferente, cariño —Apega su pecho a mi espalda.
—Hazme lo que quieras, Pedro —respondo en un murmuro.
No tengo noción de lo que sucede, me siento embriagada por todo lo que estaba haciéndome.
Las manos de mi esposo se alejan de mí por unos segundos. Miro por encima de mi hombro y lo veo observando mi cuerpo con una mirada cargada de preocupación. Me pregunto que estará pensando.
—¿Qué sucede?
El mueve su dedo índice, lo roza por mi sexo y lo detiene en ese otro sitio casi prohibido. Oh, mi Dios, no puede hablar ¿Enserio quiere hacerlo? No lo creo. ¿De verdad?
—¿Quieres hacerme tuya por ahí también? —cuestiono con una sonrisa radiante. Él me sonríe por respuesta, pero veo que está preocupado.
—No quiero hacerte daño —responde con dulzura y luego acaricia mi espalda.
—No me harás daño —aseguro—. Hazlo, no me lastimarás, Pedro. Si algo sucede, te diré que te detengas.
Él parece pensarlo por unos segundos, pero sigo viendo su mirada de preocupación. No tiene que preocuparse, nada sucederá, es sexo, nada más. No soy virgen en ese aspecto, pero si debo confesar que llevo más de un año sin hacerlo.
Mierda. Ahora estoy algo nerviosa.
Pedro vuelve a inclinarme sobre su escritorio. Cierro los ojos y percibo como sus manos intentan separar mis glúteos para darle más acceso a mi zona intima. Su dedo lubrica el lugar especificado con mis propios fluidos y segundos más tarde, siento como la punta de su miembro roza mi delicada entrada.
—Si te hago daño, dímelo, Paula, por favor —me implora.
—Lo haré —respondo desesperada.
Él comienza a introducirse lentamente en mí. Cierro los ojos y me aferro con todas mis fuerzas al borde la mesa de madera. Primero la punta, se mete lentamente, no siento dolor aún, es algo que puedo controlar, luego todo. El dolor mezclado con placer me hace soltar un gran gemido.
—¿Estás bien, cielo? —pregunta rápidamente, deteniéndose en donde estaba.
—Sí, sí. Estoy bien, no te detengas —Abro mi boca para tomar aire.
Él continúa dentro de mí. El dolor aumenta, pero luego de unos segundos, mi cuerpo se acostumbra a tenerlo y lo único que tengo que soportar son las extrañas presiones que sufre mi bajo vientre. Es raro, no lo recordaba de esa manera, pero cuando mi esposo se mueve en mi interior por primera vez, enloquezco…
—¿Puedes soportarlo, preciosa? —pregunta con preocupación.
—Sí, sí —digo—. Muévete, muévete.
Él comienza a deslizarse dentro y fuera, no se detiene. Cada vez que pienso que no puede aumentar la velocidad, lo hace. Mis gritos se escapan de mi garganta y no puedo evitarlo. Pedro deja que algunos insultos salgan de su boca, mientras que me penetra de manera muy dura. Esto es… mierda, no puedo ni describirlo. Las sensaciones son hermosas, me siento nueva, renovada. Esto me ha tomado por sorpresa.
—¡Oh, mierda! ¡Pedro! —chillo, dejándome ir…