martes, 3 de octubre de 2017

CAPITULO 15 (TERCERA PARTE)





Estiro mis piernas debajo de las sábanas para sentir esa magnífica suavidad de la tela. Me muevo hacia el otro lado y no veo a Pedro en la cama. Es temprano. Apenas son las ocho, pero oigo como el agua de la ducha corre en la habitación contigua. 


—Buenos días, mi Pequeño Ángel —digo acariciando mi vientre. Me siento como nueva esta mañana. Aún no puedo creer todo lo que me está sucediendo, pero soy completamente feliz. 


Diez días, diez largos días y Pedro estará en casa con nosotros. Tomo mi teléfono celular de la mesita de noche. 


Abro la galería de canciones y dejo que Justin Timberlake cante “Mirrors” versión extendida en la habitación. Me pongo de pie, tomo mi bata de seda a los pies de la cama y camino en dirección a la puerta del baño. 


Lo deseo, lo deseo ahora y no me detendré hasta obtener lo que quiero, lo quiero a él, eso es obvio, pero ya. 


Una y otra vez, hasta el almuerzo. Me acerco a la puerta y la golpeo levemente. No debo hacerlo porque soy su esposa y tengo el control de todo esto, pero quiero hacerlo de todos modos. Tal vez, si lo hago sin golpear él no esté en la ducha y este usando el váter o algo así y sería demasiado incómodo. Prefiero evitar todo eso. 


—¡Puedes entrar, cielo! —lo oigo gritar desde la ducha.



Abro la puerta y cuando estoy dentro de la habitación la vuelvo a cerrar. Hay vapor por todos lados, los vidrios están empañados y apenas puedo ver su cuerpo al otro lado de la mampara trasparente de la ducha. 


—¿Puedo ducharme contigo? —pregunto moviéndome nerviosa, fingiendo inocencia. La puerta de vidrio se abre y localizo su cuerpo entre el vapor. Su cabello mojado, su cuerpo completamente desnudo, sexy y repleto de gotas de agua lo hace la perfección más hermosa del mundo. 


—¿Desde cuándo mi perfecta y hermosa esposa pregunta en vez de hacerlo? —cuestiona con una divertida sonrisa. 


La verdad es que no tengo idea de por qué lo hago. Bueno, en realidad si se por qué lo hago, pero no lo diré porque estoy completamente segura de que me pondré a llorar y no me detendré. 


—¿Puedo sí o no? —interrogo moviéndome incomoda. 


—Claro que puedes, cariño —Sale de la ducha, nublando mis ojos con todo su esplendor. Me quita la bata lentamente y luego la ropa interior. Mis brazos se mueven por instinto hacia mi abdomen e intento cubrirme de todas las formas posibles. La única palabra que tengo en la mente empieza con G y no es mi nombre—. Vamos, cariño —me pide tomando mi mano. 


Caminamos hacia la ducha y nos metemos debajo de ella. 


Suelto un suspiro e intento mirar hacia todos lados menos a mi esposo, ¿en qué demonios estaba pensando? Tengo que ducharme sola y no con él. Tal vez le moleste que esté aquí, no debe de sentirse atraído hacia mí como antes, me siento insegura, mucho más de lo que alguna vez lo he estado. 


—¿Sigues sintiéndote atraído hacia mí como antes? —pregunto de repente rompiendo el silencio entre ambos. 


Estoy a unos pocos centímetros de él y el agua aún no me ha mojado del todo. 


—No puedes estar halando en serio. 


—Dime la verdad —le suplico con un hilo de voz. 


Sigo con los brazos cubriendo mi abdomen en donde mi cintura ya no existe, en donde ahora sólo puedo ver pequeñas marquitas blancas a causa del estiramiento de mi piel. Siento que mi cuerpo se ensancha a cada segundo y esto de verdad está matándome.



Pedro da un paso hacia mí y toma mi rostro ente sus manos. Me mira fijamente y luego desciende su mirada hacia mis labios. Tengo algo en el pecho. Quería disfrutar de él, de nosotros juntos durante toda la mañana, pero ahora no puedo hacerlo, ya no me siento así. No soy la de antes. 


—Eres la mujer más hermosa que existe en toda la tierra, Paula Alfonso —asegura acariciándome—. Y no lo digo porque creo que es lo que quieres oír. Lo digo porque es lo que creo, porque es la verdad —una de sus manos se posa sobre mi vientre, acaricia a nuestra pequeña por unos segundos y luego su dedo índice recorre una de mis evidentes marcas de embarazo que intenté ocultar de todas las formas posibles—. Esto de aquí, es señal de que eres una mujer real, Paula. Todas las mujeres las tienen, es algo normal. 


—No tenía esto cuando nos casamos, Pedro, definitivamente no tenía todo esto —murmuro viendo con desprecio todas esas pequeñas marquitas que ya comienzan a notarse. 


—Tampoco tenías mucho de esto —murmura con una pícara sonrisa colocando ambas manos sobre mis glúteos—. Ahora es más grande y eso me gusta —asegura posando sus labios sobre mi cuello. Ahora estoy confundida, ¿Es un halago o una crítica? Esto está matándome—. Y estas de aquí también han crecido —murmura moviendo una de sus manos hasta atrapar mi seno derecho. 


Cierro los ojos por instinto, la sensación sigue derribándome, es placer y sorpresa al mismo tiempo. Mis pezones están sensibles, soy una futura mamá y a veces lo maldigo cuando me toma por sorpresa. 


—No estás convenciéndome —aseguro para salir de la ducha. Ya no quiero sexo, ya no lo quiero a él. Sólo quiero comer helado y ver televisión—. Mejor dúchate sólo, Alfonso —siseo deshaciéndome de su agarre. 


Abro la mampara de la ducha y me envuelvo en una toalla. No estoy mojada y tampoco me duché como quería hacerlo, pero ahora estoy molesta y no estoy segura por qué. 


—¿Y ahora que hice? —pregunta a mis espaldas confundido—. ¿Estás bromeando, verdad? ¡Te dije que eres hermosa! ¿Qué se supone que debo decir para que estés feliz? 


—Mejor cállate, Alfonso —digo secamente. 


Salgo del cuarto de baño y me lanzo a la cama oyendo como Pedro me llama una y otra vez.



Me cubro con las sábanas hasta el cuello y enciendo la televisión. Hay nieve cayendo al otro lado de mi ventana y sólo quiero dormir hasta el mediodía. Cuanto más duerma, más rápido veré a Ale. Tal vez duerma durante los próximos diez días sólo para que el tiempo se pase rápido. Oigo la puerta del baño abrirse y pongo los ojos en blanco. Ahora vendrá y se pondrá a mi lado a acariciarme hasta que el enfado pase. Es lo que siempre sucede y no quiero que suceda eso. Sólo quiero que me demuestre que me desea sin necesidad de pedirme perdón, ¿Por qué los hombres no saben entender estas cosas? ¡No es tan complicado! 


—Paula… cariño… 


No contesto, finjo ver la televisión, mientras que lucho conmigo misma para no verlo. Con el rabillo del ojo veo que sólo lleva una toalla blanca en la cintura y comienzo a arrepentirme de mi cambio de humor drástico. Deberíamos de estar haciendo el amor ahora y no así, ¡es ridículo! 


—Paula, por favor… —vuelve a decir con voz glacial. 


Finjo no oírlo. Me encanta sentir que se desespera por no saber qué hacer. Ahora no estoy molesta, es el cambio de humor más rápido que he tenido y quiero reír al ver la expresión de su rostro, pero muerdo mi lengua para contenerme. Tal vez sólo hago esto para llamar su atención por completo. 


—Estas peleas diarias se están volviendo rutina y no me gusta —asegura molesto. 


Veo como se mueve hasta mi dirección y se quita la toalla. 


Ahora si mis ojos se abren de par en par y siento su cuerpo muy cerca del mío. Abre mis piernas y luego apega su boca a la mía, mientras que se coloca encima de mí, sin aplastar a nuestra pequeña. Acabo de olvidar porque estábamos peleando exactamente. Sólo cierro los ojos y dejo que me bese como me gusta que lo haga. 


Muevo mis manos detrás de su nuca y acaricio su cabello si detenerme. Pedro abre mi bata de seda de par en par y besa mis senos. Jadeo y cierro los ojos. Ahora esto comienza a gustarme. 


—Eres perfecta, Paula Alfonso —asegura en un murmuro. 


Se pone de pie y estira su mano en mi dirección. Bajo mis ojos hacia su dirección por un instante y luego rodeo sus caderas con mis piernas. Me toma del trasero y comienza a caminar por la habitación hasta salir al pasillo. No tengo idea de a dónde demonios vamos, pero no me importa.



—Estamos desnudos —murmuro interrumpiendo el beso, mientras que baja las escaleras —. Agatha y mi padre pueden estar por ahí —digo preocupada, pero no parece importarle. 


Llegamos a la sala de estar y vemos a papá de espaldas a nosotros viendo la televisión. 


—Marcos, cierra los ojos y no voltees —le ordena Pedro elevando el tono de voz. 


—¿Qué sucede? —pregunta. 


Puedo imaginármelo frunciendo el ceño. Me rio levemente y oculto mi cara en su cuello. 


—Tu princesa y yo estamos desnudos. ¿Quieres saber más? —pregunta con la sonrisa más hermosa que he podido ver hasta ahora. Sé que siempre digo eso, pero una sonrisa supera a la otra o puede que me enamore cada vez más de este hombre que todo me parezca mucho más perfecto que antes. 


—¿Estás bien, princesa? —pregunta papá sin moverse del sillón. 


—Más que bien, papá —aseguro intentando no estallar en carcajadas. Pedro cruza toda la habitación cuando mi padre coloca ambas manos en sus ojos. Me rio levemente y luego muerdo el cuello de Pedro. No puedo creer que eso acabe de pasar—. ¡Buenos días, papá! —grito cuando entramos al pasillo—. ¡Te quiero! 


—¡Comprendo que sea tu casa, pero eres un maldito hijo de puta, Alfonso! —lo oigo gritar. 


Estallo en risas al igual que Pedro por unos segundos, luego nos metemos en su despacho y sé con certeza que nuestro lugar será su escritorio. 


—¿A qué se debe ese comportamiento de chico malo? —interrogo con una sonrisa. 


—Te deseo y tu padre no va a impedir que te haga mía en donde sea —responde. 


—¿El escritorio? —pregunto entre jadeos, pero no obtengo respuesta. Camina hacia su silla de oficina de cuero negro y se sienta en ella. Estoy a horcajadas sobre él y tengo suficiente lugar como para sentirme cómoda. Sigo rodeando su cuello con mis brazos y uno mis labios a los suyos, no quiero despegarme de él ni un sólo segundo. Esta es la mejor manera de reconciliarnos por una mínima tontería.



—Quiero que entiendas que cada imperfección que crees que tienes te hace más perfecta para mí, ¿entiendes? —murmura dulcemente mientras que se introduce en mí. Cierro los ojos y hecho mi cabeza hacia atrás—. Eres perfecta de todas formas, ¿de acuerdo? 


—De acuerdo —respondo completamente perdida en esa magnífica sensación que me hace enloquecer.



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