miércoles, 20 de septiembre de 2017

CAPITULO 33 (SEGUNDA PARTE)





Cuando la secretaria número uno de papá nos anuncia, comienzo a sentir algo de nerviosismo. No es poca cosa lo que le diré. Él será abuelo, tengo que decirle y esperar por su reacción. No sé qué sucederá, realmente. Siempre supo que no era una mujer del todo cariñosa y mucho menos con los niños. No tengo idea de lo que pueda decir. Sé que es pronto, sé que solo llevamos un año y unos pocos meses de casados y sé que mi padre sabe que todo esto era una farsa, pero lo entenderá, tengo la esperanza de que lo entienda, tiene que hacerlo, soy su niñita, su princesa y siempre debe apoyarme.


—Pueden pasar —dice la secretaria.


—Gracias —responde mi esposo con amabilidad.


Pedro me toma de la mano y juntos caminamos en dirección al ascensor. Tengo un recipiente en una bolsa de papel, he traído algunos de los cupcakes que hice para mi sorpresa. 


Sé que a papá le encantarán.


—No estés nerviosa, preciosa. Eso no le hará bien a Pequeño Ángel —me advierte con ternura, mientras que acaricia mi mentón.


—No puedes pedirme que esté calma en un momento así, Pedro —me quejo, intentando no perder el control—. No es poca cosa lo que le diremos a mi padre. Sabes que para mí es muy importante su aprobación y…


Él coloca su dedo sobre mis labios, para que ya no siga hablando. Me mira con los ojos cargados de ternura y me besa por varios segundos.


—Te amo. No estés nerviosa, por favor.


Lo miro un segundo y sé que todo estará bien, él estará conmigo, no estaré sola y no me sentiré sola. Este asunto del embarazo es cosa de ambos.


—También te amo —le digo a modo de respuesta. No besamos de nuevo y las puertas del ascensor se abren de par en par.


Nos damos la mano y caminamos con una actitud de seguridad completa hacia el escritorio de su secretaria número dos.


—Señora Alfonso, señor Alfonso —nos dice a modo de saludo—. El señor Chaves está en su despacho.



—¿No le has dicho que vinimos, cierto? —pregunto.


—Seguí sus órdenes al pie de la letra, señora. Él no sabe que ambos están aquí.


Ambos sonreímos como muestra de agradecimiento y cruzamos, velozmente, las puertas de la oficina de papá.



****


Ahí está él, concentrado, leyendo el periódico. No parece percibir nuestra presencia. Sonrío al verlo, es como lo recuerdo. De niña siempre solía interrumpir su lectura sentándome en sus piernas, para que me ayude a armar algún rompecabezas o algún laberinto complicado.


—Buenos días, papá —le digo elevando el tono de voz para que me oiga.


Él mueve el periódico a un lado y nos mira a ambos con el ceño fruncido. Sé que debe de estar desconcertado, jamás lo he venido a visitar con Pedro a mi lado, pero cuando le diga el por qué, sé que lo entenderá.


—¿Estoy soñando, acaso? —se pregunta a sí mismo—. ¿Esa mujer tan hermosa y feliz es mi pequeña princesa?


Contengo la emoción.


—Así es, papá. —digo con una amplia sonrisa.


Suelto la mano de Pedro y acelero el paso para abrazarlo. 


Lo extrañé, no le he visto desde hace casi un mes. El viaje… lo que sucedió con Laura, fue mucho tiempo sin ver a papá. 


Su agenda es algo ocupada al igual que la mía. Lo extrañé, lo extrañé demasiado. No fueron suficientes las llamadas por teléfono, anhelaba verlo.


Él me abraza fuertemente y besa mi pelo una y otra vez, mientras que me dice lo mucho que me ha extrañado.


—Mírate nada más… estás completamente radiante, princesa. Tu cabello, tu sonrisa, hasta ese vestido hace que te veas aún más hermosa —asegura mirándome de pies a cabeza.


Sonrío y miro de reojo a mi esposo que tiene la mirada cargada de orgullo. Sí, soy su Paula, soy su esposa, soy toda suya, tiene que sentirse más que orgulloso de mí.


—Fueron unas hermosas vacaciones, papá. Sucedieron muchas cosas en el viaje —aseguro, viendo con complicidad a mi esposo que me sonríe como respuesta. Quiero empezar a lanzar algunas indirectas, para ver si logra captar lo que sucede.



Segundos más tarde, papá percibe que Pedro está aquí y dejo de ser el centro de atención. Ambos se saludan con un abrazo e intercambian algunas palabras.


Tomo la bolsa de papel y le entrego a mi padre las deliciosas maravillas que preparé con mis propias manos. Como siempre, se sorprende, pero no comete la estupidez de decir que son comprados, por fin reconoce que los he hecho yo. 


Su secretaria ingresa con una bandeja, repleta de cosas para tomar el té. La coloca sobre la mesita ratonera ubicada a un rincón y los tres nos sentamos en los sillones de cuero negro.


—¿Han desayunado, ya? —pregunta, tomando uno de mis cupcakes.


—Aún no —respondo.


—Pensaba llevar a Paula de compras luego de visitarte —explica mi esposo—. Puedes acompañarnos si quieres.


Mi padre asiente levemente con la cabeza. Los tres comenzamos a hablar mientras que bebemos té y comemos lo que preparé. Le contamos todo con respecto a nuestro loco viaje y luego le damos la buena noticia de que Laura ya está bien y de reposo en su casa junto a sus padres.


Tengo que juntar fuerzas y decírselo de una buena vez. He tirado otras dos indirectas durante la charla, pero él jamás lo entendería, creo que ni siquiera Pedro se dio cuenta de lo que dije.


—Papá… —murmuro y siento como mis nervios comienzan a resurgir en mi interior—, Pedro y yo vinimos a visitarte porque tenemos algo muy importante que decirte.


Mi padre nos mira a ambos y frunce el ceño. No quiero que se preocupe y piense cualquier cosa, pero quiero hacerlo sufrir por unos minutos. Sé que la ansiedad lo volverá loco, pero valdrá la pena cuando le diga que será el mejor abuelo del mundo.


Pedro extiende su mano para tomar la mía, como diciendo “Todo estará bien, puedes decírselo”. Sonrío y decido ponerme de pie, mi esposo me sigue y acorta un poco más la distancia entre ambos.


—Sé que te gustará —aseguro sonriéndole a mi padre con dulzura.


Miro a Pedro y él me mira a mí. Solo los dos sabemos que sucede y sé que papá está muriéndose de la curiosidad. No podrá soportarlo por mucho tiempo y yo tampoco.


—¿Qué sucede? Están preocupándome —se queja—. ¿Pasa algo?



Pedro sonríe y me coloco delante de mi esposo. Él me rodea la cintura y posa sus dos manos sobre mi vientre. Papá parece no notar lo que sucede así que coloco ambas manos junto a las de Pedro y acariciamos a Pequeño Ángel.


Si, ahí está. Esa era la expresión que quería ver en su rostro. La sorpresa total.


—Sorpresa, papá —murmuro con los ojos llorosos.


No veo reacción ninguna en su rostro, parece perdido en sus propios pensamientos, en su propio mundo, mientras que me mira y luego a mi barriga, como si no comprendiera lo que sucede.


—Princesa… —dice con la voz entrecortada.


Pedro sonríe a mis espaldas y besa mi mejilla.


—Serás abuelo, papá. El mejor abuelo del mundo —aseguro sin poder contener la emoción. Me pongo a lloriquear como toda una futura mamá sentimental.


—Tienes que decirnos algo, Marcos —agrega Pedro con una sonrisa.


Es extraño oír el nombre de mi padre, nadie lo llama así, salvo mi madre.


Papá sigue ahí, sin moverse. Me mira una y otra vez, no sabe que decir. Está completamente sorprendido y emocionado. Veo como sus ojos brillan por la sorpresa y la felicidad. Quería que reaccionara justo así.


—¡Ven a felicitarme, papá! —exclamo abriendo mis brazos. Él sonríe nervioso y cruza la habitación hasta abrazarme fuertemente. Está demasiado emocionado y sorprendido—. ¡Serás abuelo!


—Por dios, Paula… —me dice con la voz entrecortada—. Mi pequeña princesa tendrá un bebé... —sisea sin poder creer en sus propias palabras.


Nos abrazamos y lloriqueamos los dos juntos, durante varios minutos. Me dice cosas hermosas y luego se separa de mí para verme mejor, observa mi vientre y lo acaricia un par de veces. Aún no puede creerlo.


—Tú no pierdes el tiempo, Alfonso —espeta mi padre con una sonrisa traviesa en los labios. Pedro se pone de todos los colores posibles, mientras que yo contengo una gran carcajada.


—Seré padre, Marcos. Tienes que felicitarme también —le dice a modo de invitación, abriendo sus brazos de par en par.


—Tendré que cambiar mi testamento de nuevo...



Los tres nos reímos sonoramente y luego papá y Pedro se abrazan.


En este momento soy feliz, completamente feliz, en este momento me siento la persona más afortunada del mundo. 


Tengo todo lo que quiero, pero no me importa si es material. 


Lo tengo a Pedro, tengo a mi padre y ahora a Pequeño Ángel…


Mi vida es simplemente perfecta y todo gracias a Pedro. El amor puede cambiar a cualquier persona, no importa el tipo que sea. Yo cambié demasiado, y en muy poco tiempo. 


Ahora me siento mucho mejor conmigo misma, ahora soy solo yo, solo Paula.




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