miércoles, 18 de octubre de 2017

CAPITULO 62 (TERCERA PARTE)





Son las nueve de la mañana, Pedro y yo nos quedamos completamente dormidos, ni siquiera desayunamos y abandonamos la suite del hotel a toda prisa. 


Me veo terrible, tengo unas grandes y profundas ojeras debajo de mis ojos, mi cabello es un desastre, pero esa sonrisa de satisfacción no se va a borrar tan fácilmente. 


Pedro y yo hemos recuperado toda nuestra magia, no dejamos de ser nosotros a pesar de ese mes de completa soledad. Lo anhelaba, lo necesitaba y todo sucedió de manera esplendida y perfecta. 


Le envié dos mensajes a Sofía y me ha dicho que ella y Lucas están regresando a la villa. 


Ambos pasaron la noche juntos y debo de admitir que ese jueguito de seducción funcionó para ambas parejas. Ellos se quieren, no van a admitirlo, pero ocurrió lo que debía ocurrir entre ambos, y eso me pone feliz. Lucas debe dejar de comportarse como un imbécil y será otra persona sin dejar de ser él mismo. 


—¿Crees que están bien? —le pregunto a Pedro mientras que nos bajamos en la entrada. 


He estado preocupada desde que desperté, lo admito, me siento una mala madre ahora. 


—Estuvieron excelentes, cielo. 


Apenas son las nueve. Ale no ha despertado siquiera.


Camino con tacones y todo hacia las escaleras. Abro la puerta, entro al hall, dejo mi bolso de mano sobre la mesita y oigo los llantitos de mi niña preciosa a lo lejos. 


Pedro toma de mi mano para darme el equilibrio que necesito y cuando llegamos a la sala de estar vemos a Carolina con mi niña en brazos. Palidezco al ver ese fantasma. 


Está ahí, de pie, con ese traje elegante, mirando a mi hija con una sonrisa en sus labios. 


Me tambaleo y abro mis ojos de par en par. Él se voltea y al verme noto como también se sorprende. 


Pedro me toma del brazo porque lo ha comprendido todo, yo abro la boca sin saber que decir y siento como mis ojos comienzan a arder. Es ese hombre, está aquí, ha llegado la hora… es mi… es mi… 


—Ana… 


Pedro… —digo en un susurro sin poder moverme de mi lugar—. Pedro, llévate a mi hija de aquí —susurro, manteniendo la mirada de ese hombre. 
Mi pecho se congela, mi cerebro no deja reaccionar de la manera adecuada y la confusión y el miedo me invaden al mismo tiempo. No hay suficientes escudos como para poder defenderme de todo esto—. Pedro… 


—Paula, tienes que… 


—Anabela, yo solo… —responde él, dando un paso hacia mi 


—¡Llévate a Kya de aquí, Pedro! —grito hacia su dirección—. ¡Ahora! 


Este sujeto es mi padre, él es quien me ha dado la vida. 


Estoy entrando en pánico, la desesperación me vence lentamente, siento que voy a desmoronarme. Sabía que algo sucedería, pero no estaba lista para esto, no ahora. 


Recuerdo a ese sujeto en el cementerio, meses atrás, recuerdo su sonrisa simpática y su preocupación al verme, recuerdo la rosa que me regaló… 


Nunca lo hubiese imaginado. La puerta de la entrada se abre y para completar con toda esta situación oigo las risitas y los besos de Lucas y Sofía. 


Me volteo a ver a mi hermano con una de mis peores caras y no puedo evitar que mis ojos se pongan llorosos. Me siento traicionada de cierta forma, él sabía que no quería conocer a este hombre aún, no puedo culparlo, pero necesito hacerlo. 


Él, al verme, logra borrar todo tipo de sonrisa, frunce su ceño y quita los brazos de Sofía que rodean su cuello. 


—¿Qué puta mierda haces tú aquí? —grita caminando hacia ese hombre con toda la furia. 


Pedro sube las escaleras rápidamente con Kya en brazos y me lanza una última mirada antes de desaparecer por el pasillo. Quiero que él esté aquí, pero sé que no es del todo correcto, nuestros hijos lo necesitan, es hora de que él sea fuerte por ambos. 


—Hijo, espera —responde el hombre con la voz cargada de paciencia. 


—¿Qué mierda queréis que espere? ¡Te dije que no vinieras! ¡Eres una mierda! ¡No entendéis el español! ¡Joder! 


El tono de voz de Lucas es tan alto que logra hacer llorar a una de las niñas. Sofía corre hacia sus hijas para comprobar que todo está bien y luego de unos segundos, endereza su espalda y mira a Lucas. 


—¡Te dije que ella no quería verte! ¡Te dije que aún no se lo he dicho! ¡Te lo dije miles de veces! ¡Ella no te quiere aquí! —grita señalándome. 


—¡Lucas, contrólate! —ordena Sofía con la voz firme. 


Sé que trata de parecer segura, pero ella también está asustada. 


—¡Tú, cierra la boca! —protesta, volteándose hacia su dirección. Sofía da un paso hacia atrás, pero Lucas va por todo, puedo verlo en sus ojos—. ¡Que me hayas chupado la polla anoche como toda la puta que eres, no te da derecho a que te metas en mi maldita vida, Sofía! —grita señalándola.



Estoy pálida, Sofía también, el hombre a pocos metros de mi cierra sus ojos con dolor, y Lucas respira agitado mientras que abre sus ojos de par en par. Se ha dado cuenta de su error, pero es demasiado tarde para querer arreglarlo. 


—Una puta… —susurra Sofía, viéndolo fijamente. Sus ojos están cagados de lágrimas, pero sé qué ella no llorará, no delante de él. 


Él es un… es un maldito imbécil. 


—¿Cómo mierda te atreves a hablarle así? —intervengo, colocándome a la par de mi hermano—. ¿Cómo te atreves…? 


—¡Cierra tu boca! —me grita. 


—¡No me digas lo que tengo que hacer! —chillo, y luego golpeo su mejilla con la palma de mi mano. Utilizo todas mis fuerzas y contemplo como su rostro se voltea hacia un lado. 


Está furioso, nervioso, confundido y quiere hacer algo, pero no sabe qué. Toma su rostro y luego me mira con esos ojos llenos de rabia. 


—¡Nunca en tu puta vida vuelvas a decirle eso! —chillo en defensa de Sofía. 


—No es necesario que lo hagas, Paula —responde ella, colocándose delante de Lucas nuevamente—. Y tú… —dice con la voz quebrada—, no te preocupes, no volveré a chuparte la polla porque tengo más clientes por ahí —asegura, dejándome completamente anonadada. Lucas abre los ojos de par en par, reacciona y la toma del brazo antes de que se mache—. Y no me volveré a meterme en tu jodida vida. ¡Ni yo ni las niñas! 


—¡Mierda, Sofía, espera! —grita él a toda voz cuando ella sube las escaleras rápidamente. 


—¡No! —digo empujándolo a un lado—. ¡Espera tú! ¡Tú eres el que debe esperar un poco! ¿Cómo diablos te atreves a decirle eso? ¿Cómo te atreves a avergonzarla de esa manera? Sabes, a veces creía que podía conocerte mejor, pero solo me doy cuenta que es un ser desalmado y rencoroso con la vida por tu propia culpa. Quieres culpar a los demás por estar solo, pero no notas que tú mismo te lo has buscado —aseguro con los ojos cargados de lágrimas—. El otro día me dijiste mi verdad y creo que es momento de que yo te diga la tuya. 


—Lucas, ya basta —ordena el hombre acercándose.



—¡Tú, cierra tu puta boca! —responde él haciéndome dar un brinco—. ¡Todo esto! ¡Toda esta mierda es por tu culpa!  ¡Toda mi vida siempre ha sido un desastre y tú eres el culpable de ello! ¡Sofía se llevará a mis hijas! ¡Paula regresará al puto Londres y volveré a estar solo! 


—Hijo, esto no es… 


—¡Claro que sí! —responde. Ahora esto en medio de una conversación en la que no debo de interferir, ahora solo quiero escapar, quiero tomar a mis hijos y regresar a casa. No quiero más Barcelona, más hermanos, no quiero nada. Me siento extraña, hay algo que recorre mi columna vertebral y no sé qué es—. ¿Por qué no le dices la verdad? ¿Quieres que se lo diga yo? ¡Si, se lo diré, así al menos nos odia a ambos y no solo a mí! 


—¿De qué estás hablando? —intervengo con el tono de voz apeas audible—. ¿Qué ocurre? —Ambos hombres me miran por un segundo, uno tiene miedo en los ojos y el otro… el otro maldad, mucha maldad. Lucas suelta una risita y luego me sonríe. 


—Te lo diré... 


—¡Lucas, no! ¡Así, no! 


—¡Dile a tu querida Anabela que tú y Carla Chaves fueron amantes, dile que te cogiste a Christina y luego huiste como cobarde, dile que ella y Mariana eran hermanas biológicas, díselo! 


—¡Lucas! 


—¿Qué...? 


Mi cuerpo se vuelve débil y siento como mi pecho se congela. 


No he ido bien, no puede significar lo que he escuchado, no puede ser verdad… simplemente no… Miro a Lucas sin saber que decir, sin poder articular ni una sola palabra, luego observo a ese hombre que espera con miedo a mi reacción. 


Ninguno de los dos está mintiendo, ninguno de los dos quería decírmelo de la manera correcta. Y Carla… Carla siempre supo justificar su odio hacia mí, siempre supo tratarme como una mierda porque sabía que ella era peor que cualquier otra mierda en todo el mundo. Ha vivido con ese secreto durante toda su vida. Yo lo he ocultado también sin siquiera saberlo y ahora… ahora todo tiene sentido, todo es claro, todo tiene una razón, un porqué. Ahora comprendo miles de cosas sin la necesidad de comprenderlo todo realmente. Atar cabos es fácil y más cuando alguien lo hace por ti, alguien te quita la venda de los ojos y te deja ver la realidad que no querías notar. 


—Eso era lo que tenía que saber… —afirmo de manera innecesaria y estúpida—. Siempre has querido decirme eso. Es verdad… yo… 


—Anabela, deja que te lo explique —interviene ese hombre moviéndose hacia mi dirección. 


Me toma de ambos brazos y hace que lo mire. Tiene los ojos marrones y el cabello castaño, el mismo tipo de pelo que tenía Mariana, ese mismo castaño con el que jugaba a hacer peinados de princesas cuando era niña, el mismo castaño que llevo yo en mi pelo. Éramos hermanas de verdad, todos los sabían, todos menos… 


—Mi padre... —susurro, abriendo mis ojos de par en par. Marcos, mi padre, el único que tengo—. Marcos no lo sabe —aseguro, y dejo que mis ojos descarguen todas esas lagrimas acumuladas. 


—Claro que no lo sabe, Carla Chaves es una puta de mierda —responde Lucas, pasando ambas manos por su pelo—. Tienes que decírselo. Tiene que saberlo. 


—Esto le romperá el corazón… —sollozo, y me encuentro con la mirada de ese hombre—. Tu… ¿Por qué todo tuvo que ser así? ¿Por qué ahora apareces? ¿Por qué ahora que por fin me siento bien? ¿Por qué cuando me siento feliz? 


—Ana, tu y yo debemos hablar… tenemos que hacerlo con calma, hija. 


—¡No me llames así! —espeto, zafándome de su agarre—. No te conviertes en padre de un segundo al otro. Al menos no conmigo. 


Limpio mi mejilla con el dorso de mi mano y comienzo a subir las escaleras mientras que oigo como mi corazón late fuertemente dentro de mi pecho. Siento que mi cabeza va a estallar en cualquier momento, perderé las fuerzas que me ayudan a sostenerme. 


Abro la puerta de mi habitación y lo primero que hago es lanzarme hacia Pedro. Kya y Alex están dormidos en la cama y cuando él me rodea con sus brazos, rompo en llanto. 


Mis hombros se mueven por cuenta propia, aprieto mis ojos y dejo que todo ese llanto y esa agonía salgan de mí. No quiero hacerlo, pero debo llorar, debo hacerlo.



—Tú lo sabías… —susurro apretando la tela de su camisa entre mis manos—. Tú lo sabías y no querías decírmelo —aseguro. 


No es necesario que él lo niegue porque sé que es verdad. 


Pedro se comportó entraño durante varias ocasiones y Lucas reaccionó de la misma manera. Sé que los dos lo sabían y buscaban la manera de decírmelo. Él lo sabía. No sé cómo reaccionar ahora, no sé cómo reaccionaré luego. 


—No sabía cómo decírtelo —asegura. Se ve tan afligido como yo—. No quería hacerte daño. 


—Lo sé —respondo abrazándolo aún más fuerte que antes—. Lo lamento… yo… 


—Shh… —dice, acariciando mi cabello con una mano, mientras que con la otra hace lo mismo, pero en la curva de mi cintura. 


—Vámonos de aquí. Quiero regresar a casa, quiero estar con mi padre, quiero… —lloriqueo una vez más. Lo miro fijamente y puedo ver lo mucho que le afecta verme así. Desde que vine a Barcelona solo han sucedido cosas estúpidas, cosas terribles. Sé que no querré regresar una próxima vez. Los buenos momentos aquí se esfuman si debo de comprarlos con esta noticia, con este día de mierda—. Lo siento, arruiné nuestra noche, nuestro hermoso día… yo… 


—Basta, cielo —me pide con dulzura—. Nos iremos a un hotel y por la noche tomaremos un vuelo a casa, ¿de acuerdo? 


—Quiero olvidar todo. 


—Estoy contigo, Paula. ¿Quieres hablarlo? 


No respondo, solo hundo mi rostro en su pecho y sigo derramando más lágrimas. Él me abraza en todo momento sin decir más, no es necesario, sabe que no volveré a mencionar esto con nadie, aunque sé que debo hacerlo. Es un secreto que lo guardaré para siempre. Mi padre no merece saber la verdad, no me pertenece este dolor que estoy sintiendo… Mi madre… Carla…



Hay una historia detrás de toda esta verdad, pero estoy completamente segura que no quiero saberlo. No me interesa averiguarlo. No me pertenece, Anabela ya no existe, ahora solo soy Paula y soy madre de dos niños que me necesitan fuerte, yo me necesito ver fuerte también. No voy a perderlo todo por un pasado que no es mío. 


—Llévame a casa, solo llévame a casa, Pedro





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