miércoles, 20 de septiembre de 2017

CAPITULO 30 (SEGUNDA PARTE)




—Pruébalo —le digo, tendiendo el cupcakes delante de su boca. No sé qué me sucede, pero luego de dar tantas vueltas alrededor de la cocina, comencé a sentir hambre. Me comí dos de estas delicias y estoy a punto de un tercero.


—¿Tienes hambre?—pregunta abrazándome por la cintura.


No puedo negarlo. Claro que sí.


—Es que esto está realmente delicioso —musito haciendo que pruebe mi creación.


Pedro abre la boca y muerde el cupcake de chocolate y vainilla con crema de cereza, decorado con flores comestibles. Mastica un par de veces y luego la expresión de su rostro me demuestra satisfacción. Sí, le gusta.


—¿Qué tal está? —pregunto con una sonrisa.


—Delicioso, mamá.


—Mamá... —murmuro—. Me gusta cómo suena eso —confieso en un susurro.


Pedro sonríe y acaricia mi mejilla.


—En un tiempo nuestro hijo va a llamarte mamá, todo el tiempo.


—Y a ti papá...


—Exacto —afirma con una inmensa sonrisa.


¡No puedo creerlo! ¡Voy a tener un bebé!



****


Minutos más tarde, subimos a nuestra habitación con unos cuantos cupcakes, refresco, jugo de naranja y pastel, todo en una bandeja. Pedro me deja con suma delicadeza sobre el colchón y se acuesta a mi lado.


—Muero por quitarte ese vestido —musita con su rostro a menos de dos centímetros del mío.


—Entonces, hazlo —lo reto.



Pedro mueve sus manos con delicadeza hacia la parte trasera de mi espalda. Desata el nudo del delantal y me lo quita. En todo ese tiempo no apartamos la mirada y nos decimos todo lo que queremos en pensamientos, como si estuviésemos conectados.


—Te amo, mi preciosa Paula —murmura, tomando mi rostro con ambas manos.


—Yo también te amo, Pedro Alfonso —respondo, acortando más la distancia. Miro sus labios por unos segundos y luego contemplo su mirada—. Te amo y nuestro Pequeño Ángel también te ama.


Pedro sonríe claramente emocionado. Me coloca de rodillas sobre el mullido colchón, busca el cierre de mi vestido y lo baja lentamente, con la mirada fija en el punto en donde la prenda comienza a revelar la piel desnuda de mi espalda.


Todo es con calma, no hay prisa, tenemos todo el tiempo del mundo.


Desengancho mi sostén y me deshago de el inmediatamente. Pedro sonríe y hace que recueste mi cabeza en los suaves almohadones de plumas.


—Quítate la camisa —le pido mirándolo desde este ángulo—, por favor —concluyo la oración. Quiero ver su piel, quiero sentir su calor y no quiero nada en medio de los dos.


Él comienza a desabrochar uno a uno los botones de la prenda. Tengo deseos de moverme y arrancarlos todos de un tirón, como lo hago siempre, pero me contengo. Esta vez Pedro tiene el control de la situación.


¿Yo dije eso?


—¿Estas cansada, cielo? —pregunta, posando ambas manos sobre mis caderas.


—Solo un poco.


Me sonríe como respuesta, se pone de pie, corre en dirección al baño y, segundos más tarde, reaparece delante de mí con el envase de crema corporal con aroma a rosas.
Comprendo de inmediato lo que quiere hacer y sonrió repleta de felicidad.


—¿Un masaje, señora Alfonso?


—Claro —respondo, posicionándome para voltearme boca abajo, pero la mano de Pedro me detiene.


—No voltees aún.


—De acuerdo —digo solo para complacerlo.


Acomodo mi cabeza en la almohada, él abre el envase y coloca un poco de crema en ambas manos. Comienza con mis pies, los masajea dulcemente, haciéndome disfrutar de las sensaciones. Sí, tengo que admitir que mis pies no están acostumbrados a los calzados bajos, algo de dolor tengo, pero estoy segura que Pedro lo solucionará.


Más tarde, acaba con mis pies y empieza con mis piernas. 


Desliza su mano con un poco de crema en la longitud de cada una de ellas y se detiene antes de llegar a mis caderas. 


Tengo que admitir que comienzo a excitarme, es extraño, hermoso y diferente. Su mano, la crema corporal, yo... Es una sensación muy placentera.


Ahora sus manos masajean mis caderas y enmarcan el contorno de mi cuerpo. Se ve muy concentrado en lo que hace, no aparta los ojos de mí ni un solo segundo, parece idiotizado.


—Me gusta lo que estás haciendo —murmuro levemente. 


Me mira fijamente y sonríe. Mueve sus manos hacia mi vientre y acerca su cuerpo al mío, sentándose a mi lado en la cama.


—Nuestro Pequeño Ángel... —susurra, observando mi vientre.


Sonrió y coloco mi mano encima de mi barriga para sentir a mi bebé, Pedro posa su mano encima de la mía y los dos comenzamos a acariciar a nuestro hijo con lentos movimientos circulares, una y otra vez.


—Hace apenas unas de horas que sé de su existencia y ya lo amo con todo mí ser —me dice emocionado—. ¿Cómo es posible?


—Ni siquiera yo lo sé, Pedro —aseguro, acariciando su cabello con mis manos.


Él acerca su cabeza a mi vientre y comienza a besar a nuestro hijo tiernamente. Al principio son besitos inofensivos por todo mi abdomen, pero luego, los besos se tornan algo excitantes y elevan mi temperatura corporal a medida que él se acerca a mi monte de Venus.


Pedro, eso es algo... —digo con la voz entrecortada y los ojos cerrados.


Se ríe sonoramente y une sus labios a los míos.


Hace de cuenta que nada sucedió. Se separa de mi boca a mitad de un beso impresionante y vuelve a colocar más crema corporal en sus manos. Mira mis pechos y luego toma uno en cada mano. La crema tocando mis pezones me hace sentir tan... Oh, mi Dios.



Él los masajea suavemente y, de vez en cuando, los amasa, pero de manera muy leve, como si no quisiese hacerme daño alguno. No puedo resistirlo, necesito hacerlo, lo necesito a él.


Pedro... —chillo con un hilo de voz. No se detiene, solo me sonríe. Interrumpo sus movimientos con mi mano y lo miro fijamente—. Hazme el amor —le pido con el tono de voz cargado de excitación y la mirada repleta de dulzura y suplicas.


Él atrapa mi cuello con una de sus manos y me besa apasionadamente, como intentando responder a mi petición con ese beso. Sé que me dice que sí de inmediato.


—¿No le haremos daño a Pequeño Ángel?


—Pequeño Ángel debe de tener el tamaño de un grano de café, Pedro. No sabrá lo que sucede —aseguro, mirándolo con ternura.


—¿Cómo sabes que es del tamaño de un grano de café? —, frunciendo el ceño.


—Lo leí por ahí —le digo, así, sin más.


—¿Segura que nada sucederá?


—Completamente.


—Pero...


—Por favor, Pedro, no me hagas rogar.


Él parece pensarlo por unos segundos, pero gracias a Dios, su decisión es rápida.


—Te haré el amor, mi preciosa Paula...




No hay comentarios:

Publicar un comentario