sábado, 16 de septiembre de 2017

CAPITULO 20 (SEGUNDA PARTE)





Encuentro a Karen hablando con el personal. Hago acto de presencia y todos se callan inmediatamente al verme, todos, menos ella.


—Y recuerden que los contratos deben estar listos para el lunes —dice con autoridad.


—Karen —La llamo amablemente. Se voltea en mi dirección y su falsa sonrisa me da indicios de que no se alegra de verme.


—¿Qué necesitas, Paula? —pregunta con descaro, provocando que mi sonrisa se borre por completo.


—En primer lugar; soy señora Alfonso para ti, cariño —espeto duramente—, ¿Comprendes lo que digo en alemán, cierto? —Ella traga el nudo de su garganta y luego asiente con la cabeza. Verla así me genera mucho placer. Esto será divertido—.Y en segundo lugar; mi esposo me ha dado autorización para organizar lo que resta de la fiesta.


—¿Qué? —pregunta, atónita.


—Así es —respondo con una amplia sonrisa de victoria—. Trae tu agenda electrónica y los papeles de preparativos, que la que tomará las decisiones aquí seré yo.


—Pero… es que Pedro… —balbucea una y otra vez.


Pedro tiene demasiado trabajo y me dispuse a ayudarlo. Así que haz lo que te ordeno porque la fiesta será mañana y no tenemos todo el día.



****


La mañana se me hace interminable. He hecho demasiado. 


Karen ha obedecido a duras penas y me encantó verla maldecirme entre diente. Hemos asistido al salón del evento
para supervisar que todo esté bajo control. Hice la selección final de arreglos florales, música, bebidas, postre y ubicación de invitados. Todo está saliendo de maravilla. Sé que será una fiesta esplendida. La rubia toma notas y sigue mis órdenes. Es genial hacer esto, me siento diferente, poderosa, única. Soy la reina aquí. Tengo el control absoluto de todo esto. Será una fiesta felizmente organizada por mí, porque para ser honesta, el trabajo de la rubia no era muy bueno.


A las dos de la tarde acabamos con todo esto, nos dirigimos al coche de Karen y por fin recibo un mensaje de Pedro.


*¿Cómo va todo, preciosa?*


Tecleo la respuesta rápidamente. Está en línea, así que no tardará en responderme.


*Todo está perfecto. Soy muy buena en esto.*


Su respuesta es casi inmediata.


*¿Tendré que pagarte por tu trabajo?*


No puedo evitar reírme ante su pregunta. Karen me mira de reojo, pero no dice nada. Hablo con mi esposo y sé que eso le molesta. Por más que trate de ocultarlo, sé que a ella le gusta mi hombre.


*No, pero me llevarás de compras.*


*Sabía que dirías eso*


*También te quiero*


*Es broma, te amo cariño. Haré lo que tú desees.*


*De acuerdo. Te veo luego.*


*Te espero en media hora para que almorcemos.*


*Bien. Te amo*


No puedo dejar de sonreír. Pedro es tan dulce y especial. 


Jamás me imaginé un momento así de divertido y extraño. 


Nunca fuimos de esas parejas que se envían textos todo el tiempo, pero cuando esto sucede, es muy entretenido.


*Te amo*


Cuando llegamos al edificio, Karen y yo subimos por el ascensor en completo silencio. Ella hace una mueca extraña y luego se voltea en mi dirección.


—¡Oh, casi lo olvido! —exclama. Busca en su bolso y me entrega un bolígrafo plateado que parece ser costoso—. Pedro lo olvido el día de ayer, cuando fuimos a beber un café, ¿Puedes dárselo por mí? —cuestiona con inocencia fingida.


¿Qué? ¿Pedro la vio el día de ayer? ¿Esto es una broma?


No, no puedo caer en su juego. Sé lo que pretende hacer, pero no me dejo vencer. Ella es astuta, pero yo lo soy mucho más. Soy Paula Alfonso, tengo el control. Puedo fingir ahora, puedo fingir que nada sucede. Ella no es nadie.


Soy la reina...


Miro el bolígrafo y lo tomo entre manos. Lo guardo en mi bolso y sonrío ampliamente. Su jueguito no funcionará conmigo.


—Gracias. De hecho, Pedro me mencionó que salió contigo, pero no me ha dicho más, las cosas insignificantes como esas no tienen importancia en nuestra relación —musito con desinterés, menospreciándola por completo. Ella se enfurece por dentro, pero debe mantener la compostura. Sonrío en mi interior, logré vencer de nuevo, tengo el control como siempre lo hago—. Se lo entregaré ahora.


...Y la reina siempre gana.


Las puertas del ascensor se abren de par en par. Salgo primero y con una radiante sonrisa, camino hacia el despacho de mi esposo. Es hora de que me escuche y de que me dé muchas explicaciones. Estoy molesta, demasiado molesta por esto. Ayer me mintió y no comprendo por qué. 


Esto no me gusta para nada y pienso hacerle miles de preguntas, ya nada me importa. Solo necesito calmar mi enfado y no cometer una locura. Esa mujer me fastidia y si tengo que hacer que la corran de la empresa, lo haré, pero yo saldré ganando, siempre.


Cuando entro a su oficina, lo primero que noto es que él no está ahí. Genial ¿Dónde demonios está? Me siento en su lugar y coloco mis piernas encima de su escritorio. Necesito calmarme un poco. Enciendo la pantalla de su computadora y veo la sesión de usuario bloqueada. De pronto, la curiosidad me invade por completo. Quiero saber que hay aquí dentro.


Necesito ingresar una contraseña, pero pienso y nada se me ocurre. Intento con Alfonsocompany, pero no funciona, hago varios intentos y en el cuarto o quinto, escribo “PaulaAlfonso” e ingreso en su usuario.



—Lo sabía —murmuro repleta de orgullo—. Soy yo, soy el centro de su universo.


Miro la pantalla y no veo nada de especial. Su fondo de escritorio es el de unos peces debajo del agua. Hay muy pocas carpetas y archivos y varios programas de Word y Excel abiertos en dónde solo veo gráficos de barras y estadísticas.


—¿Husmeaba mis archivos, señora Alfonso? —cuestiona la voz de mi esposo, provocando que de un respingo del susto.


—Mierda, Pedro —murmuro con un hilo de voz, mientras que coloco una mano en mi pecho para intentar calmarme.


—¿Estabas husmeando mis cosas? —vuelve a preguntar con una sonrisa repleta de diversión. Me pongo de pie y lo miro fijamente. Ahora estoy seria y molesta. No, no estaba buscando nada en su maldita computadora. Solo veía cosas al azar.


—No sé de qué hablas —le respondo secamente.


Él se acerca muchísimo y acorta la gran distancia que nos separaba.


—¿Enserio?


—Sí, Pedro, enserio. No me interesa lo que tengas en tu maldita computadora, solo estaba aburrida y ahora que lo menciono, también estoy molesta.


Da dos pasos hacia mí y me toma entre sus brazos. Frunce el ceño y, cuando intenta besarme para aligerar el ambiente, lo aparto de mí con brusquedad.


—¿Qué ocurre, cielo? —cuestiona desconcertado.


—No me llames cielo y no te hagas el inocente porque sabes muy bien lo que aquí sucede! —grito buscando el maldito bolígrafo dentro de mi estúpido y costosísimo bolso. Cuando lo encuentro, se lo enseño. Él sabe a lo que me refiero y solo quiero una explicación detallada de todo lo que sucedió porque siento que los celos están consumiéndome.


—Es mi bolígrafo —afirma, observándolo detenidamente.


No puedo contenerme, estoy furiosa. De solo pensar que mi esposo y esa rubia estuvieron juntos, me hace sentir fatal.


—¡Claro que es tu maldito bolígrafo, Pedro! —grito golpeando su hombro con la palma de mi mano para intentar liberar la furia que se apodera de mi cuerpo—. ¡Estuviste con ella ayer y no me lo dijiste! ¡Me mentiste! —exclamo golpeando su hombro de nuevo. Él no me dice nada, solo me observa detenidamente con esos ojos preciosos que hacen que pierda el control. Quiero que reaccione, que me dé una estúpida explicación, pero solo está ahí, viéndome sin apartar sus ojos de mí.


—Eres malditamente sexy cuando te pones celosa, Paula —murmura, observando mis labios.


Esperen ¿Qué?


No puedo reaccionar. Sus brazos atrapan mi cintura y sus labios aprisionan los míos en un apasionado beso que me deja sin pensamientos. Poso mis manos en su nuca y rodeo su cadera con mis piernas.


No sé en qué momento hemos cambiado de actitud, pero esto me resulta interesante.


Él deposita todo mi peso encima de su escritorio y abre mis piernas, tomándome por sorpresa. No es el mismo de siempre, está excitado y parece una bestia salvaje. Me encanta, de verdad me encanta.


Sus manos toman mi ropa interior. No puedo creerlo. Cierro los ojos y saboreo la deliciosa sensación de su dedo índice recorriendo mi sexo lentamente, está volviéndome loca. Tiro mi cabeza hacia atrás y suelto un leve jadeo. Me arranca la prenda sin previo aviso, dejándome completamente vulnerable.


—No necesitaremos esto, preciosa.


Después, se apodera de mi cuello y me estremece con besos rítmicos y calientes. Ahora estoy casi desnuda. Su mirada se vuelve más intensa cuando noto que observa mis senos. Es hora de que la Paula sorprendida desaparezca. Si de verdad vamos a hacer esto en su oficina, tiene que valer la pena, tiene que ser memorable. Ya no estoy molesta, ni siquiera recuerdo el motivo por el que lo estaba. Ahora solo puedo pensar en mi esposo, su cuerpo y mucho sexo.


—Espera —digo, colocando mi mano en su pecho antes de que me desnude por completo—. Tengo una idea —susurro sobre su oído con una sonrisa—. Siéntate ahí —le indico, señalando el sillón de cuero ubicado delante de su escritorio. 


Pedro lo hace sin decir nada, lo observo detenidamente y muerdo mi labio inferior al ver el bulto en sus pantalones grises. Esto será fascinante.


Rodeo la mesa, tomo mi teléfono celular y hago que la canción Baby one more time de Britney Spears suene. Mi esposo sonríe ampliamente y coloca sus brazos en los apoyos del sillón, mirándome con intriga. Me desea, puedo verlo, puedo sentirlo. Solo somos nosotros dos.


Camino de manera sensual hasta colocarme delante de él, siguiendo el ritmo de la canción. Sonrío y contorneo mis caderas una y otra vez hasta quedar de espaldas. Me inclino hacia adelante y dejo que observe mi trasero por varios segundos. Estoy desnuda ahí abajo y mi esposo no pierde oportunidad por rosar sus dedos con mi sexo más de una vez.


—Oh, mierda —digo entre jadeos—. No juegues sucio.


Él se pone de pie y oigo como se baja el cierre de sus pantalones. Sé que lo que vendrá será completamente inevitable. Ya estoy lista, solo tengo que recibirlo y dejar que la magia suceda. Pedro apega su cuerpo al mío y siento su erección chocando en la parte baja de mi espalda. Esto sucederá y nada me resulta más excitante.


—Primero tengo que quitarte esto, mi cielo —susurra besando mi hombro, mientras que con sus manos toma mis pechos y los aprieta levemente por encima del sostén. 


Muevo mi cabeza hacia atrás para absorber todas esas sensaciones y la dejo descansar en su hombro. Pedro es fantástico haciendo esto, debo admitir que estoy un poco sorprendida.


Desabrocha la prenda y me la quita con suma delicadeza. 


Luego, sus dedos aprietan mis duros pezones y me hacen gemir por la extraña mezcla de placer y dolor.


—Inclínate sobre el escritorio, Paula —murmura de manera seductora.


Lo hago sin protestar. Dejo que mis pechos rocen la madera color caoba y le entrego en bandeja de plata todo mi cuerpo. 


Que me haga lo que quiera. Sé que será fantástico y más si es de la manera que me lo estoy imaginando.


Sus manos recorrer en contorno de mi cintura y rápidamente siento como se introduce en mí con lentitud, y me desespera por completo.


—Duro, Pedro, duro —suplico con un dejo de voz.


—¿Segura? —cuestiona con preocupación en su tono de voz.


—Sí, solo hazlo, cariño —chillo al borde de perder el control.


Él comienza a moverse rápidamente. Como me gusta. 


Empiezo a jadear y cierro los ojos debido a sus fuertes embestidas. Solo dejo que su cuerpo dirija los movimientos del mío. Pedro gruñe y con mucha fuerza toma mis caderas y las mueve hacia adelante y hacia atrás. Estoy volviéndome completamente loca. Me encanta, es diferente a las demás veces…



—¡Oh, Pedro! —digo sin poder tener el control de lo que sale de mi boca—. ¡Pedro! Oh, por Dios...


Aumenta la velocidad y una enorme sonrisa se forma en mi rostro. Esto es realmente sorprendente. Me encanta, me fascina, solo Pedro puede hacerlo.


—¡Oh, sí! —grito.


Él sigue haciendo lo suyo una y otra vez, variando en la velocidad y la intensidad de sus penetraciones. En mi interior hay una enorme fiesta. Es deslumbrante.


Cuando creo que llegaré al orgasmo, se detiene sin decir nada, tomándome por sorpresa. ¿Por qué demonios se detiene? Frunzo el ceño, pero no hago preguntas y dejo que me controle.


—Quiero hacer algo diferente, cariño —Apega su pecho a mi espalda.


—Hazme lo que quieras, Pedro —respondo en un murmuro.


No tengo noción de lo que sucede, me siento embriagada por todo lo que estaba haciéndome.


Las manos de mi esposo se alejan de mí por unos segundos. Miro por encima de mi hombro y lo veo observando mi cuerpo con una mirada cargada de preocupación. Me pregunto que estará pensando.


—¿Qué sucede?


El mueve su dedo índice, lo roza por mi sexo y lo detiene en ese otro sitio casi prohibido. Oh, mi Dios, no puede hablar ¿Enserio quiere hacerlo? No lo creo. ¿De verdad?


—¿Quieres hacerme tuya por ahí también? —cuestiono con una sonrisa radiante. Él me sonríe por respuesta, pero veo que está preocupado.


—No quiero hacerte daño —responde con dulzura y luego acaricia mi espalda.


—No me harás daño —aseguro—. Hazlo, no me lastimarás, Pedro. Si algo sucede, te diré que te detengas.


Él parece pensarlo por unos segundos, pero sigo viendo su mirada de preocupación. No tiene que preocuparse, nada sucederá, es sexo, nada más. No soy virgen en ese aspecto, pero si debo confesar que llevo más de un año sin hacerlo. 


Mierda. Ahora estoy algo nerviosa.


Pedro vuelve a inclinarme sobre su escritorio. Cierro los ojos y percibo como sus manos intentan separar mis glúteos para darle más acceso a mi zona intima. Su dedo lubrica el lugar especificado con mis propios fluidos y segundos más tarde, siento como la punta de su miembro roza mi delicada entrada.


—Si te hago daño, dímelo, Paula, por favor —me implora.


—Lo haré —respondo desesperada.


Él comienza a introducirse lentamente en mí. Cierro los ojos y me aferro con todas mis fuerzas al borde la mesa de madera. Primero la punta, se mete lentamente, no siento dolor aún, es algo que puedo controlar, luego todo. El dolor mezclado con placer me hace soltar un gran gemido.


—¿Estás bien, cielo? —pregunta rápidamente, deteniéndose en donde estaba.


—Sí, sí. Estoy bien, no te detengas —Abro mi boca para tomar aire.


Él continúa dentro de mí. El dolor aumenta, pero luego de unos segundos, mi cuerpo se acostumbra a tenerlo y lo único que tengo que soportar son las extrañas presiones que sufre mi bajo vientre. Es raro, no lo recordaba de esa manera, pero cuando mi esposo se mueve en mi interior por primera vez, enloquezco…


—¿Puedes soportarlo, preciosa? —pregunta con preocupación.


—Sí, sí —digo—. Muévete, muévete.


Él comienza a deslizarse dentro y fuera, no se detiene. Cada vez que pienso que no puede aumentar la velocidad, lo hace. Mis gritos se escapan de mi garganta y no puedo evitarlo. Pedro deja que algunos insultos salgan de su boca, mientras que me penetra de manera muy dura. Esto es… mierda, no puedo ni describirlo. Las sensaciones son hermosas, me siento nueva, renovada. Esto me ha tomado por sorpresa.


—¡Oh, mierda! ¡Pedro! —chillo, dejándome ir…






CAPITULO 19 (SEGUNDA PARTE)





Salimos del ascensor tomados de la mano. En mi interior me siento un poquito nerviosa, solo un poquito. Pedro toma mi mano fuertemente y camina por el pasillo con completa seguridad y orgullo.



La sonrisa en su rostro logra calmarme rápidamente. Todo lo hago bien, todo saldrá bien, siempre tengo el control de todas las situaciones y esta situación no es la gran cosa.


A lo lejos, veo la sección de cubículos de oficina. Hay cientos de ellos y gente correteando con papeles de un lado para el otro. Suenan muchos teléfonos y hay demasiado ruido. 


Jamás creí que esto sería así de atareado y ruidoso.


—¡Al fin llegas! —exclama una rubia delgada, de cabello corto por los hombros, ojos azules y labios color carmín, vistiendo una camisa blanca y una falda negra que no combinarían nunca en toda una vida entera.


Sé que es ella, me desagrada demasiado, no puedo creer que me sentí celosa por un momento. Ella no es nada a comparación a mí. Ni siquiera me llega a la suela del zapato. Sonrío en mi interior. Mi ego se acaba de elevar y mi sonrisa se hace inmensa.


—¡Te dije que vendría! —dice Pedro en alemán abrazándola con dulzura.


Me detengo a una distancia aceptable y finjo ser la esposa buena, tímida y comprensiva. Todos deben de pensar que soy adorable y amable. Ese es el plan.


Ambos comienzan a hablar, pero me pierdo en la conversación. Hablo alemán, pero no del todo. Sé que solo intercambian alguna que otra palabra, pero es momento de que la dueña y señora entre en escena.


Pedro recuerda que soy su esposa y que estoy aquí. Se voltea y con una dulce sonrisa, me toma de la mano y me hace avanzar hacia ella.


—Karen, ella es mi preciosa esposa, Paula —le dice con una sonrisa cargada de orgullo.


Estiro mi brazo hacia su dirección, me quito los anteojos y con una mirada repleta de seguridad la escaneo de arriba a abajo. No le agrado del todo, lo sé. Puedo sentirlo, puedo verlo, pero, simplemente, no me importa. Soy mucho más que ella.


—Paula Alfonso. Es un placer —miento hablando su mismo idioma. Quiero dejarle muy en claro que no soy ninguna tonta, que nadie me lleva ventaja, y sé que lo logro.


—El placer es mío —me responde con una sonrisa tan falsa como la mía.


—Quiero presentarla a todos, Karen. ¿Me harías el favor?


—Claro, lo haré —responde velozmente—. ¿Pero… crees que ella estará bien aquí? Hay mucho trabajo por hacer.


Es el momento en el que comprendo que están hablando de mí. Tengo que interferir y defenderme.


—Es la empresa de mi esposo, Karen —espeto de manera desafiante—. Cuando estamos juntos nada es aburrido. Hay muchas cosas que podemos hacer —le indico de la manera más fría y distante que puedo, ella comprende mi mensaje y eso me gusta. Su cara es de disgusto total, es decir que yo gané de nuevo—. ¿Verdad, cariño?


—Claro que sí, mi cielo —responde acariciando mi mejilla.


Ella sonríe incomoda y luego camina delante de nosotros hasta que nos adentramos en la zona de cubículos. Los hombres y mujeres del lugar me miran a mí en particular. No pueden evitarlo. Soy el centro de atención otra vez. Además, soy hermosa y perfecta, sorprenderé a todos, lo sé.


—¡Señores, dejen sus actividades, por favor! —exclama la rubia provocando que todos en el lugar le presten atención—. Como sabrán, el señor Pedro Alfonso estará varios días en la empresa —dice señalando sutilmente a mi esposo—. Es por eso que quiero que presten suma atención a su mensaje.


Pedro pasa al frente y la rubia se coloca a mi lado. Solo puedo sonreír, este es mi momento, todos sabrán quien soy yo.


—¡Buenos días, señores! —exclama mi esposo comportándose como todo un sexy empresario—. En primer lugar; quiero darles las gracias por formar parte de este excelente grupo, sin ustedes todo sería muchísimo más difícil, de verdad. Y gracias por todo el empeño y la dedicación que le ponen a su trabajo. Estoy muy agradecido de que formen parte de esta empresa.


Los empleados aplauden con emoción y alaban a mi esposo durante varios segundos. Él parece realmente feliz, pero cuando quiere seguir hablando, hace una seña con sus manos y todos guardan silencio.


—Sé que mi padre estaría muy orgulloso de todo lo que AIC ha logrado desde su ausencia… —murmura.


Sé que está dolido, sé que mencionar a su padre lo ha puesto algo sentimental, pero también sé que le encanta recordarlo. De pronto, noto que mis ojos están algo llorosos. 


No me gusta ver a Pedro así de acongojado por la muerte de su padre. Fue hace poco tiempo y sé que lo extraña, pero también sé que hablar de él y recordarles a los demás el gran hombre que fue ayuda a mejorar la situación.


—La verdad es que lo extraño, siempre lo hago... Cuando heredé todo esto, pensé que no podría hacerlo, pero hubo una persona que estuvo siempre ahí, ella fue el único motivo para seguir adelante…


Oh, mi Dios, soy yo. Pedro está hablando de mí. Ahora si estoy llorando. No puedo creerlo, esto me ha tomado por sorpresa.


—Ella es mi preciosa esposa, Paula Alfonso—exclama, tomando mi mano para atraerme a su lado—. Sin ella, creo que esto no sería la gran y exitosa empresa que es.


Todos me aplauden y algunos se ponen de pie. No puedo creerlo. Volví a ser el centro de atención de nuevo. Soy yo, simplemente yo, la dueña del lugar, el motivo por el que todo esto sigue en pie… Me siento única, especial, mi ego se eleva más y más, no puedo contenerlo.


—Gracias por todo, cariño —dice en un dulce abrazo.


Sonrío ampliamente y me quito las lágrimas de las mejillas. 


No es una actuación, estoy emocionada de verdad.


—Gracias a ti, cariño —le respondo.


Todos siguen aplaudiendo con una amplia sonrisa en sus rostros. Los teléfonos siguen sonando, pero a nadie le importa. Somos el centro de atención ahora.


—Que tengan un buen día señores, soy Paula Alfonso y es un placer conocerlos —digo en alemán con una amplia sonrisa.


Todos aplauden de nuevo y Pedro da por finalizado su anuncio. Me toma de la mano y ambos terminamos de cruzar todo el lugar hasta llegar en frente de dos puertas inmensas de color barniz, en donde un letrero en bronce indica claramente la palabra “Presidencia” y debajo, en letras mayúsculas, el nombre de mi esposo.


—Tenemos una junta en diez minutos, Pedro —le dice la rubia, persiguiendo a mi esposo de un lado al otro mientras que mira la agenda electrónica entre sus manos.


—Ahora no, Karen. Quiero estar unos minutos con mi esposa —murmura él secamente, lo cual, me hace sonreír de oreja a oreja. Sí, yo gano de nuevo.


Pedro y yo entramos a su oficina, él se sienta al otro lado de su escritorio mientras que yo camino lentamente y observo el inmenso lugar. Hay un ventanal de vidrio del lado derecho, que me deja ver todos los techos y terrazas de la ciudad de Múnich. En las paredes hay cuadros abstractos y múltiples diplomas de prestigiosas universidades. En el centro de la habitación está mi esposo, mirando la pantalla de su computadora, en completo silencio. Se ve igual a la primera semana en la que murió su padre. Está reviviendo ese momento y no puedo dejar que ese hombre frío, dolido, distante y triste, regrese. No en mi luna de miel, no ahora.


Tengo que terminar con esto. No puedo evitar que se sienta triste, pero tengo el deber de hacer que esa tristeza no dure demasiado.


Me acerco a su escritorio y dudo, por una milésima de segundo, en abrazarlo o no, pero suelto un suspiro y poso mi mano en su hombro. Él me mira de reojo y me sonríe a medias, esa sonrisa es como la primera vez que nos vimos.


No lo resisto, no puedo verlo así.


Me lanzo a sus brazos y lo estrecho lo más fuerte que puedo. Cierro los ojos y hundo mi cara entre su hombro y su cuello. Me siento completamente destrozada. Puedo sentir su dolor y lo mucho que extraña a su padre. Él coloca ambos brazos alrededor de mi cuerpo y oigo el primer sollozo.


—Lo lamento, Pedro. Lo lamento —murmuro, cerrando mis ojos con todas mis fuerzas. No podré verlo así. Pedro es mi fuerza y si esa fuerza se debilita yo lo haré también. No quiero verlo en este estado.


—Lo extraño, Paula, me siento muy presionado —confiesa en un susurro, mientras que sus manos acarician mi cabello—. Eres lo único que me mantiene fuerte, cariño, eres lo único que le da sentido a mi vida.


Ahora la que suelta un sollozo soy yo. No puedo contener las lágrimas. Pedro me ha hecho llorar y ahora me siento demasiado triste.


—No quiero que llores tú también —musita, tomando mi rostro con ambas manos para que lo mire. Seca mis lágrimas y luego las suyas. Esto se convierte en todo un drama y no sé cómo retomar el control.


—No me gusta verte triste, Pedro —sollozo—. Si tú estás triste, yo también lo estoy.



Me siento en su regazo y deposito mi cabeza en su pecho. 


Siento como su respiración acelerada comienza a volverse más regular mientras que acaricio su brazo y sus hombros intentando que la situación se relaje.


—Te amo, Pedro —susurro besando la tela de su camisa—. Te amo demasiado y no me gusta verte triste.


Él acaricia mi cintura y luego besa mi cabello.


—Yo también te amo, Paula. Te prometo que no volveremos a estar tristes por esto, tú y yo seremos muy felices.


Sonrío ampliamente. Claro que seremos felices. Él no tiene idea de lo que se viene en camino, todo saldrá a la perfección.


—Todo estará bien. Sé que tu padre está muy orgulloso de ti, y yo me siento orgullosa de lo que haces y de lo que dices. Sé que ha sido difícil, pero sin ti ninguna de esas miles de personas tendrían un trabajo estable, tú eres el responsable de que ellos puedan vivir. Tú y solo tú, Pedro Alfonso.


Él me estrecha entre sus brazos y hunde su nariz en mi cuello. Aspira mi perfume y besa mis labios desesperadamente.


—Te amo, mi cielo. Te amo.


—También yo —respondo devolviéndole el beso.


Solo quiero que esté bien, quiero que se dé cuenta de todo lo que hace, quiero que comprenda que sin él, nada de esto sería posible. Antes yo tampoco lo notaba, pero ahora sé lo duro que es su trabajo y todo el esfuerzo que implica tener una empresa como esta.


Minutos después se hace el silencio en el lugar. Sigo en su regazo y sus brazos continúan envolviendo mi cuerpo. 


Aparto mi mirada de los botones de su camisa y observo su escritorio. Hay una hermosa foto de ambos en un marco plateado. Es de nuestra boda, estamos posando dentro del salón de la inmensa fiesta y sonreímos hacia la cámara. Es una de mis fotografías favoritas. Es la portada de nuestro video de bodas.


—Me encanta esa fotografía —murmura al ver que estoy viendo la foto.


—A mí también me gusta.


—En mi primer viaje de negocios, luego de nuestra boda, traje esa fotografía en la maleta. Tenía que tener un lugar en mi despacho. Siempre que necesito concentrarme esa fotografía está ahí para hacerme recordar que tú eres la razón por la que hago todo esto.



Lo miro directo a los ojos y beso sus labios. Sus palabras me hipnotizan por completo. Lo amo, lo amo más que a nada en la vida.


—Quiero que estés bien.


—Solo estoy bien si estás conmigo.


—Entonces no me iré.


—Jamás dejaría que lo hagas.


—En eso tienes razón.


Me pongo de pie y luego me siento a horcajadas en su cintura. Sé que no es el momento, pero esto cambiará las cosas. Él no podrá resistirse.


Se ríe y luego niega levemente con la cabeza. Sus ojos aún siguen húmedos, pero no veo la tristeza y el dolor, como hace algunos minutos atrás.


—¿Qué tienes en mente? —cuestiona colocando ambas manos en mi trasero.


Estoy a punto de responder, pero golpean a la puerta y, sin poder evitarlo, suelto un suspiro de frustración.


—Esto no puede estar pasando —murmuro a regañadientes. 


Pedro me besa en la mejilla y luego coloca mis piernas en su regazo. Aquí nada ha pasado.


—¡Adelante!


La puerta se abre y Karen se mueve de un lado al otro hasta el escritorio de mi esposo. Su sonrisa se borra cuando me ve en su regazo, pero la mía sigue ahí, intacta. Es mi esposo y estoy entre sus brazos ahora. Soy la reina aquí.


—Lamento interrumpir —se disculpa en alemán—. Hay cosas que debemos resolver para la fiesta de mañana en la noche. Son muy importantes.


¿Fiesta? ¿Qué fiesta?


Pedro suelta un suspiro y coloca ambas manos en su cien. 


Está cansado y frustrado, y el día recién comienza.


—¿Es muy necesario? —Cuestiona con un suspiro.


—Sí, Pedro. Lo sabes, es crucial que me ayudes a decidir muchas cosas.


¿Qué la ayude? ¿Enserio? Creo que ella se ha equivocado de roles. La que debe ayudar es ella y no al revés. Debo de dejárselo en claro.



—¿Podrías darnos tres minutos, Karen? —cuestiono con una sonrisa sínica. Ella mira a Pedro y luego se retira del despacho insultándome en su mente. Puedo oírla incluso en su silencio. Conozco a las de su tipo porque yo soy peor que ella.


Mi esposo me mira con el ceño fruncido, pero no me preocupo. Sé muy bien lo que haré.


—¿A qué fiesta se refiere? —cuestiono acariciando su barbilla.


—No tiene importancia, cielo —me dice con desinterés—. Es una estúpida fiesta para empresarios, algo que me está volviendo completamente loco.


—¿Cuántas personas habrá?


—Más de trescientas


—¿Quieres que te ayude a planificar los últimos detalles de la fiesta? —cuestiono con completa seguridad—. Puedo tomar las decisiones que sean necesarias. Es una fiesta, cariño. Creo que puedo ayudarte. Trabajas demasiado y no es justo que en nuestra luna de miel tengas tantas presiones.


Me mira con dulzura y luego sonríe a medias. Sus ojos brillan y sus labios se acercan para besar los míos.


—¿Harías eso por mí?


—Haré lo que sea necesario. Será la mejor fiesta de todas —murmuro emocionada. Él no tiene idea de todo lo que soy capaz de hacer por él.


—Ve y habla con Karen. Tú tienes el control ahora —me dice seriamente—. Eres la que da las órdenes y toma las decisiones. Tengo una reunión en unos pocos minutos así que hazme sentir orgulloso, preciosa —espeta palmeando mi trasero. No puedo evitar reírme ante su comportamiento.


Me pongo de pie, beso sus labios y luego de despedirme, salgo de su despacho y me dirijo a buscar a Karen. Ahora la que da las órdenes soy yo y sé que esto será demasiado divertido.