Como todas las mañanas, abro los ojos y veo a Pedro a mi lado. Tiene sus brazos envueltos alrededor de mi cintura y, si lo miro atentamente, puedo ver como una leve sonrisita se oculta tras sus labios. ¿Acaso se durmió sonriendo?
Muevo mis manos hacia su cara y acaricio su mentón.
—Te amo, Pedro Alfonso —murmuro levemente para mí misma y contemplo cada centímetro de su rostro. Es muy placentero verlo dormir. Sé que está algo cansado y quiero que siga durmiendo.
Miro el reloj de mi teléfono celular, aún es algo temprano.
Visitaremos a mi padre para darle la gran noticia sobre Pequeño Ángel y luego cada quien hará sus rutinas habituales. Muero por ver la cara de papá, sé que él jamás se imaginará que sucede, pero estoy completamente segura que será la mejor sorpresa que le han dado en toda su vida.
Beso a mi esposo en los labios y, con mucho cuidado, intento desenredarme de sus brazos que se aferran a mi cuerpo. Me pongo de pie y corro al baño. Necesito relajarme, necesito verme bien y necesito sentirme bien. Solo un baño de burbujas puede resolver esto.
Coloco música en mi teléfono celular, mientras que espero a que la tina con hidromasaje esté llena. Hay olor a rosas y a lavanda en todo el baño, el vapor comienza a colmar las paredes, y ahí estoy yo, mi reflejo frente al inmenso espejo.
Esa mujer solitaria, vacía y descortés ya no está.
Ahora soy otra persona, me siento como otra persona totalmente diferente. Ya no hay ni una sola máscara, no hay facetas, ni disfraces, soy solo yo, solo Paula, por primera vez
en todo este tiempo, realmente me siento yo. Soy quien quiero ser y todo esto es gracias a Pedro.
Sé que si él no se hubiese cruzado en mi camino, mi vida no sería lo que es actualmente, sería mucho peor. ¿Cómo he estado toda una vida sin conocerlo? ¿Cómo he podido soportarme a mí misma durante todo este tiempo? ¿Cómo hice para no ser quien siempre quise ser? Nadie puede responder a eso, ni siquiera yo, pero ahora todo es muy diferente.
Voy a ser madre… Nada mejor me puede pasar.
*****
Salgo de la tina, apago la música de mi celular y luego de envolverme en la bata de baño, me dirijo hacia mi armario. Tengo que vestirme como lo hago siempre. Si no me coloco tacones, papá sospechará que algo extraño sucede y eso podría arruinar mi sorpresa.
Rebusco entre los cientos de vestidos que tengo, pero ninguno logra llamar mi atención por completo. Hoy no quiero vestir de negro, no quiero maquillarme como lo hago siempre y tampoco quiero usar el peinado de siempre.
Quiero cambiar, me siento diferente y quiero que los demás lo noten. Sé que tengo algunos vestidos de colores, pero no tengo idea de adonde están. ¿Dónde demonios los metí?
Comienzo a mirar a mí alrededor. En la parte superior de la tienda individual, hay cubículos, repletos de cajas que contienen ropa, zapatos, sombreros y ese tipo de cosas, que solamente suelo utilizar en ocasiones especiales. Sé que esos vestidos deben estar por algún lado.
—¿Qué haces? —pregunta Pedro a mis espaldas, tomándome de la cintura.
Me estremezco y doy un leve saltito por el susto. Suspiro y luego me volteo en mi dirección. Acaba de despertarse, solo trae su ropa interior y el cabello sumamente alborotado.
—Pedro, me asustaste —confieso, colocando la mano en mi pecho. Él sonríe y luego besa mis labios castamente.
—Buenos días, señora Alfonso.
—Buenos días —Coloco ambas manos detrás de su cuello.
—¿Qué hacías?
—No tengo nada que ponerme —aseguro frunciendo el ceño.
Si, sé que tengo un armario repleto de ropa, pero, aun así, no tengo nada.
—Frase típica de mujeres —me responde con una sonrisa traviesa—. Te llevaré de compras el fin de semana, si quieres.
—Claro que quiero —digo velozmente.
Acerca sus labios a los míos y me besa.
—Aún no le he dicho buenos días a mi Pequeño Ángel —Me mira fijamente, mientras que mueve su mano y la deposita sobre mi vientre.
—Dile buenos días, entonces —lo reto con una sonrisa.
Pedro se acerca mucho más a mí, toma ambas puntas del cinturón de mi bata de baño y desenlaza en moño de ella.
Luego, aparta la bata hacia un lado y se agacha lentamente, sin apartar su mirada de la mía, es una conexión irrompible.
Su cara queda a la altura de mi vientre y sus labios se posan sobre el de manera inmediata. Cierro los ojos con fuerza, esa sensación de sus labios con mi piel, es arrasadora de todos mis sentidos. Coloco mi mano detrás de su cabeza y acaricio su cabello.
—Buenos días, Pequeño Ángel.
—Creo que debe estar diciéndote buenos días —aseguro con una inmensa sonrisa.
Pedro besa mi vientre nuevamente y se pone de pie. Ahora estamos cara a cara, él es más alto que yo, pero tengo acceso a su mentón y a la comisura de mis labios. Él coloca ambas manos en mi cintura y atrae mi cuerpo al suyo, como si fuésemos dos imanes, no podemos estar lejos el uno del otro.
—Dime que me amas, Paula Alfonso —me pide, juntando su frente con la mía.
Acaricio su mejilla y su espalda. Mis manos se mueven inquietas, deseosas por tocarlo por todas partes.
—Te lo dije cuando desperté, te lo digo cuando te duermes antes que yo… Te amo todo el tiempo, Pedro…
*****
Me levanto de la cama y esta vez Pedro no me retiene. He perdido tiempo valioso, que podía haber aprovechado para vestirme y producirme, pero como soy una débil, me dejé conquistar y seducir, me entregué a él de nuevo y no me preocupé por buscar mi atuendo o por secar mi cabello mojado, que humedeció las sábanas de la cama.
—¿Puedes bajar esa caja por mí? —pregunto antes de que entre al baño para darse una ducha.
Él se acerca rápidamente, estira sus largos brazos y toma la caja que le pedí. La coloca sobre le mesa de vidrio y al abrirla, veo uno de mis vestidos de novia.
—Caja equivocada —Hago una mueca.
Él observa el interior de la misma y toma mi vestido número dos. El que utilicé para la recepción de la boda. Bordado en encaje, corte sirena y una pequeña cola. Sé que le encanta ese vestido, sé que todos mis vestidos lo volvieron loco ese día.
—No recuerdo en que caja guardé algunos vestidos —digo a modo de disculpa.
Él acaricia la tela de la prenda y me mira fijamente.
—Estabas muy hermosa ese día —sisea con la mirada perdida en algún lugar, como si estuviera recordando segundo a segundo todo lo que sucedió entre nosotros aquella larga noche en donde solo nos peleamos por idioteces sin sentido.
—Tú estabas demasiado insoportable, ese día —afirmo con una sonrisa a medias.
—Aunque no lo creas, el día de nuestra boda fue uno de los más felices de mi vida.
—Ese día me hiciste enojar más de la cuenta —le recuerdo, debido a todas las idioteces que hizo solo para molestarme y, lo peor de todo, podía ver como lo disfrutaba.
—Fue divertido —confiesa con una pícara sonrisa.
Muerdo mi labio inferior y golpeo su hombro levemente. Sé que lo disfrutó y sé que yo también lo hice, aunque nunca lo confiese del todo.
Me roba un beso y luego seguimos bajando cajas que tienen todo tipo de ropa y accesorios, hasta que por fin encontramos la que está repleta de vestidos de diversos colores. Pedro frunce el ceño, sé que para él es extraño ver todo esto, nunca se los enseñé y tampoco me los puse, pero me siento diferente y quiero un cambio. Estoy algo harta del negro.
—¿Qué color te gusta? —cuestiono mientras que observo dudosa la gran variedad de verdes, celestes y rosas que hay en la caja.
—El rosa pastel —me responde rápidamente.
Tomo la prenda entre manos y lo coloco encima de mi cuerpo para visualizar como se vería en mí. Pedro me da su aprobación, mira el reloj de la pantalla de mi celular, me besa y corre al baño. Tal vez, si él no me hubiese seducido, no estaríamos demorados.
—Vístete, preciosa. Me daré un baño y visitaremos a tu padre —grita desde la ducha.
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