miércoles, 4 de octubre de 2017
CAPITULO 18 (TERCERA PARTE)
Estoy nerviosa. Mis manos sudan y tiemblan al mismo tiempo, Pedro parece igual de inquieto que yo, nos cruzamos en el camino del otro recorriendo de un lado al otro la habitación. El tiempo parece detenerse o ir mucho más lento.
Estos últimos días se han hecho eternos, como si estuviese que esperar cientos de años. No fueron sólo diez días, nos ilusionaron a ambos, tuvimos que esperar casi veinte sin poder verlo y sin poder hablar con él, hasta que todos los papeles y certificados estuviesen en regla.
Maldije a Inglaterra y sus estúpidas leyes una y otra vez, cada segundo de esos diecinueve días. Mis hormonas están descontroladas, mi cuerpo cambió rotundamente en todos estos días, no he dejado de comer chocolate y dulce en cada maldito momento del día, he aumentado cinco libras y mi piel se ha estirado más de lo normal, mi cara se ve extraña y cada vez que me observo al espejo alucino con manchas apenas visibles en mis mejillas, pero la doctora Pierce dijo que todo es producto del embarazo. He dejado los tacones a un lado porque Pedro se encargó de cerrar mi armario de tacones con llave y candado. Mi ropa ya no es la de antes y estoy haciendo terapia con la doctora Stone para ir por mi ropa de premamá la siguiente semana, luego de mi fiesta de embarazo.
Todo es completamente nuevo y me acostumbro a los cambios, pero todo es gracias a Pedro que me ha demostrado que soy y siempre seré hermosa y perfecta sin importar cuando cambie. Es sólo algo temporal. Tendré mi cintura de vuelta luego del nacimiento de Kya, las marquitas blancas desaparecerán con cremas milagrosas, y volveré a ser yo.
Perfecta y hermosa. Estoy más que convencida de ello.
—¿Por qué demonios están demorando tanto? —grito dándome por vencida. Ya no tengo paciencia, ya no puedo soportarlo. Quiero que él esté aquí conmigo ahora, no quiero esperar ni un solo maldito minuto más.
—Tienes que calmarte, princesa —murmura papá desde el sillón mientras que lee el periódico despreocupadamente.
Él ya ha encontrado apartamento y eso hace que tener sexo con Pedro sea mucho más fácil y en el lugar que queramos, pero me alegra que esté aquí el día de hoy. Lo necesito en esto. Estoy a punto de convertirme en madre y el tiempo parece burlarse de mí. Oh, por Dios… Voy a convertirme en madre, oficialmente. Ale estará aquí, vivirá aquí, me dirá mamá y…
—Oh, por Dios. No puedo con esto —chillo sintiendo como mis ojos comienza a arder. Estoy harta de llorar por absolutamente todo y jamás creí que pudiese seguir haciéndolo luego de llorar mi peso en lágrimas. Pedro se mueve de su posición y rápidamente me rodea con sus brazos.
Hundo mi cara en su pecho y aspiro el aroma a su colonia. Intento relajarme y volteo mi rostro de costado para oír los latidos de su corazón. Esa camisa color cielo lo hace ver más que perfecto. Como todo un futuro papá dulce y comprensivo.
—No llores, cielo —me pide acariciando mi cabello.
Toma uno de mis rizos y lo enreda en su dedo índice, luego besa mi frente una y otra vez como si eso pudiese calmarme y lo logra, muy lentamente, pero lo logra. Suelto otro suspiro y recobro la compostura. Mi pequeño Ale vendrá pronto, estará aquí en pocos minutos y será completamente mío.
Nadie podrá arrebatármelo.
—Cálmate, princesa —murmura papá colocándose detrás de mí con ambas manos en mis hombros a modo de consuelo.
Me volteo en su dirección y sonrío ampliamente, dejo que me abrace y luego me siento en el sillón. Hay algo extraño en mi vientre, algo extraño en mí pecho, es una mezcla de desesperación, tristeza, felicidad, alegría. Todos sentimientos más que confusos y mezclados. El timbre suena estruendosamente y doy un brinco por causa del ruido.
Es él, es Ale, tiene que ser Ale. Me muevo inmediatamente en dirección a las escaleras, pero Pedro toma mi brazo con delicadeza y me detiene.
—Tienes que tomar esto con calma, Paula —me advierte dulcemente. Agatha sale de la cocina rápidamente y se dirige escaleras arriba para abrirle la puerta a mi pequeño.
Mi corazón comienza a latir rápidamente como un tambor y parece que cada vez acelera más su ritmo. Un nudo se forma en mi garganta y no estoy segura si es por el miedo, la emoción... Tal vez miedo de ser madre de verdad, miedo de no ser la madre que Ale se merece. Todas esas miles de dudas y preguntas me invaden mientras que Agatha sube las escaleras de manera extremadamente lenta. Oigo como la puerta se abre y hay silencio. Quiero moverme y correr para ver quién es, pero Pedro sigue a mi lado y acaricia mi brazo una y otra vez.
¿Cómo demonios puede estar tan calmado?
No entiendo como todos parecen estar más que bien mientras que yo soy un manojo de nervios y desesperación.
Veo a mi madre acercarse, luciendo tan elegante y fría como todas las veces en las que suelo verla. Baja las escaleras con gracia y se ve realmente seria. No tenía idea de que ella estaría aquí y no sé qué hacer para no pensar en el momento de incomodidad. Papá está aquí, ella está aquí, Agatha también, y no creo que sea un buen ambiente, no en este momento.
—Querida —murmura acercándose.
—Madre —respondo apretando más fuerte el brazo de Pedro. Ahora todo está bien, pero nuestra relación madre e hija sigue siendo rara.
Ella me abraza levemente y luego posa su mano sobre Kya.
—¿Cómo has estado? —Muy bien —respondo. Su mirada sigue siendo la misma de siempre, pero veo una leve sonrisa en sus labios. Tal vez esa mirada nunca se marche, pero ahora la entiendo. Perdió a su hija, se quedó sin lo más importante que tenía en la vida. Si algo así me sucediera…
No quiero ni pensarlo.
—¡Pedro, querido! —exclama abrazando a mi esposo. Parece sonreír, pero no lo hace del todo bien. Él se acerca y corresponde a su abrazo—. ¿Cómo has estado?
—Muy bien, Carla. Gracias por preguntar —responde brevemente y luego regresa a mi lado y entrelaza nuestros dedos.
Mi madre se voltea en dirección a papá y al verlo frunce el ceño. Es obvio que se ve disgustada, pero ella se cree que es perfecta y sabe cómo comportarse en este tipo de situaciones.
—Marcos —dice manera cortante con un asentimiento de cabeza.
Papá ríe por lo bajo.
—¡Deja de comportarte como una tonta y salúdame bien, Carla! —chilla, riéndose levemente. Se acerca a ella le da un dulce y caluroso abrazo de esos que solo papá puede dar. Pedro y yo reímos ante la cara de desconcierto de mi madre y luego vemos como ella cierra los ojos y disfruta de esa muestra de afecto—. Ya no estamos juntos, pero seguimos siendo los de antes, mujer. Deja de comportarte así —le pide con una dulce sonrisa.
No contengo mis ganas de reír y lo hago en volumen elevado. Todos me observan y luego se ríen conmigo, incluso mi madre, es una risa discreta, pero es una risa de todas formas. Agatha aparece en la habitación con una bandeja cargada de tazas de té y galletas hechas por mí. La miro de reojo y ella automáticamente me entiende sin que diga nada.
—No te preocupes, tesoro —murmura con una sonrisa—. Aún hay muchas para Ale —asegura dejando la bandeja sobre la mesita en medio de la sala de estar.
Pedro se sienta a mi lado y en silencio acaricia mi brazos, y luego a Kya, una y otra vez con leves movimientos circulares que me relajan y ahuyentan todo el miedo que sentía minutos atrás.
—Siéntate con nosotros, Agatha —le pido señalando el lugar vacío al lado de mi padre. Veo como sus mejillas se tiñen de rojo al igual que las de papá, y me río en el interior.
Ambos tuvieron una salida hace unos días, pero no estoy segura de lo que sucede entre ambos. Ella se mueve nerviosa y se sienta al lado de mi padre, mi madre la mira de reojo y me siento fantástica conmigo misma por hacer esto.
A veces es divertido ser mala.
—¿Cuándo vendrá el niño? —pregunta mi madre tomando una taza de té—. Estoy algo ansiosa por conocerlo. Quiero comprobar todo eso de “Especial” que dices que tiene, querida.
—Ale es un niño muy especial, madre. Ya lo verás —reitero—. No sé por qué están demorando tanto. Ya deberían estar aquí —le digo a Pedro en un leve murmuro. Estoy nerviosa, ansiosa y preocupada.
—Vendrán enseguida. Tranquilízate, preciosa —me pide besando mi mejilla. Suelto el décimo suspiro en la última media hora y luego doy un brinco cuando el timbre suena de nuevo. Ahora sí sé que es él, no puede ser nadie más, no hay otra opción. Es Ale, es mi pequeño. Me pongo de pie de inmediato, acomodo mi vestido y luego mi cabello, Pedro se pone a mi lado y toma mi brazo con delicadeza como la primera vez.
—Agatha —le pide—, por favor —Ella sube las escaleras en un tiempo extremadamente lento, mi madre y mi padre esperan ansioso al igual que yo. Oigo como la puerta se abre y luego hay algunos murmullos.
Mi corazón comienza a latir más rápido, mi estómago siente una extraña sensación de frío al igual que mi pecho. Mis ojos están atentos para ver a esa personita especial que será mía para siempre, siento como Kya se revuelve en mi interior, y por un segundo parece que me voy a desmayar. Lo veo y una hermosa sonrisa se forma en mis labios, mis ojos comienzan a nublarse y comprimo todos mis deseos de llorar de la emoción.
Ale está de pie en la escalera y observa su alrededor con asombro. La directora Smith toma su pequeña manito y nos sonríe, mientras que ambos bajan las escaleras con sumo cuidado. Ale no parece vernos, sigue maravillado con el techo alto y los adornos que nos rodean.
Pedro me toma de la cintura con un brazo y lo oigo sonreír detrás de mí. Es el momento, ya es mío, es mi hijo…
—Ale… —murmuro con la voz entrecortada cuando solo le falta un peldaño de las escaleras. Me suelto del agarre de Pedro y cruzo la habitación a velocidad apresurada.
Intento controlarme, pero no logro hacerlo. Él me mira durante unos segundos y luego veo la sonrisa más hermosa del mundo formarme en su pequeño y angelical rostro.
—¡Paula! —exclama lanzándose a mis brazos.
Hago un esfuerzo y lo cargo. Él rodea sus piernitas en mi cintura y ambos intentamos no dañar a Kya que se mueve levemente. Acaricio su cabello y oculto mi cara en la curva de su hombro y cuello. Soy feliz y quiero llorar de emoción, pero no voy a hacerlo.
—Te extrañé mucho, Ale… —murmuro levemente y lo abrazo aún más fuerte. Es real, está aquí y no es un sueño.
Estos torturadores días al fin se acabaron. Ahora está conmigo. Es mi hijo, mi niño. Soy su madre, lo seré siempre.
—Diecinueve —digo con la voz entrecortada—. Diecinueve días sin poder escucharte, Ale. Te extrañé mucho. ¿Me extrañaste? —Él observa a su alrededor, asiente con la cabeza y al ver a Pedro sonríe ampliamente.
—¡Pero! —grita moviéndose para que lo suelte.
Lo dejo en el suelo y él corre en dirección a mi esposo que se ve sorprendido y emocionado. Los dos se abrazan y mi corazón se hincha de orgullo, es mi familia. Acabo de formar una hermosa familia y es para siempre.
Acaricio a Kya levemente mientras que observo como mi pequeño le dice algo a Pedro al oído y él sonríe. La directora Smith entra en escena y apoya la palma de su mano sobre mi hombro.
—Al fin esta con ustedes, señora Alfonso —me dice, observando también a mi niño—. Todo está listo, puede quedarse. Una asistente social vendrá una vez al mes para ver el progreso de Ale, pero no hay nada por lo que tengan que preocuparse.
—Gracias —respondo sin despegar mis ojos de los dos hombres de mi vida—. Gracias por soportar mi desesperación durante todos estos días —le digo con sinceridad.
Esta mujer tiene demasiada paciencia. Ha soportado mis berrinches, mis quejas y mis insultos a medio mundo por teléfono sólo porque quería a Ale conmigo y no me dejaban hablar con él. Dejo a la directora y me acerco a ellos.
Ale me mira fijamente y luego extiende su bracito. Doy un paso al frente para estar más cerca y observo como Pedro nos mira a ambos. Mi pequeño primero acaricia mis cejas, marcando su contorno a la perfección, luego acaricia mi mejilla y por ultimo toma uno de mis rizos y lo envuelve una y otra vez en su dedito como lo hizo la mayoría de las veces. Es un gesto que enternece y hace que me derrita por completo. Soy la persona más feliz del mundo. Al fin está aquí.
—¿Quieres quedarte aquí con nosotros por siempre, Ale? —pregunto acariciando su cabello. Su expresión se trasforma y parece confuso. Observa el lugar una vez más y luego a mí y a Pedro con sumo detenimiento—. Pedro y yo queremos que seas parte de nuestra familia, cariño. Tú serás el hermanito mayor de Kya y los tres cuidaremos mucho de ella, ¿qué dices? —pregunto sonriendo, pero muriendo por dentro al ver que no responde.
—¿Hermanito? ¿Yo? —pregunta posando sus ojos sobre mi vientre.
—¿Quieres quedarte con nosotros y ser el hermanito de Kya, Ale? —pregunta Pedro con voz glacial—. Nosotros seremos como tus padres si tú quieres, y vamos a quererte mucho.
Ale sonríe ampliamente, vuelve a vernos por unos pocos segundos en silencio y luego nos abraza a ambos. Mi corazón se detiene de felicidad, es un sí, claro que quiere ser parte de esta familia. Somos perfectos para él y él es perfecto para nosotros.
—Te quiero mucho, Ale, mucho, ¿entiendes eso? —pregunto abrazándolo muy fuerte, como si quisiera que se quedara así, conmigo para siempre.
—También te quiero, Paula —murmura separándose de mi abrazo y poniendo sus pequeñas manitos sobre mi mejilla como Pedro suele hacerlo cada vez que quiere que lo mire fijamente—, y te quiero mucho, Pero —asegura abrazándonos a ambos nuevamente.
Dejamos que él lo haga y Pedro y yo nos sonreímos sin que nuestro pequeño pueda verlo. Ya está, todo está bajo control, es nuestro. Oh, por Dios… Soy madre, de verdad soy madre.
—Felicidades, señora Alfonso… —susurra Pedro con una enorme sonrisa en mi dirección mientras que aún sentimos el calor de los bracitos de Ale.
Minutos más tarde, Ale conoce a mi madre que se ve más que fascinada por el pequeño. No deja de verlo cada vez que puede. Es extraño verla sonreír todo el tiempo, aún no puedo creer que lo esté haciendo, pero todo es por Ale, el causó eso en mí y en Pedro, y ahora está causando ese algo especial en todo el mundo, en todos los que nos rodean.
—¿Puedo tocarlo? —pregunta acercándose al pequeño que nos observa a todos a la vez. Me río levemente y luego acaricio el cabello de Ale.
—Es un niño adorable, madre. No es un perro, no va a morderte.
Ella me lanza una mirada asesina y luego hace lo que siempre suele hacer para infundirse seguridad. Eleva la barbilla, endereza la espalda y sonríe a su manera. Se acerca al pequeño y se coloca a su altura. Ale la observa detenidamente y en silencio.
—Hola, Ale —dice, intentando sonar dulce.
—Hola —responde él con timidez.
—Me llamo Carla —agrega sin saber que decir exactamente.
—¿Eres mamá de Paula? —pregunta el niño con asombro.
—Así es.
—¿Y la regañas cuando se porta mal?
Todos en la habitación ríen, menos yo. Mi madre dirige su mirada en mi dirección y me sonríe como si estuviese intentando disculparse por todos esos horribles años de regaños y exigencias que ella intentó llenar en su vida para remplazar el dolor.
—Antes si la regañaba, pero ahora se porta muy bien.
Ale sonríe y luego estira su bracito en dirección a mi madre.
Primero acaricia su frente levemente y luego sus mejillas. Se ve realmente concentrado en lo que hace, como cuando me acaricia de esa manera tan dulce y especial. Mi madre parece realmente sorprendida y en vez de sonreír y disfrutar se pone tensa. No es muy amistosa y menos si hay abrazos o caricias de por medio, lo único que no quiero es que reaccione mal. Es sólo un niño.
—Eh… bueno… —balbucea poniéndose de pie. Acomoda la chaqueta de su costoso traje a conjunto y luego toma su bolso—. Creo que es momento de que me vaya, ya hubo demasiada ternura en un solo día.
—¿No quieres quedarte a almorzar? —pregunto poniéndome de pie rápidamente.
—No… no, querida. Tengo cosas que hacer.
—¿Te acompaño hasta la puerta, al menos?
—No, Paula —espeta secamente. Sé que estoy molestándola, pero es solo un niño, no tiene por qué evadir el cariño de esa forma—. Pedro, querido, gusto en verte, Marcos, directora, hasta pronto —sisea evadiendo todas las miradas. Se despide de mí con un seco beso en la mejilla y antes de dirigirse a las escaleras, le laza una mirada a Ale—. Recibí la invitación a tu fiesta, el sábado estaré ahí.
—Está bien. Adiós, madre.
Ella se marcha si decir más, con sus tacones haciendo ruido sobre el precioso suelo de madera. Regreso mi atención a Ale y vuelvo a acariciar su cabello.
—Creo que no le agradé —me dice preocupado.
Suelto un suspiro y hago una mueca. No sé qué responderle y no quiero mentirle tampoco.
—Claro que le agradaste, cariño. Solo que ella es un poco… —No sé cómo continuar la frase y lo único que quiero hacer es cambiar de tema.
Mi padre y Pedro charlan animadamente entre ambos, mientras que Agatha y la directora murmuran algo que no me interesa. Ale es el centro de mi atención ahora.
—¿Quieres galletas con chispas, Ale? —preguntó cuándo se sienta a mi lado en el sillón. Extiendo el brazo y tomo una de la bandeja, se la enseño y él la observa durante unos segundos en completo silencio—. Yo las hice antes de que vinieras, ¿quieres probar una?
Ale toma la galleta y la inspecciona con ojo crítico por un instante. Verlo hacer eso me sorprende demasiado. Si no le gustan las galletas creo que me pondré a llorar. Quiero que le encanten, sé qué están deliciosas, pero su aprobación es más que importante para mí. No soy buena en esto y apenas estoy empezando a mejorar mi relación con la cocina, pero haré lo que sea necesario para que este niño ame mis galletas.
—No te pongas nerviosa —me pide Pedro en un leve susurro. Ale prueba la galleta y la degusta una y otra vez poniendo mis nervios de punta. Su misterio y suspenso me está matando lentamente.
—¿Qué tal Ale, te gusta? —pregunto rápidamente.
—¡Me gusta esta galleta, Paula! —exclama con una enorme sonrisa en sus labios.
Sonrío ampliamente y siento como el alivio inunda mi cuerpo. Sí le gusta, eso es todo lo que quería. Pedro besa mi mejilla y luego todos observamos embelesados como él come mis galletas y bebe leche de manera muy tierna.
Quiero ayudarlo, pero es un chico completamente independiente y aún está algo callado. Supongo que tendremos que esperar algunos días hasta que se adapte al cambio pero con nosotros sé qué estará bien. Somos su familia ahora.
—¿Quieres conocer tu habitación, Ale? —pregunto cuando veo que termina de beber su leche. Rápidamente voltea su cabeza en mi dirección y me sonríe. Tiene leche alrededor de su boca y me muevo rápidamente con una servilleta para limpiarla. Mientras que lo hago él me mira fijamente e inspecciona cada centímetro de mi rostro con esos increíbles y dulces ojos.
—Gracias, Paula —musita en un leve murmuro, luego se pone de pie y acorta la distancia entre Pedro y él.
—¿Tendré una habitación para mi solito? —pregunta con los ojos brillantes de esperanza.
Pedro y yo asentimos y nos ponemos de pie para enseñarle su habitación.
—¿Quiere acompañarnos, directora Smith? —pregunta Pedro.
—Me quedaré aquí. Es mejor que el niño se adapte a su nuevo hogar y que yo no esté cerca.
Ale toma de la mano de ambos y nos sigue en silencio, mientras que contempla el inmenso apartamento con asombro. Subimos las escaleras con cuidado y le vamos dando algunas instrucciones de seguridad de cómo bajar, como subir y demás.
Las escaleras son lo que más me preocupan por el momento, pero Pedro prometió que lo solucionaría y tengo que darle algo de tiempo. Le pedí demasiado en todos estos días que esperé por Ale y creo que merece un respiro.
—Esta es nuestra habitación, Ale —le digo, enseñándole mi cuarto.
—¿Dormiré aquí? —interroga frunciendo el ceño.
Es obvio que la idea no le agrada del todo y Pedro y yo reímos por ello.
—Claro que no, cariño —digo inclinándome para estar a su altura—. Pedro y yo dormiremos aquí, y si alguna vez no te sientes bien en tu cuarto y necesitas algo de alguno de nosotros, tienes que venir hasta aquí y llamarnos, ¿de acuerdo?
—¿Y si están dormidos no se van a enfadar? —pregunta con inocencia.
Verlo de esa manera me parte el corazón. No sé qué hacer para que entienda que nada de lo que haga podrá molestarnos.
—Nunca vamos a estar molestos contigo, Ale. Sólo tienes que llamarnos, ¿entendido?
Luego le enseñamos la habitación de invitados, los cuartos de baños para que se familiarice con el lugar y vamos dándole más instrucciones de seguridad. Entramos a la habitación de Kya y Ale se queda completamente maravillado con el color lavanda por todas partes, mira rincón a rincón cada detalle del lugar y, cuando por fin termina, se acerca, me mira fijamente con esos increíbles ojitos y acaricia a Kya.
—Voy a cuidar mucho a Kya cuando sea bebé —asegura, buscando la aprobación de Pedro y de mí.
—Claro que sí —interfiere mi esposo inclinándose a su altura—. Tú y yo tendremos una misión, ¿de acuerdo? Como si fuésemos espías.
—¿Qué misión? —pregunta entusiasmado y sorprendido.
—Tú y yo tendremos que alejar a todos los chicos que se acerquen a tu hermana, ¿de acuerdo? Los chicos son feos y malos, y Kya no tiene que estar con ninguno de ellos. ¿Estás de acuerdo conmigo?
—Sí —responde asistiendo con la cabeza.
—¡Pedro! —chillo a modo de protesta, pero no parece funcionar porque los dos hombres de mi vida siguen ignorándome.
—Y si algún día ves que un niño está mirando a tu hermana tienes que ir y golpearlo, ¿de acuerdo?
—¡Pedro Alfonso! —lo regaño e intento contener la risa. Le lanzo una mirada de desaprobación y sólo recibo una gran sonrisa. Me besa en la mejilla y posa su mano sobre Pequeño Ángel .
—Seré un padre muy celoso, comienza a acostumbrarte —susurra sobre mi oído derecho.
Niego levemente con la cabeza porque estoy más que segura que no podré hacer nada para impedirlo, tomo la mano de Ale y los tres salimos de la habitación de mi pequeña y nos dirigimos finalmente a la nueva y hermosa habitación de Ale.
—Esta será tu habitación, cariño —le digo acariciando su cabello.
Abro la puerta blanca adornada con una “A” en tres dimensiones de color rojo y dejo que el ingrese primero. No sé cómo describir la expresión de su rostro al ver su hermosa habitación. Todo está justo como lo quería. Lo único bueno de la demora de diecinueve días fue que los decoradores tuvieron tiempo de hacer un par de modificaciones y la habitación quedó perfecta. Ale se merece esto y mucho más.
—¿Esta es mi habitación? —pregunta con un hilo de voz.
Avanza hacia su cama y la observa por varios segundos, hace lo mismo con el inmenso librero y luego corre en dirección al baúl repleto de juguetes que Pedro y yo escogimos para él.
—¡Son muchos juguetes! —exclama emocionado. Toma dos autitos de diferentes colores y nos los enseña. Pedro rodea mi cintura, mientras que los dos contemplamos esa hermosa escena—.¡Mira, para dibujar! —grita sentándose en la mesita rectangular repleta de lápices de colores, pintura y hojas de todos los tamaños.
De pronto hay mucho silencio en la habitación, Ale está de espaldas a nosotros con la cabeza gacha y ni siquiera se mueve. Miro a Pedro y rápidamente sé qué algo anda mal.
Cruzo toda la habitación velozmente y me inclino con cuidado hasta estar a la altura de mi pequeño. Pedro también se acerca y ambos tomamos su carita y la elevamos en nuestra dirección para que nos mire. Ale tiene lágrimas en sus ojos y no parece feliz. Se ve realmente abatido y eso me destroza el corazón.
—Ale… —logro decir con los ojos cargados de lágrimas.
No sé por qué está llorando y la idea de que lo haga no me gusta, sólo quiero verlo reír, quiero que sea feliz, quiero… Mi pequeño sólo seca sus mejillas y luego nos abraza a ambos con sus pequeños bracitos. Es el abrazo más dulce, tierno y especial que he recibido de él hasta el momento. Cierro los ojos muy fuerte y dejo que todos esos hermosos sentimientos de invadan. Kya se mueve un poco en mi interior y Ale me abraza aún más fuerte. Oigo como sorbe su pequeña naricita y luego me acaricia la mejilla.
—No tienes que llorar, Ale —le digo besando su frente.
—Somos tu familia, ahora, pequeño —agrega Pedro.
—¿Cómo una mamá y un papá? —pregunta mirándonos a ambos.
Balbuceo porque no sé qué responder, luego observo a Pedro y le pido que solucione todo esto. No queremos que se sienta presionado, queremos que esté a gusto en la casa y que cuando llegue el momento en el que quiera asimilar que somos como sus padres, eso suceda, pero debo confesar que me muero por qué me diga mamá.
—Bueno… Nosotros somos como tus padres ahora, Ale —le dice Pedro con dulzura—, pero tú puedes llamarnos como quieras, no es necesario que nos digas “mamá” o “Papá” si no quieres hacerlo.
—¿Y no se molestarán conmigo si digo “Paula” o “Pero”?
—Claro que no, cariño —le digo—. ¿Qué te parece si ayudamos a Agatha a preparar el almuerzo? ¿Qué dices? ¿Tienes hambre?
Ale asiente levemente. Seca sus mejillas de nuevo y toma de mi mano. Sonrío y dejo que Pedro lo cargue para dirigirnos a la cocina. Es sólo el primer día de Ale en la casa, pero todos los momentos que pasamos en la tarde fueron casi como si él estuviese desde su nacimiento conmigo, así es como lo siento. Luego del almuerzo, nos pasamos toda la tarde jugando en su habitación.
Pedro tuvo que dirigirse a la empresa, pero supe hacer que Ale se divierta sin necesidad de tener a Pedro para controlar la situación. Vimos películas, más de tres, jugamos con sus autitos de colores, dibujamos, incluso bailamos con el juego de la consola y cocinamos unas deliciosas galletas con chispas de chocolate. Tengo fotografías de todos esos momentos y si el primer día fue así de fascinante, los demás serán mucho más.
—¿Tienes sueño, Ale? —pregunto moviéndome de lado para poder verlo.
Pedro, mi pequeño y yo estamos en el sillón de la sala de estar en piyama viendo una película animada que Ale escogió. Él está entre ambos y se ríe a cada dos minutos, mientras que yo me concentro en sentir como los brazos de Pedro me rodean y su mano acaricia levemente mi brazo.
—¿Qué te parece si vamos a la cama? —pregunta Pedro en dirección al pequeño que comienza a cerrar sus ojitos—. Mañana podremos terminar de ver la película —asegura.
Ale asiente con la cabeza, Pedro se pone de pie y lo carga en brazos. Tomo la manta que nos estaba cubriendo a los tres, apago la televisión y luego sigo a mi esposo por la penumbra de la sala de estar hasta la cima de las escaleras.
Los dos acompañamos a Ale a su cuarto. Lo dejamos sobre su cama y nos encargamos de arroparlo lo suficientemente bien. Pedro besa su frente, luego yo hago lo mismo y acaricio su cabello.
—Bienvenido a casa, hijo —murmuro para que nadie más pueda oírlo.
Enciendo la luz de su mesita de noche y luego Pedro y yo nos dirigimos a la salida.
—Paula… —dice Ale antes que nos marchemos. Me volteo rápidamente al igual que Pedro y nos acercamos a la cama de nuevo.
—¿Qué sucede, cielo? ¿Quieres ir al baño? ¿Quieres agua?
Ale niega con la cabeza, luego estira su bracito en dirección a Pedro y los dos nos sentamos en la cama a su lado.
—¿Puedes contarme un cuento, Pero?
Contengo la risa y luego miro a Pedro con expresión divertida. No tengo idea de cómo contar un cuento y tampoco sé ninguno y me encanta que Ale le asignara esa tarea a Pedro que se ve más que sorprendido y aterrado.
—Eh, claro que Pedro nos contara un cuanto, Ale —le digo acostándome a su lado, envolviendo su cuerpito con mis brazos, pero con cuidado de no aplastar a Kya.
Me rio levemente al ver que Pedro acerca una silla a la cama y suelta un suspiro de frustración.
—Vamos, papá Pedro —le digo con una malvada sonrisa—. Kya también quiere oír ese cuento.
Pedro rasca su cabeza y luego mira a Ale. Quiero estallar en risas, pero sé que no es el momento.
—Bueno… eh… —balbucea y me entran más ganas de reír—. Había una vez un gatito… y ese gatito… tenía un… Oh, por Dios —murmura por lo bajo—. Bueno, como decía, ese gatito tenía un convertible… Si, un convertible de color rojo.
No puedo evitarlo y dejo escapar una risita burlona en dirección a Pedro que se ve más que desesperado. No puedo creer que esto esté sucediendo.
—Y ese gatito tenía que conseguir… —Observa toda la habitación y frunce el ceño al ver que nada lo está ayudando—, leche… —Concluye sintiéndose orgulloso por la tontería que está diciendo—. Y como no podía conseguir leche, se montó en su convertible y fue al… bosque…
—¿Por qué un gatito tiene un convertible? —pregunta Ale frunciendo el ceño.
Me rio de nuevo y cubro mi boca con mi mano para no seguir haciéndolo. Es la situación más divertida que he vivido en toda mi existencia.
—Bueno… El gatito tiene un convertible porque… porque es un gatito muy cool.
Ale parece contento con esa mísera respuesta y le pide a Pedro que continúe.
—Y entonces el gatito fue al bosque y se encontró con una… ¿torre? En donde había una bonita princesa que tenía que ser rescatada… por un… valiente… gatito.
—¿Y cómo se llamaba la princesa? ¿Y cómo se llamaba el gatito? —pregunta Ale pareciendo muy pero muy despierto—. ¿Y por qué la princesa estaba en una torre? ¿Y por qué tenía que ser rescatada?
—Bueno… —Pedro rasca su cabeza de nuevo y me pide en silencio que lo ayude. Me rio en mi interior y niego levemente con la cabeza mostrándole la sonrisa más burlona y malvada de todas—. ¿Por qué no te leo uno de los libros de ahí? Son mejores que mis historias —asegura Pedro poniéndose de pie, toma un libro cualquiera de la gran colección infantil de Ale y se sienta dispuesto a leer.
—Pero… —llama la atención el niño, enterneciéndome con cada palabra—, tu cuento del gatito fue muy feo...
Pedro sonríe y luego se acerca y besa la frente de Ale. Mi hijo es el niño más dulce, hermoso y especial de todos.
—“Había una vez en un pueblo añejo a días del castillo…”
Pedro comienza a leer el pequeño libro a Ale y veo como al paso de las hojas coloridas, mi niño especial comienza a quedarse dormido. Una vez que oigo que su respiración se vuelve más pausada, me muevo de su lado y vuelvo a cubrirlo con la sábana. Pedro cierra el libro y deja escapar un bostezo. Son casi las diez de la noche y me siento realmente agotada. Tener un niño tan activo como él no es nada fácil, ser madre es trabajo de tiempo completo.
—Estoy agotada —murmuro caminando por el pasillo de camino a nuestra habitación.
—Sólo es el primer día, preciosa —murmura. Luego se mueve rápidamente y sin decir nada me carga en sus brazos. Acomodo mi cabeza en su hombro y dejo que me lleve a la cama. Cuando entramos a la habitación, él corre el edredón y me deja con delicadeza sobre el colchón—. Descansa, preciosa Paula —murmura luego de besar mis labios. Cierro los ojos y me duermo profundamente cuando siento que Pedro está a mi lado en la cama y me protege con sus brazos…
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