miércoles, 4 de octubre de 2017
CAPITULO 17 (TERCERA PARTE)
Llegamos a la habitación de Ale y me detengo antes de golpear. No quiero llorar delante de él, no quiero ver a la directora Smith con él y, sobre todas las cosas, quiero contenerme para no decirle que será nuestro dentro de unos pocos días. Suelto un suspiro y siento como Pedro aprieta mi mano, mientras que en la otra sostiene el oso de felpa gigante que compramos antes de venir.
—Tienes que ser fuerte —me dice en un murmuro.
—Lo seré —aseguro.
Golpeo la puerta un par de veces y oigo a la directora al otro lado. Entro a la habitación y al ver a mi pequeño no puedo contenerme, a pesar de que dije que sí lo haría.
Corro en su dirección al ver como extiende sus brazos hacia mí, y lo abrazo con todas mis fuerzas. Su carita se ve bien y sólo hay algunas manchitas pequeñas de color rojo en su cuello. Cierro los ojos para que ninguna lágrima escape. Me siento malditamente culpable, no puedo evitarlo, pero él está bien.
Será mi hijo, me dirá mamá y me importará una mierda lo que la directora Smith diga. Soy capaz de enfrentarme a la Reina y a toda la guardia inglesa si es necesario.
—¿Cómo estás, pequeño? —pregunto acariciando su cabello.
—Estoy bien —murmura con esa vocecita dulce e inocente que me hace sonreír.
Ale me mira a los ojos durante unos segundos, extiende su manito a mi cara, acaricia mis cejas con sus deditos, luego mi mejilla y, por último, toma un mechón de cabello rizado, lo envuelve entre sus dedos y lo suelta como lo ha hecho otras veces. Pedro se acerca a nosotros y alborota el cabello de mi pequeño con dulzura.
—Les daré un momento —murmura la directora poniéndose de pie con discreción. Asiento levemente a modo de agradecimiento y luego centro toda mi atención en mi hermoso niño.
—¡Hola, Ale! —exclama el niño en dirección a Pedro.
Que este pequeño llame a Pedro por su segundo nombre todas las veces, es realmente adorable y a veces algo extraño, pero me encanta.
—Hola, pequeño —responde mi esposo sentándose a mi lado—. ¿Cómo te sientes? —Deja el gran oso de felpa a un lado y Ale sonríe ampliamente. Nos observa a ambos y estira sus dos manitos para acariciarnos el rostro.
—¡Estoy bien! —exclama elevando sus bracito hacia el cielo—. Me gusta que estén aquí —admite con la sonrisa más tierna y dulce que he visto jamás.
—¿Qué te parece si en vez de decirme “Ale” me llamas Pedro? —pregunta dulcemente —. Así tú serás el único niño con nombre genial, ¿qué dices?
—¿Pero? —pregunta frunciendo el ceño, y ambos reímos.
—Sí, cariño. Pero está bien —respondo con una sonrisa.
El silencio invade la habitación de un segundo al otro y observo la preocupación en esos increíbles y dulces ojitos. Sé qué algo le preocupa, sé qué quiere expresarse, pero no sabe cómo hacerlo y tampoco sabe si está bien que lo haga.
Quiero llevarme a este niño a casa ahora y me desespero porque sé que eso es realmente imposible. Si no puedo soportar diez días, ¿cómo hubiese sido si tuviese que esperar un año por la adopción? El sistema de Reino Unido es simplemente estúpido. Somos perfectos para este niño, podemos darle todo y lo único que tenemos que hacer es esperar. No tiene sentido.
—¿Volverán otro día?
—Siempre estaremos contigo, Ale —aseguro acariciándolo. El asiente levemente, luego se mueve unos centímetros y logra rodearme con sus bracitos en un perfecto y afectivo abrazo que hace que mis ojos se nublen por causa de la emoción—. Sólo tienes que contar hasta diez —le informo sin explicarle que es lo que eso significa.
Le sonrío a Pedro y lo invito a que se una a ese perfecto abrazo. Ahora mi pequeño Ale y yo estamos rodeados por los fuertes brazos de Pedro que son como un escudo en donde sólo somos nosotros cuatro. Esta es mi familia, Ale es parte de todo esto y sólo tengo que luchar y soportar un corto lapso de tiempo para que esté conmigo para siempre.
—No sé contar números —admite pareciendo apenado.
—Yo te enseñaré, Ale. Llamaré todos los días y te ensañaré a contar hasta que lleguemos al diez, ¿de cuerdo?
—Te quiero, Paula… —murmura hundiendo su carita en mi cuello—. Y a ti también, Pero —susurra.
Pedro sonríe cuando pronuncia mal su nombre, pero no le dice nada, con el solo hecho de que lo intente, lo hace perfecto. Besa su pelo y luego acaricia mi mejilla. Es el momento más perfecto de toda mi vida.
—Sólo diez días, mi preciosa Paula, sólo diez días.
—Lo sé —siseo cerrando los ojos fuertemente.
—Te amo, chica de cabello bonito —dice, besando mi pelo dulcemente.
—También te amo, Pero… —respondo con una sonrisa burlona en el rostro que sólo hace que la situación se vuelva cada vez más perfecta.
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