En la noche, me reúno junto a mis padres para la cena. Es más que entretenido verlos discutir por ver quién tiene la razón con respecto a lo que hablan. Me rio una y otra vez y disfruto del momento. Debo admitir que hubo veces en las que extrañaba este lugar. Cuando Pedro y yo no cruzábamos palabra alguna, al principio de nuestro matrimonio, me sentí más sola que nunca…
Le cuento a papá todo lo que sucedió en la consulta con el médico y él parece realmente interesado en escuchar cada una de mis palabras. Sonríe y acaricia mi vientre de vez en cuando, se ve más que contento y eso ayuda a restar ese peso de mi pecho que me hace sentir culpable. No es correcto estar aquí, no está bien que me quede, pero necesito unos días más. Sé que a mi padre no le molesta, pero tengo un esposo, una casa y estoy embarazada, no debería estar en casa de mis padres.
****
—Descansa, princesa —dice dando un leve beso en mi frente, cuando me despido de ellos para ir directo a mi habitación. Tengo sueño, estoy cansada y mis senos están comenzando a molestarme.
Subo las escaleras con pereza, llego a mi cuarto y lo primero que hago es quitarme la blusa y el sostén. Suelto un leve suspiro, acomodo el edredón a un lado, me quito los zapatos y el pantalón. Me cubro hasta la cintura y enciendo la televisión. No hay nada que me interese ver, pero necesito distraerme hasta que el sueño me venza. Si no hago nada, los recuerdos de Pedro comenzarán a rondar mi cabeza y sé que lloraré porque no está aquí.
Lo extraño, hace más de una semana que no siento sus brazos alrededor de mi cuerpo, hace más de una semana que no dejo que sus labios acaricien los míos como a ambos nos gusta.
—Descansa, Pequeño Ángel… —murmuro, volteándome hacia un lado.
Tomo la otra almohada y la coloco a mi lado, la abrazo y cierro los ojos. No tengo a Pedro para abrazar, pero hacer esto con la almohada no me hace sentir mejor. Lo quiero aquí, conmigo, a pesar de que, aún siga molesta, quiero sentir que no estoy sola.
****
—Mi preciosa Paula —dice esa voz a mis espaldas. Soy un respingo del susto, me destapo rápidamente y volteo hacia la otra dirección. No es una ilusión, no fue un sueño, él realmente está aquí en mi habitación.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunto, elevando el tono de voz.
Sonríe, luego me indica que no hable alto y se sienta a mi lado en la cama. Me pierdo en su mirada por varios segundos. Lo quería aquí y ahora está aquí. ¿Qué se supone que tengo que hacer?
Una de sus manos se desplaza por mi rostro y su pulgar acaricia mi mejilla. Todavía no ha dicho nada, solo está ahí, viéndome, como si yo también fuese un sueño o una visión.
Siento su tacto sobre mi piel y todo mi interior se estremece.
Sus dedos, su respiración sobre la mía, la forma en la que me observa... Voy a perder el control. Tal vez, aún sigo soñando y no lo he notado.
—Te extraño —dice en un leve murmuro que apenas es audible en nuestra pequeña burbuja—. Te he extrañado todos estos días, Paula. He pasado noches sin ti, sin tus besos, sin el calor de tu cuerpo… Ya no lo soporto más.
—¿Cómo entraste?
No quiero que sea así de fácil. Tengo que contenerme y contenerlo. Esto será lo más difícil que puedo hacer, me muero por besarlo, por desnudarlo y decirle que me importa una mierda lo que sucedió con su pasado, pero mi Paula interior lucha con uñas y dientes y no me deja hacerlo.
—Flora ha sido de mucha ayuda —responde con una sonrisa traviesa—. Nadie sabe que estoy aquí, pero no estoy dispuesto a marcharme tan fácilmente —me advierte, moviendo sus labios hacia mi mejilla. Aprieto los dientes y cierro los ojos con fuerza.
—¿Qué es lo que quieres exactamente? —respondo alejándome unos centímetros.
Esto es demasiado peligroso. Vamos a lastimarnos otra vez si seguimos con esto.
—Solo quiero dormir contigo —me dice, sonando sincero—. Quiero abrazarte, quiero sentir tu calor, quiero saber que estás entre mis brazos al menos por esta noche. Ya no puedo resistirlo, Paula. ¿Cómo te lo tengo que explicar? ¿Cómo quieres que te demuestre lo arrepentido que estoy de todo lo que sucedió? Dime lo que quieres, Paula, y lo haré…
Su semblante se vuelve triste. Sus ojos brillan y su pecho se agita. Lo observo detenidamente sin saber que decir. Me ha dejado sin palabras, mi cerebro no puede funcionar en un momento como este, solo puede verlo una y otra vez.
—Si solo has venido aquí con la esperanza de acostarte conmigo, entonces, pierdes tú tiempo, Pedro —digo secamente.
No quise hacerlo, pero no logré controlarme. Yo si quiero sexo, muero por algo así, pero no puedo ser tan fácil. Necesito estar completamente segura que no hay más secretos, que no hay más mentiras.
Pedro parece dolido por causa de mis palabras, pero no me responde. Solo me mira por unos pocos segundos y luego se pone de pie. Acabo de arruinarlo todo, o tal vez solo me aseguré a mí misma era eso lo que venía a buscar.
—No he venido solo para acostarme contigo, Paula —dice realmente molesto—. No estoy pensando en algo así en un momento como este. He venido a decirte que te extraño, que no puedo vivir sin ti, he venido aquí para decirte que estaré arrepentido toda mi maldita vida por lo que sucedió, para asegurarte que jamás dejaré que nadie te haga daño y, si me dices que ya no me amas más, si me dices que ya no sientes ni un poco de amor por mí, entonces te dejaré en paz. No volveré a insistir con respecto a nada, pasaremos a ser solo dos personas que tienen un hijo en común, pero quiero escucharlo de tus labios —me pide, sentándose nuevamente en la cama. Toma mi cara con ambas manos y luego me mira fijamente—. Dime que no me amas y te dejaré libre —asegura muy seguro de sí mismo—. Dime que no quieres volver a verme y que no me quieres en tu vida y entonces te aseguro que nunca volveré a molestarte, Paula.
—Pedro… —murmuro con la voz entrecortada.
—Dime que no me amas y me marcharé de aquí en este mismo momento, pero si no es así, no permitas que nos hagamos daño por algo que tiene solución —dice, acercando su boca a la mía—. Dime que no me amas, Paula… —me pide, elevando mi barbilla hacia sus ojos para que lo mire.
Intento ser fuerte, pero no puedo, nunca podré, soy débil con él, soy débil sin él, soy débil porque simplemente tengo que serlo.
—No puedo, no puedo hacerlo… —digo rompiendo en llanto—. Nunca podré decir eso, Pedro —aseguro en medio de un sollozo. Jamás dejaría de amarlo, nunca he podido dejar de hacerlo aunque lo he intentado. Lo nuestro es mucho más fuerte—. ¡He intentado odiarte, pero no lo logré! —chillo, golpeando su hombro con rencor. Pedro me hace sentir inestable con respecto a cada una de mis reacciones—. Nunca podré odiarte y te odio por eso —me quejo, cruzándome de brazos.
Él suelta una leve risita y me abraza fuerte. Si, ahora estoy donde quiero estar, estoy perdida entre sus brazos, oliendo su aroma, con toda esa protección y ese amor que me hacen sentir única.
—Te amo, Paula. No tienes idea de todo lo que te amo —me dice apretándome más fuerte, como si no quisiera soltarme nunca—. Jamás voy a alejarme, nunca… Te amo, te amo —dice una y otra vez.
Suelto otro sollozo y dejo que me acune, como si fuera una niña pequeña. Lo necesito, necesito esto, lo necesito a él.
—Puedes quedarte si quieres —digo en un leve murmuro.
Él sonríe a medias, luego inspecciona mi rostro por unos pocos segundos, me deja con delicadeza sobre el colchón y comienza a quitarse su camisa. Me quedo estúpida viéndolo.
Cada uno de sus movimientos, el amor en su mirada, su torso… Todo en él me encanta. Quiero resistirme, pero no por demasiado tiempo. Sé que sobreviviré a esta noche, pero la siguiente perderé el control de todas mis acciones y dejaré que haga conmigo lo que quiera.
Pedro se desviste por completo. Solo lleva un bóxer negro.
Me siento en la cama, estiro el edredón a un lado y él se mete bajo las sábanas. Nos miramos por unos segundos y luego dejo que me abrace. No tengo sostén, él no tiene camiseta y cuando mis pechos tocan el suyo, doy un pequeño brinco, no podemos tocarnos así, no lo soportaremos.
—Lo siento —murmuro—. Eso no debía suceder.
Luego, me volteo hacia el otro lado y dejo que me abrace por detrás. Así podremos controlarnos un poco más. Sentiré su cuerpo pegado al mío, pero no lo veré, eso ayudará bastante.
Acerca su boca a mi cuello y da un leve beso en él.
—Te amo, Paula —murmura moviendo algunos mechones de pelo de mi cara—. Te amo.
—Sabes que también te amo, Pedro.
Oigo como suelta un leve suspiro, pero no sé si es de alivio o de frustración. Ahora la habitación está en completo silencio.
Ni siquiera la televisión nos molesta. Solo oigo el agua que cae de la fuente en el patio trasero. Tampoco escucho los pasos de mis padres en la habitación de al lado. Es un momento tenso. No incomodo, porque ninguno de los dos lo está, pero se supone que no es así como funcionan las cosas.
—Te quiero a mi lado de nuevo, Paula —me dice al oído con voz dulce—. Quiero que todo sea mucho mejor que antes, te necesito conmigo y sé que tú también piensas lo mismo.
—No quiero hablar ahora, Pedro —digo, intentando no arruinar el momento.
—¿Cuándo quieres hablar entonces? ¿Cuánto más tengo que esperar? —pregunta, cambiando su tono de voz calmado a uno de desesperación.
—No lo sé. Ni siquiera deberías de estar aquí y lo estás. Creo que puedes conformarte con eso —espeto secamente.
Pedro hace que me voltee en su dirección. Me toma con fuerza y me atrae a su cuerpo. Mis senos están ahí, sintiendo el calor de su cuerpo. Intento alejarme, quiero protestar, pero no puedo. Estoy completamente perdida. Él acerca sus labios a los míos y me besa. Me besa como si no hubiese un mañana, como si esta fuera la última vez, pero estoy completamente segura que no será así.
Abro mi boca y lo impulso a que siga haciéndolo. Se mueve y, en menos de dos segundos, todo su cuerpo está encima del mío, mientras que hace fuerza con sus antebrazos para no aplastarme. Gimo cuando muerde mi labio inferior y aferro mis piernas a su alrededor cuando el calor de mi cuerpo aumenta. Lo quiero, lo deseos, ahora, es demasiado tarde…
—Pedro… —protesto siendo consciente que esto no es del todo correcto. Quiero hacerlo, quiero que suceda, pero no así.
—Dime qué tengo que hacer para que me des una oportunidad —murmura separando sus labios solo unos centímetros, vuelve a besarme y desliza su boca por mi mandíbula, baja hacia mi cuello y se detiene ahí, haciéndome adicta a sus besos.
—Esto no está bien —le digo, intentando detenerlo, pero ni siquiera quiero que se detenga.
—Dime que tengo que hacer, dímelo y me detendré. Dime qué me das una oportunidad y solo dormiremos abrazado, dímelo, Paula, o no voy a detenerme y sé que no vas a poder contenerte, tampoco.
Coloco mis manos en su pecho y lo aparto unos cuantos centímetros. Recupero el aire perdido y lo miro fijamente.
—Una cita —digo con la respiración agitada—. Te doy una oportunidad con una cita.
—¿Una cita? —pregunta con el ceño fruncido.
Esta más que claro que he enloquecido, pero es lo que creo que será correcto.
—Una cita. Mañana.
—Mañana.
—Sí. Cena, preguntas, cosas que tenemos en común, risas… Ese tipo de cosas. Una cita.
Acaricia mi rostro delicadamente. Aún sigue encima de mí y su erección está haciendo presión en mi vientre. Mi respiración se vuelve pesada y mis piernas se aferran a su cadera con más fuerza. No podré resistirme. Fui demasiado fuerte hasta ahora.
—Bien, Paula —responde, besando el valle que separa mis senos—. Tendremos una cita…
No hay comentarios:
Publicar un comentario