martes, 10 de octubre de 2017
CAPITULO 38 (TERCERA PARTE)
Tengo el fondant delante de mí y no sé qué hacer. Es como si mi mente estuviese en blanco. No recuerdo lo que debía hacer. Llevo más de hora y media mirando a la nada y preguntándome una y otra vez, ¿Qué demonios he hecho?
Esto no puede estar pasándome. Solo debe de ser un sueño o tal vez una pesadilla. No sé nada de ese hombre, no sé nada de su pasado, su presente o lo que sea. Es una completa locura y es demasiado tarde para arrepentirme. Él estará aquí dentro de poco tiempo y sé que debo de enfrentar la verdad. Tengo un muy mal presentimiento.
Siento deseos de llorar y gritar. Todo al mismo tiempo.
—¿Te sucede algo, tesoro? —pregunta Agatha entrando a la cocina—. ¿Hay algo mal con el pastel? —cuestiona. Vuelvo a la realidad y niego con la cabeza, mientras que sonrío fingidamente.
—Todo está bien —miento—. ¿y mi pequeño?
—Está dibujando. Me ha pedido galletas y jugo de naranja —dice ella con una inmensa sonrisa.
—Está bien, llévale lo que quiera y, por favor, quédate con él —le pido, intentado recuperar mi tono de voz—. Tendré una… alguien vendrá a hablar conmigo y no quiero que nadie nos interrumpa.
—Como digas, tesoro —murmura acercándose. Deja el paquete de galletas sobre la mesada y luego frota mis antebrazos para calmarme—. No te preocupes. Él pastel se ve delicioso y seguramente todo lo harás bien.
—Lo sé —respondo no muy convencida—, es decir… Solo ve. Ale debe de estar esperándote —le digo.
Lo único que quiero ahora es estar sola. Ella toma todo entre sus manos y luego sale de la cocina. Vuelvo a respirar con normalidad, pero al mismo siento como la agonía y la preocupación me asfixia. Nada tiene sentido. Todo es una maldita y completa locura. Observo mi celular y pienso miles y miles de veces en volver a llamarlo. Debo de acabar con todo esto. No necesito saber nada. No quiero saber nada. Sé que trato de convencerme, pero mentirme a mí misma no funcionará.
—¿Guapa? —pregunta cuando contesta. Cierro los ojos con fuerza y trato de recuperar la voz.
—Olvídate de todo —le digo. Me muerdo la legua para no comenzar a llorar—. No te atrevas a venir. No te quiero aquí. No quiero saber nada delo que sea que tengas que decirme —susurro.
Oigo un suspiro al otro lado y unos cuantos segundos de silencio.
—No soy un tío muy educado y mucho menos paciente, pero por algún jodido motivo lo estoy siendo contigo —agrega con ese acento español y mal humor—. Dame una oportunidad. Solo te pido una puta oportunidad —implora, cambiando su tono de voz a uno más, ¿dulce?—. Si cuando te lo digo decides rechazarme, lo entenderé, pero necesito que me permitáis deshacerme de todo este gran peso que llevo encima.
Cierro los ojos y aprieto más el teléfono contra mi oreja. Esto no puede estar pasándome.
—Está bien —Es lo último que digo antes de colgar. Por alguna razón he creído en sus palabras. He creído en su sinceridad, le he creído a él y lo que más temo es creer en toda su supuesta verdad. No sé qué me dirá, pero hay algo en este hombre que hace que pierda todo tipo de pensamientos coherentes.
*Te amo, por favor, vuelve pronto*
Le envío el mensaje a Pedro y luego intento terminar de cubrir el segundo piso del pastel con el bendito fondant.
Trato de acabar lo que he comenzado a hacer, pero no lo logro. Estoy desesperándome. Los minutos pasan y parece que no avanzo ni un solo centímetro. Él pastel está quedando bastante bien, pero desde que él llamo no he podido hacer nada.
—Ayúdame a concentrarme, Pequeño Ángel … —le pido a mi pequeña que ha comenzado a moverse.
Mi teléfono celular suena un par de veces y lo miro con recelo. Es él y sé que ya está aquí. No, no debo de hacer esto, ¿o sí? Puede ser todo una completa locura. No puedo fiarme de él, pero ¿por qué siento que debo hacerlo?
—¿Qué? —pregunto secamente, cuando al fin decido contestar.
—Estoy en la entrada de tu edificio. Necesito que me des el jodido código de entrada para que ese puto viejo me deje pasar —me grita sonando realmente molesto.
Me rio porque puedo imaginármelo.
—No te daré el código —aseguro.
—¿Pero qué puta mierda…? —Llamaré al portero y le diré que te deje pasar —respondo.
—¿Por qué? —brama más molesto que antes.
—Porque no te daré el código para que entres al edificio cuando se te pegue la gana. No soy imbécil.
Cuelgo la llamada y luego me rio por haberlo hecho enfadar.
Eso en cierta forma me hace sentir mejor. Ser mala a veces es bueno. Respiro una y otra vez y luego marcho el número de la caseta de entrada. Hablo con el vigilante de la entrada y le doy la orden para que deje pasar a ese sujeto por única vez, sin acepción alguna. Él toma diversos datos míos y del apartamento, hora y ese tipo de cosas, y luego cuelga.
Espero un par de minutos y veo a Gabriel entrar a la cocina.
Pongo los ojos en blanco y luego finjo que no lo veo.
—¿Recibirá visitas, señora?
—Sí —digo con la mirada en el fondant—. Vete.
—Señora, usted sabe que…
—He dicho que te vayas —digo inmutable—. No tienes por qué interferir en mi vida, más de lo que ya lo haces. Vete —vuelvo a decir con autoridad y elevo la mirada para intimidarlo.
Veo como intenta asesinarme en pensamientos, pero soy la jefa aquí, no puede contradecirme. Se da la vuelta y sale de la cocina. Me sonrío a mí misma en señal de victoria y luego me rio aún más al oír las miles de carcajadas y gritos de Ale y Agatha cuando salgo de la cocina y me siento en el sillón de la sala de estar, para poder relajarme un poco.
Oigo como el timbre suena y doy un brinco del sofá. Ha llegado la hora y tengo que mentirme a mí misma para decirme que no tengo miedo y que no estoy nerviosa.
Subo las escaleras lentamente mientras que el timbre suena de manera incesante. Me aferro con todas mis fuerzas al pasa manos y cuando estoy delante de la puerta, cierro los ojos y suelto un suspiro. Soy demasiado buena para esto, puedo hacerlo, puedo enfrentarme a lo que sea. Él no me intimida.
Fría, debo de ser fría. Abro la puerta y me encuentro con su mirada. Parece confuso y al mismo tiempo sorprendido.
—¿Por qué jodida mierda demoras toda una vida en abrir una jodida puerta? —pregunta entrando sin que nadie le de autorización, pero su voz se detiene cuando ve el apartamento desde el balcón de entrada—. Jodida mierda… —dice como si estuviese perdiendo el habla. Sí, es un lugar muy impresionante de ver y tal vez por eso actúa así—. Tú sí que tienes una vida cómoda, guapa…
Él me observa sin poder decir nada. Pongo los ojos en blanco y con sumo cuidado bajo las escaleras sin preocuparme por si se queda ahí o me sigue. Camino en dirección a la cocina en donde me siento realmente cómoda y sigo reparando mi pastel. Él ingresa a la habitación, enojado otra vez y me observa.
—¿Qué mierda, haces? —brama, pasando sus manos por su cabello.
—No diré ni una sola palabra. Tengo cosas que hacer. Así que si vas a hablar, hazlo —le ordeno con frialdad.
Era eso lo que quería lograr, pero por dentro estoy aterrada.
Tengo que ser fuerte y fingir que nada sucede. Tomo el fondant para empezar a aplicarlo sobre el maldito pastel y sé que está observándome. No sé qué me dirá, pero me siento muy molesta. Esto es una completa locura.
—Sé quién eres, Anabela… —comienza a decir lentamente esperando mi reacción. Cierro los ojos con todas mis fuerzas para no ponerme a llorar como una completa estúpida delante de este hombre—. Sé lo que sucedió contigo, sé por todo lo que pasaste, yo…
—¡No! —grito en mi defensa, sin siquiera esperármelo—. ¡Tú no sabes nada de mí! ¡No sabes nada por todo lo que he tenido que pasar! ¡No me conoces!
—Cálmate un poco, mierda —me dice autoritario, como si él pudiese controlarme, como si él fuese el dueño de la casa, como si él fuese lo importante aquí. Oírlo decir eso me desestabiliza.
—¡No me ordenes que me calme, maldita sea! —bramo, dejando el puto fondant a un lado. Me importa una mierda el pastel, hasta siento que he comenzado a insultar igual que él—. ¡Tú no tienes por qué ordenarme nada, esta es mi casa! —digo señalando todo con mi brazo. Rodeo la mesada de la cocina y me acerco a él—. ¡Este es mi mundo! ¡No tienes derecho a querer venir y entrometerte en el así sin más!
—Jodida mierda… —murmura por lo bajo—. ¿Cómo hace el alemán para tolerarte? Eres insufrible —dice mirándome fijamente con una pizca de curiosidad.
Sé que suena tonto, pero oírlo decir eso me rompe por dentro porque sé que es verdad. Pedro siempre me ha tolerado con todos mis caprichos, mis faltas de consideración, con todo mi egoísmo, él siempre me ha tolerado y ha sido paciente y yo solo sigo comportándome como una maldita perra en lugar de intentar cambiar. Suelto un sollozo sin poder evitarlo. Soy la persona más sensible del planeta en este momento y cualquier cosa que él me diga me hará llorar.
Mis ojos ya se han llenado de lágrimas y solo quiero que Pedro esté aquí conmigo.
—Oh… oye, guapa… —dice nervioso—. No, no llores… Solo que…
—Mi esposo está al otro lado del mundo, muy lejos de mí y de nuestros hijos, lo extraño como la mierda y además de eso tengo que soportar el hecho de que mañana es San Valentín y él no estará aquí, tengo que soportar perder a mi mejor amigo, porque él fue muy estúpido y se enamoró de mí y, sobre todas las cosas, tengo que tolerar que tú te aparezcas en mi vida para destruirlo todo aún más… —siseo mirándolo fijamente.
Siento una gran descarga de odio y lo único que hago es abalanzarme sobre él. Golpeo su pecho una y otra vez, mientras que sollozo y lo insulto.
—¡Eres una mierda! —grito, golpeando su hombro—. ¡Estás arruinando mi vida! ¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué no vas directo al grano? ¡Mi pastel es una mierda y es por tu culpa! ¡Te odio!
—Cálmate —dice tomándome de ambos brazos con brusquedad—. Cálmate, ahora.
—Mi pastel… —balbuceo mientras que abro los ojos de par en par. “Gail, odia el fondant”
—¿Qué? —pregunta desconcertado.
Ahora no me importa lo que este sujeto tenía que decirme. Estoy dolida, molesta y furiosa por miles de cosas y también por causa de las hormonas, pero comienzo a odiarme a mí misma por no haberlo notado.
—Mi pastel… —digo sin poder creerlo—. No, mi pastel… tiene fondant y no debería de tenerlo… —digo apartándome de él rápidamente.
Vuelvo a rodear la barra del desayuno y me detengo al ver el fondant. Tomo mi cabeza con ambas manos y siento que comienzo a desesperarme.
—¿Todo este drama por un jodido pedazo de masa? —pregunta frunciendo el ceño.
Lo miro de reojo y veo una media sonrisa en su rostro. Esta burlándose de mí. ¿Qué es lo que quiere?
—He perdido casi dos horas con esto… oh, por Dios… —intento calmarme. Kya ha comenzado a sentirse molesta y sé que debo de concentrarme en ella, esperar a que mi vientre se relaje de nuevo para luego rehacer la cobertura del pastel.
Tranquila… debo de estar tranquila… esto no es grave.
Comienzo a calmarme. Respiro profundamente y me siento en el banquillo al lado de la mesada. No es grave, todo estará bien.
—Todo esto es tú culpa —le digo muy calmada.
—¿Qué? ¿Por qué? —pregunta ofendido—. Que seáis tonta no me hace culpable.
—¡No me llames tonta! —grito.
—¡No me eches la culpa de tus tontesas! —me responde.
—¡No son tontesas! —reclamo—. ¿Tontesas? —pregunto frunciendo el ceño de inmediato —. Esa palabra ni siquiera existe —me quejo.
—Lo que sea. —dice despreocupado. Hacemos contacto visual por unos segundos y luego los dos empezamos a reír a carcajadas, ¿Estoy loca? Seguramente ¿he perdido los estribos? Sí, pero qué más da.
—No puedo creer que hayas dicho tontesas… —lloriqueo acariciando mi vientre, entre risas.
Él ríe también, pero luego se calla y me da una sonrisa que suaviza los duros rasgos de su rostro.
—He pasado toda mi vida imaginando como sería tener una pelea así —dice desconcertándome.
—¿Así como? —indago ladeando la cabeza levemente.
Toda la diversión se ha esfumado y ahora solo hay algo incómodo en el ambiente que hace que una extraña sensación se apodere de mi pecho.
—¡Mamá, Paula! —oigo gritar a Ale alegremente entrando a la cocina. Primero me sorprendo, pero luego me calmo de inmediato. Lo veo correr hacia mí y me pongo de pie para recibirlo. Tiene a su león de África en brazos y el cabello revuelto.
—¿Qué sucede, cariño? —pregunto acariciado su pelo. Me mira unos segundos y luego al sujeto a un par de metros de mí.
—¿Quién es él?
—Él es... —balbuceo antes de saber siquiera lo que debo responder—. Él es un amigo de mamá y ha venido a ayudarme con el pastel, ¿verdad?
—¿Qué? —pregunta con horror—. Ah, sí claro… la ayudaré con el jodid… El hermoso pastel —se corrige al ver lo aniquilo con la mirada, antes de termine de decir su grosería delante de mi niño precioso.
Ale parece conforme con la respuesta. Se acerca a la alacena de galletas y la señala con su dedito índice.
—¿Más galletas? —pregunto con una sonrisa—. ¿Y Agatha?
—Agatha se durmió cuando veíamos una película y león y yo queríamos galletas —me responde. Tengo que morderme la lengua para no llorar de felicidad y abrazarlo una y otra vez.
Acaricio su cabello de nuevo y le doy el paquete de galletas con chispas de chocolates que hemos comprado esta mañana.
—¿No crees que ya comiste muchas galletas? —le pregunto inclinándome con cuidado para estar a su altura.
—No —dice con la mirada en el suelo.
—¿Me das un beso?
Él hace lo que es muy propio de él.
Con una de sus manitos acaricia mis cejas, luego mi mejilla y por ultimo un mecho de mi cabello, enredando sus deditos en uno de mis rizos. Me sonríe y me da un beso en la mejilla.
—Te quiero, mamá Paula —dice con el tono de voz muy bajito, como si no quisiese que nadie más lo oyera.
—También te quiero, Ale. Te quiero mucho, hijo —susurro—. Ve al cuarto de lavado, en donde están todas esas máquinas grandes y pídele a Maya que juegue contigo, ¿de acuerdo? —Beso su mejilla una vez más y luego veo como toma su paquete de galletas, junto con su león de África y corre hacia el pasillo gritando el nombre de Maya.
Suelto un suspiro y cuando elevo la mirada toma mi calma desaparece porque ese tipo aún sigue aquí en mi casa y soy consciente de que estamos dándole muchas vueltas al asunto.
—Estoy dispuesta a escucharte —le digo enderezando mi espalda y elevando la barbilla para parecer segura de mi misma.
—Está bien. Hablaremos como dos personas civilizadas sobre todo lo que debo decirte —me responde. Le invito a que tome asiento en la mesa circular frente a la barra de la cocina y él lo hace—. ¿Podemos empezar? —pregunta pareciendo nervioso. Asiento con la cabeza y me preparo para lo que sea que tenga que decirme.
—Eres adoptada, tu madre se llamaba Christina y lo que sea… —comienza—. Esa jodida parte tú ya la sabes y yo también, pero nunca has conocido a tu padre biológico y solo quiero que sepas que tienes uno que te estaba buscando y que también tienes un hermano.
—¿Qué…?
—Soy tu hermano. No es tan difícil entenderlo, guapa.
Abro y cierro la boca sin saber que decir. Nunca me imaginé algo como esto. ¿Hermano? ¿Este tipo es mi hermano?
Balbuceo una y otra vez. Estoy sorprendida, pero lo que me confunde es si es una sorpresa buena o si es una sorpresa mala. No sé qué decir o hacer.
—¿Me has oído? —pregunta con una sonrisa burlona—. ¿No se te cruzó ni una sola vez por la cabeza, esa idea? ¿Ni una sola?
—¿Qué…?
Mi cerebro no puede reaccionar, mis pensamientos son todos en un blanco nítido, no hay nada más. Intento atar cabos de toda esta situación, pero no lo logro. Estoy paralizada y siento como algo helado me cae por le espalda. Es…
—Llevo más de un año buscándote y claro… —espeta con una falsa risa—. ¿Cómo iba a encontrarte? Cambiaste tu nombre, no había rastro alguno de esa Anabela a la que buscaba…
—¿Por qué estabas buscándome? —pregunto con un hilo de voz. Esta es una muy mala broma, algo completamente desagradable.
—Tengo miles de cosas que decirte, puedo contarte toda la historia, pero no lo haré ahora, Anabela. —¿Por qué estabas buscándome? —vuelvo a preguntar.
—Mi padre —responde—. Mi padre, quiere conocerte, pero no te preocupes por eso ahora. Ese viejo hijo de puta no merece nada de ti. Solo he venido aquí a decirte esto, dejaré que lo proceses y cuando estés lista, te diré la verdad completa.
Estoy muda y sin palabras. Juro que jamás me había imaginado algo como esto. Nunca.
—¿La verdad completa?
—Esto recién es el comienzo. Hay mucho más —murmura poniéndose de pie. La mesa ya no nos separa. Ahora está frente a mí tomando mi rostro entre sus manos. Es imposible no decir que no me siento mejor. Siento algo extraño, algo que jamás he sentido. Es como si me sintiera segura entre sus brazos. Casi puedo compararlo con el cuidado y la protección de Pedro—. Debo regresar a Barcelona, pero cuando esté en Londres te llamaré y hablaremos de todo esto —Besa mi frente dejando sus labios por más tiempo de lo esperado, cierro los ojos y siento un enorme impulso de abrazarlo, pero me contengo—. Cuida mucho a ese bebé —me dice con una media sonrisa—. Y no malcríes a ese niño —me pide sonriendo por completo.
Vuelve a besar mi frente y luego sale de la habitación sin decir más. Me quedo muchos minutos sentada viendo un punto fijo en la pared.
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