miércoles, 4 de octubre de 2017
CAPITULO 16 (TERCERA PARTE)
Son las diez de la mañana. Aún sigo con el camisón de seda y Pedro tiene unos pantalones grises, mientras que me prepara el desayuno. Papá ha estado hablando por teléfono durante no sé cuánto tiempo y Agatha no está en la casa así que la cocina es sólo para nosotros.
—Las fresas estarán prohibidas en esta casa cuando Ale esté aquí —aseguro enredando un mechón de pelo en mi dedo mientras que miro el canal de noticias.
Pedro se voltea y deja de prestar atención a lo que sea que esté preparando para el desayuno. Se acerca de mi dirección y acaricia mi mejilla.
—Lo que sucedió no es tu culpa, cielo —asegura—, pero si te hace sentir más tranquila, prohibiremos cualquier cosa que tenga fresas o que sea de color rojo, ¿de acuerdo?
Me rio levemente y lo abrazo por unos segundos. Luego sentimos un extraño aroma y el corre hacia su comida. El teléfono de la casa comienza a sonar y me desplazo hacia la mesada para contestar.
—¿Diga?
—¡Paula! —exclama la voz de Tania al otro lado.
—¡Tania!
—Te he llamado al celular varias veces, pero no lo has contestado.
—Lo siento, he dejado el celular en la habitación y he estado ocupada como para buscarlo. —murmuro lanzándole una pícara mirada a Pedro, sólo nosotros sabemos por qué. —¿Podemos hablar?
—Claro que sí. —Oye, estoy utilizando el teléfono de los padres de Damian y no quiero que la llamada sea costosa, ¿crees que podrías colgar y llamarme tú a mi celular?
—Claro que sí —afirmo rápidamente.
Cuelgo y luego miro a Pedro que no parece feliz.
—¿Sucede algo?
—No lo sé —respondo—. Sólo dijo que necesitaba hablar conmigo —aseguro.
—Si ese hijo de…
—Pedro —lo corto rápidamente—. No empieces con eso —suelta un suspiro y coloca ambas manos sobre su rostro. Se calma rápidamente, cruza la habitación y me da un beso.
—Envíale saludos a Tania de mi parte.
—Está bien —digo devolviéndole el casto beso.
Me bajo del banquillo de la mesada con el teléfono en mano y camino hacia la sala de estar. No podré hablar de lo que sea con Pedro a mi lado. Llamo a Tania inmediatamente y noto su desesperación al contestar el teléfono.
—¿Qué sucede?—pregunto rápidamente y presa por la curiosidad. Miles de cosas se cruzan por mi cabeza, pero no quiero ni imaginármelo.
—Es que…
—¿No estarás embarazada, verdad? Porque si lo estás voy a odiarte de por vida. Se supone que yo soy la embarazada de la familia y quiero toda la atención, así que…
—¡No! —exclama—. ¡Claro que no!
Suelto un gran suspiro y siento alivio. Si, sigo siendo el centro de atención.
—¿Entonces qué?
—Tú conoces a Damian, y sólo quiero despejar algunas dudas por qué estoy volviéndome completamente loca.
—¿Por qué? ¿Qué ha hecho? Los hombres son así de idiotas, es normal que no los entiendas.
—Llevamos casi cuatro meses juntos y aún no hemos…
Abro mis ojos de par en par. No puedo creerlo.
—¿No han hecho que?
—Aún no hemos… —dice en un murmuro como si se sintiera avergonzada—. ¿No es gay, verdad?
—Tienes que estar bromeando.
—Bueno, si hubo sexo oral y juego previo, pero cada vez que quiero, él lo detiene. Creí que lo haríamos por primera vez ayer en la noche, por año nuevo y toda esa cosa, pero nada. Nos besamos y dormimos juntos ayer, pero nunca pasa el límite. ¡No lo entiendo!
—Créeme que tampoco lo entiendo, Tania. Estás sorprendiéndome, te lo aseguro.
—¿Qué crees que sucede? —pregunta.
Puedo oír la preocupación y la desesperación en su tono de voz. Yo estaría más descontrolada que ella si algo así me sucediera.
—No te preocupes, tal vez esté buscando un momento perfecto, o simplemente... No lo sé. Tal vez quiere esperar un poco más.
—Esto es desesperante. A veces creo que no lo atraigo de esa manera y…
—Déjame hablar con él, disimuladamente, ¿de acuerdo?
—Está bien.
—¿Cuándo creen que regresarán? Necesito enviarles la invitación a mi fiesta de embarazo la siguiente semana.
—Hay una tormenta de nieve y los vuelos están cancelados, pero creo que en dos días volveremos.
Me despido de ella luego de minutos de habla, y le aseguro que todo estará bien. Luego dejo el teléfono encima de la mesita de té de la sala de estar y regreso a la cocina.
—¿Qué sucedió? —cuestiona Pedro rápidamente.
—Cosas de mujeres —respondo encogiéndome de hombros con una sonrisita
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