Es increíble pensar que hace unos pocos días estaba preparándome para una cita con Santiago y en el día de hoy, solo faltan unas doce horas para tener una cita con Pedro, mi esposo. Jamás creí que algo así podría sucederme, pero creo que estoy haciendo lo correcto. No puedo derribar mis muros tan fácilmente. Tengo que hacerlo sufrir solo un poco más. Solo un poco y entonces si volveré a ser suya por completo.
Salgo del baño, luego de cepillarme los dientes, y corro en dirección a mi teléfono móvil que suena encima de la cama completamente desordenada. Sacudo las sábanas de un lado al otro hasta que lo encuentro. Es Pedro, tiene que ser Pedro.
Miro la pantalla y todas mis esperanzas se apagan cuando veo el nombre “Damian”. Debo admitir que estoy completamente decepcionada. Pedro se marchó de aquí hace apenas una hora, luego de dormir toda la noche abrazados, pero quería que llamara para decirme algo, lo que sea.
—Hola —digo con voz cortante.
No quiero hablar con él.
—¿Llamo en un mal momento? —pregunta, sonriendo al otro lado.
—¿Cómo sabes que es un mal momento? —protesto.
—Te oyes como si hubieras encontrado una rata en tu desayuno.
Pongo los ojos en blanco y comienzo a moverme por la habitación sosteniendo la toalla a mí alrededor.
—Lo lamento. No eres tú, solo que… ¡No sé qué decirte, estoy embarazada, no tengo excusa! —grito, intentando sonreír, pero fracaso como la mejor.
—¿Estás muy ocupada?
—¿Por qué?
—Creo que metí la pata e hice algo que no creo que te agrade demasiado.
Mis ojos se abren de pronto y me detengo en seco. Damian cometiendo estupideces es realmente usual, pero Damian cometiendo estupideces con respecto a mí, eso sí que da mucho miedo.
—¿Qué has hecho?
Hay un largo silencio en la línea, sé que está buscando la manera de decírmelo, pero no sabe cómo. Ahora de verdad comienzo a preocuparme.
—Bueno… estábamos con algunos compañeros de trabajo y uno de ellos comenzó a hablar sobre el cumpleaños de su novia y no sé qué…
—¿Y qué hay con eso? —pregunto rápidamente.
—Se me escapó que tú hacías pasteles deliciosos y él me pidió que te preguntara si harías algo así para él y…
—¿Por qué demonios hiciste eso? —pregunto exasperada—. ¿No puede comprar un bendito pastel en una bendita pastelería?
Damian suelta un suspiro al otro lado y puedo imaginármelo moviendo sus brazos de un lado al otro de manera desesperada.
—Paula, lo lamento, solo lo hice porque pensé que sería bueno. No fue apropósito.
—Bien, comprendo. Pero dile que no puedo hacerlo.
—Ese es el problema —murmura lentamente.
—¿Qué has hecho? —chillo.
—¡Le dije que lo harías!
—¿Por qué hiciste eso?
—¡Porque creí que querrías hacerlo!
—¡Damian!
—¡Paula! —me responde de la misma manera.
Intento calmarme, pero no puedo. Esto es demasiado. Voy a matarlo, voy a acabar con su vida y con todo lo que hay en ella. No puede estar hablándome enserio. Esto debe de ser una inmensa broma. No puedo creerlo.
—Bien —digo soltando el aire—. Dime para cuando lo necesita y haré lo que sea por lograr lo que esperas que haga.
—Bueno, ese es otro problema… —me dice claramente nervioso.
Cierro los ojos y pienso cosas bonitas. Estoy enfadada, demasiado enfadada y voy a matarlo por todo lo que hizo.
—Es para esta tarde.
—¡Damian! —grito completamente fuera de control—. Debes estar bromeando…
—Oye, nena, lo siento —me dice sinceramente—. Lo siento, de verdad, pero pensé que te gustaría hacerlo y dejar que los demás lo aprecien. He probado tus pasteles y sé que son fabulosos. Me encanta la manera en la que lo haces y quiero que los demás también lo sepan.
—Estás loco —digo rápidamente.
—Lo sé, pero estoy completamente seguro de que lo lograrás —afirma con ese tono de voz que logra convencer a cualquiera—. ¿Podrás hacerlo?
Suelto otro suspiro cargado de fastidio. Tengo que hacerlo.
Claro que puedo hacerlo.
—Bien, Damian. Haré ese pastel.
Oigo su sonrisa al otro lado de la línea y también sonrío.
Tendré que hacer un pastel para no sé quién y realmente no me siento emocionada.
****
Termino de vestirme y bajo las escaleras en dirección al comedor. No tengo demasiado tiempo. Tengo que hacer un maldito pastel y Damian me especificó que debía de ser blanco. Bien, puedo hacerlo. Haré el pastel más hermoso de toda la vida, sé que le gustará.
—Hola papá, hola mamá —digo, apresurada.
Ellos me sonríen y me dan un beso en la frente cada uno.
Tomo unas galletas de avena de mi plato y salgo disparada en dirección a la salida de nuevo.
—¿A dónde crees que vas? —pregunta mi madre mirándome con el ceño fruncido—. ¡Tienes que comer, Paula Chaves!
—Eh... bueno… Tengo mucha prisa. Regresaré en una hora. ¡Me llevaré tu coche, papá! —grito antes de cruzar el umbral.
Tomo las llaves y me dirijo al estacionamiento. El coche de mi padre está aparcado, justo como me lo imaginaba. Abro la puerta, me meto en él y conduzco en busca de algún lugar que tenga todo lo que necesito para ese bendito pastel.
****
Me detengo en un semáforo y mi celular comienza a sonar.
Pedro está llamando y debo de contenerme para no dar un saltito de la emoción. Oprimo el altavoz y espero a que me responda.
—Hola —digo con una sonrisa.
—Buenos días —me dice dulcemente.
—Buenos días —respondo de la misma manera—. Estoy conduciendo —le advierto antes que nada.
—Hazlo con cuidado —me pide—. ¿Llevas el cinturón de seguridad?
—Claro que sí. Pequeño Ángel está a salvo.
—¿A dónde te diriges? —pregunta con una sonrisa.
No tiene idea, pero cuando se lo diga sé que se sorprenderá por completo.
—Estoy de camino al supermercado.
—¿Al supermercado?
Puedo imaginar cómo frunce el ceño al otro lado. Suelto una risita y luego le explico la situación. Me da ánimos y me dice que todo saldrá bien. Si, voy a hacerlo y será el mejor pastel de todos.
—¿Ya escogiste algún vestido para nuestra cita? —pregunta luego de unos minutos de hablar sobre cosas sin sentido.
—Aún no. Pensaba hacerlo ahora.
—¿Y qué te parece si escojo uno por ti? —me sugiere, pareciendo realmente nervioso.
Frunzo el ceño y luego doblo hacia la izquierda. Ya estoy en el inmenso supermercado y necesito encontrar un lugar fácil y accesible para estacionar. No soy muy buena es ese aspecto a la hora de conducir.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que quiero escoger un vestido para que lo uses conmigo, esta noche.
—¿Entrarás a una tienda y pedirás un vestido, así sin más? —pregunto con sorna. Él ríe y demora unos segundos en responder.
—Escogeré un hermoso vestido para ti y te lo enviaré en un par de horas —me dice a modo de afirmación y no de pregunta. Es decir que sí va a hacerlo y al parecer no tendré más opción.
—Está bien. Escoge el vestido que quieras —tomo mi celular, me bajo del coche con mi bolso y camino en dirección a la entrada.
—Te amo —dice con voz dulce al otro lado de la línea—. Te amo a ti y a nuestro hijo, Paula. Te amo…
Suelto un suspiro y luego cruzo las puertas de vidrio.
—También te amo, Pedro—respondo—. Nos vemos en la noche.
—Adiós, preciosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario